Uruguay: a 50 años del golpe. 12 años de dictadura cívico-militar

El golpe fue parte del Plan Cóndor centralizado por EEUU para liquidar a lo mejor de la vanguardia obrera y juvenil, a sus organizaciones políticas y sociales.

Hubo actos, un paro y reconocimientos a las víctimas, pero lo esencial es hacer un balance de la derrota, la responsabilidad de las direcciones políticas y sindicales, para no cometer los mismos errores, para retomar las banderas comunistas, socialistas, de revolución social, que estaban tan presentes en la vanguardia en aquellos años.

El golpe contra el Parlamento se realizó con el consentimiento del presidente Juan María Bordaberry (lo que se denominó bordaberrización) y guarda relación con el golpe institucional contra Cámpora en el mes de julio de ese año para imponer un curso derechista al nuevo gobierno. La respuesta de la clase obrera fue el paro general concretado aquel 27 de junio que se extendió por quince días y al que se adhirió el movimiento estudiantil.

Durante 7 años, desde las colosales huelgas de 1967 y 1968, las clases dominantes uruguayas, (el imperialismo, la oligarquía y la burguesía nacional) ensayaron todos los métodos posibles para aplastar en su gérmen la revolución obrera. La burocracia, stalinista, hizo todo lo que estaba a su alcance para desviar la situación revolucionaria hacia el cauce de una salvación pacífica del régimen de la propiedad privada.

El 26 de junio, ante el fracaso de todas las variantes puestas en juego, el ejército se vio empujado –por toda la crisis revolucionaria- a dar un golpe preventivo que impidiera el estallido de la revolución. Lo que logró fue impulsar a las masas a iniciar una formidable acción revolucionaria.

No otra cosa fue la ocupación y reocupación incesante de las fábricas, talleres y oficinas, paralizando la acción del Estado y buscando quebrar al gobierno y su brazo armado. El retroceso de la huelga general será el resultado de la capitulación de su dirección, que se opuso a organizar el doble poder en el país y planificar y dirigir el desemboque de la huelga revolucionaria en revolución.  Lo que no pudo derrotar Bordaberry ni los tanques los llevó adelante la dirección stalinista de la CNT que largó la huelga por que la acción de las masas era imparable pero le dio un programa y una perspectiva de negociación con sectores burgueses y militares. Por eso se negó a centralizar las ocupaciones de fábrica, realizar una acción para atraerse a las tropas y construir consejos obreros, erigiendo organizaciones de doble poder. La revolución obrera había comenzado.

Es necesario balancear el papel del Frente Amplio, un “frente popular” y cómo bloqueó la posibilidad de construir el partido revolucionario, imprescindible para poder llevar ese levantamiento a la victoria.

Los acontecimientos en Chile y Uruguay fueron una prueba de fuego para aquellos que se reclamaban partidarios de la unidad en América Latina. El peronismo que propugnaba la consigna de Estados Unidos de América no movió un dedo por la revolución uruguaya, ni contra el intento de golpe de junio en Chile, facilitando el trabajo del imperialismo. Mostrando una vez más la incapacidad del nacionalismo burgués de materializar la unidad latinoamericana. La pasividad del peronismo fue activa: impedir cualquier expresión de solidaridad activa en defensa de los obreros y los oprimidos de ambos países, de sus organizaciones sindicales y políticas. El papel de Perón fue consecuente, no podía solidarizarse con la lucha obrera en Uruguay siendo que había venido a la Argentina para impedir la revolución obrera, para contribuir al cierre de la etapa abierta con el Cordobazo. Decíamos en aquel momento: “la burguesía de los países semicoloniales se ha revelado impotente de acaudillar una lucha antiimperialista real. La razón fundamental de la capitulación burguesa ante el capital financiero estriba en lo siguiente: tiene pánico a desencadenar un combate porque sabe que el proletariado la sobrepasaría y concretaría la revolución obrera. Prefiere, entonces, aliarse al imperialismo y contener los avances de la revolución”. (Política Obrera 162)

La unificación de América Latina sólo se hará contra el imperialismo. La única clase que puede acaudillar la lucha antiimperialista consecuente es el proletariado. La lucha nacional por la unidad de América Latina solo puede progresar por la lucha de clases interior en cada país contra el imperialismo y sus socios. La revolución en cada país es el motor de la revolución latinoamericana. Que se concretará en los Estados Unidos Socialistas de América Latina.

“Esta consigna está fundamentada por todo el curso de la lucha de clases en nuestro continente, durante los últimos 25 años. En 1952, la revolución boliviana, y en 1959 la revolución cubana, extendieron a América Latina la revolución obrera mundial. Desde 1969, Bolivia (Asamblea Popular) y Uruguay retoman ese camino con nuevo ímpetu. Chile y Argentina se mueven en el mismo sentido. El nacionalismo burgués cumple una misión precisa que es necesario puntualizar: consciente de que la revolución madura, busca aplastarla, producir la derrota del proletariado. Perón está al servicio de esta tarea histórica”. Trágicamente pronosticado aquel 13 de julio de 1973 en Política Obrera N° 162, (que no se confunde con el partido que hoy adoptó ese nombre en forma oportunista).

 

(nota de MASAS nº438)

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