Iraq: Disgregación del régimen político

El 30 de julio, los partidarios de Muqtada al Sadr, clérigo chiíta y político disidente del régimen iraní, anunció su renuncia de toda actividad política y convocó a sus seguidores que apoyar al ayatolá Kadhim al Haeri, que renunció a su cargo en favor del liderazgo del ayatolá iraní Ali Jamenei, denunciando que se trataba de una «renuncia forzada» y un refuerzo de la influencia iraní en el país.

El movimiento «sadrista» -la mayor fuerza electoral del país (10% del total)- pretendió durante meses formar un gobierno que excluyera al líder del movimiento chiíta rival, Nuri al-Maliki, primer ministro entre 2006 y 2014. Para conseguirlo, buscó un acuerdo con las facciones suníes y kurdas. Pero, todos sus intentos fracasaron. La reciente dimisión de sus 73 diputados y la irrupción de los «sadristas» en el parlamento tenían como objetivo impedir el establecimiento de un gobierno de fuerzas políticas y sectarias, acusado de favorecer las «influencias externas» en el país.

Sin embargo, el arriesgado golpe «sadrista» no hizo más que agravar la crisis política, que venía cobrando fuerza desde las elecciones del año pasado. La invasión del parlamento y los enfrentamientos callejeros entre facciones sectarias dieron lugar a una violenta represión, con más de treinta muertos y 700 heridos. Ante la feroz reacción de las fuerzas políticas y sectarias rivales, Al Sadr desistió finalmente a desestabilizar el régimen, pidió a sus seguidores que abandonaran las protestas e incluso criticó a aquellos de sus partidarios que recurrieron a la violencia. La capitulación de al-Sadr y su traición a las masas a las que convocó para defender sus posiciones políticas fue tan rápida y concluyente como su tentativa golpista para imponer sus condiciones. Lo que, lejos de pacificar el país, impulsará aún más la base social de sus partidarios, y la ruptura del régimen político iraquí que, desde las pasadas elecciones, ha quedado en el aire tras no conseguir nunca formar gobierno.

La inestabilidad congénita y fisiológica del régimen político impuesto por el imperialismo, después de haber arruinado e invadido el país, basado en el «reparto del poder» entre las facciones kurda, suní y chiíta, y destinado a resolver los conflictos internos, y a proporcionar una base de operaciones estable para que el imperialismo pueda maniobrar libremente en la región, no es sostenible. La caricatura de la democracia, impuesta desde fuera del país, se ha mostrado impotente para superar los enfrentamientos y las divisiones, resultado de la permanencia del atraso del país y de las presiones de la guerra comercial entre las potencias que se disputan la influencia, los territorios y los recursos en la región: Rusia y China, por un lado, y el imperialismo liderado por Estados Unidos, por otro.

Sin embargo, el reparto del poder ha pasado por alto el hecho de que las facciones sectarias no son homogéneas, sino que se basan en divisiones tribales y territoriales, que no siempre se corresponden con las alianzas políticas ocasionales, lo que impide a cualquier gobierno contar con un apoyo firme. En los enfrentamientos políticos subyace la lucha por el control de las fuentes de materias primas y la gestión de los multimillonarios ingresos obtenidos por las exportaciones de petróleo. Por ello, la disputa por el control de las riquezas de la región y el sometimiento de los gobiernos de la región por parte de las potencias no podía dejar de reflejar la realidad histórica, política y social derivada del atraso y la opresión nacional.

La disgregación del régimen político, por otra parte, refleja las tendencias de empeoramiento de la descomposición capitalista. El aumento inflacionario de los precios de los bienes de consumo básicos, impulsado por la crisis económica y agravado por la guerra de Ucrania, ha reforzado las tendencias a la desintegración de las fuerzas religiosas y nacionales. Todavía resuenan los ecos de la revuelta juvenil y obrera de años anteriores, que se levantó en defensa del empleo, los salarios y los derechos. Y las revueltas obreras y populares son latentes y crecientes en todo el mundo. La barbarie capitalista obliga a los explotados a rebelarse en defensa de sus necesidades y métodos de lucha. Esto no tardará en expresarse en el país, sometido a una brutal opresión social y nacional.

La experiencia histórica enseña que las reivindicaciones económicas y democráticas más elementales acaban abriendo el camino, tarde o temprano, a las reivindicaciones antiimperialistas y anticapitalistas. Pero para que el instinto de revuelta de los explotados contra el capitalismo decadente se transforme en política consciente, es necesario que haya una vanguardia revolucionaria, formada por un partido, marxista-leninista-trotskista. La tragedia de las masas iraquíes reside precisamente en la ausencia de esa vanguardia, que encarna sus intereses elementales y eleva políticamente sus instintos al nivel de las tareas democráticas y revolucionarias. Sin duda, el profundo retraso político y la persistencia de la influencia religiosa son también poderosos obstáculos.

De ahí la importancia de que la vanguardia con conciencia de clase mundial redoble sus esfuerzos para reconstruir la dirección del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional, que ayudará a los explotados iraquíes a romper las barreras de las divisiones sectarias, religiosas y nacionales. Liberados de las cadenas del oscurantismo y del atraso político, romperán las divisiones que tanto favorecen a sus opresores y los mantienen sometidos a una brutal opresión social y nacional.

(POR Brasil – Masas nº672)

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