La crisis mundial persiste y la guerra en Ucrania se prolonga

Lo fundamental está en la demora de la clase obrera

El Gobierno de Ucrania ha anunciado que está en marcha una contraofensiva para retomar posiciones estratégicas conquistadas por Rusia en la región de Donbass. Esta vez, las Fuerzas Armadas ucranianas afirman estar mejor preparadas, con nuevo armamento y refuerzos a los ya utilizados en la guerra que ha entrado en su decimosexto mes.

No hay posibilidad, al parecer, de una derrota completa de las fuerzas rusas. El imperialismo, encabezado por Estados Unidos, era consciente de que Ucrania no podía triunfar. Pero podría resistir hasta el punto de debilitar la capacidad económica, militar y política de Rusia. El resultado sería la debacle del gobierno de Putin.

Joe Biden ha logrado alinear detrás de la política estadounidense a la Unión Europea e impulsar la escalada militar a nivel mundial. Pero el imperialismo no ha logrado aislar a Rusia de los países que integran el G20. La estrategia del imperialismo fue alimentar la guerra en Ucrania con abundantes recursos financieros y militares, sin que la OTAN se lanzara a un enfrentamiento directo con Rusia. El armamento del gobierno de Zelensky se produciría en función del desarrollo de la guerra y de las posibles respuestas de la población afectada, tanto directa como indirectamente. El armamento más moderno y potente ha sido puesto en poder de las Fuerzas Armadas ucranianas. Actualmente se discute cuándo entregará Occidente los aviones de guerra y los misiles de largo alcance exigidos por el gobierno ucraniano.

La contraofensiva de septiembre del año pasado, que hizo que las fuerzas rusas cedieran terreno en Donbass, no pudo ser sostenida por Kiev. Ahora el imperialismo espera el resultado de la nueva contraofensiva, que está a punto de producirse, para ver qué hará. Todo indica que Ucrania en ruinas y con su pueblo cansado de los incesantes bombardeos no tiene forma de cambiar el curso de los acontecimientos a su favor. Lo que cabe esperar es más destrucción y carnicería.

Alimentar al servil gobierno de Zelensky y a la oligarquía capitalista con armas más potentes significa acercar aún más a la OTAN y a los países de Europa del Este, al menos a los más implicados en el apoyo a Ucrania, a una confrontación directa con las fuerzas rusas. Una de las hipótesis sugeridas por los analistas es que la contraofensiva, victoriosa o fracasada, llevará a Estados Unidos a buscar una forma de detener la guerra. La razón serían las dificultades económicas internas y la necesidad estratégica de los norteamericanos de concentrar sus fuerzas en enfrentarse a China. El reciente crack bancario trajo de vuelta el espectro de la catástrofe de 2008-2009, que situó a la mayor potencia mundial en el epicentro de la crisis global.

La guerra comercial con China ha llegado a tal punto de ebullición que al imperialismo no le queda otro camino que prepararse para un posible enfrentamiento militar. Sin embargo, no hay manera de disociar el enfrentamiento de Rusia con Estados Unidos, que por el momento tiene lugar en el marco del territorio ucraniano.

A los ojos de la clase obrera es cada vez más evidente y no disimulado que Ucrania está siendo utilizada como carne de cañón y que la oligarquía burguesa ucraniana está utilizando al títere Zelensky para anexionar el país a la Unión Europea, como ocurrió con los países de Europa del Este, que sucumbieron al proceso de restauración capitalista. No por casualidad, Polonia, Rumanía y la República Checa se han convertido en los perros guardianes del capital monopolista y financiero utilizado por Estados Unidos y la OTAN. Esta posición refleja la sumisión de Alemania a las órdenes de Estados Unidos, que ha convertido al país en una base de la OTAN y que, bajo la justificación de la guerra en Ucrania, se ha hecho cargo de la escalada militar en Europa.

A esta situación se ha llegado porque la clase obrera y los demás explotados se han visto arrastrados por el proceso de restauración capitalista, que arrasó las “repúblicas populares” de Europa del Este, llevó al colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), destruyó valiosas conquistas de los pueblos explotados y oprimidos y asestó un duro golpe al proceso histórico de transición del capitalismo al socialismo. La herencia de la contrarrevolución pesa sobre los hombros del proletariado, que paga el retroceso de sus organizaciones y la ausencia de la dirección revolucionaria que se elevó a las alturas con la Revolución Rusa y la construcción de la URSS.

Que la reunión del G7 se celebre en Japón -precisamente en Hiroshima, que sirvió de experimento norteamericano al hacer explotar la bomba nuclear cuando la guerra ya había sido ganada en 1945- es un cinismo más allá de lo imaginable. Las potencias que estrecharon el cerco económico-militar a Rusia, que mantuvieron y reforzaron la OTAN tras el fin de la URSS, sin la justificación original de la “Guerra Fría”, propagandizan que la elección de Hiroshima es para que Japón muestre su “compromiso con la paz y la no proliferación nuclear”. Por el contrario, es una reunión de los imperialistas, a las órdenes de Estados Unidos, para imponer nuevas sanciones a Rusia, intensificar la guerra en Ucrania, hacer avanzar el armamentismo en Asia y presionar a las naciones no alineadas como India, Indonesia, etc., para que cambien de posición.

La cumbre del G-7, sobre todo, se centra en la escalada armamentística en Asia, como ya está previsto con el aumento de las bases militares de EEUU en Filipinas. Japón, Corea del Sur y Australia se preparan para hacer frente al “expansionismo chino”, según el concepto del propio imperialismo norteamericano. Este movimiento indica que la crisis mundial ha abierto el camino a enfrentamientos militares entre potencias con capacidad nuclear.

La prolongación de la guerra en Ucrania responde a los intereses de Estados Unidos, que dirige maniobras para imponerse a Rusia y China. Se trata de pasos dados en el marco de la desintegración del capitalismo impulsada desde 2008, en el sentido de que el imperialismo estadounidense reacciona ante su declive como potencia hegemónica. La absorción de Ucrania y Georgia por la Unión Europea se ha convertido en estratégica. Y para ello, la OTAN tiene que desplegarse en todas las fronteras de Rusia. La entrada de Finlandia, y pronto de Suecia, en el ámbito del militarismo estadounidense ha demostrado sin duda que las tendencias belicistas de la crisis mundial se imponen como expresión de una política imperialista que puede desembocar en una conflagración más grave e incluso en una Tercera Guerra Mundial.

La posición del proletariado se centra en la lucha por el fin inmediato de la guerra en Ucrania y la escalada militar en Europa y Asia. Es cada vez más esencial que los explotados levanten la bandera de la paz sin imposiciones del imperialismo, por una paz sin anexiones.

(POR Brasil –Editorial de Masas nº689)

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