La lucha por el derecho al aborto no le debe nada al Gobierno ni al Congreso

La Cámara de Diputados dio media sanción el pasado 9 de diciembre al Proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo. La histórica lucha de décadas por el derecho al aborto, cuyas masivas movilizaciones tuvieron su punto más alto en 2018 con jornadas de más de un millón de personas movilizadas, lograron arrancar una primera votación favorable a fuerza de organización, presencia en las calles y métodos de acción directa. Esa es una victoria contundente del movimiento de mujeres.

El Proyecto en cuestión presentado por el Poder Ejecutivo a fines de noviembre intentó tomar el Proyecto presentado en 2019 por la “Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, Legal, Seguro y Gratuito”, sin embargo no podemos dejar de mencionar que ha sufrido sus primeros retoques a poco de entrar en Diputados. La objeción de conciencia individual e institucional representa una clara concesión a las instituciones privadas de salud, sobre todo a las controladas por la Iglesia que abundan en el sistema de salud nacional.

Otro gran retroceso representa la obligación de las menores de entre 13 y 16 años a ser acompañadas por sus representantes legales, limitando el ejercicio de sus derechos básicos consagrados incluso en el Código Civil y Comercial. En Argentina se produce cada 3 horas un parto de niñas entre 10 y 14 años, de los cuales el 80% de los embarazos son producto de abusos sexuales intra-familiares. El capitalismo no es capaz siquiera de garantizar lo que está escrito en sus leyes. De esta forma es posible que la práctica efectiva de la interrupción se dilate o hasta pueda verse obstaculizada.

 

El aborto y las instituciones burguesas

El aborto es el derecho de las mujeres a decidir cuándo queremos tener hijos (si es que lo deseamos) y cuántos queremos tener. Es el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo, a decidir sobre nuestro futuro, a decidir cómo va a seguir nuestra vida. Es el derecho a evitar las frustraciones que implica cargar con las consecuencias de una maternidad no deseada. En síntesis, el aborto constituye un elemental derecho democrático.

La demagógica utilización por parte del Gobierno de este derecho es por un lado una imposición del movimiento de mujeres, pero también un serio intento por despertar ilusiones en la democracia burguesa, en que sus instituciones repodridas todavía tendrían algo para ofrecer. Rechazamos una y mil veces esta cuestión.

El Congreso, ese antro de parásitos, institución enemiga de los trabajadores, no debatió absolutamente nada. Ni ahora ni en el 2018. La cámara de Senadores no debatirá absolutamente nada, aunque giren el proyecto a diferentes Comisiones, enorgulleciéndose de la actividad que están emprendiendo como vulgares politiqueros. El Congreso no puede resolver favorablemente sobre nuestros derechos, sino que únicamente lo hace cuando se lo impone una gran movilización popular.

El verdadero debate se dio en los Encuentros de Mujeres, en el movimiento Ni Una Menos, en los miles de pañuelazos a lo largo y ancho del país. El debate ya lo ha ganado el movimiento de mujeres al lograr que el grito de “aborto legal, seguro y gratuito” haya penetrado en cada sindicato, en cada barrio, en cada escuela o universidad. Este debate desnudó completamente el papel de las iglesias, de los partidos patronales y de las repodridas instituciones del Estado Burgués.

 

A regañadientes o derrotados

Una parte de la población aún se encuentra bajo la influencia de los prejuicios religiosos más cavernarios, que son manipulados por las iglesias, por los políticos, por la burocracia sindical y por los movimientos de desocupados vinculados a la iglesia. Debemos prestar atención a sus argumentos para poder ganar a ese sector de la población a la lucha por el derecho al aborto. Esas instituciones no están defendiendo vida alguna y es importante quitar el velo de esta verdad evidente.

Muchos de los embanderados con el Proyecto de ley lo han votado contra su voluntad, para lavarse la cara frente a las masas y el empuje extraordinario que se dio en las calles. Es necesario remarcarlo para no alimentar confusiones. Que este Gobierno se convierta en el portavoz de la presentación es una hipocresía mayúscula habiendo tenido cajoneado el proyecto durante tantos años teniendo mayoría en ambas cámaras durante el gobierno kirchnerista. La propia Cristina Kirchner se vanagloriaba de tener en su espacio “pañuelos verdes y también celestes”. No es casualidad que en su espacio estén también los principales defensores de los pañuelos celestes, como José Mayans y el nauseabundo Berni.

Y es una derrota de la burocracia sindical que no solo renunció a ponerse al frente de este derecho democrático, que no solo no convocó a ninguna huelga general para imponerlo -demostrando su grado de traición- sino que tomó una posición favorable al aborto clandestino. Los Daer, Moyano, Caló, Piumato fueron los impulsores del documento “los peronistas decimos sí a la vida y no al aborto”. El movimiento de mujeres le dio una tremenda lección que es necesario seguir profundizando.

Y también, sea cual sea la votación en Senadores, le propinó una gran derrota al oscurantismo religioso y a la Iglesia católica principalmente, cómplice de toda dictadura militar en la historia argentina. Es un golpe asestado contra la curia eclesiástica e incluso contra los curas que se reclaman de los más humildes, como el Padre “Pepe” defensor del aborto clandestino, que pretenden catalogar el aborto como un atentado a la vida en abstracto, ocultando que el verdadero atentado contra la vida lo realiza día a día el capitalismo con toda su barbarie.

Por eso es necesario extraer las conclusiones políticas de estos posicionamientos. Recuperar los sindicatos de la burocracia repodrida para incorporar las reivindicaciones de las mujeres; barrer con las direcciones traidoras de las organizaciones de desocupados (triunvirato papal con Grabois a la cabeza), lograr la efectiva separación de la Iglesia del Estado expropiando sin indemnización todas las clínicas y escuelas privadas, y acabar de una vez y para siempre toda tutela burguesa de las masas oprimidas.

 

La opresión es de clase

Los despidos y suspensiones que están a la orden del día, la carestía de los artículos de primera necesidad, la confiscación a los jubilados, los tarifazos que se preparan, empeoran día a día la penosa situación de las mujeres en la sociedad capitalista, no hay cómo desligar estas cuestiones. Las mujeres somos las primeras en perder los puestos de trabajo, en ser precarizadas… somos las mujeres las que debemos renunciar a nuestra independencia económica cargando todo el peso de las tareas domésticas.

En la base de la más avanzada democracia burguesa sigue estando la vieja y arcaica esclavitud del hogar. Mucho más en las semicolonias como Argentina. Y es allí donde se demuestra que el capitalismo no es capaz de garantizar la función social de la maternidad. La doble jornada, la intensa explotación de nuestras capacidades, los salarios diferenciados, agotan las fuerzas físicas y mentales de las mujeres trabajadoras, embruteciéndonos, destruyendo nuestras capacidades intelectuales. Los hombros encorvados de las mujeres son el sostén de la caduca y cerrada unidad familiar de la que se vale el capitalismo para descargar su crisis.

Pero si algo se ha demostrado a lo largo de la historia es que solo la organización y la lucha son capaces de materializar nuestros reclamos. En la Argentina, como en todo el mundo, las mujeres hemos tenido un papel fundamental en las luchas, encabezando por ejemplo el movimiento de madres, abuelas y familiares bajo la última dictadura cívico-militar, que logró poner en el banquillo de los acusados a militares genocidas y sus mandantes. Hemos protagonizado las enormes luchas en defensa de la Escuela Pública, contra las reformas, entre otras muchas. Esto a pesar del papel que nos tiene preparado el capitalismo en la sociedad.

Pero nada tiene que ver la mujer obrera, la mujer asalariada, con las mujeres que sirven a los intereses de los explotadores, desde puestos directivos en las empresas, como empresarias, como funcionarias judiciales, o en las curules parlamentarias, por más que lleven un pañuelo verde en su muñeca. Nada tenemos que ver con las Silvia Lospennato, las Cristina Kirchner o las Malena Galmarini, entre muchas otras. Ellas no son “aliadas” sino enemigas de clase, defensoras de un régimen de opresión que nos condena a una existencia miserable. Que seamos todas mujeres no nos iguala porque el problema es de clase y no de género. No es posible ningún festejo, abrazo o foto en común con ellas.

Hoy día el grandioso movimiento de mujeres tiene una dirección reformista, principalmente de organizaciones feministas de distintos orígenes. Es posible que lleguen a señalar que el sistema capitalista es el responsable de la situación actual de la mujer pero no alcanza con esto, ya que puede generarse la falsa idea que podría haber un capitalismo humanizado, o habría que tirar la rueda de la historia para atrás, para apoyar formaciones precapitalistas donde la mujer ocupaba otro espacio en la sociedad.

Por eso intervenimos como Partido en el movimiento de mujeres. Porque es necesario que la vanguardia vincule las banderas democráticas con las económicas y desarrolle la estrategia de la revolución y dictadura proletarias, única garantía de entablar una lucha consecuente por las reivindicaciones del movimiento y la emancipación real de las mujeres. Estamos llamadas a ser parte de esa vanguardia politizada que se prepara para emancipar a toda nuestra sociedad y no solo a conquistar un derecho democrático dentro de la sociedad capitalista.

 

¿Cómo seguimos?

La conquista del derecho al aborto se enmarca en la lucha por las condiciones de vida en general, es decir el derecho a un trabajo, a un salario que como mínimo cubra la canasta familiar, por el derecho a la vivienda digna, por el acceso a la salud, a la educación, etc. Contrariando al posicionamiento feminista, la lucha por el aborto no es un fin en sí mismo, sino que está condicionada a la lucha por el fin de toda forma de opresión.

Como marxistas nos movilizamos y reivindicamos la lucha por obligar al Estado que garantice gratuitamente las condiciones seguras, higiénicas y adecuadas para realizarlo. La votación de las próximas semanas en Senadores no cierra ninguna lucha, sino que abre la perspectiva para seguir avanzando. No alimentamos ninguna ilusión en la resolución de los problemas de las mujeres bajo el capitalismo que arrastra un largo período de descomposición. Ninguna ley o reglamentación terminará con el flagelo de nuestra situación. Pero ese no es argumento para dejar de combatir ni por un segundo contra todas sus taras, contra todas sus privaciones, contra toda su barbarie y descomposición. Si un paso logramos dar en la pelea será producto puro y exclusivamente de nuestras fuerzas, de nuestra organización y lucha.

Y remarcamos las veces que sea necesario que no se dará un solo paso por el fin de la subordinación y degradación de las mujeres sin que se rompan las cadenas económicas y sociales que nos aprisionan al hogar. La transformación de la propiedad privada de los medios de producción en propiedad social es la condición para que haya igualdad real entre mujeres y hombres. El programa de la revolución proletaria es el programa que responde históricamente a la liberación de la arcaica cadena de opresión del hombre por el hombre. La liberación de las mujeres y la de toda la sociedad solo puede ser resultado de la revolución socialista, que terminará con toda forma de opresión.

Queremos salarios y jubilaciones que nos alcancen para vivir (como mínimo la canasta familiar). Queremos que se ajusten mes a mes según la inflación. Queremos terminar con el drama de la desocupación, que todos tengamos trabajo, y no porcentajes asegurados dentro de algunas empresas. Queremos terminar con toda forma de trabajo precario, en negro o condiciones de esclavitud. Queremos sistema único, público, laico y gratuito de educación y salud. Queremos planes de vivienda para resolver la crisis habitacional. Queremos guarderías en todos nuestros lugares de trabajo, comedores y jardines maternales. Queremos centros de atención y protección de las mujeres y niños con mayor vulnerabilidad. Queremos lavanderías populares en cada barrio, en cada manzana. Queremos recuperar todos los sindicatos para los trabajadores, con delegados que nos representen. Queremos dejar de cargar sobre nuestras espaldas con todo el peso de las tareas domésticas. Es decir, queremos terminar con este régimen completamente incapaz de satisfacer nuestras reivindicaciones.

 

(nota de MASAS nº 384)

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