Estados Unidos: Biden asume la presidencia

Las masas oprimidas deben organizarse para hacer frente al nuevo gobierno

El 20 de enero, Joe Biden asumió el cargo de presidente número 46 de los Estados Unidos. La ceremonia contó con público limitado, tanto por las restricciones sanitarias como por la militarización de la capital, Washington, donde se apostaron 25.000 hombres de la Guardia Nacional, para prevenir nuevos “actos de sedición”, como los ocurridos el 6 de enero.

En la posesión, se destacó la ruptura en la tradición de la transición del poder de un presidente a otro. Trump decidió no asistir a la ceremonia.

La puesta en escena de una “transición pacífica” no ha logrado ocultar las profundas divisiones que han marcado la política burguesa y las relaciones sociales en el país.

 

Primeros pasos

Biden firmó 15 «órdenes ejecutivas» (decretos), que simbólicamente marcan «una ruptura» con el legado de Trump. Aprobó el regreso de EE.UU. al Acuerdo Climático de París, reintegración a la Organización Mundial de la Salud (OMS); reducción de las “desigualdades raciales y civiles” en las instituciones y en las Fuerzas Armadas; un proyecto de “Ley de Ciudadanía”, para gestionar la frontera de manera “responsable”; regularización de 11 millones de inmigrantes ilegales; estructurando una campaña nacional para detener y frenar los daños del Covid-19 (que se cobró la vida de más de 400.000 personas), revocar la construcción del muro fronterizo en México, así como eliminar los impedimentos a la inmigración de países con mayorías musulmanas. Finalmente, aprobó un ambicioso paquete de US $ 1,9 mil millones para impulsar la economía y ayudar a las familias afectadas por la crisis económica y pandémica.

 

Herencia trumpista de última hora

El secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, se encargó de montar varias maniobras diplomáticas, días antes de su toma de posesión, que Trump transformó en decretos: la inclusión (una vez más) de Cuba en la lista de países «promotores del terrorismo», clasificando a los rebeldes hutties yemeníes como terroristas, revocando restricciones a los contactos comerciales y políticos entre Estados Unidos y Taiwán y, finalmente, denunciando a Irán como la «base de las operaciones de al-Qaeda» en el Medio Oriente.

Esta «herencia trumpista», aunque puede modificarse, no deja de señalar el camino, trazado desde la administración Bush, que Biden seguirá, en sus líneas generales intervencionistas. Eso corresponde a las necesidades de la ofensiva imperialista para controlar los mercados, los recursos y las regiones geográficas estratégicas, en las condiciones de descomposición del capitalismo, caída de la tasa promedio de las ganancias monopólicas y agravamiento de la guerra comercial.

 

Cambia la forma, la esencia permanece

Biden ha declarado en varias ocasiones que preservará la mayor parte de los intereses estadounidenses en la disputa comercial con China; así como el papel de liderazgo de Estados Unidos en las decisiones internacionales. La retórica empleada en su discurso inaugural, que con la “fuerza del ejemplo” es que prevalecerá la hegemonía estadounidense en la resolución de los conflictos mundiales, pretende cubrir, con el velo del “multilateralismo”, la ofensiva monopolista norteamericana contra las masas y naciones oprimidas. Puede cambiar las formas, pero no el objetivo de proteger sus intereses mundiales.

Entre todos los precandidatos demócratas, el nuevo presidente es reconocido como el demócrata más cercano a la política nacional-chovinista de Trump. Se sabe que alentó la “revuelta” de la plaza Maidán, en Ucrania, que sirvió de detonante para el levantamiento e insurrección de los movimientos ultraderechistas y nacionalchovinistas ucranianos, que derrocaron al presidente Yanukovych (aliado de Rusia), con el objetivo de debilitar la influencia rusa, y dar paso a la penetración de monopolios en el país, rico en recursos naturales e industriales.

Como presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, apoyó la invasión imperialista de Irak y Afganistán. Siendo senador opositor a Trump, apoyó el nombramiento unilateral de Guaidó como presidente de Venezuela. El cual sirvió de base para los intentos golpistas de derrocar al gobierno nacional-reformista de Venezuela.

 

Defensa de la gobernabilidad

Todo apunta a que Biden asume la presidencia, reuniendo el apoyo de las principales fracciones capitalistas y el alto mando de las Fuerzas Armadas. Tiene la estrecha ventaja de haber obtenido una mejor posición en el Senado y mantener la mayoría en la Cámara de Diputados. Según los analistas, el demócrata podrá aprovechar las esperanzas que suscitan los estratos más pobres y oprimidos, como los negros y los inmigrantes.

El “asalto” al Capitolio indicó que Biden enfrentará una oposición sistemática de la ultraderecha, generada dentro de la clase media. Al mismo tiempo, demarcó la necesidad política de acercarse a estos estratos y evitar el agravamiento de la división evidenciada en las polarizadas elecciones. En caso de que busque un camino intermedio, causará descontento entre las masas que lo apoyaron contra el socialchovinismo y el racismo de Trump.

El discurso en la asunción de «unir a la nación», sin importar si es «azul» (demócrata) o «rojo» (republicano), negro o blanco, muestra las bases de la política burguesa de manejar la democracia como instrumento de dominación de burguesía sobre las masas. Este es el significado objetivo de la retórica de que «la democracia ha prevalecido». Básicamente, existe la necesidad de preservar la centralización de las fuerzas económicas y políticas dominantes en torno a lo que es común en la burguesía imperialista: la defensa de la gobernabilidad y la capacidad imperialista de intervención mundial, como instrumento al servicio de los monopolios.

 

Estado policíaco

Las condiciones económicas, especialmente en las crisis, determinan en última instancia la política general y sus variantes particulares. Trump no pudo cumplir su programa para recuperar el poder mundial de la economía estadounidense y potenciar las fuerzas productivas internas. Sus directrices llevaron a exponer la brutal opresión capitalista sobre las masas, resaltando la situación particular de los estratos negros e inmigrantes. Sobre esa base gobernará Biden. Y el factor decisivo es la lucha de clases. No hay forma de que el gobierno demócrata sofoque las tendencias chovinistas de grandes porciones de la clase media blanca, de la cual Trump reunió fuerzas y las alimentó. Lo más probable es que se fortalezca el estado policial y se acerque a las tendencias racistas.

Las Fuerzas Armadas advirtieron, en nota del Comando Conjunto, sobre el agravamiento de los disturbios sociales, y exigieron combatirlos con medidas represivas. Utilizaron el ejemplo de la invasión del Capitolio como indicador de las crecientes amenazas a la «democracia». Los militares apoyaron el contenido del nuevo proyecto de ley, que agrava las penas y fortalece la represión política, contra el «terrorismo interno» y los «actos de sedición»

La experiencia histórica enseña que, tomando como justificación la contención de la ultraderecha racista y xenófoba, el fortalecimiento del estado policial tiene como objetivo evitar que las masas explotadas se proyecten con sus métodos de acción directa, en respuesta a la crisis económica, desempleo y empobrecimiento.

 

Tareas de la vanguardia

Al inicio de su mandato, Biden contará a su favor con las ilusiones democráticas depositadas en sus promesas y con la crisis de dirección revolucionaria, que ha dificultado superar la desorganización de la clase obrera estadounidense, romper la política oportunista de la dirección política de los movimientos, y barrer el sindicalismo burocrático podrido.

Entretanto, la convulsiva marcha de la crisis del capitalismo y las contradicciones sociales han obligado a los explotados a luchar en defensa de sus intereses más básicos. Es muy posible que choquen, más temprano que tarde, con el gobierno, que en este momento aparece como un salvador de la democracia y la igualdad, y un promotor de la armonía mundial.

Las pautas para la reanudación del Acuerdo de París y la reanudación de la bandera de los derechos humanos, así como la reanimación de la Organización Mundial del Comercio, servirán para que Biden reoriente el intervencionismo estadounidense en el mundo. Es de esperar que la guerra comercial se agrave, y no al revés. China sigue siendo la potencia que debe ceder ante los monopolios y completar el desmantelamiento de su capitalismo de estado.

América Latina -dicen que no será una prioridad del nuevo gobierno- seguramente tendrá que soportar un peso importante de la desintegración del capitalismo mundial, como ya ocurría bajo la administración Trump. Bajo la máscara de la democracia se buscará reorganizar las fuerzas burguesas para continuar con las contrarreformas y eliminar los obstáculos nacionalistas, como los de Venezuela y Cuba. La lucha antiimperialista tendrá que ser encarnada por el proletariado, como parte de la defensa del empleo y del salario, y como expresión del programa de la revolución social.

 

(nota de MASSAS nº627 – POR Brasil)

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