El imperialismo se apoya en la crisis provocada por el grupo Wagner

En medio de los signos de fracaso de la contraofensiva de las Fuerzas Armadas de Ucrania, emerge un levantamiento del Grupo Wagner ruso, formado por mercenarios y comandado por Ievegni Prigozhin. Esta milicia organizada en el proceso de restauración capitalista y liquidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) evidencia la más completa destrucción del Ejército Rojo, creado por la Revolución Rusa de 1917. Las Fuerzas Armadas de Rusia, que fueron construidas sobre sus escombros y establecidas sobre sus cenizas, corresponden a la victoriosa contrarrevolución procapitalista, encarnada por la burocracia estalinista, que llegó en los años 80 y 90 en profunda decadencia. La degeneración del Estado Obrero por el proceso de burocratización y la eliminación de la democracia soviética comprometería inevitablemente el carácter de clase revolucionario del Ejército Rojo y lo llevaría a convertirse en un instrumento de la restauración capitalista.
Las actuales circunstancias de la guerra en Ucrania y la decisión de Priogozhin de desafiar al Ministro de Defensa Serguei Shoigu y al Jefe del Estado Mayor Valeri Gerasimov exigen demostrar el significado de la creación y utilización de una empresa militar privada para servir de auxiliar al ejército ruso. Como es de dominio público, Estados Unidos es de los mayores promotores de brazos mercenarios en sus intervenciones exteriores en Oriente Medio y África. Las acusaciones de que el gobierno estadounidense ha recurrido ampliamente a estos grupos privados en las guerras de Irak y Afganistán -el mismo camino seguido por Gran Bretaña y Francia- han demostrado hasta qué punto llegó la putrefacción del capitalismo y su democracia burguesa.

Rusia, bajo el gobierno de Putin, siguió el ejemplo del imperialismo reforzando el Grupo Wagner en acciones externas, como en la guerra de Siria, Libia, etc., diferenciándose sólo por no haber legalizado en forma de ley el uso de mercenarios. Este fenómeno provocó discusión en la ONU, que terminó en la nada, salvo por la confirmación de que es una modalidad rentable en la industria capitalista de las guerras.

Sin embargo, hay un factor histórico que debe ser puesto al descubierto. Rusia se ha puesto en el mismo camino que el imperialismo en lo que se refiere al uso de fuerzas de guerra no estatales como resultado de la restauración capitalista y la sustitución del Ejército Rojo que sirvió como defensa de la revolución proletaria ante el Ejército «Blanco» que sirvió y sirve a la contrarrevolución burguesa que derrocó a la URSS. Los cambios en el Ejército Rojo comenzaron bajo la dictadura burocrática de Stalin y concluyeron bajo las condiciones de abierta restauración capitalista. No se puede dejar de reconocer la justeza de la posición de Trotsky de que el avance de la burocratización del Estado soviético implicaba una revisión antimarxista-leninista del carácter de clase de la violencia y de las Fuerzas Armadas. Luchando contra el termidor estalinista, Trotsky, en su ensayo «La revolución traicionada», expone los peligros de un revisionismo que cambia de contenido de clase la naturaleza y la función histórica de las Fuerzas Armadas. Dice: «El ejército de la dictadura del proletariado debe tener, según el programa del partido, ‘un claro carácter de clase, es decir, debe estar compuesto exclusivamente por proletarios y campesinos pertenecientes a los grupos semiproletarios más pobres de la población rural. Este ejército de clase sólo se convertirá en una milicia socialista tras la supresión de las clases'».

En ningún momento Estados Unidos y su alianza europea pudieron denunciar a Rusia por lanzar al Grupo de Wagner al enfrentamiento militar, salvo para acusarla de «cometer crimenes de guerra», como si las potencias que hicieron de Ucrania carne de cañón no fueran los mayores criminales de guerra de la época imperialista del capitalismo. Ahora han visto en el motín encabezado por Prigozhin una señal de división en el seno de la cúpula militar y del gobierno de Putin, que, de consolidarse, favorecerá una contraofensiva de Ucrania, que no ha estado a la altura para lograr el objetivo de reconquistar la región del Donbass y poner fin a su anexión por Rusia.

El acuerdo que llevó a la retirada de las tropas del Grupo Wagner, con la mediación del presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, evitó un enfrentamiento en suelo ruso, que hubiera sido muy favorable a la alianza imperialista y a la contraofensiva en Ucrania. Mucho se ha especulado sobre lo que habría llevado a Prigozhin a volver las armas contra Moscú, a pesar de que no tenía capacidad militar para derrocar a la cúpula militar de las Fuerzas Armadas rusas y, por tanto, al propio gobierno de Putin. Pero lo más probable es que los mercenarios se sintieran amenazados por las exigencias de que se sometieran a la autodisciplina y se pusieran bajo el mando del Ministerio de Defensa.

Putin lo calificó de traición, pero tuvo que aceptar un acuerdo de pacificación. Su comparación histórica con la toma del poder por el proletariado y los campesinos pobres en octubre de 1917, para decir que los rusos no deben derramar sangre rusa, no fue más que retórica. Pero, tenía el sentido de recordarles los peligros de una revolución, que de hecho no tienen nada que ver con las condiciones políticas del momento y exponer su reaccionarismo como parte responsable del proceso de restauración capitalista y desintegración de la URSS. Lo cierto es que el Grupo Wagner es una criatura de la contrarrevolución y que se ha aprovechado de ella para hacer negocios.

La crisis político-militar fue sorteada, pero no resuelta. La instalación del mando de Prigozhin en Bielorrusia ha provocado una petición de los países bálticos para que la OTAN fortifique sus fronteras. El imperialismo aprovechará el conflicto en el seno de las fuerzas rusas para prolongar la guerra y reforzar el armamento de Ucrania. La contraofensiva aún no ha mostrado su eficacia. La bandera de la paz la manipula ahora incluso Zelensky. Pero se trata de un juego del imperialismo, que pretende debilitar las filas de Rusia y presionar a sus militares para que capitulen.

El problema sigue siendo el retraso de la clase obrera en levantarse contra la guerra, empezando por los países del bloque europeo, Ucrania y Rusia. Las manifestaciones radicales en Francia contra el asesinato por la policía de un joven, que siguieron a las huelgas contra la reforma de las jubilaciones de Macron, indican las profundas tendencias de la lucha de clases en Europa. Poco antes, en Portugal, miles de manifestantes tomaron las calles de las principales ciudades bajo las banderas «¡Parar la guerra! Dar una oportunidad a la paz», asumida por la Confederación General de Trabajadores Portugueses (CGTP). Se trata de hacer confluir las luchas contra la opresión capitalista con la defensa del fin de la guerra en Ucrania.

Sólo el proletariado a la cabeza de la mayoría oprimida, con su programa y sus métodos de lucha, puede empuñar la bandera del fin de la guerra, por una paz sin anexiones y sin ninguna imposición del imperialismo.

(POR Brasil – Masas nº692, Editorial)

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