29 de julio de 1965: La dictadura antiobrera del Gral. Barrientos, por órdenes de la CIA, asesina al revolucionario líder obrero Cesar Lora

Cesar Lora fue lo opuesto de la burocracia sindical, esa lacra que hoy los Guarachis y compañía han llevado a extremos repugnantes de servilismo descarado a los gobiernos burgueses, enemigos naturales de los trabajadores.

SU ACTIVIDAD SINDICAL

Como marxista, Lora consideraba que la actividad sindical debía estar subordinada a la política revolucionaria. La organización gremial constituye el canal adecuado para motorizar una profunda movilización masiva, pero tiene como punto de partida las tareas inmediatas y no tiene capacidad para dar solución adecuada a la cuestión del destino del poder. Tenía plena conciencia de que la emancipación de los trabajadores no radicaba en lograr el aumento de salarios, sino en poner fin a la condición de clase de la burguesía como dueña del poder.

El sindicato y el partido son dos organizaciones propias de la clase obrera y su campo de acción está claramente definido; constituye un error confundirlas o identificarlas. César Lora fue el militante marxista obligado a actuar en el campo sindical y lo hizo sin perder la perspectiva de que la lucha por mejores condiciones de vida y de trabajo debe educar a las masas y aproximarlas a la conquista del poder.

Su objetivo no fue el de capturar por cualquier medio, inclusive utilizando los más sucios, la dirección sindical, sino convertir a la organización obrera en un baluarte revolucionario y preservar su carácter de defensora de los intereses de sus afiliados.

Para cumplir la tarea que se había impuesto -misión indiscutiblemente revolucionaria- no pudo menos que enfrentarse con la bien cimentada burocracia sindical, que se enriquecía contando con la protección gubernamental. César Lora se colocó a la cabeza de ese admirable grupo trotskysta que desde la base misma de los sindicatos batalló sin tregua y soportando la represión de las autoridades gubernamentales, contra quienes prostituyeron a los dirigentes obreros y no tuvieron el menor reparo en apropiarse de los fondos sindicales o negociar desde las secretarias generales y los controles obreros. Su voz era la primera en hacerse escuchar en los congresos nacionales obreros o en las asambleas sindicales para colocar en la picota a los traficantes, sin tomar en cuenta para nada su ocasional fortaleza. El sindicato de Siglo XX, la mayor concentración obrera del país, se había convertido en la vanguardia revolucionaria y señalaba con anticipación el camino que debe recorrer el movimiento proletario; pero, también es allí donde la burocracia hace los mayores estragos, se apropia de gruesas sumas de dinero y vende por anticipado los conflictos huelguísticos. Los dirigentes sindicales tenían como norma invariable no rendir cuentas del manejo de los fondos sindicales; utilizar su situación de privilegio para asociarse con comerciantes que traficaban con la empresa; convertirse en importadores de ropa usada o máquinas o, en fin, patrocinar la formación de consorcios con la finalidad de explotar determinados renglones de la actividad de la COMIBOL. La nacionalización, criminalmente administrada por los jerarcas pequeño-burgueses, concluyó convirtiendo las minas en hacienda de ciertos capos políticos y sindicales.

Es contra este lamentable estado de cosas que, virilmente se pusieron en pie César Lora y sus compañeros de lucha.

Ha ingresado ya a la historia como un modelo de honestidad y de valor personal.

(Guillermo Lora, Figuras del Trotskismo)


29 de julio de 1967: DETIENEN A ISAAC CAMACHO, LO ASESINAN BAJO TORTURA Y DESPARECEN SU CUERPO

Lora y Camacho se enfrentaron, en definitiva, con la CIA norteamericana, de la cual los organismos de represión criollos no son más que sus simples auxiliares. Isaac fue uno de los protagonistas infaltables de las grandes luchas libradas por el Partido Obrero Revolucionario en las huelgas, en las manifestaciones, en los congresos obreros y en la actividad diaria en el seno de los explotados.

Emergió como todo un líder durante la formación y lucha de los sindicatos clandestinos, mostró la fortaleza de su personalidad y de sus convicciones en la dura prueba de la represión y de la clandestinidad.

Cuando César Lora fue asesinado, Isaac Camacho estaba seguro que su misión inmediata consistía en llenar el vacío dejado por su gran amigo, tanto en la actividad partidista como sindical, y es entonces, en una situación tan difícil, que hace los mayores esfuerzos para superarse y tomar con toda responsabilidad el papel de dirigente político y laboral.

Lo vimos por última vez en el entierro de César Lora. Estaba a la cabeza de la imponente y rugiente multitud que ganó las calles de Siglo XX y Llallagua, desafiando a las ametralladoras (no hay que olvidar que nos encontrábamos bajo la dictadura fascista de los gorilas), desafiando a las ametralladoras, para exteriorizar su repudio a los generales asesinos. Habló en la contrahecha plaza de Llallagua, casi en las puertas del local policial, no para decir adiós al camarada que quería entrañablemente o para sollozar de dolor, sino para fijar con claridad y energía el camino que quedaba por recorrer, que le quedaba a él mismo recorrer al encuentro de su propio sacrificio.

Desde entonces recorrió los vericuetos de la vida clandestina, de las cárceles y del confinamiento, hasta caer asesinado en manos del sicópata y agente de la CIA, Antonio Arguedas, a la sazón ministro de Gobierno del contra-

revolucionario gobierno barrientista.

Se trasladaba frecuentemente a Siglo XX para realizar asambleas en el interior de la mina, para colocarse a la cabeza de los explotados toda vez que la burocracia de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia faltaba por miedo o por estar en trajines en busca de reconciliación con los masacradores.

En medio de la batalla, esto en vísperas de la masacre de San Juan, los mineros reunidos en los pasillos de los socavones, lo designaron Secretario de Relaciones de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, subrayando de esta manera que para ellos el dirigente porista era el auténtico caudillo obrero, el heredero de César Lora.

En septiembre de 1965 fue apresado en las afueras de Llallagua, para ser conducido a Alto Madidi y luego encerrado en el penal de San Pedro de la ciudad de La Paz. Desde la cárcel apoyaba, dirigía y defendía a los mineros. Escribió una emocionante carta a los mineros potosinos por la ayuda financiera prestada a los deudos de la masacre de Siglo XX de septiembre. En la cárcel conoció la cálida y sincera adhesión de los obreros de base.

Sobrevivió a la masacre de San Juan, pero por poco tiempo el 29 de julio de 1967 fue nuevamente apresado. Hemos conocido un telegrama del subprefecto de Uncía a los servicios de inteligencia denunciado que el arsenal de armas del POR había sido enterrado por Camacho. Se lo sometió a torturas y murió así, seguramente entre la fecha de su apresamiento y el 9 de agosto.

Isaac Camacho desapareció para siempre, no tuvo entierro, no hubieron discursos en su memoria, pero ingresó legítimamente al corazón y la mente de los explotados y de los revolucionarios.

(G. Lora, Figuras del Trotskismo)

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