Respuesta proletaria a las presiones del imperialismo sobre Brasil

No debe pasarse por alto la importancia de la división en el seno de la burguesía mundial y, por tanto, entre los Estados en torno a la guerra de Ucrania. La posición de clase del proletariado y su táctica revolucionaria tienen necesariamente en cuenta las divergencias en el seno de la clase dominante ante grandes acontecimientos como los conflictos comerciales y las guerras.

El imperialismo dirigido por Estados Unidos busca aumentar y reforzar su alianza para ganar la guerra. Rusia, por su parte, necesita el apoyo más amplio de los Estados para no ser derrotada y afirmarse como potencia regional en Eurasia. Las divergencias entre los alineamientos se han expresado en la ONU. Pero es en el terreno práctico de los alineamientos donde se está produciendo el movimiento para la prolongación o el acortamiento de la guerra, cuyos peligros de traspasar las fronteras de Ucrania son reconocidos por todas las fuerzas implicadas en la mayor conflagración después de la Segunda Guerra Mundial.

Es en este marco de contradicción y confrontación de fuerzas determinadas por los intereses capitalistas donde el proletariado debe posicionarse y actuar como la única clase capaz de combatir progresivamente la guerra en Ucrania y la escalada militar. Es con el programa, los métodos y la concepción socialista que el proletariado puede erigirse como fuerza revolucionaria en las entrañas de la confrontación de una guerra de dominación como la de Ucrania.

Es sintomático que la reunión de Lula con Xi Jinping haya causado un gran revuelo internacional. Esto se debe a que Brasil en sí mismo no tiene potencial para influir significativamente en el curso de la profunda crisis que se manifiesta en forma de guerra en Ucrania y de guerra comercial concentrada en Asia. No tiene ni poder militar ni suficiente poder económico para hacerse oír en su propuesta de paz.

El hecho de que Brasil se sentara con China y firmara un importante acuerdo económico-financiero fue en contra de los Estados Unidos. La iniciativa del gobierno de Lula no estuvo motivada por la guerra en Ucrania, sino por la guerra comercial que Estados Unidos mantiene con China. La dependencia de la economía brasileña de las importaciones chinas de materias primas ha crecido hasta tal punto que no hay forma de alinearse con Estados Unidos en su guerra comercial.

El problema es que no hay forma de desvincular la guerra en Ucrania con la guerra comercial en Asia. Un acuerdo de ampliación de la presencia de capitales chinos en Brasil fortalece su expansión en América Latina. Esta expansión se produce a costa de la dominación norteamericana del continente latinoamericano. Al mismo tiempo, ayuda a mantener la relación de China y, por tanto, la de los BRICS con Rusia. Es por eso que las brutales sanciones económicas y financieras contra Rusia, dictadas por Estados Unidos y aceptadas por los aliados europeos, no tuvieron los efectos esperados a corto plazo de llevar al Estado ruso a la debacle. Al bloque imperialista no le basta con sostener la guerra en Ucrania suministrando armas y recursos financieros, sino que es necesario aislar a Rusia, asfixiarla económicamente y reducir su capacidad militar. Por lo tanto, cualquier acuerdo comercial y tecnológico con China sirve para contrarrestar la estrategia estadounidense de guerra comercial y escalada militar.

La reacción norteamericana contra el gobierno brasileño fue rápida e incisiva. Ponerse del lado de China significa alinearse con Rusia. Este automatismo esquemático expone la ferocidad de la mayor potencia enfrentada al declive de su hegemonía mundial. Está claro que el gobierno de Lula no tiene capacidad para conseguir que Brasil se comprometa con China y Rusia en la guerra de Ucrania. Esto se debe a que la burguesía brasileña, en gran parte entrelazada con la burguesía estadounidense, no lo permite. Lo que la burguesía brasileña permite en este momento es sellar acuerdos económicos y tecnológicos, tanto con China como con Rusia, para defender intereses particulares de sectores económicos.

No por casualidad, bajo la tremenda presión de Estados Unidos y sus aliados europeos, Lula quiso aclarar su punto de vista, que sigue condenando a Rusia por haber invadido Ucrania. Y que no aceptó enviar armas brasileñas a Ucrania porque el objetivo de Brasil es participar en la organización de un grupo de países por la paz.

La presencia del canciller ruso, Sergei Lavrov, en Brasil, se justificó por la necesidad del país de seguir importando los fertilizantes indispensables para el agronegocio. Y también por las necesidades tecnológicas, negadas a Brasil por los norteamericanos. Es sintomático que Estados Unidos haya prometido elevar los 50 millones de dólares prometidos a Lula a 2.500 millones para el fondo amazónico. Es de interés vital para el imperialismo mantener en alto la bandera de la «economía verde», correspondiente al movimiento proteccionista que resurge desde la administración Trump. Este gesto demostró cómo el imperialismo utiliza sus abundantes medios para corromper gobiernos y burguesías semicoloniales.

También es importante señalar las repercusiones de la visita de Emmanuel Macron, presidente de Francia, a China. A Estados Unidos tampoco le gustó la declaración de Macron de que «ser un aliado no significa ser un vasallo«. El significado de este pronunciamiento responde a los peligros de la guerra comercial del Estado estadounidense contra China y al intenso movimiento armamentístico en Asia. La alianza en la guerra de Ucrania ha sido utilizada por Estados Unidos para avanzar en su estrategia de cerco comercial y militar a China en el Indo-Pacífico, con el conflicto de Taiwán con China como pivote para la escalada militar.

Macron expuso una preocupación que no es sólo de Francia, sino también de otros países de la UE, que perciben el peligro de verse arrastrados a un enfrentamiento de Estados Unidos con China, cuyas consecuencias globales serían más catastróficas que las que ya ha provocado la guerra de Ucrania. No están del todo de acuerdo en que la OTAN intervenga en el Indo-Pacífico. Estados Unidos necesita mantener cohesionada su alianza contra Rusia, y al mismo tiempo siente la dificultad de extenderla a Asia.

La entrada de Finlandia en la OTAN fue un gran logro, y el mismo proceso de inclusión de Suecia ya está en marcha. Rusia no tiene forma de responder a este cerco extendiendo la guerra en Ucrania a un enfrentamiento con Finlandia, que está bajo la guardia directa del imperialismo. Estados Unidos y sus aliados están preparando una contraofensiva de las fuerzas armadas ucranianas, que están siendo entrenadas para manejar los potentes tanques de guerra, que ya están siendo entregados a Zelensky. En cierto sentido, las presiones occidentales sobre China se apoyan en la prohibición del suministro de armas a Rusia.

La filtración de numerosos documentos secretos de las agencias de seguridad y militares estadounidenses parece más intencionada que una simple manipulación por parte de uno de sus agentes ya identificado y detenido. Lo más importante de la información se vuelve contra China. Acontecimientos como éste reflejan el agravamiento de la crisis mundial y sus tendencias caóticas. Por eso crece el peligro de las armas nucleares. La propaganda de las potencias de que el rearme de Europa y Japón responde a la necesidad de mantener la seguridad y la estabilidad mundial choca con la realidad.

La escalada militar emprendida por Alemania en Europa y por Japón en Asia es consecuencia del agotamiento del orden mundial establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Se ha agotado un periodo de relativo equilibrio por otro de pronunciado desequilibrio. Este cambio, que implica un rearme de los vencidos en la Segunda Guerra Mundial y una escalada generalizada del militarismo, corresponde al choque entre las fuerzas productivas altamente desarrolladas y las relaciones capitalistas de producción, que precipita el enfrentamiento entre Estados nacionales.

La profunda crisis de la dirección revolucionaria ha hecho imposible que la vanguardia de la clase obrera comprenda las contradicciones que surgen en las condiciones en que se desintegra el capitalismo y que la clase obrera se levante como fuerza social organizada que lucha por su propio programa, con su propia estrategia de poder y sus propios métodos de lucha de clases. Este es el gran problema de la situación mundial.

Las masas siguen sometidas a las divisiones interburguesas y a los movimientos de sus fracciones en conflicto. Al mismo tiempo, la clase obrera y la mayoría oprimida han llevado a cabo luchas en todas partes, algunas más avanzadas y otras aún moleculares. Destaca en este momento el levantamiento obrero y popular en Francia, cuya resistencia a la dictadura de Macron expone abiertamente los antagonismos de clase.

Los movimientos que estallaron, que acabaron siendo controlados o aplastados por la represión, como muestran los casos más recientes de Chile y Perú, indican que las masas han acumulado experiencia. Todavía no han prestado atención a la guerra en Ucrania, aunque están soportando las consecuencias económicas y sociales. Es cuestión de tiempo que este movimiento de resistencia acabe convergiendo con la necesidad de responder a la guerra y a la escalada militar.

Es en estas condiciones que la crisis de dirección debe ser enfrentada por la vanguardia con conciencia de clase. Es parte fundamental de esta tarea construir los partidos marxistas-leninistas-trotskistas como parte de la reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional. Este camino exige obligatoriamente la defensa de los principios y fundamentos marxistas frente a la guerra de dominación que se desarrolla en Ucrania y que refleja sintomáticamente el agotamiento del capitalismo, así como la regresión histórica provocada por la contrarrevolución estalinista que llevó a la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y proyectó el proceso de restauración capitalista.

De la guerra en Ucrania emergen el programa y la política internacionalista de la clase obrera como condición histórica para luchar contra el imperialismo y retomar los eslabones de las revoluciones proletarias.

(POR Brasil – Masas nº686)

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