Internacionalismo nº5

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La lucha de la liberación nacional Palestina y la revolución libanesa Ayoub

Declaración de la Liga Obrera Palestina Liga Obrera Palestina

El armamentismo, la paz y la revolución social Luciano Avila

Una discusión sobre la revolución brasileña Pablo Rieznik Mario dos Santos

Malvinas: Para luchar contra el imperialismo, ningún apoyo a la dictadura Política Obrera

La burguesía y la dictadura traicionan las reivindicaciones nacionales Política Obrera

La situación política en esta etapa de la guerra Política Obrera

El verdadero carácter del ultraizquierdismo Política Obrera

Miserable capitulación. Fuera la dictadura Política Obrera

Malvinas: Epitafio Julio Magri

“Polonia: A crise de 500 días que abalou o socialismo” Inés Díaz

“Nicaragua: La revolution sandinista”“Nicaragua ¿Reforma o Revolución?”“Guerra y Política en El Salvador”Julio Magri

“El movimiento socialista en Argentina” Martín Valle

“Marx on the choice between socialism and communism” Pablo Rieznik Aníbal Romero

“Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas” Juan Carlos Crespo


La lucha de la liberación nacional Palestina y la revolución libanesa

Ayoub

 

La lucha de liberación nacional palestina y la revolución libanesa enfrentan la guerra total imperialista-israelí

Al momento de escribir estas líneas el ejército israelí todavía rodea Beirut, la capital libanesa, y a lo largo de todo el sur del Líbano y el área del monte Líbano continúan los encuentros armados entre los luchadores de las milicias palestinas y libanesas y el ejército de Israel y sus aliados fascistas. A más de un mes de la invasión israelí al Líbano la guerra no está decidida. Lo que fue planeado como el aplastamiento de la OLP y la izquierda libanesa en una semana apelando a todo el poderío del moderno arsenal imperialista para el asesinato masivo, terminó provocando un efecto opuesto: la fuerza moral de la revolución, basada en el pueblo armado, se tradujo en fuerza política y militar, aún luego del duro golpe infligido por una potencia militar superior.

La guerra del Líbano muestra todos los rasgos típicos de las guerras contrarrevolucionarias, desde el aplastamiento de la Comuna de París, pasando por la reconquista nazi del gheto de Varsovia hasta la guerra librada hoy día por las dictaduras de El Salvador y Guatemala con sus «consejeros» norteamericanos contra los pueblos de esos países. El asesinato masivo es el principal método israelí, lo que revela que no están luchando contra un ejército sino contra el pueblo. El racismo colonialista del sionismo se combina aquí con elementos del racismo de clase propio de todas las clases dirigentes explotadoras para crear así la más repugnante combinación asesina. Un campo de refugiados cerca de la ciudad de Saida- Ein-Hilwe fue atacado con granadas y bombardeado durante más de una semana, aún luego de estar completamente rodeado por tanques y soldados, no dejando ni siquiera las ruinas de las casas, todo para ahorrar, al ocuparlo, la preciosa sangre de los soldados israelíes a costa del derramamiento de cantidades inconmensurables de barata sangre palestina. Los términos «liquidando” y «purificando» se reproducen constantemente en los informes militares oficiales; y los reporteros israelíes, armados y vistiendo uniforme militar, entrevistan a la población local para mostrar su apoyo a la operación. La increíblemente cínica prédica en Israel acerca de la «pureza” de las armas israelíes, como esa historia transmitida un día entero, acerca de «un piloto que recibió permiso especial para no arrojar sus bombas al divisar población civil”, combinada con la negativa oficial yanki de denunciar siquiera el uso de aquellas clases de bombas americanas prohibidas por la ley internacional (Je guerra, con el argumento de que peligraban vidas israelíes, arroja luz sobre el racismo inhumano que constituye la base de la ideología imperialista y la «opinión pública”.

Y en la capital del Líbano fascista, Junieh, donde los negocios andas aún mejor que lo habitual, un sector de la gente que se aglomera en los centros de diversiones, justo frente a le bombardeada, hambrienta y ensangrentada Beirut, recuerdan a los soldados israelíes que no es suficiente desarmar a los palestinos, deberán terminar por completo con los cientos de miles de refugiados.

La estrategia imperialista: dominación, explotación y genocidio

Un aspecto de la invasión israelí del Líbano fue el total entendimiento entre el comando israelí y el imperialismo norteamericano. No es accidental que al quinto día de la invasión, mientras Israel anunciaba oficialmente un alto del fuego y aún la mayoría del gabinete israelí era engañado (como dicen los ministros) para hacer pasar la idea que la guerra ya había ido más allá de sus objetivos, el vocero del Departamento de Estado decía que “los objetivos bélicos israelíes pronto serán completados y entonces esperamos que será posible un cese del fuego”. Tres semanas más tarde en una entrevista a Reagan, queda claro que los objetivos de la guerra aún no han sido alcanzados y Reagan sale del paso desmintiendo un anuncio anterior del Departamento de Estado por el cual se consignaba que Beguin habría prometido no ocupar Beirut occidental. Una y otra vez Israel y los Estados Unidos manifestaron su punto de vista común sobre el «nuevo orden” que debería crearse en el Líbano, del que se hacen eco todos los otros accionistas imperialistas en el Líbano, en primerísimo lugar, Francia.

La clase obrera internacional no debe ser arrastrada por la hipocresía de la opinión pública imperialista, que derrama lágrimas por el pobre pueblo del Líbano mientras alimenta la máquina carnicera israelí. Más que cualquier guerra previa en la región, ésta es una guerra imperialista llevada por el propósito de poner fin a la lucha de liberación palestina, y asimismo a la lucha del pueblo árabe libanés por su independencia nacional, la libertad democrática y el socialismo. Mientras los estrategas imperialistas y los que tienen intereses en la región difieren acerca de la posible solución al “problema palestino” dentro de su dominación del Medio Oriente, todos están unidos en cuanto a la necesidad de aplastar el cáncer de la revolución socialista, no importa cuál sea el costo en sangre de obreros, campesinos, niños y ancianos.

Nada más cínico que los políticos imperialistas hablando hoy de las «nuevas posibilidades” que se abren para una «solución política” del problema palestino. Mientras la gente aún muere a diario por centenares, los saqueadores merodean por todas partes para lucrar con la masacre y sacar su tajada del “nuevo orden” —de cementerio—. El rol de Israel en la dominación imperialista del Medio Oriente quedaría largamente definido: ser una máquina militar, financiada y equipada por el imperialismo, con el propósito de golpear y desangrar a los pueblos árabes de la región, para que estén obligados, y hasta agradecidos, con los “pacificadores” imperialistas y los gobernantes moderadores.”

Las organizaciones obreras y democráticas de todo el mundo deberían movilizarse hoy contra la masacre israelí imperialista fascista de las masas palestinas y libanesas. No deben hacerlo apoyando el llamado imperialista por una «solución pacífica”, que es la justificación de la agresión y el intento de explotarla ahora, para obtener el sometimiento del pueblo, más aún cuando la revolución palestina y libanesa no ha sido derrotada y el llamado imperialista a su subordinación «pacífica no es más que un llamado a una mayor acción militar para lograr la derrota. Así hoy la tarea es obtener todo posible apoyo material y político para los luchadores revolucionarios que defienden Beirut Occidental, la vida de las masas palestinas y libanesas y la esperanza de todas las masas de la región de liberarse de la dominación imperialista y la explotación.

Mirando más profundamente la lógica de la estrategia imperialista, no solo la guerra contra las masas revolucionarias, sino también la muy denunciada estrategia de Beguin de genocidio contra el pueblo palestino como un todo, son parte inseparable de la estrategia imperialista. Como Israel sirve a la dominación imperialista de toda la región, la expulsión del pueblo palestino de su patria y la guerra librada desde entonces por todos los medios contra él, son un “efecto secundario , inevitable, de la utilización imperialista del sionismo. La posición del gobierno de Beguin es ni siquiera permitir que la formal «autonomía” acordada en la alianza reaccionaria de Camp David para cubrir la opresión avance un paso más.

De hecho el consenso imperialista es que no debiera ser permitido ningún grado de los palestinos en ninguna parte de Palestina, que hiciera peligrarla capacidad operativa de la maquinaria bélica israelí contra cualquier peligro futuro de los intereses de los monopolios extranjeros que gobiernan la economía local. Así, ningún pueblo árabe de la región, dejemos ya los palestinos, puede garantizar su independencia junto al estado de Israel. En nuestro llamado por la paz en el Medio Oriente, por el derecho palestino a la autodeterminación, debemos ser claros que nada de esto puede obtenerse mediante la dominación imperialista «pacificada”, o de cualquier otro modo, sin la completa derrota militar de este esquema por las masas revolucionarias. Debemos ser claros en nuestro rechazo a la existencia de un estado de Israel colonialista, exclusivamente racista, que no puede existir sino como una garra de la dominación extranjera. Debemos apoyar la lucha por una Palestina unida y democrática. En estos momentos, el boicot a Israel, iniciado por los trabajadores portuarios de Grecia y Australia debería mostrar el camino para una mayor acción solidaria de la clase obrera.
La revolución palestina y la guerra civil libanesa

Mientras que el principal pretexto de la agresión israelí fue que estaba planificada contra el “terrorismo” palestino, en realidad, lo contrario es lo cierto. Usualmente, «terrorismo es el nombre que los grandes poderes opresores dan a la violencia en pequeña escala de los oprimidos, a la violencia que no es realizada por una maquinaria tan bien organizada como la de ellos. Pero en tanto la lucha palestina fue en ciertas etapas desviada hacia intentos individuales de lucha armada, a veces intentando aterrorizar a la población judía, los logros de la revolución en el Líbano y en Palestina misma en los últimos años estaban contrarrestando cualquier tendencia semejante.

El principal logro de la revolución palestina en Líbano, el que permitió todos los demás, fue la alianza con las masas árabes libanesas, no a través del gobierno sino en años de lucha común. Desde la creación del estado de Israel, como el heredero del imperialismo británico en retirada, los regímenes árabes cooperaron en la opresión de la lucha de independencia palestina y Egipto y Jordania inclusive mantuvieron un régimen militar en partes de Palestina hasta la ocupación israelí del 67. Como los regímenes árabes revelaron su bancarrota a la vista de la agresión israelí-imperialista del 67, se abrió un período de movilización de masas de las masas palestinas contra la ocupación de su tierra. Desde este ángulo, en tanto lucha política y militar de masas, la revolución palestina se convirtió en la principal fuerza que amenaza la estabilidad de la dominación imperialista en el área. Pero la lucha inmediatamente encontró la hostilidad abierta de las clases dominantes árabes, temerosas de su propia dominación de clase. El rey Hussein de Jordania tuvo éxito en 1970 en realizar el asesinato masivo y erradicar la lucha Palestina de Jordania, asegurando su dominación por más de diez años sobre una población que es mayoritariamente palestina. La hipocresía de las clases gobernantes árabes en su «apoyo” a los derechos palestinos se reveló últimamente, por ejemplo en Jordania, donde el rey llamó a la acción solidaria con la huelga general desarrollada en toda Palestina en el f día de la tierra” el 3-3-82 y luego ordenó a sus soldados disparar a los manifestantes, matando a 8 e hiriendo decenas. (No extraña que el partido «laborista” burgués de Israel llame a una mayor cooperación con él para solucionar el problema). Sólo en el Líbano, gracias a la alianza de lucha con los árabes libaneses, los palestinos ganaron real libertad para desarrollar su organización política y militar.

Las masas libanesas tenían sus muy buenas razones para revelarse contra el orden antidemocrático y explotador impuesto por el imperialismo francés. La guerra civil del Líbano, lejos de ser entre “cristianos y musulmanes», como la presentan las pandillas de la prensa imperialista, es una explosión de contradicciones de clase y consecuencia inevitable de la creación de este estado por el imperialismo francés, desgajándolo de Siria para dividir la lucha de liberación nacional; imponiendo en su constitución la naturaleza comunal de las elecciones; asegurando el rol prominente en el estado al grupo de banqueros maronitas; basándose en la milicia fascista de una secta minoritaria, haciéndola la garra inmediata del imperialismo francés y luego la carne de cañón para esta última guerra sangrienta.

No podemos desarrollar aquí un análisis de la guerra civil en sí, que en los años 1975/76 planteó realmente la posibilidad de una victoria completa a la alianza de la OLP y el movimiento de liberación nacional libanés, a la cabeza de una coalición de milicias de izquierda y democrática. Pero trataremos de ver a las principales fuerzas que se han desarrollado en suelo libanés en los años de la guerra civil.

Ya antes de la guerra civil, había milicias tanto palestinas como libanesas, y constantes tensiones y bombardeos israelíes tanto del sur como de Beirut. El primer fenómeno, revelado en los primeros meses de la guerra civil, fue el completo colapso del gobierno central. Este gobierno estaba basado desde el principio en el acuerdo de coalición entre los dirigentes feudales locales y comunales, cada uno con su propia milicia, junto al ejército del estado. Quedó al descubierto la total debilidad de este gobierno cuando ni siquiera trató de actuar contra los raids de Israel. En oposición a la política oficial de «no intervención en los asuntos internos de los países árabes” a la que adhiere la dirección oficial de la OLP, la izquierda libanesa .y los palestinos construyeron sus vínculos revelando su fuerza contra el ejército libanés cuando éste trató de expropiar a los pescadores de Sida en beneficio de una gran compañía propiedad del ex-presidente Shamoun, a comienzos de 1975. Desde ese punto, la dirección de los falangistas estaba decidida a apelar a la guerra civil, utilizando el método del asesinato en masa contra civiles, y esperando que alguien viniera a salvarlos y el gobierno de los grandes banqueros. Un intento de gobierno militar no duró una semana, en vista de la huelga general y las barricadas. Cuando para fin del año los falangistas lograron que el comando del ejército enviará soldados contra la izquierda, la mayoría de los soldados abandonaron el ejército, formando el «Ejército Árabe Libanés” que pelea junto a la izquierda. Hasta hoy no hay comando central del ejército libanés, que es de lejos superado numéricamente por las diferentes milicias.

En lo que hace a la alianza de la OLP y el movimiento nacional libanés, se ha desarrollado más a partir de la necesidad que por un programa preconcebido. Cuando las milicias de la izquierda defendían a las masas frente a las provocaciones falangista hasta enero de 1976, tanto Al-Fatah como Jumblat hicieron todos los intentos posibles por un acuerdo de paz que reconstituiría el estado libanés virtualmente sobre las mismas bases. Cuando el ejército se dividió y las mayores provocaciones falangistas desataron la querrá a escala total, ochenta por ciento del territorio del Líbano estaba en poder de las fuerzas palestinas y libanesas unidas. El primer cambio de la marea fue la invasión a toda escala del ejército sirio, que bloqueó cualquier avance de la izquierda y respaldó a los falangistas en su masacre del verano del 76 en Tel-el- Zatar. En ninguna etapa del conflicto el programa oficial de la – conducción del Movimiento Nacional fue la reconstrucción del Líbano sobre bases socialistas mediante una derrota completa de los falangistas, ni la unidad con las masas sirias contra el régimen de Asad, que podría ser el único camino para abrir paso a la victoria en el Líbano. Pero la misma necesidad de salvar su existencia en vista de todos los ataques y ante el colapso de la máquina del estado, eligió la implementación de medidas socialistas. En medio de la guerra civil se establecieron comités locales para hacerse cargo de las necesidades cotidianas de las masas. La OLP estaba desarrollando su sistema educacional de cuidado de la salud, organizaciones de masas y formas de autogobierno en los campos palestinos. Lo mismo hacían los distintos partidos de la izquierda en las áreas bajo control de sus milicias.

Del otro lado de la guerra civil, erróneamente llamado el lado cristiano, los falangistas estaban construyendo su propio aparato estatal. En este proceso, la mayor lucha en los últimos años fue contra otras milicias basadas en la población cristiana, en un intento de crear un integridad territorial y un gobierno coherente, en su mini-estado fascista, que ahora incluye alrededor de un tercio del Líbano. La burguesía del Líbano, respetables banqueros del Medio Oriente, han incursionado en el campo del denominado delito burgués, basando muchos de sus negocios en las drogas y otros contrabandos.

Fuera del estado falangista, la transformación de la sociedad estaba tomando formas especiales en las condiciones de la prolongada guerra civil. La comunidad chiita, la más numerosa y pobre del país, era la mayoría en las villas del sur y tenía inicialmente poco peso político, aun cuando algunas eran bases de partidos de izquierda. Como consecuencia de largos años de bombardeo israelí, la mayoría de los pobladores del sur se convirtieron en refugiados en los suburbios pobres de Beirut, y hoy la milicia chiita «Al-Amal» (La Esperanza) está peleando junto a los palestinos en Beirut. De otra parte, los israelíes están tratando de organizar una milicia de pobladores que han’ permanecido en el sur, con la consigna de mantener lejos a los palestinos para evitar la ferocidad de las represalias israelíes anteriores. En general, mientras tanto la alianza OLP-Movimiento Nacional como los falangistas están poniendo en pie fuerzas y reforzando su dominación para darle la forma de poder estatal, las viejas familias feudales perdieron la mayoría de su poder, en tanto, en la lucha diaria por la existencia misma nuevas fuerzas de las masas están tratando de encontrar su camino.

Finalmente, es necesario entender la posición del ejército sino en el Líbano. Fue enviado por el régimen sirio para impedir la victoria de la alianza OLP-MLL, que en el 76 asustó a todos los regímenes de la región como una puerta abierta a la revolución socialista, pese a no ser esa la de su dirección. Pero pronto el ejército sirio se encontró atrapado en el Líbano entre las dos fuerzas, la de la revolución y la de la contrarrevolución incapaz de reconstruir el aparato del estado ni de lograr algún acuerdo entre los restos de las clases dominantes locales. El régimen sirio tuvo que integrarse a la contienda en los últimos años para prevenir la expansión del mini estado falangista, armado por Israel, hacia la ruta de Damasco.

En general, luego de impedir la victoria de la izquierda en el Líbano, el régimen de Assad devino él mismo, con sus reformas económicas limitadas y sus vínculos con la Unión Soviética, demasiado izquierdista para el imperialismo y los israelíes y falangistas presionan, lo que se combina con las propias presiones internas proimperialistas, para cambiar el régimen o removerlo en línea acorde con el frente reaccionario construido en torno de los acuerdos de Camp David.

La guerra en el Líbano y el futuro de la revolución en el oriente árabe

En los últimos diez años, en ninguna parte del mundo ha progresado tanto el imperialismo en asegurarse una cadena de regímenes reaccionarios, como en la región que va de Egipto a Iraq. Mientras la región era conocida por la inestabilidad de sus regímenes, ahora ninguno de ellos ha cambiado mucho durante la última década. Esto, con sus consecuencias de continua ocupación israelí, aguda pobreza de las masas egipcias, es en gran parte debido al fortalecimiento de algunas de las ‘burguesías árabes por los ingresos del petróleo, que les han permitido espacio de maniobra político y económico luego de la derrota de importantes luchas revolucionarias en las décadas previas. Sólo con el antecedente de este frente reaccionario proimperialista puede entenderse la importancia de la alianza entre los palestinos y las masas libanesas; la importancia de toda la región del Líbano, como el único lugar donde parte de las masas podían garantizar su libertad política y portar armas para defenderse; y sólo esto explica la total inacción de los regímenes árabes en la actual guerra, incluso ante la amenaza de ocupación de una ciudad capital árabe por parte de Israel.

Como la revolución en Irán mostró la vulnerabilidad de las ricas y aisladas clases dominantes petrolera, y como la clase dirigente egipcia, incapaz de encarar de algún modo los problemas de Egipto, se ha arrojado totalmente en manos del imperialismo americano, la estrategia imperialista consiste en un esfuerzo por combinar su propia «fuerza de despliegue rápido y bases militares, con un frente que unirá a todos los regímenes reaccionarios con el respaldo de la fuerza militar de Israel. El problema palestino y los sentimientos de las masas árabes sobre este problema impidieron esto hasta ahora, como lo demuestra en el aislamiento del régimen de Sadat luego de su colaboración con Israel y su posterior ejecución por soldados de su propio ejército. Construir a Israel como un estado militar expansionista condujo al crecimiento dentro del mismo de la conducción Beguin-Sharon, basada en el ejército y en el apoyo de los colonos, y no dejó margen para una solución que salvara las apariencias. En este punto, las masas palestinas, no teniendo lugar en el orden imperialista, se convirtieron en el símbolo de su rechazo. El último intento por consolidar ese orden fue el plan de Fahd para el acuerdo entre Israel y los regímenes árabes.

Aun cuando el mismo tiene el acuerdo inicial de algunos dirigentes de la OLP, fue rechazado por los cuerpos de dirección de la misma, haciendo así estallar la cumbre árabe de Fez, conduciendo al plan a un punto muerto.

En la primera semana de la lucha el ejército israelí ha tenido éxito en dar un golpe decisivo y quebrar la estructura inicial del ejército regular que la OLP estaba construyendo en el sur del Líbano. En un mes de bombardeo, ataques con granadas y lucha casa por casa, el ejército israelí ha conseguido matar, junto con muchos miles de civiles, también una gran parte de luchadores por la libertad palestinos y libaneses. Ocupan ahora alrededor de un tercio del Líbano y sus fuerzas unidas a las de los falangistas, amenazan Beirut. Pero la guerra no ha seguido el rumbo planificado por Sharon y Haig, ya que ellos pensaron que un golpe militar de una semana quebraría políticamente el poder de resistencia de la OLP y la izquierda libanesa y les permitirían forzar los términos en el Líbano y enfrentar al pueblo palestino con la elección entre la extinción y la capitulación completa. Como los combatientes revolucionarios, enraizados en la población, están peleando por su misma existencia, la guerra se ha prolongado y ha adquirido aguda importancia tanto para el futuro del Líbano como de la región.

La primera limitación puesta al avance del ejército israelí sobre Beirut al principio fue una combinación de la decisión de la resistencia de defender la ciudad frente a un ejército superior, y la vacilación del lado imperialista de llevar demasiado lejos el uso de esta capacidad de destrucción, de un modo tal que también destruiría su chance de construir un Líbano capitalista estabilizado. Ahora parecen decididos a quebrar la resistencia, listos para tener a todo el Líbano bajo ocupación israelí-falangista. Pero hay poderosas fuerzas que resisten este avance, que pueden incluso en el largo plazo convertirlo en una desventaja para el orden imperialista en el Líbano y en la región. La represión extrema de la Falange hace que su vía de estabilización provoque mayores resistencias. Ya son hostigados por parte de la minoría, cristiana y bajo la nueva ocupación israelí suscitaron choques con la milicia local de Druze que los israelíes no desarmaron. Una ocupación israelí más prolongada no tardará en encontrar nuevas resistencias organizadas, basadas en las masas largamente experimentadas en la libre organización política y en la defensa armada de sus derechos. Un gobierno falangista, basado en el poder de Israel, no tendrá chance de asegurar el- apoyo de la mayoría de la población, y necesitaría el continuo intervencionismo externo en su auxilio. Del otro lado, cuanto más lejos se lleve la represión para quebrar la resistencia, menos serán las fuerzas en el Líbano dispuestas a tomar parte en crear un gobierno estabilizado, capaz de asegurar sus respectivos dividendos políticos.

Más aún, la maquinaria militar israelí no deja de tener sus limitaciones. Al segundo mes de pelear en el Líbano, luego de que el primer shock y desesperación inicial se atenuaron de algún modo, se abrió una huelga general en la ribera occidental ocupada. La huelga, con tirada de piedras, y los choques con el ejército en muchas regiones, recuerdan el hecho de que luego de 15 años de ocupación la resistencia interna dentro de Palestina no sólo no ha sido quebrada sino que extiende su organización de masas y alcanza a nuevos sectores de las masas. La economía israelí, no obstante el apoyo norteamericano masivo, está tratando de sobrellevar los enormes gastos militares, financiados por una cíclica y siempre creciente inflación, ahora muy por encima del 100 por ciento anual: la sociedad judía está presionada, exhibiendo durante los dos últimos años, una emigración mucho más grande que la inmigración, no obstante el desempleo masivo en los países capitalistas. Ahora esta guerra, por primera vez, despertó objeciones masivas dentro de la propia población judía, incluyendo agudos pronunciamientos tanto de soldados como oficiales sobre el modo en que se conduce la guerra y contra el comando de Sharon. Todo esto en sí mismo no puede detener la vasta maquinaria bélica, pero puede poner interrogantes al imperialismo acerca del uso extensivo de esa maquinaria como su principal instrumento para poner orden en el Líbano o en otra parte.

Pero la condición principal de la invasión actual al Líbano fue el aislamiento de la revolución palestina y libanesa en el oriente árabe. Desde la invasión siria al Líbano, y desde que el Líbano estuvo siempre expuesto a la amenaza israelí, la victoria en el Líbano, así como en Palestina, estaba condicionada al cambio de la relación de fuerzas en la región. La posición de las masas en este pequeño y hace tiempo sangrante país ya ha probado ser ejemplar para luchas futuras de los obreros y campesinos de la región. Cualquiera de los logros obtenidos en luchas anteriores en el Líbano que pueda ser salvado será el símbolo de la continua resistencia, y de la potencial fuerza de la organización de masas y la lucha armada, más aún si es llevada adelante en mayor escala, con una organización y dirección de clase, y con un programa para la victoria y la constitución de la sociedad sobre una nueva base, socialista. Pero aun cuando el asesinato y la opresión sean llevadas al más amargo final, de exterminar cualquier resistencia de las masas en el Líbano, no puede esperarse una estabilidad a largo plazo sobre esta base, ya que las clases dominantes árabes están desenmascaradas a los ojos de todas las masas, no sólo en su falta de deseo de salvar a las masas libanesas y palestinas, sino también en el hecho de su completo servilismo al imperialismo, sin grado alguno de independencia nacional. El movimiento revolucionario del oriente árabe, conducido por un partido revolucionario de la clase obrera, tendrá la tarea de quebrar este frente dirigente reaccionario, abriendo el camino a las masas para asegurar el futuro de la región en el merco de un estado unido de obreros y campesinos.


Declaración de la Liga Obrera Palestinaa

Liga Obrera Palestina

 

¡Viva la Revolución Palestina!
¡Viva la Revolución Libanesa!
¡Unidad para luchar contra la guerra imperialista-fascista-sionista dirigida contra los pueblos palestino y libanés!
¡Viva la unidad revolucionaria de la clase trabajadora y los pueblos oprimidos del Medio-Oriente!

Declaración de la Liga Obrera Palestina – 20/6/82

La guerra lanzada por Israel el 4 de junio de 1982 -dirigida a liquidar a la OLP y a las milicias del “Frente Progresivo” libanés mediante la ocupación militar del Líbano y la instauración de un gobierno títere fascista allí infringió un golpe brutal a las masas palestinas y libanesas y a las masas oprimidas de toda la región. En esta guerra, planificada y dirigida con el estrecho control y el apoyo pleno del imperialismo yanqui, las fuerzas contrarrevolucionarias han demostrado una vez más sus métodos y tácticas: destrucción sistemática de ciudades, pueblos y campos de refugiados, masacre indiscriminada de la población civil, tortura y asesinato de prisioneros, centenares de miles de ciudadanos obligados abandonar sus hogares.
Los milicianos de la OLP y de la izquierda libanesa defendieron su causa valientemente y aún continúan luchando en Beirut y otras zonas del Líbano ocupadas por Israel. Sin embargo, el inmenso arsenal militar del sionismo, con sus centenares de miles de soldados y los millones de dólares del imperialismo que lo apoyan cada año, permitió a éste asestarle a la resistencia un duro golpe.
¡Abajo el genocidio!
¡No a los asentamientos políticos del imperialismo sanguinario!
Durante años el imperialismo condujo su política en la región bajo el lema de los «asentamientos políticos” y la «paz» El Plan Rogers de EE.UU. y su adopción por Egipto e Israel habían pavimentado el camino hacia la masacre de setiembre de 1970, en la que miles de palestinos fueron asesinados vilmente. Los acuerdos de Camp David sellaron la venta de Egipto al capital financiero yanqui y le otorgaron a Beguin la veña para establecer “la administración civil” encabezada por Milson en la margen occidental y en la franja de Gaza, permitiendo el asesinato de manifestantes indefensos y los secuestros impunes, a la par que fueron un antecedente fundamental en la actual ocupación del Líbano y la masacre de decenas de miles de palestinos y libaneses.
El único sentido de la política imperialista de los “asentamientos políticos» es el de consolidar el régimen sionista de represión, explotación y asesinato. Durante años advertimos que detrás de la cháchara de “resolver la cuestión de Palestina» se escondía el artero plan de infringirle un golpe mortal al pueblo palestino para impedirle cualquier tipo de expresión política. El apoyo pleno del imperialismo yanqui a la invasión sionista -sin el cual esta no podría haber sido posible— debe erradicar definitivamente la idea sobre la posibilidad de una dominación “democrática» del imperialismo en la región que respete el derecho a la auto-determinación. El cuchillo clavado en el corazón del Líbano debe recordarle continuamente a las masas de la región que el retomo, de los refugiados palestinos, de la paz, de la democracia y de la vida no podrá ser logrado sino a sangre y fuego hasta la extirpación del imperialismo y de todos sus agentes en la región entera.
Cualquier otra propuesta no es sino un adorno de la sangrienta dominación imperialista, montado para hacerla aparecer más aceptable y facilitar de esta manera la represión constante de las masas.
La continua miseria de las masas libanesas y palestinas es el resultado directo de la dominación imperialista en el Medio Oriente durante el período post-colonial. Para prevenir cualquier proceso de independencia nacional y económica en la región, los imperialismos francés y británico dividieron el mundo árabe y establecieron una serie de regímenes artificiales dirigidos por clases burguesa-feudales. En el Líbano el imperialismo consolidó su táctica de «dividir para reinar” y promovió la atomización mediante una constitución religiosa sectaria que buscó mantener la preeminencia dentro del estado del sector banquero Maronita, basada fundamentalmente en la constitución de falanges fascistas. Esta situación desencadenó la guerra civil en 1958 —con la consiguiente intervención de los marines norteamericanos- y su reedición de 1975.
La formación del Estado de Israel y la expulsión en masa de los palestinos- sin la cual la constitución de un estado sionista de mayoría judía no podría haber sido posible, no hizo más que agudizar las tensiones sociales dentro del Líbano. Desde 1967, cuando se desarrolló allí un renovamiento de la lucha palestina por su derecho a la autodeterminación, Israel se ha dedicado continuamente a bombardear poblaciones civiles de palestinos y libaneses, y a lanzar todo tipo de operaciones militares en su contra. Esta política de brutal agresión provocó la destrucción de toda la estructura social y económica en el sur del Líbano. Los sectores palestinos en lucha no hicieron más que inspirar a las propias masas del Líbano al resistir los ataques israelíes, mientras que el gobierno central mostraba una marcada ineptitud para defender sus ciudadanos y tierras. Hacia 1975, la unidad de los pueblos palestino y libanés se había sellado definitivamente en el combate contra las falanges y los ataques continuos del régimen sionista.
La posición revolucionaria de la izquierda palestina de claro rechazo a la política oficial de la OLP de “no interferir en las cuestiones internas de otros estados árabes» terminó consolidando la unidad con las masas libanesas y mostrando el camino para defender los intereses nacionales y democráticos de las masas palestinas y libanesas. Estas habían luchado contra la explotación impuesta por el imperialismo y sus aliados -banqueros y terratenientes- en su combate contra las bandas fascistas y la estructura anti-democrática del estado libanés, y demostrando una clara unidad en el rechazo de los ataques israelíes. Luego de una serie de batallas más del 80 por ciento del territorio libanés se encontraba ocupado por las masas palestinas y libanesas.
La intervención militar del régimen baasista sirio -en concordancia con Estados Unidos e Israel- salvó a las falanges derechistas del desastre militar. Esta unidad sirio-falangista dirigida a prevenir la revolución, en concordancia con las limitaciones impuestas por la propia dirigencia de la OLP y del «Frente Progresivo” quienes en todo momento se opusieron a dividir las tierras entre el campesinado pobre y a organizar la economía sobre una base socialista -lo que hubiera sin duda consolidado a las masas en su lucha contra cualquier tipo de opresión-, terminó debilitando el alza revolucionaria e impidió su victoria definitiva. Sin embargo, las masas, a pesar de sufrir golpes en TEL AZ-ZA’ATAR y VISSER EL-BASHA, no fueron derrotadas. Las organizaciones palestinas y de la izquierda libanesa mantuvieron su organización y armamento. El régimen sirio, de neto corte bonapartista que llevó adelante cierto tipo de reformas y mantuvo roces con el imperialismo, tampoco estaba interesado en permitir el advenimiento total del fascismo en el Líbano, para no exponer sus fronteras a la presión imperialista desde allí, en adición a la ya sufrida desde las militarmente ocupadas alturas del Golán. Una situación de constante guerra civil se estaba consolidando en el Líbano, y frente a la ineptitud de la burguesía local de reconstruir su propio estado, las organizaciones palestinas y libanesas continuaban fortaleciendo su poderío.
En este marco, y luego de desarrollado el acuerdo entre el sionismo y la burguesía egipcia, el imperialismo se decidió a liquidar la «cuestión libanesa” mediante la intervención militar del sionismo. Por primera vez desde 1948, el sionismo tomó el rol de ocupar un estado árabe para imponer el «orden” sobre la base de sus bayonetas, excediendo así el marco de la colonización sionista de Palestina. Los objetivos del imperialismo en el Líbano -establecimiento de un estado satélite administrado por una endeble burguesía nacional y dirigida a oprimir las masas libanesas e impedir cualquier tipo de expresión nacional de las palestinas no tienen asidero histórico. Estos objetivos difícilmente puedan ser llevados a cabo incluso en el corto plazo. Tanto en Beirut como en el resto de los territorios ocupados del Líbano, la decisión de las masas palestinas y libanesas por defender su revolución aparece como firme y decidida. La revolución popular en el Líbano, a pesar del limitado logro de sus conquistas sociales y de no haberse consolidado en el conjunto de la Nación, ha sentado fuertes raíces entre las masas- en su conciencia y organización- y no podrá ser derrotada incluso mediante una larga y cruenta represión. Un régimen fascista -basado exclusivamente en la represión y enteramente dependiente del apoyo militar israelí no podrá jamás consolidar una base social de sustentación estable y no logrará conquistar una estabilización de la dominación imperialista.
Cualquier intento por reconstruir el orden burgués en el Líbano sobre la base de una amplia coalición se expondrá fácilmente ante los ojos de las masas debido a la constante agresión militar israelí auspiciada por el imperialismo yanqui. La propia presencia siria, promovida por el régimen baasista para limitar la penetración imperialista, también limita los objetivos de todos aquellos que desean convertir a el Líbano en una suerte de «patio trasero” del imperialismo.
La estrategia imperialista en la región y el futuro de la revolución
La agresión militar al Líbano sólo pudo ser posible gracias al colaboracionismo de los regímenes árabes, el más favorable para el imperialismo desde 1948. El período que siguió a la Segunda Guerra mundial se caracterizó por el colapso de una serie de regímenes reaccionarios, y por un alza revolucionaria cuya máxima expresión se produjo en los años 1958-59. En ningún país, sin embargo, existió una dirección proletaria más allá de la instauración de regímenes de tipo bonapartista, consolidando de esta manera gobiernos socialistas que permitieran extirpar la dominación imperialista de Vaiz.
Las limitaciones de los regímenes bonapartistas quedaron ampliamente demostradas luego que —una vez diluida el alza revolucionaria— el imperialismo los derrotara mediante su perro guardián —el estado sionista— en la guerra de 1967. Desde entonces el imperialismo reasumió el control directo sobre Egipto, se fortaleció en Iraq, y gracias a la ayuda de la burguesía petrolera pudo consolidar su frente reaccionario en la región.
En contrapartida, la lucha revolucionaria palestina se proyectó a si misma como un símbolo para todas las masas explotadas de la región. Pero debe ser entendido que el «problema palestino” es el resultado directo del modo de dominación imperialista, y no podrá ser resuelto sin la liquidación de esta dominación en la totalidad de la región. El imperialismo, al dividir la región y prevenir la consolidación de regímenes genuinamente independientes, propició el fortalecimiento del estado sionista como una manera de mantener la dominación miliar sobre la misma. La constitución del estado de Israel no solo tuvo por objetivo la opresión de las masas palestinas, sino también —y fundamentalmente— la de constituir una amenaza militar directa contra todas las masas del Medio Oriente. Las masas palestinas fueron expulsadas justamente para que no pudieran minar desde adentro la constitución del estado sionista. Por sí solas, es evidente, no pueden derrotar el poderío militar israelí. Aquellos que las intenten lanzar aisladamente a luchar por sus derechos —política o militarmente— las envían a una trampa mortal y renuncian de esta manera a luchar efectivamente contra la dominación imperialista en Medio Oriente.
De la misma manera que el problema libanés no podrá solucionarse sin la victoria total de las masas libanesas y el establecimiento de la genuina independencia nacional respecto del imperialismo mediante la construcción del socialismo bajo el liderazgo de la clase obrera, tampoco las masas de la  región podrán liberarse sin desembarazarse del estado israelí o, lo que es lo mismo, solucionando el problema palestino y así desmantelando el letal aparato militar sionista y estableciendo un estado democrático en Palestina.
El silencio de las burguesías árabes respecto de la ocupación militar del Líbano, el abierto acuerdo y apoyo de la burguesía egipcia, la incapacidad del régimen sirio en repeler las agresiones israelíes, amén de la derrota del gobierno iraquí en la agresión proimperialista contra Irán, dejan entrever claramente la debilidad de los regímenes del Medio Oriente.
Las masas de trabajadores y campesinos egipcias, empobrecidas por el imperialismo, la clase obrera que ha surgido en los estados petroleros del golfo en condiciones de quasiesclavitud, las masas iraquíes lanzadas por su burguesía corrupta a una guerra suicida, las masas palestinas perseguidas y encarceladas por millares en las cárceles israelíes y jordanas, las masas yemenitas que continúan su lucha por la liberación en mancomunión con Yemen del Sur, ¡todas ellas garantizarán que el plan de aislar y masacrar a las masas palestinas y líbanesas no tendrá éxito!
¡Viva la unidad revolucionaria de todas las naciones de la región!
¡Viva la Federación de Estados obreros y campesinos en el mundo árabe!
El sionismo y las masas judías
La ocupación militar del Líbano expone a las claras, internamente también, la exclusiva dedicación del régimen sionista al rol de perro guardián de la contrarrevolución que juega en Medio Oriente. Durante esta guerra, el sionismo ya no pudo utilizar la excusa del «peligro de aniquilamiento” para las masas judías y así convertirlas en carne de cañón al servicio de los objetivos imperialistas. El sionismo se vio obligado a mentir una y otra vez acerca de los objetivos de la guerra y su alcance real. Por primera vez, se vislumbró un movimiento de oposición democrático masivo a la guerra sionista dentro del propio estado judío.
Paralelamente, la pseudo-oposición dentro del estado sionista mostró su verdadera cara y su subordinación al poderío militar, desde el mismo momento en que toda la partidocracia silenció cualquier expresión crítica una vez que el aparato militar comenzó su accionar.
El estado sionista se encuentra en continua crisis económica y política. La constante oposición palestina contra la ocupación ha erosionado la fortaleza interna del régimen en sionista y ha comenzado a influenciar a las masas judías. Desde el vamos, la ocupación militar del Líbano descargo un duro golpe a la ya alicaída economía israelí, golpe que a su vez la burguesía israelí intentara descargar sobre las masas judías y árabes del país.
Mientras continúe al oposición a la represión y a los “asentamientos políticos” que Israel trata de imponer, se agiganta la posibilidad de que las masas judías se resistan a ser convertidas en carne de cañón y se fortalezca la oposición de la clase trabajadora israelí a la guerra paralizando de esta manera el imponente aparato de opresión que el estado sionista ha montado.
¡Ni un hombre, ni un centavo para la guerra sionista al servicio del imperialismo!
¡El enemigo común de las masas judías y árabes en este país es el régimen de la burguesía sionista y el imperialismo norteamericano!
¡Por la paz: guerra contra los responsables de la guerra! ¡La clase trabajadora vengará la sangre derramada por Beguin, Sharón y sus secuaces!
¡Viva la Revolución Socialista en Palestina, la revolución de los trabajadores árabes y judíos, junto a las masas empobrecidas de las ciudades y pueblos, como parte de la revolución en toda la región, para lograr un futuro de paz y prosperidad!


El armamentismo, la paz y la revolución social

Luciano Avila

 

Una profusa campaña propagandística viene acompañando las posiciones de Reagan en pro de la reducción de los stocks de armas nucleares de la URSS y los EEUU. Posando de pacifista, Reagan no vaciló en afirmar que estaría dispuesto a unirse a las manifestaciones por el desarme que se realizan en Europa, si creyese que así se llegaría a una solución. El representante del imperialismo ha propuesto rebautizar a las negociaciones SALT (acuerdos sobre la limitación de armas estratégicas), pasándolas a llamar START (acuerdos sobre reducción de armas estratégicas).
Demagogia aparte, Reagan ha propuesto la reducción en un tercio de los misiles basados en tierra de la URSS y los EEUU. Ahora bien, mientras esos misiles constituyen el 70 por ciento del arsenal soviético, son apenas el 25 por ciento del norteamericano (el resto se encuentra en submarinos nucleares y aviones). La propuesta de Reagan se refiere sólo al número de misiles intercontinentales, con independencia del diverso grado de desarrollo tecnológico de éstos (Brezhnev denunció de inmediato que la propuesta yanqui “tiende a excluir de las negociaciones los tipos de armamentos que los americanos desarrollan del modo más intenso”, “Le Monde”, 19/5). Para caracterizarla propuesta de Reagan deben tenerse en cuenta dos aspectos: a) que los arsenales nucleares existentes bastan para destruir al mundo varias decenas de veces, con lo que la reducción en un tercio de una parte de aquéllos no altera las condiciones de una catástrofe nuclear; b) que el impresionante desarrollo tecnológico de la industria militar toma cada vez más rápidamente obsoletas las armas existentes. Un cable del 3/6 señala que “el Pentágono informó que los EEUU están aumentando la producción de armas nucleares para substituir las construidas en la década del 60, ya consideradas obsoletas. Dejó claro que el programa será básicamente de modernización, y que la alteración del volumen líquido de los stocks será pequeña (…) Reagan dejó abierta la posibilidad de que los EEUU declarasen total libertad para que cada lado poseyese el número de ojivas que quisiese» (los misiles pueden contener un número cada vez mayor de ojivas, con lo que las cargas nucleares pueden multiplicarse sin aumentar el número de proyectiles).
A todo ello debe sumarse que el gobierno Reagan ha aprobado el presupuesto militar más alto de la historia norteamericana. Entre las “novedades” del desarrollo militar reciente de los EEUU, cabe mencionar la construcción de nuevas armas nucleares tácticas (p. ej. la “bomba neutrónica»), destinadas a guerras nucleares «locales”, y el desarrollo de armas bacteriológicas y químicas: Reagan autorizó la construcción de bombas de gases binarios (prohibidas por la Convención de Ginebra), despertando incluso la protesta de varios gobiernos europeos. En cuanto a los misiles estratégicos, otra información apunta que «Reagan no está dispuesto a dejar de lado la construcción e instalación de los misiles balísticos intercontinentales MX, aún si ello significara una violación de los acuerdos Salt I y II” (3/6).
Debe concluirse que la propuesta de «reducción» de Reagan, y la campaña publicitaria que la acompaña, no son otra cosa que una colosal estafa. Se propone reducir un cierto número de misiles, suprimiendo los más obsoletos, reduciendo por consiguiente los costos de mantención del arsenal existente, apenas para concentrar el esfuerzo bélico sobre nuevas armas de poder destructivo muy superior. Se trata de una propuesta de racionalización de la carrera armamentista, en cierto modo de «organizaría” para evitar costos superfluos, en función del mayor nivel tecnológico. Tras una postura de “negociación”, se acentúa en realidad el chantaje nuclear contra la URSS y por sobre todo, contra la humanidad. Según un comentarista de «Le Monde”, «está naciendo una nueva generación de armas nucleares, lo que toma caducos los criterios de negociación. La oferta de Reagan no impide a los dos grandes proseguir la modernización de su arsenal estratégico. Del lado americano, dos nuevos misiles (MX y Trident), lo mismo que 2 nuevos bombarderos (B 1 y Stealth) ya han sido programados” (20/5). En realidad, ninguna de las negociaciones y acuerdos anteriores impidieron la modernización del arsenal estratégico; por ello, nunca impidieron la aceleración de la carrera armamentista, sino que sólo alteraron su forma.
La actual propuesta de Reagan lleva en consideración los últimos desarrollos del armamentismo yanki. Estos cobraron una forma precisa bajo el gobierno Cárter, cuya «Directiva Presidencial” Nro. 59 «ordenó al Pentágono desarrollar planes y estrategias para pelear y ganar guerras nucleares” (ver P.O. 324). Esto abarcó una reorientación, tanto en el armamento convencional como en el nuclear: fue creada la “Fuerza de Intervención Rápida”, cuerpo militar capaz de desplazarse y presentar batalla en menores plazos en cualquier «punto conflictivo” del planeta (su creación fue anunciada poco antes de la caída de Somoza, y se llegó a barajar su utilización contra la revolución sandinista), y fueron programadas nuevas armas nucleares tácticas. El «aporte” de Reagan consistió en dar un impulso fenomenal a este proceso. Ordenó la fabricación en serie de armas químicas y de la «bomba neutrónica” (de poder mortífero equivalente al de la nuclear, pero que provoca menos destrucciones en los edificios circundantes, lo que, según los expertos, toma más factible su utilización) Se plantea ahora la transformación de la «Fuerza de Intervención Rápida en un poderoso ejército, con 5 divisiones de infantería, 2 divisiones de marina, y más de una docena de divisiones aéreas, incluyendo bombarderos convencionales y nucleares (“New York Times”, 5/6).
El principal aliado del imperialismo yanqui, Gran Bretaña, llevó a las Malvinas armas nucleares “tácticas”, con orden de usarlas en caso de peligro de destrucción de la flota. El desarrollo del armamentismo es una expresión del grado agudo de la crisis del orden mundial del imperialismo. De acuerdo con la doctrina oficial yanqui, el arsenal nuclear tiene el objetivo de «disuadir” a la URSS de utilizar las armas nucleares. Otras «teorías ‘ de lo más variadas, aparecen para justificar su desarrollo reciente. Una de ellas es la del «primer golpe”: dado que la URSS y los EEUU poseen capacidad de destrucción mutua, se trata de dotarse de un arsenal nuclear capaz de destruir en un «primer golpe” a su equivalente soviético, sin darle la posibilidad de una respuesta. En cuanto a las armas nucleares «tácticas”, se plantea su eventual utilización en una guerra nuclear circunscripta y limitada. La pretensión de librar una guerra nuclear «limpia”, que se resolvería, de hecho, en un primer golpe, es puro cuento, y tiene por función impulsar un mayor desarrollo armamentista, así como preparar las condiciones políticas y psicológicas de admisibilidad de una guerra nuclear. Incluso en un reciente documento de cuatro prominentes miembros del «establishement” yanqui (entre ellos, Robert Me. Ñamara y George Kennan) ambas teorías son pulverizadas: no existe posibilidad de «primer golpe” que no conduzca a una destrucción total, no hay posibilidad de una guerra nuclear «local» que no conduzca a una escalada generalizada.
Otra variante de este planteo mistificador ha sido expuesta en un documento reciente del gobierno Reagan, revelado por el «New York Times” («Herald Tribune”, 5/6): «desarrollar armas que dificulten una contrapartida de la URSS. Imponerle costos desproporcionados, abrir nuevas áreas de competición militar y tornar obsoletas las inversiones previas de la URSS”. I.o que se pretende ocultar aquí, como un planteo consiente y controlado, es la inevitabilidad objetiva del desarrollo armamentista del imperialismo, como una exigencia económica ante la crisis y como una exigencia política de aplastamiento a los pueblos oprimidos y a la clase obrera mundial. Ni existe el propósito, por parte del imperialismo, de “imponer” un acuerdo de reducción real de las armas nucleares, ni existe la posibilidad de imponer a la URSS, racionalmente, una competencia ruinosa, que actuaría como un factor independiente del conjunto de la crisis económica y política mundiales. Lo que se esconde aquí es el intento de superar la impasse del capital mediante un relance nunca visto del armamentismo, cuya función política es imponer un chantaje nuclear al conjunto del planeta, en el que la guerra nuclear (que el reciente armamentismo toma más factible) sería un recurso último contra la revolución mundial y todas sus conquistas (incluso en los Estados en que el capital ha sido expropiado), planteando la previa fascistización de los principales países. Roger Molander, un ex-estratega del Consejo Nacional de Seguridad de los EEUU, y actualmente animador de un movimiento contra la guerra nuclear, testimonió que «en una reunión del Pentágono (se arguyó) que la gente está hablando de la guerra nuclear como si fuese el fin del mundo cuando, en realidad, sólo morirían 500 millones de personas” («The Guardian», 4/4). El llamado «equilibrio del terror”, que excluiría la posibilidad de una guerra, es el más grande cuento de la actualidad (ni siquiera es nuevo, pues ya fue usado antes —en las dos guerras de nuestro siglo), y tiene la función ideológica de justificar la preparación bélica del imperialismo. La capacidad de éste de declarar una guerra nuclear depende sólo del grado de cohesión interna de sus regímenes, es decir, de su capacidad para infringir una derrota decisiva al proletariado mundial
El principal objeto de la propuesta de Reagan es legitimar un nuevo salto en la carrera bélica del imperialismo yanqui Se comprueba que solo una derrota del imperialismo a escala internacional impedirá que éste opte por el holocausto nuclear como último recurso para imponer su orden contrarrevolucionario en todo el globo. La vieja divisa del movimiento obrero “socialismo o barbarie”, es hoy más vigente que nunca.
Hacia una economía de guerra
¿Qué se pone de relieve, con los actuales niveles impresionantes de gastos armamentistas, sino que la producción de armas ha sido la rueda maestra del desarrollo económico en los últimos decenios? El largo “boom” económico de posguerra fue impulsado por los crecientes gastos bélicos, garantizados por la demanda institucional del Estado. La producción de armas para el Estado se dirige a un “mercado cautivo” y se recrea permanentemente por la rápida obsolencia de las armas provocada por la carrera bélica (proceso que ha sido llevado al paroxismo, como lo releva que ciertos equipos se tornan obsoletos apenas iniciada su producción), y por las guerras. El que las principales potencias imperialistas hayan acumulado un poder de fuego capaz de destruir al mundo varias veces, revela que no se trata del simple desarrollo de la rama armamentista como una rama de la producción industrial, o de la técnica militar. Esta aparente irracionalidad encuentra sus motivos en las necesidades del capitalismo en su fase actual.
Mediante la demanda armamentista, el capitalismo logró atenuar su crisis crónica de sobreproducción, que ya condujo a dos guerras imperialistas por un reparto de los mercados del mundo. Pero sólo atenuar, pues la producción de armas no elimina, sino que acentúa ulteriormente, las tendencias que conducen al capitalismo a su descomposición. Al concentrar porcentajes cada vez mayores del progreso científico y técnico, es en la rama armamentista donde se verifica con más agudeza la tendencia al aumento del capital constante (máquinas y equipos) respecto al variable (fuerza de trabajo). Este es el mecanismo de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, es decir, de la cantidad cada vez menor de plusvalía extraída en relación al capital total. El conjunto de estos factores se encuentra presente en la crisis actual de la economía norteamericana. En un reciente análisis del «New York Times” se informa que:
«los analistas creen que los crecientes gastos militares tendrán apenas un escaso efecto sobre la tasa de desocupación. El Pentágono cree que el crecimiento de las industrias militares anexas agregará 350.000 empleos hasta 1984, llevando el número de empleos en esa área a 2 millones 860 mil. Alrededor de un millón de empleos conexos se crearían a través de lo que los economistas llaman el ‘efecto multiplicador’. (…).La inversión de centenas de millones de dólares en la producción de equipos ha reducido la necesidad de trabajadores de producción. Y un amplio porcentaje del plan de gastos militares está previsto para nuevos sistemas, tales como el bombardero B1 y el misil MX, que requieren antes que nada personal técnico, profesional y ejecutivo, más que trabajadores de producción” (1/6).
Varias cuestiones se ponen aquí de relieve: a) que el conjunto de la industria y la economía yanqui dependen de los gastos militares del Estado, b) que la supertecnificación de la industria armamentista la va bloqueando como fuente productora de empleos, lo que se transmite al conjunto de la industria «civil” (el poco más de un millón de empleos previstos son insignificantes frente a una desocupación de casi 10 millones, sin tomar en cuenta su crecimiento previsible hasta 1984).
Los efectos del desarrollo económico basado en el armamentismo no se detienen allí. El porcentaje cada vez mayor de la producción nacional invertido en la industria de armas tiende a convertirse en un consumidor insoportable de la riqueza nacional, tornándose incompatible con otro tipo de gastos. Es lo que sucede actualmente con el programa de Reagan, que financia los gastos armamentistas, no sólo en base a cortes en la seguridad social y otros programas sociales, sino mediante el recurso al crédito, que es desviado así del resto de la industria capitalista. Esto plantea una transferencia de beneficios del conjunto de la burguesía hacia los monopolios vinculados él armamentismo. Los gastos armamentistas, paliativos de la crisis de sobreproducción, acaban recreándola en una escala superior, pues incrementan la tendencia a producir un exceso de capitales. Se materializa en forma acabada la tendencia fundamental hacia la descomposición del capitalismo (la tendencia decreciente de la tasa de ganancia), cuya base es el aumento permanente del capital constante en relación al variable. El desarrollo de la industria armamentista es la forma parasitaria principal (no única) que, bajo el capitalismo en decadencia, concilia la tendencia del capital hacia su reproducción ampliada y los límites históricos del régimen capitalista.
El desarrollo económico basado en el armamentismo acaba generando un bloqueo al crecimiento de las fuerzas productivas tomadas como conjunto. El «boom” económico de posguerra nunca pudo prescindir del armamentismo creciente, Pero sí lo desplazó relativamente del conjunto de la producción industrial, con la crisis mundial, a partir del 70 el armamentismo se convierte en el único mercado que no retrocede para el capital. Pero esta expansión es insuficiente para movilizar a todo el capital ocioso generado por la crisis, al mismo tiempo que impulsa una enorme inflación dado que gran parte de ese capital ocioso son créditos incobrables contra empresas y naciones en bancarrota.
La actual crisis económica, que se extiende desde 1973, ha dado lugar a un enorme y falso debate. Se sostiene que las causas de la crisis se encontrarían en las elevadas tasas de interés en los EEUU y la consecuente valorización del dólar. Se «olvida” que la situación exactamente inversa (desvalorización de las monedas frente al oro y bajas tasas de interés) tuvo lugar hasta 1980. Las altas tasas de interés tienen su origen en el elevado grado de intervención económica del Estado (expresado en el crecimiento constante del déficit presupuestario yanqui) que es el principal tomador de préstamos en la plaza financiera, y en el estado de bancarrota financiera de la mayoría de la industria privada, como resultado de un cuarto de siglo de inflación. Ahora bien, casi toda la industria yanqui, en primer lugar la militar y, a través de ella la civil, se mantiene en pie gracias a la intervención estatal, pues el grado de capacidad ociosa (sobreproducción) es fantástico (construcción, automotores, aeronáutica). Una baja de las tasas de interés, a través de una reducción del papel económico del Estado, provocaría un colapso general, arrastrando a ramas enteras de la industria y al sistema financiero. La crisis de sobreproducción se manifestaría abiertamente, planteando la destrucción de una parte enorme de las fuerzas productivas acumuladas. Las altas tasas de interés y el intervencionismo estatal, que mantienen artificialmente en pie al capital (ficticio) de créditos incobrables, son un factor de descalabro para los otros países imperialistas (cuyos capitales son atraídos por el alto rendimiento financiero del dinero en los EEUU) y, sobre todo, para los países atrasados (cuya deuda externa aumenta a pasos agigantados con el aumento del precio del dinero). Se calcula que los intereses recibidos del exterior por los EEUU, que ascendían a mil 500 millones de dólares, en 1979, pasaron a… 14 mil millones! en 1981, pudiendo llegar a 18 mil millones en 1982, en virtud del alza de las tasas de interés. El significado esencial de éstas es el grado enorme de parasitismo alcanzado por el capitalismo (la actividad bancaria y los préstamos no son una actividad productiva).
Lo que se manifiesta en la actual crisis es la ruptura de todos los equilibrios económicos de la etapa anterior (entre la industria y los bancos, entre la industria militar y la civil, entre la intervención estatal y el capital privado). Un nuevo equilibrio sólo podrá ser alcanzado mediante una monopolización mayor de la economía (eliminando definitivamente a los capitales desplazados por la actual crisis) y un acentuamiento de la intervención estatal que reduzca consecuentemente el porcentaje de la industria civil respecto de la militar, es decir, mediante una destrucción en masa de fuerzas productivas. En virtud del carácter anárquico del capitalismo, este «sinceramiento” de la economía yanqui no puede llevarse adelante sino mediante una profunda crisis, que disloque a la economía mundial (en la que los EEUU ocupan la posición hegemónica), lleve a la quiebra a sectores enteros del capital y suma en la miseria a la mayoría de los trabajadores. Pero, además, significa profundizar la militarización del aparato económico hasta niveles de economía de guerra, transformando al capitalismo yanqui en una máquina bélica contra las masas del mundo entero. Desde un punto de vista político, no otra cosa significa el documento del gobierno Reagan citado más arriba, en el que se señalan dos ejes para el desarrollo de la política militar norteamericana: «a) aceptar una guerra nuclear contra la URSS como una necesidad en la que los EEUU deben estar capacitados para prevalecer, incluso durante un conflicto nuclear prolongado, b) lo que tendría el efecto de colocar a los EEUU en estado de guerra permanente”.
Un ejemplo práctico es el de la industria aeroespacial, que ostentó, durante el “boom”, una de las más altas tasas de innovación tecnológica. En los últimos años, los sucesivos gobiernos yanquis fueron aplicando importantes cortes en los programas de investigación civil del espacio, lo que llevó a la anulación de numerosos proyectos. El 4 de julio, Reagan dio el golpe de gracia colocando a la NASA (entidad civil responsable de la investigación espacial) bajo la dirección directa del Pentágono y la CIA. Los futuros pasos de la carrera espacial (desarrollo del «taxi espacial”, puesta en órbita de una estación permanente) estarán al servicio de objetivos militares: preparación de plataformas espaciales de lanzamiento de misiles y «satélites asesinos» (capaces de destruir a otros satélites). La militarización del espacio cobra así una forma declarada, y la militarización de la economía da un enorme paso, mediante la total absorción de una industria de vanguardia por el complejo técnico-militar. Así se conjugan las necesidades económicas del capitalismo en crisis con las necesidades políticas del imperialismo yanqui como gendarme mundial contrarrevolucionario.
El armamentismo en los estados capitalistas y en los estados obreros.
El armamentismo concentra un porcentaje cada vez mayor del progreso científico y técnico, y de los recursos productivos de la humanidad. Ya en 1970, la industria militar empleaba en los EEUU un cuarto de todos los físicos y un quinto de todos los matemáticos e ingenieros, porcentajes que han crecido enormemente desde entonces. Desde el punto de vista de los recursos productivos, «para armar y lanzar 200 proyectiles balísticos intercontinentales, son necesarias 10 mil toneladas de aluminio, 2 mil 500 toneladas de cromo, 24 toneladas de berilo, 150 toneladas de titanio, 890 mil toneladas de acero y 2 millones 400 mil toneladas de cemento. En cuanto al petróleo, más de 3/4 del consumo de energía para fines militares proviene de esa fuente de energía. Lo que da, según la ONU, 5 a 6 por ciento del consumo mundial: más que el consumo de toda Francia y cerca de la mitad del consumo de todos los países en desarrollo juntos, excluida China”. El consumo de aluminio, cobre, níquel y plata para fines militares, es mayor que el consumo total de esos metales en Asia, África y América Latina. Una proyección de los actuales niveles de producción de metales y del consumo militar de los mismos, indica que una «crisis de metales” puede producirse antes de 10 años.
Esta situación es completamente irracional desde el punto de vista de las necesidades de la sociedad humana. Pero no lo es desde el punto de vista de las necesidades económicas del capitalismo en el que, como hemos visto, la rama armamentista juega el papel de volante de equilibrio del conjunto del sistema.
Los países atrasados no escapan a la tendencia a la militarización de la economía: entre 1960 y 1978 el PNB de los países del «Tercer Mundo” creció a un ritmo promedio del 2,7 anual, los gastos militares aunó del 4,2 («New Left Review, Nro. 121). En un reciente informe del Instituto de Investigaciones sobre la Paz, de Estocolmo, se señala que Latinoamérica (en especial Brasil y Argentina), se encuentran a la cabeza de esta tendencia: en 1981 los gastos militares latinoamericanos superaron los… 60 mil millones de dólares!! ¿Se trata de un fortalecimiento de las naciones atrasadas, en pugna con el imperialismo? Nada de eso. El informe citado señala que «las causas fundamentales del fortalecimiento de las fuerzas armadas en todo el continente son el recrudecimiento de los conflictos fronterizos y la proliferación de los enfrentamientos internos”. Es decir, la represión de la revolución- social, dirigida contra las bases del dominio imperialista, y el enfrentamiento reaccionario entre países oprimidos (Perú-Ecuador, Chile-Argentina), como medio de contención de las masas y a cuenta de las grandes potencias.
La lucha contra el armamentismo y contra el militarismo tiene una importancia fundamental en los países de régimen burgués semicolonial. El hecho de que en una eventual guerra contra el imperialismo la causa justa se encuentra del lado de los Estados burgueses oprimidos, no puede significar nunca el apoyo a la militarización, al armamentismo o a la posesión de la bomba nuclear, por parte de estos. Como tendencia fundamental, la militarización y el armamentismo en los países atrasados van dirigidos contra las masas: en el hipotético caso de que se vuelvan contra el imperialismo, son impotentes y son factores de freno en manos del régimen burgués. Hay que combatir el militarismo en las naciones burguesas oprimidas en función de la lucha por el armamento de las masas y la conquista de la efectiva democracia política. La lucha contra el militarismo está ligada a la lucha contra el imperialismo, que es el verdadero factor del armamentismo en las naciones atrasadas.
Es por eso que es utópico reclamar el desarme o la desmilitarización, ya que para aplastar al imperialismo y a la reacción local es necesario el armamento de los trabajadores.
Excepcionalmente, la cuestión militar origina roces entre las burguesías semicoloniales y el imperialismo (ej. el conflicto entre Argentina y Brasil, y los EEUU, sobre la cuestión nuclear), e incluso se llega al extremo de que el aparato militar del país atrasado sea usado contra el imperialismo (caso guerra de las Malvinas). Ni aún este caso es un argumento en favor del armamentismo en los países atrasados: el imperialismo -como lo demostró las Malvinas- lleva siempre las de ganar en el enfrentamiento entre aparatos militares. El «ejército permanente” de los países atrasados es totalmente inservible para defender las fronteras nacionales contra el imperialismo. Al contrario, la invasión irakiana de Irán, favorecida por el imperialismo, fue rechazada gracias a que la revolución destrozó al ejército iraní, y la defensa de la revolución quedó en manos de las masas armadas (con independencia de su circunstancial dirección) lo que aseguró una movilización total contra la invasión pro-imperialista.
El militarismo en los países atrasados es también un aspecto de la súper explotación de los trabajadores, que son quienes pagan el incremento del armamentismo. El famoso Martínez de Hoz, ministro de la más grande entrega de la Argentina al capital financiero, se vanaglorió de haber permitido con su política la masiva adquisición de armas (salida encontrada por el gigantesco capital financiero creado), que luego serían usados contra Inglaterra. Lo que hay que señalar es que, amén de su inutilidad como factor de triunfo contra el imperialismo, la dictadura argentina tentó en primer lugar utilizarlas creando un conflicto reaccionario con Chile (sobre el canal de Beagle), en el que finalmente ambas dictaduras —chilena y argentina- quedaron sometidas al arbitraje imperialista. Si el conflicto con Chile no prosperó fue porque la precaria situación interna de la Junta Militar le impidió llevar a las masas a una guerra enteramente reaccionaria. Cuando su situación se agravó, tentó la a- ventura militar contra Inglaterra. Luego de su capitulación vergonzosa, motivada en su incapacidad de movilizar a la Nación contra el imperialismo anglo-yanqui, se insinúa ahora la transformación del Ejército argentino en profesional, eliminando el servicio militar obligatorio. Se trata de una confirmación de la naturaleza pro-imperialista de la burguesía argentina y su brazo armado, pues éste perdería sus últimos vasos comunicantes con la población. La burguesía extrae de la guerra el balance exactamente opuesto de los revolucionarios: el antiarmamento de las masas (lo que prueba, por la negativa, que sólo sobre éste último puede apoyarse la lucha antiimperialista. Más aún que en las metrópolis, la militarización en el mundo semicolonial es un factor de bloqueo de las fuerzas productivas (pues absorbe un porcentaje mayor de recursos productivos inmensamente más escasos) y, sobre todo, de encadenamiento al imperialismo, que pasa a tener un control directamente militar del país a través de los suministros bélicos y del adiestramiento de técnicos y oficiales. El horizonte de la burguesía nacional es apenas el de mejorar su posición de socia menor del imperialismo, jamás el de combatirlo a fondo. En los países atrasados, el militarismo participa de la tendencia mundial del capitalismo en decadencia, ero se convierte mucho más rápidamente en una gangrena social que invade toda la vida del país, liquida las conquistas democráticas y refuerza la explotación y la opresión en todos los órdenes.
Ahora bien, los altísimos niveles de gastos militares no son un patrimonio exclusivo de los estados capitalistas: los Estados Obreros, principalmente la URSS, también han desarrollado un enorme poder destructivo. Este armamento es históricamente una respuesta defensiva al despliegue del militarismo imperialista. La producción de armas no tiene el mismo carácter en regímenes sociales que difieren en su propia base (la propiedad privada o estatal de los medios de producción). No es lo mismo el armamentismo como salida económica y equipamiento militar del expansionismo imperialista, que aquél que surge como respuesta preventiva a ese expansionismo. Quien opine que el armamentismo es un producto de la rivalidad entre los EEUU y la URSS (que es lo que hacen buena parte de los grupos pacifistas) está absolviendo al capital imperialista de su carácter orgánicamente militarista y destructivo: el armamentismo podría ser abolido por medio de un acuerdo; el militarismo sólo sería una de las políticas posibles del imperialismo (con lo que se afirma implícitamente que puede, si otros lo dirigen, tener una política «pacifista”). Sólo a veces esta visión maniquea del mundo es el producto de la ingenuidad.
Dicho esto, los Estados Obreros actuales no están en manos de la clase obrera, sino de camarillas privilegiadas y contrarrevolucionarias. Estas burocracias son opresoras de los pueblos sobre los que imperan, y reprimen violentamente a los trabajadores que se rebelan contra su dominio antidemocrático y sus privilegios: Polonia. En sus manos, el armamentismo es también un factor de opresión de los pueblos. La necesidad de mantener la «alianza” con la “superpotencia” rusa fue el argumento que emplearon todos los que apoyaron, abierta o veladamente, la contrarrevolución antiobrera en Polonia (desde la burocracia stalinista hasta el Vaticano). Esto nos lleva a precisar la afirmación inicial: el militarismo en los Estados Obreros no es sólo realmente un medio de defensa contra el imperialismo. En manos de una burocracia diferenciada de los trabajadores, el aparato militar se transforma en un medio de agresión sobre éstos, y también en un factor de debilitamiento económico de los Estados Obreros. Además, con la burocracia aparece la posibilidad (aunque no la inevitabilidad) de guerras entre Estados Obreros: Vietnam y Camboya primero, China y Vietnam luego, la han confirmado. La única analogía posible es que, así como el militarismo imperialista señala la decadencia mundial del capitalismo, el militarismo y las guerras burocráticas señalan la impasse de los regímenes burocráticos.
Es simplemente un crimen defender la militarización de los Estados Obreros burocráticos con el argumento de que el convido histórico de una eventual guerra entre estos y el imperialismo es diametralmente opuesto (el pablismo, actualmente representado en el «Secretariado Unificado de la IV Internacional”, se ha hecho una especialidad en ese tipo de mistificación). La razón es que la burocracia es una casta contrarrevolucionaria que procura mantener contra viento y marea el presente orden internacional. El empeño en superar militarmente al imperialismo está condenado al fracaso, la eliminación del imperialismo sólo será posible por medio de la revolución social. La burocracia no es una simple víctima pasiva de la presión militar imperialista, pues usa activamente esa presión para bregar contra la revolución mundial y para justificar la posesión de un inmenso aparato militar contra las masas. Esto explica que en su tira y afloja con el imperialismo, la burocracia se aferre también al principio de “racionalización” del arsenal nuclear: es bajo la vigencia de los acuerdos SALT I y II (v sin violarlos en lo más mínimo) que se produjo un impresionante desarrollo cuantitativo del arsenal nuclear de la URSS inclusive superior al de los propios EEUU. El que este desarrollo se torne un peso insoportable para la economía soviética, ilustra que el régimen social de la URSS es contradictorio con su burocracia dirigente, que es lo que ocultan los planteos defensores del militarismo ruso.
Sólo una revolución política en los Estados Obreros podrá plantearse una reorientación en el desarrollo de las fuerzas productivas, y acabar con el aparato burocrático militar, y ser un factor de impulso de la revolución mundial. Un Estado Obrero en manos de los trabajadores está obligado a desarrollar una política revolucionaria internacional contra el imperialismo, procurando una alianza con los trabajadores de todos los países contra el militarismo capitalista. La lucha contra el militarismo es inseparable de la lucha contra el imperialismo y por la misma razón también de la lucha antiburocrática revolucionaria en los Estados burocráticos.
Las divergencias de la burguesía yanqui
La propia naturaleza de la industria armamentista (inversión que precisa de la reunión de enormes masas de capital, producción para un «mercado cautivo”) hacen de ella un factor extraordinario de monopolización de la economía. Se ven acentuadas todas las tendencias al parasitismo propias de los monopolios. La fijación arbitraria de precios de monopolio eleva artificialmente los beneficios de esa rama, convirtiéndose en un factor contrarrestante de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, tendencia acelerada por la propia industria militar.
Así, «mientras los aumentos de precios se estacionan, la tasa de inflación para los sistemas de armas está en dos o tres puntos porcentuales por encima de los otros índices de precios” («New York Times”, 1/6/82).
La fijación arbitraria del beneficio se ve facilitada y llevada a extremos por el entrelazamiento de los monopolios militares con su cliente exclusivo (el estado). Un ejemplo de ello lo brinda el testimonio frente al Congreso de los EEUU del almirante Rickover:
«Recientemente, algunas grandes compañías constructoras de navíos expusieron enormes presupuestos frente a pedidos de la Marina. Estos presupuestos estaban enormemente inflados y basados más en el beneficio ‘extra’ que quería obtener el constructor que en los costos reales. Dejando de lado su responsabilidad por las pobres performances de sus contratos, presentan presupuestos que descargan todos los problemas sobre el gobierno, y piden centenas de millones de dólares en pagos extra (…) evaluando esos presupuestos encontré numerosos indicios de fraude (…) durante los años 70 la Marina difirió los presupuestos de 4 grandes constructores para una investigación del Departamento de Justicia. Luego de investigar, el Departamento de Justicia anunció recientemente que no había evidencias de una tentativa criminal, pese a que los presupuestos ascendían hasta alrededor de 5 veces lo evaluado por la Marina” («New York Review of Books”, 18/3/82).
Todos estos superbeneficios monopólicos y vulgares negociados (¡Reagan se queja de la ineficiencia de la gestión económica del Estado en los países «subdesarrollados”!) son realizados a costa de la transferencia de una parte de la masa de plusvalía a las ramas militares Ultramonopolizadas. Esto se convierte en un factor directo de división de la burguesía. Su reflejo directo son las discusiones presupuestarias en el Congreso, donde la casi totalidad de los parlamentarios se pronunciaron en favor de cortes al presupuesto militar de Reagan.
Una oposición a la canilla libre a los gastos militares se está estructurando alrededor de los sectores burgueses afectados por esta política. Algunos sectores (Kennedy) llegan a plantear el «congelamiento” de los gastos nucleares y la mantención de ciertos programas sociales, como medios de reactivación de las industrias más golpeadas. Otro índice de la virulencia de la disputa interburguesa está dado por la presencia de un alto personaje del «establishement” yanqui (Cyrus Vanee) ex secretario de Estado y ligado a importantes intereses financieros de Nueva York, en una comisión de la ONU que sugirió una racionalización extrema de los gastos militares.
Está claro que estamos lejos de un planteo «pacifista” o de desarme: se plantea apenas un arsenal bélico igualmente efectivo pero más económico. Lo que importa destacar es que, a través de la discusión sobre armamentismo, estamos en presencia de una feroz disputa intermonopólica provocada por la agudeza de la crisis económica. Esta disputa anuncia una profunda fisura al interior de la burguesía yanqui, cuya proyección es una crisis política sin precedentes en los EEUU. Lo que la crisis política pondrá en juego es la naturaleza del régimen político norteamericano, cuyas características democrático burguesas entran crecientemente en contradicción con el rol del Estado yanqui en el período de más profunda crisis económica y como gendarme mundial contrarrevolucionario. Se trata del episodio mayor de la crisis política mundial, pues tiende a llevarla al centro mismo del sistema imperialista.
El armamentismo y las disputas interimperialistas
Las disputas al interior de la burguesía yanqui se proyectan a la arena mundial, en relación a la política militar a aplicar frente a los aliados-imperialistas (Europa^ Japón). Las economías de estos países fueron reconstruidas en la posguerra gracias a los créditos e inversiones yanquis, a cambio de lo cual se transformaron en rehenes militares de los EEUU en su antagonismo con la URSS. Esto se produjo en diferentes grados: el decadente Imperio Británico se convirtió casi en una base militar americana; Francia, que salió de la OTAN, ensayó una política imperialista independiente, dotada de una fuerza nuclear propia.
La política monetaria yanqui, que drena capitales europeos hacia los EEUU, es una de las formas de descargue de la crisis económica del bastión imperialista sobre las economías europeas. Las presiones políticas y militares sobre Europa están al servicio de ese objetivo. Los EEUU presionan hacia una derechización de la política interior y exterior de los regímenes europeos (exigencia de una política de «austeridad”, movidas de piso contra Schmidt y Mitterrand), con el fin de garantizar el descargue de la crisis sobre las masas trabajadoras y satelizar a la burguesía europeo-occidental y de Japón (caso gasoducto siberiano). La cuestión militar, en la que Europa se encuentra en una situación cuasi colonial respecto a los EEUU, es el instrumento privilegiado de las presiones.
La división interna de la burguesía yanqui se proyecta aquí en las dos políticas alternativas planteadas para Europa: a) los sectores partidarios del militarismo a ultranza plantean profundizar la transformación de Europa en un vaciadero del armamentismo yanqui. EEUU debería mantener el monopolio atómico (el «paraguas atómico”) en Europa, profundizando su condición de rehén militar. Un paso en este sentido será la instalación de los misiles Pershing y Cruise. Estos «misiles de alcance medio” serán construidos exclusivamente para Europa (su autonomía de vuelo no les permite ser misiles intercontinentales). Al obligar a Europa a aceptarlos, los EEUU la han convertido en una colonia militar yanqui, pues esta instalación no podrá ser revocada por ningún gobierno europeo, comprometidos, por tratado, a su producción por los EEUU. No es casual que este hecho marque una nueva etapa del proceso armamentista y haya desatado las gigantescas manifestaciones conocidas en Europa y en EEUU, b) Los defensores de una racionalización del esfuerzo militar plantean un rearmamento europeo, en términos convencionales y nucleares. La militarización europea sería una salida a su propia crisis económica, aumentaría su dependencia económica respecto a los EEUU, y le haría jugar un rol más activo en el chantaje nuclear de la URSS. Incluso se plantea el rearme del Japón, que debería jugar un rol propio de gendarme en el SE asiático.
Las disputas entre los yanquis y los imperialismos europeos en tomo a la cuestión se multiplican. Los europeos se han venido negando a llevar sus presupuestos militares al porcentaje del PNB exigido por los yanquis (Alemania incluso lo bajó). Las alternativas europeas para limitar la presión yanqui siguen dos ^ presionar hacia un «pacto’ de garantías” EEUU- URSS, que reduzca la carrera bélica, participando en las negociaciones armamentistas. «Haig quiere conducir las negociaciones con la URSS en forma bilateral (en Ginebra sobre los euromisiles, y luego las negociaciones sobre armas estratégicas START), mientras los europeos querrían que fuesen de algún modo incluidas en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa” (de la que participan los EEUU, la URSS y sus satélites, y Europa) («La Stampa”, 17/5). Con el golpe militar polaco, los EEUU plantearon demagógicamente el «boicot occidental” de la Conferencia, intentando liquidar el único canal de negociación con participación europea. Los delegados europeos se negaron, lo que no impidió que la Conferencia sea un foro inútil en materia de negociaciones militares. 2) Crear una fuerza nuclear y convencional independiente, que les permita entrar en pie de igualdad en las negociaciones planetarias. Para esta alternativa -tradicionalmente sostenida por Francia- no existe cohesión política suficiente. La crisis en curso del Mercado Común Europeo (sanciones a Gran Bretaña, fracaso del sistema monetario europeo por las diversas devaluaciones) ilustra la ausencia de cohesión política de los imperialismos europeos.
Atenaceados entre la presión yanqui y la crisis económica interna, los regímenes europeos marchan hacia una brutal crisis. La reciente devaluación monetaria y el programa de austeridad aprobados por el gobierno «socialista” de Francia, muestran el acelerado ritmo de deterioro de los regímenes políticos. El estallido de la crisis pondrá sobre el tapete la necesidad de proceder al pasaje a verdaderos regímenes policiales en el corazón de la «democrática” Europa. La fantástica presión norteamericana es un poderoso factor de crisis revolucionaria en la Europa capitalista.
La inviabilidad de la «coexistencia pacífica»
El solo hecho de que la URSS tenga que armarse hasta los dientes para protegerse de la amenaza de un sistema con el que pretende «coexistir pacíficamente” -y hasta superar (la «emulación pacífica”)- evidencia el carácter utópico y reaccionario de la orientación política de la burocracia del Kremlin. Debido al atraso económico relativo de la URSS respecto a las metrópolis imperialistas, que cuentan a su favor con la división internacional del trabajo dada por su hegemonía en la economía mundial, el costo económico del militarismo es severamente más pesado en la URSS: «De acuerdo con los últimos análisis de inteligencia, el presupuesto de Defensa de la URSS va a llegar al 15 por ciento del PNB en 1985, lo que hay que comparar con el 11-13 por ciento alcanzado durante los años 70. El último año, los EEUU gastaron 5,8 por ciento del PNB en Defensa, Gran Bretaña alrededor del 5 por ciento, Alemania Occidental el 4,3 por ciento y Francia el 4,1 por ciento” («The Guardian”, 28/3). Aquí está evidenciado el carácter utópico de la perspectiva de «superar» al capitalismo, incluso militarmente. Su carácter reaccionario estriba en que mientras que para el imperialismo, el armamentismo es la única salida a la crisis económica, en los Estados Obreros es contradictorio con el régimen social, convirtiéndose en una de las principales causas de la crisis económica. Mientras en los EEUU, la plétora de mercancías lleva a la producción de armas y a subsidiar a los agricultores para que no produzcan, para no hundir los precios del mercado mundial, la URSS se ve obligada a reiterados «planes de emergencia” y masivas importaciones para cubrir su déficit alimentario, mientras importantísimos recursos son desviados hacia el sector militar.
Para uno o varios Estados Obreros aislados, y relativamente atrasados desde el punto de vista económico, es imposible superar militarmente al imperialismo que domina la técnica y la economía mundiales. La propaganda imperialista sobre la “superioridad militar” de la URSS se basa en una manipulación de .as cifras (no se toma en cuenta la calidad del armamento, y se compara a la URSS con cada bloque imperialista por separado) y tiene la función de justificar la carrera armamentista. Es significativo que de importantes personajes de la política yanqui hayan partido expresiones como las que siguen:
“(los rusos) no tienen ninguna superioridad estratégica en cualquier sentido utilizable” (Harold Brown, en el “New York Times”, 3,5).
“Los EEUU tienen y continúan teniendo suficientes armas como para destruir la base urbana industrial de la URSS, aun luego de absorber un golpe de la URSS” (James Schlesinger, ídem).
“Aún en el caso de un primer golpe soviético que destruya la mayoría de nuestros misiles en tierra, 3.000 cabezas nucleares (en su mayoría submarinas) serían suficientes para una respuesta que haría pedazos a la URSS desde Moscú hasta Vladivostock” (Edward Kennedy, “Newsweek”, 12/4).
La política de la burocracia, que ha renunciado y es hostil a la revolución mundial, es una vía libre al armamentismo imperialista. Se pone en evidencia que sembrar ilusiones en un desarme pacífico y concertado del imperialismo es un monstruoso engaño a las masas trabajadoras de todo el mundo. Ahora bien, la propia burocracia no se traga esa píldora, como lo prueba que amenaza con preparar nuevas armas en caso de que el imperialismo acelere la carrera bélica. Si al mismo tiempo se bloquea toda movilización revolucionaria contra el imperialismo, se puede comprender que se trata de una política contrarrevolucionaria altamente consiente. La inviabilidad de la coexistencia pacífica no es otra cosa que la inviabilidad histórica de la burocracia en los Estados Obreros.
El armamentismo burocrático es contradictorio con el del régimen social proletario. La burocracia es incapaz de acabar con la carrera armamentista, lo que demuestra que la burocracia sólo puede realizar un trabajo de zapa consiente contra el movimiento obrero y contra las bases sociales de su estado. La crisis económica creciente de los Estados burocráticos está llevando a sectores “reformistas” (e incluso a sectores del aparato de seguridad, bien ubicados para ser conscientes del despilfarro monstruoso de los gastos militares) a planteos «pacifistas”, es decir de limitación del aparato militar, a través de un acuerdo mundial preciso con el imperialismo (sectores que están “coqueteando” con los movimientos “pacifistas” de Europa Oriental, con la finalidad de servirse de ellos (las iglesias protestantes aspiran a la misma función).
¿Lucha por el desarme o lucha contra el imperialismo?
Las importantes manifestaciones pacifistas en Europa y los EEUU están directamente motivadas por el nuevo salto de la corrida armamentista (instalación de los euromisiles, desarrollo de las armas nucleares tácticas, bacteriológicas y químicas). La mayoría de los movimientos que las animan, sin embargo, plantean una perspectiva utópica: la eliminación del armamentismo, sin eliminar su raíz (el capitalismo imperialista). En algunos casos, colocan al armamentismo como ajeno a la lucha del imperialismo por su sobrevivencia, y lo interpretan como resultado de una voluntad hegemónica de “potencias” o superpotencias”, es decir que se puede superar mediante presiones que no salgan del régimen social capitalista. El stalinismo participa y simpatiza con estos movimientos justamente por su carácter no anticapitalista. Esto pone de relieve el aspecto reaccionario de estos movimientos: al ocultar a las masas la raíz del armamentismo, adormecen la conciencia de los trabajadores.
El movimiento pacifista se basa en un acuerdo sin principios entre los sectores más diversos (la Iglesia, sectores de la burguesía imperialista y sus partidos, la burocracia sindical, el stalinismo, etc.). Es esto lo que facilita a elementos de la burguesía imperialista la posibilidad de usarlo como plataforma de presión -bajo el rótulo de «paz”— para una racionalización de la carrera bélica: el mencionado Cyrus Vanee se puso a la cabeza del cortejo pacifista realizado sobre la ONU, en Nueva York. Aquí se evidencia el corto alcance del planteo, y la perspectiva de una dislocación del movimiento.
La única perspectiva realista para el movimiento antibélico es, por el contrario, la de empalmar con la lucha por la revolución social, sólo el combate de todos los explotados por la expropiación de los monopolios capitalistas y la destrucción de su Estado eliminará de raíz el peligro de un holocausto nuclear. Mientras aquellos subsistan, siempre existirá el peligro de que encuentren en la guerra la última salida para su crisis y para asegurar la reproducción del capital. Y esta salida será inevitable cuando la burguesía logre frustrar la movilización de las masas y pueda infringirles una derrota decisiva. La burocracia soviética, por’ su lado, no sólo es cómplice del armamentismo, sino que puede llegar a ceder a un chantaje nuclear imperialista, si la diferenciación en su seno da lugar a que fuertes sectores vean en la capitulación la única vía para salvar sus privilegios. La burocracia defiende al Estado Obrero en la medida que es una fuente de privilegios: cuando éstos se toman contradictorios con aquél, no vacila en entregar sin lucha todas las conquistas sociales en que se basa el estado que usufructúa.
Un movimiento de masas contra el armamentismo sólo podrá ser efectivo si se presenta con un programa de lucha contra el capital. La crisis capitalista, que por un lado toma la forma del impresionante desarrollo bélico, toma por el otro la de una ofensiva en regla contra todas las conquistas sociales. La desocupación en todos los países es la más grande de posguerra. Incluso en las metrópolis imperialistas están a la orden del día los “planes de austeridad”: los cortes a la Seguridad Social, el congelamiento salarial, la liquidación de viejas conquistas como la escala móvil son los objetivos de los planes económicos de los gobiernos de Francia, Italia y los EEUU. El armamentismo se presenta en directa oposición a la satisfacción de las necesidades básicas de la sociedad (educación, salud y vivienda). Por eso la lucha contra el armamentismo debe integrar un programa de defensa de las conquistas sociales atacadas y de lucha contra la carestía y la desocupación. Esto significa las siguientes reivindicaciones: confiscación de la industria bélica; escala móvil de horas de trabajo y de salario, impuesto directo al gran capital para financiar la expansión de la salud, de las obras públicas y la educación.
Otro aspecto de un programa revolucionario contra el armamentismo y la guerra nuclear es el apoyo incondicional a la revolución colonial, y a toda lucha de los países atrasados contra el imperialismo. Al minar las bases del dominio imperialista sobre el mundo, el movimiento antiimperialista es el principal aliado de la lucha contra al armamentismo. El primer objetivo de éste es mantener el dominio mundial de los monopolios sobre el conjunto del mundo atrasado: en los conflictos entre el imperialismo y los países oprimidos (Medio Oriente, Malvinas, Centroamérica) el armamentismo se transforma en guerra. Las actuales masacres llevan el embrión de la agresión nuclear a la humanidad. El no apoyo incondicional a la Argentina en la guerra de las Malvinas fue un índice de la confusión y atraso políticos de los movimientos pacifistas, y del papel dirigente que la burguesía imperialista juega en ellos.
La eliminación del armamentismo plantea terminar con la casta separada de la sociedad que monopoliza los medios militares, que no sólo sería superflua, sino que es actualmente un cáncer que pone en peligro todas las conquistas de la humanidad hasta el presente. Un movimiento antiarmamentista real, y no de fachada, debe reivindicar la abolición del ejército permanente y el armamento del conjunto del pueblo, para poner las funciones militares bajo el control de la sociedad, y como paso necesario hacia la liquidación de toda violencia entre naciones y al interior de la sociedad humana.
Sólo con este programa se podrá, separar a la burguesía imperialista y promover la intervención dirigente de la clase obrera organizada en la lucha contra el militarismo y la guerra. Sólo el frente único con las organizaciones obreras (sindicales y políticas) brinda a esta lucha una perspectiva de triunfo, concentrando a través de él la voluntad de lucha de todos los explotados contra el Estado imperialista. Esto no hace sino subrayar la urgencia de que la clase obrera intervenga políticamente centralizada, construyendo nuevas direcciones revolucionarias y partidos obreros de masas allí donde no existen (EEUU).
A través de una lucha así planteada, las masas irán cobrando conciencia de que el holocausto nuclear no sería el producto de la locura de unos pocos, sino de la irracionalidad del régimen capitalista. La toma de conciencia es el momento en que los explotados deciden tomar en sus manos la dirección y el destino de la sociedad humana.


Una discusión sobre la revolución brasileña

Pablo Rieznik Mario dos Santos

 

Desde hace poco menos de un año se publica en Brasil la revista «Teoría y Política”, «con el objetivo de contribuir para la afirmación y el desarrollo del marxismo», de acuerdo a la presentación formulada en su primer número por el Consejo Editorial Este está conformado por ex-militantes del Partido Comunista do Brasil (stalinista «albanés”) y, por esto, en los tres números publicados hasta ahora son numerosas las referencias a este partido. La ruptura con el PC do B provocó una polémica pública entre los editores de «Teoría y Política sobre el balance del partido y sus planteamientos políticos. Nelson Levy -«PC do B, continuidad y ruptura”- en el primer número de la revista, y Carlos Magalhaes en dos artículos -«El error de la crítica a un error” y «Las tareas democráticas y nacionales en Brasil y el socialismo»- que aparecen en los números siguientes 2 y 3, respectivamente, abordan este balance. El análisis de la estrategia y la táctica del PC do B está realizado a la luz de una caracterización de la revolución en el país y de la experiencia histórica del movimiento obrero según Marx y Lenin. En este sentido, Levy sostiene que el PC do B debe ser caracterizado como «un partido pequeño burgués radical», dado «El apego acrítico y en bloque a la tradición de una III Internacional contaminada, desde el período de Stalin, por una ideología nacional-reformista” (TP No. 1, pág. 56). El mismo Levy acusa a la dirección del partido de «comprometerse… con el presupuesto menchevique del compartimento de las etapas” (ídem, pág. 29), esto en oposición al auténtico marxismo y a las posiciones de Lenin, y a la tesis marxista de la revolución permanente (cf. en la misma página). Ya para Carlos Magalhaes esto último es «trotskismo», al que identifica como una concepción diametralmente opuesta al marxismo y a Lenin… Al margen de esta gran divergencia teórica ambos polemistas coinciden en señalar el carácter socialista de la revolución brasilera, en función de las tareas planteadas en el Brasil contemporáneo, donde -según Carlos Magalhaes- «la contradicción entre el capital y el trabajo es, en las condiciones actuales, el dato principal de nuestra realidad social (pág. 32, TP No.3), una tesis similar a la sustentada por su contrincante.
Es altamente significativo que esta polémica en el seno de una tendencia política de origen maoísta haya derivado en una escisión entre un sector que pasa a transformarse en partidario de la revolución permanente y otro sector que se compromete más profundamente con la tesis menchevique -stalinista de la revolución por etapas. Aquí se está traduciendo la lucha entre las dos tendencias básicas de la revolución latinoamericana: de un lado, el nacionalismo pequeño- burgués, el stalinismo e incluso el castrismo -que plantean una revolución democrático- nacional y un período de larga colaboración con la burguesía nacional; y del otro, el trotskismo consecuente, cuya estrategia señala que la consumación de la liberación nacional y la superación del atraso precapitalista sólo es posible por medio de la revolución proletaria y del régimen de la dictadura del proletariado.
Sin embargo, esta diferenciación en el seno de «Teoría y Política” está obscurecida por la conclusión común que ambas tendencias establecen en relación al carácter de la revolución en el Brasil. Para ambos la revolución brasileña sería socialista debido a que el desenvolvimiento de las fuerzas productivas en Brasil no estaría obstaculizado por supervivencias precapitalistas, ni por la opresión imperialista. A partir de aquí se borra la distinción entre ambas tendencias, pues no se plantearía ni la revolución permanente (transformación de la revolución democrática en socialista por medio de la dictadura del proletariado) ni la revolución por etapas (ya que no existirían tareas democráticas o nacionales pendientes).
Esta conclusión entronca a los polemistas de «Teoría y Política” junto a una creciente corriente de la pequeña burguesía intelectual latinoamericana, que niega, sea el atraso, o el carácter nacionalmente oprimido de los países latinoamericanos. Así mismo se elimina la característica decisiva de la teoría de la revolución permanente, toda vez que ésta deduce el carácter socialista de la revolución, no de la negación de la opresión nacional y precapitalista, sino de la incapacidad de la burguesía para eliminarlas, así como de la posibilidad de la toma del poder por el proletariado, apoyado en la insurrección de la mayoría nacional.
La identificación de la explotación capitalista del atraso nacional con la forma históricamente completa y acabada del capitalismo (tal como se da en las metrópolis) impone como una de sus consecuencias posibles la identificación de las diversas capas de explotados (campesinos pobres, trabajadores agrarios migratorios, pequeña burguesía artesanal, inteligencia asalariada) con el proletariado moderno. El proletariado se convierte en sinónimo de pueblo y el socialismo como el resultado de un movimiento de dirección policlasista (esto se expresa en los programas de todas las guerrillas centroamericanas). Nos volvemos a encontrar aquí con el planteo del populismo.
No se trata de negar el carácter combinado del desarrollo de las naciones latinoamericanas, en ninguna de las cuales la gran burguesía industrial nativa ha conquistado la hegemonía económica y política. De lo que se trata es de comprender que el desarrollo del capitalismo en estos países ha llegado a un punto en que ha creado un proletariado moderno, que compromete definitivamente la posibilidad de que la burguesía asuma la dirección de una revolución democrática.
Un problema de método:
Para demostrar la vigencia de la «revolución por etapas”, Carlos Magalhaes trata de explicar las razones que llevaron a Marx a hablar de «revolución permanente” en .la “Circular de la Liga de los Comunistas” de 1850; como Lenin se habría o- puesto al planteo de Marx, y las nuevas diferencias que se plantearía Mao-Tse-Tung. Como resultado de este peregrinaje Magalhaes concluye que en lugar de copiar a los clásicos se trata de aplicar «concretamente” el método marxista a situaciones específicas, históricamente diferentes. Serían estas circunstancias «concretas» las que determinarían la existencia o no de etapas en la revolución de cada país. Así como en Rusia, razona Magalhaes, lo determinante en su conformación nacional era el elemento «feudal” y, por lo tanto, lo que estaba planteado era una revolución democrático burguesa, en Brasil, en cambio, donde el elemento que predomina es el capitalista, lo que surge como necesario es una revolución de carácter socialista.
Magalhanes hace un abordaje incorrecto de lo concreto. Lejos de subrayar las peculiaridades nacionales (como parecería ser su intención) concluye refiriéndose a aquello que de más general y abstracto tiene el desarrolla nacional: feudalismo, capitalismo. Si el carácter «concreto” de Brasil es ser «capitalista” es obvio que esto no lo diferencia en nada de los Estados Unidos. Y si en un país «feudal” pudo verificarse la primer revolución proletaria de la historia, está claro que el feudalismo no refleja las peculiaridades nacionales rusas sino un espíritu de clasificación arbitrario.
Es que Magalhaes no ha entendido lo que son las peculiaridades nacionales y es de suponer que las entiende, precisamente, como un sistema de clasificaciones de formaciones sociales puras. No ha comprendido que para el marxismo el punto de partida de las peculiaridades nacionales es la economía y la política mundiales, que abrazan en un todo orgánico al conjunto de las naciones y mercados nacionales, incluyendo sus resabios precapitalistas.
Las peculiaridades nacionales son una combinación original, es decir, contradictoria, de las características más generales del mercado mundial y del desarrollo histórico mundial del capitalismo. En todos los países el capitalismo es la forma social dominante, no por el contingente demográfico sometido directamente a este tipo de explotación, sino por su capacidad para someter y disolver las relaciones económicas rivales o anteriores. Esta fuerza deriva del hecho de que corresponde a un régimen social históricamente superior y de que ha conquistado una hegemonía mundial. Establecer la peculiaridad de un país es señalar, precisamente, la relación específica en que han entrado estos elementos contradictorios entre sí, así como las relaciones de clase, jurídicas y políticas correspondientes. El problema de la revolución socialista se plantea desde el momento en que el capitalismo comienza a someter las formas precapitalistas, creando una economía nacional, pues sobre esa base se forma el proletariado moderno. A su vez, la conversión de ese proletariado en dirección revolucionaria requiere que adquiera una conciencia de clase que se exprese en un programa de e- mancipación social que tenga en cuenta las peculiaridades nacionales, asimilando a su perspectiva histórica todas las reivindicaciones progresivas que se albergan en una formación nacional determinada.
Magalhaes pretende interpretar la revolución alemana (a la cual la «Circular” se refería) sin considerar a la revolución europea de 1848 en su conjunto. No se ve cómo podría destacar sus peculiaridades nacionales, ya que, un fenómeno en sí mismo no tiene, por definición, ningún rasgo distintivo. Lo peculiar de la revolución alemana de 1848 fue la temprana capitulación de la burguesía en la lucha antifeudal, esto debido a la presencia del proletariado en la revolución. Lo peculiar de la revolución alemana fue, precisamente, la renuncia de la burguesía a su tarea histórica por temor al proletariado, y esto no en la persona del proletariado alemán sino del francés, que pugnaba por plantear la revolución social.
Es, precisamente, el hecho de que las peculiaridades nacionales constituyen una combinación de los rasgos generales de la economía y política mundiales, que las experiencias nacionales pueden ser traducidas a un lenguaje universal -formando una experiencia mundial. Así como un país puede asimilar la técnica más avanzada de otro (claro está que en ciertas circunstancias) lo mismo ocurre con el proletariado de una nación respecto a otra. La conclusión que consiste en repetir que la experiencia de un país no se aplica a otro es, por definición, estéril. Lo original es la forma de existencia de lo universal. Una clase que no quiere aprender de la experiencia de otras estará obligada a pasar por esa experiencia, de lo que se concluye el originalismo es la vía más segura hacia la repetición mecánica.
La incapacidad de Carlos Magalhaes de entender lo “concreto” falsea de entrada el problema que se plantea: no se trata de ver si tal o cual país está maduro para la revolución socialista en función de las características de atraso de su propio desarrollo interno consideradas en sí mismas. No, es la economía mundial la que está madura para la revolución socialista, y esto » refracta en las relaciones sociales de la inmensa mayoría de los países. Este es el punto de partida, porque el capitalismo no# impone sino cuando estructura el mercado mundial: ‘‘el modo de producción capitalista es un medio histórico para desarrollar la fuerza productiva material y crear el mercado mundial que le corresponde» (Marx). En este sentido -como lo indico Trotsky- el marxismo parte de la economía mundial, considerada no como la simple suma de sus unidades nacionales, sino como una poderosa realidad independiente, creada por división internacional del trabajo y por el mercado mundial- Porque Magalhaes no entendió esto, no se refiere en ningú11 momento al «internacionalismo”. Si algún sentido tiene el viejo principio de que la revolución socialista es «nacional por su forma pero internacional por su contenido» es justamente el poner de relieve que el carácter de la revolución en Brasil o en cualquier otro país, no puede determinarse considerándolo aisladamente (es decir, negando exactamente sus peculiaridades nacionales) ni eliminando su vínculo común con la revolución mundial contemporánea.
Marx, Lenin y la Revolución Permanente
De acuerdo a Carlos Magalhaes, “en el caso de Lenin, la idea de revolución ininterrumpida está ligada a la de una etapa democrático-burguesa a ser concluida; en Marx, en la «Circular», esta cuestión no es considerada” (TP No.3, pág. 12). En Mao, a su tumo, “la idea de hegemonía del proletariado implica la dirección del Estado por el partido proletario desde la primera etapa y el compromiso de ese mismo Estado en las tareas socialistas de forma inmediata” (TP No.2, pág. 131). Finalmente, lo que habría planteado Trotsky es, «en su esencia la tesis de que a pesar del carácter democrático burgués de la revolución rusa, el proletariado debería luchar por el poder teniendo en vista realizar de inmediato las transformaciones socialistas” (TP No.3, pág. 13). Se trata, concluye Magalhaes inmediatamente, “de una concepción diametralmente opuesta a la de Lenin” (ídem).
Existen aquí una serie de equívocos que es conveniente esclarecer por partes. Para comenzar -y contra lo que afirma Magalhaes- en Marx, en Lenin y en Trotsky, no existe la menor diferencia sobre el carácter burgués democrático de la revolución inminente. Ninguno de los tres planteó pasar por encima de las condiciones materiales en las cuales se fundaba la revolución que analizaban: la contradicción entre las fuerzas productivas nacionales burgueses y las relaciones de producción precapitalistas existentes, tanto en la Alemania de 1850 como en la Rusia de 1917. Lo que sí estuvo en debate -y vale todavía para los países atrasados, oprimidos por el imperialismo- fue la mecánica de clase del proceso revolucionario que permitiría «concluir la etapa democrático-burguesa” y la modificación que sufría esta “etapa a partir del momento en que el proletariado se hacía presente como clase en el desarrollo del proceso de la revolución burguesa.
La primera respuesta a esta cuestión figura en el “Manifiesto Comunista”, cuando se señala que «la revolución (burguesa) alemana sería el preludio de la revolución proletaria”. Aquí se cuestiona ya la idea de una separación mecánica entre la revolución burguesa y la socialista, como dos procesos separados por toda una etapa histórica, distantes una de la otra por el desarrollo y crecimiento de un régimen democrático en el cual el proletariado se educaría y organizaría para el socialismo. En Marx la revolución burguesa y la revolución socialista se integran como parte de un único proceso. Este es el sentido de la frase del “Manifiesto” y de la célebre conclusión de la circular de la Liga: “el grito de guerra de la clase obrera debe ser: Revolución Permanente”. El mismo concepto se encuentra en Lenin en 1905 cuando afirma que «de la revolución democrática, comenzaremos inmediatamente y en la medida de nuestras fuerzas -las fuerzas del proletariado concierne y organizado- a realizar la transición para la revolución socialista. Estamos por la Sud6”eLPmpida, no pararemos a mitad de camino” en («La relación de la Socialdemocracia con el movimiento campesino”)
Afirmar que Marx – al revés de Lenin – no consideraba “una etapa democrático burguesa a ser concluida” refleja un desconocimiento elemental sobre la cuestión y para esto basta leer el programa del “Manifiesto” y de la propia “Circular” que toman una serie de reivindicaciones totalmente inscriptas en las realizaciones propias de una revolución burguesa (unificación nacional, impuestos progresivos, educación pública y gratuita, etc…) Por otra parte, el objetivo específico de la “Circular” justamente es de orientar la conducta del proletariado frente a la esperada revolución que debería llevar al partido pequeño burgués al poder. ¿Cómo se puede decir, entonces, que Marx “ni considero” la cuestión de la etapa democrático burguesa?
Ahora bien, en un artículo de 1905 y retomando un análisis hecho por Plejanov, Lenin afirmó: «(Plejanov) indica jui­ciosamente que Marx, en marzo de 1850, cuando redactaba la “Circular”, creía en la caducidad del capitalismo y conside­raba la revolución socialista ‘muy próxima’. Marx corrigió rá­pidamente su error; desde el 15 de septiembre de 1850 se se­paraba de Schapper (…) Marx le objetaba a Shapper que no se puede tomar la propia voluntad como motor de la revolu­ción, en substitución de las condiciones reales. Tal vez el pro­letariado debería sufrir, todavía 15, 20, 50 años de guerras ci­viles y de conflictos internacionales» no solamente para transformar las relaciones existentes, sino para trans­formarse a sí mismo y tomarse capaz de ejercer el poder polí­tico” (Citado por Magalhaes en TP, No.3, pág. 11). Magalhaes utiliza esta cita para (a través de Plejanov-Lenin) reprochar a Marx no haber considerado la etapa democrático-burguesa. Detengámonos brevemente en este punto.
Cuando Marx escribió la “Circular” en marzo de 1850 espera­ba no la revolución socialista sino la revolución que, debutan­do como burguesa —bajo el liderazgo de la pequeño burguesía- concluiría como proletaria si la clase obrera conseguía ocupar una posición independiente en el proceso revolucionario. Marx aplicaba a la revolución alemana las enseñanzas de la gran revo­lución francesa de fines del siglo anterior. Lo que ésta última había mostrado es que a lo largo del proceso revolucionario -que se extiende por varios años- diversas clases y fracciones ocupaban sucesivamente el escenario político, llevando la propia revolución cada vez más hacia la izquierda, hacia una ruptura radical con el pasado. Una vez alcanzado este extremo, con la dictadura jacobina, la Revolución Francesa refluyó y la curva ascendente fue quebrada con la emancipación completa del campesinado. Marx entendía que el aparecimiento del proleta­riado permitiría que la misma curva no fuese interrumpida en Alemania una vez que el poder cayese en manos de la pequeño burguesía, puesto que ahora podría haber un nuevo acto: que la clase obrera llegase al poder. En este caso se operaría el pasa­je «ininterrumpido” de la revolución burguesa a la revolución socialista. Este era el significado de la “revolución permanente” y Marx planteaba para esto la necesidad de una organización independiente de la clase obrera, la desconfianza más absoluta en la demagogia democratizante de la pequeño burguesía y la estructuración de un doble poder en el curso de la revolución para evitar un “termidor» alemán. En esta orientación Marx no cometió ningún «error» y por esto no existe ninguna auto­crítica sobre esta cuestión. Lo que Marx «corrige”, algunos meses después de redactar la «Circular» es su apreciación de los acontecimientos; la revolución que esperaba, liderada por el partido pequeño burgués democrático no se dio, mientras que la superación de la crisis económica de los años 1847/48 contribuye a dar cierta estabilidad al régimen vigente, por lo cual el propio Marx entiende que es previsible que no estalle una nueva revolución en el futuro próximo. Pero el aporte metodo­lógico y teórico de la «Circular” se mantiene incólume como un verdadero modelo de táctica obrera durante la revolución burguesa y de ahí la conocida revelación de que Lenin la sabía prácticamente de memoria.
Lo que Magalhaes entendió del artículo mencionado de Le­nin es que Marx se equivocó al esperar una revolución socialis­ta en lugar de una democrática. Pero no es esto lo que dice Lenin. Lo que éste dice es que Marx consideraba la posibilidad de arribar a la tercera etapa de la revolución (la socialista) en el curso del proceso revolucionario mismo que se abrió en marzo de 1848, debido a que consideraba al capitalismo mundial de la época “en estado de decadencia senil”. Como éste no era el caso, pasada la crisis de 1848/49, se produjo un extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas, que inviabilizo no solo la revolución socialista sino también la democrática (parte de las tareas de esta fue realizada por regímenes de despotismo militar).
Pero si el estado de decadencia senil no era el del capitalismo en 1848, si lo era el de 1905, cuando Lenin escribía ese artículo, sin percibir aun plenamente este hecho capital, lo que ocurrirá con el estallido de la guerra y con su trabajo sobre el imperialismo (1916). Lo que Lenin nos dice de Marx sirve para entender por qué el mismo se pasaba, en 1917, a la teoría de la revolución permanente, teoría cuya vigencia acabada se produce, precisamente, en la época del imperialismo.
Como las diferencias entre Marx, Lenin y Trotsky no versan “sobre la etapa democrático burguesa a ser concluida” sino sobre la modalidad de su cumplimiento y su mecánica de clase, es exactamente sobre esto último que versa la discusión, a principios de siglo entre los revolucionarios rusos. ¿Cuál es la diferencia básica, desde el punto de vista de la clase obrera entre la Alemania de 1848 y la Rusia de 1905? Que mientras en el primer caso no existía un partido obrero independiente, en el segundo el Partido Socialdemócrata era ya una organización constituirla, una realidad política presente en la lucha de clases, y no un partido que se iría a constituir en el curso de la revolución, como en 1849 en Alemania. Es por eso que en Rusia no se planteaba la posibilidad de una revolución dirigida por la pequeña burguesía sino el problema de qué tipo de coalición debía armarse entre el proletariado y ésta. Se presenta el problema de que en la revolución triunfante el partido de la clase obrera debe formar parte del gobierno que emerja, en un bloque político con la pequeña burguesía pobre de las ciudades, de los campesinos y del proletariado. A esto se oponen los mencheviques que, desde una posición formalmente más «pura”, proclamaban que se debía rechazar toda participación en el eventual gobierno revolucionario y transformarse en la “oposición consecuente” al mismo. Su razonamiento clave era: puesto que la revolución es burguesa, debe dirigirla la burguesía. Es entonces cuando Lenin acúñala fórmula de «dictadura democrática de obreros y campesinos”.
Cuando Lenin planteó la “dictadura democrática de obreros y campesinos” no polemizaba en absoluto con Trotsky y la teoría de la revolución permanente, expuesta en el libro «Balance y Perspectivas” —que Lenin desconocía y al cual, probablemente, sólo tuvo acceso después de la revolución del 17. Con su fórmula original, Lenin buscaba resolver el problema de las relaciones entre el proletariado y la pequeña burguesía campesina. Esto planteaba para Lenin la posibilidad de un gobierno de frente entre el partido obrero y el partido que representara a los campesinos y a la pequeña burguesía (sobre cuyo desarrollo y características Lenin tejió las más diversas hipótesis): un frente opuesto, no sólo al zarismo, sino también contra la burguesía liberal comprometida por mil y una vía con los terratenientes y el orden reinante. Definiendo el carácter «democrático de la cooperación revolucionaria entre obreros y campesinos Lenin quería subrayar que la base de tal cooperación era la ejecución de las tareas burguesas, destinadas a extirpar a la monarquía, a los terratenientes y a la nobleza; imputándole el carácter de dictadura subrayaba su carácter revolucionario frente al viejo orden de cosas, la característica centralizada de su poder y la utilización del aparato del Estado para quebrar cualquier resistencia de la reacción política. Por lo tanto, la diferencia entre Marx y Lenin en relación a la mecánica de clase de la revolución no está vinculada a una etapa democrática burguesa que debe ser concluida, sino al diferente desarrollo del proletariado y del partido obrero en Alemania de 1848 en relación al de Rusia de 1905, frente a la inminencia de una revolución burguesa con decisiva participación pequeño burguesa. Sobre esto mismo versó la polémica entre Lenin y Trotsky.
Trotsky y la revolución permanente
La teoría de la revolución permanente como «diametralmente opuesta” a la teoría de Lenin de la revolución ininterrumpida es un invento del stalinismo que, lamentablemente, Magalhaes repite puntillosamente. Criticando a su contrincante en la propia revista “Teoría y Política”, Magalhaes apunta que “es curioso observar el diplomático silencio que Levy mantiene sobre el nombre de Trotsky al tratar de este asunto (de la revolución permanente). Hablar de revolución permanente —continúa— y omitir su nombre es incurrir, por lo menos, en una injusticia histórica”. Pero la acusación es más válida todavía para el propio Magalhaes porque pretender criticar la teoría de Trotsky, repitiendo todas las falsificaciones formuladas desde Stalin, y “observar diplomático silencio” sobre la obra clásica de Trotsky sobre la cuestión -«La Revolución Permanente” es «por lo menos una injusticia histórica”. Particularmente cuando, en dicha obra, Trotsky liquida uno a uno, todos los argumentos y mentiras que el stalinismo levantaba sobre el carácter supuestamente antileninista de su teoría, que Magalhaes vuelve ahora a reiterar.
A título de ilustración: nuestro autor llega al absurdo de incluir una cita de Lenin «contra” Trotsky que en realidad ya hace 50 años se demostró que, en realidad estaba dirigida a Bujarin, Radek y Piatakov (cf. «A revolucao Permanente”, pág. 70, Ed. Ciencias Humanas). En lo que respecta a lo esencial de las diferencias entre Lenin y Trotsky vamos a resumí’: lo que éste último plantea y que Magalhaes ataca sin conocer, sin explicar y probablemente, limitándose a copiar las infames diatribas «antitrotskistas” de algunos manuales de Editorial Progreso.
«En 1905 Lenin planteaba apenas una hipótesis estratégica que debía todavía ser verificada por el curso real de la lucha de clases. La fórmula ‘dictadura democrática del proletariado y los campesinos’ tenía, por sobre todas las cosas -y conscientemente- un carácter algebraico. Lenin no resolvía de antemano la cuestión de las relaciones políticas entre las dos partes de la dictadura democrática eventual: el proletariado y los campesinos. No excluía la posibilidad de que fueran los campesinos representados en la revolución por un partido especial, independiente no sólo de la burguesía sino también del proletariado y capaz de realizar la revolución democrática uniéndose al partido del proletariado en la lucha contra la burguesía liberal… Lenin admitía inclusive que el partido revolucionario campesino formase la mayoría en el gobierno de la dictadura democrática. (En lo que a mí se refiere) estaba entonces perfectamente convencido de que la revolución agraria y, por consiguiente, la revolución democrática, sólo podía realizarse en el curso de la lucha contra la burguesía liberal, por los esfuerzos conjugados de obreros y campesinos. Me oponía, sin embargo, a la fórmula de ‘dictadura democrática del proletariado y los campesinos’ por entender que tenía el defecto de dejar sin respuesta la pregunta: ¿a cuál de esas dos clases pertenecerá la dictadura real? Intentaba demostrar que, a pesar de su enorme importancia social y revolucionaria, los campesinos no son capaces de formar un partido verdaderamente independiente y, mucho menos, de concentrar el poder revolucionario en las manos de ese partido… Llegué así a la conclusión de que nuestra revolución burguesa sólo podría realizar de hecho sus tareas en el caso de que el proletariado, apoyado por millones de campesinos, concentrase en sus manos la dictadura revolucionaria”.
En este punto el pronóstico formulado por Trotsky doce años antes, se cumplió enteramente en 1917, es decir, la formula algebraica de Lenin se resolvió con el contenido preestablecido por Trotsky. Ambos fueron entonces estrechos colaboradores y la diferencia de puntos de vista (no hubo nunca una polémica franca sobre el punto entre ambos) quedo enterrada hasta que seis años más tarde, luego de la muerte de Lenin, Stalin la resucitó a los fines de la campaña faccional contra el “trotskismo”. Que el carácter algebraico de la formula “dictadura democrática de obreros y campesinos” se resolvió en el sentido de una dictadura de los obreros apoyada por los campesinos, en la conformación de un Estado obrero, y no burgués, a partir del triunfo de los bolcheviques en octubre del 17, lo adelantó por otra parte, el propio Lenin en sus “cartas sobre Táctica” de abril del mismo año y que son citadas en la revista “Teoría y Política” por Nelson Levy:
«la dictadura democrática del proletariado y el campesinado ya se realizó en la revolución rusa, pues esta ‘fórmula’ preveía apenas una relación entre las clases y no una institución política determinada que materializase esta relación, esa colaboración. El ‘Soviet de diputados obreros y soldados’: ésta es la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado ya realizada por la vida” (Citado en TP Nro. 1, pág. 42).
La genialidad de Trotsky consistió en haber sacado la conclusión sobre la inevitable dirección proletaria de la revolución para que esta triunfase, luego de los acontecimientos de 1905. Fue entonces que, haciendo un balance histórico de la revolución contemporánea planteó todas las consecuencias derivadas de la aparición del proletariado como clase en la propia revolución. Trotsky se adelantó a su época, criticando justamente el carácter «algebraico” de la fórmula de Lenin. Reconocía su valor revolucionario al plantear la alianza de los explotados, delimitándose de la burguesía liberal, pero señalaba el elemento conservador, ambiguo, de la misma, que podría actuar como reno al despliegue de las energías revolucionarias del proletariado en el caso de victoria de la revolución. Explicó esto en una de las modalidades polémicas más violentas -como el proteo lo señala en «La Revolución Permanente”- en un artículo e periódico de Rosa Luxemburgo en 1909:
“Si los mencheviques, partiendo de la abstracción de que ‘nuestra revolución es burguesa’, llegan a la idea de la adaptación de toda la táctica del proletariado a la conducta de la burguesía liberal hasta que esta última conquiste el poder del Estado, los bolcheviques, también partiendo de la pura abstracción de una ‘dictadura democrática, no socialista’, llegan a la idea de una autolimitación democrático burguesa del proletariado con el poder en las manos. Es verdad que la diferencia entre ambos es muy grande: mientras que los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo ya se manifiestan ahora con toda su fuerza, las características antirrevolucionarias del bolchevismo sólo constituyen un peligro en caso de victoria revolucionaria” (cf. «La Revolución Permanente”, Pág. 102, Ed. Ciencias Humanas)
Si Lenin supo reconocer el contenido concreto “ya realizado por la vida” de su vieja fórmula algebraica, no es menos cierto que la mayoría del equipo dirigente bolchevique ruso se apegó al elemento conservador de la consigna de la “dictadura democrática” y se planteó la tarea de sostener al gobierno burgués luego de febrero de 17.
El planteo de las posiciones “diametralmente opuestas” de Lenin y Trorsky no resiste por lo tanto la menor crítica y prueba a penas toda la reserva de stalinismo de la cual el autor no pudo desembarazarse luego de romper con un partido staliniano.
En lo que respecta a Mao debe decirse que este no aporto sino confusión a este debate teórico, confusión que era la expresión de la voluntad de la dirección maoísta de estableces un compromiso entre la revolución y el stalinismo contrarrevolucionario.
La fórmula de Mao “bloque de cuatro clases”, de una dictadura conjunta de burgueses nacionales, proletarios, etc… es el planteo stalinista clásico que entero a la revolución de 1927. Como quiera que en China se instauro un Estado Obrero y no una revolución democrático-burguesa, todas las teorizaciones de Mao sobre la confirmación de su planteo stalinista es puro alquimismo.
Sobre la caracterización de la revolución en Brasil
Las consideraciones hasta aquí desarrolladas nos permiten entrar en un problema central: la caracterización de la revolución en Brasil. El abordaje metodológico de Carlos Magalhaes y Nelson Levy es, en este caso, prácticamente idéntico y las inclusiones similares. Así, según Magalhaes,
“la revolución brasilera no puede ser caracterizada como democrático burguesa o nacional democrática. O sea: no se puede identificar al Brasil con la Rusia zarista o la China prerrevolucionaria. Sólo es posible hablar de una etapa democrático burguesa cuando efectivamente existen todavía, en un país determinado, obstáculos al desarrollo capitalista en la base económica y en la superestructura estatal. En el caso de Rusia estos obstáculos eran los restos del servilismo y el Estado zarista, aristocrático y burocrático. En China era el feudalismo (…) En Brasil, al contrario, no se puede hablar de obstáculos económicos al desarrollo del capitalismo (…) El proletariado en Brasil, no tiene ninguna etapa intermedia para vencer -en el sentido leninista de la palabra etapa- antes de ingresar en la lucha por el socialismo’’ (TP, Nro. 3, pág. 31). Levy, a su turno, insiste:
“En Rusia, la revolución se enfrentaba, en su primera etapa, con un Estado autocrático de base feudal (…). En el Brasil, hace precisamente cincuenta años, las masas cargan sobre sus espaldas el peso de la revolución democrático burguesa de 1930 (…); ante estas precondiciones, nos encontramos, (…), en un estadio democrático burgués de la revolución?  Absolutamente no…” (TP Nro. 1, pág. 50 y 51).
Los errores en estos planteos son de diverso orden. En primer lugar, comenzando por lo más “grueso”: afirmar que en «Brasil no existen obstáculos económicos al desarrollo del capitalismo”-como lo hace Magalhaes- constituye un cuestionamiento a cualquier tipo de revolución, toda vez que ésta es inviable si no hay bloqueo al desarrollo de las fuerzas productivas del país. Otra interpretación de tal afirmación sería que es el propio capitalismo el obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero en estos términos Brasil y EEUU ocuparían el mismo lugar en la jerarquía de clasificaciones abstractas que el autor nos presenta. Su análisis pretende ser «concreto” y destacar la particularidades del desarrollo de Brasil, pero, en realidad, acaba navegando por las aguas de las abstracciones más generales. Esto es común a ambos autores y el resultado es que nos conducen a un mundo inexistente.
Por ejemplo: Brasil no tiene ninguna barrera para el avance del capitalismo, Rusia sí, “los restos del servilismo y el Estado zarista, aristocrático y burocrático”. Si dejamos de lado el absurdo de pretender caracterizar un país y su revolución por los «restos” de relaciones de producción y formas políticas (tales «restos” se mantienen inclusive en los países más avanzados) no es verdad que esos elementos fueran sólo un obstáculo para el avance en general del capitalismo en Rusia. Eran un obstáculo para el desarrollo de un capitalismo democrático, basado en la formación de una poderosa clase media agraria. Pero el Estado zarista fue un instrumento de la penetración del capital extranjero y de la rápida concentración y centralización del capital en general. No fue simplemente un Estado feudal, desde que toda su política se orientó al impulso de la acumulación primitiva (abolición de la servidumbre).
El atraso ruso estimuló el ingreso de capitales externos que encontraban, en este contexto, una base de superbeneficios y esta penetración incentivaba a su vez al Estado zarista ruso a tratar de «acelerar” el desarrollo capitalista del país para enfrentar la presión desagregadora del capital externo. El poderoso aparato estatal del zarismo sustituyó de alguna manera a la débil burguesía rusa y procuró, a su modo, burocrático, aproximar al país a la nueva realidad del pujante capitalismo. Como régimen político, el zarismo adoptó una forma semibonapartista, de arbitraje entre el capital y la vieja aristocracia. La burguesía se recostó y amparó en este Estado que, desde la mitad del siglo XIX (abolición de la servidumbre), buscó conciliar su pasado con el nuevo desafío capitalista. Fue bajo el Estado zarista que la propia burguesía fue desarrollándose hasta asumir su total control durante la guerra y desplazar formalmente al zarismo. En realidad, el zarismo ruso fue un medio para el avance burocrático, no revolucionario, prusiano”, del capitalismo y un obstáculo para su desarrollo más progresivo, democrático, “americano». Centenares de páginas de Lenin pueden encontrarse sobre este análisis en sus trabajos iniciales y una descripción de la función del Estado en el impulso a ciertas reformas capitalistas que fue magistralmente resumida por Trotsky en el primer capítulo de “Balance y Perspectivas’’.
Las particularidades de la Revolución Rusa y de la revolu­ción en el Brasil forman parte de un mismo contexto -la etapa imperialista del capitalismo moderno- y sólo en-este contexto es que una comparación puede ser legítima. Transformando a las particularidades en una generalidad, los autores de “Teoría y Política”, establecen una distancia histórica de siglos entre un “Brasil capitalista” y una «Rusia y China feudales y servi­les». Por esto no son capaces de distinguir el carácter especí­fico del capitalismo en nuestro país en el contexto de la etapa imperialista.
Más importante todavía son las conclusiones políticas que se pueden extraer de las abstracciones planteadas. Si la tesis de inexistencia de obstáculos al capitalismo es cierta debe con­cluirse en la necesidad y viabilidad del régimen de la democra­cia burguesa en el país, puesto que este último forma parte integral del desenvolvimiento capitalista, como su forma polí­tica más acabada de dominación. Este es además el eje de la posición del PC -en tomo a lo cual se estructuran sus “tesis” para el próximo Congreso- y de una gran parte de la izquier­da del PMDB como de la derecha del PT, para quienes el país, a partir del desarrollo capitalista reciente habría conquistado la madurez para instaurar una democracia burguesa moderna. La “apertura” actual revelaría un proceso, no de crisis del capital, sino un intento de resolución de la crisis de la super­estructura, que deberá resolverse en la instauración de una só­lida democracia política. Esa misma “apertura” sería un ajuste de la forma del Estado a la base económica del país y el socia­lismo pertenecería a la culminación de toda una etapa histórica previa.
Magalhaes pretende precaverse sobre estas conclusiones cuando afirma que un rasgo distintivo de la burguesía brasilera es su “carácter antidemocrático”, «razón por la cual nunca dio a luz una democracia burguesa razonablemente constituida». El motivo sería su temor a la clase obrera y al comunismo. Per­fecto, llegamos a la conclusión de Marx de 1848. ¿Pero acaso la burguesía rusa de comienzos de siglo era “democrática» y era por esto que se planteaba la lamosa etapa democrático- burguesa? Si es por el antidemocratismo de la burguesía tanto en Rusia como en Brasil está abolida la etapa democrática bur­guesa, es decir, una revolución bajo el liderazgo de la burguesía que abra un nuevo período histórico de desarrollo capitalista de la nación. Si la burguesía no ha podido instaurar la forma acabada de su dominación política, cuando ya está amenazada por el proletariado, esto está demostrando: que la burguesía cabalmente capitalista, es decir, la burguesía industrial y el conjunto de la burguesía derivada del régimen de la gran indus­tria capitalista, no ha impuesto su hegemonía política en el s a o, donde están presentes con fuerza otros estratos explo­tares, desde los agentes que lucran como intermediarios y comisionistas del capital financiero imperialista hasta todas las formas de capitalismo comercial y financiero que lucran mediante el intercambio no equivalente con los productores agrarios que cubren distintas formas de transición al capitalismo, sea directamente o a través del Estado (deuda pública, inflación, régimen impositivo); y también nos demuestra que el proletario aparece como caudillo potencial antes de completarse la formación del régimen burgués clásico. Magalhanes y Levy llevan revelan que no entienden las diferencias históricas del desarrollo capitalista en los países imperialistas y en los dominados por el imperialismo. Por esto no entienden que la incapacidad histórica de la burguesía nativa para producir las formas burguesas más generales a su dominación (democráticas) es también una expresión del carácter atrasado del desarrollo del país, de la no resolución de tareas clásicas de la revolución burguesa: independencia nacional, desarrollo del mercado interno, revolución agraria.
Otra de las contradicciones insuperables de nuestros dos autores es que luego de definir genéricamente el país como capitalista, para cuyo desarrollo no habría obstáculos, se refie­ren ambos a la «dominación imperialista” y a la “lucha nacio­nal”. Pero: ¿Cómo es posible tal «dominación” sin la existen­cia del atraso del país, sin la existencia de desniveles de desa­rrollo que permita la obtención de superlucros? Brasil es un país formalmente independiente, no es una colonia sino una semicolonia, se encuentra sometido por el gran capital monopólico y financiero internacional. ¿Cómo puede haber una “dominación imperialista” que no se exprese en “obstáculos” al pleno desarrollo de las fuerzas productivas nacionales (bur­guesas)? ¿Cómo se compatibiliza la definición del país como capitalista a secas, precisando de una revolución socialista pura, con la existencia de esta opresión imperialista? ¿Cuál sería entonces, la diferencia con la revolución en los propios países imperialistas? Ninguna de estas respuestas se encuentran en los análisis de Levy y Magalhaes, cuyas incoherencias se explican por la metodología incorrecta con la cual abordan el problema y por la incapacidad para determinar las peculiaridades nacio­nales de Brasil y sus expresiones en el plano político. Esta es la tarea insoslayable para quien quiere elaborar una caracteriza­ción del país, base de un programa para la revolución brasilera y es, justamente en este punto, donde el fracaso de nuestros autores se hace más evidente.
Sobre el carácter de la revolución en Brasil (II)
Si el imperialismo es la forma dominante de la economía mundial, no hay que olvidar que existen naciones imperialistas y naciones oprimidas por el imperialismo. Esta es la primera característica concreta del desarrollo brasilero: Brasil no es sólo capitalista, está también sometido a la explotación eco­nómica del gran capital financiero de las metrópolis y a la dependencia diplomática y política del imperialismo. El atraso no significa estancamiento absoluto; debe entenderse en refe­rencia a las diferencias entre fuerzas productivas nacionales, entre el imperialismo y los países que sufren su expoliación, diferencias que se reproducen a lo largo del tiempo, a través de constantes modificaciones, incluyendo la semiindustrializació0 de los países coloniales o semicoloniales. O sea, hay capitalismos y capitalismos, y es claro que el imperialismo no consiste sólo en la explotación de regiones o países no capitalistas. . existe “dominación imperialista” sobre el país -como coinciden en indicar tanto Levy como Magalhaes-: ¿cuál es s expresión en el plano económico sino la perpetuación de un atraso relativo de las fuerzas productivas locales y una acentuación de las contradicciones que obstaculizan un amplio desarrollo del mercado interior, de los cuales el imperialismo obtiene beneficios extraordinarios: mano de obra y materias primas baratas, control monopólico de los más diversos sectores, control de los canales de acceso al mercado mundial, etc..?
La penetración del imperialismo en los países atrasados muía el desarrollo capitalista. Pero sería un grueso error suponer que lo hace imponiendo las características históricamente progresivas del capital en su primera época: liquidación de clases representantes del viejo régimen, imposición de la libre competencia sometimiento de las diversas formas del capital al liderazgo de la industria, creación de un mercado nacional, etc. En otras palabras, creando las bases para un poderoso desarrollo de las fuerzas productivas de la nación burguesa y, por lo tanto, para el régimen político de la democracia. Cuando el imperialismo penetra en los países atrasados estamos ante el capital senil y decadente, que ya no repite la obra de su juventud. El desarrollo capitalista que promueve en los países atrasados es una variante histórica distinta de la que acabamos de retratar, es la no democracia ni nacional sino complementaria de la división internacional del trabajo impuesta por el gran capital metropolitano. No liquida a las viejas clases nativas sino que se asocia a las mismas, lo que bloquea la destrucción de estas clases a manos de la burguesía industrial y tiende a arruinar a la mayoría de esta, controlando las ramas enteras de la producción nacional y bloqueando el desenvolvimiento de la industrialización, entendido como la hegemonía económica de la industria nativa y como rama independiente en el mercado mundial. El imperialismo que es, en su esencia, el capitalismo’ de los monopolios (Lenin), implica una tendencia al parasitismo en el orden mundial y, por lo tanto, al Treno del desarrollo de las naciones tardíamente incorporadas al mercado mundial, como es el caso de Brasil. Por lo tanto el imperialismo sí es un obstáculo a la variante democrática y amplia del desarrollo burgués de los países atrasados, es decir, es al mismo tiempo un medio y un obstáculo para su desarrollo capitalista que el propio capital monopólico procura controlar, someter y disciplinar.
La opresión imperialista y el atraso se manifiestan de una manera aguda y profunda en el plano social y político. Su manifestación más importante es la tremenda debilidad de la burguesía industrial nacional y la ausencia histórica en el país del régimen de la democracia política. Son dos fenómenos naturalmente vinculados. La democracia burguesa es históricamente la expresión del dominio de la burguesía industrial triunfante sobre las clases y grupos precapitalistas; es el régimen político que corresponde a su dominación más amplia y general. Pero este no es, como señaláramos, el tipo de desarrollo capitalista que caracteriza a Brasil, donde la gran industria no es, ni de lejos, la fracción del capital que sometió a todas las demás. Es en primer lugar, un fenómeno puramente regional: los Estados de Sao Paulo y Río concentraban en 1975 más de las dos terceras partes de toda la industria del país, en un ámbito geográfico poco superior al 3 por ciento de todo el territorio. Es, en segundo lugar, una industria cuyas ramas más dinámicas se encuentran en las manos del capital extranjero: la automovilística, la de productos electrónicos, la farmacéutica, etc… En 1970 el 38 por ciento de la producción industrial de las empresas líderes de casi 300 sectores de la industria estaba en manos de empresas extranjeras. En tercer lugar, la industria ocupa a una porción superminoritaria de la población económica activa, que supera apenas al 10 por ciento del total, mientras aún hoy la agricultura es todavía la actividad número uno en términos de trabajadores ocupados: uno de cada tres trabajadores se encuentra vinculado a una ocupación rural.
El enorme peso de la cuestión agraria es una de las características más decisivas del atraso del país. Brasil cuenta con más de 300 millones de hectáreas de tierras aptas para el cultivo, pero apenas 40 millones se encuentran explotados y zonas de nueva colonización están abriéndose permanentemente. En vastísimas áreas de la frontera agrícola se asiste en la actualidad a fenómenos característicos de la acumulación primitiva: piratería de los grandes terratenientes, ruina de los pequeños productores, conflictos armados, etc. En este país “capitalista” ni siquiera la posesión del suelo está jurídicamente consolidada, calculándose que los títulos fraudulentos representan un área igual a 3 ó 4 veces la realmente existente. No menos importante es observar el peso fantástico de la oligarquía rural e, inversamente, del minifundio: en 1978 el 1,8 por ciento de los establecimientos controlaba el 57 por ciento de las tierras registradas por organismos oficiales, mientras que el censo de 1980 revelaba que el 5 por ciento de los más ricos del campo retenían el 44 por ciento de la renta rural.
Los fenómenos de la acumulación primitiva, propia de los Primeros estadios de desarrollo del capital no son apenas características del ámbito rural sino que pertenecen a la estructura misma de la atrasada economía nacional. La gran burguesía financiera cuyos lucros han sido siderales en el último período, no es el resultado de la capitalización del beneficio Productivo y por lo tanto, de la fusión de la industria y la banca, que es lo que caracteriza al gran capital financiero moderno Presenta en verdad, la integración de distintos sectores del Capital agrario v de una parte de la industria con el poderoso jal financiero internacional. Representa una superestructura no de la gran burguesía industrial, sino de las formas cajistas paralelas a la gran industria (que tienen su origen en la disolución del precapitalismo agrario) estructuradas y potenciadas por el imperialismo. Es por eso que puede llegar a bloquear el proceso de industrialización y de desarrollo del mercado interior, cuando bloquea la capitalización industrial y es instrumento para la bancarrota de amplios sectores de la industria. El propio Estado alimenta esto con una monumental deuda pública -superior en la actualidad a los 20.000 millones de dólares— que no es una palanca para el desarrollo industrial del país sino, en lo esencial, un instrumento para el crecimiento del capital especulativo en manos de la gran banca nacional y extranjera. Las altas tasas de remuneración de los títulos de la deuda pública son determinados en función de tomar atractiva la captación de divisas en el exterior cuya función es mantener el pago puntual de la monstruosa deuda externa del país, que supera los 70.000 millones de dólares. O sea: una parte decisiva de la plusvalía obtenida en el país que es reciclada hacia el exterior. En una palabra: los acreedores internacionales tienen más peso en el aparato del Estado, y este aparato tiene que adaptarse a la forma de injerencia y dominación de estos, que la burguesía industrial.
La burguesía industrial no es, por lo tanto, una fracción hegemónica en el Brasil entre las clases dominantes, dada la preponderancia de la oligarquía, la burguesía de las finanzas y el capital imperialista en el plano económico y social; debido a la completa sumisión al gran capital financiero imperialista en el mercado mundial y al peso todavía amplio del atraso agrario. En la base de todo este contexto particular se encuentra el hecho de que el Brasil capitalista carecer de un amplio y nacional-clásico desarrollo de las fuerzas productivas nacionales y combina en su territorio las formas más diversas de producción. Excluyendo a los estados “industriales” ya citados, en el resto enorme del país priman las relaciones de tipo pre- capitalista (en relación a las formas más modernas del capitalismo), las formas más primitivas de producción, las técnicas más atrasadas y la masa pobladora rural o urbana marginal. El proletariado moderno no existe prácticamente fuera de las grandes concentraciones industriales paulistas y cariocas. No cabe duda que este diversificado panorama incluye sectores de modernísima producción capitalista, avance vertiginoso de la mecanización y elevación de la productividad del trabajo. Pero es justamente el desarrollo desigual y combinado lo que marca el atraso de cualquier país.
Las implicancias políticas de esta estructura económica y social son fundamentales. En un ámbito geográfico de dimensiones continentales que el Imperio consiguió mantener unido (la dinastía imperial acaba sólo a fines del siglo pasado), la ausencia de una estructurada clase burguesa nacional reforzó las particularidades locales y regionales, al punto en que todavía en el presente el peso de las oligarquías políticas estaduales y de las burguesías intermediarias -comerciales, financieras, agrarias, etc. es decisivo en la composición política del poder. No existen en este país partidos políticos nacionales y bajo esta forma lo que existe en realidad es una suerte de federaciones estaduales: la historia brasilera está marcada por el hacerse y deshacerse de agrupamientos políticos que articulan la composición de las oligarquías de los Estados y las fracciones de las burguesías lugareñas. El único período “democrático” de la historia brasilera -entre 1946 y 1964- no fue sino la fachada parlamentaria de una composición oligárquica y burocrática. El régimen 9e sentaba en dos partidos -PDS y PTB- que representaban, el primero, a los gobernadores y sus diques tradicionales en los estados, el segundo, a los “pelegos” del Ministerio de Trabajo y buena parte de la burocracia gubernamental. Una democracia formal de contenido proimperialista, como lo prueba el hecho de que es el período de auge de la gran inversión del capital externo en el país (gobierno Juscelino Kubitschek). En el plano del desarrollo político tiene un peso decisivo el hecho de que la centralización nacional del país no se basó en el desarrollo de una amplia base económica capitalista, sino que fue tempranamente impuesta en forma burocrática por el imperio y el Ejército, sobre la base económica del capital comercial inglés. Como quiera que esta tarea fue asumida en el último período político por un régimen militar, nacido de la reacción política y del imperialismo, esto no ha hecho más que poner en mayor relieve aún toda la impotencia de la burguesía nacional para forjar una nación moderna. Claro que el Ejército ya fue nacionalista -década-del 30, varguismo- y no está excluido que pueda asumir posiciones de choque y fricción con el imperialismo. Lo que está excluido es que pueda superar las limitaciones de la clase que representa, lo que caracteriza la caducidad histórica de la burguesía nativa, o sea, su total incapacidad para asumir el liderazgo de la movilización nacional contra la opresión imperialista, por el desarrollo del mercado interno y de las fuerzas productivas del país contra el gran monopolio y el capital imperialista.
Las formas políticas del país, la crisis interburguesa y la posición que ocupa el proletariado están vinculadas a toda esta combinación social e histórica. Fenómenos políticos como el “malufismo», los choques entre los representantes de la burguesía industrial y la bancaria, los compromisos entre la camarilla militar y las oligarquías estaduales, etc. son las expresiones de esta particular conformación de las clases dominantes en el país. ¿Cómo explicar la dictadura militar sin considerar el papel de las oligarquías estaduales, de la burguesía comercial y financiera enlazada con el imperialismo y de una burguesía industrial no hegemónica entre las clases nativas y dependientes del imperialismo?
Finalmente, es claro que la propia clase obrera no puede dejar de manifestar las peculiaridades específicas del proceso capitalista del cual es una criatura. El proletariado brasilero es tan concentrado como minoritario y geográficamente agrupado siguiendo el camino de su creador: amplios contingentes en los reductos industriales del sur, pequeños y dispersos núcleos en el resto del país. El proletariado carece de una organización nacional de masas tanto en el plano sindical como político, lo cual expresa el dominio de la política burguesa sobre sus filas. Que el proletariado se encuentre dominado a lo largo de su propia historia por variantes del nacionalismo de orden burgués también traduce las peculiaridades del Brasil atrasado. Si el país es “capitalista” sin aditamentos y el antagonismo «capital-trabajo” es el dominante, como plantean los autores de «Teoría y Política” y los partidarios de la revolución socialista pura, no podría jamás plantearse este fenómeno político. ¿O estamos acaso en un país imperialista, donde la integración de la clase obrera se realiza por la vía de la cooptación de toda una capa aristocrática del proletariado y se paga con los lucros de la explotación de la periferia semicolonial? Al revés, es un fenómeno específico de los países atrasados que las diversas alternativas del nacionalismo burgués o pequeño burgués pretendan interesar a la clase obrera y a las masas en la tarea de poner en pie un movimiento o un partido nacional con tintes democratizantes y antiimperialistas. Todo un sector de la izquierda del PMDB se plantea en la actualidad el proyecto de formar un partido nacional en el cuadro de la apertura lanzada por el gobierno militar y cuyo objetivo sería imponer una moderna democracia burguesa. No se percibe que está condenada al fracaso porque carece de las bases para desarrollarse en la misma medida en que no existe una poderosa clase burguesa industrial nativa capaz de sostener un desarrollo capitalista del país sobre sus propios hombros. La clase media sustituye su insignificancia social ocupando un plano relevante en el plano político y en los movimientos de oposición a los regímenes proimperialistas frente a la completa falta de autonomía o independencia de la burguesía.
El problema político del proletariado brasilero sigue siendo la superación del nacionalismo pequeño burgués, que hoy se manifiesta en el programa del PT y en la hegemonía de la pequeña burguesía en su seno, lo que es una traducción de las peculiaridades del país. Este problema político es típico de una nación que es capitalistamente incompleta al mismo tiempo que integrada por el imperialismo al mercado mundial. No es negando los problemas nacionales y democráticos, sino comprendiendo que no pueden ser resueltos por «otro” desarrollo capitalista ni por la burguesía y la pequeña burguesía, que el proletariado se emancipará del nacionalismo y se convertirá en dirección revolucionaria.
Es en esta medida, en la medida en que solo el proletariado, acaudillando al conjunto de los explotados puede resolver las grandes tareas burguesas no resueltas, que la revolución brasile­ra será socialista, combinando la ejecución de medidas de orden burgués (independencia nacional, revolución agraria) y directamente socialistas (expropiación del capital, dictadura del proletariado).
Una cuestión clave: el stalinismo
Los dos autores aquí considerados realizan un análisis bas­tante amplio de la trayectoria del PC do B, en un evidente intento por resolver un balance de su propio pasado. Aunque no es el objetivo de este trabajo considerar la historia y evolu­ción del PC do B, existe una cuestión clave en el análisis, que ambos autores no toman en cuenta, y que debe ser señalada’- el carácter stalinista del partido, o más en general el significado del stalinismo.
Ya indicamos que Levy concluye caracterizando al PC do B como un «partido pequeño burgués” con una «ideología nacional-reformista”. Magalhaes, en cambio, es mucho más generoso con su viejo partido: el PC do B sería una corriente «revolucionaria, aunque basada en una concepción voluntarista y, por lo tanto, no marxista” (TP No.2, pág. 126). Para Maga­lhaes, la ruptura con el PC en el 60 fue una ruptura limitada programáticamente porque renunció a reelaborar una caracte­rización teórica justa de la revolución brasilera, ‘‘reduciéndose básicamente a la denuncia de la vía pacífica y de la subordina­ción a la política nacional reformista de sectores de la burgue­sía y de las cuestiones tácticas” (TP No.2, pág. 121).
En ambos casos se omite lo fundamental: el PC do B rom­pió con el PC pero nunca con el stalinismo. Al contrario, como maoísta más que nunca se reivindicó como heredero de Stalin alineándose a uno de los aspectos más podridos de la dirección maoísta, que opuso el supuesto carácter «revolucionario” de stalinismo al «revisionismo” de la camarilla de Moscú. Se trata de un crimen político que marcó en numerosos países latinoamericanos la profunda limitación de las rupturas que dieron en los PCs del continente en la década del 60 y que está en la base de la total descomposición a la cual llegaron los grupos maoístas que entonces florecieron. El stalinismo no es una degeneración «teórica” del movimiento obrero ni una corriente “nacional reformista” sino una casta contrarrevolucionaria chauvinista, surgida del Estado obrero degenerado por su aislamiento de la revolución mundial, y responsables por las más grandes traiciones al movimiento obrero contemporáneo: la catástrofe de la revolución china en el 27, la capitulación sin lucha frente al nazismo en el 33, la masacre de lo mejor de la vanguardia obrera y de millones de trabajadores y campesinos en la URSS.
La “ideología” del stalinismo no es “nacional reformista” como indica Levy, lo cual significaría enbellecerla. La “ideología” de la III Internacional stalinizada fue “nacional-reformista en China “pro-nazi” en Alemania del 30 “proimperialista” en la post-guerra, etc… porque no existe en realidad una “ideología” en el sometimiento de la III Internacional y de cada uno de los partidos comunistas a los intereses propios de casta, nacionalista, de la burocracia rusa. Y por esto mismo se prolonga luego de su disolución en función de los mismos objetivos: el intento de preservar los intereses de la burocracia a través de una política de colaboración y coexistencia pacífica con el imperialismo y la reacción política mundial. Es muy frecuente que los intelectuales y militantes que rompen con el stalinismo encuentren el principal problema de este último en caracterizaciones teóricas equivocadas, por ejemplo, en el énfasis sobre un supuesto “pasado feudal” de América Latina. Pero esto es tan unilateral como superficial porque no es lo que tipifica en de ninguna manera al stalinismo que lo único que ha hecho en materia teórica es apropiarse de viejos planteos liberales burgueses sobre el desarrollo histórico y de la concepción menchevique de la revolución. Como se apropió también en el pasado de fórmulas ultra- izquierdistas cuando defendía posiciones ‘socialistas puras” en la primera parte de la década del treinta y en las últimas de la década anterior.
La burocracia carece de ideología porque no representa a una clase ni a un desarrollo necesario en la evolución de las fuerzas productivas y del modo de producción posterior al capitalismo, sino que constituye una excrecencia histórica, surgida del aislamiento de la revolución rusa, de las derrotas de la revolución mundial. Por esto puede tener los rostros ideológicos más diversos y aparece como tributaria del nacionalismo burgués o de la contrarrevolución directa en función de las circunstancias. ¿Qué tuvieron de «nacional reformistas” los PCs latinoamericanos, todos ellos rabiosamente gorilas, antinacionales y proamericanos, cuando finalizó la guerra? ¿Qué tiene de «nacional-reformista” el PC argentino que apoyó a la dictadura más sangrienta y antiobrera de la historia argentina?
Sobre las características stalinistas del PC do B, Magalhaes no dice una palabra, lo que coincide con su antitrorskismo primario, forjado en los pseudo-argumentos más triviales de la propia escuela de los epígonos de Stalin. Levy, por su lado, va más allá en un sentido progresivo, cuando plantea que «es importante recordar que el nacionalreformismo del viejo PCB, aunque derivase también de causas internas, no puede dejar de ser examinado a la luz de la degeneración del socialismo en la URSS y del propio PCUS” (TP No.1, pág. 56). No es capaz, sin embargo, de caracterizar el fenómeno stalinista y reduce unilateralmente su expresión al supuesto nacional reformismo invariable de los PCs, con lo cual mutila toda posibilidad de un análisis más rico y acabado. Tiene razón Levy cuando dice que, desde el surgimiento del PC do B «cerró las puertas para un análisis científico a propósito de la degeneración del socialismo en la URSS” (TP No.1, pág. 58). En esto reside lo fundamental: sin hacer las cuentas con el stalinismo no hay posibilidad de un real balance del PC brasilero y del alcance de sus escisiones. En su propia tentativa Levy llega a reivindicar la teoría de la revolución permanente pero omite lo decisivo: el papel de Trotsky y la oposición de izquierda en la lucha por la continuidad del marxismo, el papel de la lucha por la reconstrucción de la internacional revolucionaria, de la IV Internacional en el combate contra la descomposición stalinista. El escamoteo, sin embargo, no puede ser nunca la base de una tarea de clarificación programática y de recomposición revolucionaria.


Malvinas: Para luchar contra el imperialismo, ningún apoyo a la dictadura

Política Obrera

 

POLÍTICA OBRERA Y LA GUERRA DE LAS MALVINAS
P.O. 329, págs 4 y 5, 9/3/82

La ocupación de las Malvinas por parte del gobierno militar, ha dado lugar a una crisis internacional en que están involucradas las principales potencias imperialistas y plantea para los trabajadores y sectores antiimperialistas argentinos un conjunto de problemas que, si no se resuelven acertadamente, pueden esterilizar la larga y dolorosa lucha de nuestro pueblo contra la dictadura militar entreguista y contra el imperialismo. También se plantean importantes problemas para los obreros, y en especial para los revolucionarios, de las naciones imperialistas que nos oprimen -los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia- de cuya correcta resolución depende que se desarrolle o no la causa del internacionalismo proletario.
La Lucha a muerte por Ia independencia nacional
Lo primero que debe quedar en claro es que no basta la recuperación de un territorio que nos pertenece histórica y geográficamente y que se encuentra en manos imperialistas, para estar en presencia de una acción real de independencia nacional. Es evidente que ello depende de los fines que presiden ese acto de recuperación, así como de la política de conjunto del gobierno que lo efectiviza. Si la recuperación de las Malvinas es para cambiar de amo en el Atlántico Sur, o para resolver un litigio que obstaculiza la entrega de las riquezas de la región al capital extranjero, está claro que la acción tiene una apariencia antiimperialista, pero su proyección real es un mayor sometimiento al imperialismo. Una cosa así no debe sorprender en un continente en donde el nacionalismo burgués tiene un entrenamiento de larga data en la demagogia y en la táctica del engaño a las masas populares.
Un mes antes de la ocupación de las Malvinas, el diario “La Prensa” (3/3/82) daba una extensa información sobre el carácter y los fines de esta operación. “En los medios (argentinos) consultados -decía el diario— se nos sugiere que el gobierno norteamericano habría expresado su “comprensión» en relación con la nueva postura de Buenos Aires, y también su convicción de que la recuperación de las Malvinas por la Argentina constituye, a esta altura, condición casi “sine qua non» para el establecimiento de una adecuada estructura defensiva occidental en el Atlántico Sur, de cara a la penetración soviética en la zona y a las tensiones existentes desde hace años a causa del diferendo del Beagle, entre la Argentina y Chile, hoy en manos del Vaticano; mediación cuya resolución puede depender, en cierto modo, de la mayor o menor solidez de la posición estratégica o geopolítica de la Argentina en toda la región austral, no sólo en el Beagle, de manera que uno y otro asunto aparecen también profundamente ligados, y no sólo desde el punto de vista de la seguridad militar y económica general, sino en lo que se refiere a los intereses diplomáticos de la Iglesia. En cuanto a Washington, todo el mundo coincide en una idea: la recuperación de las Malvinas por la Argentina abriría quizás las puertas a la creación de bases conjuntas en las islas -o al arrendamiento de bases a los Estados Unidos- con mucha más capacidad de control sobre toda el área que cualquier dispositivo defensivo en el Beagle, sea argentino, chileno o de otro país occidental (por lo demás no serían excluyentes entre sí).»
«Por lo que conocemos, los planes argentinos contemplan igualmente eventuales interese británicos que excedan los específicos de los malvinenses, vistos estos además con la mayor generosidad en materia de respeto a sus propiedades, status cultural y político, facilidades de todo orden en la Argentina, e incluso compensaciones económicas especiales. En ese sentido se nos señaló que .Buenos Aires hasta estaría dispuesto a ofrecer a la Britsh Petroleum y otras empresas británicas una participación en la explotación de hidrocarburo: y otros recursos en extensiones importantes de la región, k mismo que facilidades para su flota, todo ello de forma tal que la devolución de la soberanía no implicase mengua alguna -más bien lo contrario- de las perspectivas de Gran Bretaña en el Atlántico Sur. Indudablemente, este temperamento tiende no solo a facilitar una solución pacifica sino también a consolidar el tácito aval de los Estados Unidos para el caso de que se haga necesario el procedimiento militar, por la vía de evitarle a Washington la mayor parte de roces con sus ‘primos’ aliados de la OTAN».
“La Nación” del día siguiente (4/3/82) planteaba algo similar, bien que desde un ángulo diferente, pero esta vez con información recogida de Washington. «Los medios diplomáticos locales están tratando de determinar si el renovado esfuerzo de la Argentina para recuperar la posición de las islas Malvinas está relacionado con la creciente internacionalización de la situación continental americana.
«El rearme de Venezuela, el anuncio de la primera maniobra naval de la NATO en el Golfo de México y la búsqueda de nuevas bases norteamericanas en la costa occidental del Caribe son expresión de la nueva dimensión que se atribuye a la defensa del continente.
«Ello ha coincidido con el inesperado y vigoroso esfuerzo de la Argentina para una pronta resolución en torno a la posesión del archipiélago que controla las rutas australes. Los ingleses han estado allí durante más de un siglo, pero su flota se ha ido contrayendo por los pesados problemas fiscales del reino.
«La marina norteamericana estima, además, que la flota cubana de alta mar, aun cuando es pequeña, constituye una amenaza a las rutas continentales.
«Los buques cubanos no tienen gran capacidad operacional en los mares del sur, pero su intensa actividad en las aguas más cálidas del Caribe puede distraer los efectivos navales norteamericanos que vigilan los pasajes australes.
«Ello sería más grave aún en el caso de una crisis potencial en el Océano Indico, que pesa en los cálculos de los estrategas navales norteamericanos.
«Los medios diplomáticos señalan que a esos elementos se agrega lo que ellos perciben como una floreciente relación militar argentino-norteamericana.
«Si bien se reconoce que Washington trató siempre de sustraerse a la cuestión de las Malvinas, las nuevas circunstancias pudieran llevarlo a una revisión de su posición, o al menos, podrían alentar a la Argentina a forzar el cambio.
«…Los medios dudan de que la venta de aviones a Venezuela, la búsqueda de bases en el Caribe y los primeros ejercicios de la NATO en un mar interior americano pueden ser hechos aislados.
«De lo que no se duda es que Washington coloca la cuestión de la defensa de sus aliados continentales en una perspectiva global que podría llevarlo a persuadir a Gran Bretaña a resolver el irritante tema austral con uno de sus aliados claves.
«La impresión de los medios diplomáticos es que si bien no hay elementos formales para establecer que es lo que está pasando, algo puede estar pasando. Ni la Argentina ni los Estados Unidos están quietos, y más aún, se están moviendo en Tándem.»
Todavía, el muy informado semanario “Latin America Weekly Report”, con base en Londres, el 12/3 informaba: «La Argentina está considerando una amplia gama de opciones para una ‘acción unilateral’, según fuentes en Buenos Aires, si Gran Bretaña no está dispuesta a hacer concesiones. Esto incluye iniciativas en las Naciones Unidas, una ruptura en las relaciones diplomáticas y, en última instancia, una invasión de las islas.
«El enlace con la situación política interna es claro. Este ha sido ya descripto como un ‘año político», y el Presidente Galtieri siente que una acción drástica sobre las Malvinas por mucho tiempo una cuestión de orgullo nacionalista, podría hacer maravillas por su popularidad. Algunos observadores creen que él podría usar la cuestión como una plataforma para el lanzamiento de un partido oficial o semioficial. Ellos recuerdan el exitoso slogan electoral de 1946, “Braden o Perón» (Braden era el embajador yanqui y la implicancia fue que Perón fue el único candidato nacionalista auténtico). La nueva versión, según estos observadores, sería «Galtieri o Gran Bretaña.
Los funcionarios del gobierno piensan que las repercusiones internacionales de una línea dura contra Gran Bretaña serían manejables. La política exterior argentina está firmemente inclinada hacia la administración Reagan, mientras la masa de sus exportaciones de granos es comprada por la Unión Soviética. Ninguna de ambas superpotencias, se argumenta, variaría su política actual para defender la posición británica.
«Hay una fuerte sugerencia, a la luz de las preocupaciones de Washington con la seguridad en el Atlántico Sur, que podría ser oportuna para zanjar la disputa. Esta podría abrir el camino a la instalación de bases militares norteamericanas, una posibilidad sobre la cual ha habido mucha especulación en Buenos Aires desde que Galtieri tomo el poder.»
Toda esta información debe ser conectada a un problema más general: la política exterior es la continuación de la política interior, y la política interior y exterior de Galtieri-Alemann es de sometimiento al imperialismo. Es por eso que, cualesquiera sean las derivaciones de la crisis internacional, como resultado de las contradicciones y alianzas entre yanquis e ingleses y entre la dictadura y ambas, la ocupación de las Malvinas no es parte de una política de liberación o independencia nacionales, sino un simulacro de soberanía nacional, porque se limita a lo territorial mientras su contenido social sigue siendo proimperialista. El Estado nacional es formalmente soberano en todo el territorio continental argentino, y esto no está en contradicción con el hecho de que, por su política económica e internacional, esté sometido al imperialismo.
Tomar la recuperación de las Malvinas como un hecho aislado de soberanía y, peor, ocultando la activa negociación con el imperialismo por parte de la dictadura para integrar la ocupación en una estrategia proimperialista, es dejarse arrastrar, consciente o inconscientemente, por la demagogia burguesa.
Prioridad: Lucha interna contra la opresión imperialista
Argentina’ es una nación oprimida por el imperialismo; la cuestión de las Malvinas es un aspecto de esa opresión. Ante esta situación de conjunto, ¿Cuál es la prioridad en la lucha de liberación?
Hoy, el Estado argentino que emprende la recuperación de las Malvinas está en manos de los agentes directos e indirectos de las potencias que someten a nuestra nación. ¿Qué alcance puede tener un acto de soberanía cuando el país que lo emprende (cuando no el gobierno que lo ejecuta) está políticamente dominado por los agentes de la opresión nacional? Se desprende de aquí que la prioridad es otra: aplastar primero a la reacción interna, cortar los vínculos del sometimiento (económicos y diplomáticos) y construir un poderosos frente interno antiimperialista y revolucionario, basado en los trabajadores. La prioridad de una real lucha nacional es quebrar el frente interno de la reacción y poner en pie el frente revolucionario de las masas. Así ocurrió en todas las grandes gestas emancipadoras nacionales: las revoluciones francesa, rusa, china, cubana.
En relación a la prioridad fundamental de la lucha por la liberación nacional, la ocupación de las Malvinas es una acción distraccionista, de la que la dictadura pretende sacar réditos internos e internacionales para los explotadores argentinos y las burguesías imperialistas que los ‘‘protegen -Este es el gobierno que, simultáneamente a la acción de las Malvinas, interviene militarmente en El Salvador, Nicaragua y Bolivia, para reimplantar o fortalecer la opresión nacional. Es seguro que Galtieri y el estado mayor han pensado que el imperialismo yanqui les retribuiría estos servicios, dejándolos ocupar las Malvinas. Cualquiera sea el curso de los acontecimientos, lo que está claro es que la ocupación de las Malvinas no es el eje de la liberación nacional. La dictadura ha apelado a ella para salir de su profunda crisis e impasse internas.
Si hay guerra, la nación debe tomar las armas y hacer la guerra a lo largo y ancho del país
Gran Bretaña, Francia y otras potencias coloniales venidas a menos están presionando al imperialismo yanqui para forzar, por cualquier medio, un retiro argentino, porque es un “mal ejemplo” para sus últimas posesiones coloniales. Los anglos están desesperados por la repercusión que una capitulación de «Su Majestad” pueda tener la gloriosa nación irlandesa.
El propio imperialismo yanqui se está tomando belicoso, porque probablemente, no le gustó el método directo de la recuperación de las Malvinas y porque consideraría a la dictadura muy débil para ser capaz de comprometerse activa-mente en un pacto del Atlántico Sur. De aquí que se esté ejerciendo una intensa presión para que se retiren las tropas argentinas o de lo contrario sufrir una presión directa de la marina inglesa.
Si se da una guerra, no es por patrioterismo sino por auténtico antiimperialismo que planteamos: guerra a muerte, guerra revolucionaria al imperialismo. Esto es no sólo una guerra naval en el Sur, sino ataque a las propiedades imperialistas en todo el terreno nacional, confiscación del capital extranjero y, por sobre todo, armamento de los trabajadores.
Los partidos obreros y socialistas de Europa se han alineado, una vez más, con su burguesía imperialista. Creen que tildando a Galtieri de “pequeño dictador» se consagran como demócratas, cuando la opresión principal es la de los «demócratas» imperialistas, precisamente los que llevaron al gobierno al pequeño dictador. Llamamos a los auténticos revolucionarios europeos a repudiar a sus gobiernos, defender el derecho argentino a las Malvinas y hacer todos los esfuerzos por sabotear los ánimos de guerra de la «democrática” corona británica, histórica carcelera de pueblos.
La dictadura no quiere ninguna lucha contra el imperialismo
La política de la dictadura es: «respeto a la propiedad» de los opresores. Así es como Galtieri-Alemann han ido evitando hacer frente al sabotaje económico del imperialismo. El viernes 2 sólo del Banco de Londres fueron retirados depósitos por diez millones de dólares. Tuvo que intervenir la Thatcher los fondos argentinos en Londres, para que la dictadura se despabilara con un ridículo control de cambios, que no impide la fuga de capitales por el mercado negro, ni impide que el capital de otras naciones imperialistas acompañe el boicot económico.
La dictadura ya está capitulando.
También está la evidencia de que estaría por aceptar una mediación de Reagan, sobre la base del reconocimiento de palabra de la soberanía argentina, a cambio de la devolución gradual del archipiélago y con fuertes condicionamientos eco-nómicos militares y de política interna. Costa Mendez y Ross ya han c o en la UN, que aceptan negociar sobre la base del reconocimiento formal de la soberanía.
Apoyar la reivindicación nacional no debe confundirse con el apoyo político a quien, como en este caso la dictadura, pretende conducir la lucha por esa reivindicación, porque ello significaría apoyar la conducción inconsecuentemente, traidora e incluso antinacional, de la lucha por la reivindicación nacional…
Independencia obrera y antiimperialista frente a la dictadura
Se ha querido, y se quiere, arrastrar a los trabajadores argentinos detrás de la dictadura, aprovechando el asunto de las Malvinas, e incluso blanquearla por sus crímenes, hacer olvidar su entreguismo y su agresión a los trabajadores. Y esto, especialmente, después de la gran jornada del 30, que desbarató todos los esfuerzos de freno y parálisis de la Multipartidaria.
Se habla hasta de gobierno de “unidad nacional”.
En esta «empresa” se han alineado la Multi, Miguel, Triacca, Ubaldini y el PC. Sólo una minoría de dirigentes de la CGT resistió la parodia de hacer una manifestación de apoyo a la dictadura el 2 de abril. Esto los honra.
Pero justamente para tener toda la libertad para luchar contra el imperialismo y para impedir que se negocien las Mal-vinas a cambio de concesiones inadmisibles, es necesario, precisamente, no apoyar políticamente a la dictadura antinacional.
En una guerra podremos golpear juntos al enemigo extranjero, pero nunca apoyaremos la política con que la dictadura pueda conducir esa guerra, lucharemos por convencer a los trabajadores-de que es necesaria una conducción revolucionaria.
Ante el conjunto de la situación presente y ante los intentos de someter a los trabajadores al seguidismo y apoyo a la dictadura, declaramos que es necesario mantener la independencia obrera y antiimperialista, con un programa preciso:
1) Denuncia del intento de capitular ante el imperialismo, sea mediante una negociación entreguista (económica o política exterior), o mediante un retiro de tropas a cambio de la devolución gradual y condicionada del archipiélago.
2) Reivindicar la intervención de la propiedad de todo el capital extranjero que ya está saboteando o especulando contra la economía nacional.
3) En caso de guerra, extenderla a todo el país, atacando y confiscando al gran capital imperialista y, por sobre todo, llamar a los trabajadores a armarse.
4) Satisfacción inmediata de las reivindicaciones planteadas por los sindicatos y otras organizaciones de trabajadores, y satisfacción de los reclamos del movimiento de familiares y madres sobre los desaparecidos.
5) Impulsar la formación de un frente único antiimperialista, que impulse prácticamente este programa.
La batalla decisiva será en el frente interno
La dictadura tiene ante sí dos alternativas: o consigue insertar la ocupación de las Malvinas en un acuerdo con el imperialismo, o se decide a pelear para salvar el honor. En estos dos casos su dislocamiento interno se hace inaplazable: en el primero, porque su desprestigio entre las masas y los sectores patrióticos se hace brutal, conjugándose con todo el impasse e régimen, en el segundo porque se rompe su frente interno con el gran capital.
La burguesía ya es consciente de este problema. Se refleja en los editoriales de “La Prensa” (3/4), lamentándose por la “incomprensión” de Reagan, en los reclamos de este diario para insertar las Malvinas en la estrategia yanqui; y en la divergencia de “Clarín” (3/4) que reclama un viraje hacia el tercermundismo.
La clase obrera tiene que ser consciente de esto, porque si se ciega ante la situación, se va a armar un recambio a su costa.
Por eso sigue en pie la reivindicación de la democracia política irrestricta y una asamblea Constituyente Soberana.
4  de abril de 1982


La burguesía y la dictadura traicionan las reivindicaciones nacionales

Política Obrera

 

POLÍTICA OBRERA Y LA GUERRA DE LAS MALVINAS

P.O. 328, págs. 1 a 3, 5/4/82

¿Cómo se ha planteado la burguesía argentina la ocupación de las islas Malvinas y como ha ido estructurando sus posiciones políticas en el curso de los acontecimientos?

Cuando una nación oprimida, como lo es Argentina, se encuentra en una situación de conflicto, e incluso de guerra, contra una o varias naciones opresoras -en tomo, precisamente, a una reivindicación nacional indiscutible- ello no significa que el gobierno burgués ocasionalmente en la dirección del Estado, ni la clase burguesa en su conjunto, hayan modificado su naturaleza histórica antinacional. Colocar, en el curso de un conflicto o guerra nacional, a todas las clases de la nación oprimida en un mismo plano es, simplemente, un crimen político. La dictadura y la burguesía tienen intereses específicos en este conflicto, que no son otros que los de reforzar su posición mediante un compromiso conveniente con el imperialismo norteamericano, a expensas del inglés, y mediante un reforzamiento del control político y de la explotación económica de la clase obrera, que se obtendría mediante una demagogia realizada en nombre de la emergencia nacional.

Por esto, el hecho de un conflicto o guerra nacional conducida por los explotadores nativos, uniformados o no, no cancela, ni siquiera atenúa, el antagonismo del proletariado contra estos opresores internos, coyunturalmente en choque con el imperialismo. La existencia de una guerra nacional (históricamente justa para la nación oprimida, injusta para la nación opresora) sólo altera la modalidad de la lucha contra la burguesía nativa. Otra cosa importante es que, para el proletariado, la participación en un conflicto o guerra contra el imperialismo no debe tener un fin nacional en sí, sino que debe servir para forjar la unidad de todo el proletariado mundial contra el imperialismo. Mientras la burguesía argentina llama al imperialismo angloyanqui a la “cordura”, para arribar cuanto antes a un compromiso traidor a los reales intereses nacionales, la clase obrera argentina debe llamar al proletariado angloyanqui a sabotear la agresión de su burguesía imperialista y a aprovechar la crisis para denunciar y provocar la caída de los Reagan y Thatcher.

Los intereses de la burguesía en el conflicto

Aunque es claro que bajo una dictadura militar (y más aún en el caso de la Argentina, manejada por cerradas mafias gansteriles) no existe un control directo de los explotadores sobre el gobierno, debe partirse de la convicción de que la burguesía argentina no fue tomada desprevenida por la ocupación de las Malvinas. Que los militares tenían “in mente” una acción militar en el sur era conocido desde el inicio de los conflictos con Chile (1978), y era presumible por el acelerado armamentismo argentino, al punto que el presupuesto militar para 1982 fue previsto en 12.000 millones de dólares (un 20 por ciento del producto bruto nacional). A partir del empantanamiento del conflicto con Chile aumentaron las sospechas y los comentarios respecto a una invasión de las Malvinas.

Desde el punto de vista de los intereses del conjunto de los explotadores, la cuestión de una iniciativa militar se presentaba como una combinación especial de problemas estructurales y coyunturales. La ambigüedad del status jurídico de diversos territorios de la región se había transformado en un factor de crisis debido a la creciente presión de las potencias imperialistas para definir el cuadro de: a) la explotación económica (pesca y petróleo) de la región; b) la formación de una alianza en el Atlántico Sur; c) la clarificación del panorama de fuerzas frente a los próximos conflictos en relación a la Antártida.

(A partir de aquí, dígase de paso, puede verse claramente que la reivindicación de las Malvinas no tenía sólo un carácter sentimental susceptible de uso demagógico, sino un carácter nacional que hace a la cohesión del estado frente a las presiones del imperialismo).

Las tres cuestiones antes mencionadas tienen también una ligazón con los cambios que se han ido operando en las relaciones económicas internacionales de Argentina, a saber, la decadencia completa del comercio con Europa occidental y el fracaso de las expectativas de sustituirlo por los mercados latinoamericanos y de los Estados Unidos. Esta situación planteaba la reapertura de la ruta comercial del Pacífico hacia los activos mercados asiáticos y con el oriente soviético.

El detonante: la brutal crisis económica

En ausencia de los factores estructurales antes mencionados, la ocupación de las Malvinas no se hubiera planteado como un problema de fondo. Pero no fueron ellos solos, sino la impasse- impresionante del conjunto de la burguesía, ante la crisis económica, los que alinearon a la burguesía detrás de la dictadura en la decisión de invadir. Qué duda puede caber de que si en lugar de la impresionante bancarrota actual existiera un ‘‘milagro” a la brasileña (1969-73), la burguesía argentina no hubiera arriesgado un choque con el imperialismo!

El primer interés de la burguesía en suscitar la cuestión de las Malvinas es, por supuesto, paralizar a la clase obrera. Esto entraña un aspecto político general y otro aspecto de contraofensiva contra las últimas movilizaciones obreras, en particular. En lo general se pretende suscitar un “gran acuerdo nacional” con la activa participación de la camarilla militar, lo que era considerado imposible antes del conflicto. En el otro aspecto, se trata de paralizar todas las reivindicaciones obreras, primero en nombre del “esfuerzo de guerra» y después en nombre de la “recuperación”.

En este plano se buscaría orientar el entusiasmo “nacional” de sectores de la pequeña burguesía, para coaccionar a la dase obrera.

El segundo interés estaba planteado por la posibilidad, para un amplio sector de la burguesía, de imponer la llamada “economía de guerra”, es decir una intervención estatal que redujera las tasas de interés y la competencia extranjera, así como un aprovechamiento de la mayor demanda del Estado por causa de un conflicto. En una palabra, arrancar por esta tortuosa vía la “reactivación”, tan deseada desde 1975. El problema de la “economía de guerra1’ ha provocado una aguda discusión dentro de la burguesía, precisamente porque se plantea transferir en beneficio de la burguesía agraria e industrial los superbeneficios hasta aquí obtenidos por el capital financiero. Un tercer interés es que un resultado favorable del conflicto, obtenido por medio de un compromiso con los yanquis pudiera impulsar el desarrollo de una industria bélica.

Disciplinar a la clase obrera y ahogar sus reivindicaciones apremiantes; forzar una reactivación; obtener un más alto status internacional en acuerdo con el imperialismo; estos fueron y son los objetivos del capital nacional.

El desarrollo del conflicto comienza a romper el frente burgués

La agudización del choque entre Argentina y Gran Bretaña fue modificando las características de conjunto del conflicto, hasta entrarse en un estado de guerra controlado. Los objetivos del imperialismo yanqui no cambiaron en ningún momento durante la crisis, y ellos siguen siendo, precisamente, concluir como el principal beneficiario de un arreglo, en el qué Argentina obtendría el reconocimiento de la soberanía a cambio de la cesión de derechos económicos y militares, que sólo podrían ser aprovechados, no por el capital o el Estado británico, sino por el imperialismo yanqui.

Pero en la medida en que el imperialismo inglés tuvo que mandar la flota para salvar a la Tatcher (y al capital financiero que ella representa), así como para salvar la posición mundial del imperialismo inglés; y como la dictadura argentina no podía retirarse sin algún papel que tuviera estampada la palabra soberanía; la crisis internacional se agudizó, y Estados Unidos entendió que la vía más segura para controlarla era el apoyo directo a Gran Bretaña. A partir de la evidencia de que el compromiso con los yanquis estaba en peligro, todo un sector decisivo de la burguesía comienza a plantear la capitulación lisa y llana.

Junto a la agudización de la crisis internacional, otro factor que fue modelando la actitud de la burguesía, fue el hecho de que no había una línea dura contra la clase obrera, sino que la dictadura se limitaba a apoyar el trabajo de contención de la Multipartidaria y de la CGT. Es decir, que existía apenas una tregua momentánea, capaz de romperse en cualquier momento.

La ausencia de medidas económicas intervencionistas, la liberalidad con la fuga de capitales (para mantener intactas las relaciones con el capital internacional) han provocado, a su vez, una situación de bancarrota insostenible, que ha acentuado la desconfianza de la burguesía en el curso que se imprimía a los acontecimientos.

Durante el período de la misión Haig, la posición del gran capital nacional se manifestó por medio de Alsogaray (“La Nación», 29/4) quien planteó que el gobierno debía aceptar un retiro de las Malvinas a cambio de un reconocimiento de la soberanía a plazo cierto (5 ó 10 años). Alsogaray llega a acusar, en esta declaración, al gobierno de no haber delimitado con precisión sus objetivos. Pero la posición de Alsogaray va a ser asumida, en gran parte, por la cancillería en las negociaciones con Haig.

Apenas 48 horas después (“La Nación”, 22/4) un diplomático del «establishment’’ argentino, Lucio García del Solar, da un paso más al frente, y plantea que hay que conformarse, no con el reconocimiento de la soberanía a largo plazo, sino con el “entendido” de que las negociaciones conducirán a la soberanía, «con el apoyo norteamericano». Según García del Solar había que «agregar un toque de realismo político”. Este hombre del gran capital dejaba, en ese momento, la puerta abierta a una intervención de la ONU, según que hubiese guerra o no. Esto es importante porque demuestra que la función de la ONU está reconocida como reemplazando a la mediación Haig, pero en la misma dirección. Existe una coincidencia clara entre estos burgueses antinacionales y el PC en relación a la ONU.

Exactamente al día siguiente, Bonifacio del Carril, también del “establishment” (de nuevo en “La Nación”) plantea aceptar la administración tripartida y comenzar negociaciones sobre la soberanía. Como se ve la gran burguesía quiere el compromiso a cualquier precio con el imperialismo, así como la injerencia directa del imperialismo yanqui.

El MID: ¿Teleguiado por el Departamento de Estado?

Como es sabido, todo el mundo (y en particular la Multipartidaria) apoyó la ocupación de las Malvinas. Solo nuestro partido la crítico, porque una cosa es apoyar una reivindicación nacional, otra cosa es apoyar la oportunidad, los métodos y la finalidad policía de conjunto con que se hace esta ocupación. Estar de acuerdo con un aumento salarial no quiere decir que se deba estar de acuerdo con una huelga decretada sin conocimiento de la base, sin organización y con la finalidad de abortarla. Pero al igual que una huelga de este tipo nos enfrentamos con los rompehuelgas, en el choque con el imperialismo llamamos a las masas a atacarlo en todos los planos.

Pero el 25 de abril, el MID, sorpresivamente, saca una solicitada en que habla de sus “reservas iniciales” respecto a la ocupación, y en la necesidad de «distinguir entre la acción de las fuerzas armadas… y la decisión política del gobierno”. La conclusión del MID es que no «se evaluó las relaciones de fuerza internacionales” y de que existiría el peligro de «salir del (campo occidental) por la contingencia del conflicto». En buen castellano, el MID plantea la posición yanqui sin mencionar directamente la necesidad de retirarse de las Malvinas en horma prácticamente incondicional. (Esto se lo va a encargar como veremos, a Camilión).

Aunque la Posición del MID es enteramente proyanqui, no se identifica con la de Alsogaray y compañía, pues para él lo esencial es la reactivación económica a costa de la gran banca. De aquí puede deducirse que la burguesía industrial ya no cree en los beneficios reactivadores del conflicto, ni en que este produzca espontáneamente un viraje político democratizante. Ni que decir que el plan de reactivación que formula el MID, consiste en la libertad de precios y en la privatización de las empresas del Estado.

La posición exacta del MID sobre la actual etapa del conflicto fue formulada por Camilión en dos reportajes en un diario brasileño -lo que quiere decir que están englobados en esto Viola, Liendo y compañía. Para Camilión tampoco se evaluó bien las «relaciones de fuerza” y también existe el peligro de «injerencias extrañas”. A partir de aquí plantea que hay que retirarse y negociar, ya que el “desenlace de las con-versaciones es previsible: que las Malvinas sean argentinas”. Para el ex ministro es esencial la intervención de la ONU -como alternativa complementadora de la misión Haig.

Esta fuera de duda que estos planteamientos tienen re-presentantes concretos en la camarilla militar, y que si demoran en imponerse es porque hay choques internos, y porque puede estar buscándose una guerra limitada para justificar la paz impuesta por los yanquis a través de la ONU.

¿Unidad Nacional?

Como se ve, la burguesía que ha embarcado al país en el conflicto abandona sin vergüenza hasta la menor de sus reivindicaciones «.nacionales” —y pretende que el costo de la guerra (sumado al de la crisis preexistente) lo paguen las masas.
Urge entonces, no ir atrás de la imposible unidad nacional que pregonan la CGT, el PC y el peronismo, sino reconstruir las organizaciones de la clase obrera (desde la Comisión Interna hasta la central obrera) para dar la batalla contra el entreguismo antinacional y el ataque a los trabajadores.


La situación política en esta etapa de la guerra

Política Obrera

 

POLÍTICA OBRERA Y LA GUERRA DE LAS MALVINAS

P.O. 330, págs 2, 3 y 4, 12/6/82

Las fragatas, destructores, acorazados, y portaaviones de la flota británica hundidos o seriamente averiados por la aviación argentina; el inmenso costo de la movilización militar del imperialismo en relación a su objetivo; así como la magnitud de la crisis internacional provocada por la crisis en el Atlántico Sur no reflejan solamente la importancia de cosas tales como la superioridad aérea, la cuestión del porte de los navíos de guerra o el valor crucial de la electrónica. Lo que se está expresando aquí es toda la inmensidad de la crisis política del imperialismo mundial. Es que la partida forzada de los dos tercios de la marina británica hacia una zona distante 17.000 km de su campo normal de operaciones -con el resultado obligado de ofrecer brechas militares fundamentales- está expresando el resquebrajamiento del orden político mundial del imperialismo, del cual la dictadura argentina era una pieza fundamental. Los ingleses tuvieron que mandar tan lejos sus portaaviones, porque el territorio continental argentino y la marina argentina habían dejado de ser el «portaaviones natural” del imperialismo mundial. Los gendarmes nativos del imperialismo en el Atlántico Sur se transformaron, repentinamente, con los aviones y cohetes que les entregó el imperialismo, en los enemigos militares del ejército imperialista. Y todo esto ha ocurrido por la simple razón de que seis años de implacable explotación y saqueo de la economía argentina por el gran capital internacional y sus agentes locales, así como la colosal impasse del conjunto de la burguesía argentina, minaron a tal punto las bases de la dictadura y del Estado burgués que la primera se vio obligada a emprender una aventura internacional contra uno de los imperialismos menores, que se ha transformado en una causa nacional del país sometido contra el imperialismo mundial. A término, o esta causa nacional acaba con la dictadura militar (ésta no es más que una criatura del imperialismo mundial) y con el régimen burgués (ningún sector de la burguesía nacional manifiesta la menor disposición de mantener la lucha contra el imperialismo hasta sus últimas consecuencias), o el Estado capitalista logra hacer frente a la enorme crisis planteada, y ello tendrá como consecuencia la liquidación de las reivindicaciones nacionales.
Ante la batalla final, continúa la capitulación de la dictadura
Las tropas británicas, a costa de las perdidas señaladas, rodean el bastión final de Puerto Argentino, El mando militar promete resistir y transformar esta batalla en decisiva.
¿Pero se adoptan los medios para alcanzar la victoria?
Se hace exactamente lo contrario. Durante dos meses, los voceros militares se turnaron en las páginas de los diarios, en la radio y la televisión, para asegurar que el emplazamiento en las islas del archipiélago era inexpugnable. Se estableció, así, el argumento para una política de ufanismo y de apaciguamiento del imperialismo, en lugar de expropiarlo, armar a la nación y aliarse militarmente con las naciones que sostienen nuestra causa.
Primero, en las Georgias del Sur, luego en las Malvinas, la tesis de la inexpugnabilidad se hizo pedazos. A costa de pérdidas inglesas, pero se hizo pedazos.
Ahora, ante la inminente batalla por Puerto Argentino, la política de apaciguamiento del imperialismo, de desmovilización de la nación y de desmoralización de los aliados potenciales prosigue.
Costa Méndez rechaza la ayuda militar de Cuba y de Venezuela. Explica que no tenemos diferencias “ideológicas”, es decir, de principios, con el imperialismo, por lo que no se justificaría empeñarse hasta destruirlo. Sostiene que debemos seguir integrando el sistema de alianzas del imperialismo, precisamente el sistema que se ha movilizado para aplastarnos como nación. Este planteo en medio de la guerra es el planteo de la traición. Lo comparte la inmensa mayoría de los funcionarios de la dictadura, de sus aliados políticos directos y de la Multipartidaria.
Pero en esta guerra hay un choque de principios -de lo contrario no se debió comenzarla. En última instancia, el principio que está en juego es el del derecho de una minoría de naciones burguesas imperialistas de explotar a la inmensa mayoría de las naciones burguesas oprimidas. Una victoria argentina en esta guerra es una victoria de la autodeterminación nacional, por tanto, de la abolición de toda forma de sometimiento nacional.
Los planteos de Costa Méndez en este momento crucial traducen los del conjunto de la dictadura. Se pretende ejercer una nueva presión sobre el imperialismo yanqui para que actúe de árbitro. Se hace «tercermundismo” oratorio para chantajear al opresor del norte. Miret y Mallea Gil se fueron a Nueva York a ofrecer el retiro argentino “sin humillación”.
¡Y esta gente tiene la responsabilidad de la, “batalla decisiva»!
Otra manifestación de la entrega de esta lucha, es la especie de que, pase lo que pase “ya hemos ganado”, pues “tenemos otra imagen internacional”. Se trata de cubrir una derrota provocada por la política de desmovilización y capitulación, con el recuento de los navíos ingleses hundidos. La debacle del imperialismo no puede justificar nunca la debacle de Argentina ante el imperialismo.
En lugar de traer la ayuda de América Latina, traen al Papa, y en lugar de movilizar a la nación en armas, se movilizan a Luján con plegarias. La dictadura capitula ante el agresor imperialista, porque no quiere romper los lazos estratégicos con él.
No a la “paz» con el imperialismo
La camarilla militar, los explotadores en su conjunto, los curas de todos los matices y los infaltables stalinistas, están usando a los soldados argentinos que cayeron en las Malvinas, y a los que aún deberán caer, como un monstruoso chantaje contra toda la población trabajadora, para que se acepte un arreglo con el imperialismo. A esto llaman conquistar la “paz”.
Así como no hemos asumido ninguna responsabilidad por la iniciación del conflicto por parte de la dictadura argentina (es decir, con los métodos y fines de clase de ésta), no se debe asumir ninguna responsabilidad con la paz imperialista que se está tramitando. Existen los medios para imponer la victoria’ de la causa nacional -armamento del país, expropiación del imperialismo, reversión de las alianzas internacionales. Son la dictadura y la burguesía quienes han resuelto rechazar y sabotear estos métodos. Para ellos la “paz” con el imperialismo es fundamental, porque su interés decisivo es recomponer las relaciones políticas con aquél. ¿No están pagando, puntualmente, los intereses de la deuda externa?
La única paz válida, duradera y venturosa es la que se obtendrá aplastando al imperialismo en todos los terrenos. Los campeones eclesiástico-militar-stalinistas de la paz con el imperialismo son los perpetuadores de la guerra, porque perpetúan sus causas —la explotación de unas naciones por otras y la explotación del hombre por el hombre.
El que no quiere los medios no quiere los fines -quien no arma a la nación, ni rompe con el imperialismo, no quiere ni la victoria contra la flota.
El camelo de “seguiremos la guerra»
El fracaso de las últimas negociaciones en la ONU, esto a pesar de las enormes concesiones estratégicas de la dictadura (retiro de Argentina previo al retiro de la flota, plazo indefinido para negociar la soberanía, tutela del proceso por a Consejo de Seguridad, fuerza de paz compuesta por aliados del imperialismo), plantea la posibilidad de que se produzca la batalla de Puerto Argentino.
En lugar de tomar medidas que golpeen duramente al imperialismo y a todas sus relaciones internacionales, esto pal3 apoyar esa batalla y para permitir la continua hostilidad a 13 flota, los “olfas” de la dictadura amenazan con una guerra da cien años en caso de un retiro “humillante”.
Mentiras. No van a hacer mañana lo que se niegan a hacer hoy. No están trabajando ahora por la desmoralización d la nación, trayendo al Papa y apoyando al imperialismo, para plantear sobre esta base una guerra futura.
Las “amenazas” de guerras próximas y prolongadas constituyen el mensaje hipócrita y sutil de la voluntad de capitulación. No hay ninguna perspectiva antiimperialista detrás de esas posturas demagógicas. Lo que hay es un trabajo de propaganda para resignar a la nación con la derrota y, especialmente, con la necesidad de volver al redil mediante la negociación de un acuerdo. No debe descartarse que esté en marcha una maniobra de la camarilla militar para retirarse del gobierno con tina posición “patriótica”, lo que permitiría matar dos pájaros de un tiro: sacar al ejército del centro de la crisis política y responsabilizar a los civiles por la “paz» que se puede llegar a negociar.
La alianza angloyanqui se dobla pero no se rompe
Uno de los crímenes mayores de la dictadura militar es haber conducido la guerra en forma tan timorata, que el imperialismo yanqui nunca llegó a temer que se pudiera producir una confiscación de sus propiedades en Argentina o una reversión de las alianzas de ésta. Y es por esto que no se pudo explotar las diferencias entre yanquis e ingleses para debilitar a la flota. Con su línea de capitulación, la dictadura contribuyó a evitar que el frente imperialista se rompiera. Faltó aquí el “miedo” al comunismo que los yanquis sintieron cuando el imperialismo anglofrancés y el sionismo ocuparon el canal de Suez en 1956.
El gobierno de la Thatcher está obligado a registrar una victoria en las Malvinas, para mantenerse en el gobierno. Como éste fue uno de los objetivos principales del envío de la flota, está desplazando a los otros intereses generales del imperialismo mundial, que le dictan la conveniencia de una solución negociada que contemple el condominio con Argentina del Atlántico Sur.
Es por esto que el gobierno británico está chantajeando al norteamericano para que lo apoye en la ocupación indefinida del archipiélago.
Para los yanquis lo prioritario es reingresar como media-dores, directa o indirectamente. Por eso mandaron a Walters, presionan a los ingleses para que no bombardeen Comodoro, hicieron la ficción de abstenerse en la última votación en la ONU y, es muy probable (al menos así lo sugiere “Le Monde”) que hayan autorizado a Sudáfrica a vender material militar a Argentina con la finalidad de mantener a la dictadura en el circuito bélico imperialista.
Para los norteamericanos aún no estarían completamente maduras las condiciones para viabilizar su mediación. Quieren forzar aún más la mano dando vía libre a la batalla de Puerto Argentino. Lo que en todo caso se proponen es colocar a las Malvinas en manos de una fuerza de paz que, según Reagan ha dicho en Londres, integrarían Estados Unidos, Brasil y Jamaica (las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur pasarían a la NATO).
Los yanquis en el golpe
Pero es altamente probable que los yanquis consideren que ya no hay condiciones para un arreglo del conflicto sin un claro cambio político en Argentina. La camarilla militar y las fuerzas armadas han quedado demasiado comprometidas por la crisis de las Malvinas, y por el conjunto del desastre social y económico del país, como para poder conducir una negociación cuyo fin último es recomponer la inserción de Argentina en el sistema imperialista.
El hecho de que la Multipartidaria se haya pronunciado por la “paz” la transforma en un socio válido del imperialismo. El viaje del Papa debería asegurar la efectivización de un GAN entre la Multi y una nueva cúpula militar, para poner en marcha la «institucionalización». La Multi ha dejado de ser el frente de la patronal nacional golpeada por la dictadura proimperialista, y tiende a transformarse en el frente de recambio de la democracia proimperialista ante una dictadura desgastada por sus choques imprevistos con el imperialismo.
El gran «argumento» del imperialismo son los cerca de 40.000 millones de deuda externa y la bancarrota de la burguesía nacional. Esta depende como nunca de la banca internacional, lo que quiere decir que el imperialismo tiene en sus manos el destino político de todos los planes de “institucionalización y que usará de ese poder para exigir el ajuste de los “excesos” anticolonialistas de la dictadura.
Se procesa el “Gran Acuerdo Nacional”
Bittel y Cañero ya tienen un plan para un gobierno compartido con la camarilla militar. Contín y la UCR están un poco distantes de esta perspectiva y se limitan a respaldar un gobierno de transición que ejecute una política de reactivación económica. El stalinismo quiere un convenio supraconstitucional con la dictadura.
Pero en este GAN, la preocupación fundamental no es solamente el viejo “salto al vacío” que provocaría la caída de la dictadura -no es sólo el temor de que los trabajadores puedan aprovechar las brechas democráticas. Ahora están presentes dos grandes cuestiones: la crisis de la política exterior y la crisis de las fuerzas armadas en el caso de una derrota militar.
Para lo primero, los partidas de la Multi ha han mostrado las cartas: tercermundismo retórico, que permita encubrir una salida de la cuestión de las Malvinas a lo canal de Panamá, o a lo Camp David, recomponiendo las relaciones con el imperialismo. Asimismo, siguiendo el ejemplo del “tercermundismo” brasileño, utilizar la diplomacia “equidistante” para mejor ocultar la total postración ante la banca internacional.
Para lo segundo, cerrar con toda rapidez la crisis de las Malvinas, de modo que la herida abierta no avive una crisis militar, y bajar la cortina sobre los seis años de dictadura.
Por sus planteos ante el conflicto abierto con el imperialismo, los partidos de la Multi representan una alternativa de recambio, conforme a los intereses de aquél. Ha bastado que se presente, de un modo claro, un enfrentamiento con el imperialismo, para que las tendencias proimperialistas de la democracia burguesa salgan a plena luz. Los planteos democráticos formales, que no pueden separarse de la cuestión decisiva de la liberación nacional en términos generales, están íntimamente ligados a ésta cuando hay una situación concreta de guerra con el imperialismo.
Un frente que aspire a la democracia política debe plantear, inevitablemente, su oposición a una solución negociada que comportará el condicionamiento de la soberanía; el desconocimiento o la revisión de la deuda externa; la nacionalización de la gran banca; la depuración de la camarilla militar y el armamento de la nación. Sobre bases diferentes no hay viabilidad para la democracia, y ésta se transforma en el arma demagógica del imperialismo para recomponer las relaciones de Argentina con el conjunto del sistema imperialista mundial.
Los intereses del proletariado
Por referencia a la gran manifestación del 30 de marzo, la ocupación de las Malvinas bloqueó el ascenso en desarrollo del proletariado. Desde el 2 de abril, por otra parte, la burocracia sindical, la Multi y el PC, se empeñaron para que las masas no se movilizaran con sus propios métodos y sus propios objetivos contra el imperialismo. No fue posible explotar, por esto, el giro dado por el ejército, para presionar a los sectores más golpeados de éste por la agresión imperialista, a un frente militar con los trabajadores.
Las direcciones obreras desmovilizaron a la clase y se han integrado al “acuerdo nacional” con la dictadura y con el propio imperialismo -pues plantean la paz negociada y la intocabilidad de los intereses económicos y políticos de éste en Argentina.
El principal peligro ahora es que la clase obrera sea llevada a apoyar al polo burgués democratizante, que busca un compromiso con el imperialismo, y que ni siquiera quiere imponer la vigencia plena de las garantías democráticas, puesto ¡ que postula un gobierno de “transición».
Este polo burgués aún se mueve tras los bastidores, porque la guerra no ha concluido pero sus ajetreos son intensos porque puede ser llevado a ocupar el primer plano muy rápidamente. La Iglesia es uno de los más activos centros de este esquema.
La enormidad de la desocupación le priva de un impulso espontáneo de movilización a los trabajadores, pero la acentuación inevitable de la crisis económica, debido a la fantástica política inflacionaria que se está ejecutando, pondrá al proletariado ante un dilema de lucha o miseria inexorable. Esto se dará en un agudo cuadro de crisis política.
¿Cómo podría el proletariado retomar su perspectiva de ascenso y explotar la crisis con el imperialismo para elevar la lucha de las masas y conquistar la dirección del conjunto de los trabajadores?
1) Sigue siendo esencial orientar el impulso antiimperialista hacia los comités patrióticos en las fábricas, teniendo en vista, principalmente, el control sobre los beneficios capitalistas y la necesidad de unir a toda la zona circundante en manifestaciones por el entrenamiento y el armamento de la población. Hay que explicar a los oficiales y soldados que Puerto Argentino está políticamente perdido si no se adopta una política revolucionaria contra el imperialismo. Estos comités patrióticos deberán servir para organizar los cuerpos de delegados y las internas.
2) Se debe imponer el funcionamiento de hecho de los sindicatos, tomando como base la exigencia de que se movilicen contra el imperialismo y de que defiendan a los trabajadores contra la carestía y la desocupación que implementan Alemann y las patronales. En estrecha relación con esta tarea hay que reclamar el cese de las intervenciones, la plena libertad de organización política y sindical, la libertad de todos los presos y la vigencia de los derechos constitucionales.
3) La democracia formal e inconsecuente no puede conducir victoriosamente a la lucha contra el imperialismo, ni atenuar (no digamos eliminar) la miseria de las masas y la postración de la Nación. Un golpe “democrático» serviría, por el contrario, al imperialismo yanqui. La conquista de una democracia política efectiva está ligada a dos cuestiones: el armamento de los trabajadores y al aplastamiento del imperialismo. Es juntamente con estas dos reivindicaciones que debe plantearse la convocatoria de una Asamblea Constituyente Soberana. Sólo explotando la presente lucha contra el imperialismo para organizar y armar al proletariado podrá avanzarse hacia el derrocamiento de la dictadura militar.
4) La realización de estas reivindicaciones depende de que el proletariado no sea entrampado en el polo burgués en plena gestación. Se hace necesario poner en pie a las organizaciones de clase del proletariado y dar la batalla para echar a la burocracia sindical.
5) La acentuación del despertar antiimperialista; las divergencias inevitables entre la burguesía y pequeña burguesía, que resultarán del agravamiento de la crisis y de la derechización de la primera; la lucha a muerte contra el polo burgués; la puesta en pie del proletariado; deberán conjugarse con la táctica política de conformar un frente revolucionario antiimperialista.


El verdadero carácter del ultraizquierdismo

Política Obrera

12 de junio de 1982 Nro. 330

León Trotsky dejó una lección política tan clara en lo que se refiere a la caracterización de la guerra entre un país sometido y un estado imperialista, así como a la conducta que los revolucionarios deben asumir en tales circunstancias, que la incapacidad de algunos llamados trotskistas para formular una política correcta ante la guerra entre Gran Bretaña y Argentina delata, sin sombra de duda, su completa bancarrota política. Es el caso -aunque no el único- de la impostora OCI francesa y de sus mantenidos, organizados en el llamado Comité Internacional de Reconstrucción (CIR).

Las “cabezas pensantes” de este grupo se han pronunciado por Argentina contra el imperialismo británico, pero con la peculiar característica de que sintetizan esta posición en el slogan «Ni Thatcher ni Glatieri” (ver “O Trabalho”, 15/5/82, sección brasileña del CIR). En los hechos, entonces, se han deslizado hacia las posiciones del imperialismo. Las causas de este enorme desatino residen, primero, en su enorme confusión política (resultado, a su vez, del hecho de que este grupo ha sido incapaz de ligarse a la lucha del proletariado y de las naciones oprimidas) y, segundo, en su capitulación ante el gobierno «socialista” francés (al que apoyan «críticamente”). Este gobierno, como se sabe, es el principal aliado europeo de los piratas, al punto que, según la revista «Time” (30/5/82), presionó a la Thatcher, junto a los Estados Unidos, para no dilatar el conflicto con una guerra de desgaste sino acabarlo rápidamente en un asalto a fondo contra Puerto Argentino. También ha embargado el envío de los Exocet a Perú, para que no llegue ningún refuerzo a Argentina, y ha cumplido con rigor el bloqueo contra Argentina, para quebrarla en todos los terrenos (¿cómo sorprenderse, entonces, de que J. Nott, el ministro pirata de Defensa haya declarado: «Insisto en subrayar el extraordinario apoyo que hemos recibido del presidente Mitterrand y del gobierno francés, y el apoyo particular que tengo de mi homólogo el ministro francés de la defensa desde el comienzo del problema de las Malvinas” («Le Monde”, 28/5, pág. 42).

El problema concreto

Es harto evidente que el problema político de esta guerra no se reduce al hecho de que opone una nación opresora contra una nación oprimida, pues una de sus características concretas es que el gobierno de esta última es una dictadura impuesta, oportunamente, por el propio imperialismo, v de indudable filiación burguesa y antiobrera. Esta es una contradicción objetiva de esta guerra, y no se la esquivará apoyando a una Argentina «pura”, compuesta por su «pueblo”, incontaminado del régimen político que la gobierna. El apoyo a la nación oprimida debe ser incondicional, lo que significa: independiente del gobierno que circunstancialmente la dirige. Cualquier otro planteamiento equivale a admitir que la derrota del país sometido a manos del imperialismo, puede ser conveniente para la causa del proletariado mundial.

Es que el resultado históricamente progresivo de esta guerra (y no solo para los trabajadores argentinos sino de todo el mundo) sería la derrota de Gran Bretaña a manos de Argentina, incluso bajo la forma de una derrota de la Thatcher a manos de Galtieri (¡y no sólo bajo la forma de una victoria de un gobierno obrero argentino contra el imperialismo inglés!). La determinación de que este resultado, y sólo éste, serían históricamente progresivo, parte del hecho de que la base de todo el orden mundial de la explotación capitalista reposa en el dominio de un puñado de naciones imperialistas sobre la inmensa mayoría de la humanidad. La derrota de la Thatcher sería un golpe fantástico en favor del proletariado británico, del pueblo de Irlanda y del conjunto cíe las naciones oprimidas, y no sería ningún refuerzo para la dictadura argentina, por la simple razón de que la derrota imperialista significaría la quiebra de la base de sustentación irreemplazable de este régimen. La ruta para acabar con Galtieri pasa por la lucha para derrotar a la Thatcher, y, eventualmente, por la derrota misma de ésta, mientras que la ruta que pasa primero por la derrota de Galtieri a manos de la Thatcher no conduce, de modo alguno, al derrocamiento del gobierno conservador inglés y del Estado británico. A lo que conduce es al reforzamiento del imperialismo mundial y, por lo tanto, al sometimiento de Argentina.

Los maestros ciruelas de la OCI no han entendido lo que significa colocarse en el campo de la nación oprimida sin apoyar al gobierno burgués o dictatorial de ésta. Para esta gente no apoyar a Galtieri significa que no se debería hacer nada para que el ejército de Galtieri, la aviación de Galtieri y la marina de Galtieri derroten a la flota británica o más aún, que habría que evitar que Galtieri derrote a la Thatcher. ¡Monumental estupidez! No apoyar a la dictadura no es poner un signo igual entre ella y el imperialismo, sino combatir todo esfuerzo que se haga por confundir, mezclar, o identificar los objetivos, los métodos y los interese del proletariado, en esta guerra, con los de la dictadura o los de la burguesía, y, de esta manera, preparar las condiciones para que el proletariado se convenza, y convenza a la mayoría nacional, de la necesidad de conquistar para sí la dirección de la guerra antiimperialista, derrocando, oportunamente, al gobierno burgués, civil o militar, de turno:

No apoyar a la dictadura es no apoyarla contra el proletariado, pues a eso equivaldría el apoyar la conducta política y militar y el contenido de clase que la dictadura invariablemente dará a esta guerra. Pero nunca puede querer decir no apoyarla contra la Thatcher, con los métodos propios del proletariado. ¿Qué son los comités obreros de control de los superbeneficios de guerra y de la calidad del armamento que provee la industria bélica, sino un apoyo al ejército argentino de Galtieri contra la flota británica de la Thatcher —mediante una racionalización del esfuerzo económico y militar? Justamente porque, en una guerra nacional, la participación decisiva del proletariado como clase rompe los límites del régimen político imperante (¡control obrero, entrenamiento militar y armamento de la población!), es que el no apoyo a la dictadura como régimen y el apoyo práctico a su guerra contra la flota imperialista forman los pilares de la política revolucionaria. La posición de la OCI es una variante del neutralismo a lo Cortázar: las Malvinas son argentinas, pero…
Es sabido que la OCI tiene por costumbre excomulgar a quienes le señalan su ignorancia política y su tendencia a la capitulación frente a los imperialismos democráticos, con el mote de «nacional-trotskistas”. Obispos sin feligresía, escupen hacia el cielo, porque la OCI es, indudablemente, la corriente más nacionalista dentro de los círculos seudotrotskistas -esto, en gran parte, debido a su provincialismo. Es así que, en esta guerra, con su «ni Thatcher ni Galtieri” demuestran no entender el carácter internacional de la presente guerra y la enorme crisis que abriría la victoria de Argentina, incluso encabezada por la dictadura.

Colocar a la Thatcher y a Galtieri en el mismo plano es, desde un punto de vista internacional, un crimen político, que refuerza los prejuicios democráticos imperialistas del proletariado de los países avanzados y debilita la determinación de lucha antiimperialista del proletariado de las colonias y semicolonias.

En el periódico brasileño que ya hemos citado se plantea la barbaridad de que «no (hay que) asumir ningún compromiso con el régimen militar argentino”. Esto significa, simplemente, decir que están prohibidos los compromisos en general, pues si con Galtieri en guerra con la Thatcher, no: ¿con quién sí?, ¿con Contín, Bittel, etc.? Nuestros «mitterrandistas” apenas esconden sus simpatías por la Multipartidaria, lo mismo que el embajador Schaudelman.

¡Pero claro que son legítimos los compromisos, si favorecen al proletariado y a la lucha antiimperialista! La existencia de un enemigo fundamental común crea la posibilidad de un frente común. La dictadura ha empleado mil medios para imponer ese frente, en su propio beneficio, con ayuda de la CGT, del PC y la Multipartidaria (acto del 10 de abril, pasividad posterior de estos). Pero el avance y los golpes de la flota británica abren otra posibilidad frentista, un compromiso político que se base en el armamento extendido de los trabajadores y en el llamado a la solidaridad militar de América Latina. La crisis que la perspectiva de una derrota puede abrir en el ejército plantea una posibilidad en ese sentido, y es por eso que PO ha llamado a manifestar sobre los cuarteles con la consigna de entrenamiento militar y armamento de los trabajadores.

La especie de que no sería admisible ninguna clase de compromisos con la dictadura no es, por eso, ni más ni menos, que condenar al proletariado a la pasividad. La clase obrera solamente puede obtener las armas por una de dos vías: por una revolución o como consecuencia de una enérgica presión sobre el ejército, a través de manifestaciones de masa. Como la primera está excluida por la completa inmadurez del llamado factor, subjetivo, el único camino está en participa enérgicamente en la lucha por darle a la guerra un carácter nacional. Esto plantea la posibilidad de un compromiso, es decir, de un frente práctico y militar común con el gobierno o con alguna fracción del ejército. El que no está preparado para esto haría mejor en quedarse en su casa.

El diario brasileño mencionado denuncia al gobierno de su país por no apoyar militarmente a Argentina y reclama que se haga inmediatamente efectivo ese apoyo. ¿Pero han percibido estos señores su monumental contradicción’ ¿A quién debería el gobierno brasileño dar las armas, si no a Galtieri? ¿O están planteando que Figueiredo arme a los trabajadores argentinos?

Para el CIR, «el hecho de haber ocupado las Malvinas no modifica ni un poco el carácter de esa dictadura” (“Tribuna Internacional”, mayo 1982). ¡Qué escolástica barata! Lógico, antes del 2 de abril teníamos una dictadura y ahora también; subjetivamente, la cúspide militar y el cuerpo de oficiales puede que no hayan cambiado mucho. Pero si por “carácter” de un régimen entendemos el conjunto de sus relaciones internas e internacionales, está claro que si no hubo una reversión de esas relaciones (derrocamiento de la dictadura), hubo sí cambios fundamentales: en lugar de apoyo incondicional del imperialismo tenemos una guerra contra éste; en lugar de una cruzada contra la revolución centroamericana tenemos el retiro de los asesores argentinos; igualmente tenemos un desplazamiento relativo de la ofensiva contra el proletariado hacia una ofensiva contra el imperialismo. El empeño del CIR por negar esta realidad, tiene por finalidad montar la ficción de una Argentina oprimida en guerra en la que Galtieri y su banda nada tienen que ver, a pasar que prácticamente la monopolizan.

La lucha contra la dictadura cambio de forma 

Para la OCI, la esencia de la política revolucionaria en el momento actual sería plantear «abajo Galtieri”. No hay que olvidar que la preocupación de esta gente es quedar bien con la opinión pública parisina, y esta consigna es un éxito seguro, cuando permite esquivar la responsabilidad del imperialismo francés.
Más todavía, reclaman «elecciones libres” y afirman que la implantación de la democracia formal significará (des) «amarrar las manos» del pueblo argentino para luchar contra los ingleses.

Como para la OCI Galtieri y la Thatcher están en un mismo plano, la cuestión de la lucha por acabar con la dictadura está colocada de un modo abstracto. El problema no se plantea, ni desde el punto de vista práctico, ni desde el punto de vista agitativo, de la misma manera que como se planteaba antes de la guerra. Ahora, los trabajadores argentinos están golpeando juntos con Galtieri a la flota (en realidad, no han llegado todavía al plano de golpear realmente, por la traición de sus direcciones). Sólo conquistando una posición efectiva e independiente en la guerra, podrá colocarse la caída de la dictadura a la orden del día. Para acabar con Galtieri, hay que luchar contra la Thatcher.

Las reivindicaciones democráticas tienen una importancia prioritaria para la movilización de los trabajadores, y se impondrán efectivamente en la medida en que esta movilización se desenvuelva. Pero afirmar que la democracia formal, como régimen político, significa, en cualquier circunstancia, un progreso para la lucha contra el imperialismo es una postura antiobrera. Es no sólo olvidar el carácter de clase de esta democracia sino su función desmovilizadora. No sólo es verdad lo contrario: sólo la lucha contra el imperialismo permitirá conquistar una real democracia política, sino que el planteamiento abstracto del régimen parlamentario (elecciones) independiente de las posiciones políticas de las distintas clases en esta guerra, y en particular de la burguesía democratizante, corresponde al interés del imperialismo de instrumentar un golpe o un recambio “democrático”.

La lucha por el derrocamiento de la dictadura sigue vigente, pero ha cambiado de forma, ya que pasa por la lucha por aplastar a la flota y al imperialismo.

La consigna de abajo la dictadura puede tener dos fundaciones esenciales: una, la de servir como medio de agitación política que señala la orientación objetiva de las distintas luchas parciales de las masas en un momento determinado, y que concreta el enfrentamiento de la burguesía apuntando contra su forma política fundamental del momento: la otra, como consigna insurreccional, es decir, que plantea el derrocamiento efectivo de la dictadura.

Considerada en su segunda acepción, esta consigna no estuvo a la orden del día en ningún momento desde 1976. Plantearla ahora en este sentido, significa postular una aventura política al servicio del imperialismo.

Considerada en su primera acepción (de agitación de tipo político contra el enemigo fundamental, o contra la forma política fundamental del enemigo), esta consigna ha sido desplazada relativamente por la de “abajo la flota británica», guerra total (internacional, política y económica) contra el imperialismo. Como quiera que no exista dictadura sin imperialismo, esta consigna modifica la forma de lucha contra la dictadura. Abajo la dictadura, no es sino otra versión de “ni Thatcher ni Galtieri”. La obnubilación de estos “trotskistas” es tan grande, que han «olvidado” que los bolcheviques no marchaban contra Komilov al grito de Abajo Kerenski (¡ah! ¡Pero Kerenski era el Mitterrand de la burguesía imperialista rusa!).

En difinitva, desde el punto de vista de la situacióh de reno, desorganización y confusión en que se encuentra el proletariado argentino, no estamos en la hora aún en que éste pueda plantearse desplazar a la dictadura para dirigir la guerra y ganarla (¡el único que puede ganarla!), sino en una etapa preparatoria, que consiste en encontrar el camino para intervenir en posiciones propias en el presente conflicto desarrollar la confianza en sus propias fuerzas y ganar para sí a la mayoría de la nación. No se trata de ganar primero la guerra con Galtieri (que no puede ganarla) para hacer después la revolución; de Jo que se trata es de orientar al proletariado a intervenir en la lucha para aplastar a la Tatcher, como vía para hacer, antes, durante o después de la guerra, esa revolución. La OCI simple-mente, no reconoce el cambio de forma de la lucha contra la dictadura militar. La lucha contra la dictadura no queda sus-pendida en ningún momento: toma la forma de la lucha contra verdadero amo de ella y de denuncia de la capitulación del gobierno militar ante aquél. Así se va abriendo paso, de nuevo, a consigna de “abajo la dictadura».

Capitulación ante la socialdemocracia

No debe sorprender, entonces, que en una declaración especial del Secretariado Internacional del CIR emitida en Paris, se silencie por completo el papel jugado por el gobierno “socialista” francés de apoyo a la agresión imperialista, lo que vuelve a mostrar la capitulación de la OCI francesa ante Mitterrand. Los «revolucionarios” parisinos deben recordar que el internacionalismo comienza por casa.

El CIR, a su vez, hizo suya la declaración de su “sección” inglesa, donde se plantea el retiro de la flota británica del Atlántico Sur y se destaca la coincidencia con Tony Benn, el líder de la izquierda laborista, pero con todo lo justo que es reclamar el retiro de la flota, no hay que perder de vista que la de Benn es una de las posiciones del imperialismo (apoya la re-solución 502 de la ONU y plantea que el destino de las islas se negocie en las Naciones Unidas, esto es, no plantea el reconocimiento incondicional de la soberanía argentina). Más inaudito aún es que, en otra declaración, que también hace suya el Secretariado del CIR, se diga que la posición del Partido Laborista inglés es “una gran capitulación” porque “no se opone en forma clara a la agresión inglesa” (“Tribuna Internacional” ídem) cuando la realidad es que los laboristas mal podían oponerse a nada cuando estaban completamente a favor del envío de la flota y de la derrota de Argentina. La posición de la OCI se resume así: con los “demócratas” Michael Foot y Francois Mitterrand, contra el fascista Galtieri.


Miserable capitulación. Fuera la dictadura

Política Obrera

 

POLÍTICA OBRERA Y LA GUERRA DE LAS MALVINAS

P.O. 330, págs 1 a 3, 15/6/82

Este periódico estaba en pleno proceso de impresión cuando se informó sobre la completa rendición de Puerto Argentino. Quien ha seguido la lectura de los números anteriores, como quien lee POLITICA OBRERA por primera vez en éste número, podrá ver que la actual derrota y capitulación es apenas la consecuencia de la política de postración ante la flota y la alianza angloyanqui seguida por el régimen militar desde el mismo 2 de abril. Esta línea de capitulación puede resumirse así:
Negativa a movilizar al país y a América Latina para un enfrentamiento total con el imperialismo. Esta negativa estaba sustentada en la búsqueda desesperada de un acuerdo con los EEUU, como se evidenció en cada una de las etapas de este conflicto (misión Haig, etc.).
Sometimiento económico al boicot del imperialismo mundial. No sólo no se tocó ninguna de las empresas imperialistas, y se pagó y se prometió pagar pasare lo que pasase la fabulosa deuda externa contraída por la dictadura, sino que el capital extranjero recibió total salvaguarda y fabulosos subsidios.
Hambre, desocupación y represión para las masas trabajadoras. El imperialismo despide y suspende masivamente a los trabajadores, debilitando a la economía nacional y el gobierno militar no solo no toma ninguna represalia sino que reprime todo intento de las masas por organizarse y resistir a la agresión imperialista.
La ocupación del archipiélago fue una aventura que armó la dictadura para superar su crisis y su impasse, con la certeza de una fácil victoria. Creían que iban a terminar contando con el apoyo del imperialismo yanqui, a quien estaban dispuestos a entregar las riquezas y bases militares en las Malvinas. Y terminaron capitulando porque esta gente, por su naturaleza proimperialista no podía movilizar a la nación en una guerra nacional contra el imperialismo. Todo el esfuerzo de la dictadura en estos dos meses consistió en paralizar todo intento de profundizar la movilización nacional contra el imperialismo y en buscar el favor de Reagan y Haig.
La capitulación actual tiene-también impreso el sello del desesperado afán por arreglarse con los yanquis. Tratan de recomenzar las negociaciones en las Naciones Unidas y abrir un cuadro de recomposición de sus relaciones con el capital extranjero. La venida del Papa y el apoyo de Galtieri al mismo tuvo dos objetivos directos. Primero, ayudar a desmovilizar el sentimiento patriótico nacional pregonando la paz por sobre la soberanía. Segundo, buscar una paz con “honra”, que le permitiera salvar la ropa al régimen y reanudar sus lazos con el imperialismo.
Toda la clase burguesa acompañó a muerte esta política de apaciguamiento y capitulación frente al imperialismo. La Multipartidaria, los Contín, Bittel, Frondizi y Cía dijeron una y mil veces que apoyaban todo lo actuado por las fuerzas armadas. Ninguno planteó la necesidad de un enfrentamiento nacional (expropiación, moratoria de la deuda, etc.) contra el imperialismo. La Multipartidaria de partidos burgueses es cómplice total del gobierno en la actual capitulación.
¿Qué situación se abre ahora en el país?
La bancarrota de la dictadura no puede ser más completa.
A toda la catástrofe económica, social y política existente antes del 2 de abril se añade ahora el desastre de las Malvinas. No se trata sólo de la bancarrota militar, sino de la evidencia de la incapacidad total del régimen para defender a la nación y al estado nacional.
El régimen militar no tiene ninguna salida. Ni siquiera una salida reaccionaria. Su caída es inevitable.
Al imperialismo, le interesa promover un recambio -aunque lo menos traumático posible para prevenir una crisis total del Estado y la posibilidad de una irrupción de las masas-, porque no tiene confianza en el accionar de este equipo de aventureros.
La burguesía nacional también busca el recambio, porque este gobierno ya carece de autoridad y no está en condiciones de arbitrar las diferencias entre sectores y menos de elaborar un plan para salvarle de la bancarrota económica en que se encuentra.
Para la clase obrera y los explotados estas salidas políticas que se preparan se harán a expensas suyas. El conjunto de las clases dominantes quiere recomponer sus relaciones con el rmpenalism0. La burguesía nacional argentina es una clase sin salida, dependiente del capital extranjero. Tendrán palabras demagógicas, tendrán cortinas de humo diplomáticas de aire “tercermundista”, pero en realidad para rescatar sus empresas de la bancarrota buscaran los buenos oficios de la banca internacional. Y todo eso será a costa de las masas trabajadoras quienes tendrán que pagarlo con más inflación y carestía, con mayor deterioro de sus condiciones de vida.
El problema central para el proletariado es cómo actuar frente a la situación política que se abre. Tiene dos opciones: o impone su salida, una salida antiimperialista (expropiación del capital imperialista, estatización de la banca, del comercio exterior y de todas las empresas en bancarrota, planificación centralizada de la economía, aumento salarial, congelación de precios, etc.) o será aplastado por la miseria en que lo sumirá el proceso de concentración, monopolización y recolonización que lanzara el capital imperialista aliado al gran capital nativo.
Para ello se impone en primer lugar criticar a muerte cualquier forma de gobierno de transición que permita salvar la continuidad del actual régimen, sea este cívico, como pretende Alfonsín, cívico-militar como plantea el Partido Comunista, o militar como reclama la derecha nacionalista.
Lo que corresponde frente a la total bancarrota de este régimen es la inmediata convocatoria de una Asamblea Constituyente democrática y soberana, donde las masas trabajadoras discutan democráticamente el destino nacional. Pero es in-dudable que esto es lo último que piensan hacer la dictadura y los representantes de la burguesía.
Una salida democrática y antiimperialista a la actual crisis dependerá de la intervención de la clase obrera y los explotados. Para ello es urgente que los trabajadores se doten de sus organizaciones de masas, que se reconstruyan los cuerpos de delegados y las comisiones internas, que se pongan en funcionamiento sus sindicatos y sus CGT. Es necesario preparar un Congreso de Bases del movimiento obrero para superar la división y la parálisis que han provocado los Triacca y los Lorenzo Miguel al subordinarse a la dictadura y a la burguesía. Se plantea con toda fuerza una campaña para recuperar los sindicatos por la vía de los hechos, de la acción directa.
Con la rendición de Puerto Argentino se plantea un balance no sólo de la incapacidad de la dictadura, sino también de la oposición burguesa de la Multipartidaria.
Esta ha estado empantanada y arrastrándose frente al régimen durante los últimos dos años y cuando se planteó el enfrentamiento con el imperialismo evidenció su total impotencia.
Todos aquellos que creían que la Multipartidaria podía ser una alternativa antiimperialista, pueden y deben sacar ahora un balance a la luz del rol proimperialista que ha asumido en el transcurso de este conflicto.
Para el proletariado y todos aquellos que abracen su causa es condición esencial agruparse en torno a banderas de independencia política frente a la burguesía. Sólo así podrán encarar la construcción de un Frente Revolucionario Antiimperialista que se oponga a los proyectos proimperialistas que se están gestando y dirija la movilización nacional antiimperialista.


Malvinas: Epitafio

Julio Magri

 

POLÍTICA OBRERA Y LA GUERRA DE LAS MALVINAS

Las organizaciones que se reivindican del trotskismo y de la IV Internacional, de Gran Bretaña, tenían (¡ni falta hace decirlo!) una responsabilidad tremenda ante la guerra de Las Malvinas: practicar el internacionalismo proletario contra el chauvinismo imperialista de la metrópoli, y esto sólo podía hacerse defendiendo incondicionalmente la totalidad de la causa argentina. Lamentablemente, una de las organizaciones de las que se podía esperar más en este sentido encabezó por varios cuerpos el pelotón de los que capitularon ante el nacionalismo de su propio país. Nos referimos al grupo «Socialist Organiser Alliance” que, curiosamente, se plantea la reconstrucción de la IV Internacional. A esta organización no se le ocurrió, ni más ni menos, (y en realidad fue toda una “ocurrencia») que proclamar, contra Thatcher y Galtieri, la autodeterminación de los kelpers, exactamente la posición oficial del ministerio de RR. EE. de su graciosísima majestad!!!!

Una diferencia de principios

Para el “Socialist Organiser Alliance» (exWorker Socialist League-WSL) no hubo una guerra de carácter imperialista contra Argentina. En su periódico, el “Socialist Organiser», se sostuvo que «Argentina no es una gran potencia imperialista como Gran Bretaña, pero de su lado también la guerra continúa siendo reaccionaria nacional e internacionalmente” (S.O., 27/5/82). Lo que se deduce de aquí es que, como el régimen de Galtieri es “un pilar del control capitalista e imperialista» en la región, el carácter de la guerra no se deriva de la rigurosa caracterización de los países en disputa, opresores y oprimidos, sino del carácter de sus regímenes. ¿Tenemos que concluir de aquí que si al frente del Estado británico hubieran estado los laboristas, «S.O.» se hubiera lanzado a la calle a apoyar a la flota? Es precisamente el carácter de los regímenes en disputa lo que aquí no tiene nada que ver, porque la Thatcher no se lanzó a la guerra, como dijo, para acabar con una dictadura, sino para aplastar la tímida independencia del país dirigido por esa dictadura. Borrar la distinción entre las naciones y suplantarla por la de los regímenes nos lleva al puro subjetivismo, y las relaciones internacionales entre los Estados quedan privadas de su base clasista. Ya Trotsky alertó contra esta caprichosa caracterización, insistiendo en no dejarse atrapar por la envoltura sino analizar los fenómenos desde el punto de vista de la lucha de clases internacional. La línea divisoria fundamental de los Estados y naciones modernas es que algunos países son imperialistas y otros sus víctimas, esto con independencia de quien se encuentre al frente de estos últimos. El singular criterio de “s.o.” nos llevaría muy lejos: a negar el carácter obrero de los Estados dominados por la burocracia, ya que ésta es proimperialista.

Es una evidencia que Galtieri ocupó las islas con el objetivo de potenciar a la dictadura y burguesía argentinas en la estrategia global del imperialismo en la región y todo el continente y en la crisis política interna. Por esta razón, Política Obrera no apoyó la ocupación de las islas y denunció su propósito de negociación con el imperialismo. Pero este objetivo de del C. C. de Política Obrera (Argentina) la Junta Militar fracasó y la ocupación de las islas por las tropas argentinas dio lugar a una guerra contra un bloque de naciones imperialistas.
“Socialist Organiser” (nro. 83) cae en la superficialidad de decir que «la guerra es para salvar la cara y el prestigio de la Thatcher”’ (6/5/82). Pero, ¿qué representa la Thatcher?: Al imperialismo británico. ¿O ahora es propio de marxistas explicar las guerras por el tamaño de la nariz de los gobernantes? El hecho es que desde 1833 el imperialismo inglés, bajo toda gama de gobiernos, defendió la posesión colonial de las islas. Y en esta guerra, los laboristas, no sólo no hicieron la oposición parlamentaria a la Thatcher, sino que no titubearon en alinear-se con la Margareth y su burguesía contra Argentina.

Seguramente, a “S.O.” su planteo le debe haber provocado hondos “remordimientos» porque en su número 81 dicen que «si el conflicto va tan lejos que las fuerzas militares británicas atacan a Argentina (el continente, aclaración nuestra) deberíamos apoyar el legítimo derecho de Argentina a defenderse” (22/4/82).

Está claro que para «S.O.”, Las Malvinas (que junto con el imperialismo británico «S.O,” denomina ¡Falklands!) no son argentinas, es decir, que son británicas (porque los kelpers no son, ni pueden ser, ni quieren ser, una nación, y en su mayoría son empleados de una compañía colonial). Pero los preciosismos geográficos de “S.O.” no se sostienen en pie: la guerra de la flota fue contra la nación argentina: bloqueo económico y militar, armas nucleares, planteos de bombardear el continente. Con su planteo sobre el continente, «S.O.” delata su apoyo para recuperar el archipiélago. El General Belgrano fue hundido fuera de la zona de exclusión!

Pero, preguntamos, ¿por qué es legítimo defender a Argentina de un ataque inglés al continente si la guerra, según «S.O.” “es reaccionaria de ambos lados”? ¿O será que Galtieri sólo sería proimperialista respecto de Las Malvinas y no en el continente?

Aquí, «S.O.” se tuvo que apresurar a elaborar teórica-mente un artificio: la autodeterminación de los falklanders. Las islas no serían ni británicas ni argentinas sino de los falklanders que «son los primeros en sufrir” de esta guerra (“S.O.” 15/4/82). La guerra habría sido una disputa territorial por determinar quién continuaría oprimiendo a los isleños, (imperialismo argentino), cuando éstos son “una distintiva comunidad hace 150 años, que no desplazó a nadie ni oprime a ninguna otra comunidad” (“S.O.”, nro. 83, 6/5/82). Con esta argumentación «S.O.” planteó el retiro de todas las tropas de las islas y que se reconozca el derecho de los Falklanders a decidir su propio futuro (“S.O.” nro. 79, 15/4/82).

Dejemos de lado el hecho de que «S.O.” se acordó de plantear el retiro de todas las tropas de las islas sólo cuando estaban las argentinas, porque con anterioridad al 2 de abril no planteó el retiro de las tropas británicas. ¿Cuál es el significado real de que los falklanders decidan su futuro? El mismo por el cual fue enviada la flota: la restitución colonial británica. Y esto porque el único “distintivo” de los falklanders es que son un asentamiento colonial británico: de ahí que su autodeterminación sea formar parte del Imperio Británico. Nosotros estamos por la autodeterminación de los pueblos como un aspecto de la lucha contra el imperialismo. Pero es un absurdo total plantear la autodeterminación de los colonos imperialistas.

Si ‘‘S.O.’’ se hubiera puesto a pensar un poco, vería que para suplantar a Gran Bretaña en la opresión a los kelpers, Argentina hubiera debido expropiar a la Coplite, virtual propietaria de las islas. Pero en lo que siempre hubo acuerdo entre la dictadura argentina y el imperialismo fue en no tocar los intereses británicos. «S.O.” habla de «autodeterminación” pero no de independencia de los kelpers, y esto no es de poca importancia, pues la autodeterminación es el derecho a decidir y no la exigencia a emanciparse, y ya se sabe que la decisión de los kelpers es la corona británica. Ni qué decir que si se independizaran realmente, Las Malvinas acabarían en manos argentinas, porque no son económicamente viables. Demás está decir que es falso que los falklanders no son el resultado del desplazamiento de nadie. Las islas fueron arrebatadas por los ingleses en 1833 por la fuerza y son un componente de la opresión imperialista (presión militar) sobre Argentina.

Socialist Organiser y el laborismo

Es sabido que los líderes laboristas se alinearon en la guerra con su imperialismo lo que, insistimos, desmiente una vez más la afirmación de «S.O.” de que estábamos frente a una «guerra de los Tories” (conservadores). La llamada izquierda laborista, representada por Tony Benn, se opuso al envío de la flota pero apoyó las sanciones económicas contra Argentina y la resolución 502 de la ONU. Expresó una de las posiciones del imperialismo aquella que buscaba un arreglo semicolonial entre la Junta Militar y el imperialismo mundial.
En la práctica, «S.O.» estuvo detrás de esta fracción laborista. Es así que en «S.O.”; (nro. 83, 6/5/82) se llegó a sostener, increíblemente, lo siguiente: «El reclamo está creciendo desde el movimiento laborista en favor de negociaciones en lugar de guerra. Michael Foot (líder laborista) rechazó la invitación de Thatcher de conversaciones privadas sobre la guerra. Toda disociación de los Tories y toda campaña por la vuelta de la flota debe ser apoyada. Y mejor que Thatcher y Galtieri traten sus disputas por medio de negociaciones que por guerra”

Que Galtieri y Thatcher negocien es sostener: a) que las masas argentinas e inglesas deben alinearse detrás de sus regímenes; b) que negociando, Galtieri y Thatcher podrían acordar una solución justa, esto es, antiimperialista; c) que el imperialismo puede dejar de ser lo que es, una máquina de guerra y opresión contra los pueblos coloniales y semicoloniales; d) que la burguesía imperialista puede ser convencida de que la guerra es una cosa mala y que las disputas pueden resolverse pacíficamente. Por último, «S.O.” presenta a los líderes laboritas como opuestos, aunque sea tímidamente, a la guerra cuando fueron el principal factor de propaganda chauvinista entre las masas.

En definitiva, “S.O.» planteó la «superación” de la guerra por medio de una nueva alianza del capitalismo imperialista inglés con la burguesía argentina, porque no otra cosa puede significar que Galtieri y Thatcher negocien. El superrevolucionarismo de palabra de «Ni Thatcher ni Galtieri” en la práctica era “Por Thatcher y por Galtieri”.

Desde el punto de vista práctico era necesario en Inglaterra realizar acciones de movilización y buscar el frente único por el retiro de la flota inglesa del Atlántico Sur. Pero para que esa política fuese consistente y se encuadrara en una perspectiva revolucionaria, había que delimitarse de las posiciones de la izquierda laborista porque éstas se alineaban en la defensa de los intereses globales de su imperialismo.

Por todo esto es un misterio entender por qué «S.O.” a’ firma que habría desplegado una campaña política de derrotismo revolucionario en Inglaterra, esto es que lucharon por *a derrota de su burguesía.

Más aún. Cuando se produjo la derrota Argentina, “S.O-‘ planteó que había que «luchar contra todo intento de continuar la diversión por cualesquiera de ambos lados» (nro. 8“ 17/6/82). ¡Sensacional! Como la «diversión” sólo podía venir del lado argentino, porque las tropas británicas ya habían tomado las islas, el planteo de «S.O.” no podía significar otra cosa que Argentina firmara incondicionalmente la rendición lo que era el planteo del imperialismo angloyanqui), Poniendo fin a la «división”. Esto es: por la rendición total y completa. N logramos entender por qué «S.O.” se empeña en llamar a este derrotismo revolucionario? Pero, además, ¿dónde quedó el planteo de que se retiren todas las tropas, ahora que sólo estaban las británicas? Por todos lados, el planteamiento de ‘‘S.O. conduce a defender la posesión británica de las islas. ¡Repetimos: si hasta cuando mencionan las islas las llaman «Falklands”!

Socialist Organiser y la «Unión Nacional» con Galtieri

El argumento «fuerte” de «S.O.” era que pronuncia^ y activar por la victoria argentina significaba una política de unión nacional con la Junta Militar. Típico razonamiento de la izquierda de los países imperialistas: les preocupa tanto la unión nacional en las colonias que aconsejan unirse al imperialismo «democrático”.

Ni qué decir que el planteo de «S.O.” es una tontería: si apoyar incondicionalmente la causa nacional lleva a la unión nacional, toda la lucha democrática del proletariado se revela como proburguesa, que es lo que siempre sostuvo el sectarismo bordiguista. La causa nacional se puede oponer (hay que oponerla) a la burguesía. Este es el abe del «transitional program”.

Si los trotskistas se abstienen de participar en la lucha contra el imperialismo (y participar significa formular el programa y los métodos para que esa lucha sea real y efectiva) v más aún cuando esta lucha se eleva al nivel de una guerra por lo que envuelve a la nación en su conjunto, si los revoluciona ríos hacen eso, la burguesía cuenta con las manos libres para la manipulación de las masas, presentándose como la abanderada de la lucha contra el imperialismo.

La «unión nacional” no era luchar por la victoria argentina sino abstenerse de toda movilización independiente de las masas en nombre de la lucha nacional: no desarrollar un pro-grama (expropiación del imperialismo, armamento de las masas, etc.) para colocar al proletariado en la conducción política y efectiva de la guerra; era confiar en que el Ejército argentino, con su dirección natural, podría derrotar a la flota.

La política de “unión nacional” existió y eso se debió al rol de la burocracia sindical y el stalinismo que se opusieron a movilizar a las masas y se colocaron detrás de la dictadura (apoyo a la manifestación convocada por la dictadura el 10 de abril, negativa a convocar a acciones propias, etc.).

Para «S.O.”, una victoria argentina hubiera fortalecido a la dictadura y coronado con éxito su maniobra de unión nacional («S.O.” nro. 89, 17/6/82). Está claro que estaban con la flota. Este argumento ha sido el caballito de las posturas «ultraizquierdistas”. Pero ni se han puesto a pensar que la victoria británica ha reforzado el arbitraje del imperialismo mundial ante la dictadura en crisis.

Si “S.O.” piensa que una victoria argentina contra el imperialismo hubiera fortalecido a la dictadura, significa que no sabe que es la dictadura desde un punto de vista de clase: la agencia (nacional más directa del imperialismo. Una victoria hubiera sido solo posible como resultado de una ruptura con el Imperialismo y hubiera llevado al extremo la crisis con éste. ¡Cómo puede esto fortalecer a la dictadura! Indudablemente, todo dependerá cómo el proletariado aproveche esa crisis, pero ni qué decir que se le presenta una nueva situación, mucho más “aprovechable”.

Las condiciones que, en la actualidad, están favoreciendo la causa de la democracia y del proletariado en Argentina, no son las que resulta de la victoria inglesa,  sino de la incapacidad de éste y de sus agentes para cerrar la crisis abierta con Las Malvinas. Y esta incapacidad crecerá con la creciente movilización obrera.

“S.O.” está tan empantanada en el nacionalismo que ni sospecha el nivel de su bancarrota. Así señala que la consecuencia de la derrota argentina es que los militares son “menos capaces de intervenir en política por un cierto período y quizás por un largo tiempo”. ¡Curiosos, estos trotskistas ingleses! Su preocupación por el debilitamiento de la dictadura no tiene límites, pero no parece que les ocurra lo mismo con el fortalecimiento de la Thatcher contra el proletariado*británico y el pueblo irlandés, que es el resultado de la derrota argentina.
Preguntamos a «S.O.”: ¿tienen la más remota sospecha de por qué la derrota debilitó a la dictadura argentina? Claro que no. Ese debilitamiento es porque las masas argentinas la acusan de complicidad con la flota y el Departamento de Estado en la pérdida de la soberanía nacional. Sin esta aguda conciencia antiimperialista de nuestras masas, Galtieri hubiera negociado con la Thatcher (según los consejos de “S.O.”) y se hubiera fortalecido. Si el pueblo argentino se hubiera identificado con el programa de “S.O.” (negociaciones), programa, por otra parte, de Haig, Perez de Cuellar, el Papa, la mayoría del alto mando y de la burguesía nacional, hubiéramos tenido una dictadura para rato. Con su reclamo de aplastar a la flota el pueblo argentino se separó, precisamente, de la dictadura, y la condenó a muerte… con victoria, derrota o negociación (que fue lo que previmos 48 horas después del 2 de abril, como puede leerse en PO nro. 328 y que se publica en este número de Internacionalismo.

La derrota de Las Malvinas fue la forma en que estalló la crisis de la dictadura, puesto que ésta estaba en bancarrota antes del 2 de abril. En PO 327 (2/3/82) señalamos que “el gobierno de Galtieri está acabado” y que «Galtieri habrá de terminar peor que Viola”. Lo que permitió que esta crisis no se resolviese como un golpe palaciego más fue la intervención de masas en la caída de Galtieri (15 de junio). «S.O.” dice que debido a la derrota argentina «ahora hay desórdenes en Buenos Aires” (se refiere precisamente a la manifestación del 15 de junio) pero los manifestantes salieron a la calle no a saludar la derrota argentina o a agradecerle a Thatcher los «servicios prestados” sino a acusar a la dictadura por su traición, engaños y mentiras.

Por Julio N. Magri


“Polonia: A crise de 500 días que abalou o socialismo”

Inés Díaz

 

Este libro es obra de dos periodistas brasileños, encargados de cubrir los acontecimientos que conmovieron a Polonia a partir de la huelga del astillero Lenin en 1980, trabajo en el cual se destacaron no sólo por el volumen de información sino también por saber distinguir los aspectos claves de la dinámica del movimiento.

Este libro es una especie de compilación de la información y la experiencia realizada en ese período. El hecho de que haya encabezado la venta de libros de Brasil, demuestra la importancia que el tema tiene para las masas de todo el mundo, en la medida que el movimiento de las masas polacas se ha convertido en un símbolo de la lucha de todos los trabajadores por librarse de sus viejas direcciones traidoras.

El principal aporte de los autores es el de mostrar el carácter soviético de Solidaridad, al poner de relieve su capacidad para tomar en sus manos el funcionamiento de los servicios esenciales, el orden público y el abastecimiento, como sucedió durante la huelga general de advertencia del 27/3/81 en respuesta a la represión sufrida por los miembros de Solidaridad en la ciudad de Bydgozcz.

Otro punto importante del libro es que ilustra abundantemente sobre el rol frenador de la dirección del sindicato orientada por sectores de la Iglesia, que aprovechándose del “apoliticismo” de Walesa lo van elevando a la categoría de personalidad oficial, rodeándolo de asesores. Esto es acompañado por una “especialización” de Walesa en el arte de vaciar y dar vuelta asambleas obreras, trabajo para el cual la burocracia colocaba un helicóptero a su disposición.

Pero, evidentemente, una buena información no es garantía de un análisis político correcto. Es obvio que no es ésta la intención de los autores, pero es importante detenerse en algunas de las conclusiones, para ver la confusión que se introduce en las mejores cabezas cuando se carece de la teoría marxista de análisis.

Waack y Castilho plantean que una de las grandes barreras colocadas al sindicato es la existencia de un sistema incapaz de regenerarse. En realidad, la burocracia stalinista no es “una barrera” al desarrollo de Solidaridad sino que es la razón misma por la cual los trabajadores polacos se plantean la necesidad de organizarse en forma independiente. Sólo después de haber constatado a través de su experiencia histórica que las ilusiones en uno n otro sector de la burocracia siempre conducen a la derrota es que las masas perciben que el único camino es acabar definitivamente con ella y tomar el poder en sus manos. Lo que los autores no entienden es que lo que había en Polonia, una situación revolucionaria, en la cual el movimiento asume un carácter nítida mente político de lucha contra la burocracia apropiada del Estado.

La segunda conclusión que sacan y que se deriva de la anterior, es que como sistema no es reformable sería preciso borrarlo del mapa pero no se puede porque están los soviéticos. Aquí no sólo desconoce la experiencia histórica, que tampoco se toman en consideración los datos que el propio libro ofrece, marxismo enseña y la historia demuestra hasta el cansancio que toda revolución engendra la contrarrevolución. Ante esta disyuntiva no existen soluciones parciales: ella sólo se resuelve con el triunfo de una sobre la otra.
La Invasión.

Existe una amplia tendencia a analizar los movimientos y conflictos sociales utilizando el sentido común. La realidad es reducida a un tablero de ajedrez de donde se elimina con la lógica matemática las situaciones contradictorias que influyen sobre los sectores sociales en juego.

Esta es la línea de raciocinio que lleva a creer en la inevitabilidad de la derrota de todo movimiento que se atreva a desafiar a un poder militar técnicamente superior.

Si esto fuese cierto, ninguna revolución en la historia habría podido resultar triunfante. Tanto la Revolución Francesa de 1789, como la Revolución Rusa, China, Cubana y Vietnamita enfrentaron ejércitos muchísimo más poderosos, pero que debilitados por divisiones internas y por las presiones sociales a que estaban sometidos resultaron incapaces de detener el avance revolucionario de las masas.
En Polonia el peligro de una invasión rusa estaba planteado y continuo planteado aun después del golpe de Jeruzelski. Pero no fue – como lo piensan los autores – la amenaza imperialista de colocar los Misiles en Alemania, el principal factor de freno a la invasión directa durante tantos meses. Los que sólo analizan la realidad unilateralmente acaban creyéndose que las presiones imperialistas pueden actuar como un verdadero apoyo al movimiento de masas. Así es como terminan aplaudiendo una u otra medida que el imperialismo toma en nombre de valores “humanitarios” o de derechos humanos, pero cuyo objetivo real es profundizar la opresión allí donde este. En el caso de los Estados obreros trata de sentar las bases para una mayor penetración vía una mayor dependencia económica.

Tanto para el imperialismo como para la burocracia, el punto fundamental es ahuyentar el fantasma de la revolución y cada uno intenta hacerlo a través de la forma que mejor preserve sus intereses. La fórmula encontrada fue la de la intervención indirecta que recibió el apoyo de todos los sectores del imperialismo, incluyendo al Papa y la socialdemocracia alemana.

Para frenar el avance de la contrarrevolución existe un solo camino: llevar hasta sus últimas consecuencias las tareas 9ue la situación revolucionaria colocaba objetivamente, es decir, la toma del poder por solidaridad. Que esto era posible lo demuestra no sólo su carácter absolutamente mayoritario y su capacidad para hacerse cargo de todas las funciones estatales, sino también el reclamo explícito de los trabajadores para que así lo hiciese, como fue el caso de los obreros de la fábrica “Ursus” a fines del mes de marzo. Esto habría posibilitado la quiebra del ejército, cosa muy temida por la burocracia rusa. El propio libro muestra que existía un importante sector que podía convertirse en punta de lanza contra una invasión, sobre todo si se considera que el 73 por ciento de los soldados son conscriptos. En la medida que la dirección de Solidaridad se negaba a tomar el poder dislocando al ejército y unificando a la tropa atrás de sí, dejó caer la iniciativa en manos de la reacción que, por el momento, logró aglutinar a las FFAA en función de sus objetivos de derrota del movimiento obrero.

Un poder centralizado por Solidaridad habría sido una barrera imbatible contra la burocracia. Su potencialidad se demuestra en el hecho de que Jaruzelski se vio obligado a convertir el país en un gran campo de concentración prohibiendo desplazamientos y cortando  de Europa del Este se aceleraría a ritmos nunca vistos, lo que a su vez, sería la mejor defensa del Estado obrero polaco frente a las amenazas de invasión externa y el talón de Aquiles de la burocracia.

La gran diferencia de Polonia con Checoslovaquia del 68 o Hungría del 56 es que las ilusiones en una u otra ala de la burocracia estaban agotadas, el stalinismo estaba en una bancarrota total y los trabajadores llegaron a gestar una organización de masas tan poderosa como nunca se vio después del período de posguerra.

¿Reforma o Contrarreforma?

Los que creen en el carácter todopoderoso de una invasión rusa a Polonia y al mismo tiempo no entienden que lo que estaba planteado era una situación revolucionaria con todo lo que ella implica, comienzan la búsqueda de un tercer camino que evite el dilema de revolución o contrarrevolución. Es así como se trata de formular una política de “lo posible”.

En Polonia esto se tradujo en una constante política de freno a las masas cuando en los momentos de crisis éstas colocaban en peligro el precario statu quo que la dirección de Solidaridad trataba de mantener con la burocracia. Un ejemplo de esto es el levantamiento de la huelga general, prevista para el 31/3, por parte de Walesa contrariando los reclamos de amplios sectores de trabajadores y de los líderes más combativos del sindicato.

Frente a esto, Waack y Castilho dicen que aunque Walesa resultase antipático había que darle la razón porque para el gobierno ya no era posible hacer mayores concesiones.

En esta misma línea es que se plantea que “lo nuevo”, es decir, un salto cualitativo de Solidaridad, es el inicio de discusión de proyectos de «salvación nacional” y propuestas endebles que tratan de congeniar el interés de los trabajadores con el de la burocracia. Esta es la concepción que predominó en la dirección de Solidaridad y que hizo, entre otras cosas, que sus dirigentes fueran sacados de sus camas absolutamente desprevenidos frente al golpe que ya estaba lanzado.

Aparentemente, esto reflejaría una ilusión en la «reforma” del sistema político de los Estados obreros. Pero ¿en qué consistiría una reforma auténtica? En la conquista de la democracia obrera, la sustitución de policía y ejército por milicias obreras, la libertad política que permita efectuar el más amplio debate sobre la política a seguir en todos los ámbitos. Evidentemente, esto es incompatible con la existencia de la burocracia. Por lo tanto aquellos que alegan que no se puede enfrentar un poder más fuerte y proponen una supuesta reforma del sistema, en realidad están consciente o inconscientemente apostando al triunfo de la burocracia. Esta es una enseñanza fundamental que el proletariado debe extraer de la experiencia polaca para la tarea de forjar una dirección dispuesta a llevar la lucha de las masas hasta el final, es decir, el triunfo de la revolución.


““Nicaragua: La revolution sandinista”“Nicaragua ¿Reforma o Revolución?”“Guerra y Política en El Salvador””

Julio Magri

 

Henri Weber, flamante ex-dirigente del SU, visitó Nicaragua en 1980 para corroborar, como él mismo señala en la Introducción, no sólo “la manera como los sandinistas conducían su transición al socialismo» sino, fundamentalmente, como lo hacían sin caer en el “despotismo burocrático». Para el autor, a pesar de algunos errores, insuficiencias o lagunas de la dirección sandinista, existiría en Nicaragua un Estado Obrero revolucionario y una “democracia socialista”. El problema central, según Weber, sería evitar que Nicaragua se burocratice, como sucedió con otras revoluciones, para la cual plantea el mantenimiento de un amplio sector privado en la economía y el pluralismo de los partidos políticos.
La tesis del libro es que la revolución nicaragüense estuvo dirigida en la primera fase por la burguesía y se transformó en proletaria y socialista a partir del momento en “que el FSLN conquistó la dirección de la lucha”. Esto porque “el FSLN, a pesar de su composición pequeño-burguesa, es una organización revolucionaria del proletariado nicaragüense. Forma parte integrante del movimiento obrero internacional y, por la mediación castrista, de su ala comunista. Su grado de autonomía respecto de la burocracia soviética es inicialmente muy amplio…» (pág. 73).
El autor dice que la existencia de un amplio sector privado en la economía o la presencia de sectores burgueses en el gobierno no altera su caracterización puesto que “el criterio decisivo es: ¿quién detenta el Estado? ¿Qué dinámica inducen las relaciones de fuerza entre las clases? Si el poder del Estado está en las manos revolucionarias, y si ellos se apoyan en la movilización de las masas para contrarrestar la lógica de la ganancia, para imponer una política económica centrada en la satisfacción de las necesidades fundamentales de los trabajadores, el hecho de que el sector público sea al comienzo minoritario y el sector privado dominante, no es decisivo. Una dinámica está abierta, que debe rápidamente invertir esa relación» (pág. 100)
Weber reconoce que la composición social del FSLN no es obrera, pero le atribuye al sandinismo ese carácter, nada menos que por sus relaciones con el aparato stalinista mundial, en el que integra-ría una fracción comunista. Pero caracterizar al castrismo como comunismo es una impostura y considerarlo una parte del aparato controlado por Moscú otra: porque ni Moscú tolera facciones comunistas, ni Castro pertenece a otro aparato que al que ha montado en La Habana. Todavía hay que maravillarse de cómo Weber pretende un comportamiento “pluralista” del FSLN cuando lo caracteriza como parte de un aparato totalitario por excelencia.
En la revolución nicaragüense la clase obrera no intervino como clase. El FSLN es una organización de origen foquista de conformación pequeño burguesa con un programa nacionalista y que, aún después de tomar el poder, según Weber, tiene una implantación “débil en el movimiento obrero” (pág. 146).
Weber utiliza la categoría de “revolucionarios» a secas para definir a quienes detentan el poder. Pero esta rúbrica es muy vaga, ya que no solamente el proletariado es una clase revolucionaria, también lo son la pequeño-burguesía y el campesinado cuando se levantan contra la opresión imperialista. Otra cosa es que la pequeño-burguesía cumpla un papel revolucionario consecuente y aún, como sostiene Weber, que pueda transformarse en socialista-revolucionaria. El criterio de Weber de que el FSLN sería proletario porque se apoyaría en la movilización de las masas contra la “lógica de la ganancia” o en favor de las necesidades de los trabajadores es una tontería porque ninguna de estas dos características son incompatibles con el capitalismo, (y son propias de situaciones en que el Estado está en manos de fracciones pequeño-burguesas radicalizadas). Lo que importa no es restringir la ganancia capitalista o elevar la legislación social obrera sino consumar la expropiación económica y política de la burguesía estructurando al proletariado como clase en el poder.
En Nicaragua no es el proletariado sino la Pequeño burguesía la que detenta el poder. Nicaragua no es un Estado Obrero sino un Estado Burgués porque las relaciones de producción son capitalistas y porque la fracción que dirige el Estado plantea un régimen de capitalismo de Estado en alianza con el capital privado.
Esta estrategia forma parte del programa del FSLN desde su fundación (Estado democrático, Ejército de nuevo tipo etc.) y se mantuvo en sus lineamientos básicos, a pesar de las profundas crisis por las que atravesó.
Como quiera que no existe una colaboración con la burguesía nativa al margen del capital mundial, esto ha significado compromisos políticos y económicos efectivos con éste (reconocimiento de la deuda de Somoza a cambio de la renegociación de la deuda externa).
El sandinismo, por su base social y su programa, es una expresión nacionalista. La vinculación con el castrismo (que es una de las vinculaciones del sandinismo porque también existen otras como con la socialdemocracia y la burguesía mejicana V panameña, no sólo no altera esto sino que la refuerza, porque el castrismo utiliza su influencia política para apuntalar la estrategia «democrática” del FSLN.
Weber le adjudica al sandinismo un programa internacionalista, cuando el FSLN proclama su adhesión a la coexistencia pacífica y al “no-alineamiento , y ha mantenido a fondo esta posición frente a los principales acontecimientos de la lucha de clases internacional (justificación del golpe de Jaruzelsky, apoyo al triunfo electoral de la socialdemocracia en Costa Rica, apoyo a la seudodemocratización de Honduras, apoyo al Plan Portillo de solución negociada para El Salvador, etc. -acontecimientos todos producidos después del libro de Weber, pero ya inscriptos en los planteos de base del FSLN).
Como para Weber en Nicaragua existe “una democracia revolucionaria» con “sus contradicciones, sus excesos, sus límites” (pág. 132), va a centrar sus propuestas en elogiar el sistema político nicaragüense actual y sugerir recomendaciones que lo preservan de cualquier burocratización. Plantea, entonces, un «período de democratización real” (Weber se opone a “la instauración inmediata de la pirámide de los consejos obreros”, pág.160) basado en un conjunto de medidas como “el pluralismo de los partidos burgueses con la sola condición del respeto a la legalidad revolucionaria”, elecciones en todos los niveles, “mantenimiento de un amplio sector privado” (inclusive afirma que el diario “La Prensa” es “un precioso instrumento de conocimiento de la sociedad nicaragüense” y que “las ideas que defiende corresponden a la ideología espontánea de amplias capas de la población” por lo que, “en último análisis, (La Prensa) es útil a los revolucionarios”, pág. 163). Es decir, el programa de Thomas Enders, Willi Brandt, Robelo y Edén Pastora.
Weber asimila el pluralismo no a la democracia socialista sino a la democracia burguesa. Pero en Nicaragua, como resultado de la revolución, es la burguesía la que reclama la libertad de organización y agitación para reconquistar plenamente el Estado. Por eso, el pluralismo es una consigna contrarrevolucionaria. La condición que pone Weber, que la burguesía respete la legalidad revolucionaria, no tiene sentido porque éste no puede actuar sino en forma contrarrevolucionaria. Lo que en Nicaragua está planteado es la necesidad de aplastar política y socialmente a la burguesía y no darle los medios para que actúe contra la revolución.
Weber dice que su programa incorpora la experiencia de la burocratización de los Estados Obreros y descarga la crítica sobre Lenin, Trotsky la III Internacional de los cuatro primeros Congresos. Dice así que Lenin tenía una concepción abusiva de la dictadura del proletariado (pág. 162) y que “el marxismo cominteriano -el de los cuatro primeros congresos de la III Internacional”- ocultó la cuestión de la lucha antiburocrática, que fue en cambio una obsesión de la oposición de izquierda y en particular de León Trotsky, «sin que sus respuestas sean siempre convincentes” (pág. 162).
Para el autor, que fue dirigente del SU que se reclama de la IV Internacional y entre los que continúan existiendo hoy una estrecha colaboración, el stalinismo encontraría su fundamento en el propio leninismo, y el programa del trotskismo no se aplicaría para los Estados Obreros burocráticos. Weber no dice ni una palabra en apoyo a sus afirmaciones, pero sabemos que fue quien más recalcitrante-mente apoyó las tesis del SU sobre la “dictadura del proletariado y la democracia socialista”, presentadas al último Congreso de esta organización (1979). Estas tesis significan un repudio de la dictadura del proletariado y del programa de la revolución política, reflejando la enorme presión política del llamado “eurocomunismo” y de la socialdemocracia sobre las filas del SU. Weber no hace sino aplicar estas tesis a la revolución nicaragüense: su conclusión es que para evitar el supuesto “despotismo burocrático» Nicaragua debe mantenerse en el cuadro del Estado burgués.“Nicaragua ¿Reforma o Revolución?”Este libro (2 volúmenes) es una recopilación de artículos y documentos sobre Nicaragua escritos por las distintas corrientes que componían el SU antes de 1979. La recopilación fue efectuada por la ex-fracción Bolchevique (corriente morenista) y el objetivo es tratar de mostrar, como se señala en la Introducción, que “entre todas las corrientes que, de una u otra forma con una y otra posición, intervinieron en el conflicto, hubo una cuyo pronóstico fue totalmente errado desde el comienzo», es decir el del SU (pág. 13). En cambio, la ex-fracción Bolchevique habría previsto desde 1977 el gran ascenso de masas que condujo a la insurrección, lo que le habría permitido trazar una intervención acertada, apoyando «sin condiciones la lucha del pueblo nicaragüense y del FSLN, denunciando implacablemente su programa de colaboración de clases» (pág. 15).
El 2do. volumen está casi enteramente consagrado a la formación de la Brigada Simón Bolívar, lo que es señalado como un acierto de la intervención morenista «en la guerra civil nicaragüense».
Lo primero que salta a la vista es la mala fe de los recopiladores, puesto que han ocultado los documentos fundamentales de la ex-FB, en donde se pronuncian inequívocamente por una política de colaboración con la burguesía. Reproducen, así, documentos y artículos anodinos del año 1977 pero no aparece el que publicaron en ‘‘Revista de América” de noviembre de 1977 (págs. 32 y 33) donde caracterizan del siguiente modo el frente del FSLN con la burguesía opositora: «Por la presencia en él de notorios personajes reaccionarios, por su ligazón con los planes de la Casa Blanca, el frente opositor tiende a constituirse en una especie de ‘‘Frente Democrático…” Sin embargo, esta definición no debe ocultar a los marxistas revolucionarios de Nicaragua que se trata de un fenómeno contradictorio. Regresivo en tanto hace parte de la estrategia mundial del imperialismo yanqui, pero enormemente progresivo en tanto puede llevar al fin de la dictadura somocista y a detonar —antes o después— un pujante movimiento de masas en el país” (subrayado nuestro). No debe sorprender que el morenismo oculte un texto en el que se dice la barbaridad de que un frente con el imperialismo yanqui puede ser progresivo.
El recopilador ridiculiza la posición de Fausto Amador, “principal vocero de la política del SU”, por criticar los métodos del FSLN y pronosticar, después de la derrota de la ofensiva del FSLN de mediados de 1978, que las masas nicaragüenses en lo inmediato no volverían a ponerse en acción. Pero ésta fue una apreciación compartida por la FB. En un informe interno de la ex-FB se dice textualmente: “Setiembre fue una aventura, caracterizada incluso militarmente por la precipitación y la improvisación … No puede excluirse, retrospectivamente, que esta aventura obedeciera a una presión externa con rasgos de provocación vehiculada por los gobiernos “democráticos” de América Latina y el ala abiertamente burguesa del FSLN. En setiembre, el imperialismo, por medio de Somoza, consigue imponer un sangriento margen de destrucción y desmoralización de las masas, corta el impulso ascendente, impone un reflujo, temporal, pero agudo”. Esto tampoco ha sido “recopilado” por el “recopilador”.
El «recopilador” señala que la corriente morenista fue la única que alertó contra la posibilidad de que, como resultado de la caída de Somoza, se formara un gobierno burgués. Pero en el libro no figura la declaración del PST argentino de junio de 1979 donde se saluda a los gobiernos de «México, Venezuela, Panamá y Costa Rica… como una gran ayuda para el derrocamiento del siniestro dictador», cuando estos gobiernos fueron los artífices del pacto de garantías del FSLN con la burguesía latinoamericana “democratizante”, que fue la base de la constitución del gobierno burgués.
El segundo volumen está consagrado a la Brigada Simón Bolívar, con relatos V supuestos testimonios, pero no se public3 lo fundamental, es decir, el balance que e PST colombiano escribió luego que fueran expulsados de Nicaragua. Este documento, aunque contiene también la cantinela del supuesto internacionalismo de la BSB, se ve obligado a reconocer que BSB estuvo disuelta políticamente en e Sandinismo. «¿Cómo nos veían los trabajadores…? -se pregunta el documento”… como los mejores del FSLN… No decíamos en forma sistemática, por lo menos 3 los sectores de vanguardia que ligábamos con nuestro trabajo, que el gobierno de Reconstrucción Nacional era burgués y el FSLN su principal sostén… siempre tuvimos tendencias a disolvemos en el FSLN…”.
Más importante es la conclusión del documento: plantea que lo correcto hubiera sido disolver formalmente la BSB, cuestión que no hicieron por «el inmenso factor propagandístico que significaba internacionalmente», esto es, para la labor faccional dentro del SU.
Se vuelve a insistir también en que la revolución nicaragüense permitió un nuevo reagrupamiento internacional del trotskismo, con la fusión del ex-Corci, la ex FB y la TLT.
Inútil es buscar en los dos volúmenes un texto común de estas tendencias sobre Nicaragua, y esto por la simple razón de que nunca pudieron llegar a un acuerdo sobre esa cuestión, lo que sirve para corroborar que se trató de un acuerdo oportunista y faccionalista. Basta señalar que se publican acusaciones a Fausto Amador, dirigente de la TLT, de ser un “colaborador de Somoza”, mientras que en la introducción se dice que con la TLT (cuyo principal dirigente era, precisamente, Amador) y el ex-Corci tuvieron un acuerdo principista sobre Nicaragua.
Lo que tenemos en estos dos volúmenes es la técnica del embuste para incautos, que es la que caracteriza al morenismo.“Guerra y Política en El Salvador”Julio Magri
Se trata de una recopilación de artículos periodísticos, escritos durante 1930, que reúne, en su mayor parte, comentarios referidos a distintos momentos de la guerra civil salvadoreña. Gilly concentra sus análisis en el estudio del carácter político y de clase del conjunto de las organizaciones político-militares de la izquierda salvadoreña. Para Gilly estas organizaciones son “cualitativamente diferentes por programa, concepción política y relación entre dirección política y dirección militar, de los focos guerrilleros de los años sesenta. Estas organizaciones son el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) -LP 28-, las Fuerzas Armadas de Resistencia Nacional (FARN) —FAPU—, las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Marti (FPL) -BPR-, el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) -UDN- y el Partido Revolucionario de los Trabajadores  Centroamericanos (PRTC) -MPL. Son estos agrupamientos los que integran desde principios de 1980 la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM)” (pág. 51).
Según el autor, estas organizaciones, de origen cristiano, nacionalista o stalinista, habrían experimentado “un proceso de doble ruptura” con el reformismo y con la concepción militarista de la revolución, lo que lo habría llevado a una maduración programática socialista (“el programa de revolución socialista adoptado por estas organizaciones, su superación de la concepción de la revolución por etapas y, por consiguiente, de la creencia en la posibilidad de una etapa democrático-burguesa a cumplirse en alianza con la burguesía «progresista”, con su Estado y con su Ejército (elemento este último determinante de la hegemonía burguesa en dicha alianza)” (pág. 61).
Gilly toma el pronunciamiento genérico de estas organizaciones “por el socialismo” para deducir que rechazan la concepción de la revolución por etapas y que son direcciones proletarias – socialistas, pero omite que postulan un Estado democrático basado en una alianza entre la socialdemocracia, la democracia cristiana y las fracciones “institucionalistas” de las FF.AA. (programa de la CRM, 23.2.80).
Gilly elogia la «maduración programática” de la CRM, pero en realidad ni siquiera se toma el trabajo de analizar en detalle el programa de ésta.
Uno está forzado a concluir que, para Gilly, el extendido programa de nacionalizaciones que prevé la CRM es idéntico al socialismo. Las nacionalizaciones no se oponen al régimen de la propiedad privada y están contempladas en el derecho burgués (¡Mitterrand!). No pueden confundir con la expropiación del capital una categoría social e históricamente diferente, puesto que apunta a la abolición de la propiedad privada. El carácter de las nacionalizaciones depende del régimen político que la ejecuta. Si encuadran en un régimen de «Estado democrático”, su propósito es usar los recursos del Estado (que se originan en el gravamen a los productores no capitalistas) para impulsar una acumulación capitalista. Históricamente, éste ha sido el planteo de numerosas fracciones burguesas nacionalistas, que redundó en una diferenciación capitalista ulterior más acentuada.
Gilly, en definitiva, adhiere al planteo que, en los últimos años, ganó cuerpo en un conjunto de organizaciones de la izquierda latinoamericana: la concepción de que el fracaso del stalinismo en América Latina tuvo por causa la incorrecta caracterización de la estructura social de los países latinoamericanos, como naciones que combinan la dominación del capital con sobrevivencia precapitalista. Contra la estrategia menchevique-stalinista (que afirmaba la vigencia de una revolución democrático-burguesa) se le opone la tesis de que los países latinoamericanos están -considerados en sí mismos- maduros para el socialismo. Si el stalinismo deduce del atraso y de la opresión imperialista la existencia de una etapa democrática liderada por la burguesía, se afirma la vigencia de una estrategia de revolución socialista sobre la base de negar ese atraso y sostener que el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas los hace aptos para el socialismo.
Lo que no se ha comprendido en la supuesta crítica al stalinismo y al nacionalismo, es que el carácter socialista de la revolución no se deriva de una supuesta madurez de las fuerzas productivas de las naciones latinoamericanas. Si fuese por esto el stalinismo tendría razón ya que, dado el atraso nacional que realmente existe, habría que recorrer una larga etapa de desarrollo capitalista para que se alcanzara un grado de madurez económica que permitiera plantear el socialismo. No obstante, la revolución adquiere un carácter socialista por la presencia del proletariado como clase (lo que indica la madurez internacional de las fuerzas productivas) que le disputa a las otras clases sociales (burguesía y pequeño burguesía) la dirección de la revolución (dictadura del proletariado), no pudiendo, a partir de aquí, implantar un régimen político-social distinto de sus fines históricos (socialismo). Este es un primer aspecto de la revolución permanente: países «inmaduros» para el socialismo tienen, sin embargo, planteada una revolución proletaria porque la burguesía -ligada a la oligarquía y al imperialismo- es incapaz de impulsar un desarrollo capitalista independiente, en momentos en que ya el proletariado emerge como clase independiente. Es esta mecánica de clases de la revolución la que la transforma en socialista. Y es esto lo que elimina la distinción entre países maduros y no maduros para la revolución socialista, distinción propia del menchevismo, pues lo que importa no es la aptitud social de cada país considerado en sí mismo-sino la presencia dirigente del proletariado (clase internacional creada por el capital mundial).
Otra característica de este “socialismo puro” es atribuir un carácter objetivamente socialista o proletario a cualquier clase social explotada por el capitalismo (campesinado, capas plebeyas, pequeño burguesas y sectores burgueses débiles), atribuyendo a la lucha de éstos un resultado inevitablemente socialista.
Pero en realidad la escasa diferenciación de las clases sociales pequeño burguesas (campesinado) es una prueba del atraso del país, y la tendencia de esas clases es a desarrollar el capitalismo, aún en mayor medida si se las libera de la opresión imperialista. La dictadura del proletariado no elimina esta tendencia, pero puede limitarla y canalizarla mediante el uso económico del Estado obrero. La consecuencia de confundir al proletariado con la pequeña burguesía pobre es, precisamente, confundir “socialismo» con «gobierno popular”, «democrático-revolucionario», y negar la dictadura del proletariado.
Aunque se presenta como una crítica «radical” a los PCs (crítica que no sale del terreno idealista porque atribuye los errores de aquéllos a una incomprensión teórica y no a los intereses de una capa social -la burocracia del Kremlin) las conclusiones políticas no son diferentes de las del stalinismo (lo que explica, entre otros, que el PC Salvadoreño integre la CRM).
Se trata, en verdad, de planteamientos de organizaciones de origen pequeño burgués que levantan un programa nacionalista-democrático y que, en las condiciones de guerra civil, se han visto sometidas a una importante radicalización. Gilly confunde los pasos empíricos que estas organizaciones han dado con una comprensión histórica socialista-internacionalista. Para Gilly estamos en presencia de una fusión de estos movimientos con el programa del proletariado mundial y no de un planteo nacionalista.
Transpira en los artículos de Gilly su vieja tendencia a cobijarse detrás del éxito momentáneo de las direcciones pequeño burguesas, como en el pasado lo hiciera con el MNR boliviano (1952) o el peronismo de izquierda. Como sus planteos son justificatorios de lo que esas direcciones ya han hecho, tienen un carácter completamente conservador.
Gilly caracteriza al Frente Democrático Revolucionario (FDR) de El Salvador como un frente revolucionario antiimperialista, esto porque «se constituye en torno a la fuerza de masas de la Coordinadora y adopta desde el principio su pro-grama», y porque «las fuerzas de origen burgués y pequeño burgués que se incorporan quedan bajo la hegemonía de las organizaciones revolucionarias que detentan las armas y dirigen los organismos de masas, particularmente los grandes sindi-catos incorporados a la Coordinadora’ (pág. 63).
La presencia física de los sindicatos o el hecho de que la izquierda esté armada no significa que el proletariado tenga la hegemonía del frente, ya que lo que importa es su orientación consciente, es decir, su programa (en los últimos dos años, sindicatos y organizaciones de masas han prácticamente desaparecido).
Gilly dice que el FDR se estructuró sobre la base del programa de la CRM. Pero este programa, como ya vimos, se encuadra en una perspectiva democratizante.
Es falso, pues, que la burguesía se somete al «programa socialista, revolucionario”- Pero si tal especie fuese cierta, tendríamos una burguesía nativa más que progresista, de lo que resultaría que aquello que Gilly dice sobre la inexistencia de una burguesía «progresista” se convierte en su contra.
En verdad, en el FDR están presentes sectores superminoritarios de la burguesía (el grueso apoya la contrarrevolución)- Su función ha sido canalizar la presión de la burguesía mundial sobre las organizaciones guerrilleras, para forzarlas a un compromiso con el imperialismo. Los planteos del FDR, que están dictados no por las organizaciones de la CRM sino que expresan un compromiso con esta burguesía, han sido el receptáculo de los de un sector de la burguesía mundial (Méjico, Francia, Internacional Socialista) y han resultado, por ejemplo, en el remplazo del planteo de la destrucción del Ejército por su “democratización”, y en el apoyo a negociaciones que conduzcan a la pacificación por medio de elecciones.
La presencia dirigente de los Ungo no ha ampliado la base social de las organizaciones guerrilleras, como dice Gilly, desde el momento en que los Ungo carecen de tal base y en cambio, sí, han servido para explotar al servicio de la burguesía las vacilaciones de las organizaciones guerrilleras. Por eso, Ungo, en una conferencia en Managua, señaló que el FDR no aspiraba al poder sino a una cuota de él, en un régimen con la democracia cristiana y con un ejército depurado de algunos elementos ultraderechistas y bajo control de la fracción Majano, coautora del golpe “frentepopulista” del 15 de octubre de 1979.
Gilly comete un grave error sectario cuando califica al FDR de frente revolucionario antiimperialista, con la peregrina tesis de que la burguesía se somete al pro-grama socialista. Un FRA es aquél que se estructura sobre la base de un programa de lucha real contra el régimen existente y no por el socialismo)- Nuestra crítica al FDR no es porque estén en él sectores burgueses sino porque estos le han impreso una perspectiva de conciliación con el imperialismo y porque ocupan un lugar dirigente que no corresponde a la posición real (contrarrevolucionaria) de la burguesía en el país.
Gilly compara, casi al final de su libro, la revolución boliviana de 1952 y la nicaragüense de 1979, para señalar que en Nicaragua ‘‘el viejo ejército ha sido destruido hasta las raíces y, al contrario de Bolivia, no es la dirección quién piensa reconstruirlo” (pág. 157). Con esto Gilly plantea una diferencia cualitativa entre el FSLN y el NMR en relación a la revolución.
Es cierto que el MNR usufructuó una revolución que no impulsó ni dirigió, y que, el sandinismo organizó y dirigió la insurrección nacional que estalló espontáneamente en Nicaragua (contra todas las especies de guerra prolongada y de foquismo). Esto prueba la diversidad de los movimientos pequeño-burgueses, desde las variantes contrarrevolucionarias hasta aquellas que pueden ir muy lejos en la dirección de un movimiento revolucionario. Pero en tanto no rompan con el capital, su diferencia es de grado, y tienen que convertirse más tarde o temprano, en un freno a la revolución. Gilly dice que el FSLN tiene una estrategia revolucionaria anticapitalista, pero no se toma el trabajo de analizar el régimen social y político nicaragüense, única forma de mostrar si el FSLN le ha impreso esa alternativa a la revolución.
El Estado en Nicaragua sigue siendo burgués, aunque la burguesía como clase no esté físicamente en una posición dominante (tampoco lo estaba en Bolivia en 1952). La pequeño burguesía la ha suplantado en la defensa de un orden social basado en la propiedad privada. El proletariado no ocupa ninguna posición dirigente y el ejército sandinista ha actuado como árbitro entre las masas y la burguesía (prohibición de huelgas y ocupaciones de tierras y fábricas y medidas de coerción ante el sabotaje capitalista). Esto significa que el Ejército sandinista se ha ido independizando de la presión revolucionaria de las masas y que ha actuado para desmantelar esa presión. El programa sandinista prevé un régimen parlamentario (pluralismo) lo que combinado con la diferenciación social creciente, conduce al refuerzo del capital.
Gilly analizó también el golpe de García Meza en Bolivia y sostiene que la tarea de la izquierda allí debería ser ‘‘constituir un vasto frente, nacional e internacional, en defensa de las libertades democráticas, contra la represión y el terrorismo militar y por el reconocimiento y el establecimiento en el poder del presidente electo en julio último, Hernán Siles Suazo (pág.164). Plantea, entonces, un frente con los partidos burgueses (¿e ‘‘internacional con el Departamento de Estado que se opuso de palabra al golpe?) detrás de la estrategia democratizante de la proimperialista UDP o sea, detrás de la burguesía boliviana y el imperialismo. La concepción que Gilly tiene sobre el FRA está muy clara.
El libro de Gilly tiene un capítulo titulado “Partidos y sindicatos, la autorganización obrera en América Latina”. Aquí Gilly sostiene que como «en la mayor parte de los países latinoamericanos la clase obrera, organizada sindicalmente, continúa bajo la influencia ideológica de direcciones burguesas o pequeño burguesas nacionales”, hay que “atrincherar-se” en las fábricas, como vía de superación de esas direcciones. A partir de aquí teoriza sobre las virtudes de la fábrica, en oposición al sindicato y llega a afirmar que “mientras el sindicato tiende a privilegiar o a absolutizar la disputa por el monto del salario (disputa a nivel del mercado plenamente aceptable para la burguesía) su órgano de fábrica elegido por los obreros tiende a privilegiar la disputa sobre la organización del proceso de trabajo en la empresa misma (disputa en el plano de la producción inaceptable para el capital porque pone en cuestión el núcleo mismo del poder, el derecho de decidir en qué y cómo utilizar la fuerza de trabajo que ha comprado con el salario)” (pág. 178). Gilly propone volver la espalda a los sindicatos y considera el “núcleo del poder”, no a los destacamentos armados del capital, sino a los patrones considerados aisladamente. Ha suprimido beata y anarquistamente al Estado de su cabeza.
Todo el esfuerzo histórico de la clase obrera fue pasar de su organización atomizada, fabril, a su organización como clase nacional. Gilly propone volver atrás. Como no se podría recuperar a los sindicatos para la revolución, ni hacer en ellos un trabajo revolucionario, Gilly propone suprimirlos (qué serían sin la organización en las fábricas). No se entiende de dónde saca que suprimirlos es más fácil que con-quistarlos; por qué cree que dejarle a la burocracia los sindicatos ayudaría a los revolucionarios a organizar las fábricas; y cómo le vino a la cabeza que la cuestión salarial no es la más importante cuestión reivindicativa de los explotados en un sistema monetario de explotación del trabajo asalariado.
Gilly llega a decir que las huelgas de junio-julio de 1975 en Argentina fueron dirigidas por las coordinadoras interfabriles, que la huelga metalúrgica brasileña de 1979 fue protagonizada por las comisiones de fábrica y que idéntico camino siguió el proletariado boliviano. Se trata de una pura fantasía. Los metalúrgicos paulistas fueron dirigidos por el sindicato de Lula. Las huelgas de junio-julio fueron dirigidas por los sindicatos controlados por la burocracia peronista, y esto explica que fueran traicionadas. Y las movilizaciones mineras fueron dirigidas por sus organizaciones sindicales clandestinas.
Abril 1981octubre 1982


“El movimiento socialista en Argentina”

Martín Valle

 

El recientemente fallecido José Ratzer intentó en su trabajo póstumo escribir una historia del socialismo y el comunismo argentinos. La obra quedó inconclusa: abarca desde los primeros grupos socialistas (fines del 1880 e inicios del 90), hasta la escisión entre socialistas reformistas e internacionalistas (los que luego crearán el Partido Comunista), en 1918. En el último capítulo hay algunas referencias más que breves a grupos socialistas posteriores. Las tres décadas estudiadas son, con todo, claves en la formación de las organizaciones obreras (políticas y sindicales) en Argentina.
Cómo no se debe escribir una historia del socialismo
Ratzer tiene un parámetro para escribir la historia del Partido Socialista, y lo anuncia de entrada: «el naciente partido de la clase obrera tenía ante sí una tarea que consiste en la realización de la más universal de las leyes del socialismo científico: integrar las leyes del marxismo-leninismo con la realidad nacional, con la revolución que las trabas específicas, peculiares, de nuestro país, hacían surgir de las grandes masas explotadas” (p. 24). En función de ello, las luchas y las  corrientes internas del PS serán catalogadas según se acerquen o no a ese objetivo, colocado «a posteriori” por el historiador. Establecida la «línea justa” (marxismo leninismo), que para Ratzer existe -aún acabada— a lo largo de toda la historia del PS, las otras serán tachadas sucesivamente de «derechista”, «ultraizquierdista”, «revisionista”, etc., según su ubicación frente a la línea correcta. Según las referencias bibliográficas del autor, esa línea se concretaría plenamente sólo con los actuales grupos maoístas -en especial el PCR- y no sería otra que la de una revolución antifeudal, agraria y antimonopolista, realizada mediante la alianza del proletariado y los explotados con la burguesía nacional.
La historia, así, deja de ser la historia de clases y hombres concretos en situaciones concretas, y de sus ideas en relación con esas situaciones, para convertirse en la realización progresiva de la «idea correcta” (el «marxismo leninismo”, en su versión chinófila). Idealismo puro: los hombres y las organizaciones son apenas los instrumentos de la realización de la «idea absoluta». La historia no sería más que el doloroso proceso de exteriorización de la “idea”. ¿Y cuándo ésta lo consigue (lo cual, según Ratzer, ya se ha producido)? Es este tipo de esquema idea-lista el que hizo exclamar a Marx que, «según esta gente, ha habido historia, pero ya no las hay”.
Las ideas, pues, no tienen una relación de origen o desenvolvimiento con los he-chos, sino que se anteponen a éstos. Este método idealista lleva a Ratzer a cometer un primer error, grande como una casa, y que su propio método le oculta: atribuirle al PS (según él fundado en 1892) el objetivo del «leninismo”… en una época en que Lenin recién iniciaba su carrera política!!!
La reducción de la historia del movimiento obrero a la lucha de la «línea justa” contra las «desviaciones” fue el procedimiento usado por el stalinismo para de-formar la historia en función de las necesidades de la burocracia dominante en la URSS: la existencia de una «línea absolutamente justa”, que atraviesa victoriosa e invariable los hechos, era necesaria para designar en Stalin a la encamación viviente de esa línea, y justificar su dominio omnímodo sobre la URSS y los partidos comunistas. Desde luego, como entre la línea ultraizquierdista del «tercer período”, la línea de capitulación frente a la burguesía imperialista «democrática» de los Frentes Populares, y la línea del pacto con Hitler, no había nada en común (salvo poner a salvo los intereses de la burocracia, lo que es inconfesable) la «historia” tuvo que sufrir mil deformaciones para presentarlas como diferentes etapas de la realización de la misma «línea”. No importa si Ratzer se propuso o no tal cosa al adoptar la misma «metodología”: lo concreto es que ella lo conduce a una de- formación de la historia del socialismo» donde ora se ocultan hechos esenciales» ora se agregan datos inexistentes.
La fundación del Partido Socialista (o Juan B. Justo, precursor del revisionismo mundial).
Según Ratzer, el PS no fue fundado en 1890 (como comúnmente se acepta), sino en 1892, fecha desde la cual existe un Agrupación Socialista, dirigida por Germán Ave Lallemant, encarnación del marxismo en la década del 90. 1892-96 serían años de lucha entre la comente marxista y el «revisionismo” bersteiniano encabezado por Juan B. Justo, el que triunfa en el Congreso de 1896: el aceptar esta última fecha implica adaptarse a la deformación histórica perpetrada por el revisionismo.
Si todo esto fuera cierto, estaríamos ante un hecho extraordinario: en nuestra atrasada Argentina, el revisionismo se habría desarrollado y cristalizado antes que en Europa, y aún antes de que se manifestara en el país donde se acuñó la palabra (Alemania). En efecto, las primeras manifestaciones (al menos públicas) de la corriente que será llamada «revisionista” fueron los artículos de Bernstein publicados a partir de 18% en «Die Neue Zeit”. Por la falta de información, lo que debió ser llamado «revisionismo justista» fue llamado bernsteiniano” (Ratzer, para no complicar las cosas, hace una concesión a esta última terminología) y tuvo su origen en nuestras pampas.
Si Ratzer hubiese pensado en esto, habría caído en cuenta que estamos produciendo una revolución en la historiografía del movimiento obrero mundial. Pero realidad, todo no pasa de una fábula, destinada a adaptar los hechos a un esqueja preexistente. Según nuestro autor, a partir de 1896, la dirección justista se apodera férreamente del PS, y sólo será Puesta en minoría en 1918 (escisión del SI, futuro PC). Esto ya no es un error, no una deformación directa. J.B. Justo estuvo en minoría en el Congreso de 1896, y quien lo colocó en esa situación no fue la corriente de Lallemant, sino otra (que Ratzer ni menciona) encabezada por José Ingenieros y Leopoldo Lugones. La discusión fue alrededor del proyecto de programa» para cuya parte final Justo propuso:
“Que mientras la burguesía respete los actuales derechos políticos, esa fuerza (la del proletariado organizado) consistirá en la aptitud del pueblo para la acción política y la asociación libre.”
«Que este es el camino por el cual la clase obrera puede llegar al poder político V el único que la puede preparar para Practicar con resultado otro método de acción si las circunstancias se lo imponen (“La Vanguardia”, 28/6/1896)
La enmienda de Ingenieros y Lugones sostenía:
»Que mientras la burguesía respete los actuales derechos políticos y Por medio del sufragio universal, el estos derechos y la organización de resistencia de la clase trabajadora serán los  medios de agitación, propaganda y mejoramiento que servirán para preparar esa fuerza.
«Que por este camino el proletariado podrá llegar al poder político, constituirá esa fuerza, y se formará una conciencia de clase que le servirá para practicar con resultado otro método de acción cuando las circunstancias lo hagan conveniente.” («La Vanguardia”, 1/8/1896).
Es esta última moción la que triunfó en el I Congreso. Justo recién conseguirá hacer suprimir el último párrafo durante el II Congreso (en 1898). La divergencia se planteaba en tomo al “parlamentarismo» de Justo, un electoralismo que, en las condiciones del estado oligárquico (voto calificado, fraude, marginamiento de extranjeros y analfabetos), aparecía como una vía muy problemática para hacer progresar al partido obrero. No es casual que los anarquistas, que serán mayoritarios en las organizaciones gremiales, hayan hecho de esto uno de sus blancos en su lucha contra el PS. Tampoco lo es que Ingenieros haya pretendido posteriormente tender un puente entre socialistas y anarquistas. Era la época en que la UCR practicaba la “abstención revolucionaria” contra el fraude oligárquico. La moción de Ingenieros, sin descartar la lucha electoral, ponía el acento en la «organización de resistencia” de los trabajadores. Justo ya planteaba el esquema evolucionista que lo llevó a imaginar la transformación del país sin intervención de la lucha de clases: despreciaba el conflicto de clase encerrado en la oposición entre la «política criolla” (el radicalismo) y la oligarquía, y se planteaba una democratización y reforma progresivas del estado oligárquico, a la sombra de la cual el PS podría alcanzar un rol similar al de sus pares europeos. (Ver artículo en «Internacionalismo” No.3).
Ratzer pasa por encima de todo esto, preocupado que está en encontrar un mí-tico enfrentamiento entre ‘marxistas-leninistas” y «revisionistas». Le reprocha a Justo el no tener en cuenta las «peculiaridades nacionales”, pero es Ratzer quien no las tiene en cuenta cuando pretende transponer para el PS argentino un enfrentamiento según las mismas líneas que el que se desarrollaría en los PS euro-peos. Como prueba del enfrentamiento, se transcriben unas líneas escritas por Lallemant en «Die Neue Zeit”, 13 años después del Congreso, en las que Justo es enjuiciado como revisionista (que constituye, sin duda, una reflexión «a posteriori” de Lallemant sobre la conducta de Justo). Lo que es inadmisible es que tales líneas pretendan documentar un choque marxismo-revisionismo en 1892-96. Ratzer, por otro lado, no menciona un detalle que sí figuraba en un anterior libro suyo («Los marxistas argentinos del 90”): que la fundación del PS en 18% resultó de un acuerdo entre los diferentes grupos socialistas (la «Agrupación” de Lallemant, Justo, el «Centro Socialista Universitario” de Ingenieros, etc.). En la dirección elegida en 18% coexisten el «revisionista Justo, el «marxista» Lallemant, Ingenieros y otros. Si la fundación del PS en 18% es sólo una maniobra del «revisionismo”, forzoso es reconocer que los «marxistas” de ese entonces no se dieron cuenta. La defensa apasionada de éstos por Ratzer no debe llamar a engaños. Se les atribuye un combate mítico, se los disculpa piadosamente por ciertas flaquezas en el curso de éste, en fin, se los transforma en instrumentos inconscientes de las ideas actuales de Ratzer (o mejor, del PCR)
La vida desapareció, quedó el esquema.
¿Qué era el imperialismo en la Argentina de fin de siglo?
Ratzer disculpa a los primeros socialistas y a los «marxistas del 90” el carecer de una teoría del imperialismo (ésta recién aparece con Lenin en 1916), lo que les impidió elevarse a la altura de la “Idea”. «Era virtualmente imposible por entonces elaborar una teoría más o menos amplia de liberación nacional en dichos países a la luz del marxismo” (p. 18).
Sin embargo, al caracterizar el «revisionismo” de Justo, sostiene como uno de sus rasgos básicos que «el imperialismo, como clave de nuestra época, está ausente de sus análisis” (p. 32). ¿En qué quedamos?
Pero así como no hay que juzgar a las personas por lo que dicen de sí mismas, tampoco hay que hacerlo, por lo que no dicen. El atraso nacional estaba presente, de hecho, en Justo, cuando señalaba que al PS argentino le correspondía una doble tarea: a la vez de «partido radical” —democratizante, en un país donde la democracia burguesa no existía- y «socialista” -defensor del proletariado. Otra cosa es el programa que se propuso para superarlo: «a diferencia (de los PS europeos) pre-tendemos sustentar todo lo que hay de sano y viable en las formas fundamentales de la sociedad capitalista” (19/6/1913).
Lo «sano” para Justo, era el capital extranjero (más avanzado), cuyo ingreso proponía, controlado por el Estado.
¿Cuál era el status de la Argentina frente al imperialismo a fines del siglo pasado? La crisis del imperio español había llevado a las clases dominantes del Virreinato a plantearse la independencia política. La creación de un Estado Nacional independiente, luego de las guerras civiles, se concreta a partir de la centralización al-rededor de Buenos Aires oprimida por la dictadura de Rosas. Las tentativas inglesas por colonizar la futura Argentina, o al menos las provincias del litoral, fueron rechazada por la burguesía argentina. El más lejano antecedente fueron las invasiones de 1806-08, pero ya en plena independencia se produjeron los bloqueos inglés y anglo-francés de 1838 y 1846. El rechazo de éstos obligó a aceptar a la Corona inglesa el status de Argentina: productora de materias primas y consumidora de manufacturas de Inglaterra (luego de capitales) sí, pero no colonia inglesa que renuncie a su soberanía nacional. La cuestión no dejó de estar planteada, y durante la crisis del 90, cuando Argentina se encontró insolvente para pagar los préstamos ingleses, se volvió a barajar en Inglaterra el uso de las cañoneras para instaurar un control permanente sobre nuestra Aduana. La «solución” se descartó, pero la crisis tuvo una resolución proimperialista, pues el gobierno oligárquico enajenó la riqueza nacional para pagar la deuda (hambreando de tal modo a las masas explotadas, que es como una de las consecuencias de esta crisis que fue creado el PS). La crisis del 90 fue la primera en nuestro país que se resolvió con métodos típicamente capitalistas: caída de la tasa de ganancia, caída del salario real de los trabajadores. La clase dominante argentina había completado la colonización de su territorio interno y había ingresado plenamente al circuito capitalista mundial. Todo esto fue advertido por Justo, que planteó -y en esto consiste su mérito histórico- la necesidad de un partido obrero, como consecuencia de este desarrollo capitalista. También fue advertido por los marxistas como Lallemant, quienes fueron más precisos al indicar la acción depredadora del capital extranjero y su asociación con la oligarquía nativa. Quien siguió sin verlo, ochenta años más adelante, fue Ratzer y sus amigos, quienes reprocharon piadosamente a Lallemant el calificar al latifundio oligárquico como una forma capitalista parasitaria («Los marxistas argentinos”, p. 121), mientras que el descubrimiento de los stalinistas de un siglo después es que se trata del feudalismo, como modo de producción dominante en nuestro país (en aquel libro, Ratzer suscribía sin reparos la «crítica” a Lallemant realizada por el economista del PC, Jaime Fuchs).
Estudiando estas características, y mu-chas otras, desde un punto de vista mundial, fue que Lenin llegó veinte años más tarde a una caracterización global de la época del capital financiero. En su forma más abstracta, el capital unifica al mundo bajo su égida, y subordina e integra a todas las otras formas de producción. En los países atrasados, justamente, aprovecha las formas de producción arcaicas para obtener superganancias (basadas en el desnivel del desarrollo de las fuerzas productivas), para lo cual se asocia con las clases más retrógradas. Esto significa que el capital ha cumplido el ciclo histórico en que tenía alguna función progresiva: de ahora en más su función es enteramente reaccionaría. La consecuencia fundamental es la división del mundo en naciones opresoras y oprimidas, incluyendo entre éstas no sólo a las colonias, sino también a países que gozan de independencia política formal, “pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática». Como ejemplo de éstas últimas, Lenin escogió justamente a la Argentina: «casi una colonia comercial inglesa… los capitales ingleses invertidos en la Argentina ascendían (en 1909) a 8.750 millones de francos. No es difícil imaginar qué sólidos vínculos establece el capital financiero -y su fiel «amiga”, la diplomacia- de Inglaterra con la burguesía argentina, con los círculos que controlan toda la vida económica y política de ese país” (“El imperialismo, fase superior del capitalismo”). La crisis del 90 no fue sino la expresión aguda de esa dependencia financiera y sujeción política.
Justo no podía ni acercarse a estas conclusiones, pues para él el capital cumplía en todo tiempo una función progresiva. Una ruptura en su desarrollo, una etapa en que el capital negase el desarrollo de las fuerzas productivas, estaban excluidas, pues para Justo la evolución era un proceso que no conocía rupturas. Justo, pese a ser el primer traductor de Marx al castellano, sostuvo siempre esta concepción: es por esto que asimilarlo puramente al «revisionismo bemsteiniano» es pura comodidad. Bersntein pretendió «revisar algunos aspectos del marxismo (lo que condujo a negar sus conclusiones revolucionarias). Justo en cambio, nunca se proclamó marxista, decía inspirarse en la “ciencia positiva de la evolución”. Poco después de terminar su famosa traducción Justo escribió un trabajo oponiendo el “realismo ingenuo” al materialismo dialéctico: sostenía que el materialismo no es más que el sentido común, y la dialéctica que en el sentido común, y la dialéctica un mero juego de palabras, que había llegado a confundir al propio Marx, haciéndole prever “revoluciones proletarias” en 1848. Más tarde (en «Teoría y práctica de la historia”) describió a la teoría de la plusvalía como un «artificio”; la ley del valor «es un artificioso esfuerzo por demostrar que la igualdad A igual B es una desigualdad” («El realismo ingénuo”). Justo no «revisó” algunos aspectos del marxismo, sino que lo negó de plano: sólo coincidía con Marx en la necesidad de construir un partido obrero.
Para ese partido, Justo planteó un «programa mínimo de defensa de la clase obrera. Mejores salarios y condiciones de trabajo, librecambio con el exterior (productos más baratos), y moneda fuerte: a eso se reducía el programa justista. Se colocó, no desde el punto de vista de los intereses históricos de la clase obrera (liquidación del capitalismo), sino desde el punto de vista de los intereses inmediatos del consumo obrero. Por eso desplegó gran energía en la organización de cooperativas obreras (en lo que se parece, no a Bernstein, sino a Lasalle). Formalmente, se lo puede asimilar al revisionismo («el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada”). Pero se trataría del revisionismo de un país capitalista atrasado en el que se sufre -como decía Marx- no tanto las consecuencias del desarrollo capitalista, sino la ausencia de ese desarrollo”. Por eso Justo insistió en que su posición era enteramente original dentro del movimiento socialista internacional, pues ponía el acento no tanto en las reformas sociales, sino en el desarrollo del “capitalismo sano”, contra el “capitalismo espúreo” (el parasitismo de la oligarquía). Justo no podría ser antiimperialista (imperialismo = fase superior del capitalismo) porque no era anticapitalista.
Justo condenó ocasionalmente al imperialismo, cuando éste se expresó como negación de la independencia formal (Puerto Rico, Nicaragua). Allí, el capitalismo trasponía los límites de lo “sano”, y se volvía “espúreo”, pero, a diferencia de América Central donde los EE.UU. anexaron una parte del territorio mexicano, todo Puerto Rico: y Panamá fue separada de Colombia), y de parte de América del Sur (el imperialismo impulsando la guerra boliviano- paraguaya; la expropiación de un pedazo de Bolivia por Chile; y de un pedazo de Chile por Perú), en Argentina y los países del Cono Sur la presencia imperialista no se manifestó a través de tentativas de liquidar la independencia política formal. Pero esto no significa que la nación no esté oprimida por el imperialismo. Por el contrario, el eje del desarrollo de la burguesía «espúrea y «parásita” es su asociación con el imperialismo. Es de esta asociación que extrae su fuerza para dirigir al país. Esto fue lo que no vio Justo (que creyó que el ingreso del capital extranjero debilitaría a la oligarquía argentina) y, con contadísimas excepciones, ningún socialista de las primeras décadas de este siglo. A decir ver-dad, esto no fue advertido por casi ningún socialista en el mundo, con la excepción de los bolcheviques, quienes justamente por eso estuvieron a la cabeza del reagrupamiento revolucionario del proletariado en la nueva fase histórica.
Pero quienes están más lejos de verlo son los amigos políticos de Ratzer y los stalinistas en general, para quienes la principal traba al desarrollo de las fuerzas productivas en Argentina es… el feudalismo. Para los maoístas, el imperialismo es tan etéreo que puede ser, según la camarilla que ocupe el poder, el yanqui o el “soviético”: el imperialismo no es la fuerza social y económica dominante, sino apenas una “mano negra” detrás de las disputas políticas. En realidad, están por detrás de Justo, quien al menos había advertido que el capital había subordinado a las otras formas de producción.
Justismo y marxismo.
Si el «revisionismo» en los países euro-peos expresaba la ideología de una aristocracia obrera proimperialista, que buscaba un «statu quo» con la situación existente (en la que participaba de las migajas de la expoliación imperialista practicada por «su” burguesía) queda en pie la cuestión de qué sectores de la clase expresaba el justismo. Ratzer, que lo califica de «revisionismo”, ni se preocupa con la cuestión, y cuando esto no le alcanza tacha a Justo de «liberal-burgués” (lo que es contradictorio con el revisionismo, planteo de los sectores de la aristocracia obrera). Pero no hay que pedir consecuencia a Ratzer, cuya versión de la historia del socialismo es un amasijo de viejas posiciones nacionalistas o stalinistas.
Justo planteó un programa de conjunto, y su presencia parece haber sido fundamental para la fundación del PS. Lallemant, que fue ciertamente un marxista, no alcanzó a elaborar un programa alter-nativo al de Justo, y su presencia en el PS tuvo más características de un ‘outsider”. Esto no empequeñece en nada la relevancia altamente positiva de su labor: amén de participar en el PS, fue el primer socia-lista argentino que analizó las relaciones entre el capitalismo y el atraso agrario, que advirtió la coexistencia de diversos modos de producción, o sea, el “desarrollo combinado» de la gran industria, la manufactura, y la producción agraria fa-miliar (ver «Los marxistas…”, p. 115), y el rol retrógrado del capital imperialista. A fines del siglo pasado, esto revelaba una solidez y profundidad teóricas sorprendentes.
Lo que es un abuso es presentarlo como líder de una corriente orgánica marxista, sistemáticamente opuesta al revisionismo. ¿A qué se debe este empeño? Ratzer reivindica como el gran mérito de Lallemant el haber supuestamente planteado una «alianza con la burguesía nacional”: Lallemant participó de las listas electorales de la UCR en San Lyis, y planteó la necesidad de hacerlo en otras partes. Llegó a sostener que “el partido radical es hoy el elemento revolucionario en la República Argentina nacido de la crisis económica y encargado de transformar nuestras instituciones políticas en formas estrictamente ajustadas a los intereses capitalistas, aunque en sus filas militan sobre todo la inmensa mayoría de la clase de la pequeño burguesía (…) Si los radicales nos temen y nos miran de reojo, a nosotros nos es muy simpático su lucha en favor de la democracia, aunque no sea más que la democracia burguesa” («Los marxistas…”, p. 150).
Para la dirección del PS, en cambio “Roquistas, mitristas, irigoyenistas y alemistas son todos lo mismo, si se pelean entre ellos es por apetitos de mando, por motivo de odio o de simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa, ni por una idea” («La Vanguardia”, 29/2/1896.
El Justismo, incapaz de ver un conflicto de clase, lo sustituía por un “odio personal”, Lallemant postulaba un análisis de clase, en el que la progresividad del radicalismo se restringía, sin embargo, a su planteo de democracia política. Ratzer, en cambio, lo hace el portavoz de una «burguesía nacional antioligárquica y antifeudal”, sin mosquearse por el hecho de que vastos sectores desplazados de la oligarquía apoyaban a la UCR. Lo que entusiasma a Ratzer es que Lallemant haya insinuado (para Ratzer) una disolución del PS en el movimiento de la «burguesía nacional” (no estamos considerando aquí la validez o no de la táctica de Lallemant en San Luis). En esto hay una evolución (o involución) explícita de Ratzer, desde “Los marxistas…”, donde reivindicaba el rol de Justo en la fundación del PS (saludaba, por ejemplo, su posición frente al socialista italiano Ferri, que sostenía que en la Argentina pastoril no había lugar para un partido obrero), hasta el libro que comentamos, donde la fundación del PS en 18% es apenas una maniobra revisionista, sin progresividad alguna. Lo que Ratzer reivindica en la mítica «corriente marxista”, es la disolución del partido obrero independiente, y lo que critica en el justismo es precisa-mente su único aspecto progresivo, a saber, su defensa de una acción política independiente de la clase obrera. Esto se confirma cuando, en el análisis de otras corrientes antijustistas, Ratzer reivindicará en todas ellas los aspectos contrarios a un partido político de la clase obrera.
Otras “desviaciones” de la “línea justa”
Ratzer comete un error histórico al meter en la misma bolsa a la corriente interna «socialista revolucionaria», encabezada por Ingenieros y Lugones, y que se expresó durante 1897 en el periódico “La Montaña”, con la escisión de 1898 de la «Federación Obrera Socialista Colectivista».
En la corriente de Ingenieros prima la reivindicación de métodos revolucionarios, antirreformistas: el periódico iba fechado «año XXVI de la Comuna de París», y preveía un pronto derrumbe revolucionario del capitalismo.
La «Federación” de 1898, formada en base a los centros socialistas de Barracas y el Club de Propaganda Socialista Internacional Alemán, en cambio, acusa a la dirección de “haber dado muerte al movimiento económico, para formar en nombre del socialismo un partido político cualquiera» (Dardo Cúneo, «Juan B. Justo y las luchas sociales en Argentina”, P- 195).
Tampoco se puede calificar simplemen-te a ésta de «economista” (que es lo que hace Ratzer), pues no rechazaba la lucha política. Lo que rechaza es la táctica electoralista de Justo en las condiciones del estado oligárquico, que niega el voto a la mayoría de la clase obrera (extranjeros), derecho que es necesario arrancar «revolucionariamente”. Si se oponían simple-mente a la lucha política, no se entiende por qué casi todos sus miembros vuelven al PS a partir de 1900.
Como la mítica «línea justa” parece estar en letargo, será inútil pedir a Ratzer una evaluación de estas luchas internas, una preocupación por saber lo que está en juego, pues «desde luego, ni el grupo disidente, ni la dirección socialista estuvieron en condiciones de adoptar una línea, no digamos justa, sino simplemente que facilitara el avance del partido proletario” (p. 44).
Ratzer nos deja encargados de imaginar por nuestra cuenta cuál sería esa «línea justa”. Igual liviandad se manifiesta en el tratamiento de la escisión “sindicalista” de 1906, en que toda la culpa es cargada en la dirección que «santificó la escisión entre el camino electoralista del partido y el de las luchas de los sindicatos» (p. 81).
Sin que los “sindicalistas” sean culpables de «santificar la escisión entre la lucha sindical y la intervención política del partido”. Lo que si se reivindica es que uno de los dirigentes socialistas Julio Arraga, se haya transformado posteriormente en amigo y consejero del presidente Yrigoyen (otros miembros de esta corriente -Gay, por ejemplo- se transformarán luego en amigos de Perón). La misma hostilidad hacia el PS, y simpatía hacia las supuestas expresiones de la «burguesía nacional», se encuentra en la reivindicación de la trayectoria de Ingenieros posterior a su salida del PS, cuando «no descuidó interponer su influencia para hacer más efectivos los vínculos entre el primer gobierno de Yrigoyen y el movimiento obrero» (p. 78).
En esta etapa, Ingenieros es presentado como formando parte, junto a Manuel Ugarte, de una corriente «socialdemócrata nacionalista». Aquí hay mucha imaginación y poco celo. Si es posible considerar como progresivas las posiciones antiimperialistas y nacionalistas de ambos intelectuales, pues denunciaron la opresión imperialista y dieron a la denuncia proyección continental (llegando a plantear la unidad latinoamericana en la lucha antiimperialista), es gratuito calificarlas de «socialdemócratas”. Ni Ugarte ni Ingenieros constituyen una corriente interna del PS: Ingenieros se ha retirado de él a principios de siglo, y Ugarte, expulsado, realiza su labor de denuncia en Europa.  En ninguno de los dos hay el planteo de construir un partido obrero: no se supera el límite del antiimperialismo. Como dato anecdótico anotemos que Ratzer reprocha a Ugarte el haber mantenido «entrevistas y correspondencia con variados gobernantes burgueses”. La corriente a la que Ratzer apoyó en vida (PCR) mantuvo, en la medida que pudo, “entrevistas» con un gobierno burgués en particular, y no de los más antiimperialistas: el de Isabel Perón, a cuyo ministro López Rega defendió contra una «conspiración rusa” expresada en… la huelga general de Junio y Julio de 1975.
Una interpretación stalinista del nacimiento del PC
La «línea justa” reaparece durante la Primera Guerra, con los militantes internacionalistas que defienden las resoluciones de los Congresos Socialistas Internacionales, contra la guerra. Cuando la dirección de Justo plantea que Argentina ingrese a la guerra junto a los aliados, estos sectores (el Centro Carlos Marx, la mayoría de las juventudes), la colocan en minoría en un Congreso del PS. Los diputados desobedecen el mandato de la escisión, que da lugar al Partido Socialista Internacional en 1918. Tres años después el PSI se transformará en PC, sección argentina de la III Internacional.
Ratzer aquí poco aporta, pues da como buena la versión del «Esbozo de Historia…” del propio PC, escrito en 1947 (sostiene que es confiable porque está escrito en un período de derrota del revisionismo a escala internacional!).  La prueba incluso en el punto en que el esbozo atribuye al PSI la caracterización de la guerra como «intiimperialista”, lo que no es cierto: «la lucha de naciones contra naciones tiene su entrada en la necesidad capitalista de llevar a nuevos mercados la producción confiscada al proletariado de cada país… el derecho y la justicia proclamados como finalidad de la guerra son concepciones engañosas, ya que el verdadero derecho y la verdadera justicia se miden por conquistas positivas que no son para el proletariado las de la guerra como podemos sincerar nuestras futuras en pro de la paz, que será una conquista del derecho socialista y no del derecho burgués”; tal fue la posición del PSI (“Historia del socialismo marxista en Argentina”).
En cambio, ni el Esbozo ni Ratzer citan la posición del PSI en que este capta, esta vez sí, todo el significado de su paso “La Internacional Socialista… reintegrara a estos socialistas nominales a las filas a las que deben sumarse: las de la burguesía. Vivimos horas decisivas y somos completamente socialistas o somos burgueses. No caben ya compromisos entre los dos términos” (Ídem). La “IS” era para el PSI sinónimo de la “nueva” Internacional: el carácter revolucionario de la época, la imposibilidad de la coexistencia entre reformistas y revolucionarios, el pasaje del reformismo al campo de la burguesía están plenamente captados: éste ha sido el gran mérito de los internacionalistas argentinos.
Es interesante saber que en la dirección del PSI, quienes obtienen más votos son Ferlini, Grosso, el chileno Recabarren, Penelón (más de 600); el futuro jerarca stalinista Codovilla es uno de los menos votados (224).
Los únicos aportes de Ratzer son el fruto de su imaginación o, mejor dicho, de su programa actual: «En política con-creta se mantenían firmes en la no intervención, con lo cual empalmaban total-mente con la política de Yrigoyen” (118), “(la política del PSI) desplazaba el centro del ataque a Yrigoyen a alguna forma de entendimiento con él” (124). La única «prueba» que aporta Ratzer es un comentario benévolo hacia el PSI del diario Yrigoyenista, «La época”. Que el PSI buscara tal entendimiento, es una pura invención retrospectiva.
Una comprobación documental de interés que realiza Ratzer, es que el núcleo marxista del 90, que participó junto a Lallemant de la Agrupación Socialista (Carlos Mauli, el carpintero Müller, etc) rompe junto a los internacionalistas y participa del PSI y del PC. Para Ratzer es la prueba de que la «línea justa» reemerge victoriosa. Esto último es más dudoso, y por lo menos forzado (el viejo núcleo no tiene un rol dirigente).
Más interesante es otra evidencia de una influencia de la tradición «anti-Justo”: el programa del PSI retoma literalmente la enmienda victoriosa de Ingenieros y Lugones del I Congreso del PS, que hemos transcripto más arriba («Historia del socialismo marxista…», redactado por el Comité Director del PSI en 1919). La tradición anti-reformista parece haber sido la de más peso, lo que quizás explique el predominio de las corrientes «izquierdistas” en los primeros años del PC.
Conclusión:
Para Ratzer, la actividad del PS desde su fundación hasta la Primera Guerra, no presenta ningún aspecto positivo, esto porque no postula el programa que Ratzer considera correcto: la alianza con la burguesía nacional. Recién al final de la guerra, la «línea justa” vendrá a redimir al socialismo de sus pecados, y no del todo. Pues si el PSI se hubiera orientado en el sentido que imagina Ratzer, debió haber reivindicado al más nacionalista de los dirigentes socialistas, Alfredo Palacios. Ratzer constata sorprendido que el PSI repudia a Palacios (p. 102) y condena su nacionalismo de igual modo que el reformismo justista.
Para probar esta tesis, Ratzer no sólo ha deformado los hechos, sino también caído en omisiones mayores. Para él, nada significa que la Argentina haya contado con uno de los pocos partidos obreros estables en Latinoamérica, durante el final del siglo XIX, e inicios del presente. Si ese partido fuese pura hechura del revisionismo, o una mera expresión liberal, no se entiende que haya reaccionado mayoritariamente en favor del internacionalismo durante la Primera Guerra. Se trata no sólo de un caso excepcional para un país atrasado, sino también de uno de los pocos casos en el mundo. Los internacionalistas, mal le pese a Ratzer, se forjaron en el PS, y reivindicaron su tradición de independencia obrera como propia. Todo esto basta para contarlos entre las mejores tradiciones del movimiento obrero argentino.
La continuidad de este combate, incluida la elucidación programática del problema de la lucha antiimperialista en nuestro país, se vio cortada por la burocratización del PC y la III Internacional operada por el stalinismo. Esta se comprobó en Argentina como en pocos países: el PCA fue un furgón de cola de la reacción antiobrera en 1930, 1945, 1955 y 1976, sólo por nombrar cuatro crisis importantes.
Ratzer no ignora esto, y aunque su libro es inconcluso, deja saber dónde encontró la “línea justa”: «en nuestro país se iba a desarrollar el peronismo, capaz de absorber y desarrollar aspectos reivindicativos de la prédica socialista y empalmar-los con banderas de liberación nacional” (p. 174). El balance puramente negativo y la deformación de la historia del socialismo argentino están al servicio de la disolución política del proletariado en un movimiento burgués —el peronismo— que para Ratzer superó al PS y al PSI.
Es una pena que la investigación de Ratzer no sirva sino para recalentar este viejo plato antiobrero del nacionalismo. El programa stalinista de la alianza estratégica con la burguesía nacional, sin embargo, lo conducía inevitablemente a ese resultado


“Marx on the choice between socialism and communism”

Pablo Rieznik Aníbal Romero

 

Stanley Moore Harvard University Press Cambridge, Massachusetts and London, England 1980

La tentativa de presentar al comunismo como una utopía, como una quimera cuya única existencia real sería posible en la cabeza de algunos soñadores idealistas es, ciertamente, muy antigua. Marx, cuyo esfuerzo consistió, precisamente en demostrar científicamente las tendencias del desarrollo histórico en el sentido de una sociedad liberada de la explotación del hombre por el hombre, ha sido, paradojalmente, uno de los objetivos constantes de este tipo de críticas. La crítica al «idealismo» de Marx surgió no sólo entre sus enemigos declarados sino también en el interior del «campo marxista”, bien que muchos revisionistas (Kaütsky) buscaron no cuestionar directamente este aspecto del marxismo, concentrando sus esfuerzos en el ataque a los «métodos» defendidos por Marx: la revolución, la dictadura proletaria, los medios «violentos” y «antidemocráticos”. Este punto de vista «centrista” tenía por función conservar literariamente aquello que era uno de los mayores atractivos de la teoría para las masas. El libro de Stanley Moore, no tiene este defecto, pues pretende revisar al marxismo justamente en sus objetivos. Para Moore, el comunismo es un «dogma» basado en un idealismo filosófico de carácter hegeliano, sin bases científicas, que Marx no quiso abandonar cuando estableció las bases científicas (estas sí) del materialismo dialéctico. Es un resabio del «joven” Marx idealista en las teorías científicas del Marx «maduro”.
El pensamiento de Marx, según las concepciones de Moore, sería, en su conjunto, ecléctico, mezclando elementos de base científica, materialistas y dialécticos, con filosofía especulativa de carácter hegeliano. Este eclecticismo se evidenciaría en el “conflicto entre el abordaje del comunismo filosófico —centrado en el problema de la alienación, el conflicto entre la existencia y la esencia humana- y el abordaje del materialismo histórico -centrado en el problema de la explotación, el conflicto entre el proletariado y la burguesía-” (Cap. II, pág. 11). Escapa completamente a Moore. la unidad del pensamiento de Marx. Marx no fue un sociólogo de la explotación capitalista, sino que integró a esta última en el proceso histórico de la opresión humana, como resultante de las relaciones sociales que son engendradas en cada fase del desarrollo de las fuerzas productivas. La división de la sociedad en clases antagónicas, la dominación de la mayoría de los hombres por una o más clases minoritarias, la lucha a muerte entre estas clases es una característica de todas las sociedades que existieron hasta el presente, la «burguesía no hizo sino substituir por nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha, a las que existieron en el pasado”, (“Manifiesto Comunista”). Para Marx, el capitalismo era, como etapa histórica del desarrollo social, un aspecto de la condición contradictoria de la humanidad, «última forma contradictoria del proceso de producción social” (prefacio de la «Contribución a la Crítica de la Economía Política”). Todo el esfuerzo de Marx consistió en demostrar científicamente lo que, en un estadio inicial, había propuesto como conclusión, no de «su” filosofía sino de la crítica a la filosofía establecida (Hegel) y a los críticos de izquierda de ésta. Una crítica materialista al idealismo hegeliano que se continuaría más tarde en la crítica a la economía política. Su análisis concreto de la sociedad capitalista demostró que el desarrollo de las fuerzas productivas conduciría a la destrucción del modo de producción capitalista y a la edificación de la sociedad comunista.
¿Qué plantea Stanley Moore?
En su trabajo, Moore parte de la distinción realizada por Marx en la «Crítica al Programa de Gotha” entre los denominados dos estadios del comunismo. El primero, emergente de la revolución social y que suponía: a) la abolición de la propiedad privada capitalista de los me-dios de producción; b) el establecimiento de un sistema de distribución igualitario en los términos de a igual trabajo, igual remuneración; c) un amplio desarrollo de las fuerzas productivas a partir de la eliminación de la anarquía de la producción y de la planificación económica. El segundo, resultado del desarrollo acabado de esta transición: eliminación de la escasez, posibilidad de imponer el principio de la producción y la distribución comunista propiamente dicha: cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad.
Moore objeta, entonces, que no hay ningún argumento científico que demuestre la necesidad del pasaje de un estadio al otro, fuera de consideraciones puramente metafísicas sobre la justicia social, la esencia humana, etc… De hecho, indica Moore, ya el socialismo es una «economía sin clases” donde ha sido eliminada la explotación. Se pregunta, en consecuencia: ¿de dónde surge la necesidad del comunismo y de la eliminación de los salarios, de la venta de artículos de consumo y del mercado, que -afirma- permitiría concilio la diversidad individual con la producción socializada? La eliminación de las relaciones mercantiles implicaría formas de totalitarismo y opresión que el autor identifica en el desarrollo de los actuales países que se autodenominan socialistas. El error de Marx, por lo tanto, consistiría en identificar exportación e intercambio, sin entender que la abolición de lo primero no implica necesariamente la liquidación del segundo: remunerar la contribución de los productores al proceso productivo, ofrecer bienes alternativos para que distribuyan su poder de compra, mantener, por esto, un mercado que ya no sería capitalista ni, por lo tanto, vehículo de la explotación. Admite Moore que si se mantiene el intercambio en una sociedad socialista, éste debe apoyarse en alguna medida, en algún patrón de equivalencias, en algún derecho, pero objeta que esto constituya un principio “burgués” de distribución igualitaria entre individuos desiguales. ¿Por qué esto es burgués? -indaga- El modo de producción capitalista es un sistema de explotación a través del intercambio. El modo de producción socialista es un sistema de intercambios sin explotación» (pág. 82).
Cabe observar que a lo largo de su trabajo Moore trata de destruir los argumentos de Marx sobre la inexorabilidad del comunismo como no científicos, pero en ningún momento desarrolla de una manera positiva la explicación y el fundamento de su propia tesis sobre la superioridad de las formas mercantiles de intercambio en una sociedad socialista. Nos plantea, de este modo, la necesidad de clarificar dos grandes problemas: determinar, de un lado, en que se apoya la emergencia del comunismo como resultado de las leyes del propio desarrollo social y precisar, por  otro lado, la relación existente entre intercambio mercantil y explotación.
Las bases materiales del comunismo
El intercambio —y el valor de cambio de los productos del trabajo— es un resultado de la división del trabajo. El valor no es una forma natural del producto del trabajo; como tal forma natural reviste una utilidad concreta determinada -un valor de uso- El valor es una pura expresión del carácter social del trabajo humano, desde el momento en que la producción resulta de la actividad de productores individuales, que no actúan de acuerdo a un plan previo. Formas de intercambio mercantil aparecen muy temprano en la historia del hombre pero sólo adquirirán un carácter universal con la emergencia de la sociedad burguesa, reguladas precisamente por la ley del valor. En estas condiciones, el intercambio de mercaderías está determinado, en última instancia, por el tiempo socialmente necesario de trabajo para su producción.
La aparición del intercambio de mercaderías y su desarrollo histórico sólo pueden entenderse en el cuadro de un desenvolvimiento de las fuerzas productivas aún dominado por la escasez. Por esto mismo el comunismo, la abolición de toda forma de explotación del hombre por el hombre, supone esta otra precondición decisiva: la abundancia, el desarrollo de las fuerzas productivas a un nivel tal que se elimine la escasez material, la lucha por la vida y la necesidad del trabajo. Es notable que Moore no haya comprendido que lo esencial en el comunismo no es la emancipación del trabajo asalariado (cf. pág. 35) sino la emancipación de la humanidad del trabajo, de la necesidad de la participación directa del hombre en la producción. La posibilidad real -material- y no ideal, metafísica o moral de alcanzar el umbral del comunismo está dada por la gran industria desarrollada por el capital. Con ésta, “el proceso de producción deja de ser un proceso de trabajo, en el sentido en que el trabajo constituiría la unidad dominante del mismo (…) Dispersos, sometidos al proceso conjunto de la maquinaria, ya ellos (los trabajadores) no forman más que un elemento del sistema, cuya unidad no reside en los trabajadores vivientes, sino en la maquinaria viviente (activa) que, respecto a la actividad aislada e insignificante del trabajo vivo, aparece como un organismo gigantesco (…). Con este trastorno, no es ni el tiempo de trabajo utilizado, ni el trabajo inmediato efectuado por el hombre lo que aparece como el fundamento principal de la producción de la riqueza; es la apropiación de su fuerza productiva general, su conocimiento de la naturaleza y su facultad de dominarla desde el momento en que se constituye en cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social representa el fundamento esencial de la producción y la riqueza (…) La producción basada en el valor de cambio se hunde por esta razón, y el proceso de producción inmediato se ve despojado de su forma mezquina, miserable y antagónica. Es entonces cuando tiene lugar el libre desarrollo de las individualidades. No se trata ya desde ese momento de reducir el tiempo de trabajo necesario con vistas a desarrollar el plustrabajo, sino de reducir en general el trabajo necesario de la sociedad al mínimo. Ahora bien, esta reducción supone que los individuos reciban una formación artística, científica, etc., gracias al tiempo liberado y a los medios creados en benéfico de todos” (“Grundisse”, Edit. de Ciencias Sociales, La Habana, 1971 págs 186 yl93). A esta previsión fantástica de Marx, que traza los fundamentos materiales de la sociedad emancipada del trabajo, “base del libre desarrollo de las individualidades”, Moore opone como condición… el intercambio mercantil (!) transformado, éste sí, en algo ahistórico y por lo tanto absolutamente idea-lista. Para Moore no existe ninguna relación entre el comunismo y el desarrollo del control del hombre sobre la naturaleza. Por esto mismo, la alternativa “socialismo de mercado” o «comunismo”, tal como la plantea, sería una decisión institucional que se decreta -aboliendo o no el intercambio- pero que no guarda ningún vínculo con el desarrollo de las fuerzas productivas. Por esto también no comprende que las formas de intercambio mercantil que pueden subsistir en el período inmediatamente posterior a una revolución que expropie al capital, son una expresión del carácter todavía limitado del desarrollo de las fuerzas productivas que se heredan del desenvolvimiento anárquico del propio capitalismo y que revelan que no ha sido superado por completo el problema de la escasez material y de la lucha por la vida. ¿Qué sentido tendría sino la necesidad de dar un valor de cambio todavía a los productos del trabajo y de remunerar directamente al trabajo productivo? Esto último indica que las condiciones del comunismo -no necesidad del trabajo inmediato del hombre en la producción— aún no han sido verdaderamente acabadas.
Intercambio y explotación
En verdad, la subsistencia de formas de intercambio mercantil en el socialismo —o primer estadio del comunismo— indica cosas mucho más concretas que la ausencia de las condiciones más generales del comunismo. Indica, más precisamente, la subsistencia de la propiedad privada, ya no de los capitalistas, pero sí de los pequeños productores, que no puede ser socializada, precisamente, porque refleja estadios de desarrollo previo a la gran industria capitalista, con técnicas atrasadas en relación a ésta y baja productividad del trabajo. Si esta propiedad privada no se mantuviera no existiría intercambio mercantil ni mercado. Si las palabras tienen algún sentido el mercado es justamente el lugar donde se materializa el ínter cambio de equivalentes, es decir, el cambio de mercaderías de productores individuales, unas por otras, conforme al tiempo socialmente necesario para su producción. En el caso de las economías socialistas el intercambio mercantil subsistente se dará entre pequeños propietarios, de un lado, y las empresas estatizadas del otro. En este caso, el mercado establece la competencia entre el sector estatizado y el sector privado, en función de la acumulación necesaria todavía para llevar el desarrollo de las fuerzas productivas al grado necesario para la total y completa colectivización. Alcanzado este punto, ni el mercado, ni la mercadería, ni el intercambio tendrá lugar.
Si el mercado es síntoma y expresión de la subsistencia del sector privado, lo es también de los elementos de diferenciación social que el mismo expresa y promueve, otorgando beneficios extras al productor que produce por encima de las condiciones técnicas medias de producción. En esta medida, por lo tanto, el mercado también en la etapa socialista expresa elementos de acumulación privada y de explotación. Explotación que no deriva del capital -expropiado- pero que se da entre los propios productores que intercambian productos como equivalentes, que contienen desiguales cantidades de trabajo. Explotación que sólo podrá ser superada en la medida en que las bases de la acumulación industrial socialista se desarrollen y permitan extender la base misma de la economía socializada. Moore establece una muralla china entre explotación e intercambio porque no concibe a la realidad en su desarrollo, con sus propias contradicciones. Concibió a su propio modo unilateralmente, la diferencia entre socialismo y comunismo -con arreglo a una definición propia y abstracta de intercambio que el mismo no explica, al margen completamente de la base material, que sí explica tanto el pasaje de un estadio de desarrollo histórico al otro como el carácter y la función de las variadas formas de intercambio mercantil.
Lo que demostró la experiencia histórica
Como la falla metodológica clave de Moore es que no considera en absoluto el problema de la relación entre fuerzas productivas, socialismo y comunismo, su incomprensión de la experiencia histórica de la revolución socialista es total. Así es como puedo llegar a afirmar que “el dogma de que el socialismo debe ser el preludio del comunismo probó ser un obstáculo cada vez más serio al desenvolvimiento de las economías socialistas eficientes y dinámicas en los países bajo control comunista” (Prefacio, pág. IX) La falta de eficiencia y dinamismo derivarían del hecho de que, al seguir el “dogma”, se evita desarrollar el socialismo de mercado que nuestro autor postula, con intercambio mercantil, salarios, etc… Pero resulta que el propio Moore reivindica las reformas que en esta dirección fueron dadas en las últimas décadas en los Estados del Este Europeo. Lo que no explica, sin embargo, es por qué tales reformas no produjeron la supuesta eficiencia o dinamismo en el desarrollo económico de Rusia y el Este europeo, cuyas economías se encuentran en una impasse enorme.
En realidad toda esta incoherencia se desprende naturalmente del método absolutamente equivocado con el cual Moore trabaja y que no le deja acercarse, ni de lejos, a las cuestiones esenciales: la bancarrota de los estados burocráticos, resultado del atraso de la revolución socialista internacional y del fenómeno de la expropiación del poder político proletario por una casta burocrática contra-revolucionaria, surgida fundamentalmente en función de este atraso. El socialismo siempre fue concebido por los grandes revolucionarios, de Marx a Trotsky, como siendo realizable apenas internacionalmente. Los bolcheviques nunca alimentaron la ilusión de un socialismo nacional —hasta el surgimiento de la degeneración stalinista- sino que vincularon decisivamente el destino de la revolución rusa a la explosión de la revolución proletaria en el resto de Europa. Esto porque el marxismo siempre concibió a la sociedad socialista como siendo necesariamente construida a partir del propio desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capital, cosa que Moore ignora olímpicamente. La existencia de una economía mundial, la profunda interrelación de las economías nacionales bajo el predominio del imperialismo muestra que pretender dar al socialismo un ámbito nacional es una utopía reaccionaria.
La burocratización de la URSS es el resultado inevitable del aislamiento de la revolución proletaria en un país atrasado.
La conquista del poder por la burocracia en la URSS se constituyó en un enorme obstáculo a la revolución proletaria internacional, debido a su carácter chauvinista y a su política contrarrevolucionaria. En este sentido, la burocracia es un poderoso freno al desarrollo de las fuerzas productivas en la URSS y en los demás estados obreros. Este es el obstáculo para la construcción de “economías socialistas eficientes y dinámicas” y no el supuesto “dogma” del comunismo, ni la ortodoxia marxista, que el stalinismo lanzara por la borda hace ya casi seis décadas.
La función política del libro de Moore
Es verdaderamente absurdo que Moore plantee como una de sus grandes conclusiones que el “dogmatismo comunista” de Marx “sirve para justificar las características represivas de las sociedades bajo la dominación comunista» (Prefacio, pág. X) ¿Acaso el mercado, el salario y el libre intercambio no sirven también para justificar las más grandes barbaries del imperialismo? Es evidente que la defensa del papel del mercado como antídoto a la represión política y a la ineficiencia económica tiene un origen inconfundiblemente burgués. Los «revisionistas eurocomunistas” y los “reformadores del Este” (se refiere a los economistas que plantean mejorar la economía reintroduciendo mecanismos de precios y de mercado), con quien Moore explícitamente se identifica, constituyen, en realidad, una variante de la política de colaboración de la burocracia soviética con el imperialismo: ¿no defienden los “euros” la existencia de la NATO? ¿no postulan los «reformadores» la necesidad de ampliar la libertad de comercio y la libre circulación internacional de mercaderías? ¿no defienden la necesidad de abrir sus mercados al capital externo, a cambio de divisas? Esta alternativa de aproximación con el imperialismo representa, por parte de un ala de la burocracia, la búsqueda de una salida para la crisis que atraviesan sus economías aisladas y atrasadas. Pero, al contrario de lo que Moore pretende indicar, esta “solución” es una fuente que prepara crisis todavía más profundas. Polonia, en este caso, es mucho más que un botón de muestra. Contra lo que nuestro autor afirma, la práctica prueba que el “intercambio mercantil” entre los países del Este europeo y el imperialismo implica la introducción de una poderosa cuña disgregadora en la economía estatizada que todavía se encuentra muy por atrás de los láveles de productividad y desarrollo del capitalismo avanzado.
No es el mercado el que salvará al socialismo, sino la revolución. La revolución social en los países capitalistas que expropie al capital y la revolución política e los países dominados por la burocracia lo único que podrá abrir una nueva e. para el desarrollo de las fuerzas productivas internacionalizadas por el capital. Sólo así se crearán las bases para una sociedad no sólo emancipada del trabajo salariado sino del propio trabajo, la sociedad comunista.


“Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas”

Juan Carlos Crespo

 

“En lugar de una lectura lineal de los acontecimientos que signaron el curso de las relaciones argentino británicas y argentino norteamericanas durante el conflicto mundial, se ha optado por desarrollar una interpretación más amplia… y desentrañar el complejo triángulo de intereses económicos, políticos y estratégicos que envolvió en aquel momento a las tres naciones» señala la introducción del autor. Para tratar de llevar a buen puerto este ambicioso proyecto Rapoport ha contado con documentos inéditos hasta ahora, en particular material del Foreign Office y de otros departamentos del gobierno británico.
La segunda guerra mundial provocó un cambio significativo en las relaciones interimperialistas y en los planes yanquis para Latinoamérica. El debilitamiento de las potencias imperialistas europeas y su entrada en la guerra permitió a los Estados Unidos pasar a eliminar a sus competidores en los países oprimidos. El sistemático avance de posiciones del capitalismo norteamericano adquirió a partir de 1939 características arrolladoras. “Mientras Inglaterra había hecho toda clase de esfuerzos desde los primeros meses de la guerra, para ocupar posiciones que tuvo que abandonar la bloqueada Alemania en el mercado mundial, los Estados Unidos, casi automáticamente, han estado eliminando a la Gran Bretaña. Dos tercios del oro del mundo están concentrados en las arcas norteamericanas. El tercio restante está afluyendo al mismo lugar. El papel de Inglaterra como banquero del mundo es un asunto del pasado” sostenía el Manifiesto de la IV Internacional ante la guerra (26/3/40).
La Argentina se convirtió en uno de los objetivos preciados de esta caza lanzada por el imperialismo yanqui. Solo que, en este caso, la puja con Gran Bretaña fue particularmente virulenta por el grado de implantación del imperialismo inglés en el país y sus sólidos lazos con la oligarquía terrateniente. El autor acierta al destacar que “fueron las relaciones económicas las que transformaron a algunos países de América del Sur, en ‘colonias informales’ (del imperialismo inglés)». Argentina, entre ellos. La complementariedad entre ambas economías —Gran Bretaña encontró aquí alimentos baratos para abastecer a su población trabajadora y un creciente mercado interno para vender sus productos- ayudó a cimentar la alianza entre el imperialismo inglés y la burguesía nativa, estructurada en torno a una poderosa capa de estancieros y una gran burguesía comercial que servía de intermediaria en el comercio de exportación e importación.
Durante la década del treinta un gobierno de estancieros y agentes directos del imperialismo inglés respondió a la crisis económica mundial agravando todos los rasgos de sometimiento del país a la metrópoli de Su Majestad. Símbolo de esta época es el pacto Roca-Runciman por el cual la oligarquía se preservó su cuota de exportación de carnes al mercado británico a cambio de concesiones leoninas: obligación de compra de productos ingleses con las divisas obtenidas por la venta de carnes, trato preferencial a las inversiones e importaciones de Gran Bretaña, etc. Estas concesiones afectaron de un modo parcial la penetración sistemática del resto de potencias imperialistas en el país y en primer lugar de los yanquis: bajaron abruptamente las importaciones de ese origen por la discriminación arancelaria pero siguieron afluyendo inversiones atraídas por la política proteccionista del gobierno.
Las ataduras económicas y políticas al imperialismo inglés sancionadas por el pacto Roca-Runciman crearon una situación atípica: “mientras en los demás países de América Latina se habían debilitado los lazos económicos y políticos con Europa —y en particular con Gran Bretaña- Argentina, por el contrario, asistió en el mismo período a un robustecimiento de esos lazos (reflejo de esto es que) desde entonces los gobiernos locales se empeñaron en una batalla diplomática casi permanente con el Departamento de Estado norteamericano» aclara Rapaport (pág. 38). ¿Cómo se explica este rumbo a contramano de la tendencia dominante en el continente? Para responder a esta pregunta es importante destacar que el flujo de capitales y bienes norteamericanos es masivo después de la primer guerra: el capital yanqui pasa del 2.58 por ciento del total de capitales extranjeros en el país en 1917, al 21.32 en 1939 (Cepal) superando en este año por primera vez a los capitales ingleses. A su vez, las máquinas, hierro, acero y automotores de origen yanqui desplazan a sus equivalentes británicos: la importación argentina de bienes norteamericanos en 1940 se había multiplicado 4.5 veces respecto a 1914, exceptuando el bajón provocado por las restricciones del Pacto Roca-Runciman en 1933-39. Ya desde 1917 comienza a existir un comercio triangular entre Estados Unidos, Argentina e Inglaterra: Argentina vende carnes al Reino Unido y con las libras obtenidas compra bienes y equipos industriales a Estados Unidos, además de pagar los servicios financieros por las inversiones británicas.
Si este proceso no se consolida, si la burguesía argentina no estrecha a fondo sus vínculos con el imperialismo yanqui y resuelve en la década del treinta emprender un rumbo inverso al de sus pares latinoamericanos, atándose al carro de una achacosa política imperialista es, para Rapaport, una razón fundamental “el país del Norte no se transforma en el nuevo mercado que algunos esperaban en reemplazo del antiguo y la gran crisis contribuye a acentuar las dificultades para la colocación de los productos argentinos… El drama consistía en que -a la inversa de Brasil- ese acoplamiento resultaba muy dificultoso, pues la economía argentina no era complementaria de la norteamericana. Y la ruptura del sistema multilateral de pagos y comercio (con la segunda guerra) eliminó toda posibilidad de una solución intermedia, como la que podía representar el comercio triangular” (págs. 294-295).
Para el autor, el carácter competitivo de ambas economías -la argentina y la norteamericana- crean una contradicción de primer orden entre la burguesía nativa, o al menos una de sus fracciones más sólidas, los estancieros, y el imperialismo yanqui. Este sería el trasfondo de la escisión operada en las filas de los explotado-res nativos y que se expresó tajantemente en torno a la neutralidad adoptada por los gobiernos conservadores al inicio de la segunda guerra. Rapoport critica por unilaterales a quienes sostienen que la neutralidad obedecía a la filiación pro inglesa de los gobiernos de la “década infame» (Milciades Peña, Ciria) y a los autores que ven en esta política la mano de los sectores antiyanquis de las ffaa. Sin ignorar estos factores, destaca la propia desconfianza de los terratenientes en el poder, frente al imperialismo norteamericano, que “perpetuaba el liderazgo argentino en el sur del continente” y que, como queda dicho, no brindaba un ensamble a esta importante franja de los explotadores nativos, dado el carácter competitivo de ambas economías.
Rockefeller hoy y ayer
En la década del 30 se opera un cambio de frente de la burguesía norteamericana cuyo fruto más conocido es el “nuevo trato” (New Deal) del Presidente Roosevelt y que para Rapoport tiene características estructurales; se trataría de “adaptar la conducta internacional de Estados Unidos a las nuevas formas de expansión adoptadas por el capital norteamericano al sur del Rio Grande”. Por “nuevas formas” el autor entiende el aliento a una industrialización limitada en los países semicoloniales del continente que permitiría a los grandes pulpos yanquis convertirse en proveedores de productos de alta elaboración y maquinarias para la industria. Para impulsar este reordenamiento de las corrientes del comercio internacional la burguesía norteamericana ofrece la supresión de las barreras arancelarias dentro de sus fronteras, concesión que no corre para Argentina, cuyas exportaciones agrícolas y en particular de carne están bloqueadas (en este último caso se invoca la existencia de aftosa).
Esta política “dura” frente a Argentina no habría tenido el respaldo unánime del imperialismo yanqui, según Rapoport. Y esta es otra de las conclusiones centrales de su trabajo: “nuestra hipótesis es que desde 1940 a 1945 existieron simultáneamente dos políticas norteamericanas diferentes con respecto a Argentina” (p. 256) Cordell Hull, secretario de Estado hasta 1944, sería el vocero de los intereses agrícolas yanqui, opuestos a cualquier tipo de apertura del mercado norteamericano a los productos argentinos. Otro sector, ligado al capital financiero o industrial norteamericano había planteado estimular la industrialización del país “mientras no excediera ciertos límites” y la liberación de las trabajas a la importación de carne congelada y en conserva, lo que beneficiaba a los ganaderos criadores, capaces de producir carne de inferior calidad para este fin y en ese entonces virtualmente marginados del negocio de la exportación por la oligarquía “invernadora”. Esta fracción de la burguesía imperialista se habría expresado en el breve intervalo en que Rockefeller (pariente del que hemos visto deambular por la Argentina del brazo de Martínez de Hoz) se hizo cargo de la secretaria de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado (diciembre 1944 a abril 1945).
Para Rapoport la preeminencia de los sectores agrícolas en la política exterior frente a Argentina, fue un factor determinante del choque planteado en el país con el imperialismo yanqui. En su razonamiento, la política de Rockefeller, de haber sido consecuentemente aplicada, habría conducido a un acuerdo de Perón con el Departamento de Estado y la posibilidad de que este presidiera el proceso de recolonización imperialista. Esto era imposible bajo la orientación de Hull y de los intereses por el representados, de quienes Rapoport llega a afirmar que estaban motivados por una causa “esencialmente ideológica… (y) carecían de una propuesta económica concreta para ofrecer a las clases dirigentes argentinas” (pág. 259).
En apoyo de su hipótesis el autor asigna una importancia peculiar al reacercamiento operado entre la diplomacia norteamericana y el gobierno argentino durante el interregno de Rockefeller, truncado por la muerte de Roosvelt. En ese lapso EEUU habría prometido negociaciones secretas- levantar el conjunto de sanciones económicas y diplomáticas contra Argentina si el gobierno liquidaba la política de neutralidad. Efectivamente, en abril de 1945, el gobierno argentino firmó el acta de aprobación de la Conferencia de Chapultepec -que colocó a los países americanos bajo la autoridad de las Naciones Unidas, institucionalizando la subordinación del continente semicolonial a las potencias imperialistas- y declaró la guerra a Alemania y Japón. Acto seguido, hizo pie en Buenos Aires la Misión Warren del Departamento de Estado que llegó a «importantes acuerdos con el gobierno argentino, especialmente con el coronel Perón» (p. 270). La muerte de Roosvelt (12 de abril de 1945) habría quebrado este proceso de acercamiento.
Para Rapoport, es fundamental considerar este breve pero “total” vuelco de la política imperialista «para que toda una etapa de la historia argentina no se convierta en algo incomprensible” (p. 259).
Las conclusiones de Rapoport en este punto son compartidas por Félix Luna que en «El 45” dice: “El acuerdo (con la Misión Warren) demostraba que no había problemas de fondo entre Estados Unidos y nuestro país y que bastaba un cambio de criterio en el Departamento de Estado (ayudado en este caso por la enfermedad que obligó a Hull a retirarse) para que los conflictos tuvieran solución» (p. 2).
Curiosamente, una apretada síntesis del texto de Rapoport puede hallarse en un viejo folleto escrito en 1954 por un autor que, a pesar de sus antecedentes, insiste en llamarse trotskista. En «1954, año clave del peronismo» puede leerse: “Profundas razones y de estructura social, han condicionado que nuestro país no fuera totalmente colonizado. La principal de esas razones es que toda la estructura capitalista del país se ha basado en la producción para el mercado mundial, de productos agropecuarios que son competitivos de la producción norteamericana. De ese antagonismo insoluble surge una incompatibilidad orgánica entre el imperialismo yanqui y la economía capitalista nacional» (Nahuel Moreno, Ediciones Elevé) (subrayados nuestros).
¿»Incompatibilidad» entre el imperialismo yanqui y la economía nacional o ¿qué es… el imperialismo?
Norteamérica (entre muchas otras cosas) produce y exporta máquinas, carne y cereales. Brasil produce café, que Norteamérica consume en grandes cantidades y tiene carencia de máquinas, carne y cereales. La argentina produce y exporta carne y cereales y necesita maquinarias.
De aquí se puede concluir, con pasmosa facilidad, que es muy probable un intercambio comercial directo por el que los norteamericanos consuman café brasileño y los brasileños maquinarias y trigo yanquis, y que no se produzca un intercambio similar entre Argentina y EEUU, porque no existen en ambos países producciones complementarias que los justifiquen.
De aquí no se puede concluir que haya una incompatibilidad orgánica entre el imperialismo yanqui y la economía nacional. Si así fuera, algunos países oprimidos dispondrían de un “paraguas” conferido por la naturaleza para protegerse de los intentos colonizadores de la mayor potencia imperialista del orbe.
La existencia de producciones competitivas pudo ser un factor de aislamiento entre dos países en la época del viejo capitalismo de libre concurrencia, caracterizado por la exportación de mercancías. Lo que distingue al capitalismo moderno, en el que impera el monopolio, es la exportación de capital. Más o menos hasta el último cuarto del siglo XIX Inglaterra detentó un virtual monopolio en el abastecimiento de productos manufacturados a todos los países, a cambio del suministro de materias primas. Esta situación comenzó a ser quebrada por países capitalistas más jóvenes, operándose luego un cambio sustancial: “en el umbral del siglo XX asistimos a la formación de monopolios de otro género: primero, uniones monopolistas de capitalistas en todos los países de capitalismo desarrollado; segundo, preponderancia monopolista de algunos países ricos, en los cuales la acumulación de capital había alcanzado proporciones gigantescas” (“El imperialismo…” Lenin) Rapoport caracteriza erróneamente que Inglaterra, a diferencia de Estados Unidos, «excluía toda forma de industrialización propia en la Argentina salvo la transformación de ciertas materias primas” (y esto referido a la década del treinta). En realidad la mayor implantación de subsidiarias de pulpos norteamericanos estaba revelando la fenomenal acumulación capitalista en Estados Unidos, y la declinación del liderazgo inglés, (debe recordarse que Norteamérica se convierte en la gran beneficiarla de la primera guerra mundial). En esta línea de confusión el autor considera la formación de «grandes firmas obligadas a expandirse” es decir lanzados a la exportación de capital, como un fenómeno propio de Estados Unidos y no internacional.
Toda la hipótesis sobre la incompatibilidad entre Estados Unidos y Argentina por el carácter no complementario de sus economías nace de esta confusión teórica sobre el imperialismo: se analizan las relaciones entre Argentina, Estados Unidos o Inglaterra con los patrones teóricos correspondientes al capitalismo del siglo XIX.
Es falso que el imperialismo yanqui haya carecido de una propuesta económica para la Argentina en 1940-45 por el carácter competitivo de ambas economías.
En todo caso tenía la que le había rendido sus buenos frutos hasta entonces a pesar de la dura resistencia del imperialismo inglés. En 1940 sus inversiones ya superan a las británicas. Frigoríficos del Trust de Chicago que antes faenaban la carne en su propio país con destino a Europa se instalan en la Argentina porque los costos de producción son menores y se dedican a exportar desde aquí lo que antes exportaban desde Estados Unidos. De resultas de esto ya en 1927 el capital norteamericano posee el 60 por ciento del mercado de exportación de carnes del país. Y uno y otro país producían y exportaban carne y cereales…
La característica del imperialismo es el capital financiero. Su presupuesto es la existencia de un grupo de monopolios -fruto de la fusión de bancos e industrias- que se han dividido el mercado mundial y que integran a las naciones atrasadas bajo su férula con el objeto de apropiarse la totalidad de la plusvalía extraída.
En 1940-45 el imperialismo yanqui tenía un programa para la Argentina, que trató de implementar a fondo con la caída de Perón: libertad sin cortapisas para el capital financiero; liquidación de los privilegios especiales para Gran Bretaña; superexplotación del proletariado. El acento puesto en la inversión industrial tendía un puente hacia la burguesía industrial y buscaba socavar la hegemonía de los estancieros de Buenos Aires ligados al imperialismo inglés. Según un reconocido vocero del imperialismo yanqui en ese entonces «una Argentina industrializada podría librarse del mercado único para sus exportaciones y ofrecer un gran mercado para las maquinarias, los tractores y autos norteamericanos” (Weil, citado por Peña). Esto entrañaba una nueva vuelta de tuerca a la dependencia del país, esta vez respecto al imperialismo yanqui: ganancias y dividendos girados a la metrópoli, un mercado lucrativo y monopolizado para materias primas y productos intermedios que las subsidiarias importan desde la metrópoli como un componente básico del producto que elaboran, etc.
Es un hecho que esta perspectiva (no puede hablarse de plan, sino de un abrir las puertas a las tendencias más dinámicas del imperialismo mundial) planteaba un debilitamiento económico y político de los estancieros, en particular de los terratenientes «invernadores”, beneficiarios de la exportación de carne enfriada a Inglaterra. La colonización yanqui podía llevar a una mecanización del campo y por lo tanto a una cierta ampliación del mercado interno a partir de ese sector. Esto se acoplaba al impulso a la producción de carne de inferior calidad para abastecer la fabricación de carnes en conserva o congeladas, lo que podía lograrse en los campos de cría y en zonas marginales.
Si bien el imperialismo yanqui no eliminaba a la oligarquía, ni alentaba medida alguna que afectase su propiedad, tendía si a disminuir los privilegios de esta fracción de la clase dominante que estaba al frente del aparato del Estado. La penetración yanqui implicaba cierta transformación del agro. Un cierto grado de tecnificación y transformación del tipo de producción (lo que siempre lesiona algún interés particular). Para ello habría que haber aplicado ciertas medidas que facilitaran este proceso, como ser impuestos a las tierras improductivas que obligaran a la compra de tractores y maquinaria agrícola (en 1969 Onganía lanzó un anticipo del impuesto a los réditos sobre el agro que se calculaba sobre la base del valor de la tierra y castigaba a los terratenientes con escasas inversiones).
El peronismo bloqueó este «desarrollo” modelado por los yanquis, desde un planteo conservador, pues en nombre de detener la penetración imperialista preservaba todo el cuadro de relaciones económicas existentes en el país. El desarrollo económico tiende a reducirse en el período peronista, pues no hay renovación del capital fijo. A la larga este proceso de «tecnificación” se irá verificando, en gran parte bajo presión del mercado mundial (necesidad de forrajeras, etc.) Pero no serio fue incompleto, sino que llevó más de 35 años.
Pero, ¿por qué la Sociedad Rural se convirtió en un peón del imperialismo yanqui encabezando la Unión Democrática contra el peronismo? Por de pronto los hechos ya desmienten la afirmación de Rapoport de que «los intereses de la élite tradicional argentina y de sectores influyentes en Estados Unidos eran claramente incompatibles” (p. 298). Pues si bien los intereses agrarios yanquis y los del capital financiero a él asociados podían efectivamente levantarse como una muralla más o menos importante en determinado momento, no tienen vigencia a largo plazo pues el capital financiero puede borrar los antagonismos comerciales hasta un cierto punto, cuando consigue controlar las diversas áreas geográficas (en el S.E. asiático los capitales yanquis y europeos producen para exportación en competencia relativa con la metrópolis).
Para explicar la posición oligárquica tenemos que responder a la siguiente pregunta:
¿Qué fue el peronismo?
Sin claridad sobre el fenómeno imperialista, Rapoport se confunde con las diferentes líneas diplomáticas del gobierno norteamericano y cree encontrar allí, la razón fundamental del enfrentamiento entre el peronismo y los yanquis. Esto lo hace perder objetividad y adoptar una posición idealista. Como Rapoport presenta al imperialismo yanqui como «industrialista» y a Perón también, afirma que era posible un acuerdo si no se hubiera muerto Roosevelt y no hubieran cambiado de fracciones en el Departamento de Estado. Para esto abusa de los hechos pero en realidad parte de una idea preconcebida: «no había problemas de fondo entre Estados Unidos y nuestro país y bastaba un cambio de criterio en el Departamento de Estado para que los conflictos tuvieran solución”, como dice Luna en «El 45»- Pero según lo revelado por Summer Wells -ex secretario de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado- en las conversaciones secretas celebradas en febrero de 1944 entre enviados del gobierno yanqui y Perón hubo acuerdo en romper la política de neutralidad y reingresé al sistema panamericano, pero no hubo acuerdo en un punto fundamental que los yanquis reclamaron que el gobierno pasara a la Corte Suprema de Justicia ( que significaba su liquidación) y Perón opuso. Lo cual evidencia que también en el interregno Roosevelt-Rockefeller la diplomacia yanqui pretendía «institucionalizar el país cerrando las inciertas perspectivas abiertas por el golpe de 1943
¿Por qué no hubo acuerdo entre Perón y los yanquis en 1944-45 y se abrió el curso para un régimen nacionalista bonapartista?
La gran fragmentación de la burguesía argentina, la fuerza relativa que aún tenía el imperialismo inglés y su choque con la entrada del imperialismo yanqui, hacían que la clase dominante se sintiera incapaz de manejar el aparato del Estado sin recurrir al arbitraje de las Fuerzas Armadas.
La pérdida de poder relativo de la oligarquía frente a la industrialización, la transformación de clases en el país, la relación de fuerzas internacional (luego de la derrota fascista en Stalingrado) hacía imposible que se mantuviera el sistema del «fraude patriótico”, por el cual una fracción del partido conservador sin consenso nacional se imponía a las demás. Había que transformar el régimen político. El golpe militar de 1942 nace como necesidad de colocar a las Fuerzas Armadas como árbitro semibonapartista entre las diversas fracciones burguesas. En la medida que esto no se logra, se exige un arbitraje cada vez más elevado por encima de la propia clase burguesa y del imperialismo. Para enfrentar las presiones en contra de éstos, debe recostarse sobre el Movimiento obrero, para lo cual tendía a regimentarlo bajo su tutela, otorgándole en cambio concesiones económicas, sociales y sindicales. La oligarquía se aparta j se vuelve antiperonista frente al crecí miento del arbitraje bonapartista y sus inevitables concesiones sociales.
Donde sí es muy “útil” la investigación de Rapoport, es con la documenta­ción y con las ilustraciones que nos brin­da en las que evidencia que Perón no fue tan antiyanqui, que buscó una y otra vez conciliar y en la evidencia del terrible ca­rácter conservador que tenía su bonapartismo. El peronismo nunca enfrentó de conjunto al imperialismo, porque no era partidario de la liberación nacional. Cuan­do chocaba con los yanquis se apoyaba en los ingleses. Y siempre se manifestaron en él poderosas tendencias a la capitulación frente a los yanquis. No sólo se reinició bajo su gobierno el proceso de recoloni­zación yanqui (congreso de la productivi­dad, contratos petroleros, etc.) sino que en 1955 dio un paso al costado, no qui­so enfrentar el golpe, para que la Revolu­ción Libertadora fuera la que hiciera en mejores condiciones políticas este traba­jo.
Rapoport sostiene que no es posible afirmar que la evolución económica y social de Argentina hubiese sido radical­mente distinta sin Perón, quien no modi­ficó las estructuras tradicionales del país… lo que sí resulta innegable es que la evolución política de Argentina hubiera tenido un carácter totalmente diferente sin su presencia” (p. 196). En 1945 se llega al punto culminante de la lucha, donde para imponer su tutelaje al conjun­to de la nación, el imperialismo yanqui debe destrozar las conquistas del movi­miento obrero y el aparato sindical forta­lecido por el peronismo. Quien piense que los enfrentamientos eran retóricos puede mirar en el espejo de Bolivia en ese perío­do donde el frente proyanqui-stalinista colgó al presidente nacionalista Villarroel y desató un sexenio de masacres contra el proletariado. Los trabajadores argentinos captaron lo que estaba en juego en el gol­pe proyanqui (los golpistas habían anun­ciado que derogarían las conquistas socia­les concedidas por el gobierno militar) y salieron a la calle el 17 de octubre, impo­niendo una derrota relativa al imperialis­mo que significó una cierta democratiza­ción de todas las relaciones de clase en el país en relación a la “década infame” y el desarrollo de una extraordinaria concien­cia de defensa de sus conquistas en todas las capas de explotados. La huelga general del 17 de octubre de 1945, fue una movi­lización de masas convocada por la CGT, en defensa de las conquistas obreras, pero donde estaba ausente la independencia política del proletariado. Por eso, si bien el 17 de octubre los planes proyanquis su­frieron una derrota relativa, los trabajado­res se movilizaron con una bandera que no era la suya. Asimilaron como suyo un triunfo que era de la burguesía nacional, creando así un cuadro de subordinación política que no iba a superarse por déca­das.
Al ignorar todo esto Rapoport se con­dena a transitar el camino recorrido por más de un sociólogo en el país: explicar la popularidad del peronismo por cuestiones provenientes de una “situación económi­ca floreciente” por la “personalidad” y “habilidad” del propio Perón empeñado en un “proyecto político” que otros no poseían, etc. Todo esto no alcanza a ex­plicar el cuadro de relaciones políticas y sociales creado en el país por el fenómeno peronista. No es casual que durante diez años ningún sector burgués se empeñara realmente en derrocarlo.
El 17 de octubre dejó planteado otro balance: es necesario que la lucha antiim­perialista sea dirigida por el proletariado, es decir por su partido, y para esto hay que aprovechar la puesta en pie de las ma­sas provocada por la crisis general, para hacer estallar a la vacilante dirección bur­guesa que se coloca en el campo nacional. Una victoria nacional dirigida por la bur­guesía nativa, en la medida que cierra la crisis que se había abierto entre los ex­plotadores, como en octubre de 1945 y febrero de 1946, constituye una derrota indirecta del proletariado. Esto porque les permite a los explotadores unificados ba­jo la dirección nacionalista burguesa diri­gir todos los esfuerzos a doblegar las mo­vilizaciones obreras, sus organizaciones y conquistas, y concluir capitulando ante el imperialismo.
Para asentar su bonapartismo y su ré­gimen totalitario, el peronismo necesita aplastar la independencia obrera, median­te represión y colosales concesiones. Co­mo otros antes que él, Perón creyó que había descubierto el reino de la «armonía social” del régimen político de la década infame y de la fractura de la clase domi­nante.