Elecciones en Estados Unidos: No dejarse engañar, ni por Trump ni por Biden

En la Convención Nacional Demócrata (agosto), el candidato presidencial para las elecciones de 2020, Joe Biden, eligió a la senadora negra Kamala Harris como candidata a vicepresidente.

En la Convención, líderes políticos y comunitarios criticaron la desigualdad, las reducciones fiscales de Trump, por “beneficiar a los ricos”, y exigieron impuestos a las grandes fortunas, para que “paguen su parte”. También destacaron las intervenciones del general Colin Powell (al frente de las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán), y de Michael Bloomberg (alcalde de Nueva York y propietario de fondos de inversión), quienes se unieron al Partido Demócrata en 2016. En particular, el de John Kasich quien, siendo gobernador de Ohio, atacó las huelgas y se pronunció contra el derecho al aborto y la educación pública. En el acto, pidió a la burguesía y a los votantes republicanos que “no le tengan miedo a Biden”, ya que nunca hará un “giro a la izquierda”. Para terminar, Biden dijo que «protegería el Medicare«, que su gobierno ya no «coquetearía con dictadores» y que se implementarán reformas en los procedimientos y métodos de los cuerpos policiales.

La retórica “progresista” no es más que demagogia electoral, para atraer a sectores de la clase media, atormentados por el reaccionario de Trump, jóvenes rebeldes contra la violencia policial y masas empobrecidas. Es la promesa de que Biden “nunca se volverá a la izquierda” (es decir, que nunca irá a fondo en las reformas económicas y policiales). Esta no es solo una estrategia electoral para atraer a los republicanos descontentos con Trump. Es una confesión: si vencen, los demócratas no alterarán las bases materiales de la opresión social y racial que condicionan las relaciones entre clases en la economía, en la vida civil y en el Estado.

Por eso no hubo interés en presentar un programa de gobierno falso. Solo promesas y algunos destellos de retórica reformista. Este posicionamiento, sin embargo, fue forzada por las condiciones de agitación social. Así, los choques de las masas negras contra la violencia policial y el racismo se reflejaron en el discurso demócrata. Sin embargo, tanto Biden como Harris se negaron a declararse a favor de apoyar la principal demanda, concebida por las orientaciones reformistas del movimiento: “desfinanciar” y reformar la policía, reorientando sus recursos a programas sociales para comunidades negras.

El camino histórico del Partido Demócrata está lleno de tales maniobras. Las figuras “izquierdistas” atraen las ilusiones de sectores de masas, que se mueven hacia la izquierda. Mientras están en las elecciones internas (“primarias”), enfrentan el control de las fracciones más derechistas sobre los mecanismos electorales de los candidatos nacionales. La burocracia del aparato del partido (vinculado a las familias políticas dominantes y las fracciones monopólicas que apoyan al partido) maneja la elección de la fórmula electoral con mano de hierro. Así, impide el ascenso de los «izquierdistas», al tiempo que «alinea» a sus seguidores detrás de los candidatos designados por el aparato.

Esto sucedió con Bernie Sanders, quien se sometió a la candidatura de Hillary Clinton en 2016. Ocurrió, ahora, nuevamente, cuando Sanders y Harris (candidatos primarios) se sometieron a Biden. El llamado “socialista” y la activista negra se arrodillaron ante los designios del aparato del partido, bajo la consigna de “derrotar a Trump”. Que esto ocurra bajo las consignas de «defender la democracia», «valores estadounidenses», «unidad de la nación» o «igualdad racial», no altera en absoluto su contenido de clase burguesa.

Esto explica por qué Harris se presta a la farsa de que sería posible la unidad nacional entre la burguesía monopolista blanca -racista y opresiva- con los explotados, particularmente sus estratos negros más pobres y miserables. En otras palabras: cumple la función designada por el aparato del partido, de servir como vitrina electoral al movimiento negro rebelde. Como fiscal general de California, estaba a favor de mantener la pena de muerte y utilizó métodos y procedimientos policiales y legales racistas para proyectar su carrera. Un ejemplo de ello fue su negativa a modificar procesos legales y pruebas policiales, que concluyen en el encarcelamiento masivo de negros.

Por su parte, Biden siempre ha representado políticamente el chovinismo, que está en el origen de la burguesía estadounidense. Siendo un joven senador de Delaware, estaba a favor de la «igualdad» racial, pero mientras las escuelas y el uso del transporte público se mantuvieran segregados (la política llamada «separados, pero igualitarios»). También fue el principal impulsor de la ley, aprobada en 1994, que favoreció el encarcelamiento masivo de negros. Este es el verdadero temperamento del hombre que llegó a decir que no le gustaría que sus hijos crecieran en una «jungla racial».

Nótese que la fórmula de Biden-Harris apunta a esconder detrás de un gesto cínico -la unidad y alianza del candidato “burgués blanco” con la “activista negra progresista”- la relación real de subordinación entre blancos y negros en todas las esferas de vida social y estatal.

Eso es lo que explica Christian Gines, en el diario Jacobin, de Estados Unidos: «Tuvimos una cara negra en el liderazgo de América del Norte durante ocho años, y la situación de la comunidad negra no ha mejorado». De modo que «los negros en las altas esferas actúan sólo como ‘corredores de bolsa’ de la supremacía blanca, ‘vendidos’ con la promesa de progreso». Son palabras que reflejan cuánta ilusión se ha depositado en la farsa de que un negro en la presidencia modificaría la opresión histórica sufrida por las masas negras. Cualquiera que sea la fórmula electoral demócrata, expresará las candidaturas de la burguesía imperialista más poderosa del mundo.

Sin la dirección revolucionaria, capaz de traducir la experiencia de las masas en un programa socialista, siempre terminan siendo arrastradas detrás de los candidatos de la clase dominante. Por eso la radicalización política de las clases medias y del proletariado aún se desarrolla condicionada por la democracia burguesa, a pesar de dar saltos instintivos a la izquierda y, por un momento, chocar contra el régimen burgués en su conjunto.

El primer paso para avanzar en la independencia política de las masas estadounidenses explotadas es denunciar la impostura de las candidaturas demócratas y rechazar que se utilicen como moneda de cambio electoral para negociar reformas, cuya función es engañar a los explotados. Esto requiere avanzar en la unidad de acción, bajo un programa común para defender sus condiciones de vida y luchar contra la burguesía como clase.

Es parte de esta tarea de elevar la vanguardia política, la crítica programática a la trayectoria centrista del Partido Socialista de los Trabajadores (SWP). Organizada como una sección de la IV Internacional en los Estados Unidos, fue destrozada por primera vez por la corriente revisionista del marxismo en la década de 1930. En las décadas siguientes, su dirección se mostró incapaz de elaborar los cimientos del programa de la revolución y constituirse como una fracción dentro del proletariado. Lo que llegaría a converger con las derrotas del proletariado mundial, la progresiva descomposición del estalinismo y la división fraccional de la Cuarta Internacional, impidiendo que el surgimiento de la lucha democrática del movimiento de derechos civiles se suelde al programa de expropiación revolucionaria de la burguesía y la constitución de un gobierno obrero (dictadura del proletariado).

Las consecuencias de este curso se reflejan hoy como un atraso en la formación de una vanguardia con conciencia de clase. Sin embargo, las tendencias de la lucha de clases y la propia experiencia de las masas en lucha favorecen que su sector más consciente y avanzado se acerque y asimile el programa y la estrategia revolucionaria, y se dedique a constituir el partido marxista-leninista-trotskista. Sobre nuevas condiciones, es necesario forjar la unidad revolucionaria de negros y blancos explotados contra la minoría capitalista blanca, sin la cual será imposible conquistar derechos reales y la eliminación total del racismo.

(nota de MASSAS nº 619 – POR Brasil)

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