NUEVA FASE DE LA CRISIS POLÍTICA EN BOLIVIA. ¡ABAJO DEL GOBIERNO DERECHISTA DE JEANINE ÁÑEZ! ¡POR UN GOBIERNO OBRERO Y CAMPESINO, APOYADO EN LA MAYORIA NACIONAL OPRIMIDA!

El movimiento masivo, que golpeó al gobierno de Evo Morales, dio paso a un gobierno interino de la derecha fascistoide. En la imposibilidad del levantamiento de establecer un gobierno de la clase obrera, campesinos, indígenas y sectores empobrecidos de la pequeña burguesía urbana, era previsible que se estableciera un gobierno vinculado a Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho. Un gobierno de mayoría nacional oprimida sería un gobierno de obreros y campesinos, una expresión de la dictadura de clase del proletariado. Resulta que la naturaleza del gobierno revolucionario sería el resultado de la alianza obrera y campesina, que incluiría a las capas oprimidas de la pequeña burguesía urbana. Esta alianza solo sería posible si el Partido Obrero Revolucionario (POR) se hubiese destacado como dirección del movimiento de masas, que aplastó al gobierno nacional reformista de Evo Morales. Esta variante no era posible ya que el movimiento de masas contra Evo estaba condicionado por la división interburguesa en torno a las elecciones, por lo tanto en torno a la conservación o el cambio de la gobernabilidad burguesa.

 

El contingente de las masas, que durante 23 días salió a las calles y bloqueó parte del país, no abrazó a los oprimidos que aún seguían al MAS. Una parte importante aún mantenía y mantiene la confianza en la administración Evo, aunque ya no fue posible sostener la impostura de su política nacional reformista, en particular su indigenismo. La revolución proletaria en Bolivia será necesariamente de la mayoría nacional oprimida, dirigida por la clase obrera y dirigida por su partido. La población, dividida en torno a la disputa interburguesa, no encarnó los reclamos y el programa de transformación revolucionaria, aunque estuvieron presentes en la pelea.

 

El POR intervino en la rebelión contra el gobierno de Evo, que, en sus 13 años, favoreció a los grandes terratenientes, los agronegocios y las compañías petroleras. La influencia hegemónica, sin embargo, fue la de la oposición burguesa de derecha y ultraderecha. Esta relación opuesta de la política de clase dentro de las masas solo podría concluir a favor de la mayoría nacional oprimida si triunfaba la revolución social al establecer un gobierno obrero y campesino basado en la democracia de masas. En los cabildos abiertos, los comités cívicos y los sindicatos en los que el POR estaba y está presente, expresó la política de independencia de clase, luchando contra el gobierno y enfrentando la influencia de la oposición derechista, bajo la bandera de ¡“Ni Evo, ni Mesa, ni Camacho!” El problema es que esta línea no prevaleció en la revuelta popular. Era necesario que las masas lo encarnaran para liberarse de la influencia de la oposición reaccionaria, que consistía en imponer nuevas elecciones sin la presencia de Evo. Y así establecer el curso de combate del gobierno obrero y campesino. Sin este desplazamiento, no era posible superar la división causada por el choque entre oficialistas y la oposición en el interior de la mayoría oprimida. Los eventos destacaron la importancia de la estrategia del gobierno obrero y campesino, que combina la resolución de tareas democráticas con transformaciones socialistas y la táctica de la independencia de clase.

 

La renuncia de Evo expresó la incapacidad y el agotamiento del nacional-reformismo ante las necesidades más elementales de la mayoría oprimida y la resolución de las tareas democráticas pendientes, siendo la revolución agraria y la independencia nacional las más importantes. Estas tareas llevan a la mayoría oprimida a contrarrestar a la burguesía blanca y racista, heredera del colonialismo español.

 

Evo constituyó un gobierno en las condiciones en que la burguesía oligárquica, racista y proimperialista se enfrentó a una sublevación que derrocó al gobierno de Sánchez de Lozada en octubre de 2004, un hombre vinculado a los agroindustriales del imperialismo oriental y estadounidense. Evo fue elegido en diciembre de 2005, luego de completar la transición dirigida por el vicepresidente Carlos Mesa y el presidente de la Corte Suprema, Eduardo Rodríguez. El período que siguió a la crisis de la “Guerra del Agua” en 2000, el levantamiento instintivo de las masas contra la privatización de los recursos hídricos, no permitió a la burguesía revertir la descomposición política de su gobierno. Evo se proyectó como un nuevo fenómeno en la historia política de Bolivia. Surgió de las masas campesinas y del movimiento de los cocaleros del Chapare. Constituía un gobierno pequeñoburgués empuñando banderas nacional-reformistas.

 

El POR inmediatamente lo caracterizó como “un defensor de la gran propiedad privada, el régimen de explotación capitalista, el poder de los ricos y las multinacionales, aquellos que quieren hacer algunas reformas sin cambiar la estructura económica capitalista atrasada”. Denunció que Evo Morales, a pesar de lucir un poncho, era un presidente burgués. Y que era necesario revelar a los ojos de la mayoría oprimida su impostura reformista e indígena. Demostró que su gobierno no se colocaba por el aplastamiento de la “vieja derecha”, enquistada en el Comité Cívico de Santa Cruz. Entonces Evo y su partido el MAS constituyeron una “nueva derecha”. Esta caracterización del gobierno del MAS se confirmó y se evidenció tan pronto como el conflicto sobre la Asamblea Constituyente y la redacción de la nueva constitución se resolvieron entre 2006 y 2009. El enfriamiento de la resistencia de la oposición de derecha, unida en el movimiento separatista de la Media Luna, se dio por medio de garantizar la propiedad privada de los medios de producción y los intereses de la oligarquía terrateniente.

 

En 2009, Evo es reelegido con el 63,9% de los votos. Para un tercer mandato, logró el 61% en las elecciones de 2014. Para postularse para un cuarto mandato (tercero si se considera desde la nueva Constitución), Evo tuvo que ignorar la derrota sufrida en el referéndum de febrero de 2016, en el que el NO obtuvo el 51,3%. En las elecciones de octubre de 2019, Evo obtuvo el 45% y Mesa el 38% de los votos, cuando el recuento alcanzó el 83% de las urnas. Un apagón interrumpió la encuesta durante casi un día. En la reanudación, Evo tenía 46.8% y su oponente 36.7%. No necesitaba que la OEA, un instrumento del imperialismo, detectara el fraude para que la población lo detectase. Motivo que desencadenó el movimiento nacional para el derrocamiento de Evo. Es importante tener en cuenta que, independientemente del chanchullo, e incluso la posibilidad de que Evo gane en la segunda vuelta, el 45% de los votos –muy por debajo del 63,9% y el 61% obtenidos en elecciones pasadas– indicaron un gran desplazamiento electoral de una parte de la población para el candidato de la vieja derecha. Hubo y ciertamente sigue habiendo ilusiones en una capa importante de los explotados en el gobierno de Evo. Pero no lo suficiente como para sortear la crisis política que llevó a su renuncia. La demostración práctica de que su gobierno se había adaptado a la presión estadounidense y se había sometido al poder económico de las empresas agrícolas, mineras y petroleras socavaba la autoridad caudillesca de Evo, obtenida después de la pantomima de la Asamblea Constituyente y la Constitución Plurinacional. Más recientemente, es necesario indicar la aproximación del Evo Morales hacia el gobierno fascistizante de Bolsonaro. Estuvo presente en su asunción, y se arrodilló ante la reacción internacional y brasileña con la entrega del exiliado Cesare Battisti a sus perseguidores.

 

El declive en la capacidad de arrastre electoral masiva es solo un síntoma de descontento, que ha crecido a medida que el gobierno tomó medidas antinacionales y antipopulares. Las numerosas marchas indígenas del Parque Nacional Isiboro-Sécure Tipnis en 2012, abrieron una grieta en la base de apoyo al gobierno de Evo, expusieron los intereses de las multinacionales, particularmente los poderosos grupos económicos brasileños. Se quitaron la máscara del indigenismo y del Estado Plurinacional. Las huelgas, manifestaciones y bloqueos se volvieron recurrentes. Los movimientos fueron contenidos por la represión policial y la acción de la burocracia sindical vinculada al MAS.

 

El levantamiento actual tiene en su base los conflictos pasados y el descontento que se ha extendido por todo el país. Es un error ignorar la cadena de eventos de la lucha de clases y el choque de la población indígena con sus opresores capitalistas. El hecho de que la clase obrera, vinculada a la minería, se haya visto afectada por el declive de la industria minera ha permitido que la pequeña burguesía y los sectores populares aumenten su influencia en la lucha contra los gobiernos. No menos importante es la división establecida entre cooperativas mineras y los obreros de la extracción. El gobierno de Evo alentó a las cooperativas de pequeños productores, negándose a nacionalizar esta importante rama económica del país. Esta situación desfavorable para la vanguardia de la clase obrera dificultó y dificulta, en la crisis actual, superar la división en el seno de la mayoría nacional oprimida causada por la disputa inter burguesa sobre el poder. Es esencial comprender que solo la clase obrera, bajo la dirección del POR, podría y puede derrotar la influencia de la vieja derecha burguesa sin someterse al nacional reformismo descompuesto que puede describirse como la nueva derecha. Esta posibilidad no pudo surgir de la crisis revolucionaria, aunque el POR luchó para que se visibilizara.

 

La renuncia de Evo y el derrocamiento de todo su gobierno terminaron en una victoria para la derecha y las fuerzas contrarrevolucionarias. Esto fue así porque las masas, en estado de shock con la continuidad del gobierno del MAS, estaban condicionadas por las fuerzas de derecha, que albergaban una facción fascista. El fascista Luis Fernando Camacho surgió como el principal jefe de la oposición de derecha, ocultando incluso la figura de Carlos Mesa, no solo porque es un hombre de negocios orgánicos y vinculado umbilicalmente a los terratenientes, sino también porque es un representante de los evangélicos pentecostales, que se extendió por los países semicoloniales como catequistas al servicio del imperialismo estadounidense

 

Al parecer, Camacho fue uno de los primeros en exigir la renuncia de Evo. Las Fuerzas Armadas esperaron el veredicto de la OEA confirmando el fraude para impulsar el ultimátum lanzado desde el Comité Cívico de Santa Cruz. En el momento en que Evo admitió la inspección de este organismo controlado por los Estados Unidos y aceptó convocar a nuevas elecciones, aceptó las determinaciones de las fuerzas burguesas que controlan el estado, en forma de la dictadura de la minoría burguesa contra la mayoría explotada. Calculó mal, suponiendo que la oposición radicalizada, apoyada por las movilizaciones populares, aceptaría una segunda ronda con su presencia y todo el aparato estatal, que fue ampliamente utilizado en la disputa electoral. Restaba la definición de las Fuerzas Armadas y de la policía. La primera señal fue que se negaron a reprimir la revuelta que salió a la calle. Era una señal de que estaban del lado de la oposición. Sin el instrumento de contención masiva, Evo solo podía contar con la parte que aún permanecía fiel a su gobierno. En otras palabras, apoyarse en la división de la mayoría oprimida. Probablemente descubrió que no podía causar una división en las Fuerzas Armadas. Lo que era decisivo para resistir el movimiento de masas y la ofensiva de la oposición de derecha. En este caso, se abriría un camino para la profundización de la crisis, que podría conducir a una guerra civil. En las disputas inter-burguesas, una guerra civil no es factible sin choques internos en las Fuerzas Armadas y la disolución de su unidad. Evo no arriesgaría su cuello utilizando esta ruta. Por naturaleza, la política del nacional reformismo es pacifista y conciliadora. Esto cuando se trata de choques interburgueses. Si las Fuerzas Armadas y la policía no se hubiesen escapado de su mando, Evo sin duda autorizaría el uso de la violencia contrarrevolucionaria frente al movimiento de masas.

 

La renuncia se debió a la débil respuesta ante la convocatoria a sus partidarios para defender a su gobierno en las calles, enfrentando el movimiento que estaba por su renuncia. Evo y todo su gobierno quedaron suspendidos en el aire. Optaron por la alternativa de entregar el poder a los opositores. Las masas en lucha quedaron al margen. Ante la imposibilidad de que la movilización se convirtiera en revolución social y derrocara el poder burgués, las fuerzas opositoras tomaron el lugar dejado por el breve vacío de gobernabilidad. Ya no necesitaban de las fuerzas populares. Se instituyó como presidenta interina, Jeanine Áñes. Todo indica que la senadora está vinculada a Camacho y los pentecostales. Inmediatamente ajustó el comando de las Fuerzas Armadas y la policía, nombró a los ministros en funciones y prometió elecciones dentro de tres meses.

 

Evo denunció su renuncia como un golpe de estado. De este modo, ocultó y oculta su responsabilidad por el levantamiento de un gran contingente de explotados. Desconoció que durante días las calles fueron tomadas no solo por la clase media sino por capas de trabajadores urbanos, campesinos e indígenas. Parte de ellos sirvió como base de apoyo para su gobierno. Fingió que no se adaptó en los trece años de su gobierno a los intereses y presiones de las fuerzas de derecha, que, por su naturaleza, son contrarrevolucionarias y golpistas. No le importaba su incapacidad y falta de voluntad para movilizar a la fracción de los explotados que todavía creían en su gobierno. Evo no podía admitir que cayó porque las masas salieron a las calles contra la violación de la consulta popular y las maniobras que le permitirían otro mandato presidencial. Todos estos motivos, entre otros, desaparecieron, quedando solo la acción de la derecha, que sin duda buscaba la ruta del golpe

 

Los explotados, el POR, los sindicatos y los movimientos se enfrentan ahora a una nueva fase de la crisis. Se instala el gobierno de los terratenientes, racistas y proimperialistas. Su acción gira para desmovilizar a los explotados que lucharon contra Evo; y para reprimir a los explotados que no aceptaron la caída del gobierno. Las Fuerzas Armadas y la policía están en el lecho natural del estado dirigido por la oligarquía y guiados por el imperialismo. El gobierno pequeñoburgués, supuestamente reformista del capitalismo, ocupó un lugar provisorio dentro del estado, criatura de la burguesía y aparato de su dictadura de clase. La tarea inmediata de Jeanine Áñez es completar el período provisional transfiriendo el poder a un gobierno de las fuerzas al mando del gran capital, si es posible, en la mejor de las hipótesis, celebrando elecciones dentro de noventa días.

 

El obstáculo para este plan, que cuenta con la participación de la OEA y el apoyo directo de Trump, surgió de la reacción del movimiento campesino-indígena, que cuenta con el apoyo de los mineros. La retirada de la bandera Wiphala del Congreso Nacional y su quema en las calles por parte de los racistas han indicado a las nacionalidades indígenas el peligro que representa el regreso de la oligarquía terrateniente y los representantes de los agronegocios. Bajo el gobierno de Evo y la constitución, que instituyó la bandera de Wiphalia, los campesinos indígenas, la abrumadora mayoría de la población, cultivaron la ilusión sobre el fin de la dominación blanca española y, por lo tanto, el racismo colonialista. Aunque el gobierno de Evo se esforzó por limitar las manifestaciones raciales, provenientes de la dominación burguesa, no llegó ni cerca a las raíces de clase de la opresión sufrida por los indígenas. Solo los escondió con la farsa del Estado Plurinacional. Sin embargo, las masas campesinas indígenas no han dejado de asimilar la necesidad de luchar contra los racistas. La provocación de los derechistas estimuló la resistencia en torno al regreso de Evo. Y el gobierno provisional de Jeanine Áñez ordenó al ejército y la policía que frenaran las marchas y las movilizaciones. El asesinato en Sacaba el viernes 15 de noviembre expuso la determinación de la oposición de derecha de asegurar la victoria a toda costa.

 

El POR reconoce el cambio en la situación y se enfoca concentrando la lucha contra el gobierno de las agroindustrias de Oriente y los grandes empresarios, apoyados por el imperialismo. Evo Morales hizo un gesto conciliador en caso de poder regresar a Bolivia. Parece ser información real que el ministro interino Jerjes Justiniano ha establecido conversaciones con el MAS. No hay duda de que Evo y la dirección del partido harán todo para que las masas, que no aceptaron su renuncia, sirvan solo como un medio para negociar los términos de las elecciones planificadas pero no garantizadas.

 

Volvemos a los fundamentos de la crisis revolucionaria. La tarea es superar la división dentro de la mayoría oprimida. División que marcó el movimiento contra Evo, que se mantiene bajo el gobierno interino y que recorrerá todo un período. Es obligatorio recurrir a los reclamos que unifican a los explotados del campo y la ciudad, y desarrollar la estrategia del gobierno obrero y campesino, en gran parte ausente en el choque de los explotados con el gobierno de Evo. El derrocamiento de un gobierno burgués plantea objetivamente que la solución traerá crisis de poder. Los marxistas luchan contra cualquier tipo de gobierno burgués, con los métodos de la revolución proletaria y la estrategia revolucionaria. La lucha contra el gobierno nacional reformista de Evo y la derecha fascista tienen en común que apoyan el capitalismo y descargan su descomposición sobre la clase obrera y la mayoría oprimida. Sin embargo, conservan importantes diferencias y particularidades, que marcan el curso tomado por la lucha de clases en cada caso. Las tareas democráticas agrarias y nacionales ganarán nuevas proporciones con la caída del MAS. Debe darse la debida importancia a la revolución democrática como parte y subproducto de la revolución proletaria. Es preciso volcar todas las energías para derrotar al gobierno de la derecha fascista.

 

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