BRASIL: En defensa del empleo, los salarios y los derechos laborales – Esa es la tarea del momento

Masas 647, Editorial, 19 de septiembre de 2021

Es evidente que la inflación y el aumento del coste de la vida han empezado a dispararse. El INPC oficial alcanzó el 10,42%. El arroz y el frijol subieron un 33% y un 18%, respectivamente. Aceite de soja, 68%; carne, 31%. El conjunto de necesidades básicas, un 16%. En sólo un año, el gas de cocina aumentó un 29,44%. El aumento de los precios de la gasolina y el diésel es astronómico. En algunas partes del país, el litro de gasolina cuesta 7 reales. La cesta básica de alimentos cuesta 664,67 reales (288,67 dólares), y el salario mínimo real debería ser de 5.583,90 reales (3.853 dólares), según el Dieese, El precio de los medicamentos, que ya era prohibitivo para la mayoría de la población, ha subido una media del 10%.

La otra cara de la moneda de la crisis social es la gigantesca tasa de desempleo (14,7%) y subempleo (40%). De los 86,7 millones de trabajadores, 34,7 millones están subempleados (informales); 14,8 millones buscan trabajo y no lo encuentran. Una masa de jóvenes soporta la mayor tasa de desempleo.

El elevado número de trabajadores subempleados y desempleados es estructural. Esto significa que las fuerzas productivas no crecen lo suficiente como para reducir significativamente el ejército de desempleados.

El desempleo, el subempleo, el alto coste de la vida y la tendencia a reducir el valor de la fuerza de trabajo amplifican la miseria y el hambre, que son por tanto también estructurales.

La potenciación del desempleo, el subempleo, la miseria y el hambre demuestran que el capitalismo está en desintegración, es decir, que sus fuerzas productivas están estancadas o casi estancadas. Esta tendencia al estancamiento de las fuerzas productivas, al no ser un fenómeno estrictamente nacional, refleja la descomposición mundial de las fuerzas productivas del capitalismo en la fase imperialista. La burguesía no tiene medios para llevar a cabo reformas progresivas que eliminen los obstáculos que impiden el avance de las fuerzas productivas. Esta contradicción se manifiesta en el seno de las relaciones de producción, condicionadas por la gran propiedad de los medios de producción y, por tanto, por los monopolios que controlan las principales ramas de la economía. Para liberar las fuerzas productivas, es necesaria la solución histórica de transformar la propiedad privada de los medios de producción en propiedad social. Esta transformación depende de la revolución proletaria.

La cuestión que se plantea en una situación tan difícil y dramática para la clase obrera y la mayoría oprimida es qué hacer, si la posibilidad de la revolución social todavía parece lejana. No hay otra respuesta que preparar las condiciones para la revolución proletaria. De ahí la segunda pregunta, cómo preparar esas condiciones, si se trata de un proceso histórico cuyo resultado es en gran medida indeterminado. El punto de partida se encuentra en la defensa de un programa de reivindicaciones vitales de los explotados, en la organización independiente del movimiento obrero y popular frente a cualquier variante de la política burguesa, en la expulsión de las direcciones pro-capitalistas que controlan los sindicatos, en la constitución de organismos de base de la democracia obrera y en el desarrollo de los métodos de acción directa. Este punto de partida está evidentemente vinculado y dirigido por la estrategia propia de poder de la clase obrera. Es necesaria una tercera cuestión, la de la dirección revolucionaria que barrerá los obstáculos que impiden la organización independiente y consciente del proletariado. No hay otro camino que trabajar sistemáticamente en el seno de los explotados, construyendo el partido de la revolución proletaria.

Pero, ¿en qué situación se encuentran la clase obrera y la mayoría oprimida? Esta es la cuarta pregunta. Están desorganizados, controlados por las direcciones sindicales y políticas pro-capitalistas y, por tanto, colaboracionistas. La vanguardia con conciencia de clase, que lucha por la independencia del proletariado y la construcción del partido marxista-leninista-trotskista, debe guiarse por la determinación de derrotar a las fuerzas oportunistas y traidoras, como parte de la lucha de clases contra la burguesía y su poder político. Ciertamente, esta es una tarea que exige una táctica particular de lucha contra la política de colaboración de clases, y de separación de las masas explotadas de las direcciones pro-capitalistas, aunque es sólo una variante de la táctica revolucionaria destinada a emancipar a los explotados del dominio general de la burguesía. Es en esta lucha diaria donde la vanguardia con conciencia de clase echará raíces en el proletariado, avanzará en la construcción del partido y contribuirá a la superación de la crisis histórica de la dirección mundial.

El programa de reivindicaciones para defender la fuerza de trabajo y combatir la pobreza, la miseria y el hambre tiene todo para ser asumido por la clase obrera y el resto de los trabajadores. Las direcciones sindicales y políticas colaboracionistas y pro-capitalistas pueden bloquear, dividir y debilitar, durante un período, las fuerzas sociales de las masas, pueden así adormecer, durante un tiempo, los instintos de revuelta de los explotados, pero no pueden reprimirlos ni controlarlos indefinidamente. En este terreno se apoya la lucha de la vanguardia contra los topes establecidos por las direcciones traidoras. Los instintos de revuelta de los oprimidos se transformarán en lucha de clases contra el desempleo, el subempleo, las reducciones salariales, la miseria y el hambre.

Las direcciones reformistas y, por tanto, pro-capitalistas, demostraron hasta dónde estaban dispuestas a llegar con su política de sometimiento a la burguesía en este largo curso de la Pandemia. Se negaron a organizar a los explotados, que se encontraron fragmentados e impotentes, enfrentados a cierres de fábricas, despidos masivos, recortes salariales y destrucción de derechos. Después de un año y tres meses, rompieron su pasividad, convocando las manifestaciones de «Fora Bolsonaro e Impeachment», apuntando a las elecciones y por lo tanto al cambio de un gobierno burgués por otro. Mientras se discute la formación de un frente amplio para las acciones del 2 de octubre y del 15 de noviembre, las direcciones de los sindicatos metalúrgicos entierran la campaña salarial. En lugar de que las centrales, los sindicatos y los movimientos populares organicen la lucha por el empleo, los salarios y los derechos, instan a los trabajadores a confiar en las elecciones para destituir a Bolsonaro, y prometen la vuelta de los empleos.

El Partido Obrero Revolucionario insiste en el llamado a la lucha en defensa del programa de los explotados. En defensa de la convocatoria de un Día Nacional de Lucha, con paros y bloqueos, para preparar la huelga general, y para exigir a los gobernantes y a la burguesía que atiendan la Carta de Reivindicaciones de los trabajadores.

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