Italia: La ultraderecha gana las elecciones en condiciones de profunda crisis económica y social

La coalición de los partidos Hermanos de Italia (Giorgia Meloni), la Liga (Matteo Salvini) y Forza Italia (Silvio Berlusconi), que aglutinaba a la ultraderecha fascistizante y a la derecha nacional-chauvinista, obtuvo el 46% de los votos, constituyendo una mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados, lo que permitió a la coalición formar gobierno sin recurrir a nuevas alianzas. Lo más probable es que Meloni sea elegida Primera Ministra, la primera mujer en la historia de Italia en ocupar el cargo.

Las autoridades y gobiernos europeos están preocupados por el hecho de que Hermanos de Italia, el partido heredero del Movimiento Social Italiano (MSI), un movimiento fascista que reivindica el legado de Benito Mussolini, haya multiplicado por seis la cantidad de votos: ha pasado del 4,3% (2018) al 26% (2022). La Liga y Forza Italia obtuvieron juntos casi la misma cantidad que Hermanos de Italia.

Desde que Mussolini fue elegido primer ministro de Italia (1921), y Hitler canciller alemán (1933), ningún otro partido fascistizante había conseguido llegar al poder en ningún estado de Europa. Aunque, a diferencia del pasado, los Hermanos de Italia no llegan al comando de las instituciones como una fuerza social y política homogénea. Las divergencias dentro de la coalición ultraderechista son numerosas. Sin embargo, lo que es seguro es que el partido Hermanos de Italia tendrá en sus manos las principales riendas del gobierno, determinando el curso más general de las medidas del Estado.

También es necesario explicar y comprender las particularidades de este fenómeno, que vuelve a acechar a Europa. El ascenso electoral de la extrema derecha en el país se produce en el contexto de la desintegración de los partidos socialcristiano y socialdemócrata. La salida anticipada del Primer Ministro, Mario Draghi, principal figura política del país, y fiel representante del capital financiero, indicó hasta qué punto la crisis capitalista mundial y los reflejos de la guerra en Ucrania han destruido cada vez más la economía nacional, y han impulsado la crisis política, marcada especialmente por la desesperación de los sectores medios y proletarios arruinados, que han visto destruidas sus condiciones de vida por las imposiciones y dictados del Consejo Europeo, para mantener el parasitismo financiero en el país. Estas condiciones, en conjunto, permitieron al partido Hermanos de Italia encontrar las condiciones políticas y sociales para fortalecerse e imponerse finalmente como fuerza electoral dentro de la ultraderecha.

La oposición parlamentaria del Partido Democrático (PD) (surgido del extinto Partido Comunista Italiano (PCI), que obtuvo el 26,2% de los votos, y del Movimiento Cinco Estrellas (M5S) (19,10%), no alterará el desequilibrio político que tiende a favorecer a la ultraderecha. Su victoria en Italia es una expresión nacional del vertiginoso crecimiento electoral y del arraigo social de los partidos de derecha y nacionalchovinistas en toda Europa. En 2017, la ultraderecha era una pequeña minoría en los países y el parlamento europeos. Cinco años después, ha aumentado su número de votos en Francia, Alemania, Suecia y España, y ha conseguido una importante expresión parlamentaria, no sólo en estos países, sino también en el Parlamento Europeo. Tomaron el control de estados como Polonia y Hungría.

Las circunstancias políticas del fortalecimiento de esta tendencia se repiten en Italia: la incapacidad de los gobiernos socialdemócratas para responder a las graves consecuencias de la crisis capitalista sobre la economía nacional y las masas. No por casualidad, la inflación y las subidas de precios derivadas de las réplicas de la guerra de Ucrania fueron temas recurrentes de los mítines y debates de la coalición de ultraderecha. Acusaron a los «demócratas» de aplicar, una tras otra, todas las medidas dictadas por el Consejo Europeo, y que han empujado a las masas italianas al hambre y la miseria. Otra de sus cartas de propaganda electoral fue acusarles de impotencia para frenar el flujo de la inmigración, a la que culpan de sumir a los asalariados italianos en la precariedad y los recortes salariales.

Ciertamente, la alianza ultraderechista tendrá que someterse a la prueba de la crisis política y económica. Esto pondrá a prueba el grado de unidad y convergencia entre las tres fuerzas que formarán el gobierno. Meloni defendió la intervención imperialista en Ucrania y simpatiza abiertamente con las agrupaciones nazifascistas que avanzan allí. Salvini y Berlusconi, desde el punto de vista del nacionalismo de ultraderecha, se han posicionado en contra del envío de armas, y no se han unido al imperialismo europeo en sus ataques a Rusia y a Putin. Exigen que se revoquen las sanciones, señalando que no hacen más que perjudicar a Italia.

El curso de la guerra en Ucrania y la lucha de clases serán la prueba de fuego para la consolidación de la coalición, o bien para su implosión. La posibilidad de que la guerra empeore el marco de la crisis económica, abriendo el camino a las revueltas obreras y populares, exigirá a la «coalición de ultraderecha» limar sus fricciones y presentar un frente unido en defensa de la burguesía monopolista. Hay movimientos en Europa que empiezan a rechazar la guerra, y exigen a sus gobiernos soluciones inmediatas contra la subida de los precios. Si es elegida primera ministra, Meloni pronto tendrá que enfrentarse a las masas que la apoyaron. No habrá manera de que se libre de atacar a la pequeña burguesía arruinada y a los sectores proletarios que la apoyaron. La palabrería de «defender a los italianos» frente a los «burócratas de Europa» se desmoronará. No se puede romper con estos «burócratas» sin romper con sus amos: el capital financiero. Italia, estancada y en recesión, necesita a los banqueros para mantener los déficits equilibrados y equilibrar la deuda pública (190% del PIB) que desangra al país. Y tendrá que ir aún más lejos en este camino, cuando las tendencias a la guerra se vuelvan aún más potentes. Esto definirá más claramente sus rasgos fascistas y nacional-chauvinistas, dejando de lado su retórica de ultraderecha respetuosa, la democracia y la institucionalidad burguesa.

Esto no significa que tenga que recurrir necesariamente a la centralización dictatorial y fascista del Estado. No mientras la fachada de la democracia sirva de muro de contención para la lucha de clases. Pero esta situación no está garantizada. Las elecciones demostraron que la desconfianza de las masas hacia la democracia burguesa ha aumentado: la abstención alcanzó el 46%, la más alta en 25 años. Esto demuestra que una gran parte de las masas italianas (como en la mayor parte del mundo) ya no confía en que sus problemas se resuelvan eligiendo cualquier gobierno burgués. Saben por experiencia que los gobiernos van y vienen, y todos siguen aplicando las mismas medidas antipopulares y antinacionales.

Sin embargo, la ausencia del partido-programa, marxista-leninista-trotskista, impide que las masas asuman un programa propio, ante la crisis y la ruptura capitalista. Ciertamente, no se puede olvidar que la crisis de dirección revolucionaria en el país tiene sus raíces históricas en la destrucción de la Tercera Internacional, que llevó a la disolución, décadas después, del poderoso PCI: el mayor de los partidos comunistas de Europa occidental. Su degeneración en la condición de partido de oposición democrática en el Estado burgués expresó la adaptación del estalinismo a la política de coexistencia pacífica con la burguesía imperialista y nacional. Tras la disolución de la URSS, se convirtió en un punto de apoyo para los gobiernos burgueses e impulsó sus contrarreformas. Y así acabó disolviéndose. Los diversos agrupamientos trotskistas, a su vez, nunca lograron superar su etapa embrionaria, ni forjarse como fracción revolucionaria dentro de la clase obrera italiana.

La lucha de clases se ha desarrollado, en los últimos años, a través de la lucha sindical, y limitada por su carácter reivindicativo y económico. Pero también aquí las masas se han encontrado huérfanas de sus propios instrumentos de lucha. Una tras otra, la burocracia abandonó las reivindicaciones históricas de la clase obrera. Empezaron a negociar en representación de las patronales, presentando sus propuestas como las únicas posibles de ganar. Esto provocó una desafiliación masiva, que debilitó aún más la capacidad de presión y negociación de los sindicatos.

Avanzaron los cambios violentos en las leyes laborales y las contrarreformas salariales, la subcontratación y los despidos. Las crisis económicas y pandémicas constituyeron un nuevo hito en el avance de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y el desempleo. La miseria y la pobreza aumentaron, potenciando la barbarie social. Es en medio de estas desgracias que las posiciones nacional-chauvinistas, que prometen defender a los asalariados y a los oprimidos, cobraron fuerza. También ha quedado claro que la democracia burguesa en decadencia no constituye un freno al ascenso de la extrema derecha. En las condiciones actuales, está sirviendo para reforzarla. Y su preservación sirve para crear las condiciones para avanzar en las contrarreformas violentas, y la destrucción de derechos. Su forma «democratizadora» indica que la burguesía imperialista, base social del fascismo, ha juzgado que aún no ha llegado el momento de recurrir al aplastamiento físico de las organizaciones de masas, para imponer sus condiciones.

Sin embargo, los explotados están obligados a prepararse para cuando este punto de inflexión llame a las puertas de la situación política. El primer paso es constituirse en una sola fuerza y recurrir a sus propios métodos para derrocar las contrarreformas e imponer sus reivindicaciones más inmediatas. Una victoria de las masas contra sus explotadores, aunque se limite a las conquistas económicas y laborales, reforzará su confianza y fortalecerá sus fuerzas para enfrentar y derrotar las tendencias y medidas fascistas que las amenazan. Es en este convulso escenario donde el compromiso de la vanguardia clasista y revolucionaria de forjar el partido obrero revolucionario se erige como la principal tarea del momento. Esto permitirá transformar las revueltas de las masas en organización y política revolucionaria, transformando cada huelga y manifestación en un poderoso movimiento de lucha de clases, desarrollando los métodos, la táctica y la estrategia de la revolución y dictadura proletarias.

(POR Brasil – Masas nº674)

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