Internacionalismo nº3

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Un año de revolución proletaria en Polonia Aldo Ramírez

España: Crisis de la reforma política y golpe de estado Pedro Ibañez (célula de la TCI en Barcelona)

El debate sobre la democracia en Brasil  Pablo Rieznik Mario dos Santos

Las elecciones presidenciales en Francia Roger Sibbon (de la célula de la TCI en Francia)

Las “tesis” del Comité Internacional Jorge Altamira Julio Magri

El informe Brandt Pablo Rieznik Aníbal Romero

Los trotskistas en la Unión Soviética Adrián Paglietani

“Movimiento obrero contemporáneo” (1952-79) Inés Díaz

“Juan B. Justo y la cuestión nacional” Osvaldo Coggiola

“Arguments for socialism” Julio Magri

Historia del trotskismo argentino (Primera parte) Martín Valle

Respuesta a “Correspondencia Internacional” Guillermo Lora

Argentina: La situación política Política Obrera


Un año de revolución proletaria en Polonia

Aldo Ramírez

 

El Congreso del Partido Comunista polaco acaba de expulsar a E. Gierek (ex secretario general y otros miembros de su gobierno, culpable -se dice- de la política que condujo a la actual crisis económica y social. Designando un «chivo emisario”, el actual equipo dirigente trata de escamotear al movimiento iniciado en agosto de 1980 su significado histórico: es que, en realidad, es toda la historia contemporánea de Polonia la que sirve de antesala al «verano polaco», y son sus tendencias fundamentales las que se concretan en el estallido huelguístico.

Polonia quedó, en la inmediata posguerra, dentro del área de influencia de la URSS, prevista en los acuerdos de Yalta y Postdam celebrados entre ésta y el imperialismo mundial. Luego de un breve interregno bajo un gobierno burgués títere la URSS impuso una dictadura burocrática directamente integrada por los stalinistas locales. La instauración de este gobierno estuvo basada en la presencia del Ejército Rojo de ocupación. La fuerza militar de la URSS garantizó el monopolio político de la burocracia stalinista, que procedió a expropiar el capital, y a integrar la economía polaca dentro del área denominada por la burocracia del Kremlin (URSS y Europa del Este).
La principal tarea del nuevo gobierno fue liquidar todo vestigio de movimiento obrero independiente. Durante 1945 y 1946 los stalinistas se encontraban en minoría dentro ‘de los sindicatos y comités de fábrica, que habían sido reconstituidos luego de la derrota del nazismo. La burocracia debió apelar a la represión para liquidar a todas las direcciones sindicales independientes, y convertir a los sindicatos en instituciones del Estado totalitario. Esta regimentación permitió establecer un régimen de trabajo forzado con la finalidad de industrializar al país en términos de una industria ligada a las necesidades militares de la URSS. Todavía en el avanzado período 1966-1970, el crecimiento anual de la producción industrial fue del 8,4 por ciento, mientras los salarios sólo crecían a un ritmo del 2,1 por ciento. (1)

Con menos éxito, la burocracia intentó liquidar totalitariamente la cuestión campesina. Las tentativas de ‘‘colectivización forzosa” puestas en práctica durante 1947-1955 (cuyo objetivo era integrar a los campesinos en granjas estatales donde serían sometidos a similar explotación que la clase obrera) fueron duramente resistidas por el campesinado independiente. De resultas de ello, el sector colectivizado se vio obligado a coexistir con un sector privado de estructura minifundiaria, lo cual llevó los costos de la producción (costo de la fuerza de trabajo) más allá de lo previsto. El conjunto de la planificación de la burocracia introdujo graves deformaciones en el desarrollo económico, pues la industrialización fue realizada atendiendo las necesidades de la URSS, embarcada en un desarrollo autárquico del mercado mundial (era la época en que Kruschev anunciaba periódicamente la «superación económica del capitalismo” por la URSS); varias ramas de la industria (electromecánica por ejemplo) experimentaron un desarrollo desproporcionado en relación al resto del conjunto económico.

La miseria económica y el totalitarismo político ocasionaron la primera gran revuelta antiburocrática en Poznan, en 1956. La burocracia ahogó en sangre el levantamiento, pero introdujo una serie de reformas económicas. Una nueva política agrícola fue adoptada, dejando supuestamente un margen mayor a los mecanismos de mercado y a la iniciativa privada. En realidad, no se trató de un abandono de la colectivización forzosa, sino del reemplazo de los métodos de la coacción física por los del ahogo económico sobre los campesinos independientes (restricción de crédito, no otorgamiento de seguridad social). El resultado fue una verdadera hecatombe agrícola: multiplicación del minifundio (las exportaciones de menos de dos hectáreas cubrían el 20 por ciento de la superficie en 1950, treinta años después, cubren el 30,5 por ciento), caída de la productividad, lo que sumado a la baja productividad del sector estatal, produjo un déficit alimentario cada vez más grande, cubierto por importaciones crecientes. Todo ello repercutió en una elevación de los costos industriales.

La burocracia trató de resolver el problema haciendo caer los salarios reales (sin cesar de aumentar constantemente sus privilegios).

Sucesivos “planes de austeridad” fueron puestos en práctica, que fueron resistidos de diversos modos por la clase obrera (huelgas esporádicas, trabajo “a tristeza”). La rebelión de Poznan no había pasado en vano, abriendo una brecha decisiva entre el proletariado y la burocracia. En 1970, la resistencia se concentra en un nuevo estallido huelguístico en los astilleros del Báltico. Nuevamente hay despidos y represión, pero la burocracia debe retroceder en algunos puntos de su “austeridad” a ultranza, e inicia una limitada “apertura”. Esto no impide que las huelgas continúen, y se produzca un nuevo movimiento hacia la huega general en 1976, nuevamente reprimido, pero que consigue que la burocracia de marcha atrás en los aumentos de precios previstos. Todo esto confirma que el proceso abierto en 1956 es de recomposición independiente del proletariado. Pese a las derrotas parciales, el tejido social de la clase obrera se reconstituye, y se va produciendo una lenta acumulación de fuerzas. Este proceso no hará sino ampliarse y profundizarse a partir de 1976.

La crisis económica

La crisis de 1970 originó un recambio en el equipo burocrático, que pasó a ser encabezado por Gierek. Al mismo tiempo que la resistencia obrera se acrecienta, el desarrollo industrial a ultranza comienza en esa época a presentar signos de estancamiento. El nuevo equipo intentó resolver el problema reformulando, en 1971, el plan económico. En el nuevo “plan”, el acento es puesto en una “mayor integración en la división internacional del trabajo”: quiere decir que se intenta preservar los ritmos de crecimiento industrial, apoyándose ahora en las industrias susceptibles de exportar hacia Occidente. El financiamiento de las industrias exportadoras sería realizado con créditos provenientes de los consorcios capitalistas. “En cuanto al reembolso de los créditos, la solución parecía muy simple: con las tecnologías y los equipos más avanzados y una mano de obra muy barata, los productos polacos podrían competir con los productos occidentales y permitir equilibrar la balanza comercial” (2). En ese momento, la deuda externa polaca no alcanzaba a mil millones de dólares. También se estipuló un aumento del consumo, lo que apareció como una concesión a la agitación huelguística del año anterior.

Se trata de un verdadero salto en el vacío de la burocracia frente a la crisis económica. El desenvolvimiento de la economía polaca choca ahora ya abiertamente con el autarquismo del COMECON (sistema de acuerdos económicos que agrupa a los países de Europa Oriental y la URSS). Para mantener los ritmos de desarrollo, la burocracia no encuentra otra salida que integrar crecientemente la economía del Estado Obrero al mercado mundial dominado por los capitalistas. Polonia encabeza audazmente este proceso, pero se trata de una tendencia del conjunto de la burocracia, incluyendo la del Kremlin. En 1970 han sido firmados los Acuerdos de Varsovia y Bonn (normalización con Alemania). Estos acuerdos forman parte de una redefinición de las relaciones entre el imperialismo y el Kremlin que tiene su punto culminante en los acuerdos de Helsinki (1975). En su parte económica, estos últimos comportan una mención explícita a la “libre circulación de mercancías entre Oriente y Occidente . Se comprende la estafa que significa que ahora el Kremlin y los stalinistas polacos atribuyan al equipo de Gierek la culpa por el monstruoso endeudamiento de Polonia con el imperialismo occidental.

Bajo esta orientación, durante el quinquenio 1971-75, el ritmo de crecimiento de la industria polaca pasó al 10,5 por ciento anual. El incremento anual de los salarios reales se mantuvo, como siempre, por detrás, pero el hecho de que salte al 7, 2 por ciento (contra un 2 por ciento el quinquenio anterior) brinda un Índice del fortalecimiento del movimiento obrero.

La crisis del plan y el escapismo de la burocracia

La misma publicación ya citada señala: “Ahora bien, los cambios que se produjeron en el meneado mundial, sobre todo después de la alza de los precios del petróleo en 1973, han transformado el sistema de precios en el comercio exterior, aún para los países del COMECON, y han reducido de una manera sensible, el ritmo de la actividad económica en varios países”. Como veremos, esto no es todo, pero los resultados están allí: en 1975 la deuda externa ha crecido considerablemente, pero también ha aumentado el saldo negativo de la balanza comercial con Occidente: en 1970 ésta era favorable a Polonia en 170 millones de dólares, en 1975 es negativa en 2.310 millones. La producción industrial de Polonia ha crecido hasta ser el 2,5 por ciento del total mundial, pero su parte en el comercio mundial sólo ha llegado al uno por ciento. Las razones que se apuntan son el alto costo de producción, la mala calidad de los productos destinados a la exportación y, finalmente, “errores importantes cometidos tanto en la planificación como en la gestión de los asuntos económicos” (3). Esto último se refleja sobre todo en el desequilibrio creciente entre las ramas de la industria: el total de la industria ha crecido a un ritmo del 10,5 por ciento anual, la electromecánica (en la que estaban depositadas las esperanzas de exportación) a un 14,4 por ciento y la de energía y combustibles (responsable por los altos costos y que es aquélla cuyos precios más han aumentado en el mercado mundial) sólo a un 6,6 por ciento anual.

Confrontada esta situación, la burocracia decidió tentar la aventura de seguir adelante. La reformulación del “plan” de 1976 insiste en el reforzamiento del sector exportador, en el endeudamiento, y se propone “limitar las importaciones” y “detener la tasa de crecimiento del poder adquisitivo por un congelamiento de salarios y una limitación del empleo”. Para un comentarista, “la dependencia frente al extranjero es ahora demasiado fuerte, sobre todo respecto al Occidente, y es difícil renunciar a las compras en el Oeste porque ello puede poner en cuestión el crecimiento difícilmente comenzado” (5). A notar que ese mismo año uno de los pilares del «plan” -reducir relativamente el consumo interno, para exportar- comienza a hacer agua: «La tentativa hecha en junio de 1976 de aumentar los precios de los productos alimenticios se saldaba por un fracaso. La amenaza de huelga general de los obreros obligaba al gobierno a retirar sus proposiciones” (6).

Plan y burocracia

Así, durante el último quinquenio, la burocracia condujo alegremente al país a la catástrofe, mesurable en algunas cifras:

Tasas de crecimien to de                        Tasas de crecimiento de
la producción industrial                         las inversiones en la industria

1976                9,3                                                               3,2

1977               6,9                                                               -0,8

1978               4,9                                                               -2,1

1979               2,8                                                               -8,2

Todo ello acompañado de un déficit cada vez más grande de la balanza comercial y de un endeudamiento fabuloso respecto a Occidente: Polonia concentra un tercio de la deuda externa de los países del Este.

La tentativa de integración al mercado mundial ha puesto de relieve algunas taras crónicas de la economía polaca, que la burocracia se muestra incapaz de corregir:

a) El desequilibrio entre las ramas de la industria: la industria electromecánica, que es una herencia de la “división del trabajo” del COMECON, continúa creciendo a un ritmo demasiado alto (el doble de la energética y la metalúrgica), pese a que “ella no ha podido responder a la demanda de los países occidentales (…) la escasa especialización de sus empresas no les permite darse por vocación producir para la exportación” (7). Del 22,5 por ciento de la estructura industrial que ocupaba en 1970, pasa a ocupar el 30,8 por ciento en 1978.

b) El bajo nivel tecnológico de la industria: “la cantidad de materias primas consumidas depende de la tecnología aplicada (…) para obtener 1.000 dólares de producto nacional, se utilizan metales por un valor de: 19 dólares en Francia, 33 dólares en Alemania e Inglaterra, 31 dólares en Italia, 56 dólares en Polonia»(8). «Se producían a veces situaciones extrañas había máquinas, equipos, mano de obra, pero no materias primas”. (9)

c) La obsolescencia de la industria: el consumo energético de la industria polaca es 24 veces superior al de los países occidentales industrializados. «Los precios de la energía son fijados ‘desde arriba’ , administrativamente… Las instalaciones son, en general, obsoletas; es así que sobre 11.000 calderas en servicio, 5.000 no funcionan más que al 60 por ciento de su capacidad (10). «La ausencia de medidas para aumentar la producción de energía resultó en la situación presente en que la mayoría de las fábricas sufren cortes de corriente durante 300 días del año». (11)

d) Como consecuencia de todo ello, «la productividad del trabajo, mientras los salarios no han cesado de aumentar durante años, marca una fuerte tendencia a la caída”. Durante 1971-75, su crecimiento anual promedio fue del 8 por ciento, durante 76-80 del 5,7 por ciento, durante 1979 del 2 por ciento.

Esta baja de la productividad llevó a que el rendimiento del capital fijo, situado en 100 en 1970, y luego de subir para 109 en 1975, cayese para 95 en 1978, o sea que ha habido una caída absoluta de la productividad de la industria polaca.

Como lo afirmaba el comentarista citado, esta situación no es debida sólo al «schock” provocado por la apertura económica hacia el mundo capitalista, sino también a la “mala gestión de los asuntos económicos”. ¿Qué se esconde tras esta púdica definición? Ni más ni menos que los privilegios de la burocracia son un componente orgánico preponderante en la elaboración del ‘plan”, lo que implica una carencia de racionalidad. Algunos ejemplos permiten verificarlo: los artículos cuya producción aumentó más en los últimos años son los coches de turismo (5 por cada 100 familias en 1970, 19 en 1979) y los equipos musicales (4 por cada 100 en 1970, 38 en 1979). Ahora bien, se trata de una producción accesible sólo a los sectores de altos ingresos: “el acceso a la propiedad de un automóvil es todavía difícil, lo que explica que el precio de los vehículos de ocasión en el mercado libre supere el 50 al 100 por ciento de los precios oficiales de los coches nuevos (!) (12). Agréguense que para conseguir un coche nuevo es necesario poseer, además del dinero, “conexiones”. Estas cifras hay que entenderlas junto al comentario de una “personalidad” polaca: “Los años 70 fueron marcados por el rápido crecimiento de los ingresos, pero éstos crecieron mucho más rápido en el estrato de altos ingresos de nuestra sociedad, un hecho que llevó al surgimiento de un abanico salarial de 1 a 20” (13). La producción se orientó a satisfacer las necesidades de esta capa privilegiada (la de ingresos 20 veces superior). No sólo eso: como es público, y como lo denunció el sindicato Solidaridad, los sectores más privilegiados abrían cuentas bancarias y adquirían grandes propiedades en Occidente. Dos ex ministros, denunciados como “chivos emisarios” de esta situación, prefirieron recientemente suicidarse antes que presentarse al juzgado para responder a las acusaciones de “corrupción”.

La crisis agraria

Uno de los rubros fundamentales en el déficit de comercio exterior y en el alto costo de la industria es el de los productos alimenticios, que están subordinados por el Estado (pues de lo contrario se encontrarían fuera del alcance de los trabajadores). Los planes de la década del 70 también han hecho agua por este lado. Las importaciones masivas de cereales fueron sistemáticas y crecientes: en 1978 alcanzaron 8 millones de toneladas (equivalentes al 40 por ciento de la producción polaca). Por el lado de la carne, el plan preveía una tropa de 15 millones y medio de cabezas bovinas en 1980: las existencias para esa fecha eran inferiores a 13 millones (por debajo del nivel de 1974).

La burocracia se planteó una modernización de la agricultura que resultó en un completo fracaso. El plan incluyó la compra de maquinarias y fábricas «llave en la mano» a la firma Massey-Ferguson-Perkins. El parque de tractores pasó de 224.531 en 1971, a 573.000 en 1979. La gran mayoría de este esfuerzo fue canalizado hacia el sector agrícola estatal y cooperativo (que recibió el 66 por ciento del presupuesto agrícola estatal) que cubre sólo el 20 por ciento de las tierras cultivables. Pese a todo este esfuerzo, una gestión despilfarradora similar a la de la industria hace que en este sector, el costo de un kilo de carne sea dos veces más alto que en el sector privado (que se caracteriza por su atraso), y el de un litro de leche cuatro veces. Para cubrir este desastre intervienen los subsidios y el racionamiento: los sectores de “altos ingresos» resuelven su problema de aprovisionamiento en el “mercado libre» (donde los precios son 6 y 7 veces más altos que en las expendedoras del Estado).

Toda tentativa de modernización agrícola está comprometida por la extensión y estructura del sector privado. Este no sólo cubre la mayor parte de las tierras, sino que su superficie está conformada en un 30,5 por ciento por explotaciones menores de… 2 hectáreas (las de 2 a 5 son el 30,2 por ciento del resto). Esto toma imposible la utilización de maquinaria moderna en gran escala.

En la «base de esta crisis se encuentra la incapacidad crónica de las burocracias de los Estados Obreros para resolver la cuestión agraria, es decir, integrarla al desarrollo industrial, base de la superación del antagonismo campo-ciudad.

En Polonia, el período de 1947-1955 se caracterizó por tentativas de «colectivización forzosa” que terminaron en el fracaso. Luego la burocracia cambió de táctica, optando por el ahogo económico del sector privado (al que se niegan créditos, servicios sociales, jubilación, etc.). La movilización de los campesinos pobres, su organización en sindicatos y soviets, está excluida para la burocracia, cuyo dominio se basa en la liquidación de toda organización de las masas: sólo conoce los métodos de la coacción económica y física. Esto condujo al mantenimiento del sector privado, a reforzar su división (en 1950, las explotaciones de menos de dos hectáreas cubrían el 20 por ciento de la superficie, es decir, un 10 por ciento menos que treinta años después —30,5 por ciento), a despoblar el campo y a tornar a los campesinos restantes en refractarios a todo tipo de modernización. En suma, en cualquiera de sus variantes, la política de la burocracia no tía hecho sino aumentar el atraso agrario relativo. Este se constituyó en uno de los «cuellos de botella fundamentales del desarrollo económico, implicando un costo cada vez más alto de la fuerza de trabajo.

¿Hay un plan?

Todo lo dicho revela hasta qué punto —si bien la centralización estatal de los medios de producción es un hecho en Polonia— es impropio hablar de una planificación económica centralizada. En un “Informe sobre el estado de la República” elaborado por el grupo «Experiencias y Futuro» (compuesto por intelectuales del PC y católicos), dos “personalidades polacas entrevistadas, afirmaban: “En nuestro real mundo social y económico no existe una cosa como un “plan central»..-Lo que tenemos en cambio, es una amalgama heterogénea de instituciones centrales que emplean una vasta gama de standards diferentes para llegar a sus decisiones (…) No sabemos de dónde vienen las iniciativas que dan lugar a decisiones estratégicas de planeamiento, qué rol es jugado en este proceso por los miembros individuales del gobierno central, cuál es el alcance de los derechos y responsabilidades de esos componentes en la toma de tales decisiones (…) No sólo visto desde afuera, sino también desde dentro (subrayado nuestro) del gobierno central, hay una remarcable ausencia de una clara delimitación de derechos, deberes y responsabilidades entre sus componentes individuales. Los defectos son sólo admitidos oficialmente cuando salen a luz bajo la presión de conflictos entre el gobierno y la sociedad (…) El centro no quiere o no puede regular claramente sus propias relaciones internas (…) Literalmente cada elemento de nuestro sistema de gestión está enfermo. El plan no parece continuar llamándose plan, la coordinación es imposible, y es completamente ilusorio creer que es posible vigilar el cumplimiento de los planes» (14). La situación de la producción industrial y agraria polaca arriba descripta, se encuentra aquí condensada en la versión de estos “personajes”. En cuanto a la comercialización, basta señalar que una encuesta oficial del gobierno polaco, en 1979, constató que una tienda de alimentos sobre 4, y una tienda de artículos durables sobre 3, practicaban la venta “bajo el mostrador”, es decir, la existencia de un verdadero sistema de “desvío” de los productos subvencionados (en realidad la proporción es mayor). El “plan”, bajo la gestión burocrática, independiente del control de las masas, está mucho más próximo de la anarquía capitalista que de una planificación centralizada de la economía.

La burocracia stalinista: parásito del Estado Obrero

El resultado de la anarquía y el aventurerismo propios de la gestión burocrática no sólo fue la actual catástrofe económica, sino el reforzamiento de la vulnerabilidad y dependencia de la economía polaca respecto del imperialismo. Por un lado la fabulosa deuda externa, que dota al imperialismo de un instrumento de presión y de control, por encima del monopolio del comercio exterior y de la propiedad estatal de los medios de producción. Por otro, la necesidad imperiosa de mercados exteriores lleva a la industria polaca a realizar “acuerdos de cooperación con monopolios occidentales. “Esos acuerdos proveen el suministro de fábricas, de equipos, de procedimientos, de asistencia técnica y aún de comercialización sobre terceros mercados —contra reembolso en forma de productos”(15). Tal tipo de acuerdos existen en casi todas las ramas industriales polacas, que se van convirtiendo de este modo, al mejor estilo semicolonial, en verdaderos subcontratistas de los grandes monopolios capitalistas.

“industrialización autárquica» en el cuadro del COMECON y del burocratismo, la integración al mercado mundial apareció como la única salida para el desarrollo de las fuerzas productivas. Ahora bien, la estructura del COMECON (esa especie de «socialismo en una sola región» de la burocracia del Kremlin), con sus acuerdos de especialización regional, se reveló contradictoria con la integración al mercado mundial. La baja productividad y la obsolescencia de la industria polaca se puso de relieve en competencia con la potencia industrial imperialista. El viejo análisis de Trotsky para la URSS confirmó su plena actualidad: La diferencia entre los precios internos y los del mercado mundial constituye uno de los índices más importantes de la relación de fuerzas. (…) A despecho de su marasmo y de su estancamiento, el capitalismo posee aún una enorme superioridad en la técnica, la organización y en la cultura del trabajo (…) La técnica moderna se encuentra lejos de dar en la URSS los mismos resultados que en su patria capitalista (…) Todo esto se expresa, ahora, en precios de costo muy elevados para una producción de baja calidad” (16). Un poderoso factor suplementario de deformación es la carrera armamentista impuesta por el imperialismo (¡las bendiciones de la “coexistencia pacífica Y), a la que los Estados Obreros deben consagrar un porcentaje muy superior de su producto nacional que el que consagran las potencias capitalistas (17).

La crisis económica en Polonia expresa ante todo la contradicción alcanzada por el desarrollo de las fuerzas productivas, impulsadas por la estatización de los medios de producción, y su superestructura: las relaciones de producción adulteradas por el dominio de una burocracia privilegiada, que se ha emancipado del control de los trabajadores. Tal contradicción plantea la incompatibilidad entre esa burocracia parasitaria y la sociedad. Ello se expresa en la extrema desigualdad social a la que llegó un país supuestamente basado en el igualitarismo. En el “Informe…” polaco ya mencionado se lee: “la percepción por la sociedad de esta situación es tan real como si fuera de la existencia de clases sociales». El mismo texto concluía que, en las condiciones de crisis económica y social creadas, “la caída en el standard de vida que se esperaba para los próximos dos o tres años puede llegar a superar todos los límites del poder público de resistencia psicológica” (18) (el “Informe” es de principios de 1980). Así fue, y antes de lo que los autores del texto esperaban…

La preparación del verano polaco

De 1976 a 1980 se produce un intenso fortalecimiento del movimiento obrero independiente, y de la resistencia de todas las capas de la población contra la burocracia, que recoge la experiencia de todas las luchas anteriores.

En 1976 nace el KOR -Comité de Defensa de los Obreros- que agrupa a viejos militantes antiburocráticos en su inicio. Su acción intenta ordenar la lucha, hasta entonces desarticulada, de la clase obrera contra la burocracia. Editan un periódico clandestino -“Robotnik» (El Obrero)-que luego de modestos comienzos, llegará a distribuir 40.000 ejemplares en los meses previos a las huelgas de agosto. Alrededor del periódico se establece un sistema de corresponsales obreros, con el fin de informar sobre la situación del conjunto de la clase obrera. El KOR intenta superar el carácter espontáneo de los levantamientos anteriores: «no queme los comités del partido, construya sus propios comités”, es la consigna, que será adoptada masivamente en 1980.

En el Báltico surgen también los “Comités por la fundación de sindicatos libres”. A la par de desarrollar una labor clandestina de agrupamiento de la vanguardia obrera, realizan una acción de oposición dentro de los sindicatos de la burocracia. Walesa, miembro de los “Comités”, fue delegado de los sindicatos oficiales hasta 1979, en que fue despedido.

Otros sectores de la población comienzan a seguir al movimiento obrero. El KOR se expande hacia las Universidades (su nombre cambia, en 1978 por el de “Comité de Autodefensa Social”). Comienza a cobrar vuelo la creación de “Universidades libres”, donde son realizados cursos paralelos (muchas veces impartidos por profesores expulsados por la burocracia). Un rol importante lo cumplen los cursos sobre historia de Polonia, donde se cuestiona el papel de la burocracia rusa en la partición de Polonia con Hitler. Se estudian aspectos de la historia polaca que han sido borrados del catecismo de la burocracia. En 1977, es creado el «Comité de Solidaridad Estudiantil» (SKS).
El propio movimiento campesino presenta signos de recomposición. Se forman núcleos en el campo (las «Universidades Campesinas”) que estudian la historia del movimiento campesino, el origen del Partido de los Campesinos Unidos (stalinista, supuesto representante del campesinado en el gobierno), y a los partidos campesinos existentes en la preguerra. Se va elaborando un programa de reivindicaciones campesinas.

El conjunto de los sectores oprimidos se preparan para una batalla contra la burocracia. Nuevamente, los obreros del Báltico serán los que van a abrir la compuerta a la voluntad de lucha acumulada.

La revolución política

Las primeras huelgas

En febrero de 1980, la crisis económica lleva al Congreso del PC a reformular, por tercera vez, y a estructurar el Buró Político y el gobierno. El acento en la reformulación es puesto en un “plan de austeridad” y nuevamente en la promoción de las exportaciones. El objetivo es reducir el consumo y por ende las importaciones, aumentar las exportaciones, y obtener así los fondos necesarios al pago de los servicios de la deuda externa. El primer ministro Jarosewicz es destituido y un nuevo gobierno es formado con Babiuch a la cabeza, que debe “preparar psicológicamente a la población» para las medidas de austeridad que se avecinan: un gobierno de combate contra la clase obrera. A mediados de año comienzan los grandes aumentos: el precio de la carne aumenta en un 60 por ciento, y se inauguran medidas de racionamiento.

Las primeras huelgas se producen en Ursus (en los suburbios de Varsovia) y Radom, pero pronto el movimiento huelguístico tiene su epicentro en Lublin, importante centro industrial de 300 mil habitantes. Allí se constituye un Comité de Huelga, y lo notable es que el movimiento tiene desde su inicio un carácter antiburocrático: no sólo se reclama la supresión de los aumentos y el racionamiento, sino también la equiparación salarial con la policía y la milicia. La burocracia intenta frenar el movimiento, que comienza a expandirse a diferentes ciudades, combinando las concesiones y la represión, y sobre todo tratando de impedir una articulación nacional de las huelgas. Varios “disidentes’ (en general, militantes del KOR, que a través de sus materiales centralizan V difunden las informaciones sobre las huelgas) son encarcelados. Al propio tiempo, las reivindicaciones salariales y el abastecimiento son satisfechas en Lublin, con lo que la huelga es levantada. La burocracia replantea entonces su vieja táctica de “recuperar” el movimiento: un 15 por ciento de los cargos sindicales son ofrecidos al Comité de Huelga de los ferroviarios de Lublin, que no sólo los rechazan, sino que imponen nuevas elecciones al sindicato oficial en las que se adjudican todos los puestos directivos (“Journal do Brasil”, 20/08/80). El movimiento de expulsión de la burocracia de las organizaciones obreras ha comenzado.

Hacia fines de julio, varias huelgas han sido levantadas al precio de grandes concesiones económicas (en Tczew, en la fábrica de automóviles Zoran, en la fábrica Rosa Luxemburg, etc.). Pero la onda continúa su marcha: el 29 de julio se produce una “huelga de advertencia” de los obreros del transporte en Gdansk; en la fábrica Dolmol, en Wroclaw, los obreros adoptan el pliego de reivindicaciones de Lublin: “Le Monde informa que “en las empresas de esa ciudad, los trabajadores rehúsan a los sindicatos (oficiales) el derecho a defender sus reivindicaciones” (1/8/80). Aún disperso y desarticulado, el movimiento huelguístico prosigue sin solución de continuidad, adoptando cada vez más claramente el carácter de una lucha antiburocrática, es decir, de una huelga política contra el Estado.

Gdansk: de la huelga a la revolución política

Sin embargo, a mediados de agosto, la burocracia cree, o pretende hacer creer, que ha dominado el movimiento. El 12 de agosto, Lukasowicz, secretario de Propaganda del BP, convoca a los corresponsales de la prensa extranjera para anunciarles que las “huelgas masivas” han terminado, y que sólo se registran pequeños movimientos de carácter económico. Al día siguiente es despedida de su trabajo, en los astilleros de Gdansk, Anna Valentinowicz, vieja activista y dirigente de las huelgas de julio. El 14, los 17 mil obreros de los Astilleros Lenin entran en huelga contra ese despido y por aumentos salariales, seguidos rápidamente por todas las fábricas de la ciudad y por los de la vecina ciudad de Szcezcin (donde se encuentran los Astilleros Warski, centro de las luchas de 1970). Anna Valentinowicz es reincorporada, y el día 15 Babiuch anuncia por televisión que los precios de la carne no aumentarán hasta fin de año. Pero todo este recule no alcanza para frenar el movimiento. El 16, todas las empresas de Gdansk designan delegados para un Comité Regional de Huelga (al que se adhieren las de Sczeczin), y elaboran un pliego de 21 reivindicaciones, de las que la primera es el derecho a formar sindicatos independientes, del partido stalinista y del Estado.

La importancia y la tradición de los astilleros del Báltico (bastiones de todas las rebeliones contra la burocracia) hacen que comience de inmediato un movimiento nacional de solidaridad en otras regiones, que adopta sus reivindicaciones. La burocracia vacila sobre la línea a seguir. Gierek, que vuelve catastróficamente de la URSS, lanza un discurso en el que distingue a los “honestos trabajadores” de los «elementos antisocialistas”. El 20, los líderes del KOR (Kuron y Michnik) son arrestados. Un negociador gubernamental (Pyka) es enviado a Gdansk, dispuesto a hacer concesiones económicas, pero negociando con cada empresa separadamente, sin reconocer al Comité de Huelga ni el derecho a los sindicatos independientes. Fracaso total: la huelga continúa unánime, y continúa extendiéndose nacionalmente: el 25 de agosto, los huelguistas eran entre 200 y 250 mil, el 27 ya suman los 500 mil. A esta altura, la división de la burocracia ya es pública: por un lado, los partidarios de la represión (con los que se embloca Gierek), por el otro, los defensores de la negociación con el Comité de Huelga, incluyendo la cuestión de los sindicatos independientes. Es esta última tesis la que triunfa: la represión no haría sino precipitar la huelga general nacional. Un nuevo negociador (Jagielski) es nombrado. De entrada tiene que retroceder: los obreros le imponen como condición para la negociación el restablecimiento de las comunicaciones telefónicas de Gdansk con el resto del país y la transmisión de las negociaciones por radio. Casi de inmediato-el 27- un acuerdo es firmado entre el Comité de Huelga y los delegados gubernamentales, el derecho a formar sindicatos independientes es reconocido.

En las palabras del corresponsal de “N.Y.Times” (23/11), “lo que hizo diferente la acción de los huelguistas de Gdansk fue que, en lugar de largar sus herramientas y salir del trabajo, simplemente cerraron las puerta? del astillero y esperaron para ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que el gobierno vaciló, la prensa internacional llegó, las fábricas de todo el país cerraron en señal de solidaridad y, en un momento, los huelguistas de Gdansk iniciaron una revolución proletaria nacional”.

Los acuerdos de Gdansk

La división de la burocracia, la caída de Babiuch, durante, y la de Gierek, poco después de la huelga de Gdansk el deshechamiento de su línea represiva en medio de la huelga indican que los métodos de dominación de la burocracia han entrado en erras, que las relaciones de fuerza creadas por la huelga son incompatibles con las instituciones del Estado burocrático, que se ha iniciado, en fin, una situación revolucionaria.

¿Qué es lo que ha llevado a la burocracia a buscar un acuerdo? La amenaza de una huelga general nacional inmediata. En el momento previo a firmarse los Acuerdos, un 10 por ciento del proletariado polaco se encuentra en huelga. Por todas partes se eligen delegados, que intentan llegar a Gdansk para entregar su solidaridad al Comité de Huelga: la perspectiva de la formación de un Comité Nacional de Huelga está abierta. Mediante los Acuerdos, los negociadores de la burocracia pretenden llegar a un acuerdo con la dirección emergente de la huelga para que ésta llame a levantar todas las huelgas del país.

Pero el acuerdo entre la nueva dirección obrera y la burocracia es mucho más amplio. Junto al reconocimiento de los sindicatos independientes, se ha incluido el reconocimiento por los huelguistas del “rol dirigente del PC en el Estado”. Esto tiene el significado de que el movimiento de los obreros contra la burocracia, que comienza por la liquidación de los sindicatos oficiales, no debe plantearse la liquidación de la burocracia, es decir, que se plantea la coexistencia y la colaboración. En última instancia, la integración.

Esta cláusula da a los acuerdos el carácter de un verdadero “pacto social” entre la burocracia y la dirección obrera, que intenta fijar un nuevo cuadro político, caracterizado por la coexistencia de los sindicatos libres y el Estado burocrático. Esta cláusula fue seriamente resistida por la base obrera de Gdansk. Para imponerla fue necesario que se produjese una verdadera expropiación de la dirección de la huelga, a través de los “intelectuales” designados para asesorar a la nueva dirección. Estos pertenecen en su totalidad a la Iglesia, y habían cumplido o estaban cumpliendo funciones gubernamentales o parlamentarias. Llevados por el propio gobierno a Gdansk, fueron ellos quienes presionaron para la inclusión del punto. Varios delegados obreros declararon que esos “intelectuales” les usurparon el control de las negociaciones (“Jornal”, 31/8/80). La Iglesia católica operó así como bisagra para la creación de una cadena que, desde el poder burocrático hasta la dirección de Walesa -pasando por la Iglesia y los intelectuales- intenta asegurar el nuevo cuadro político.

La concesión a la burocracia que esta cláusula significa, se verifica en el tratamiento de otras importantes reivindicaciones en el acuerdo: el reconocimiento del derecho de huelga, del acceso de los nuevos sindicatos a los medios de comunicación y su derecho a editar sus propias publicaciones, la escala móvil de salarios, son todos postergados hasta la elaboración de leyes que los reglamenten por parte del Estado. Es decir que los nuevos sindicatos renuncian a determinar autónomamente las modalidades de su actuación.

La firma de los acuerdos constituye una monumental victoria de la clase obrera, pues impone a la burocracia el reconocimiento de los sindicatos independientes. Pero los acuerdos son un intento final de bloquear la revolución política y encuadrar a los nuevos sindicatos en la colaboración con el Estado -por mediación de la iglesia y su influencia sobre la nueva dirección obrera- esto en las condiciones revolucionarias abiertas por la huelga.

Se puede constatar que todo el enorme avance del proletariado polaco es independiente del acta de los acuerdos; las conquistas son la organización, de hecho, en los lugares de trabajo y su coordinación regional y nacional. El acuerdo va contra este movimiento, hace enormes concesiones a la burocracia y, lo que es peor, fue firmado apresuradamente, en puertas de una huelga general decisiva o, más precisamente, para evitar la huelga general” (“Política Obrera”, 30/9/80).

Un otro aspecto es que los Acuerdos, siendo válidos para la zona del Báltico intentan preservar una buena parte del sindicalismo oficial, sobre todo en aquellos lugares aún no tocados por la huelga. Al Pintear una tortuosa vía legal, que incluye el reconocimiento del rol dirigente” de la burocracia, intentan consagrar una especie de “sindicalismo paralelo”, que esterilizaría a los sindicatos independientes. “Algunas fuentes hablan de autonomía restricta para los sindicatos del Báltico dentro de la estructura existente, que sería ampliamente reformada. Otras fuentes afirman perentoriamente que el gobierno concordaría con la existencia de sindicatos paralelos a los oficiales desde que fuese adoptada aquella cláusula inicial (la del “rol dirigente” del PC)” (“Jornal”, cit.). Veamos qué es lo que perentoriamente ocurrió con esta línea de contención de la revolución política.

El desborde de los Acuerdos de Gdansk

«… una reforma dentro del sistema sindical comunista existente (…) cambios como ilimitadas candidaturas para el personal de los puestos bajos de los sindicatos, de modo que los hombres del Partido no tuviesen siempre garantida su reelección, como antes. Gierek ofreció exactamente eso, y no fue bastante. El acuerdo final permite a los trabajadores establecer sindicatos propios paralelos fuera del esquema de organización partidaria” (“N.Y.Times”, citado por “Jornal” 1/9/80). El movimiento con su epicentro en Gdansk hizo saltar la primera línea de contención del movimiento obrero. Una segunda etapa, de carácter nacional, cuestionará los acuerdos de Gdansk y el “paralelismo sindical”.

Al día siguiente de la firma de los acuerdos -el 28- los mineros de Silesia -el corazón económico del país- entran masivamente en huelga. Han adoptado las reivindicaciones de Gdansk y les han agregado 24 “propias”, entre las que se incluyen la liquidación de los sindicatos oficiales y la cesión de sus bienes a los sindicatos independientes. Los locales de los sindicatos oficiales son ocupados. La burocracia stalinista queda, de hecho, expulsada del movimiento obrero. Los mineros declararon a un corresponsal extranjero: “Queremos que se pare de mentirnos. Queremos sindicatos totalmente libres de toda injerencia y la supresión de los sindicatos oficiales aquí en las minas”. “¿Y si algunos mineros quisieran seguir siendo miembros de ellos?”. “Expresión contrariada de todos: -No hay mineros de ese tipo. Si los sindicatos oficiales continúan, eso va a permitir todo tipo de maniobras. Con sindicatos libres, podremos elegir democráticamente a los responsables, y cambiarlos cuando haga falta” (“Le Monde”, 5/9/80).

La posición de los mineros de Silesia demuestra la consciencia que posee el movimiento obrero del sentido de las maniobras de la burocracia. En esa actitud se concentra la experiencia de 35 años de lucha. La experiencia ha demostrado la incompatibilidad entre la burocracia y el movimiento obrero independiente: lo que corresponde es expulsar a la burocracia del movimiento obrero y de sus organizaciones. Se ha adoptado para efectivizarlo el método de la acción directa: ocupar los sindicatos significa recuperarlos para la clase obrera y proclamar la soberanía del movimiento obrero sobre sus organizaciones. En esto consiste la lección universal de los mineros de Silesia (que recuperaron sus sindicatos con los mismos métodos que los obreros de Fiat y de Villa Constitución emplearon en Argentina). El “sindicalismo paralelo” comienza a morir antes de nacer.

Otro punto en que los Acuerdos de Gdansk empiezan a ser superados, está contenido en otra respuesta del Comité de Huelga de Silesia al mismo corresponsal: “Y ahora, ustedes ¿van a tomar contacto con los sindicatos de Gdansk? – ¡Evidentemente! ¿Para crear una confederación de sindicatos libres? – ¡Por supuesto!»

Por todas partes surgen comités de huelga que barren a los sindicatos oficiales. La burocracia pierde todo punto de apoyo formal en el movimiento obrero: su presencia en él es incompatible con la organización independiente: es el comienzo de su muerte. Así lo comprende el Kremlin. En su primer pronunciamiento post Gdansk, acusa a los “líderes del movimiento” de querer quebrar los lazos del partido con la clase obrera, principal fuente de fuerza del partido y del Estado en Polonia” (“Pravda”, citado por “Jornal”, cit).

No es de extrañar que desde ese momento sea cuestionado el “rol dirigente” del PC. A principios de Septiembre los 18 mil obreros de Mielec no sólo reclaman, como todo eíl mundo, sindicatos independientes, sino que exigen también la renuncia del secretario del PC de su distrito (conocido represor antiobrero), y la renuncia de los 70 gerentes y subgerentes de su fábrica, a ser reemplazados por 3 directores (“Jornal” 9/9/80) se trata de un ataque directo a la casta burocrática y a su representación política. En las semanas sucesivas, ese tipo de reivindicación se extenderá nacionalmente, y colocará en diciembre a Varsovia al borde de la huelga general. La burocracia debió recular una y otra vez. Entre 20 y 30 mil funcionarios fueron destituidos en los meses sucesivos (incluidos 3 mil dirigentes partidarios): el movimiento obrero arrancó jirones enteros del aparato represivo del Estado. El “rol dirigente» de la burocracia, estipulado en los Acuerdos, fue cuestionado y desbordado en los hechos.

Solidaridad: organismo de doble poder

En Octubre, se discutió en la coordinación nacional de los nuevos sindicatos si estos debían o no estructurarse nacionalmente. Se impuso la tesis de Walesa, partidario de una estructuración sólo regional, pero se decidió demandar conjuntamente la legalización. La voluntad de la fracción dirigente de Walesa de mantenerse y reencauzar la situación hacia los A-cuerdos de Gdansk se hizo aquí patente, pero también esa política sería superada. Presentada la demanda, “al rechazar los estatutos, el tribunal alegó que los mismos no hacen ninguna referencia al papel dirigente del PC y pretenden transformar los sindicatos en organizaciones de ámbito nacional, contrariando los Acuerdos de Gdansk, que prevén apenas la creación de organizaciones locales y regionales”. La actitud del Tribunal confirmó la temprana caracterización realizada por PO de los a-cuerdos; no sólo en cuanto al carácter “regional” de los sindicatos (impedir la estructuración nacional del movimiento obrero independiente), sino que, exigiendo el absurdo que un estatuto sindical se pronuncie sobre la forma del Estado, se plantea que los sindicatos deben colocarse en una línea de subordinación a éste. Pero ambas cosas ya están superadas por el movimiento: la actitud del tribunal no logra sino radicalizarlo. Una huelga nacional por la legalización comienza a ser preparada, y a mediados de Octubre la coordinación nacional adopta el nombre de Confederación Nacional “Solidaridad”, creando de hecho lo que la burocracia quería evitar. La huelga es prevista para el 12 de Noviembre: un día antes la burocracia recula, aceptando la legalización- de Solidaridad, a cambio que ésta adjunte los acuerdos de Gdansk a los estatutos. Superados en los hechos, los acuerdos mantienen una vigencia política por el carácter de la orientación de la dirección sindical, que es de mantenerse en el statu quo con la burocracia fijado por los acuerdos.

La progresión de Solidaridad es fulminante: a fines de Octubre ya agrupa a 8 millones de trabajadores, en Diciembre ya agrupa a 10. La burocracia ha sido exilada de la clase obrera. Pero Solidaridad no sólo concreta la estructuración nacional de la clase obrera.

Entre Setiembre y Noviembre, la estructuración de un poder obrero paralelo al de la burocracia cobra un perfil definitivo. En efecto, ¿que’ es un organismo basado en los comités interfabriles surgidos en plena huelga, cuyos miembros son permanentemente revocables? ¿Qué es un organismo al que, pese a ser combatido por las autoridades, se han afiliado 10 millones de personas, sobré 35 millones de habitantes (es decir, todos los trabajadores del país)? Un organismo cuya construcción se extiende a todos los sectores oprimidos: los estudiantes construyen su “Solidaridad” y los campesinos comienzan a poner en pie “Solidaridad Rural” —Solidaridad ha dividido al país en dos. ¿Qué es un organismo al cual las masas cargan de todas sus aspiraciones, principalmente de aquéllas dirigidas contra los privilegios dé la burocracia, pero también de los más pequeños problemas cotidianos? Walesa sostuvo que “sólo un tercio de las peticiones que recibimos son de carácter sindical; el resto no tiene nada que ver con las funciones del sindicato, esto se debe a que otras organizaciones no atiendan los deseos de la gente” (“Clarín”* 6/3/81), llegando a afirmar que “resolvemos incluso los problemas de las parejas en crisis” (“Corriere della Sera”, 21/2/81). La respuesta es: tal organismo es un soviet, el más amplio frente único de las masas, que tienden a sustituir las funciones estatales y a derribar al Estado presente, lo quieran o no sus dirigentes, y con independencia del mayor o menor grado de conciencia de las masas. Justamente, la existencia del soviet es una palanca para la toma de conciencia del conjunto de las masas de la necesidad de adueñarse del poder, destruyendo al Estado opresor e iniciando el proceso de extinción del Estado.

Para el comentarista del “Corriere»: “El sindicato no puede ocuparse de todo y resolver todo. Existe un Estado, hay instituciones que deben ponerse a funcionar seriamente(..J Solidaridad no puede continuar a hacer de mamá o de hermana mayor para quienquiera que -reivindicando, descontento o inquieto- golpea a sus puertas pidiendo consejos o recetas milagrosas”. Lo que no dice es que esa parálisis del Estado y esas funciones de un organismo creado por las masas, son el índice del desarrollo de una revolución proletaria en Polonia. Y que habrá milagros, porque las masas van a buscarlos a sus propias organizaciones, y no a la Iglesia…

El fracaso de la represión

La línea conjunta de la burocracia rusa y polaca, y de la Iglesia (o sea, el imperialismo) ha sido la de asociar a la fracción dirigente de Solidaridad (Walesa) al planteo de “reforma’ del Estado burocrático, operando una represión selectiva sobre el movimiento obrero para imponerle un retroceso. El “International Herald Tribune” llegó a señalar (18/11/80): “Por el momento, los intereses fundamentales de la URSS, del gobierno polaco, de los EEUU, y del pueblo polaco, coinciden”. Esta línea se simbolizó en la presencia conjunta, en la ceremonia de inauguración del monumento a los caídos en la huelga de Gdansk de 1976, de la burocracia, de la Iglesia, y Walesa. Al propio tiempo, la Iglesia lanzaba un comunicado condenando a los ‘‘elementos radicalizados” pidiendo explícitamente la cabeza del KOR. La persecución contra los dirigentes del KOR desató inmediatas huelgas en Ursus y Radom, centros obreros donde su popularidad es enorme. La reacción obrera impidió que la represión burocrática pasase del nivel de la intimidación. Al mismo tiempo, Walesa fue criticado en la dirección de Solidaridad por su excesivo compromiso con la burocracia dirigente. Todas las informaciones coinciden en que fue por presión de las bases que Solidaridad lanzó en Enero un plan de lucha hacia la huelga general, por la reivindicación de los sábados libres. La huelga general fue evitada gracias a un nuevo compromiso entre el gobierno y Walesa: 3 sábados libres cada 4 (la burocracia ofrecía inicialmente 2). Pero el compromiso no logró evitar el deterioro del gobierno: en Febrero el primer ministro Pinkowski y su gobierno son destituidos y reemplazados por el general Jaruzelski, que es saludado por Walesa, quien acepta un llamado a la tregua por 90 días.

La tregua es aprovechada por la burocracia rusa para plantear a Kania, en visita; a la URSS, que es necesario “revertir el curso de los acontecimientos”. El gobierno acepta estudiar una propuesta de Solidaridad: la puesta en pie de una Comisión de negociación para poner en práctica los Acuerdos de Gdansk; pero despacha las milicias en Nowy Sacz y Ustrzycki Done contra los trabajadores que ocupan edificios públicos. Exitoso el primer sondeo represivo, a mediados de Marzo, la burocracia va más allá, y reprime masivamente una asamblea de Solidaridad Rural en Bydgoszcz. La respuesta no se hace esperar: huelga general en Bydgoszcz, por la liberación de los detenidos y el castigo de los responsables, rápidamente seguida dé un movimiento nacional de Solidaridad que exige la huelga general. Está es fijada para fines de Marzo. El gobierno libera a los detenidos: la huelga general se mantiene por el castigo de los culpables.

Finalmente, un compromiso “in extremis” es alcanzado entre Walesa y el gobierno, que realiza vagas promesas de investigación Walesa levanta la huelga bajo su responsabilidad personal, provocando una crisis en la dirección de Solidaridad: el responsable de Gdansk, Andrzej Gwiazda, se retira dé ella,y Anna Valentinowicz es separada de su cargo en los astilleros (ambos se han opuesto a la actitud de Walesa).

La crisis del PC

Al levantamiento de la huelga general de Marzo le sobreviene una nueva tregua. Pero la posibilidad de aprovecharla para reencauzar la situación por el carril de los Acuerdos de Gdansk se viene abajo por un desarrollo que pasa a primer plano: la crisis del aparato stalinista.
Esta tiene su origen mucho antes: durante la huelga de Agosto se produjeron “fugas en masa” del PC (Silesia), y un tercio de sus militantes se afiliaron a Solidaridad. Esto último, que pudo haber sido un intento de copar los nuevos sindicatos desde adentro, se transformó en su contrario, en una infiltración del PC por Solidaridad. Comenzó entonces un proceso de destitución de responsables, de designación de dirigentes locales en elecciones democráticas, y de creación de “estructuras horizontales” de militantes, fuera del control del aparato. El proceso tuvo su punto culminante en la Conferencia “horizontal» de Torun, que reunió 700 delegados de todo el país. La “rebelión de las bases” logró imponer elecciones con lista abierta y escrutinio secreto, de los delegados al próximo Congreso. Ninguno de los sectores envueltos en la crisis plantea (que se sepa), un programa cabalmente antiburocrático (por un gobierno de los Consejos Obreros). Antes bien, uno de los dirigentes “reformadores” (Lamentowicz) declaró que se proponen incluso preservar una parte del aparato dirigente, por razones de “credibilidad externa”. Es sobre esto que se apoya la fracción llamada “liberal” de la dirección del PC (Kania, Rakowski, Barcickowski) para maniobrar frente a la rebelión, haciendo concesiones para evitar una escisión, e incluso utilizándola contra los sectores “duros” partidarios de una represión a ultranza. Varios dirigentes (incluso del sector “liberal” como Barcickowski) están encontrando dificultades para hacerse elegir delegados al Congreso. El problema consiste en que el partido stalinista es incompatible con cualquier clase de democracia, cuestiones como los privilegios y prebendas de la alta burocracia, las relaciones con la URSS, etc, no pueden estar sujetas a ningún “control democrático” del aparato por su base. Así lo entiende el Kremlin, que ha pedido la postergación sine die del Congreso, sin éxito. Una fracción minúscula le hizo eco en un forum de la ciudad de Katowice, siendo repudiada por 91 de los 97 delegados al Congreso de esa zona.

La crisis no se ha desarrollado aún a fondo: lo que es seguro es que la imposible democratización del PC lo lleve hacia una crisis mayor, que puede provocar su estallido. Esto, junto con el fortalecimiento de Solidaridad, expresado en la realización de elecciones internas hacia su primer congreso, termine de socavar las bases sobre las que se asientan los Acuerdos de Gdansk Un nuevo movimiento de fuerza de los trabajadores pondrá de relieve la irrealidad del planteo de coexistencia de los sindicatos independientes y el Estado burocrático.

Las posiciones de las tendencias de Solidaridad

“La Iglesia perdió desde Septiembre el monopolio del contrapoder” -afirmó “Le Monde” (10/2). La afirmación es correcta si por contrapoder se entiende el contrapeso que la Iglesia ejercía (por cuenta del imperialismo) desde dentro del propio Estado burocrático, a través de su propia capacidad de manipulación, su grupo parlamentario, y otras formas de colaboración con la burocracia (como el grupo “Experiencia y Futuro” montado de concierto por la Iglesia y los sectores “liberales” de la burocracia). Para tallarse una posición en la nueva situación, la Iglesia rodeo de asesores a la nueva dirección sindical -la fracción católica de Walesa. Sus altos dignatarios (incluido el Papa)llegaron a intervenir directamente sobre ella en los momentos críticos, ante la amenaza de desbordes. La constante de la actitud de la Iglesia ha sido la defensa del Estado burocrático y de sus “alianzas internacionales” (“Un contexto geopolítico que debemos aceptar”, señaló el Episcopado polaco). Su presión sobre la dirección de Walesa se reflejó, desde la firma de los acuerdos de Gdansk, en el esfuerzo de éste por limitar al movimiento toda vez que se pusiese en peligro el poder burocrático, tratando de mantenerlo dentro del marco fijado por los Acuerdos (y pese a que la mayoría de las reivindicaciones acordadas por los Acuerdos no tienen ni viso de ser concretadas a la brevedad). Esto lo ha llevado a un compromiso cada vez más estrecho con la burocracia, que alcanzó su punto máximo en el levantamiento inconsulto de la huelga general de fines de Marzo.

La oposición propiamente’ política a la burocracia se agrupa en el KOR. Este surgió, en 1976, a partir de la iniciativa de un sector de intelectuales más o menos marginados por el régimen, y se constituyó como «Comité de Defensa de los Obreros”. Desde entonces desarrolló una vasta actividad antiburocrática, en defensa de los obreros perseguidos y despedidos, editando el periódico “Robotnik” de informaciones sobre el movimiento obrero (y que llegó a tirar clandestinamente más de 40 mil ejemplares), organizando las “universidades paralelas”, etc. Si bien desde ese entonces se situó en una perspectiva de “reformar al Estado”, “rodearlo de instituciones libres”, la actividad de ayuda práctica a todo movimiento obrero que desarrolló fue altamente progresiva. El KOR organizó a la vanguardia obrera a escala nacional a través de un sistema de corresponsales de “Robotnik” (y que después jugaron un rol destacado en la huelga); fueron sus publicaciones las que popularizaron la consigna de “sindicatos libres”; desarrolló una tarea de organización tendiente a superar el carácter espontáneo de muchos levantamientos antiburocráticos. Cuando estallan las huelgas, el KOR planteó un plan de organización llamando a construir sindicatos libres donde fuese posible, y núcleos de oposición sindical donde la vanguardia obrera fuera más débil. Sus publicaciones fueron en ese momento un elemento fundamental de difusión nacional de la información. La labor del KOR fue un elemento clave de la recomposición independiente del movimiento obrero polaco.

El estallido de la revolución obligó al KOR -por la heterogeneidad de su composición- a precisar su programa político. El KOR -y esto lo diferencia de Walesa- elaboró un planteo de conjunto de superación de la crisis, que preserve al poder del PC (intocable para el KOR, por razones de “seguridad nacional”, o sea, invasión rusa). Kuron resumió este planteo adjudicando al PC las funciones de “seguridad interna y externa, dirección del Ejército y la policía”, todo ello controlado por “tribunales independientes”, y coexistiendo con una “democracia por abajo”, en la que unos “consejos de empresa” a crearse se encargarían de la autogestión de las empresas, mientras Solidaridad quedaría confinada a funciones sindicales. Kuron definió este planteo como exactamente opuesto a una revolución, es decir, al derrocamiento de la burocracia; más aún, señaló que su efectivización implica “ponerle límites a la dinámica del movimiento”.

Ahora bien, este planteo significa en primer lugar dejar en manos de la burocracia todos los elementos para aplastar a los sindicatos independientes —y a los “tribunales” y todo el resto- ya sea a través de una represión interna, o llamando al Pacto de Varsovia (“seguridad exterior”). Que está dispuesta a hacerlo, el KOR lo sabe en carne propia, y lo reconoce al sostener la necesidad de evitar (autolimitándose) una invasión. Pero más importante que lo ilógico del planteo es su función política. Kuron reconoce implícitamente el carácter soviético de Solidaridad (“excede sus funciones sindicales, pues es la cabeza de puente de la organización de la sociedad”, declaró en “Inprecor”, Febrero 81). Son esas funciones las que el KOR se propone dividir -los “tribunales” y “consejos” cumplirían funciones que hoy son espontáneamente cubiertas por Solidaridad- liquidando el carácter soviético de Solidaridad, es decir, su función de poder paralelo al de la burocracia. Así, la “democracia por abajo” del KOR, que volvería «inocuo” (a través de los “controles”) el poder burocrático, deja en realidad a éste como el único poder existente, y desarma a los trabajadores para enfrentarlo. Sindicatos, tribunales y consejos, quedarían sujetos al arbitrio de la burocracia.

El planteo del KOR no es, pues, un reflejo deformado de la revolución política, sino antirevolucionario, y un factor de confusión del movimiento obrero. Su actitud política más reciente lo confirma: también él se ha subordinado a los Acuerdos de Gdansk (Kuron llegó a definirlos como un «compromiso histórico” entre la clase obrera y la burocracia —“Le Monde , 29/11/80), y ha jugado un rol activo en «poner límites» al movimiento: fue un «factor clave” (“Jornal”, 1/4) en el levantamiento inconsulto de la huelga general de Marzo, colaborando con la incipientemente desgastada autoridad de Walesa. En las condiciones revolucionarias, el planteo reformista ha perdido toda virtud progresiva.

Lo notable es que el propio Kuron ha reconocido la inviabilidad de su planteo en la situación actual. «Todo este programa estalló en pedazos porque una revolución ha comenzado en el partido” -declaró (Intercontinental Press, 25/5/81)- “revolución” a la que el KOR se opuso permanentemente (“la peste democrática no debe invadir el partido”, había declarado su compañero Modzelewski, ex vocero oficial de Solidaridad, “Inprecor”, Febrero). Ante la evidencia del descalabro de los Acuerdos de Gdansk, Kuron añadió: “autolimitar la revolución pudo haber sido posible. Pero ahora no sabemos… qué hacer”. ¿Hacia dónde irá el KOR en la próxima etapa? La vía más peligrosa la abre el declarado antimarxismo de muchos de sus miembros, y su defensa estratégica de la «democracia parlamentaria”. Esto último significa que el KOR, que aglutinó a los elementos pequeño burgueses marginados por la burocracia, considera como la fuerza fundamental para la «reforma» del estado polaco al capitalismo occidental (en el que la democracia parlamentaria es sólo el lujo de un puñado de países imperialistas). El planteo del KOR acaba en una convergencia con el imperialismo. Por añadidura, esto significa también una negación de la democracia (tarea incumplida del desarrollo histórico de Polonia, y que la burocracia fue incapaz de resolver); la perspectiva del imperialismo para Polonia y Europa Oriental no es la instauración de la democracia, sino la recolonización (y en este momento, el apoyo a la burocracia para evitar la revolución).

Sólo el derrocamiento de la burocracia abre la perspectiva de la obtención de la democracia en Polonia. Pero la abre en un nivel superior al de la revolución democrática: se tratará de una democracia soviética, que aceptará al pluralismo político basado en un régimen de Consejos Obreros. Pero el primer paso hacia esa única democracia posible en Polonia es la toma del poder por Solidaridad.

La salida del imperialismo y la burocracia

En el curso de la crisis actual, la deuda externa polaca aumentó de 20 a 25 mil millones de dólares. El imperialismo salió al rescate del régimen polaco, concediéndole más préstamos. En primer lugar, su objetivo es evitar el agujero en el mercado financiero internacional que provocaría un colapso de un régimen tan endeudado (si se decretase, por ejemplo, una moratoria de la deuda externa). Esta es una de las razones por las que el imperialismo se ha venido oponiendo a una invasión rusa: «los eurobanqueros prefieren ni pensar en eso porque las consecuencias sobre el escenario financiero internacional serían incalculables. No se pueden borrar de un golpe de varita mágica 23 billones de dólares” (“Le Monde”, 5/4/81).

Su objetivo de fondo (y sobre él hay entablada una disputa entre diferentes sectores imperialistas) es proceder a un desmantelamiento de los mecanismos de defensa del Estado Obrero, obteniendo palancas de control sobre su economía, hipotecando sus recursos, y preparando el terreno para una recolonización imperialista. Gran parte de los préstamos han sido concedidos para financiar exportaciones de materias primas (especialmente carbón, cuyas minas polacas son objeto de la codicia imperialista en este período de alza de los precios de los combustibles). Los préstamos son condicionados a un derecho creciente de control para el imperialismo, y a un plan económico de progresivo desmantelamiento de la centralización económica, consentido por la burocracia. «J.Y. Haberer, director del Tesoro francés, ha sido encargado de recoger de los polacos las informaciones necesarias para permitir a los acreedores juzgar el programa de recuperación de ese país. Los expertos polacos están estudiando los modelos húngaro y yugoslavo que dejan a los mecanismos del mercado un rol más importante en la vida económica que la que había sucedido hasta el presente en Polonia. Los países acreedores han tomado conocimiento de las intenciones del gobierno de Varsovia y han quedado favorablemente impresionados por la amplitud del esfuerzo que los dirigentes polacos tienen la intención de llevar adelante para reencauzar los negocios. (…) Las autoridades polacas aseguran que en los próximos años van a orientar sus inversiones hacia las actividades exportadoras, lo que implica un esfuerzo para restringir aunque sea relativamente el consumo interno” (“Le Monde», 27/2/81).

El proyecto de «reforma económica” que sería presentada al próximo Congreso del PC polaco refleja toda esta presión imperialista y la adaptación de la burocracia. El acento está puesto en la paulatina liquidación de la economía planificada. Propone «acrecentar el rol de los bancos, llamados a favorecer por su intervención la racionalización y rentabilización de las industrias (…) de plantear a cierto plazo la convertibilidad del zloty (moneda polaca)” (“Le Monde”, 13/1). Es un plan de reforzamiento de la penetración capitalista, a través del ingreso del zloty al área monetaria capitalista, que precedería al de Polonia al Fondo Monetario Internacional (como ya es el caso de Yugoslavia). El mismo “Le Monde” ‘Comenta que esta “reforma” depende “de una modificación profunda de la estructura de los precios de consumo. Las explosiones sociales de 1956, 1970, 1976 y 1980 han sido todas provocadas por medidas de aumentos de precios, y es poco probable, en el clima que se desarrolla, que una cuarta tentativa sea mejor aceptada’.’ Es por ello que el primer objetivo común del imperialismo y la burocracia es imponer una derrota a Solidaridad y un reflujo al movimiento obrero. En ocasión de la lucha por los “sábados libres”, otro vocero imperialista ( el “International Herald Tribune”, 11/1/81) señaló que «Solidaridad, y todos los obreros y campesinos polacos, deben entender hasta qué punto sus intereses son inseparables de la recuperación polaca (…) el costo anual de la deuda polaca es de 6 billones de dólares. Polonia no está en situación de aminorar su producción y de aumentar la inflación, que es lo que una semana laboral más corta va ciertamente a provocar».

La Iglesia, que representa directamente al imperialismo, a-provecha la crisis para acrecentar su rol de arbitraje, aunque unida a la burocracia en evitar un derrumbamiento del Estado y en contener al movimiento obrero. La perspectiva de restauración capitalista se va pavimentando con la creciente dependencia de la economía polaca respecto al capital financiero, y de su régimen político respecto de la Iglesia. Es justamente en la medida que considera que este proceso no está agotado, que el imperialismo se opone a una invasión de la URSS. El enemigo común de ambos es, sin embargo, la revolución política de los obreros por lo que para el imperialismo una eventual invasión sería finalmente un “mal menor” frente al triunfo de la revolución, que no sólo abatiría a la burocracia sino que cortaría de raíz los proyectos restauracionistas.

La burocracia del Kremlin presiona para que el POUP utilice los órganos represivos del Estado contra el movimiento obrero. Ha venido denunciando a “Solidaridad” como organización “antisocialista”, y ha hecho la apología del Ejército polaco como el único sector que no se dejó ganar por la “agitación”. Últimamente, una fracción pro URSS se ha manifestado abiertamente en el POUP: reunida en un “forum” en Katowice, reclamó al Estado medidas represivas contra los “elementos antisocialistas”, y criticó a su dirección por sus vacilaciones en aplicarlas. Esto revela que las posiciones del Kremlin son de crisis y retroceso: sus orientaciones por momentos, ya no se expresan directamente a través de la dirección del POUP, a la que en su momento aprobó en la búsqueda de una conciliación con la nueva dirección sindical. Como la perspectiva de superar la crisis por los propios recursos del Estado polaco (que se encuentra quebrado) es más que dudosa («The Economist” -11/4- señaló que es muy difícil que el Ejército no se quiebre por la acción de Solidaridad) el Kremlin también prepara activamente -con las maniobras del Pacto de Varsovia y la presencia de unidades del Ejército Rojo en Polonia- el dispositivo militar de la invasión.

Crisis del orden contrarrevolucionario internacional

El órgano imperialista citado más arriba manifestó una amable comprensión de los problemas provocados al Kremlin por la revolución polaca: «El dilema que tiene por delante Brezhnev es horrible (…) Si Rusia invade Polonia, quizá encuentre que ha cambiado la relativamente pasiva Europa del Este de 1945-1981, por una Europa del Este con un centro encendido en Polonia”. Es que la revolución política ha estallado en el marco de una creciente recomposición del movimiento obrero de Europa Oriental y de una tendencia a la desestabilización de los regímenes burocráticos. A principios de año, fueron señaladas huelgas de transporte en algunas ciudades húngaras. En Rumania, el último congreso del PC resolvió proceder a una reforma de la estructura de los sindicatos, medida preventiva para evitar un “contagio polaco” (los últimos dos años hubo huelgas mineras en ese país). En Yugoslavia, el régimen tuvo que reprimir una revuelta en la provincia de Kossovo, que fue cerrada para los visitantes. La agitación parece ganar a la propia URSS, donde grupos “disidentes” organizados difunden los acontecimientos polacos, y donde han sido señaladas movilizaciones en Ucrania.

Lo que el imperialismo teme, es que el orden político y militar impuesto por la URSS en Europa Oriental está siendo fisurado, no como producto de su penetración en la región —en la línea de los acuerdos de Bonn, Varsovia y Helsinski— sino por la irrupción revolucionaria de los trabajadores. En los A-cuerdos de Helsinki (1975), el imperialismo le arrancó a la burocracia la concesión de la “libre circulación de las mercancías y los capitales entre el Este y el Oeste, lo que es un arma para derribar el monopolio del comercio exterior como mecanismo de defensa de los Estados Obreros. En medio de la revolución política, en cambio, los aliados del imperialismo han llamado a respetar el contexto geopolítico” y las “alianzas internacionales” de Polonia (o sea, el Pacto de Varsovia), lo que significa que la “libre circulación” no se extiende al movimiento obrero independiente, que debe continuar aplastado por los regímenes burocráticos.

La revolución obrera en Polonia no sólo es una palanca para el desarrollo revolucionario en Europa del Este y la URSS. También es un punto de apoyo para la revolución en Europa Occidental, cuyo proletariado se encuentra maniatado por las burocracias socialdemócrata y stalinista. Recientemente, los obreros de la Fiat italiana condenaron la conducta capituladora de la dirección sindical (del PC) al grito de Danzica!” (Gdansk). El desarrollo de la revolución política plantea la liquidación de la división artificial del proletariado europeo operada con los acuerdos de Yalta (1945), en los que el imperialismo y la burocracia se dividieron Europa en áreas de influencia, colaborando para evitar el estallido de revoluciones proletarias en la inmediata postguerra.

La dirección de Solidaridad invoca el peligro de invasión rusa para plantear el “respeto de las alianzas internacionales” (punto incluido en los Acuerdos de Gdansk). El KOR la señala como el motivo por el cual el movimiento debe “autolimitarse”. ¡Cómo si una autolimitación que se impusiese el movimiento obrero para no atacar los intereses del Kremlin significara automáticamente una “autolimitación” del Kremlin para no atacar al movimiento obrero! Checoslovaquia en 1968 probó que no es la búsquedas de un statu quo con la URSS lo que va a impedir una invasión.

Ninguna revolución en la historia se ha detenido ante el peligro de una invasión exterior. Lo que está planteado para la revolución polaca es la ruptura con el Pacto de Varsovia, y la extensión de la revolución, al Este y al Oeste, como el verdadero programa de su defensa militar. Una dirección revolucionaria debe plantear desde ya este objetivo. A la convergencia del imperialismo y la burocracia, es necesario oponer la unidad de todo el proletariado de Europa Oriental y Occidental, bajo el programa de los Estados Unidos Socialistas de Europa, retomando la vieja tradición bolchevique abandonada por el stalinismo.

10/7/81

Aldo Ramírez (militante de Política Obrera)


España: Crisis de la reforma política y golpe de estado

Pedro Ibañez (célula de la TCI en Barcelona)

El intento golpista del 23 de febrero pasado, ha venido a poner de relieve la situación de extrema fragilidad que atraviesa el régimen pseudodemocrático armado por la burguesía española con la colaboración de los partidos obreros de masas, luego de la muerte de Franco en 1975. Si bien es cierto que el pacto de los franquistas reagrupados bajo las siglas de UCD con el PSOE, el PCE y los grupos nacionalistas, ha permitido a la burguesía alejar el peligro de la conformación de una situación revolucionaria que se proyectaba en los últimos años de Franco, no lo es menos el hecho de que el régimen de la reforma política, se ha demostrado incapaz de dar un curso de solución a la gravísima crisis económica y al histórico problema de las nacionalidades, en particular, a la lucha del pueblo vasco, que no ha cesado de oponerse a los planes antinacionales y represivos del Gobierno. Es en estos dos problemas, cuestión nacional y crisis económica, donde deben ser rastreadas las causas fundamentales de la actual quiebra del régimen; allí se asientan los motivos que condujeron a la salida de Suárez del Gobierno, primero, y al golpe de Estado luego, como dos aspectos apenas diferenciados de la mayúscula crisis en que se debate la burguesía y el conjunto del armazón institucional y político de la reforma del franquismo por ella ideada. Intentaremos, pues, mostrar los hechos fundamentales que desencadenarán la crisis actual y, a partir de ello, analizar las perspectivas inmediatas que se delinean en el contexto postgolpista.
La caída de Suárez
En el mes de Septiembre del año pasado y bajo el acoso de la gran patronal (CEOE), la Banca, la Iglesia y el Ejército, Suárez forma el que habría de ser su último gobierno, en el que encuentran cabida todos los sectores del conglomerado ucedista, lo que intentó ser un gabinete de “unidad ucedista” para satisfacer las pretensiones de las divergentes facciones burguesas, concluyó rápidamente en una impresionante batahola interna entre las cabezas de fila de las tendencias del pseudopartido, lo que agravó y extremó la crisis política, al caer el gobierno en un inmovilismo y empantanamiento total. La pugna tenía como ejes: a) la discusión de las Leyes de Divorcio y Autonomía Universitaria, que chocaban de frente con el enorme peso económico e ideológico de la Iglesia; b) la entrada de España en la OTAN, cuestión en la que la presión norteamericana actuaba como un revulsivo de la crisis interior; c) la política a seguir frente al agravamiento de la crisis económica y su brutal secuela de más de un 12 por ciento de desempleo, que provocaba encarnizados y no saldados combates en el gobierno, y d) finalmente, el curso a adoptar ante la lucha y resistencia vasca a los planteamientos represivos gubernamentales, como aspecto central del irresuelto problema de las nacionalidades. La salida a luz de semejante crisis burguesa, se dio en las condiciones del importante retroceso al que fue conducido el movimiento obrero por sus direcciones políticas y sindicales, que, ante el agravamiento de la crisis económica y del desempleo masivo, entraron de lleno en una política de colaboración escandalosa con la patronal y el gobierno. Así y en cifras, esta situación de paulatina paralización y desmoralización obrera, se reflejaba en la reducción del número de horas de trabajo perdidas por huelgas que pasaron de 66 millones en el primer trimestre del año, a 19 y 9 millones en el segundo y tercero, respectivamente (“El País”, 12/11/80); ello en el marco de que a partir de 1979 se viene registrando una curva de descenso constante del número de huelgas y participación de trabajadores en las mismas. Es cierto, sin embargo, que durante 1980 se produjeron importantes combates del proletariado (Olarra, Crimidesa, Duro Felguera,etc.) y del campesinado (Andalucía básicamente), en los que por primera vez desde el inicio de la “Transición política” se cuestionaba y combatía abierta y conscientemente la orientación antiobrera de las burocracias sindicales stalinista y socialdemócrata. Pero por su carácter localizado y el número reducido de trabajadores que abarcaban, estas luchas, amén del boicot burocrático a su extensión, no afectaron de manera importante el desarrollo de la crisis y las maniobras burguesas. En este cuadro, no sólo avanza el cuestiona-miento abierto de Suárez por parte de los capitalistas y que se vehiculiza desde dentro de UCD, sino que comienzan a conocerse movimientos militares en el mismo sentido, y concretamente, se hace pública la existencia de un informe militar sobre el golpe turco de septiembre de 1980, al que algunos sectores de las FFAA estudiarían como un modelo para posibilitar el desbloqueo en que se encontraba la situación política. Uno de los tantos e importantes síntomas de que algo estaba en marcha en el Ejército, fueron unas declaraciones que efectuó Felipe González (sec. gral. del PSOE), y en las que se adelantaba a proponer el programa de un hipotético gobierno de coalición de su partido con UCD, si la situación “se encaminaba a un proceso a la turca”, subrayando que por el momento no poseía «más datos para decir que este gobierno no puede seguir” («Cambio 16”, 3/11/80). Días después, un editorial del diario «El País comentaba: «Verdaderamente tarde será cuando la lástima que nos inspire el gobierno sea en realidad lástima por nosotros mismos, y cuando el empeoramiento de la situación internacional haga entrever que el apoyo exterior que cualquier militarismo a la turca necesita para hacer triunfar sus planes, y que ahora no existe, pueda venir solapada o abiertamente de la mano de naciones llamadas amigas” (23/11/80), en una directa referencia al operativo gol-pista que se gestaba y a la posibilidad de un apoyo norteamericano con el ascenso de Reagan. La profusa información y los debates públicos sobre la posibilidad de un golpe acentuaba la crisis y la parálisis de Suárez y su gobierno: pero Suárez callaba. Mientras tanto, las conversaciones patronal-gobierno-sindicatos sobre empleo y salarios se estancaba; la aprobación de la Ley de liberalización financiera disgustaba a la trenza bancaria y no terminaba de satisfacer a la burguesía industrial; la tensión militar crecía hasta límites desconocidos desde el comienzo de la reforma, como consecuencia de la “inacción” gubernamental para enfrentar la movilización vasca a la que se sumaba el irritante factor de los ataques del ETA. Al mismo tiempo, la fracción democristiana (derechista) de UCD se preparaba para pedir la dimisión de Suárez en el Congreso de UCD del mes de Enero. Suárez decreta la suspensión del Congreso sin plazos; pocos días más tarde, y sorpresivamente, Suárez dimite sin explicar causas, aunque pronunciando una frase que lo era todo: “Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España” (29/3/81). Es claro que con la dimisión, Suárez intentaba frenar los preparativos golpistas y eso se evidenció también en su propuesta de Calvo Sote-lo como sustituto, ya que éste, además de un conspicuo personaje del capital financiero y hombre colocado por encima de los distintos sectores del conglomerado ucedista, era el candidato de reemplazo que los militares y la burguesía barajaban desde hacía ya bastante tiempo (ver “5 Días” y «El País”-31/6/79). Por supuesto y en consonancia con el carácter no democrático del re-gimen, todos estos movimientos se hicieron absolutamente al margen de las Cortes (Parlamento), a las que Suárez obvió en su dimisión al igual que en la propuesta de Calvo Sotelo, haciéndolas por medio de la radio, televisión y ante el Comité Ejecutivo de UCD y el Rey. Sólo después se lo comunicó al Parlamento “soberano”. Ante la situación planteada, la actitud de los partidos obreros, lejos de exigir a Suárez las causas de su renuncia (lo cual suponía denunciar y enfrentar la conspiración gol-pista), fue la de acompañar y cubrir las maniobras de aquél, desarmando así al proletariado para cualquier intervención en la hasta entonces mayor crisis del régimen.
En esta línea, Alfonso Guerra (vicesecretario del PSOE) declaraba: “No serían convenientes unas elecciones anticipadas” (“El País”, 30/1/81), ya que, agreguemos nosotros, la sola probabilidad de un triunfo del PSOE en las mismas (y los sondeos lo anticipaban), amenazaba con provocar la intervención directa del ejército, pudiendo así producirse un choque con el proletariado, cuestión que la socialdemocracia ha venido evitando desde el comienzo de la transición para impedir cualquier situación revolucionaria. Igual posición adoptaba el PCE ante una convocatoria electoral, proponiendo en su lugar la entrada del PSOE al gobierno para “afianzar la democracia”, es decir, reforzar el dispositivo burgués de la reforma política con el concurso directo de un partido obrero en el gobierno. Así, con propuestas colaboracionistas a fondo y encubriendo las razones reales de la dimisión de Suárez, las direcciones stalinista y socialdemócrata prepararon el terreno para que el 23 de febrero, los golpistas encontraran un proletariado inmovilizado y con una confusión política enorme en relación a lo que realmente estaba ocurriendo en el país.

Las razones de la dimisión: fracaso de Suárez.

Es evidente que más allá del ropaje jurídico de la dimisión, lo de Suárez es una caída por anticipación propia, producto no del juego parlamentario sino de una ofensiva del Ejército, la Banca y la Iglesia. Su caída es consecuencia del fracaso de su política para dar respuesta a la crisis económica y a la cuestión de las nacionalidades, fundamentalmente, lo que se evidenciaba en la falencia del régimen para estructurar un cuadro político estable sobre la base de una evolución económica favorable. Superada la amenaza que supuso el proletariado movilizado hasta 1977, la burguesía necesitaba y exigía ir más a fondo en los ataques al movimiento de masas, para poder superar su crisis. La política que Suárez llevó adelante, con más o menos variaciones, consistía en los acuerdos con el PSOE básicamente, y con el PCL en menor medida, al mismo tiempo que consensuaba con las formaciones nacionalistas burguesas; esta política se hundía a pasos acelerados, bajo el peso de un proyecto de “Estado de las Autonomías”, inviable en su origen y de una política económica vacilante y de corto alcance frente a la vasta crisis española.

La cuestión nacional ha constituido uno de los factores centrales de la crisis históricas en España, ya que la unidad del país no se consumó de forma democrática sino sobre la base de la incorporación traumática de las nacionalidades vasca y catalana al Estado monárquico-centralista castellano, lo cual produce cíclicamente la aparición de poderosas tendencias centrífugas en cuanto se presenta un ascenso de masas en el país: así en la década del 30 y luego con la crisis del franquismo.

Con el inicio de la reforma, la burguesía se dispone a hacer frente a la lucha de las nacionalidades, negociando con las burguesías vasca y catalana (al igual que bajo la II República) Estatutos de Autonomía que en el marco de un programa “autonomista” que englobaba al conjunto de las regiones y provincias, difuminaba el reclamo de autodeterminación nacional de vascos y catalanes. De otro punto de vista, este Estado de Autonomías era una maniobra demagógica de la burguesía tendiente a obtener un porcentaje electoral importante, que le permitiera a UCD hacer pie en las nacionalidades y la posibilidad de triunfar (como ocurrió en 1977) en las regiones atrasadas como Andalucía, a las que se prometía «autonomía” como “paso previo” a la solución de su problema agrario. La evolución del proceso político, sancionó a la demagogia burguesa y puso en crisis este plan, dando lugar al crecimiento del nacionalismo radical de ETA y Herri Batasuna (coalición electoral que expresa políticamente a ETA) , por un lado, y a la proliferación de pedidos autonómicos de regiones y provincias, por el otro, acabando en un inmovilismo brutal del gobierno y de los partidos obreros y burgueses, y de allí, a un recrudecimiento de la represión en el País Vasco como única solución. Lejos de liquidar los combates vascos, la represión inclinó más y más a las masas hacia Herri Batasuna, y al Ejército a reclamar algún tipo de intervención militar como única vía para derrotar al pueblo vasco. La situación en el País vasco, la negativa gubernamental a traspasar competencias de gobierno a la autonomía catalana y las interminables negociaciones para que el resto de regiones accedan a la autonomía, carcomieron el precario equilibrio de la política de Suárez, pues las formaciones nacionalistas burguesas presionaban fuertemente para no desprestigiarse ante las masas y los partidos obreros se hundían aceleradamente, consecuencia de su política antinacional y de su estrecha colaboración con el gobierno. Un viraje se imponía; comienza entonces la ofensiva burguesa y militar contra Suárez para abrir paso a un replanteamiento derechista de la mal llamada política “autonómica”. A la misma conclusión conducía a la burguesía el tratamiento gubernamental de la crisis económica. El agravamiento de la coyuntura económica internacional golpea a las puertas de la ya maltrecha economía española, con más fuerza que en el resto de los países europeos. La continua caída de la producción industrial se profundizó a lo largo de 1980, expresándose en Una expansión real de la misma de un 0,6%apenas, elevándose la cifra oficial (es decir no real) de desempleo a un 12,6% lo que significa unos 2 millones de trabajadores en paro sobre una población activa de alrededor de 12 millones. Esto significa a todas luces, un impulso de la crisis por la disminución del consumo interno que sumado a las medidas proteccionistas en el plano internacional, da como resultado la situación industrial que señalábamos. La caída de las exportaciones españolas tiene como contrapartida un aumento de las importaciones que conforman un cuadro negativo de la balanza de pagos que, a fines de 1980, se cierra con un incremento del déficit de 758 millones de dólares respecto a 1979. Por otra parte, la restrictiva política crediticia inaugurada con los Pactos de la Moncloa en 1977 se mantiene y profundiza en 1980, aumentando las quiebras y cierres de empresa como así también las exigencias de la CEOE (confederación industrial) de una revisión de esta política, a lo que el gobierno se niega a acceder con el argumento de la lucha contra la inflación, que de todas formas sigue estando por encima de la media de la OCDE (en 2.6 puntos) y de la Comunidad Económica Europea (en 3,4 puntos). Para agravar el cuadro, el gobierno toma tímidas medidas dirigidas a una apertura a la Banca extranjera que es contestada inmediatamente por la trenza financiera nacida al amparo del régimen franquista, que no quiere saber de nada que disminuya su cuota en el mercado nacional. Las negociaciones para la entrada al Mercado Común se encontraban y encuentran en una impasse enorme, como producto del rechazo de los países integrantes a abrirse a España si ésta no accede a las condiciones de reducir inmediatamente la política arancelaria y proteccionista, así como a una readecuación de la agricultura española que no ponga en peligro a las de Italia y Francia. En este contexto, las diferencias de los distintos sectores burgueses se avivan, agrietando las perspectivas iniciales del proyecto económico de la reforma política”; incluso el único punto en el cual todos coinciden, que es el de descargar la crisis sobre los trabajadores, no basta sino como cuestión de partidos para impulsar políticas económicas que son diferentes para cada sector. Lejos de tomar decisiones claras y orientadas en un sentido determinado, Suárez, como un aspecto más de su política general de acuerdos dirigidos a mantener el equilibrio inestable sobre el que se sustentaba, oscilaba permanentemente lo que motivó la pérdida de apoyo de todos los sectores aún cuando no se encuentren de acuerdo entre ellos sobre el curso a seguir.
El golpe de Estado.

La renuncia de Suárez, no sólo no logra paralizar a los golpistas, sino que acelera sus preparativos, pues ante aquella aumenta el temor de los militares comprometidos y del conjunto de los mandos, ante la incertidumbre que suponía el ascenso de Calvo Sotelo sostenido por los únicos votos de su partido y con un programa y un gabinete que poco diferiría del anterior, excepto en la dureza verbal de las primeras exposiciones del candidato. Era evidente para todo el mundo que el programa de Calvo Sotelo si bien contenía algunas innovaciones en la línea de los reclamos de la burguesía y del Ejército, estaba falto de toda base social y política, lo cual tornaba a su futuro gobierno en algo débil y sin perspectivas quedando así planteado el problema de que su inviabilidad abriera camino a unas elecciones anticipadas que pudieran dar el triunfo al PSOE, ante la disgregación de UCD y la carencia, por tanto, de un partido burgués capaz de enfrentar a aquel. En este sentido, Fraga Iribarne (ex ministro e importante personaje del franquismo, actual líder de Coalición Democrática) declaraba: «No podemos seguir con un gobierno en minoría (…) sino que hace falta unir como en Francia o en Portugal, a la mayoría natural del Parlamento” («El País”, 1/2/81); esto es, marchar a un gobierno de coalición burgués UCD-CD, que es la línea que viene propugnando Fraga desde el comienzo de la reforma. El rechazo ucedista a esto (índice de la división burguesa), por un lado, y las movilizaciones de masas en el País Vasco a mediados de febrero, a raíz de la muerte bajo torturas policiales de un militante de ETA por el otro, son los dos factores inmediatos que precipitan el golpe del 23 de febrero. Este constituye un intento de superar la tremenda crisis de orientación burguesa, que se demostraba incapaz de armar una salida real a los gravísimos problemas que la situación planteaba; pero, y como no podía ser de otra manera, la división de la burguesía se reflejó de manera particular en las FFAA y allí está la causa del fracaso de la intentona de Tejero, Armada y Milans del Bosch. ¿Qué sucedió? Como se supo después, había en realidad por los menos tres golpes en marcha, lo cual denota con claridad el estado de debate en las filas militares y la dominante tendencia golpista del mismo. Pero mientras unos (Tejero, Milans del Bosch) buscaban la liquidación lisa y llana del proceso de «reforma” y una vuelta a la dictadura militar, otros como el General Armada y un colectivo militar denominado «Almendros”, apuntaban, al parecer, a la formación de un gobierno «fuerte”, de coalición de los partidos y con un militar como presidente, para «reencauzar” la cuestión autonómica y económica. La renuncia de Suárez, si bien impulsó a todos los sectores a una coincidencia apresurada, no resolvió sus diferencias sino que por el contrario las extremó, como se vio en las horas decisivas del golpe, en las que cada sector se movió guiado por su proyecto originario. La taita de una alternativa programática de los golpistas, su división y la confusión general del Ejército son los motivos políticos de su fracaso. Más allá de los bandos rituales y las proclamas resabidas, no había en ningún sector golpista una plataforma precisa sobre los grandes problemas en que se debatía la burguesía. La inmediata condena contra los golpistas de la CEOE y la Banca, así como su posterior participación al frente de las movilizaciones de apoyo al Rey y la Constitución convocadas por los partidos obraros, UCD y CD, hablan a las claras sobre la posición de los capitalistas frente a este golpe. Pero no menos significativo resulta el silencio de la Iglesia hasta después de abortado el intento, así como la demora de los mandos regionales del Ejército en pronunciarse, lo que motivó que el mensaje del Rey demorase 7 horas en llegar a la población. Las informaciones posteriores en relación a la participación de algún Banco importante y otros menores en la financiación de los golpistas, no dejan dudas tampoco, junto con lo anterior, al hecho de que los golpistas no se movían en el vacío sino sobre una base material y política burguesa, cierto que minoritaria. Juan Carlos, que conocía los movimientos hacia el golpe al igual que la burguesía y el Gobierno, no intervino sino para garantizar la preservación de la unidad militar, a la que el accionar golpista marginal y la confusión que se produjo ante la intentona, ponía en cuestión al posibilitar la movilización de masas que hiciera estallar la crisis interna, abriendo una situación caótica y peligrosa para la burguesía. Desde este punto de vista, la postura de freno y de llamados a la desmovilización, lanzado por los partidos y los sindicatos obreros, stalinista y socialdemócrata, además de los nacionalistas burgueses en Cataluña y País Vasco, apuntaban en el mismo sentido que las gestiones reales: impedir la intervención del proletariado en la crisis abierta, para evitar una posible quiebra de la institución garante «de la unidad de España”. El rol del PSOE y del PCE, así como de UGT y de CCOO (sindicatos dirigidos por la socialdemocracia y el stalinismo), llamando a confiar en las «instituciones democráticas” y en el papel «salvador” del Rey, configuran una traición histórica a la clase obrera española, ya que de esa manera permitieron la resolución de la crisis por arriba, en las negociaciones del Rey y el Estado Mayor, dejando a los trabajadores en una situación de desmoralización, temor y pasividad que ha permitido a la burguesía profundizar el retroceso obrero y la derechización de la situación política.
La posición adoptada por las CCOO de Cataluña y saludada por todos los grupos izquierdistas como la LCR (pablista) y el Movimiento Comunista (centristas ex maoístas), de convocar a un paro general de 48 horas al margen de las directivas de no hacer nada de la dirección nacional del sindicato, no constituyó ni en las palabras ni en los hechos una actitud de combate y resistencia antigolpista. En primer lugar, se llamó a parar “en defensa del orden constitucional” y “de todas las instituciones democráticas y de los poderes legalmente constituidos” (incluida la Monarquía, claro está), cuidándose bien de no atacar al Ejército, lo que revela una actitud de subordinación al Estado burgués que blanquea el rol antiobrero que juegan las llamadas instituciones democráticas, al mismo tiempo que limita cualquier movilización a la defensa de aquellas cortándole toda proyección revolucionaria de ataque al Estado y al Ejército. Además, y en la práctica, la burocracia lejos de garantizar la realización de la medida de huelga, dejó en muchísimos lugares de trabajo que “los trabajadores resuelvan democráticamente”, es decir, boicoteaba sus propias resoluciones; y en cuanto se visualizó el fracaso del golpe, ordenó el levantamiento del paro, inmeditamente. Más lamentable y derrotista resultó la posición adoptada por los dirigentes de Herri Batasuna en el País Vasco, que, en nombre de “no sacar la gente a la calle para que la masacraran en defensa del régimen»(El País, 25/2/81), desaparecieron para ponerse a buen recaudo cruzando la frontera francesa por si el golpe triunfaba. Esto deja absolutamente claro, la desconfianza absoluta en las masas de la pequeña burguesía nacionalista, que aunque no dudan en predicar el carácter ultrarrevolucionario del foquismo etarra, desprecian la lucha de masas y la unidad del proletariado español, para en definitiva apostar a una política de “solución de la cuestión vasca en el marco del Capitalismo y del Estado Español” (El Periódico, Nov. 1978, Francisco Letamendía, dirigente de Herri Batasuna). Finalmente, y aunque no tenga la relevancia de las posiciones mencionadas hasta aquí, no se puede dejar de señalar la actitud de la LCR (sección del SU en España) que el 24 de febrero firmaba junto a la burguesía nacionalista catalana, la UCD, los partidos obreros y otros grupos menores, una declaración en defensa de las instituciones democráticas”, que no es sino una prueba más del deslizamiento del pseudotrotskismo al campo de la burguesía. El pablismo, como ampliamente lo ha demostrado en todo el proceso de “reforma”, se suma así al coro de los defensores del Estado burgués ayudando a confundir y desorientar al proletariado. Y mientras los pablistas mostraban la coherencia de sus planteos una vez más los lambertistas del POSI consumaban uno de los virajes más profundos en su política española Después de cinco años de expandir la idea de que en España no existe la democracia sino el franquismo sin solución de continuidad, en una declaración de 24/2/81 convocaban “a todas las organizaciones (…) de la clase obrera y las que se reclaman de la democracia a… defender la democracia” (subrayado nuestro). En lugar de agitar y organizar el frente único de la clase en defensa de las libertades y las organizaciones obreras como único eje real de oposición al golpismo, el sectarismo infernal de cinco años se convierte en la defensa del sistema democrático-parlamentario de dominación burguesa, es decir, un pasaje al campo del enemigo de clase, con el agravante que para el POSI este régimen no existía hasta el 22/2.

Continuidad de la Crisis

Si bien el golpe de Estado no ha logrado imponerse, ha servido para operar un importante desbloqueo de la impasse en que se encontraba la crisis política burguesa bajo Suárez y agudizada con su dimisión. Esto ha sido posible porque la falta de respuesta del proletariado, extremada con la traición de sus direcciones, le permitió a la burguesía resolver el golpe por arriba, resultando así una derechización de la situación, que aquella trata de aprovechar para profundizar sus ataques y rearmar su dividido frente interno. La convocatoria del Rey a los partidos a los dos días del golpe, expresa claramente lo señalado, pues mientras agita el peligro de que él no podría controlar una nueva intentona, conmina a aquellos en las siguientes términos: “Sería muy poco aconsejable una abierta y dura reacción de las fuerzas políticas contra los que cometieron los actos de subversión en las últimas horas, pero aún resultaría más contraproducente dicha reacción con carácter de generalidad a las FFAA y a las de seguridad” (El País, 25/2/81). Esto, además de confirmar la actitud del monarca en defensa de la unidad militar de la cual él es cabeza, constituye una amenaza abierta a los partidos obreros buscando presionarles para que profundizasen su línea de colaboración con el régimen, como efectivamente lo hicieron posteriormente. La reacción inmediata del PSOE pidiendo su entrada al gobierno con UCD, es una prueba importante de que los plazos de la reforma como método de dominación se agotan y el rechazo de UCD al reclamo socialdemócrata indica el veto que los militares han impuesto a una coalición social-franquista.

Otro síntoma que revela el carácter  de la situación y las poderosas tendencias golpistas en el Ejército, lo da el informe de Santiago Carrillo al Comité Central del PCE: “Decíamos (…) que estábamos en el punto más bajo de un proceso de cambio democrático y me parece que lo sucedido en estos dos meses largos lo confirma” (Mundo Obrero, 8/5/81). La propuesta del PCE de apoyar la entrada del PSOE al gobierno de UCD, expresa también la utópica idea de que por ese camino se logre frenar un nuevo golpe de Estado. Ahora bien, la formación del gobierno Calvo Sotelo, aunque en condiciones distintas a las que hubiera supuesto su acceso antes del 23 de febrero, no resuelve la crisis burguesa. Porque lo que el golpe ha venido a poner de relieve es la inexistencia de una gran fuerza burguesa unificada, capaz de mantenerse en el poder y derrotar al PSOE en las próximas elecciones. Este gobierno no es más que una salida de crisis, y constituye un gobierno de interregno y débil que se mantiene por la colaboración de los partidos obreros en un grado muy superior que con Suárez y sometido a una presión enorme del poder militar, sin cuyo permiso no toma resoluciones. Desde el vamos, Calvo Sotelo se orientó, con el apoyo directo del PSOE y semiencubierto del PCE, a propiciar una seguidilla de leyes y medidas institucionalizadoras del ya existente dominio militar: Ley de regulación del Estado de Sitio, Ley de “defensa” de la democracia, de “armonización” de las autonomías, intervención aún restringida del Ejército en el País Vasco, etc., las cuales significan pasos decisivos hacia la militarización y que atacan las desvalorizadas y formales libertades democráticas y nacionales. Estas se insertan en la búsqueda de un cuadro de base para la formación de un gobierno de amplia coalición burguesa en la línea que desde siempre viene impulsando Fraga Iribarne, quien impulsa “la formación de un gobierno de emergencia con plenos poderes para hacer frente en un año a los desafíos urgentes del terrorismo separatista, de la crisis económica y del desempleo” (El País, 17/5/81). Sus objetivos son la ¿legalización de Herri Batasu. na en el País Vasco y el “congelamiento” de la legalidad de los grupos menores de izquierda, la intervención militar abierta en el País Vasco, la entrada de España en la OTAN, que junto con una reforma ultrarreaccionaria de la ley electoral, “de sentido a una consulta a las urnas con resultados convincentes” (ídem) esto es, posibilite la derrota del PSOE Estas ideas han encontrado eco en la burguesía y sobre todo en la UCD (donde Fraga cuenta con simpatizantes desde hace tiempo), que por boca del líder del ala democristiana, Oscar Alzaga así lo expresa: “La actual situación política exige un gran gobierno nacional o al menos la modificación de la ley electoral de modo que se pongan las bases para ampliar el espectro de una futura coalición, que incluya a los diputados de Coalición Democrática” (El país, 26/5/ 81).
Afirmando que si se quiere evitar una salida golpista, hay que marchar en esta línea, Fraga señala: “Si las cosas siguen como hasta ahora, no nos sorprendería un triunfo del socialismo o un golpe de Estado o ambas cosas a la vez” (El País, 7/6/81). Aunque este proyecto de “gran derecha” como ha venido a llamarse, es la nota dominante en las actuales discusiones interburguesas, las corrientes favorables a una salida golpista no cejan de batallar por ella. El asalto al Banco Central de Barcelona el 21 de mayo pasado por parte de un grupo que reclamaba la libertad de Tejero y demás golpistas, amén de la continua campaña de Fuerza Nueva (organización fascista) propiciando la intervención militar, supuso un importante hecho en el planificado accionar de estas fuerzas que amparadas en la impunidad absoluta buscan crear una situación de confusión, temor y desesperación que influyendo en el ánimo militar arrastre a la burguesía y al Ejército al golpe. Que no se trata de fuerzas «aisladas” lo dicen las declaraciones del presidente del Banco Español de Crédito, Gonzalo Aguirre: «Puede llegar el momento en que tengamos que hacer una cruzada nacional en que todos prescindamos de muchas de nuestras cosas que quisiéramos defender y nos dedicáramos a sacar adelante a España” (El País, 21/4/81), para agregar que por el momento, «hay que apoyar al actual presidente” (idem). Igualmente, un destacado dirigente patronal, ex senador por designación real, Luis Olarra señalaba «O somos capaces de hacer el pacto social que necesita urgentemente el país o al final alguien tendrá que imponerlo,-(…) si no lo hacen los políticos lo tendrán que hacer otros” (idem). La reciente firma del pacto social por parte del gobierno patronal y sindicatos, que sanciona una drástica reducción del salario y de las condiciones de trabajo, así como un seguro aumento del desempleo indica hasta qué punto el amenazante golpismo se hace presente, pues luego de dos años de interminables discusiones las burocracias han accedido a aceptar los brutales planteamientos patronales. Es evidente, sin embargo, que las intenciones de la burguesía se encauzan en la conformación de la «gran derecha”, pero de caer en una nueva y prolongada impasse las negociaciones en esta línea, no cabe duda qúe el golpismo se convertirá en una amenaza directa. Cualquiera sean los plazos y ritmo, así como los resultados del actual debate burgués, la perspectiva para el proletariado y las masas es de un ataque feroz a su nivel de vida y a las libertades políticas, sindicales y de las nacionalidades. Se trata hoy, de estructurar la lucha contra el pacto social, los ataques a las nacionalidades, por las libertades y en contra del gobierno de Calvo Sotelo que prepara nuevos golpes antiobreros y se esfuerza en el encubrimiento de los golpistas, preparando el camino para la absolución y liberación de Tejero y sus secuaces. Sólo la movilización podrá imponer el castigo de los golpistas e impedir el accionar de las bandas de Fuerza Nueva. Pero el avance y logro de estos objetivos no podrá ser conseguido al margen de una recomposición de abajo arriba de los sindicatos, hoy inmovilizados por la política de la burocracia; es a partir de su revitalización que será posible emprender la lucha, lo cual exige la expulsión de las burocracias stalinista y socialdemócrata y la construcción de una dirección revolucionaria del proletariado español. La intervención de los trotskistas revolucionarios se orienta en ese sentido, como un aspecto decisivo de la construcción del partido revolucionario en España.

Junio 1981


El debate sobre la democracia en Brasil

Pablo Rieznik Mario dos Santos

 

Introducción
La cuestión de la democracia ocupa en el momento presente un primer plano en el panorama político brasileño. Su actualidad está determinada por la crisis del régimen militar vigente desde 1964 y por la recuperación del movimiento obrero. El país atraviesa un período de transición política y se plantea, por lo tanto, la dirección y las perspectivas que marcan la dinámica de la actual etapa. Las formulaciones en pro de la democracia, como meta del proceso político en curso, aparece -con matices y características propias— no sólo en los partidos de la oposición burguesa al gobierno militar sino también en el PT. Los ideólogos de este último provienen del viejo MDB (dividido luego de la reformulación partidaria regimentada por el gobierno en el último año) y son los autores de los documentos programáticos del partido dirigido por Lula, máximo dirigente obrero del país. Esta corriente que podríamos denominar de un modo genérico como “democratizante», detenta el dominio del pensamiento político del país y prima en la orientación que sigue la abundante mayoría de las corrientes que se reclaman del movimiento obrero y de los explotados brasileños, todas ellas ancladas en la izquierda pemedebista o en el propio PT. El camino de la democracia y del “Estado de derecho”, que se presenta como el terreno propio para el desarrollo de la sociedad en beneficio de los oprimidos en el próximo período histórico, informa, por lo tanto, la práctica política de las direcciones de la izquierda brasileña y su conducta frente a los propios planes de “aperturismo político”.
Existen dos planos en los cuales estos planteamientos deben ser considerados. El primero, referido a si la oposición combate realmente por lo que propugna, esto es, la democracia política. El segundo plano tiene que ver con el contenido de clase y con la perspectiva histórica de la democracia, en el cuadro del imperialismo y en las condiciones de un país atrasado y oprimido como Brasil.
Los ideólogos de la democracia procuran hacer pasar sus propuestas en nombre de los intereses de la clase obrera y de los explotados y-frecuentemente- como resultado de la renovación y actualización del pensamiento marxista. Por esto mismo, la construcción del partido y el programa revolucionarios en el Brasil reclama una delimitación clara de esta corriente democratizante, que es ajena al proletariado y a la doctrina que guía el combate por su emancipación, el marxismo. Tal delimitación implica tanto la crítica política e ideológica a sus planteos como la confrontación práctica, en el propio movimiento obrero y de masas, con las líneas de intervención que de aquellos se derivan. Por eso, no se trata apenas de combatir una serie de argumentos sino de caracterizar el origen y la función que cumple la corriente democratizante en el actual período que atraviesa el país. En este trabajo tomaremos como referencia los trabajos de los representantes de la izquierda del PMDB, el sociólogo Fernando Henrique Cardoso y Carlos Nelson Coutinho -“euro-comunista”, dirigente del PCB- como también una serie de documentos programáticos del PT.
La democracia como valor universal
Una de las primeras características de las formulaciones en boga sobre la cuestión de la democracia es aquella que pretende definirla como una categoría atemporal, como un régimen político eterno que no tiene una connotación específica de clase. La “democracia como valor universal” es, justamente, el título de un libro reciente del citado Carlos Nelson Coutinho, y la definición fue tomada de Berlinguer, secretario del PC italiano, según el cual la democracia es hoy “no apenas el terreno en el cual el adversario de clase es obligado a retroceder, sino también el valor históricamente universal sobre el cual fundar una original sociedad socialista”. Tal la fórmula que Coutinho pretende fundamentar en la tradición del propio marxismo. En ese intento, Coutinho no hace otra cosa que convertir al marxismo en una metafísica liberal. Ya la empresa de intentar descubrir “valores universales” en las relaciones sociales y políticas humanas nos indica el despropósito teórico de un autor que se pretende marxista. El marxismo es, precisamente lo contrario, porque parte del punto de vista opuesto: las relaciones sociales y su representación en el plano del pensamiento están caracterizadas, por sobre todas las cosas, por su esencia histórica y transitoria: “todo lo que existe merece perecer” tal es el principio de la dialéctica hegeliana retomada por Marx y Engels. La democracia como ideal que representa y formaliza una relación política determinada entre los hombres, en un momento histórico de su desarrollo, carece de todo valor universal: “Los hombres, al establecer las relaciones sociales, de acuerdo con el desarrollo de su producción material, crean también los principios, las ideas y las categorías, conforme a sus relaciones sociales. Por lo tanto, esas ideas, esas categorías, son tan poco eternas como las relaciones a las cuales sirven de expresión: son productos históricos y transitorios. Existe un movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, de destrucción de las relaciones sociales, de formación de ideas; lo único inmutable es la abstracción del movimiento: mors inmortalis” (subrayados del autor; Marx en «Miseria de la Filosofía”).
Nuestro autor “eurocomunista” afirma que es innegable que la democracia encuentra en el surgimiento de la sociedad burguesa las “condiciones históricas de su génesis”, pero, continúa, «es igualmente verdad que, para el materialismo histórico, no existe identidad entre génesis y validez…: ni objetivamente, con el desaparecimiento de la sociedad burguesa que les sirvió de génesis, ni subjetivamente, para las fuerzas enfrentadas en este desaparecimiento, pierden su valor universal muchas de las objetivaciones o formas de relacionamiento social que componen el andamiaje institucional de la democracia política… valor universal en la medida en que contribuyeron y continúan contribuyendo, para explicitar las componentes esenciales contenidas en el ser genérico del hombre social, en la medida en que son capaces de promover sea explicitación en formaciones económico-sociales diferentes, o sea, tanto en el capitalismo como en el socialismo”.
Así, la democracia tendría un origen terreno, la sociedad capitalista, pero se elevaría a las cumbres estelares de la «universalidad” para encontrarse con el “ser genérico” de “hombre social” y acompañarlo hasta el fin de sus días como uno de sus componentes “esenciales”. Se trata de una construcción puramente ideal pero cuyo origen es tan material como el oportunismo político del autor. Coutinho no se refiere aquí a la democracia como definición genérica de la vida social sino a la democracia como régimen político y su respectivo “andamiaje institucional”. Todo el largo discurso sobre el valor universal de la democracia tiene el objetivo de embellecer el parlamentarismo como la forma precisamente “universal” a través de la cual se procesaría la transformación social. El largo discurso de su ensayo (que se detiene para considerar filosóficamente si el concepto de “valor” puede escapar a la determinación kantiana de la “cosa en sí» para ubicarse en una “ontología” (?) marxista) no dedica media letra al «valor” de la dictadura del proletariado o del soviet, que no sabemos por qué no podrían continuar a “explicitar el ser genérico del hombre social” según la terminología del autor. Es que la preocupación pseudo teórica está enteramente dirigida a hacer pasar por marxismo las vulgaridades burguesas más triviales sobre la esencia universal del parlamento y su valor insustituible para imponer la “progresiva hegemonía de las clases trabajadoras en la vida política”. Cuando el autor presiente que lo que afirma no tiene nada que ver con la doctrina revolucionaria de la clase obrera, nos remite a una nota de pie de página en la cual se afirma: “la posibilidad de que el parlamento desempeñe esas nuevas funciones, evidentemente, no podía ser prevista en el tiempo de Lenin”. Pero ¿por qué las potencialidades “universales” del parlamento “evidentemente” (sic) no podían ser previstas en el tiempo de Lenin? Cuando sabemos que la relación entre el parlamentarismo y la clase obrera fue uno de los temas más debatidos en la época de Lenin, no podemos menos que concluir que el autor “eurocomunista” une a su oportunismo político, una orgánica deshonestidad intelectual.
El planteamiento de la democracia como “valor universal” tiene el objetivo de montar un esquema teórico destinado a anular el “valor” de la revolución proletaria como instrumento necesario de la transformación radical de la sociedad. El socialismo entonces se realizaría “mediante la creación de una democracia de masas que invierte progresivamente (!) la tendencia a la burocratización y a la alienación del poder (estatal)”. En esta concepción, el Estado ha dejado de ser un órgano de dominación de clase para convertirse en un terreno neutro que comportaría tanto la democracia capitalista como la socialista “progresivamente instituida”. Ya no se trata de destruir el Estado burgués, de acuerdo al planteamiento acabado de Marx luego de la experiencia de la Comuna de París, sino de “eliminar el dominio burgués sobre el Estado, para que las instituciones políticas democráticas puedan alcanzar pleno florecimiento y, así, servir integralmente a la liberación de la humanidad trabajadora”. De acuerdo a esto, el Parlamento, el Ejército, la Justicia burguesa, no son el propio Estado burgués sino instituciones que no pueden florecer porque están “dominadas” por la burguesía. El Estado y el dominio burgués aparecen como algo externo a sus propias determinaciones concretas, se convierten en una entelequia, en una abstracción idéntica a las instituciones democráticas consideradas como valores universales. En la mecánica del pensamiento especulativo la realidad ha desaparecido.
No se trata aquí de “demostrar” que los teóricos eurocomunistas se oponen radicalmente al postulado de la dictadura del proletariado y la revolución, pues lo dicen explícitamente pero importa indicar que esto significa la ruptura total con el marxismo en cuyo nombre se pretendía hablar.
La absoluta inconsistencia de todo el llamado discurso “eurocomunista” es un reflejo de que no constituye una nueva tendencia del movimiento obrero mundial sino una expresión empírica de las crisis del aparato stalinista, internacional. La aparición de un sector disidente de la democracia de Moscú, dispuesto a doblegarse en mayor medida que ésta frente al imperialismo (recordemos que entre los valores “universales” descubiertos por el eurocomunismo se encuentran también cosas más prosaicas que la democracia, tales como la NATO); esta disidencia se corresponde con el desarrollo de una corriente similar en la propia jerarquía rusa. Se trata de una lucha interna al aparato, y de ahí las volteretas de los propios eurocomunistas frente a los acontecimientos (Afganistán, Polonia, etc.), que no responden a ningún principio o teoría novedosa.
El recurso de la verborragia “democrática” debe entenderse no como un redescubrimiento teórico o de actualización del marxismo sino como una tentativa de ampliar su capacidad de maniobra frente a las masas, presentando como ruptura con el «totalitarismo stalinista”, lo que no es más que una recolección de formulaciones burguesas de fachada liberal.
¿Más allá de la democracia?
El planteamiento sobre la universalidad de la democracia es, con diversos matices, patrimonio común de la izquierda “democratizante”. No es otra cosa que un planteo contrarrevolucionario en el sentido estricto del término, ya que se trata del rechazo orgánico a la revolución a través de la mistificación del Estado burgués. Así como el teórico eurocomunista que acabamos de ver, los ideólogos de la izquierda pemedebista, o del PT, indican también la necesidad de “controlar” el Estado, de “asegurar en la participación política” de los trabajadores, etc…. El Estado burgués como tal, aún en su variante más democrática como organismo de explotación, como máquina de opresión que debe ser destruida, es una idea extraña para quienes consideran a la dictadura del proletariado como una reliquia de pasado o como un paso en falso de Marx, que ni siquiera debe ser considerado y, por esto, jamás es discutido explícitamente. Sobre el Estado de Derecho, la representación, la participación, el consenso social y todas las categorías de la sociología burguesa corren, en cambio, ríos de tinta.
Fernando Henrique Cardoso, (libro “Democracia ya”) renombrado intelectual y líder ideológico de la corriente de izquierda del PMDB, no alineada con el stalinismo, retoma el planteo de la democracia, batiendo la misma tecla que e1 eurocomunista Coutinho: “Existen valores universales que resguardan la libertad, la intangibilidad de los derechos humanos, el orden jurídico”. De la misma manera, tratará de presentar su versión de la democracia como una superación del viejo esquema liberal. Lo que ahora se propone es una “nueva” democracia, una democracia “social” o “sustantiva”: “democracia no es apenas la forma de organizar el Estado…, democracia es un proceso que va a la raíz de las relaciones sociales”(pág. 21). Se trataría, entonces de una formulación novedosa, que iría más allá del liberalismo clásico. Esta forma de presentar la cuestión, de “vender” a la democracia como un producto novedoso, de descubrir sus potencialidades es una forma de ocultar que, al revés, el democratismo que ahora se pregona es pre-rousseanismo, o mejor dicho, representa un punto de vista reaccionario frente a los planteos del revolucionarismo burgués de dos siglos atrás. Tomemos a Cardoso en este caso, porque tiene la virtud de explicitar esta concepción cuando afirma que “el democratismo radical de Rousseau, uno de los clásicos del pensamiento democrático, lo llevó a rechazar la idea de representación (de diputados, de Cámaras, etc.), para él sólo la expresión directa e individual sería capaz de dar legitimidad al orden público… Paradojalmente, el democratismo radical de un Rousseau, inspiró históricamente momentos políticos que podrían ser clasificados como ‘democracias totalitarias. La forma pleibiscitaria, el rechazo de la representación, la desconfianza de los partidos, llevarían a la búsqueda de consensos que pueden aplastar la opinión organizada y restringir la libertad”, (pag. 33).
El rechazo de Cardoso hacia Rousseau se explica por el repudio visceral de este último al parlamentarismo y la democracia representativa: ‘‘el pueblo inglés piensa ser libre —decía— pero se engaña totalmente; no lo es sino durante la elección de los miembros del parlamento; después que estos son elegidos es esclavo, no es nada… La soberanía no puede ser representada…, consiste esencialmente en la voluntad general y la voluntad no se representa, es ella misma o es otra cosa: no hay término medio”. Mientras que Rousseau se preocupó con el tamaño óptimo del Estado en el cual la voluntad general pudiera expresarse sin mediaciones o intermediaciones, la historia resolvió a su modo la superación de la representación política manipulada del parlamentarismo burgués: fueron los consejos obreros, los soviets, los organismos nuevos de la democracia directa que Rousseau propugnaba. Los bolcheviques se reivindicaron entonces como los jacobinos del siglo XX; por la misma razón los demócratas como Cardoso deben defender su “nueva” democracia en oposición al “democratismo radical” de quienes representaron desde un punto de vista revolucionario el ascenso de la sociedad burguesa.
En realidad la “nueva” democracia que proponen los hombres como Cardoso no es otra cosa que una adaptación a las tendencias corporativas de la evolución del propio capitalismo. El monopolio y los trusts, nuevos personajes del capitalismo, implican la tendencia a la supresión de la libertad en todos los niveles. El fascismo lleva a las últimas consecuencias estas tendencias, buscando la atomización del proletariado y sus organizaciones y la disciplina militar sobre toda la sociedad, utilizando a la pequeño burguesía como fuerza de choque. La democracia de “ciudadanos” es aplastada por la centralización y concentración del capital y por la tendencia de los explotados a organizarse, a actuar como una fuerza social, no como una masa de individuos, que para emanciparse precisan expropiar colectivamente al capital y destruir su Estado.
La “superación” de la democracia liberal que Cardoso plantea toma en cuenta esta realidad, no para superar el régimen burgués anacrónico sino para superar, en el cuadro del propio régimen burgués, la inviabilidad de la democracia clásica. La “nueva” democracia propuesta es una democracia mutilada, adaptada a las tendencias corporativistas: “si en las economías competitivas, el liberalismo político parecía viable… en las economías oligopólicas, fuertemente estatizadas, la centralización tornó más visible la desproporción objetiva entre los que controlan las informaciones, el saber, las empresas, el mercado de trabajo, etc., y la masa de la sociedad que no dispone de los mismos recursos. Para quien no es ingenuo la propuesta de la cuestión de la democracia debe partir de estas consideraciones”. En la misma medida en que la centralización de la propiedad lleva al paroxismo la contradicción esencial entre el carácter privado de la apropiación y el carácter social de la producción, creando la base para la expropiación del capital y la liquidación del Estado burgués; en la misma medida el ideólogo pemedebista retrocede para reinventar la democracia que, sin tocar la propiedad capitalista, se adapte a las nuevas características del capitalismo reaccionario actual. En este sentido, se trata de una democracia que va a la “raíz de las relaciones sociales”, pero no para extirpar las bases de la desigualdad sino para perpetuarlas en un contexto supuestamente democrático. No se trata más de la democracia de ciudadanos, de la sociedad civil contra el Estado sino de la democracia de organizaciones: las grandes empresas, los grandes sindicatos, los movimientos llamados autónomos (por los derechos de las minorías, mujer, negro, etc.) compitiendo entre sí en una especie de “fair play” por el control del Estado existente: «democracia es el reconocimiento de la legitimidad del conflicto, la búsqueda de negociación en procura de un acuerdo, siempre provisorio, en función de la correlación de fuerzas… la cuestión -agrega Cardoso en un texto sobre “Régimen Político y cambio social”- no es apenas la de garantizar la autonomía de la sociedad civil en sí, sino la de replantear la cuestión del control democrático del estado, sin imaginar que éste esté en fase de desaparición”.
El intelectual construye su propio mundo y razona enteramente sobre el esquema arbitrario que se construye: supongamos que el Estado no pueda ser destruido, supongamos que los representantes de los trusts y monopolios acepten sentarse de igual a igual en la mesa de las negociaciones, supongamos que reconozcan a sus enemigos el libre derecho de disponer libremente de sus organizaciones, supongamos una profesión de fe común sobre el valor universal del Estado de derecho; ¿por qué entonces la democracia no puede funcionar en el reconocimiento mutuo del “conflicto”, sobre la base del «acuerdo” y en función de la «correlación de fuerzas”? Esto corresponde plenamente al diletantismo de la intelectualidad y de una franja social de la pequeño burguesía que ha conseguido algunas migajas en el banquete del «milagro brasileño”, y que ahora teme perder. Estos son los sectores que el propio Cardoso representa y de los cuales recogió, fundamentalmente, los votos que en 1978 lo llevaron a la condición de senador suplente por el MDB paulista. Lucha, enfrentamientos violentos, prepararse para la guerra que es, en definitiva, la lucha de clases, sale por completo del esquema académico intelectual en el cual quieren enclaustrar la propia realidad, los ideólogos de la reducida, pero rica, pequeño burguesía urbana del Centro Sur brasileño.
Los ideólogos del PT y la democracia
Los intelectuales emigrados del antiguo MDB, artífices de los principales documentos políticos del PT, afirman, a su turno, defender «una propuesta que rechaza las tendencias corporativas propuestas por el sistema capitalista, propugnando una total democratización de la vida social”. Estas tendencias corporativas se deben a que «la burguesía abandonó hace mucho tiempo el Parlamento, desviando del mismo, en la misma medida en que la representación popular crecía, la función básica de regular la vida social y económica. Estas funciones… deben volver al Parlamento como medio de efectivizar el control popular sobre el Estado y la vida social”. Este es el contenido del planteo que el PT «inscribe como una de sus luchas fundamentales: la de la democratización del Estado”.
Lo que se destaca en primer lugar es el cuadro enteramente burgués en el cual se coloca el programa de un partido que se pretende de los trabajadores. Esto, porque se postula que la democratización de la vida social, o “la democracia que los trabajadores quieren” como se la define alternativamente, es compatible con el régimen estatal capitalista “democratizado”. El principio elemental de un programa obrero, de que la más democrática de las repúblicas es una dictadura de la burguesía, ha desaparecido del mapa. Por otra parte, la “democratización del Estado” que se propugna en el programa del PT es completamente mezquina. En el más democrático de los Estados burgueses el Parlamento es la ficción del “poder popular”, la base real del poder se encuentra fuera del parlamento: en los destacamentos armados profesionales del Estado, en el Ejército y la Policía, ¿Por qué, entonces, el programa para la “democratización del Estado” del PT se limita a la cuestión del Parlamento y no hace ninguna referencia, por ejemplo, a la “democratización” de las fuerzas armadas, reclamando el derecho a la sindicalización de la tropa, la elegibilidad del cuerpo de oficiales, las milicias populares, etc….?
Examinemos de todas formas este “anticorporativismo” limitado que plantean los ideólogos del PT, asumiendo la defensa del régimen parlamentario. En este caso, se trata apenas de una utopía reaccionaria, es decir, que pretende volver las ruedas de la historia para atrás. Porque lo que aquí se plantea no es un problema táctico respecto a la participación o no en el parlamento sino la apreciación general sobre el lugar histórico que ocupa el parlamentarismo y la actitud de los trabajadores frente a esta forma de régimen político en el plano de su programa independiente. Más de sesenta años atrás el movimiento obrero revolucionario ya había planteado la cuestión con extrema claridad. En primer lugar: “el parlamentarismo no es la forma de gobierno ‘proletario en el período de transición de la dictadura de la burguesía hacia la dictadura del proletariado En el momento más álgido de la lucha de clases, cuando ésta se transforma en guerra civil, el proletariado debe, inevitablemente, construir su propia organización gubernamental como una organización de combate en la que los antiguos representantes de las clases dominantes no sean admitidos; en esta fase toda la ficción de la voluntad popular es perjudicial al proletariado; esta no precisa la separación parlamentaria de los poderes, que sólo puede resultarle nefasta. La república de los Soviets es la forma de la dictadura del proletariado” En segundo lugar: “los Parlamentos burgueses, que constituyen uno de los principales engranajes del aparato del Estado de la burguesía, no pueden ser conquistados por el proletariado tal como el Estado burgués en general. La tarea del proletariado es la de hacer estallar el aparato del estado de la burguesía, destruirlo, incluyendo las instituciones parlamentarias, tanto la de las repúblicas como las de las monarquías constitucionales”. En tercer lugar: “El comunismo se niega a ver en el Parlamentarismo una de las formas de la sociedad futura; se niega a ver en él la forma de dictadura de clase del proletariado; niega la posibilidad de la conquista durable de los Parlamentos; tiene por objetivo la abolición del parlamentarismo. Por lo tanto, no se puede plantear el problema de la utilización de las instituciones del Estado burgués sino con el objetivo de su destrucción. Y en este, sólo en este sentido, es que debe encararse el problema”. (III Internacional, 1920).
Pues bien, el punto de vista con el cual es encarada la cuestión de la democracia y el parlamentarismo, en todas las vertientes de la izquierda brasileña que acabamos de analizar, es exactamente o-puesto al apuntado por el marxismo. Que esto, inclusive, se haga en nombre del propio marxismo, es apenas un factor para agravar la confusión existente. Lo que importa, en este punto del análisis, es observar como toda esta deformación y retroceso teórico se expresan en el plano político, en las perspectivas que se plantean en la actualidad al combate de los explotados brasileños.
La cuestión de la democracia en el Brasil de hoy
El hecho de que la democracia burguesa y el parlamentarismo estén históricamente superados no significa que estén políticamente liquidados, que las masas hayan agotado su experiencia respecto al régimen de libertades formales que los demócratas burgueses o pequeño burgueses presentan como única y mejor alternativa para los propios explotados. El debate de Lenin contra los ultraizquierdistas —que se negaban, por principio, a participar en los parlamentos burgueses- versaba sobre esta cuestión. Las posiciones de la izquierda brasileña nos han obligado a concentrarnos en lo que en Lenin y los ultraizquierdistas de su época era el punto de partida común (una apreciación justa sobre las características históricas y de clase del parlamentarismo burgués); esto para destruir los planteamientos que embellecen a la democracia y al parlamento y plantean su conquista —no su superación— como la tarea última del proletariado y las masas.
Ahora, sin embargo, es conveniente abordar el aspecto de la superación política de la democracia burguesa, tal como está planteado en la actualidad en el Brasil. La vigencia de las reivindicaciones democráticas en el Brasil está vinculada a dos problemas básicos. Por un lado, al hecho de que se trata de un país capitalista atrasado, que no realizó las tareas propias de una revolución burguesa (revolución agraria, independencia nacional) y que se encuentra sometido a la opresión del imperialismo. En este sentido vale para Brasil la afirmación de que sufre tanto los males del desarrollo capitalista como los que corresponden a la insuficiencia de su desarrollo. Por otro lado, al agotamiento de una dictadura militar contrarrevolucionaria que se impusiera con el golpe del 64. En estas condiciones, una serie de banderas democráticas constituyen un instrumento imprescindible en la lucha política por la liquidación del régimen vigente. A partir de que la clase obrera y los explotados tomen en sus manos tales banderas (expropiación del gran capital agrario e industrial, ruptura de todos los pactos con el imperialismo, desconocimiento de la deuda externa, vigencia plena de las libertades) y las impulsen de manera consecuente, la alternativa que se abre para Brasil no es la de democracia burguesa vs. dictadura, sino la de revolución proletaria, apoyada en la mayoría nacional vs. contrarrevolución burguesa. Pero esta es la perspectiva y lo que está planteado, como puente necesario para llegar a ella, es justamente la emancipación política del proletariado de la política burguesa que domina su movimiento y que pretende frustrar el alcance de su recuperación.
La perspectiva de una revitalización del parlamentarismo está excluida en un país atrasado como Brasil en un sentido histórico. Desde el punto de vista de la experiencia de las masas, sin embargo, puede llegar a tener una importancia mayúscula el resurgimiento transitorio de formas de dominio burgués, en las cuales prevalezcan métodos parlamentarios de control. Si p1 proceso histórico puede saltar etapas, el partido revolucionario no puede saltarse las etapas de desandar la conciencia de las masas. Esto debe considerarse que el atraso teórico y político, el planteamiento contrarrevolucionario de los ideólogos democratizantes, toma en cuenta esta realidad para pregonar el fetiche de las virtudes universales de la democracia. En este sentido, es necesario también poner de relieve la absoluta inconsecuencia de los propios supuestos campeones de la democracia en el combate por su imposición real contra la camarilla militar actualmente en el poder. Es decir, si las reivindicaciones democráticas que plantean, expresan, de un lado, la realidad de un país en el que está planteada la conquista de la libertad política, estas mismas reivindicaciones aparecen hoy plenamente adaptadas a la total incapacidad de la burguesía nativa.
Esto aparece claramente en las características con las cuales la izquierda pemedebista levanta la bandera de la Asamblea Constituyente. ¿Es que acaso, esta Constituyente es levantada en oposición al régimen militar, como expresión de la voluntad soberana de la mayoría nacional? No, “la Constituyente difícilmente refleja la opinión de la mayoría, es un compromiso y debemos decir las cosas como son” (F.H. Cardoso) ¿Qué tipo de compromiso? ‘‘Este tipo de compromiso es el siguiente: las oposiciones brasileñas, a pesar de extremadamente sufridas, a pesar que ese sufrimiento costó mucho, hasta la vida de muchos, están dispuestas, sin embargo, en lugar de llevar una guerra de muerte contra el sistema dominante, a decir: tenemos todavía una chance, una oportunidad de construir un pacto constitucional que nos permita reglamentar la vida política brasileña por una década, dos décadas, en fin, por la duración que una Constitución pueda tener” (ídem). El punto de vista de Coutinho es, si es posible, más explícito todavía en este punto: el PCB defiende públicamente la consigna de Constituyente con Joao (Figueiredo) como salida política a la impasse en la que se encuentra el régimen dictatorial.
En verdad, en estos razonamientos tenemos presentes la lógica de la revolución permanente… invertida O sea: puesto que la movilización democrática consecuente contra la dictadura implicaría no parar necesariamente en la estación de la democracia y plantearía la dictadura del proletariado, renunciemos pues a la democracia y admitamos aquellos límites que la propia burguesía quiera imponer. Dejemos la democracia para teorizar al respecto y vayamos al “compromiso” con el “sistema dominante” o con Figueiredo (léase dictadura militar). Para la izquierda embanderada con la metafísica de la “democracia”, su “valor universal” se ha transferido a la propia camarilla militar, susceptible de incorporarse en el pacto constitucional «democrático” propugnado.
En lo que hace al PT, éste se ha pronunciado contra la Constituyente por una cuestión de “oportunidad”, planteando que ésta sólo sería posible luego de la “caída del régimen”. Al explicar la cuestión, los ideólogos del mismo se han declarado a favor del “principio” de la Constituyente porque “las sociedades modernas precisan ser reglamentadas por un contrato social que nazca del consenso entre sus miembros y que establezca las grandes reglas económicas, políticas, sociales, jurídicas, culturales, institucionales” (documento de la Comisión Ejecutiva, enero 1981). El formalismo leguleyo de esta petición de principios escamotea lo fundamental, porque -primero- nada garantiza que después de una “caída del régimen” una Constituyente sea un instrumento de desarrollo  de la lucha de los explotados (puede ser exactamente lo contrario, un mecanismo de reconstitución del frente burgués para regimentar el movimiento de masas) y -segundo- porque el significado político de la constituyente como regulador social (los ideólogos del PT han sacado su definición de algún manual en derecho constitucional burgués) es, precisamente, aceptar la constituyente retaceada, reaccionaria, “frankfurtiana”, en las palabras de Marx.
Lo que nadie plantea es lo elemental: que la democratización real del país implica la quiebra y derrocamiento de la camarilla militar, como resultado de la movilización independiente de los explotados y que es en este contexto que la cuestión de la Constituyente -temo de las reivindicaciones democráticas en general— deben ser entendidas. Como se afirmara en el número anterior de esta misma revista (“La cuestión de la Constituyente en Brasil”) “el aparente enigma del huevo y la gallina (o se exige primero la caída de la dictadura para después convocar la Constituyente, o se levanta la Constituyente para oponerla a la continuidad del régimen) se resuelve planteando cuál es el contenido y el carácter de esta reivindicación: la Constituyente Democrática y Soberana en oposición a la dictadura, con libertades democráticas plenas, con voto para analfabetos, con derecho de organización para los soldados y en estrecha relación con las reivindicaciones democráticas, agrarias y antiimperialistas de la mayoría nacional -expropiación del gran capital agrario e industrial, ruptura de todos los tratados de subordinación al imperialismo, sindicatos independientes del Estado y de la burguesía, etc.’’. El planteo de la Constituyente democrática y soberana debe dejar claro que su valor como consigna no reside en las formas jurídicas que realizaría; su utilidad y eficacia está determinada por el hecho de servir como instrumento para movilizar a las masas contra el régimen dictatorial. En este sentido la reivindicación de Constituyente está subordinada a la acción directa y a la organización independiente de los explotados. En otras palabras: luchando por la Constituyente, recuperando sus organizaciones de clase, delimitándose de la burguesía, la clase obrera y la mayoría oprimida deben llegar a imponer su propio gobierno —el gobierno obrero campesino.
El hecho de que los “demócratas” brasileños postulen una parodia de democracia, cuya función es el salvataje de un régimen dictatorial en agotamiento, y no la imposición de un verdadero régimen democrático, es un testimonio de la inviabilidad de la democracia brasileña. Valen aquí, a modo de conclusión las consideraciones simples y claras de Guillermo Lora:
“Las metrópolis enriquecidas con el saqueo de todo el mundo pueden corromper las camadas elevadas de la clase obrera y convertirlas en una verdadera aristocracia, al mismo tiempo en que ponen en pie una amplia clase media económicamente poderosa, llena de privilegios e interesada en preservar el orden existente, porque en ella encuentra la fuente de su propio bienestar. Es esta clase media la que desempeña la función de amortiguador de las contradicciones de clases, que redondea las agudas aristas de los polos extremos de la sociedad. Estas circunstancias estimulan el reformismo y el colaboracionismo clasista.
Es la clase media rica la que se convierte en un pilar vigoroso del parlamentarismo, no sólo por ser el instrumento que permite funcionar la democracia, no sólo por haberse convertido en divulgador de las ideas del legalismo burgués, sino también porque proporciona a este sistema todos los argumentos que lo justifican, y puede pasar como fuerza social avanzada y hasta izquierdista, siguiendo el camino de las reformas dentro de la manutención de la propiedad privada, punto de partida del auge parlamentarista. Trotsky tiene toda la razón cuando afirma que la democracia es un lujo y que sólo puede darse en los países imperialistas… El democratismo burgués y el generoso florecimiento del parlamentarismo se muestran inviables debido a la extrema pobreza del país, que es el resultado de la imposibilidad de tener en el país un pleno desarrollo independiente del capitalismo. Se puede pronunciar discursos a favor del proceso democrático, e inclusive practicar periódicamente elecciones generales, pero no será posible sustituir la base material, o sea, la estructura económica, por declaraciones abstractas sobre los beneficios de la democracia. Aquellos que alientan la esperanza de llegar a conocer un largo período democrático, en el cual la clase obrera podrá educarse para hacer posible, en un futuro indeterminado, una revolución puramente socialista, parten implícitamente de la convicción de que todavía es posible un desarrollo capitalista independiente del país, lo que supone la plena realización de la revolución burguesa. De esta forma, desembocan en la revolución por etapas y en las proposiciones comunes al nacionalismo y al stalinismo. De la misma forma que no conocemos un florecimiento pleno del capitalismo (el capitalismo ya se da cómo economía combinada o coexistencia de diversos modos de producción), también tendremos que estructurar la dictadura del proletariado para que las masas puedan conocer los beneficios de la democracia».
La experiencia histórica de los pueblos oprimidos por el imperialismo ha demostrado que cuando la clase obrera y los explotados se ponen en movimiento y amenazan con desbordar el orden existente, no conocen los límites democráticos que se les quiere imponer en el marco de un supuesto Estado de derecho, que reglaría, con sus sabias leyes el “conflicto social». Los explotados en movimiento buscan instintivamente la destrucción de sus enemigos e Imponer la democracia que corresponde a sus genuinos intereses, democracia obrera que pasa por la liquidación del órgano de dominación de los explotadores y por la expropiación de su base social: el capital. Que esta tendencia instintiva no tenga una expresión consciente en el movimiento de masas es el resultado de la crisis de dirección del mismo y es esta crisis la que se manifiesta en la vigencia de direcciones que buscan limitarlo y desviarlo al cuadro del respeto al Estado burgués y de compromiso con sus enemigos de clase. Todo el arsenal ideológico en defensa de la “democracia” y sus virtudes eternas cumple exactamente esta función en la actual situación política brasileña.
Sao Paulo, 26 de Junio de 1981

Mario Dos Santos (del Buró político de la Organización cuartainternacionalista)


Las elecciones presidenciales en Francia

Roger Sibbon (de la célula de la TCI en Francia)

 

El cuadro de las recientes elecciones
Las recientes elecciones presidenciales francesas se efectuaron en un momento de aguda crisis: crisis económica y política mundiales, crisis económica y política de la burguesía francesa. La recesión, marcada por una concurrencia cada vez más encarnizada entre los diversos imperialismos, está acompañada por un enorme aumento de la desocupación y por la tendencia general a la baja de la producción. En Francia, esta desocupación alcanza a 2 millones de trabajadores. Mientras se registra una hipertrofia de las formas más variadas del capital financiero y los bancos han obtenido en 1980 un nivel de utilidades sin precedentes, se produce un retroceso en la industria. La siderurgia y el sector textil están en quiebra, mientras la industria del automóvil está gravemente amenazada. Los pocos sectores que han conocido un desabollo en los últimos años, aeronaútica, armamento, teléfonos, informática, lo han logrado gracias a los fondos públicos y en estrecha dependencia financiera y tecnológica del imperialismo norteamericano; ahora conocen también grandes dificultades. La economía francesa pierde posiciones en el mercado mundial y la Comunidad Europea ha quedado reducida a un mecanismo de protección de la producción agropecuaria, con agudos conflictos interiores.
En el plano político, el fenómeno más significativo es la desvalorización generalizada de las instituciones de carácter bonapartista de la V República y de los partidos burgueses. Las formaciones burguesas se presentaron en orden disperso a las elecciones y la pérdida de confianza en Giscard y su personal era manifiesta. El régimen fue afectado por escándalos de diverso tipo, desde los diamantes que el presidente recibió de Bokassa hasta el suicidio de un ministro, y más profundamente por su incapacidad de poner orden al interior de su propia clase y de imponerle al proletariado una política de austeridad. La campaña electoral de Giscard fue extremadamente defensiva, mientras Chirac utilizó las críticas al gobierno como uno de sus caballos de batalla y le otorgó a aquél un apoyo menos que tibio en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Giscard, como candidato de la burguesía, tuvo un vasto apoyo internacional, que comprendió desde el Departamento de Estado hasta Brezhnev, pasando por Schmidt. La Pravda publicó, semanas antes de las elecciones, un artículo altamente elogioso para el presidente saliente y crítico de Mitterrand, mientras los gobiernos de Alemania Occidental y de Francia concluían un acuerdo de lanzamiento de un empréstito para financiar los negocios de los capitalistas en dificultades. Estos apoyos expresaban el temor común del imperialismo y de la burocracia a una derrota de Giscard que fuera el prólogo de una movilización obrera independiente, en un momento en el cual la burocracia es incapaz de hacer frente a la fractura de su régimen en Polonia, en tanto el imperialismo no puede imponerle ningún retroceso esencial al desarrollo revolucionario en América Central y en Irán, a pesar de las direcciones conciliadoras y pequeño burguesas de las masas.
El movimiento obrero ante las elecciones
La situación de las masas estaba marcada por una contradicción central. Por un lado, soportaba las consecuencias de la crisis económica, pero sin sufrir ninguna derrota decisiva. Sus direcciones sindicales y políticas la condenaron a una situación de relativa inmovilidad en cuanto a las movilizaciones contra la patronal y el gobierno a través de una sistemática acción divisionista y desmoralizadora. Es así como se produce una baja en la actividad sindical y reivindicativa. Por el otro, se manifestaba una potente voluntad de liquidar el régimen de Giscard, de derrotar a la burguesía. La consigna de “abajo Giscard» unificó de hecho a los diversos sectores del movimiento obrero y a las capas de la pequeño burguesía.
A fines de 1977 se produce la crisis de la Unión de la Izquierda, provocada por la voluntad del PC de preservar la coalición burguesa en el poder. Desde entonces, el aparato stalinista desarrolló en forma abierta una campaña divisionista, concentrando sus ataques en Mitterrand y el PS, en forma tanto más exacerbado cuando más se delineaban las posibilidades de su victoria. Aquí Marchais actuaba en perfecto acuerdo con Brezhnev, para evitar toda ruptura del equilibrio mundial y europeo en particular a raíz de la intervención de la clase obrera. En esta campaña el PC utilizó un lenguaje izquierdista pero recurrió a los argumentos y acciones más reaccionarios: racismo, xenofobia, ataques contra los inmigrantes, persecución contra la juventud en nombre de la droga. El aparato de la CGT se jugó en defensa de la línea del PC, como punta de lanza de la división sindical y de oposición a la movilización contra el gobierno. La línea de la dirección se impuso al interior del partido gracias a un control represivo acentuado pero a costa de un reflujo marcado de la actividad de los militantes. En la CGT encontró resistencias más organizadas y es así como se estructuró una corriente de oposición a la dirección, que conjugaba las aspiraciones unitarias y las ilusiones en la reconstrucción de la unidad de la izquierda.
El PS encontró en la campaña electoral su terreno predilecto de intervención. Este partido fue reconstruido en 1971, luego de haber obtenido en las elecciones presidenciales de 1969 el resultado catastrófico de un 5 por ciento, frente al 22 por ciento del candidato comunista. Mitterrand tomó su dirección. Este viejo político burgués, con una larga carrera gubernamental en la IV República, comprendió lúcidamente que resultaba imposible organizar una alternativa burguesa a De Gaulle en el cuadro de las instituciones de la V República, sostenida por el control del gaullismo sobre el aparato gubernamental y del stalinismo sobre el movimiento obrero. Al mismo tiempo, la huelga general de mayo-junio de 1968 marcó un ascenso histórico de la clase obrera y el comienzo del proceso de descomposición del régimen. En estas condiciones, se apodera del PS para proceder a una reestructuración de las relaciones políticas en el país, para llegar a una situación en la cual su partido le pudiera disputar al PC la dirección del movimiento obrero, ofreciendo una alternativa en un momento de crisis. Este punto fue alcanzado en 1981.
Para ello, Mitterrand tuvo que mantener al interior de su partido una línea de “unidad de izquierda” y derrotar a Rocard, que era partidario de pasar a una colaboración con el giscardismo. En la campaña electoral, la candidatura de Mitterrand se transformó en el medio privilegiado de la derrota política de Giscard, ante el divisionismo del PC. En función de sus intereses, Mitterrand se presentó como un garante de la preservación de las instituciones de la V República, dejando de lado sus ataques contra las instituciones gaullistas. L. Jospin, nuevo secretario general del PS, lo expresó claramente: “La reelección de Giscard es la seguridad de una explosión social; nosotros queremos y podemos evitarla”. Mitterrand fue también explícito: “En 1944 y 1945 estábamos unidos. Era el desorden general en una Francia desgarrada y De Gaulle dijo ‘necesito de todo el mundo’. Era la guerra. Hoy, es la crisis. Necesitaré de todo el mundo.” Es así como recibe el apoyo de un conjunto de políticos burgueses que, aunque minoritarios, comprenden que no existe otra salida circunstancial para la preservación de los intereses históricos de su clase.
El programa de Mitterrand fue no solamente una defensa general de la colaboración de clases sino más directamente de las instituciones políticas existentes. En el terreno electoral, polarizó la voluntad del movimiento de masas de derrotar a la burguesía a través de un partido obrero, mientras la candidatura de Marchais cumplía la función de exacerbar la división y favorecer por el flanco la reelección de Giscard. Es por esta razón que el PC pierde en la primera vuelta una cuarta parte de su electorado, que se desplaza hacia Mitterrand, asegurando su triunfo en la segunda.
El significado de los resultados electorales
La elección de Mitterrand constituye un viraje político marcado por la derrota de la burguesía y por el triunfo de la voluntad de los trabajadores de terminar con el régimen de Giscard. Aunque la movilización de las masas fue fundamentalmente electoral, este viraje tiene importantes consecuencias porque indica una perspectiva de lucha, una tendencia a la unificación del combate por las reivindicaciones inmediatas con el problema del poder.
La votación fue una derrota aplastante para el aparato stalinista que se encuentra, ahora, al nivel de su electorado en el mismo punto de 50 años atrás. Su retroceso lo obligó a llamar a votar por Mitterrand en la vuelta decisiva sin la posibilidad de poner en juego sus medios de saboteo del triunfo del candidato socialista, porque la dirección de Marchais se encontró en la peor de las situaciones: la derrota de Giscard era casi una certeza y el PC se había debilitado. El giro se impuso como un medio para tratar de mantener las posiciones en el movimiento obrero durante el próximo período, o al menos, limitar el retroceso. De todas maneras, este retroceso no es puramente electoral y se manifiesta con tanta o más agudeza en la CGT. Es un fenómeno cuyas implicancias desbordan las fronteras francesas; es un fracaso de la política de la burocracia, un síntoma de su debilidad, cuya expresión más aguda es Polonia. A diferencia de 1974 y 1978, Brezhnev no pudo asegurar el triunfo de Giscard. Esta derrota de la burocracia estará plagada de consecuencias. Al nivel del aparato internacional, los partidos llamados eurocomunistas, que no dejaron de pregonar su oposición a la línea de Marchais, volverán a tomar impulso en una perspectiva de colaboración con el imperialismo y la burguesía relativamente independiente del Kremlin, como se nota ya en el reciente encuentro entre Carrillo y Berlinguer. Las fracciones opositoras a Marchais dentro del PCF también han levantado cabeza y el partido vivirá sin duda una etapa de crisis, en la cual los militantes tratarán de ajustar cuentas con su dirección, que desde ya ha optado por las expulsiones. Lo que resulta más importante es que este recule de Brezhnev y sus partidarios hace aún más problemática la intervención militar en Polonia.
Si el giro de la situación está constituido por la derrota burguesa y la victoria de la voluntad obrera de terminar con Giscard, no hay que olvidar en ningún momento que a la cabeza de este movimiento se encuentra un partido cuya estrategia no es otra que la salvaguarda de los intereses fundamentales de la burguesía y de sus instituciones.’ Estos dos elementos deberán inevitablemente entrar en conflicto. El gobierno está forzado a una serie de concesiones menores a las exigencias de las masas pero estas chocarán más y más con las necesidades de reestructuración del capital y con la posición de los nuevos líderes del país.
El punto extremadamente débil del movimiento obrero está dado no sólo por la inexistencia de su organización revolucionaria -en Francia la bancarrota política del SU y del CI es tanto más brutal cuanto mayor es la significación relativa de sus fracciones nacionales-sino también por la ausencia de un cuadro de centralización y agrupamiento de los sectores que se delimitan de la política de los aparatos. La línea de Mitterrand no tiene que hacer frente, por el momento, a ningún ala a su izquierda dentro del PS, como fue el caso, por ejemplo, de Blum con la fracción de Pibert. En el PC, la oposición a Marchais se recuesta políticamente en el eurocomunismo y cuando proclama una orientación “unitaria” lo hace en dirección del Frente Popular.
Hay, sin duda, un comienzo de movilización obrera y juvenil pero por ahora sin intervención independiente del proletariado, según sus métodos propios y
sobre su terreno. La actitud que prima es la expectativa y la ilusión en la acción del gobierno. Es el resultado de largos años de control conservador de los aparatos y sobre todo de la división y de la desmoralización del último período. El proletariado ha ganado cualitativamente en cuanto a la confianza en sus propias fuerzas luego de las jornadas electorales y ello tendrá su traducción en su movilización. El pronóstico es claro: asistiremos a un período de agudización de la lucha de clases cuya característica inicial será el choque entre las exigencias inmediatas de las masas, la acción del gobierno y la política de la burguesía, en un entrelazamiento creciente con la cuestión del poder político. La burguesía vive una situación de desbande político que agudiza cualitativamente sus dificultades para poner en pie la reestructuración propia a una situación de crisis, liquidando los sectores cuyo capital se desvaloriza y desarrollando otros, en un cuadro de alza de la tasa de plusvalía.
El reagrupamiento de la vanguardia obrera es la condición para que, a partir de estos elementos, se produzca un salto cualitativo que permita la apertura de una crisis revolucionaria, con la formación y extensión de organismos de acción directa de las masas.
La formación del gobierno Mauroy y las elecciones legislativas
El primer gobierno que forma Mitterrand combina la situación hegemónica del PS, que habrá de acentuarse luego de las elecciones legislativas, con la presencia de politicastros de la burguesía. Se trata de un gobierno burgués por su política y sus objetivos en una situación de crisis y retroceso de la burguesía, cuya autoridad descansa en un partido obrero.
Se trataba de un gobierno de transición en vistas de las elecciones legislativas pero que desnudaba ya las características de su estructuración definitiva. Mitterrand, con la presencia de ministros burgueses, mantiene las puertas abiertas para una perspectiva de unidad nacional si el desarrollo de la crisis así lo exige. Además, el gobierno no sólo mantuvo en su lugar al alto personal del Estado sino que, para acentuar aún más esta continuidad, llamó a funcionarios formados en la lealtad a la V República y sus mandarines para los nuevos gabinetes ministeriales. No hay que olvidar tampoco que algunos de los ministros que hoy son miembros del PS hicieron su carrera en los gobiernos de De Gaulle y Pompidou, como es el caso de J. Delors, a cargo del ministerio de Economía.
Una de las funciones de este gobierno fue la de otorgar las garantías necesarias a la burguesía y al imperialismo. La primera tarea de C. Cheysson, ministro de Relaciones Exteriores, fue viajar a Washington para asegurarles a Reagan y Haig la fidelidad francesa a la Alianza Atlántica y para explicarles que la presencia futura de ministros comunistas le iba a dar todavía más peso a esta fidelidad y a los choques del nuevo gobierno con la burocracia soviética. Se trató de controlar el pánico inicial de la burguesía, tal como se manifestó en la bolsa y en los movimientos especulativos de capital. Si los controles fueron mínimos, las promesas fueron abundantes y los resultados ambiguos. La burguesía y el gran capital quieren limitar al máximo los costos de su derrota, más aún teniendo en cuenta la pérdida de posiciones de Francia en el mercado mundial. Los explotadores no están todavía en condiciones de reorganizar su ofensiva contra las masas. Por ahora exigen que el gobierno sirva de amortiguador y se haga cargo de los efectos de la crisis. Queda para el futuro, de acuerdo a cómo se estructuren las nuevas relaciones entre las clases, una opción entre la hostilidad ai gobierno y su desestabilización y la colaboración, aunque sea a regañadientes.
Las elecciones legislativas convocadas luego de la disolución de la Asamblea Nacional profundizaron la derrota de la burguesía. En apariencia fueron un triunfo completo de Mitterrand pero en la realidad se ha ido más lejos en esta derrota de lo que el nuevo gobierno esperaba. Los socialistas favorecieron la formación, para estas elecciones, de una fuerza burguesa “centrista”, sobre la base de gaullistas arrepentidos, con una estructura suficiente para participar en la coalición gobernante. La maniobra fracasó lamentablemente. Sin proponérselo, y sin que los dirigentes lo esperaran, según su propia confesión, el PS se encontró con una mayoría propia en la Asamblea. El componente burgués se debilitó en lugar de reforzarse.
La consecuencia de este movimiento acentuado de la pequeña burguesía hacia el PS, gracias al cual creció notablemente en votos en las pocas semanas transcurridas entre la elección presidencial y la legislativa, es que todo el poder formal del Estado está ahora en manos de este partido. El PS es el gobierno, en todas sus facetas, y es el eje de desarrollo de las contradicciones de la nueva situación política, su escenario privilegiado. A su interior se manifestarán los choques entre fracciones más o menos sensibles a las presiones de la burguesía y a la satisfacción de las reivindicaciones inmediatas de las masas. Es por ello que una de las preocupaciones cotidianas de Mitterrand ha sido la de mantener el control del partido, para evitar todo desborde y para utilizarlo como dique de contención.
La incorporación de ministros comunistas
La incorporación de cuatro ministros comunistas al gobierno fue la modificación significativa del gabinete Mauroy, luego de las legislativas. ¿Por qué Mitterrand toma esta decisión? Como veíamos, la situación política creada excluía un viraje inmediato hacia centristas y gaullistas. Pero la decisión va más lejos. La incorporación de ministros comunistas fue precedida de un acuerdo entre el PC y el PS según el cual el aparato stalinista subscribe formalmente el conjunto de posiciones del partido socialdemócrata, tanto en la política nacional -nacionalizaciones-, como en la internacional -fidelidad a la OTAN, instalación de misiles Pershing en Europa, Afganistán, Polonia. Incluso más, el PC se compromete a respetar una disciplina común en el gobierno y también en las municipalidades y en las empresas.
Esto constituye un aspecto clave. El acuerdo es un nudo corredizo con el cual se quiere estrangular la actividad independiente del movimiento obrero; asegura la domesticación de las direcciones sindicales para evitar cualquier campaña de movilización. Luego de las elecciones, esas direcciones se apresuraron a comprometer su colaboración con el gobierno y a servir de parachoques ante las reivindicaciones de los trabajadores. Ahora, esta colaboración está políticamente respaldada por el acuerdo PS-PC. Es el interés común de ambas direcciones. El aparato stalinista colaborará en el mantenimiento de la “paz social” bajo el pretexto de que así sostiene un gobierno de unidad. Mitterrand se asegura de un relevo para esta tarea.
Por otra parte, el gobierno socialdemócrata cuenta así con la colaboración de un partido stalinista de masas como respaldo para su política atlantista, de choque con la burocracia soviética. Es la primera vez después de la postguerra que un PC de Europa Occidental está asociado al gobierno y a diferencia de entonces en un período de confrontación entre el imperialismo y Moscú y no como consecuencia de un pacto explícito. No es extraño que la burocracia haya recibido con muchas reservas esta participación, según surge de los comentarios de Pravda. Estas fisuras de la burocracia y su aparato, puesto que diversos sectores tratan de ejercer independientemente su colaboración en el sostenimiento del estado burgués, confirma una caracterización de Trotsky: “No se puede considerar a la Internacional Comunista como un simple instrumento de la política internacional de Stalin. En Francia, en 1934, el PC bajó de 80.000 a 30.000 militantes. Era necesaria una nueva política… Al mismo tiempo, Stalin estaba buscando una nueva política exterior. De una parte y de otra observamos estas tendencias a un nuevo giro. Son diferentes aspectos de un mismo proceso. El PC francés es no sólo una agencia de Moscú, es también una organización nacional con miembros en el parlamento, etc.
(Sobre la historia de la oposición de izquierda, Abril de 1939).
El imperialismo francés se refuerza en forma temporaria con esta participación, tanto en relación a sus negociaciones con Washington como en sus choques, sobre todo en Europa, con la burocracia.
Hay que extraer una consecuencia más general. La participación gubernamental del PC y el bloque PS-PC ponen de relieve hasta qué punto los aparatos traidores del movimiento obrero tienen que comprometerse en esta alternativa política de crisis, cargando sobre sus espaldas con las tareas del orden y de la reestructuración. Las direcciones políticas y sindicales de la clase obrera se alinean compactamente alrededor y en el aparato del Estado. Si el efecto inmediato puede ser el de una dificultad adicional para una actividad independiente de las masas, las consecuencias más profundas no serán otras que las de un enfrentamiento más agudo con esas direcciones; el proceso será inevitablemente largo. Tenemos aquí un ejemplo llamativo de la “independencia” de estas direcciones que, según la OCI, eran una diferencia cualitativa en relación a otras burocracias.
La bancarrota del SU y del Cl
Desde hace largos años Francia es el terreno privilegiado del SU y del ahora Comité Internacional. Casi en ningún otro país los pablistas y el lambertismo han tenido oportunidades tan favorables para el desarrollo de su política. El balance de estos últimos meses es abrumador para estas corrientes. Han ido al remolque de la política traidora de las direcciones y la OCI es la que se gana la medalla en esta carrera, pues ahora está políticamente disuelta en el PS y en el sostenimiento al gobierno de Mitterrand. Es una lección de gran importancia. Cuando el SU y el CI tienen todas las posibilidades, las utilizan no para defender el programa del trotskismo, sino para ocupar un lugar en una operación política de sostenimiento del orden burgués.
El electoralismo más ramplón fue la característica de la campaña de la LCR, aunque no haya podido presentar formalmente la candidatura de Krivine por las trabas legales de una legislación reaccionaria. Ya antes de la campaña, la perspectiva de la huelga general, con la cual la Liga polemizaba contra la OCI, era presentada como una simple abstracción y no como una perspectiva política concreta. En ningún momento se planteaba bajo qué formas se debía preparar este combate; no se desarrollaba ninguna campaña por la organización de comités en las fábricas. Todo quedaba reducido a una expresión de deseos cuyo destinatario eran las direcciones. Una vez que la campaña electoral ganó en intensidad, la consigna desapareció lisa y llanamente. La LCR no propuso otra cosa que el apoyo electoral a las direcciones del PC y del PS y trató, en particular, de escamotear las responsabilidades del stalinismo. Al interior del movimiento “Unión en las luchas”, que reúne disidentes del PC, militantes de la LCR, independientes y algunos socialistas, los representantes franceses del SU se adaptaron a la concepción política de su dirección, para la cual la unidad reside en el acuerdo entre las direcciones obreras y otras fuerzas “progresistas” sobre una base parlamentaria, esto es, una forma de Frente Popular, un pacto para desmoralizar y desorganizar al movimiento obrero. La consigna de “gobierno PC-PS”, en manos de la LCR, perdió todo contenido revolucionario pues alimentaba las ilusiones en uha combinación entre direcciones de partidos como sinónimo de gobierno obrero, sin postular ningún programa político independiente.
La declaración de su Comité Central, del 16 y 17 de mayo, es notable ante todo por su apología del nuevo gobierno, en tanto afirma que reúne las condiciones para imponer las reivindicaciones obreras -habría que agregar que una de las cosas que le faltan es la voluntad. Son las direcciones políticas y sindicales las que reciben la misión de constituir comités unitarios de acción. Hay una negativa a la caracterización de clase de este gobierno y se la puede buscar en vano en la prensa de la LCR. El requisito elemental ante una situación de este tipo: delimitarse, caracterizar, es el primero que se deja de lado. El editorial de Rouge, del 26 de junio, apoya la incorporación de ministros comunistas como un paso adelante en la satisfacción de las reivindicaciones obreras. Si se puede hablar de una concepción teórica por supuesto extraña al trotskismo, que suponer que para la LCR y el SU gobierno Mitterrand es una forma embrionaria, para decir lo menos, de gobierno obrero -mucho más después del incorporación de los stalinistas— y que ahora sólo resta empujarlo en la misr^6 dirección. La LCR se ubica en el cuadro del apoyo a la unidad PS-PC, como columna vertebral de un poder destinado a clausurar una perspectiva independiente para el proletariado.
La OCI ha tenido el mérito de ser todavía más clara. Esta organización se había especializado en la persecución literaria del Frente Popular, como en el caso de Chile, considerándolo como una divisoria de aguas. Ahora tiene frente a si una forma todavía bastarda de Frente Popular, porque el gobierno trata de no aparecer como la representación política de la movilización de las masas, y su comportamiento es el de una organización que ha capitulado por completo. El CI nos proporciona una muestra acabada de que constituye una diferenciación hacia la derecha.
Su posición parte de una glorificación de la democracia parlamentaria. Identifica la salida de Giscard con la apertura de la crisis revolucionaria, en tanto va a haber una transformación de régimen, el retomo al parlamentarismo: “La diferencia entre los dos sistemas políticos, república parlamentaria y bonapartismo, tiene una importancia esencial desde el punto de vista de la lucha de clases.” (Correspondencia Internacional, febrero-marzo de 1981). La declaración de su Comité Central llamando a votar por Mitterrand en la primera vuelta afirma: “Es claro lo que está en juego en las elecciones: se trata de terminar con las instituciones antidemocráticas da la V República tirando abajo a Giscard”. Esta es la tarea central que le asigna al nuevo gobierno.
Curiosamente, entonces, la revolución proletaria aparece como un sinónimo de la defensa de la democracia parlamentaria, en un país imperialista, considerada como un régimen superior. En realidad, y bajo la forma bastarda que conoce en esta época del imperialismo, la democracia en Francia no es otra cosa que un régimen de opresión para millones de individuos y no un grado más elevado de la lucha de clases. No tiene nada de casual que la OCI no se refiera nunca al carácter imperialista de Francia y de sus gobiernos, incluido el de Mitterrand.
Al PS se le atribuye la tarea del retorno a la democracia y ello a pesar de lo que Mitterrand dijo durante su campaña y de lo que declara ahora, sobre la que ejerce sus nuevos poderes. La socialdemocracia debería chocar con las instituciones de la burguesía y así se abriría la crisis política. La OCI, decididamente, no aprendió nada en España y en Portugal, donde el PS se acomoda perfectamente a la monarquía y al gobierno de Eanes. El supuesto carácter parlamentario de ese partido estaría por encima de su programa contrarrevolucionario. La OCI ha archivado el abe de la lucha de clases para reemplazarlo por un juego de instituciones lo que le permite deslizarse hacia la apología de la socialdemocracia.
El llamado de la OCI a votar por Mitterran desde la primera vuelta tiene el mismo contenido, pues considera a su candidatura como ‘‘la candidatura de la unidad”, como una expresión genuina del movimiento obrero. Una cosa era llamar a votar por el PS para derrotar a Giscard y a la maniobra divisionista del PC; otra es sostener que la línea de su candidato tiene un signo igual al del programa del proletariado. La posición de la OCI según la cual no hay que colocar “ninguna condición a la unidad PC-PS” equivale a un sometimiento a los aparatos. La OCI no planteó ni plantea ninguna reivindicación y movilización independientes. Se limita a repetir las consignas del gobierno, a hacerles eco. Allí donde el programa de Mitterrand habla de nacionalizaciones, negociadas con los capitalistas y con indemnizaciones, la OCI le hace coro y en su prensa aparece exactamente la misma consigna: nacionalizaciones. ¿Hay que recordar, acaso, lo que afirma al respecto el Programa de Transición?: “La diferencia entre estas reivindicaciones (las del proletariado, de expropiación de los capitalistas) y la estúpida consigna reformista de “Nacionalización0 reside en lo siguiente: 1. Nos oponemos a las indemnizaciones; 2. Alertamos a las masas contra los demagogos del Frente Popular que, defendiendo hipócritamente la nacionalización, continúan siendo en realidad agentes del capital; 3. Llamamos a las masas a que confíen sólo en su propia fuerza revolucionaria; 4. Enlazamos la cuestión de la expropiación con la de la toma del poder por los obreros y los campesinos.” La OCI debe considerar que esto es adecuado para los días de fiesta y las reuniones internacionales pero no para la lucha política concreta.
Luego del triunfo de Mitterrand y el PS en las legislativas, la capitulación de la OCI llega a su paroxismo. ¿Qué carácter de clase tiene el nuevo gobierno? El editorial de Informations Ouvriéres del 30 de mayo contesta de la siguiente manera: ‘‘El fondo de la cuestión se reduce a la respuesta que será dada a la pregunta: ¿colaboración de clase con el capital o lucha de clases contra el capital? Es así como el interrogante está planteado no por la teoría en general sino como una cuestión práctica de la política francesa actual. Para la OCI, la caracterización de clase del gobierno no es un problema teórico, esto es programático, de delimitación política del movimiento obrero y su vanguardia, sino una cuestión que todavía no tiene una respuesta. ¿Existe, acaso, forma más grosera de aplicar el seguidismo?
No es raro que la OCI sea un componente más de lo que ahora es en Francia la nueva “mayoría presidencial”. Con motivo de las elecciones legislativas, su campaña tuvo por consigna “Darle a Mitterrand los medios para gobernar contra los capitalistas y los banqueros” como si Mitterrand lo pidiera y como si su expresión más osada fueran los parlamentarios. Renunció a presentar candidatos propios en la primera vuelta de estas elecciones para no diferenciarse de la “mayoría PC-PS”.
Le ofrece su apoyo incondicional al gobierno: “Nosotros afirmamos: PS-PC en el parlamento es la mayoría, el gobierno de Mitterrand es el gobierno que la mayoría considera como su gobierno” (I.O. 22 de junio). Ante este gobierno de los trabajadores, la única exigencia de la OCI es la de “la libre discusión, el debate libre de todos aquellos que se reclaman del movimiento obrero y de la democracia”. Se supone que esto último incluye a los partidos burgueses y la OCI de dejar de lado su consigna casi ritual, para los otros puntos del globo pero no para Francia de ¡fuera los ministros burgueses!
La OCI se ve obligada a reescribir la historia. Cuando en 5 líneas del mismo editorial que venimos de citar hace el balance del gobierno de Allende, su fracaso es atribuido a los funcionarios y generales que habían permanecido en sus puestos, instalada la UP. La política del Frente Popular es absuelta de culpa y cargo y los hechos son falseados. El gobierno de Allende tolera y coloca a estos funcionarios en sus cargos dado su programa; la hostilidad abierta de la burguesía que culminaría en el golpe no fue inmediata sino que se produjo después de que fue evidente el fracaso del gobierno como freno democrático del movimiento revolucionario de las masas.
Con estas posiciones, la actividad partidaria de la OCI ha sufrido una degradación vergonzosa y no por falta de medios, puesto que según su prensa se encuentra en el zenit de su potencia militante y financiera. Dejemos de lado el hecho de que un lector desprevenido de 10 lo consideraría, lisa y llanamente, como un periódico más del PS, pues nada lo distingue de las posiciones mitterrandistas. La OCI no efectuó ningún mitin después del 3 de abril y hasta renunció a sus acostumbradas campañas de firmas y de constitución de comités fantasmales luego del triunfo presidencial. La organización carece de revista teórica y los pocos artículos sobre Francia que se publican en Correspondencia Internacional, órgano del CI, así como la resolución adoptada en la última reunión de su Consejo General, se limitan a la letanía de la crítica del PC y del stalinismo, con una ausencia total de caracterizaciones de la situación del movimiento obrero y sus organizaciones, del PS, del gobierno. En junio de este año se debía realizar su congreso, el de los 10.000 militantes (Lambert tiene ahora la agradable compañía de Moreno y la competencia por reunir la mayor cantidad posible de miembros, aunque sea en el papel). Pues bien, ni una palabra de este congreso y ello luego de acontecimientos tan decisivos como los que se acaban de vivir y de problemas tan fundamentales como los que hay que afrontar. La OCI se ha dislocado por completo como organización y sus supuestos éxitos en los últimos meses no son otra cosa que las migajas que le permite recoger su política de adaptación sin límites al PS y al gobierno.
Roger Sibbon 1° de julio de 1981
Este artículo retoma las posiciones políticas adoptadas a través de 2 documentos públicos, antes y después de las elecciones presidenciales, por los militantes en Francia de la Tendencia Cuartainternacionalista.

Roger Sibbon (de la célula de la TCI en Francia)


Las “tesis” del Comité Internacional

Jorge Altamira Julio Magri

 

A fines de diciembre pasado se realizó la Conferencia del Comité Paritario, donde éste decidió constituirse en “IV Internacional-Comité Internacional”. La Conferencia aprobó unas “Tesis para la reorganización (reconstrucción) de la IV Internacional”, varias resoluciones políticas y los estatutos, y también eligió una dirección internacional.

Sobre esta base quedaron oficialmente disueltas las tres corrientes que componían el CP: el CORCI, la TLT y la FB. También se resolvió que en cada país las organizaciones pertenecientes a las tres corrientes debían unirse para conformar una única organización.
En la Conferencia sólo se debatieron y votaron aquellos puntos en que previamente las tres corrientes se habían puesto de acuerdo, lo que explica que todo se hubiese aprobado por “unanimidad”. Si este procedimiento es un repudio a lo más elemental del centralismo democrático, lo que raya con el cinismo es que el Comité Internacional sostenga que su formación se debió “precisamente para romper con todos los procedimientos, ‘caucus’ (referencia al congreso del SU donde los delegados de las tendencias mayoritarias no tenían libertad de voto y estaban subordinados a los acuerdos alcanzados por sus direcciones en los bastidores) y demás, mediante los cuales el revisionismo y sus aliados optan por la utilización de medidas administrativas…” (Prefacio a las «tesis” del CI, pág. 5). Pues exactamente esto fue esta conferencia “abierta” del Comité Paritario.

Este funcionamiento “por acuerdos” sigue rigiendo en la nueva organización internacional. La dirección internacional fue elegida sobre una base tripartita y, de acuerdo a los estatutos, las resoluciones que ésta adopte deben ser aprobadas por los 3/4 de los votos (lo que significa el acuerdo obligado de las tres corrientes, o, dicho de otra manera, que cada fracción tiene derecho a veto).
Aunque sus protagonistas sostienen que se ha dado un paso hacia el centralismo democrático, los estatutos aprobado son lo opuesto, es decir, de un riguroso federalismo burocrático. La dirección sigue actuando “por acuerdos” de tendencia y no existe un control independiente de ella, ya que es la dirección la que elige la «comisión de control”, no existe el derecho de tendencia y/o de fracción y, mientras ningún punto los estatutos regla las divergencias entre las secciones y la dirección, si se establece que ésta puede excluir a aquéllas según ‘ propio arbitrio.

La Conferencia se autoproclamó «Conferencia Mundial Abierta” de todas las fuerzas que se reclaman del trotskism0 Con esto el CP simuló cumplí V ^ objetivo que, según sus protagonistas, motivó su creación, esto es, abrir una discusión organizada entre todas las corrientes y organizaciones que se reclaman del trotskismo, con la finalidad de reconstruir la IV Internacional.

En verdad, la Conferencia ni siquiera reunió a las organizaciones del ex-Comité Paritario, pues previamente fueron expulsadas tres organizaciones de América Central (OST de Costa Rica, OSI de El Salvador, OSR de Panamá), que constituían lo más importante de una de las fracciones —la TLT. La razón de esta expulsión es que sostuvieron, entre otros planteamientos, que el CP debía convocar una real conferencia abierta, organizar una discusión amplia y democrática, y no desnaturalizarla con una reunión cerrada del CP, como lo impusieron el CORCI y la FB.

Se llegó al extremo de calificar a la Conferencia de “Abierta” por el hecho de que estaba presente un observador del SU (Secretariado Unificado); se llegó a afirmar que ‘‘por la primera vez en 30 años”, ‘‘desde la explosión de la IV Internacional en 1951-53, nunca fue posible reunir todas las corrientes que se reclaman del trotskismo en una misma sala” (Informations Ouvriéres, Nro. 981, 3/1/81). En varias ocasiones la ‘‘conferencia” se despeñó por la pendiente de la demagogia barata, como en este caso. La impostura diplomática suplanta la caracterización política. Esto no impidió al observador del SU tratarlos casi como una banda de delincuentes políticos.
La cháchara alrededor del SU se debe, en realidad, a que el Comité Paritario, y ahora el Comité Internacional, se han constituido con el propósito de llegar a una unidad sin principios con el SU. “El Comité Internacional está dispuesto, en todo momento, a emprender con el SU las modalidades de preparación en común de un congreso mundial con vistas a la reunificación de la IV Internacional para su reconstrucción” (1.0 Nro. 981, 3/1/81).

El Comité Internacional, como se ve, se ha constituido con una metodología contraria a la del bolchevismo, y con una finalidad liquidacionista, pues procurar un acuerdo sin principios con el SU significa destruir el objetivo de reconstruir la IV Internacional, tarea que exige, prioritariamente, una profunda clarificación política.

El Comité Internacional está constituido, en lo básico, por dos organizaciones (la OCI, de Francia y el PST de Argentina) cuyo rasgo común fue el  haberse ubicado, en las dos últimas décadas, en polos políticos formalmente opuestos: el sectario, el primero, el oportunista, el segundo. Para l OCI, por ejemplo, los movimientos nacionales de contenido burgués que se desarrollan en los países atrasados, forman un único bloque reaccionario con el imperialismo opresor. Para el PST, por el contrario, los partidos “democratizantes” de la gran burguesía de esos países, que tienden a actuar en concierto con el imperialismo (UDP boliviana, Robelo y Chamorro en Nicaragua, radicalismo y peronismo en Argentina) tienen un carácter progresivo, por lo que deben ser apoyados. Otro ejemplo es la caracterización que desenvolvió cada uno sobre la etapa abierta con la reconstrucción económica de Europa, en el plano mundial; para la OCI se trataba de un período cuyo rasgo dominante era la destrucción absoluta de las fuerzas productivas, la imposibilidad de intentos democráticos formales por parte de la burguesía, sea la imperialista, o la semicolonial, y la definición de todas las clases fuera del proletariado como integrantes de una “masa reaccionaria”; para el PST, asistíamos al período de mayor progreso histórico de la humanidad, de gran perspectiva para los procesos democratizantes y de inmensas posibilidades para transformar a las direcciones pequeño burguesas en la dirección de la revolución socialista.

Esta reseña prueba hasta qué punto esta unificación sin delimitación política previas es una maniobra puramente burocrática, más que eso, una aberración. Lo que dominó las consideraciones del PST y de la OCI fue el hecho de que ninguno de los dos pudo obtener del SU el objetivo de aparato que era – para la OCI – absorber (unificación mediante) a la sección francesa del SU, y –para el PST – su control indisputado sobre las secciones latinoamericanas del SU. Así como la paz entre ciertos países se basa en que no tienen fronteras comunes, la asociación entre el PST y la OCI se debe a que, en sus países, no tienen organizaciones rivales (incidentalmente, esto se comprueba en las enormes dificultades que han tenido para unificar a sus secciones en Perú, Brasil y España).

Como es de imaginar, una unificación aberrante no puede dejar de reflejarse en las “tesis” que adornan esa unificación. El texto está presidido por dos preocupaciones: a) amalgamar las posiciones de los dos grupos – lo que resulta en una yuxtaposición escandalosamente contradictoria; b) hacerle la guerra al SU mediante una diferenciación y acusaciones indiscriminadas, que concluyen dejando al SU con una calidad teórica superior. El resultado de esto es un texto literariamente insoportable, y lo que es por supuesto más importante, ferozmente revisionista de las posiciones trotskistas. Lo que prueba que el oportunismo y el sectarismo son polos opuestos sólo superficialmente, y que en la realidad se engendran mutuamente, porque la línea que los preside es la preservación y el exitismo organizativo y no la inserción profunda en la lucha de clases de las masas explotadas.

En síntesis, estas “tesis” constituyen un documento teóricamente inservible pero políticamente valioso, porque permite ver a qué extremos de descomposición política conduce la ausencia de los principios revolucionarios y su sustitución por la maniobra organizativa.

Una «actualización» del Programa de transición

Los autores de las “tesis” son unos esmerados defensores de la “actualidad” y de la vigencia del Programa de transición. Lamentablemente, no encontraron mejor camino para demostrar esta devoción que enmendándole la plana a los planteos fundamentales del programa.

El planteamiento estratégico del documento parte de afirmar que el Programa de transición no acertó en prever el «más espectacular de los problemas” de la posguerra, a saber, que, como norma general y exclusiva “las direcciones pequeño burguesas, burocráticas y contrarrevolucionarias” se han visto obligadas a romper con la burguesía, expropiarla y tomar el poder. “Dicho de otro modo: en esta posguerra, la variante que Trotsky definió como ‘altamente improbable’ fue la única que se produjo” (Tesis 1, pág. 7, ed. colombiana, en castellano). Para las Tesis, “esto (la ruptura con la burguesía) se convirtió en el hecho dominante en el curso y después de la Segunda Guerra Mundial…” (Tesis XII, pág. 25).

Es cierto que, en la posguerra, ninguna organización de la IV Internacional tomó el poder. Pero no es a esto a lo que se refieren las “tesis”. Lo que éstas sostienen es que, en las condiciones revolucionarias excepcionales de las que habla el Programa de transición, la norma (y no la excepción resultante de una combinación de factores históricos) de conducta de los partidos pequeño-burgueses o pertenecientes a los aparatos stalinistas y reformistas, en la posguerra, fue romper con la burguesía y proceder a su expropiación. Si esto es cierto, estamos en presencia de dos novedades: 1) los partidos trotskistas no tienen viabilidad; 2) reformistas y stalinistas no están en el campo del orden burgués, sino en el de la revolución proletaria, con sus propios métodos.

Pero es evidente que constituye una deformación histórica afirmar que el “hecho dominante” de las últimas 4 décadas fue la ruptura del stalinismo, la socialdemocracia. etc., con la burguesía. En verdad, esas direcciones hicieron lo imposible por salvar al sistema imperialista antes, durante y después de la segunda guerra mundial. Este es el real rasgo central de la posguerra. El stalinismo, no sólo ahogó las revoluciones europeas en la década del 30 (Alemania, Francia, España), preparando la carnicería imperialista de la segunda guerra y poniendo en peligro al Estado obrero soviético, sino que durante la guerra y en la posguerra, ahogó las revoluciones en las metrópolis imperialistas (Francia, Italia, Grecia, etc.). Junto a las direcciones nacionalistas, pusieron un freno a las revoluciones en las colonias y semicolonias. Fue lo que aconteció en Egipto. Argelia, Angola, Bolivia, Indonesia y en innumerables países. En condiciones de una colosal presión revolucionaria, de dislocación del sistema capitalista mundial y de la dominación imperialista estas direcciones jugaron todo su papel contrarrevolucionario.

Forma parte del carácter aberrante de estas tesis el hecho de yuxtaponer al planteo fundamental de que la variante “única” fue la revolución proletaria ejecutada por contrarrevolucionarios, la repetida afirmación, en otros lugares del texto, de que el stalinismo salvó al capitalismo mundial en la crisis revolucionaria de 1943-48. Cómo se reconcilia esto en la mente de los autores es un problema de ellos. Pero en las tesis esta conciliación se opera de una manera simple: allí donde la conclusión es que la línea general del desarrollo político es la ruptura de los partidos contrarrevolucionarios con la burguesía, la caracterización del papel de conjunto de los aparatos mundiales contrarrevolucionarios no es mencionada; allí donde lo que se pretende es explicar la reconstrucción y el “boom” económico de la posguerra, lo que se omite es el papel jugado por las grandes revoluciones del período. Esta incoherencia metodológica tiene su explicación: las conclusiones están preestablecidas, con independencia de un análisis de conjunto. Esto explica el contrasentido de las conclusiones: que los partidos que se apoyan en las masas insurrectas serían contrarrevolucionarios y que las traiciones de la burocracia, y no el temor a la revolución, serían la causa del progreso económico y de las concesiones económicas a las masas en la posguerra. El resultado de este embrollo son las tesis perfectamente revisionistas fundadas en consideraciones aisladas.

Bien. No es, pues, extraño que las “tesis” del CI señalen que la perspectiva es que este tipo de direcciones dirijan los próximos procesos revolucionarios. Lo que esas direcciones no podrían hacer es implantar “la dictadura revolucionaria del proletariado”, esto porque estarían condenadas a implantar estados obreros burocráticos. De este galimatías se desprende que la necesidad de partidos revolucionarios se plantea para la etapa de la revolución política, esto como norma general. En la lucha capitalismo sólo podemos jugar como fuerza supletoria, ya que las masas van hacia las organizaciones tradicionales que construyen Estados burocratizados. Se pretende hacer un aporte, pero se llega a la misma conclusión de Michel Pablo: hay, primero un gran período de Estados burocráticos y el papel de los trotskistas no es dirigir sino impulsar.

Ahora bien, los acontecimientos de la posguerra demostraron que la existencia del partido revolucionario es necesaria para el derrocamiento de la burguesía. En primer lugar, porque debido a la inexistencia de los partidos e Internacional revolucionarios, el capitalismo pudo sobrevivir a las condiciones revolucionarias creadas desde la segunda guerra mundial. Ocultar esto, o sea la traición de stalinistas, socialdemócratas y nacionalistas durante los últimos 40 años, es ocultar la esencia de los problemas políticos del proletariado. Al plantear que el proletariado necesita del partido revolucionario sólo para tomar el poder en los Estados burocráticos, el CI abandona la caracterización de contrarrevolucionarios de las direcciones stalinistas y socialdemócratas pues, cualesquiera sean sus políticas reaccionarias presentes deberán oscilar hacia la ruptura con el capital ante situaciones excepcionalmente revolucionarias.
Pero en segundo lugar (y sobre esto no extenderemos más adelante), la necesidad de partidos revolucionarios fue demostrada por las propias revoluciones victoriosas, como la cubana y la china, pues, en ambos casos, sus direcciones se enfrentaron o se apartaron de las orientaciones de los aparatos contrarrevolucionarios. Para llevar a la victoria a la revolución cubana el movimiento castrista tuvo que romper, en momentos decisivos, von los planteos del PC cubano (y sobrepasar su propio programa). Lo mismo ocurrió con la dirección maoísta, que se apoyó en las masas insurrectas contra el gobierno nacionalista, en lugar de pactar con éste contra aquéllas (como había planteado Stalin). La aproximación empírica exitosa de estas direcciones a la revolución, es la más contundente prueba de la necesidad de la construcción de partidos revolucionarios (no empíricos) conscientes, es decir,  basados en el programa de la IV°, para luchar victoriosamente contra el capitalismo.

En un reciente artículo de crítica al CP, Ernest Mandel —diligente del SU— sostiene que la llamada variante improbable del Programa de transición sólo es posible en los países atrasados donde la burguesía es débil, donde se encuentra en un estado de descomposición social avanzado, y donde el proletariado es minoritario y poco concentrado. Esto, según Mandel, explicaría la victoria de las revoluciones yugoslava, china, cubana y vietnamita, con direcciones de origen stalinista o pequeño burgués, pero que no podría repetirse en los países imperialistas o en los países semicoloniales con una burguesía y un proletariado fuertemente estructurados (E. Mandel, “Quatriéme Internacionale” Nro. 2, octubre-diciembre 1980).

Mandel transforma a la variante histórica “altamente improbable” de Trotsky, en una variante altamente probable para los “países débiles” y en una imposible para los “fuertes”. En el primer caso, Mandel coincide con el CI y abre, con ello, ilimitadas esperanzas no sólo en el nacionalismo pequeño burgués, sino también en el stalinismo de los “países débiles”. La’ variante “altamente improbable”-deja de ser una mera posibilidad que recubre a las más diversas naciones y se transforma en un número ilimitado de variantes específicas casi seguras. Pero es justamente en los “países débiles” donde la historia de la _ posguerra ha confirmado con mayor frecuencia que el nacionalismo de contenido burgués y el stalinismo son incapaces de. llevar la revolución a su completa victoria ( ¡Bolivia! ¡Argelia! ¡Irán! ¡Zimbabwe! ¡Egipto! ¡Guatemala!). Más todavía, no existe ningún caso de una dirección pequeño burguesa o stalinista que haya derrocado a la burguesía como una reacción circunstancial ante presiones poderosas, pero con el objetivo de mantenerse en el terreno de la propiedad privada, que es el tipo de variante excepcional que examina el Programa de transición -y en la que se tiene en cuenta la propuesta de Lenin a los mencheviques de que tomen el poder, en 1917, así como la posibilidad de gobierno obrero que se dio en Alemania – en 1920- entre las dos fracciones socialdemócratas, el PC de Central Obrera. Lo que ha ocurrido en China y Cuba, por ejemplo, no fue una ruptura circunstancial de sus direcciones con la estrategia y el programa del stalinismo en el primer caso, y con la pequeño burguesía como clase, en el segundo, pues. se empeñaron en un curso de revolución permanente en el plano nacional y hasta cierto punto, en el internacional. Esta evolución supera por completo el problema que le puede plantear a la pequeño burguesía la debilidad de la clase de los explotadores nativos, y que puede- resultar en una serie más o menos extendida de nacionalizaciones, en la amplitud de la reforma agraria, o en la participación obrera en la gestión estatal. La expropiación del capital apoyándose en las masas insurrectas es otra cosa, pues toca a la realización de un aspecto fundamental del programa bolchevique-trotskista y plantea de un modo abierto los problemas de la superación de la crisis de dirección del proletariado. La acusación fundamental que dirigimos, en este terreno, contra los revisionistas de la dirección de la IV°, desde 1948, es haber capitulado vergonzosamente ante el nacionalismo burgués, mediante la política del “apoyo crítico”, y el haberse adaptado ante el maoísmo y el castrismo, renunciando a la lucha por el programa de la IV° que se planteaba en esas revoluciones, justificando todas las inconsecuencias de esas direcciones, incluidos los compromisos de carácter contrarrevolucionario con la burocracia del Kremlin. La IV Internacional debe defender resueltamente a los gobiernos obrero-campesinos estructurados a partir de la ruptura de los partidos tradicionales con la burguesía, frente a la agresión local o imperialista. Pero no puede identificarse o apoyarlos políticamente sin comprometer las perspectivas de la IV° y de la revolución en el país y mundial. Un viraje empírico de partidos de origen extraño al proletariado revolucionario conscientes enormemente progresivo, pero se trata sólo de un viraje, no de la asimilación consciente de la estrategia de la revolución permanente, y este hecho elemental, es un factor que compromete el porvenir de la revolución.

La afirmación de Mandel de que en los países “fuertes» debe excluirse por completo la posibilidad de gobiernos de partidos stalinistas o reformistas circunstancialmente independientes de la burguesía, no se funda en ningún argumento serio. Esta posibilidad no depende de la estructura social del país sino de factores políticos específicos. La variante que contempla el Programa de transición ya había sido señalada en el 3° Congreso de la III° Internacional, y estaba precisamente referida a Europa. Mandel tira por la borda la caracterización de los partidos tradicionales como obrero-burgueses u obrero-contrarrevolucionarios, es decir, partidos que por su programa y dirección son enemigos de la revolución, pero que deben esforzarse por mantenerse en el terreno de las luchas prácticas de la clase obrera. Si se reconoce esta contradicción se deduce la posibilidad, “altamente improbable”, de que se vean forzados a tomar el poder en condiciones de ascenso revolucionario de masas. Esta eventualidad no disminuye, sino que refuerza, la necesidad de partidos trotskistas, para que tal hecho se convierta en un breve episodio en el camino hacia la dictadura del proletariado. Detrás del “revolucionarismo” de Mandel con relación a los partidos tradicionales de los países “fuertes”, se esconde el abandono de la política de trabajar entre las masas obreras que siguen mayoritariamente a esos partidos, lo que el SU sustituyó por la formación de “nuevas vanguardias” con la ultraizquierda -dentro de las cuales los trotskistas no debíamos hacer cuestión de nuestra “etiqueta” (como llamó al programa y banderas de la IV°).

Por una vía extremadamente tortuosa, las tesis del Comité Internacional entroncan con las viejas posiciones de la corriente morenista. Donde ahora se dice que la línea general del desarrollo político conduce a revoluciones dirigidas por partidos contrarrevolucionarios que ponen en pie Estados burocráticos, tiempo atrás se decía: “Cualquier país, cualquier clase brutalmente explotada puede, por el programa y el método de la revolución permanente, plantearse la acumulación primitiva socialista y adquirir el desarrollo económico, cultural y técnico moderno” (N. Moreno, la Revolución Latinoamericana, pág. 76). Como corolario se agregaba que “…así como hemos descubierto que no solamente la clase obrera puede acaudillar la revolución proletaria, lo mismo podemos decir de los movimientos políticos: no sólo los obreros pueden organizar y dirigir las primeras etapas revolucionarias, pueden hacerlo los movimientos y organizaciones democráticas o agrarias” (ídem, pág. 77). La problemática es la misma: la línea general es que la revolución socialista es tarea de otras clases y partidos, lo único que está cambiado es el énfasis moral, ya que anteriormente se hacía la apología y seguidismo de esos sectores en lugar en que hoy se les pone el sanbenito de “contrarrevolucionarios”.

Las “tesis” sostienen claramente que no os necesario el partido revolucionario en la lucha contra la burguesía; “el as-‘ censo revolucionario es tan grande que la burguesía puede ser expropiada sin partido revolucionario” (Tesis XII, pág. 26) (¿qué es esto sino puro posadismo?). Las condiciones de tipo especial señaladas por el Programa de transición se convierten aquí en norma internacional (“el ascenso revolucionario”). Pero si esas direcciones pueden llegar a expropiar a la burguesía mundial: ¿En qué se apoyarán sus burócratas una vez que haya sido eliminada la presión imperialista? Por esta vía vamos al Estado revolucionario pleno. En el casi millón de espacios de las tesis” se dedica, con todo, un renglón a decir que el CI no cree que los contrarrevolucionarios expropien a toda la burguesía mundial. ¿Pero qué mejor que esta salvedad para demostrar que a eso conduce todo el planteamiento del CI?

Repetimos que, con estas posiciones, el CI retoma enteramente las tesis fundamentales del pablismo. El llamado pablismo, corriente que conquistó la dirección de la IV° a fines de la década del 40 y que sigue hoy a la cabeza del SU, fue el primero en sostener que la expropiación del capitalismo en Europa del Este y la revolución yugoslava planteaban una nueva línea de desarrollo de la revolución mundial. El stalinismo se habría transformado, a pesar suyo, en un factor revolucionario -esa sería su tendencia- porque se orientaba a la formación de Estados Obreros. Entre el capitalismo y el socialismo, se abría un período histórico caracterizado por la fuerza revolucionaria del stalinismo, que daría lugar, sin embargo, dado su carácter burocrático, a Estados obreros deformados. El rol de los trotskistas quedaba así relegado a la etapa pos-derrocamiento del capitalismo para implementar o convertir los Estado:; obreros deformados en revolucionarios.

Exactamente es lo que afirma ahora el Comité Internacional, al sostener que los partidos revolucionarios trotskistas están reservados para la lucha por la “dictadura revolucionaria del proletariado” y que las tareas del derrocamiento del capitalismo serían cumplidas por el stalinismo, socialdemocracia y nacionalismo.

Las revoluciones fabricadas por el stalinismo y el imperialismo

Si la norma no fue la ruptura delas direcciones llamadas tradicionales con la burguesía, lo que sí es redondamente cierto es que en Cuba, Yugoslavia, China y Vietnam direcciones de origen pequeño burgués o stalinista acaudillaron gigantescas revoluciones que expropiaron al capital.

Para las «tesis», en estos casos no estamos en presencia de revoluciones sino de lo contrario, de un arreglo contrarrevolucionario del stalinismo con el imperialismo. “El imperialismo se impuso con la ayuda del stalinismo, re-estabilizar el funcionamiento de la economía capitalista en los países imperialistas el stalinismo se concentró sobre los eslabones más débiles de la cadena capitalista mundial, allí donde la crisis era más aguda allí donde la actividad revolucionaria de las masas era mayor en los países limítrofes del Este y en China, para frenar ó aplastar la movilización independiente y revolucionaria de las masas… Así, a escala mundial, la expropiación del capitalismo en los países del Este de Europa, China y Yugoslavia Corea v Vietnam del Norte aparece como el resultado de una combinación inesperada en el marco de la crisis más importante del sistema imperialista mundial, de una concesión forzada del imperialismo a la burocracia contrarrevolucionaria stalinista para poder restablecer el capitalismo en Japón y en Europa Occidental, con la ayuda de esa misma burocracia…» (Tesis IX pág. 18). En síntesis, la revolución china no aplastó al imperialismo sino a las masas, y su victoria ayudó a restablecer el capitalismo en Japón. Si se aplica el mismo método a Cuba se concluye que fortaleció al imperialismo norteamericano. (Los autores de las “tesis” parecen creer que decir un disparate es hacer gala de dialéctica… salvo que se refieran a la dialéctica del disparate). Las ‘tesis’ olvidan que si es cierto que la burocracia del Kremlin intentó frenar esas revoluciones, fracasó —por eso el triunfo de la revolución china fue una derrota política^ para Moscú. Para el CI, hay que concluir, la derrota del imperialismo yanqui en Vietnam fue una concesión forzada de Washington a Moscú.  Aquí tenemos otra característica común al pablismo, quien había reemplazado la categoría de la lucha de clases mundial por la del enfrentamiento entre los campos imperialista y “socialista”. Era esta última la contradicción decisiva -ia lucha de las masas sólo servía como punto adicional de apoyo para la burocracia de Moscú. Todo el esfuerzo de Moscú y Washington por salvar a Chiang, en China, y a Thieu, en Vietnam. es pasado por alto. La burocracia rusa arranca, con la “ayuda” de las masas, una «concesión forzada” al imperialismo yanqui Según la interpretación que las “tesis” hacen de la posguerra, la burocracia de la URSS intercambió China, digamos, por Italia y también por Francia, o quizás por Japón (¿Y a Cuba, se la apropió a cambio de qué?). Aquí tenemos lo que se podría llamar la concepción “manijera” de la historia, donde las revoluciones se intercambian como figuritas. No, la burocracia rusa estuvo contra la revolución china como contra la italiana y la francesa, y la desigualdad de los resultados se debió, entre otros factores, a que la implantación de los agentes del Kremlin en el partido chino no tenía, ni de lejos, la envergadura que la existente a la cabeza del PCI o del PCF.’

Las “tesis” se pierden en delirantes razonamientos y concluyen minimizando el papel del stalinismo en Europa. Qué es eso de que el stalinismo se “concentró” sobre China («eslabón débil”) y no en Italia? Es exactamente al revés, fue en Italia que logró hacer abortar la revolución y no en China El Plan Marshall, eje de la reconstrucción económica de Europa, no fue una respuesta a la traición burocrática sino, precisamente el temor a la revolución proletaria en el viejo continente (1948). En tanto que un ataque indirecto a los Estados Obreros, llevó a la burocracia a ejecutar la expropiación del capital en los países ocupados militarmente. El CI planea en las nubes, escribe «tesis”, pero no se digna a echarle siquiera una ojeadita a la realidad.

Uno de los ejes centrales de nuestra polémica de años contra la OCI francesa fue señalar que no se sabían ubicar en el abe de la lucha de clases, esto es, ‘‘distinguir la revolución de la contrarrevolución” (Ver «Destrocemos la provocación de Just y Lambert” edic. PO, febrero de 1979, por Rafael Santos).

En esto caen las “tesis” del CI, que ubica a los grandes triunfos revolucionarios como inmensas tragedias del proletariado mundial.
Deliberadamente, las “tesis” equiparan la expropiación del capitalismo en los países de Europa Oriental, que fue ejecutada mediante una virtual anexión militar de esos países por la burocracia del Kremlin, con la de China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, que fueron el resultado de una victoria revolucionaria. En el primer caso se trató de una acción defensiva de la burocracia rusa frente al imperialismo, llevada adelante con métodos burocrático-militares, es decir…violando simultáneamente los derechos políticos de las masas y la autodeterminación de las naciones ocupadas. Fue una medida revolucionaria con métodos contrarrevolucionarios. A escala mundial, europea y de los propios países ocupados, la política del Kremlin fue de desmoralización política de la clase obrera. Luego del “golpe” de 1948 en Checoslovaquia, por ejemplo, el partido comunista italiano sufrió el mayor retroceso electoral desde 1946.

Las victorias de las revoluciones china, cubana o vietnamita, por el contrario, fueron un factor de impulso de la lucha de clases mundial. La expropiación del capital se realizó por la presión imparable de las masas.

Es cierto que existen rasgos comunes entre China, por ejemplo y Europa Oriental. Tampoco en este último caso la burocracia rusa se planteó, originalmente, la expropiación del capital, a la cual fue llevada por toda la crisis revolucionaria heredada de la debacle de los regímenes hitleristas. De otro lado, las medidas de expropiación del capital en China, fueron efectuadas cuando el nuevo Estado ya había conseguido un cierto grado de centralización burocrática y militar. Por lo demás, esto mismo ya había ocurrido en Rusia en 1918, pues las primeras expropiaciones se dieron por parte de un Estado con un relativo grado de deformaciones burocráticas. En un sentido extremadamente general, las revoluciones rusa y china, así como la anexión militar-burocrática de Georgia por el ejército rojo de los bolcheviques y la ocupación de Europa Oriental por el stalinismo, tienen el rasgo común de extender el área geográfica de la revolución mundial. Pero la analogía cesa aquí, pues la lucha revolucionaria se distingue de la acción burocrático-militar, en el hecho de que transforma la conciencia revolucionaria el proletariado mundial, que es el único factor histórico que puede acabar con la explotación capitalista y con la explotación del hombre por el hombre.

Treinta años después de la revolución china, los autores de las tesis no han comprendido que la IV° Internacional se construirá junto a las masas revolucionarias, a partir de la experiencia de estas, mostrando en la práctica la validez del programa trotkista, y no condenando en bloque la insurrección de millones de seres humanos, para preservar su propia verdad sectaria y su propia personalidad de grupejo mesiánico. Una de las mayores contradicciones de la crisis mundial posterior a la segunda guerra es que, salvo dos o tres excepciones, los únicos que se reclaman del gran programa de la IV° son un conjunto de grupejos sin principios ni destino.

Revoluciones proletarias que son burguesas y viceversa

Todos los sectarios que han sido paridos en las filas de la IV Internacional desde la muerte de Trotsky, han buscado justificar la necesidad del partido bolchevique-trotskista, no como el resultado de las propias tendencias del proletariado, de su vanguardia y de la lucha moderna de clases en su conjunto sino por consideraciones subjetivas y especulaciones metafísicas. Esto es la consecuencia aberrante del hecho de que durante más de un cuarto de siglo las organizaciones que se reclaman del trotskismo no hayan “hecho la revolución” en ningún lado y de que tampoco hayan logrado insertarse en el seno del proletariado de ningún país.

El Comité Internacional no se hace al respecto ningún problema. A la pregunta de por qué la notable falta de éxito del trotskismo, el CI responde: no hay en todo esto ninguna anormalidad, contradicción o irregularidad; todavía no se produjo en el mundo la revolución que nos toque dirigir; con posterioridad a 1917 sólo hubieron revoluciones de “febrero», y, como se sabe, los bolcheviques dirigen sólo revoluciones de “octubre”. ¡El que dude de la capacidad de los “trotskistas” comete un enorme error semántico! No hay problema, no hay contradicción, porque ni el uno, ni el otro, existen. En lugar de la resolución práctica de los conflictos terrenales de la revolución, el CI nos propone una nueva interpretación de los hechos.

Ahora bien, ¿qué es la revolución de febrero?

Según los autores de las Tesis, “febrero es una revolución obrera que enfrenta a los explotadores imperialistas, burgueses y terratenientes ligados a la burguesía. Desmantela (sic) el aparato de estado burgués sin todavía destruirlo (sic) o reemplazarlo… la diferencia entre febrero y octubre reside en el factor subjetivo. En resumen, la revolución de febrero es inconscientemente socialista, mientras que la de octubre lo es conscientemente” (Tesis XII, pág. 25).

La burrada que está dicha aquí sirve para medir el intelecto de sus autores. La diferencia entre febrero y octubre no es subjetiva sino objetiva; febrero dio lugar a un régimen burgués operando en condiciones de doble poder, octubre dio lugar a un régimen proletario. Entre uno y otro hay una diferencia de régimen político y no una diferencia de política o de gobierno dentro del mismo régimen. ¡La revolución subjetiva que se opera en el proletariado entre febrero y octubre no quiere decir que estos dos acontecimientos históricos se diferencien subjetivamente! Por otro lado, si febrero se caracteriza —según ellos mismos— por no destruir el estado burgués, ¡cómo pueden caracterizar de febrero a las revoluciones cubana, china, vietnamita, yugoslava, que sí lo destruyeron!!

La característica de febrero es que, a pesar de los métodos de movilización proletarios (surgimiento de los soviets), “ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y organización” (Lenin, Tesis de Abril). El rasgo principal de Octubre, en cambio, es que el proletariado desaloja del poder a la burguesía.

Lenin es claro al respecto. «En el país está madurando claramente una nueva revolución, -dice en septiembre de 1917- una revolución de otras clases (en comparación con las que realizaron la revolución contra el zarismo). Entonces fue una revolución del proletariado, el campesinado y la burguesía, aliada al capital financiero anglo francés, contra el zarismo.

“Ahora está madurando una revolución del proletariado y de la mayoría del campesinado —exactamente de los campesinos pobres— contra la burguesía, contra su aliado (el capital financiero anglo-francés) y contra su máquina gubernamental, encabezada por el bonapartista Kerenski” (subrayado del autor, del Diario de un publicista, Lenin, 22/9/1917). La revolución de febrero es una revolución burguesa, la de octubre es proletaria.

La razón de esta peculiar combinación de clases en la revolución de febrero se debió a que si bien el proletariado estaba profundamente interesado en la liquidación del zarismo, no sólo lo mismo ocurría con la pequeño burguesía agraria sino que la propia burguesía necesitaba desembarazarse de la autocracia. Trotsky señaló que Febrero fue una revolución burguesa que, por haberse producido históricamente tarde por sus contradicciones (sobre todo la dualidad de poderes), debía, dar paso ya sea a la revolución proletaria o a la consolidación contrarrevolucionaria de la burguesía (“Lecciones de Octubre”). La revolución de febrero es, por lo tanto, a la vez, la introducción a la revolución de octubre y su negación.

La idea de que el febrero ruso fue una revolución proletaria contra todas las demás clases, y en especial contra la burguesía, es un puro invento del CI. Si la burguesía y pequeño burguesía se hubiesen alineado con la contrarrevolución en febrero, el proletariado nunca le hubiera podido ceder el poder. Las “tesis” sostienen que “todas las revoluciones actuales son socialistas por el enemigo que enfrentan: la burguesía y su aparato de estado…” (Tesis XII, pág. 26).

Con esto asimilan las revoluciones en los países imperialistas a las de los coloniales. De un plumazo, las tesis de la revolución permanente se esfuman. Ni qué hablar de la relación entre la lucha contra el imperialismo y la revolución proletaria.

El punto de partida del movimiento revolucionario en los países atrasados no es el choque con la burguesía nativa sino la lucha contra el imperialismo y la reacción nativa. La revolución no debuta como un movimiento puro del proletariado contra la burguesía: fracciones de la burguesía coquetean con la revolución y buscan llevar la revolución a sus fines. Fue lo que Lenin y Trotsky señalaron respecto al “febrero” ruso; fue lo que aconteció en enero de 1959 en Cuba; ahora en Nicaragua. La incapacidad de la burguesía o pequeño burguesía obliga al proletariado a ponerse a la cabeza de la revolución y transformarla en socialista. En esto consiste la permanencia de la revolución: se transforma de democrática en socialista o, dicho de otro modo, los objetivos de la democracia plantean la revolución proletaria. El carácter socialista de la revolución se distingue por la clase social, el proletariado, capaz de realizar los fines democráticos de la revolución combinándolos con los socialistas.

Las «tesis” dicen que “retomando a Hegel y a Marx” las revoluciones de febrero son socialistas «en sí”, mientras que la de octubre de 1917 «lo es para sí” (Tesis XII, pág. 25).

Las revoluciones socialistas «en si” no existen. Como clase «en sí” el proletariado no se representa a sí mismo sino que se hace representar por otra clase, efectiva o potencialmente hostil. Pero la revolución socialista significa que el proletariado asume el destino histórico en sus manos. En febrero, el proletariado ruso se sometió a otras clases y por eso no hubo allí ninguna clase de revolución socialista, ni en sí ni para sí, ni consciente, ni inconsciente.

Las “tesis” afirman que revoluciones como las de febrero son una antesala a las de octubre. Falso. Pueden ser también la antesala de la contrarrevolución.

El febrero alemán (noviembre 1918) no introdujo a octubre sino a la contrarrevolución democrática, primero (invierno de 1919), y a la fascista, después (invierno de 1933). (Ídem en Bolivia, cuyo febrero se produjo en marzo de 1952).
La diferencia fundamental entre el febrero ruso y las revoluciones china y cubana es que el primero dio lugar a un régimen burgués, las otras dos a Estados obreros. La analogía de Cuba y China es con el octubre ruso, no con el febrero. Si en China y Cuba triunfó una revolución de febrero, entonces sus regímenes políticos son burgueses.

Si se examina la revolución cubana se puede ver que ésta tuvo también su febrero y su octubre. En enero de 1959, un gobierno de coalición con la burguesía cubana se hace cargo del poder. En octubre la coalición se destruye. El gobierno revolucionario que emerge de esta situación es independiente de la burguesía y está apoyado en las masas armadas. Si el octubre cubano no requirió, como en Rusia, una segunda revolución, ello se debió a que la lucha política en el seno de la dirección pequeño burguesa revolucionaria se resolvió en favor del ala dispuesta a llevar hasta el final la ruptura con la burguesía. Esta posibilidad de que la segunda revolución fuese pacífica fue prevista por Lenin, quien en agosto-setiembre de 1917 exhortó a los mencheviques a romper con la burguesía y tomar el poder.
Las “tesis” afirman que la revolución nicaragüense “abrió objetivamente posibilidades de una nueva Cuba en Centroamérica” (pág. 21).
Ahora bien. Si la revolución nicaragüense fue, según el CI, una revolución de “febrero”, “inconscientemente socialista”, y lo mismo fue la revolución cubana, lo que nos están diciendo aquí es la burrada de que una revolución de “febrero” podría transformarse en una… revolución de «febrero”. Nicaragua puede evolucionar, sí, hacia una nueva Cuba, o sea transformarse en Octubre por medio de la ruptura con la coalición burguesa y la expropiación del capital.

El CI comete el fantástico error de afirmar que el rasgo esencial de la revolución proletaria es la existencia de soviets. Trotsky ya había denunciado este “fetichismo” en relación a la revolución alemana (1923), donde los soviets estaban ausentes y la clase obrera se organizaba en comités de fábrica. En Bolivia (1952) el doble poder obrero estaba representado por los sindicatos y las milicias. El desarrollo de los soviets es un indicador del desarrollo alcanzado por la revolución proletaria en un país respecto a la de otro. Pero lo que define el carácter de la revolución es el régimen que engendra. El Estado obrero de Lenin y Trotsky no dejó de serlo cuando los soviets dejaron de desarrollarse, se paralizaron, y el poder político quedó en manos del aparato del PC, con el auxilio del ejército rojo.
La victoria de la revolución en China, Cuba, Vietnam consistió precisamente en que no concluyeron en sus febreros; de haber sido así hoy estaríamos hablando, no de la revolución china sino de la contrarrevolución china.

Para las “tesis”, revoluciones como la china y la cubana…“son abortos”!! Tiene «algunas características del ser que no nació, como la expropiación de la burguesía…” (págs. 47-48) ¡Esto es extraordinario! ¡Algunos rasgos, la destrucción del capital! Los personajes que engendraron el aborto de estas tesis” parecen no saber que entre un ser humano y un aborto la diferencia está en que uno vive y el otro no. ¡Y las revoluciones china y cubana viven!

Las revoluciones dirigidas por… contrarrevolucionarios

“La acusación capital que la IV Internacional lanza contra las organizaciones tradicionales del proletariado es que no quieren separarse del semi-cadáver político de la burguesía, señala el Programa de transición (capítulo “el gobierno obrero y campesino”).
Si ésta es la acusación capital del trotskismo, cómo caracterizar a las direcciones que han roto con la burguesía, tomaron el poder y, más, consumaron la expropiación del capital.

Para la secta bautizada Comité Internacional nada cambia: si no rompen con la burguesía son contrarrevolucionarios; si expropian a la burguesía también. Existirían de esta manera, dos clases de stalinismo, un stalinismo que se esfuerza por mantener el orden existente a nivel mundial y en cada país, y otro que destruye este orden existente, por lo menos en su propio cuadro nacional.

Aquí se cometen errores de diversos órdenes, que la propia dirección actual de la OCI ya había refutado en el pasado (ver los trabajos de Pierre Broué sobre la revolución cultural china).

Primero. El stalinismo es un accidente histórico único, que consiste en esto: el sometimiento del aparato de la III Internacional y de cada uno de los partidos comunistas a los intereses propios, de casta, nacionalistas, de la burocracia rusa. Desde el momento que algún partido comunista deja de someterse a esos intereses, y contra ellos dirige la revolución en un determinado país, aunque no haya roto formalmente con el Kremlin, deja de ser un partido stalinista en el sentido estricto del término. Sea que se encuentre obligado a defender su propia revolución contra el imperialismo, independientemente de los intereses de la burocracia rusa; sea que se logre constituir en burocracia nacional con intereses propios; tales partidos comunistas dejan de tener la característica básica de los partidos comunistas, a saber, su sometimiento incondicional a ¡a burocracia rusa. La aparición de un fenómeno de este tipo plantea, formalmente, el comienzo de la disgregación del aparato stalinista internacional.

Segundo. La burocratización de un nuevo Estado obrero no significa que se stalinice, esto porque carece de aquella característica fundamental del stalinismo, que es el sometimiento de todo un sector del proletariado mundial, aquél identificado con la Revolución de Octubre de 1917, a la casta social usurpadora rusa. Una política de coexistencia pacífica de esta nueva burocracia estaría mutilada desde el comienzo, ya que carecería de instrumentos en cada país, y en especial en los países desarrollados, para imponer una política de conciliación de clases.

Un partido de origen stalinista o pequeño burgués en el poder puede ir muy lejos en sus acuerdos con la burocracia rusa, pero esto no significa identidad de intereses, sino compromisos temporales —más o menos prolongados. De lo contrario habría que considerar que la burocracia rusa no es una casta chauvinista sino “internacionalista”.

Como se puede apreciar, las consecuencias de una correcta caracterización son muy amplias para la política mundial. En la superficie, la victoria de una revolución dirigida por un partido de origen stalinista puede prestigiar al aparato, stalinista internacional. Pero en la medida que es un factor de destrucción de la coexistencia pactada por el Kremlin y el imperialismo, y en la medida que refuerza el espíritu revolucionario de las masas, incluso de las que siguen a los stalinistas, se coloca en la línea del hundimiento del aparato contrarrevolucionario a las órdenes de Moscú.

Un partido de origen stalinista o pequeño burgués que toma el poder y expropia a la burguesía no es un partido proletario revolucionario, aunque haya actuado revolucionariamente. Por su programa y tradición continúa poniendo una muralla entre la revolución en un país y la revolución mundial; por su burocratismo tiende a bloquear la gestión obrera y el gobierno obrero por la centralización burocrático-militar. Lo que resulta de aquí es un partido centrista de origen stalinista que oscila entre las presiones de la revolución, de un lado, y del imperialismo y el Kremlin del otro. Que concluya con compromisos más o menos estables con éstos, o con uno de los dos, dependerá de la evolución de la lucha de clases en el plano nacional y mundial.

El CI cree, suponemos, que está defendiendo la “ortodoxia» trotskista al meter en la misma bolsa a los PCs verdugos de la revolución en sus países (Italia, Francia, etc.) y a aquéllos que la llevaron a la victoria. La etiqueta de stalinistas seguirá en pie. Pero lo que hacen en realidad es sostener que un partido fiel a la estrategia stalinista puede llevar a la victoria de la revolución. Y esto es una concesión histórica a los enemigos del proletariado mundial y una completa revisión del programa trotskista.

Un partido de origen stalinista o pequeño burgués que se pone a la cabeza de las masas insurrectas, tampoco podría ser caracterizado de contrarrevolucionario “nacional”. En eso podrá transformarse en el futuro, si el reflujo de las masas en el país y el aislamiento de la revolución se mantienen por tiempo prolongado. Calificar de contrarrevolucionaria a una corriente que rompe con el imperialismo y, empíricamente, con la estrategia del stalinismo, y que se apoya en las masas revolucionadas, es quitarle a las palabras todo sentido.
El CI quiere conservar la vigencia del trotskismo y de la IV, no recurriendo a las lecciones de la historia, que demuestran que la victoria de la revolución sólo es posible rompiendo con la burguesía y la conciliación de clases (y que esta victoria es tanto más amplia y segura si el partido que la dirige ha elaborado conscientemente este programa y esta estrategia) sino negando esas lecciones, y macaneando sobre la experiencia revolucionaria de millones de hombres. ¿Qué se puede construir sobre estas bases? La tarea de la IV Internacional no es defender el programa como el evangelio, sino como una vía segura hacia las grandes masas, el proletariado en primer lugar. Que el evangelismo engendra, muchas veces, o encubre la corrupción y el oportunismo está probado por toda la historia de la Iglesia, así como por la del PST o la OCI.

En un esfuerzo supremo de “generalización” el CI afirma que “todas las direcciones burocráticas o pequeño burguesas, izquierdistas, nacionalistas, socialdemócratas y stalinistas, sirven históricamente -de manera directa o indirecta- a la contrarrevolución imperialista”. “Las direcciones pequeño burguesas, incluso las stalinistas, son irrecuperables para la revolución” (Tesis II, pág. 8 y 9).
Castro, expropiando a la burguesía, Perón, organizando las triple A, Noske ahogando en sangre la revolución alemana, Mao y Chiang Kai Shek, el FSLN serian todos agencias de la contrarrevolución. Esta locura no es nueva. Por ejemplo, la OCI francesa compartió en la década del 60 un Comité Internacional con Healy, para quien Fidel Castro era un Chiang Kai Shek; Moreno, entonces metido en el peronismo, caracterizó a la revolución cubana de otra “libertadora” (golpe contrarrevolucionario de 1955 contra Perón), y a Castro de otro Aramburu.

De todo esto se desprende que, para el CI, la única clase revolucionaria es el proletariado y, el único partido revolucionario aquél que se reivindique como trotskista. Lamentablemente para el CI, esto no es así. El proletariado es la única clase consecuentemente revolucionaria, o revolucionaria hasta el fin. El partido bolchevique-trotskista debe ser la expresión concierne y dirigente de este proletariado. Pero la pequeño burguesía también puede ser revolucionaria cuando se levanta contra la opresión nacional y se apoya en los desposeídos del campo. No es consecuentemente revolucionaria o hasta el fin; es democrática nacionalista revolucionaria. De los distintos movimientos propios de la pequeño burguesía, incluido el fascismo, se destaca también el jacobino o revolucionario. Lenin decía en el 2o Congreso de la III Internacional que “nosotros, como comunistas, sólo debemos apoyar y sólo apoyaremos los movimientos burgueses de liberación en las colonias en el caso de que estos movimientos sean verdaderamente revolucionarias, se cuidó insistir en lo siguiente:

«No se puede pues limitarse a reconocer o a proclamar el acercamiento de los trabajadores de todos los países. Es necesario además perseguir la realización de la unión la más estrecha de todos los movimientos emancipadores nacionales y coloniales con la Rusia de los Soviets, dándole a esta unión formas correspondientes al grado de evolución del movimiento proletario entre el proletariado de cada país, o del movimiento emancipador democrático-burgués entre los obreros y los campesinos de los países atrasados o de las nacionalidades oprimidas (ídem, Tesis 6, II Congreso de la IC).
Esto es el ABC. Pero ¿Podemos pedirle al CI que distinga los colores del arcoíris cuando ni logra hacerlo con el blanco y el negro con la revolución y la contrarrevolución?

El «26 de julio” de Castro y Guevara fue un típico movimiento revolucionario de emancipación nacional. Contrarrevolucionario era Batista. Moreno, en su momento, apoyó a este último, pues decía que era anti yanqui debido a que, supuestamente, había pedido un mayor precio por el azúcar que vendía en los EEUU. Luego apoyó lo peor del castrismo, el foquismo y los brazos armados de la OLAS. (Estos últimos, según nuestro «ortodoxo” superaban la necesidad de construir partidos obreros revolucionarios). La OCI no sólo apoyó, en Argelia, a la fracción nacionalista que capituló ante De Gaulle, sino que excluyó del partido a los dirigentes que se opusieron a ello. De todo esto, las «tesis», ni sombra de autocrítica. En lugar de estudiar de su propia experiencia, el CI pretende enseñar lo que no ha digerido ni asimilado.

Para el CI, “el carácter obrero de estos estados (China, Cuba, etc.) debe ser puesto enteramente en la cuenta de la actividad revolucionaria de las masas…” (Tesis IX, pág. I8) o, que surgieron debido «al colosal ascenso de la posguerra en los eslabones más débiles de la cadena capitalista mundial» (ídem). Detrás de esta tautología se esconde un formidable «blanqueo’’ del stalinismo mundial. Si todo se explica por el «colosal ascenso” en «los eslabones más débiles”, se infiere que en los principales países europeos las revoluciones no triunfaron, no por el rol traidor de la socialdemocracia y el stalinismo, sino porque el ascenso no fue lo suficientemente «colosal” o por la insuficiencia de la movilización de las masas. El ascenso de las masas no habría sido lo suficientemente fuerte en estos países para llevar a las direcciones tradicionales a romper, como habría» acontecido en los eslabones débiles. La responsabilidad del stalinismo queda salvada. No fue en el ascenso pasado (débil), lo será en el futuro (más fuerte).
¿Qué es esto sino la dialéctica del sectarismo y la capitulación, engendrándose el uno al otro?

El CI defiende la teoría de la “masa reaccionaria única»

Todas estas posiciones se emparentan con las de Lasalle, quien consideraba a todas las clases -frente al proletariado- como “una masa reaccionaria”. Para el CI todas las direcciones pequeño burguesas, centristas, burocráticas, nacionalistas, son agencias del imperialismo. También “la burguesía nacional, en los países semicoloniales sigue siendo fundamentalmente un agente del imperialismo en las fronteras nacionales, aun cuando en un momento dado pueda tener fricciones profundas…” (tesis XVI, pág. 33). Las “tesis”, además, ponen al foquismo y a la guerra de guerrillas en un mismo saco y dicen que “tanto las direcciones guerrilleristas oportunistas como la pretendida ‘vanguardia’ guerrillera que lucha contra ella son contrarrevolucionarias, independientemente de las intenciones de los que la componen” (pág. 38) (esto después de decir la insensatez de que la movilización guerrillera es una “guerra civil proletaria” a pesar de su naturaleza agraria).

Marx criticó a Lasalle por poner un signo igual entre la burguesía liberal y la nobleza, incluso considerando los profundos lazos que entonces unían a ésta con la burguesía. A Marx no se le escapaba que ese signo igual equivalía a una neutralidad ante la nobleza, en los casos de choques entre ésta y la burguesía. Dice Marx: “la burguesía es aquí (en el Manifiesto Comunista) considerada como una clase revolucionaria —en tanto es el agente de la gran industria— frente a los feudales y las clases medias resueltas a mantener todas las posiciones que son el producto de modos de producción perimidos. Feudales y clases medias no forman entonces con la burguesía una misma masa reaccionaria. De otro lado, el proletariado es revolucionario frente a la burguesía…” (y) el Manifiesto agrega que “las clases medias… son revolucionarias… en consideración a su pasaje inminente al proletariado”. Desde este punto de vista, es aún más absurdo hacer de las clases medias, junto con la buguesía, y, para colmo con los feudales “una misma masa reaccionaria frente a la clase obrera” (Crítica del programa de Gotha).

Criticando la misma concepción lasalleana, señala Engels. ‘‘En efecto, al contrario, la revolución comienza por esto, que la gran mayoría de la nación e incluso los partidos oficiales se unen contra el gobierno que permanece así aislado y lo derrumban, y es solamente así que se hace posible fortalecer nuestro poder. Si quisiéramos comenzar la revolución por el fin, esto no nos traerá suerte” (Carta a Bevel, Liebknecht, 28/ 10/1882). Poner a la burguesía y a la pequeño burguesía en el campo de la reacción imperialista, es hacer el juego de ésta.

No es cierto que la burguesía nacional de los países atrasados sea una agencia del imperialismo; esto es válido para una fracción de aquélla, que oficia de agencia directa.

«La llamada burguesía ‘nacional’ tolera todo tipo de degradación nacional -dice Trotsky- mientras pueda mantener su existencia privilegiada. Pero cuando el capital foráneo se propone asumir la plena dominación de toda la riqueza del país, la burguesía colonial se ve obligada a recordar sus obligaciones ‘nacionales’ ” (On China, Revolución y Guerra en China, enero 1938, Pathfinder Press, pág. 584). Precisamente por la presión y dominio imperialistas, la burguesía nacional “no alcanza más que parcialmente el nivel de clase dominante”, para concluir que “la burguesía de los países coloniales y semicoloniales representa una clase semi-dirigente, semi-oprimida” (León Trotsky, en ¿Un estado no obrero y no burgués?, En defensa del marxismo, EDI, pág. 99).

(Digamos de paso que las “tesis”, en otro lugar, y pretendiendo parafrasear a Trotsky dicen que la burguesía nacional es “semi-explotadora” (Tesis XXIII, pág. 45). Falso; la burguesía nacional es enteramente explotadora del proletariado y las masas de sus países; otra cosa es que su dominio sobre el Estado, la economía, está bajo la dependencia del imperialismo mundial, y esté, en parte, oprimida por éste).

Las “tesis” del CI niegan la lucha de clases entre la burguesía nacional y el imperialismo, entre la pequeña burguesía y la burguesía, en.re una nación oprimida y una nación opresora, entre los campesinos y los terratenientes, etc., y la enorme importancia que tiene para el proletariado ocupar el lugar justo y tener una táctica justa en estos enfrentamientos.

Si todas las clases, menos el proletariado, fuesen reaccionarias y formasen un sólido bloque con el imperialismo, la revolución en los países atrasados sería imposible. Otra cosa es señalar que sólo el proletariado puede llevar la revolución hasta el fin, que para esto debe organizarse en forma independiente, que debe disputarle a la burguesía la dirección de las masas de la nación oprimida, pero para esto hay que separarse de las tesis del CI que aíslan al proletariado y lo colocan en una posición reaccionaria, de oposición a las reivindicaciones y al movimiento práctico de las otras clases oprimidas (campesinado, pequeño burguesía), y de las naciones oprimidas.
Estados burocráticos: ¿Una ley general de transición del capitalismo al socialismo?

Las “tesis” plantean lo que consideran la ley fundamental de toda revolución: “la revolución en su primera etapa ve a las masas, a la vez, emprender una lucha de clases que plantea directamente los problemas políticos a nivel del Estado, y al mismo tiempo, víctima de sus ilusiones, dejar sus aspiraciones en manos de las direcciones tradicionales traidoras” (Tesis XI, pág. 24). Elaboran así la teoría de los Estados burocráticos “desde su nacimiento” (prefacio, pág. 5).
Además de no saber distinguir la revolución de la contrarrevolución, identifican la revolución con otra de sus negaciones, la burocratización.

Lo que caracteriza a toda revolución es que las masas toman en sus manos el destino de la sociedad y la transforman revolucionariamente. Para esta gigantesca tarea, subvierten las instituciones políticas existentes, incluso las propias, crean nuevas organizaciones (los soviets, las milicias armadas, los ejércitos revolucionarios) aptas para emprender el derrocamiento de la burguesía. Si algo quiere decir que “las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos” (Programa de transición), es esto.
De acuerdo a lo que sostiene el CI, la burocracia no es un accidente histórico, el resultado de una combinación especial de circunstancias (aislamiento de la revolución, atraso del país, derrotas del proletariado mundial) sino la forma histórica de la transición del capitalismo al socialismo, determinada por el carácter de las direcciones (aparatos) que dirigen la revolución.

La burocratización de los Estados Obreros es un paso en la negación de la revolución, y no su resultado auténtico. Trotsky señaló que “en la degeneración burocrática del Estado soviético no son las leyes generales de la sociedad contemporánea, del capitalismo al socialismo, que encuentran su expresión sino una ruptura particular, excepcional y temporaria de esas leyes en las condiciones definidas por el atraso de un ¡jais revolucionario y por el cerco capitalista” (En defensa del marxismo, La URSS en la guerra, pág. 108, EDI). Un Estado burocrático desde el inicio sólo puede entenderse como consecuencia, no de una revolución, sino de la anexión político-militar de ese estado por otro ya burocratizado.

Fue el revisionismo (Pablo) el primero que lanzó esta teoría de los Estados burocráticos desde el inicio, previendo siglos de sucesivos Estados burocráticos. Es obvio que una revolución químicamente pura no hubo ni habrá, y es también evidente que la revolución no es un acto sino un proceso ascendente de sucesivas negaciones sociales, culturales, políticas, humanas nacionales e internacionales. El elemento burocrático va adherido al revolucionario hasta su completa extirpación en un proceso permanente. Pero la burocratización del Estado, es decir, la reversión de la revolución por el elemento burocrático no puede establecerse con la victoria de la revolución, sino que será el resultado de la combinación de factores adversos circunstanciales, y es esto lo que también ocurrió en China, Cuba o Yugoeslavia, al no producirse la revolución en los países avanzados, ni extenderse decisivamente en las principales naciones geográficamente contiguas.

En las revoluciones victoriosas de la segunda posguerra un rasgo fundamental fue la excepcional participación de las masas campesinas y la enorme importancia que jugó la cuestión nacional. Por razones diversas, el proletariado, como fuerza social, jugó un papel relativamente opaco. Si estas características se mantienen por un tiempo prolongado es claro que la elevación de una casta burocrática a una posición dominante es inevitable. Las revoluciones puramente campesinas (revueltas) concluyeron, siempre, en el pasado, con la suplantación de una dinastía por otra, es decir, sólo alteraron el origen de la casta dominante. Una revolución protagonizada, fundamentalmente, por las masas agrarias se va a reflejar en intentos por bloquear la hegemonía del proletariado, y esto tanto más cuanto que a su cabeza se encuentre un partido de origen pequeño burgués o stalinista de base campesina. Pero si esa revolución arriba a efectuar una real revolución social en el campo y lucha por la conquista del poder estatal, iniciará un proceso de revolución permanente y deberá movilizar al proletariado. Esto plantea la posibilidad de que el proletariado asuma como clase, directamente, la dirección de la revolución. Un Estado obrero surgido en estas condiciones sólo puede degenerarse burocráticamente en condiciones de aislamiento de la revolución social. En procesos revolucionarios de estas características, el partido trotskista debe apoyarse en las tendencias de la revolución a transformarse en permanente para conquistar la dirección para el proletariado revolucionario.

Al considerar la burocratización de las revoluciones de posguerra el CI cae en el más burdo “Socialismo en un solo país” y en la exageración de las peculiaridades nacionales. En ningún momento aplica el gran análisis de Trotsky, que vio en la derrota de la revolución en el exterior el factor más importante en la degeneración del Estado soviético. La regla de oro del método marxista es considerar cada fenómeno, no aisladamente, sino de conjunto, no fijo, sino en movimiento. La regla de oro del método marxista es considerar que las perspectivas del proletariado y de la revolución proletaria en un país dependen de las tendencias del proletariado mundial. Las “tesis” se convierten en un monumento de estrechez nacionalista.
El imperialismo logró contener la revolución en Asia, en América Latina y, fundamentalmente, en Europa occidental.

La realización plena del programa comunista quedó, entonces, bloqueada en los países donde la revolución fue triunfante. El atraso de estos países agravó las tendencias hacia la diferenciación social. La presión del imperialismo y el stalinismo provocaron la tendencia hacia la centralización burocrática del Estado en países en que el escaso desenvolvimiento de las fuerzas productivas bloqueaba una centralización democrática. El origen stalinista y pequeño burgués de sus direcciones acentuó esta tendencia, ya que las tradiciones y los métodos burocráticos salieron más fácilmente a la superficie cuanto que las condiciones eran hostiles. En estos países se ha cristalizado una burocracia con intereses nacionales propios. Pero aun así, ni China, m Cuba, por ejemplo, se asimilan a la degeneración del Estado ruso. La burocracia rusa es la cristalización de un período ente-ro de derrotas fundamentales del proletariado mundial; la burocracia en Cuba y China han debido coexistir con un período de derrotas tácticas de la clase obrera internacional, dentro de un período cuya línea general ha sido ascendente. Las relaciones entre las masas y los partidos en el poder no son las mismas dentro de estos países; no sólo entre Cuba y China, respecto a la URSS, sino tampoco entre los dos primeros. En el artículo de Broué, antes citado, se ponía entre paréntesis la inevitabilidad de la revolución política en China. Mientras que las reivindicaciones del Programa de transición son enteramente válidas para todos los Estados burocráticos, la capacidad de las burocracias de los países como Cuba y China para enfrentar la presión de un movimiento independiente de masas, no se equipara a la de la URSS y sus satélites.

La burocracia ¿una clase? La URSS ¿un estado capitalista?

Diversos antecedentes probaban que las convicciones del CI, respecto a que la URSS fuera un Estado obrero, estaban flaqueando. La OCI demoró veinte años para reconocer, y a regañadientes, que Cuba era un Estado obrero, y con razones que, bien comprendidas, no conducían a esa conclusión. En 1980, el Comité Paritario, antecesor del CI, tomó partido contra la defensa incondicional de la URSS, en la guerra entre ésta y las guerrillas feudales en Afganistán. Las “tesis” siguen reconociendo a la URSS como Estado obrero, pero sus planteamientos demuestran que están al borde de cambiar de camiseta.
La primera revisión de las tesis es afirmar que, como “la economía mundial, en su totalidad, continúa bajo el dominio imperialista y, en consecuencia, también lo está la de los estados obreros burocráticos” (“tesis” I, pág. 8).
La cita demuestra que el CI logró evolucionar del pensamiento confuso de los salvajes al razonamiento lógico de las primeras civilizaciones. Con el tiempo, quizás, alcancen el estado dialéctico.

La economía mundial está bajo dominio imperialista. La URSS está dentro de la economía mundial. Ergo: la URSS está bajo el dominio del imperialismo. Esto significa que ya no es un Estado obrero. Pero, claro, la URSS no está bajo el dominio del imperialismo.

Que la economía mundial está bajo el dominio del imperialismo es una tautología, pues bajo el socialismo no habrá economía mundial. Que la URSS está dentro de la economía mundial es incompleto pues se estructuró en oposición a ella.

Lo que hay que decir es que seguimos en la época de la economía mundial capitalista. Que la URSS es el resultado de una revolución victoriosa contra el capitalismo. Corolario: la URSS está, a la vez, en contradicción con la economía mundial capitalista y bajo la presión de ésta.

La URSS quedaría bajo el dominio del imperialismo si es derribado el monopolio del comercio exterior. Las embestidas contra éste son cada vez mayores y las grietas se están haciendo ver. Pero todavía hay mucha lucha por delante. La lucha del proletariado polaco es, precisamente una reacción, entre otras cosas a las tendencias de la burocracia a capitular ante la presión de los acreedores internacionales.

La dominación imperialista de los Estados obreros quiere decir que estos han dejado de ser tales y que está planteada una revisión de la caracterización trotskista de ellos.

El CI no se queda solamente en esto, sin embargo.

Según las tesis es revisionismo puro sostener que la burocracia de los estados obreros “sería socialmente parte constituyente de la clase obrera y sólo políticamente podría caracterizarse como burguesa” (Tesis XVI pág. 32). Reafirmando esto, dicen que a diferencia de la aristocracia obrera, “ninguna burocracia, por naturaleza, es parte estructural de la clase obrera” (ídem, pág. 33).

(Preguntamos a Monsieur Just, no era que la burocracia de los sindicatos europeos era obrera cualitativamente distinta, de los sindicatos dirigidos por burócratas nacionalistas, que serían burgueses.) (ver polémica OCI-PO 1978/79).

La burocracia, entonces, no sería socialmente parte constituyente de la clase obrera, sino de la burguesía. Más: «no hay que confundir la naturaleza social burguesa de la burocracia con su localización en el seno de las instituciones obreras” (ídem, pág. 33). Aquí habría que añadir que lo mismo valdría para las burocracias de los Estados burocráticos desde el inicio. Ergo, la revolución en estos países fue dirigida por la burguesía. Pero esta (sabemos por otro lado) es agente del imperialismo. Resultado: la revolución china, por ejemplo, sería una victoria de una fracción yanqui contra la otra. Y la mejor prueba de esto sería que el actual gobierno chino está aliado a Reagan.
¡Qué completo que es un “pensamiento» sectario!

Ahora bien, es un hecho que la burocracia rusa se formó como resultado de una diferenciación del proletariado soviético, de los activistas del partido bolchevique, y no por la recuperación del poder por los funcionarios del zar.

De dónde ha sacado el CI que la burocracia, por naturaleza, no puede ser obrera, sólo dios lo sabe. En ninguna sociedad la burocracia es una clase, no ocupa un lugar en la producción social, sino que se caracteriza por su función de intermediaria en la distribución de la riqueza social y de reguladora de la producción social. Carente de propiedad, considera al Estado como su propiedad privada y busca explotarlo consecuentemente. Pero en la sociedad capitalista esta burocracia debe servir a la burguesía, la que, a su vez, tiene los medios para imponerle el cumplimiento de esta obligación. En el Estado obrero burocratizado, la burocracia debe defender, frente al capital, las conquistas sociales del proletariado, que es la base de sus privilegios. Si lo que define a la burocracia es su función de intermediaria (y reguladora) y no su lugar en la producción, lo que importa, desde un punto de vista de clase, es saber al servicio de qué régimen está actuando. La “localización” no es una cuestión espacial abstracta.

En “La Revolución Traicionada”, Trotsky destaca el parecido de la burocracia rusa con las burocracias de los Estados burgueses, y en especial con la fascista. Pero explica: “La burocracia soviética ha expropiado políticamente al proletariado para defender por sus propios métodos las conquistas sociales el proletariado. Pero el hecho de que se haya apropiado del poder en un país donde los medios de producción más importantes pertenecen al Estado, crea entre ella y las riquezas de la nación relaciones enteramente nuevas. Si estas relaciones, a-un totalmente recientes, se estabilizaran, se legalizaran, se transformaran en normales sin resistencia o contra la resistencia de los trabajadores, ellas concluirían en la liquidación completa de las conquistas de la revolución proletaria. Pero esta hipótesis es todavía prematura. La burocracia ha creado una base social propia  correspondiente a su dominación. Está obligada a defender la propiedad del estado, fuente de su poder y de sus ingresos. Por este aspecto de su actividad, ella continúa siendo el instrumento de la dictadura del proletariado” (“Editions Minuit, pág. 166). Si, para el CI, la burocracia rusa es “parte estructural” de la burguesía, lo que para Trotsky (y todavía hoy) era una hipótesis prematura sería un hecho consumado: la burocracia habría creado la base social propia de su dominación, por lo tanto, es una clase explotadora y la URSS ha dejado de ser un Estado Obrero.

Aquí, como en los otros casos, el CI no puede aceptar un planteamiento dialéctico. Para el CI una de dos: o la burocracia es burguesa o no es burocracia. Afirmar que una burocracia de origen obrero que se ha elevado  por encima de esta clase, que se apoya en las conquistas de una revolución proletaria para nutrirse parasitariamente, al mismo tiempo que es una correa de transmisión de las presiones del imperialismo mundial; decir esto es, para el CI, sostener que la burocracia se podría reformar haciendo valer su lado obrero (bueno) contra su lado burgués malo). Pero este peligro sólo le puede ocurrir al CI, para quien la dialéctica vendría a ser el contraste entre el lado bueno y el malo de las categorías históricas para superarse por medio del triunfo del lado bueno.

(¿No decía Moreno, precisamente que el peronismo tenía de bueno el haber unido a la clase obrera, y de malo el haberle sometido a una dirección burguesa, y por eso defendía a Perón como “prenda de unidad”?).

La burocracia de estos Estados obreros tiene un carácter social contradictorio, que es el reflejo y el resultado del carácter contradictorio de las sociedades en las que el capitalismo ha sido expropiado. Estos no son ni capitalistas ni socialistas. La burguesía fue expropiada, pero las tendencias a la acumulación primitiva del capital siguen presentes en todos los poros de la sociedad. La economía está estatizada pero el reparto de la riqueza creada acentúa la desigualdad social. La burocracia se alimenta de estas tendencias antisocialistas pero en el cuadro de la estatización. El desarrollo de la desigualdad social y de los privilegios de la burocracia debe llevar, a término, al capitalismo; la burocracia para defender estos privilegios frente a los intentos de restauración capitalista del imperialismo, debe defender las conquistas sociales de la revolución. El proletariado sólo puede asegurar el tránsito al socialismo derrocando a la burocracia.

También los PCs. tienen un carácter contradictorio, de orden diferente al de la burocracia stalinista. Estos están sometidos a la burocracia pero integrada en la política burguesa de sus países. “Tampoco usted puede concebir a la Comintern como un mero instrumento de la política exterior de Stalin…

El Partido Comunista Francés no es sólo una agencia de Moscú, sino que constituye una organización nacional con miembros en el Parlamento, etc.”. (León Trotsky, “Escritos”, Tomo X, volumen 2, 1938-39, Ed. Pluma, pág. 386).

El carácter contradictorio de las sociedades intermediarias entre el capitalismo y el socialismo es el producto especial del desenlace provisional de la lucha de clases, a nivel mundial, entre el imperialismo y el proletariado hasta el presente. Es esta situación lo que reflejan, como categorías históricas específicas, los Estados obreros intermediarios y la burocracia que resulta de ellos. Su superación no se va a dar por la pugna entre sus lados contradictorios, lo que podría resultar en el absurdo de una burocracia revolucionaria o de un Estado burocrático igualitario, sino por la victoria del proletariado mundial contra el imperialismo (y del de los Estados obreros contra la burocracia, como un componente de aquél).

“La función de Stalin, como la de Green (burócrata sindical yanqui) -dice Trotsky- tiene un carácter doble. Stalin sirve a la burocracia v por ella a la burguesía mundial, pero no puede servir a la burocracia sin preservar el fundamento social que la burocracia explota en sus propios intereses. En esta mecida. Stalin defiende la propiedad nacionalizada contra el imperialismo y contra las capas demasiado impacientes y demasiado ávidas de la burocracia. Realiza, sin embargo, esta defensa por métodos que preparan el derrumbe general de sociedad soviética. Es por esto que hay que derribar a la dique stalinista…” (“En defensa del marxismo”, ¿Un Estado no obrero y no burgués? pág. 93, EDI).

Está claro que si la burocracia hubiera resuelto su carácter social contradictorio por sus propios métodos, se habría transformado en una clase social, es decir, habría logrado crear las bases sociales propias de su dominación. Esta es la única conclusión de las “tesis” del CI. De que la burocracia tiene una naturaleza no contradictoria y burguesa.

El carácter socialmente contradictorio de la burocracia no quiere decir que sus aspiraciones y fines sean contradictorios. Esta casta social no es un agregado de contradicciones’ pues éstas se presentan en una síntesis concreta. “En tanto que fuerza política consciente, la burocracia ha traicionado la revolución” (“La Revolución Traicionada”). La política de está burocracia en su conjunto, por encima de los vaivenes, es antisocialista y reaccionaria. Es por esto, un agente político de la burguesía mundial en el seno de las organizaciones obreras. Es una fuerza de colaboración de clases a nivel mundial. Y al igual que la aristocracia obrera procura transformar en un régimen permanente la coexistencia entre el orden capitalista mundial y sus propios privilegios.

Ya en oportunidad del apoyo del ex Comité Paritario a las guerrillas contrarrevolucionarias afganas contra la URSS señalamos que se trataba de una posición imperialista, contraria a la defensa de la URSS, y por esto constituía “un principio de revisión del carácter social de la URSS” (“Política Obrera”, N° 307, 1/4/1980, art. “El Comité Paritario con el imperialismo”). No tardaron cinco meses, para deslizarse más a fondo en el “antidefensismo” y en el cuestionamiento del carácter obrero de los estados donde el capital fue expropiado.

Qué es el bolchevismo o cómo reconstruiremos la IV

La historiografía stalinista ha presentado al bolchevismo a su imagen y semejanza: como un caso único, infalible, cuya clave se encontraría en sus métodos de organización. La fidelidad al aparato, el monolitismo, el ahogo de las divergencias, el centralismo, serían los rasgos que caracterizaron al bolchevismo y la tomaron invencible.

Las “tesis” del CI reproducen al pie de la letra esta versión stalinista. “El Partido Bolchevique es un caso único en la  III Internacional… cuyas características eran únicas: altamente centralizado, con revolucionarios profesionales controlados por el partido…». Esta falsificación grotesca es una parte esencial de las «tesis” y es toda una llave para comprender la crisis de la IV Internacional.

El CI elimina de un plumazo las características decisivas .del bolchevismo: elaboración del programa revolucionario, sobre la base del estudio del propio país y de la experiencia del movimiento obrero revolucionario nacional e internacional., .penetración en las masas, sobre la base del programa y de la experiencia de éstas; combinación del centralismo con la más una democracia; subordinación de los métodos parlamentarios a la estrategia de la revolución proletaria.

Lenin escribió un texto fundamental para decir lo que es el bolchevismo. Se lee en él: “La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se comprueba? ¿Cómo se .refuerza? Primero, por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de ligarse, de acercarse y. hasta cierto punto, si queréis, de fundirse con las más amplias masas trabajadoras, en primer lugar con las masas proletarias, pero también con las masas trabajadoras no proletarias. Tercero, por lo acertado de la dirección política que ejerce esta vanguardia, por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas .más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones es imposible la disciplina en un partido revolucionario verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van, formándose solamente a través de una labor prolongada, de una dura experiencia: su formación se facilita con una acertada teoría revolucionaria que, a su vez, no es un dogma, sino que sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario” (Lenin, “La enfermedad infantil del “izquierdismo en el comunismo”).

Lo que diferenció al Partido Bolchevique de los partidos de la II Internacional no fueron los métodos de organización toma os en abstracto. La socialdemocracia alemana era más centralizada, más profesional y mejor organizada que el bolchevismo ruso. Hasta 1914, el PS alemán era el modelo organizativo de partido obrero que el bolchevismo ruso quería construir. Recién  en abril de 1917, propuso Lenin abandonar el nombre de partido socialdemócrata por el de partido comunista. Lo que escicionará  al bolchevismo del resto de la socialdemocracia europea no es un particular método de organización – en esto los bolcheviques seguían a la socialdemocracia alemana – sino al alineamiento de ésta con su burguesía en la primera guerra mundial.

Lo que diferencia al bolchevismo de los partidos de la II Internacional no es el centralismo, sino que el bolchevismo entiende al partido revolucionario como un partido de combate, mientras que el reformismo sometía todas las formas de lucha política, y en especial aquellas que tenían un eje en la acción directa de las masas, a la primacía de la acción parlamentaria.

Es falso que el bolchevismo hubiera sido un puro resultado objetivo de la “situación” imperante en Rusia, que el CI caracteriza como “que no daba margen para una política refromista”. ¡El Partido bolchevique se habría educado y formado sin una lucha teórica y práctica a fondo contra el reformismo!

¿Qué dice Lenin?:

“…El bolchevismo surgió en 1903 sobre la más sólida base de la teoría del marxismo… el bolchevismo, surgido sobre esta base teórica de granito, tuvo una historia práctica de 15 años (1093-1917), sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias. Pues ningún país, en el transcurso de estos quince años, conoció ni siquiera aproximadamente una experiencia revolucionaria tan rica, una rapidez y una variedad tales de la sucesión de las distintas formas del movimiento legal e ilegal, pacífico y tormentoso, clandestino y abierto, de propaganda en los círculos y entre las masas, parlamentario y terrorista. En ningún país estuvo concentrada en tan breve período de tiempo semejante variedad de formas, de matices, de métodos de lucha de todas las clases de la sociedad contemporánea; lucha que, además, como consecuencia del atraso del país y del peso del yugo zarista, maduraba con singular rapidez y asimilaba con particular ansiedad y eficacia la ‘última palabra’ de la experiencia política americana y europea” (Infantilismo).

Los países en donde “el reformismo no tiene margen” constituyen las 4/5 partes de la humanidad, y no por ello fueron la cuna del bolchevismo. Lo que la situación rusa tuvo de peculiar fue concentrar en un tiempo relativamente breve las principales experiencias de la lucha de clases moderna, haciendo posible una asimilación política y teórica profunda, a la vanguardia revolucionaria.

La incapacidad del CI para aprender lo que es el bolchevismo revela mucho sobre lo que es realmente ese CI. Suplantar la rica asimilación política que da lugar al bolchevismo por la noción del centralismo, es propio de la mentalidad de aparato. Exaltar a los profesionales es de un fetichismo fantástico, como si los profesionales sin sólida formación teórica, sin la asimilación profunda de la experiencia política, sin capacidad de sacrificio y heroísmo para ligarse a las masas en cuales-, quiera circunstancias, no fueran otra cosa que simples burócratas.
Por eso, las «tesis” son de una alabanza constante a la «disciplina rígida”, a las «instancias jerarquizadas” y cuando mencionan (al pasar) la democracia, lo hacen como un suplemento apenas del centralismo. Centralismo v democracia son contradictorios, por eso es necesario subrayar que el partido se organiza sobre la base de esos dos principios unificados, en la acción, a través de la fidelidad al programa y a la revolución.

El bolchevismo no se estructuró en el centralismo sino en el centralismo democrático que es la fusión en la lucha del partido revolucionario. “La centralización democrática en la organización del Partido Comunista debe ser una verdadera síntesis una fusión de la centralización y la democracia proletarias. Esta fusión sólo puede obtenerse por una actividad común permanente, por una lucha igualmente común y permanente del conjunto del Partido” (I Congreso de la IC).

Las «tesis” escamotean esto para justificar su propio burocratismo y que se expresa, entre otros, en sus propios estatutos, como vimos anteriormente. «Una centralización formal o mecánica no sería más que la centralización del ‘poder* entre las manos de una burocracia empeñada en dominar a los otros miembros del Partido o a las masas del proletariado revolucionario la lucha por la dominación o un antagonismo de autoridades es incompatible con los principios adoptados por la Internacional Comunista, relativos al centralismo democrático” (ídem). La democracia exige: elección de todas las instancias del partido, revocabilidad v salida permanente del BI para to-dos los militantes y derecho de expresión de la minoría.

Del fetiche del centralismo digamos sólo dos cosas. El centralismo del partido bolchevique desapareció virtualmente en 1917-18 cuando el partido quedó totalmente confundido con los Soviets (ver Pierre Eroué -Le parti bolchevique-Minuit). Se reconstituyó por la conciencia política, históricamente probada, de su vanguardia, y por su profunda compenetración con la revolución. Más tarde, el centralismo, vaciado de esa conciencia y de esa compenetración, fue el instrumento de la burocracia thermidoriana.

Sobre los «profesionales” basta releer el «Stalin” de Trotsky, donde éste demuestra el papel de freno que jugaron en la proletarización del partido (1905-07). En 1917, toda una parte de ellos apoyó al gobierno burgués, contra las tendencias profundas de la base obrera del partido (ver Historia de la Revolución Rusa). Los cuadros profesionales del bolchevismo fueron siempre los primeros en refractar las presiones políticas adversas, que eran superadas por la intervención de conjunto del partido, impulsada por Lenin. La disciplina férrea no se conquistó con la receta de un método de organización sino por un programa sometido a la experiencia y a la fusión con las masas en lucha, en todas las fases de ésta, para elevarlas a los objetivos revolucionarios.

Adulterando al bolchevismo, los pichones de burócratas del CI quieren embellecer su propia estampa antibolchevique.
Pero el problema de qué es el bolchevismo trasciende la polémica con estas barrabasadas.

¿Por qué ni la IV Internacional, ni ninguna de sus secciones, reunieron las condiciones necesarias para dirigir la lucha del proletariado al poder?

Mejor todavía: ¿Por qué la IV Internacional, ni ninguna de sus secciones, logró pasar del estado de secta, logró construir una organización que sea realmente un partido proletario?

Una excepción es el POR boliviano cuya preocupación y actividad estuvieron centradas en penetrar en las masas y elevarlas al programa revolucionario. De este esfuerzo salieron las Tesis de Pulacayo (1946), el programa de la COB (1970), la Asamblea Popular (1971) (1).
La IV Internacional se fundó, en 1938, con una experiencia internacional que no tuvo ninguna de las Internacionales precedentes. El programa de la IV° es la riquísima asimilación de las más grandes victorias y de las más grandes derrotas del proletariado internacional. Pronostica con acierto milimétrico la inminencia de la guerra mundial y la inevitable eclosión de una situación revolucionaria como consecuencia de ella.

En lo sustancial la segunda posguerra tuvo las mismas características de la primera; más, en el curso de la 2° guerra se obtiene una victoria histórica, como el aplastamiento del fascismo, que le da un lugar especial en relación a la primera posguerra.
Que la burocracia stalinista saliera con un prestigio mayor de la 2o guerra que la socialdemocracia de la primera, es una diferencia importante, pero para nada decisiva. Así como el stalinismo logró frenar la revolución en los países avanzados, el mismo “éxito» tuvo la socialdemocracia en la primera guerra. En ésta se produjo la revolución de octubre, pero en el curso de la posguerra fue aislada y, como resultado, se degeneró el Estado salido de ella. La segunda posguerra vio la victoria de la revolución china y la expropiación del capital en varios países. El capitalismo logró, igualmente, aislarlos.

En síntesis, no es en las condiciones históricas de la segunda posguerra, en sus “insuficiencias”, donde está la explicación de la no implementación de la IV° en el seno de las masas de algún país, en ese momento, o en los treinta años posteriores.
Analizando retrospectivamente, la principal diferencia, en lo que hace al desarrollo revolucionario, entre la primera y segunda guerras y posguerras, es que en la primera hubo un partido realmente ligado a las masas revolucionarias de su país, con anterioridad. Luego de la muerte de Trotsky, la IV° no tenía elementos que representaran la tradición revolucionaria en ningún país. La posibilidad de una revolución dirigida por los trotskistas era, por lo tanto, remota en relación al 17.

El “Estado Mayor” de la revolución mundial no contaba con la más modesta brigada en ningún país. La tarea planteada era construir esos partidos nacionales, y no pretender colarse en la revolución mundial saltando esta tarea. Cuál fue el trabajo de Trotsky desde 1930 sino dedicar su esfuerzo principal a construir en España y, desde 1934, en Francia, organizaciones revolucionarias ligadas a las masas, capaces de intervenir en todos los virajes de la revolución en sus países. Cuál es si no el gran significado del “viraje francés”, entrar a los PS para construir fracciones y partidos bolcheviques de masas. Qué fue el pablismo y todos sus sucesores, sino el intento de saltar esta etapa: construir partidos en cada país.

Es aquí donde el debate de qué es el bolchevismo cobra su trascendencia. El CI propone partidos “centralizados” y “profesionales” que actúen como agentes teleguiados de París.

Las “tesis” arman toda una discusión para llegar a la conclusión de que no hay razón para que una Internacional deba construirse necesariamente en un momento de ascenso, que fue lo que ocurrió con la IV° fundada en pleno período de derrotas.
Pero lo que estas “tesis” escamotean es que ninguna Internacional puede justificarse o subsistir si no es una expresión del movimiento obrero revolucionario real. Trotsky consideraba que lo era, a pesar del reflujo, y por eso fundó la IV°. Dijo que había surgido de las más grandes derrotas, que lucha y vive. El problema hoy es reconstruir la IV° como expresión del movimiento obrero revolucionario real, y no como un reagrupamiento oportunista o sectario que cacarea sobre la vigencia del programa. Esta es la diferencia de perspectivas entre el CI y la TCI.

Lo que está planteado es pues: 1) elaborar el programa de la revolución en cada país: “todas las cuestiones teóricas esenciales de la revolución” (Lenin, Infantilismo); 2) ligarse a las masas interviniendo en sus organizaciones (cualquiera sea la naturaleza de las direcciones de éstas), principalmente el proletariado; 3) ponerse a la vanguardia de la lucha de todas las clisés, no sólo el proletariado, que entran en choque con el régimen político imperante; 4) elaborar una táctica política acertada, basada en el programa y en el análisis concreto de las situaciones concretas, y ayudar a las masas a que se convenzan por  experiencia propia de la justeza de esa orientación política.

Esto es aproximadamente, el bolchevismo. Una tradición de formación de partidos de combate y no de sectas de aventureros.

Socialdemocracia: un ausente que se siente

Resulta particularmente significativo que los autores de las «tesis” no hayan dedicado siquiera un capítulo al análisis y caracterización de la socialdemocracia. Salvo dos o tres párrafos perdidos, la socialdemocracia ni siquiera es mencionada. Después de leer las “tesis” pareciera que la socialdemocracia es una cosa del pasado.

Es significativo esto porque tanto el CORCI como la FB están metidos hasta el cuello en la estrategia de desarrollar “partidos socialistas” y lo plantean sin ninguna delimitación de la II Internacional. Así tenemos que para Polonia plantean reconstruir el viejo partido socialista ligado a la II Internacional; en Bolivia estuvieron dentro del PS de Quiroga Santa Cruz; en Brasil buscaron formar un partido de “convergencia socialista” hasta que la emergencia del PT hundió el “gran” pronóstico; en Argentina se declaran rabiosamente parte de la “familia socialista”; en Francia, la OCI borró toda diferenciación de Mitterrand, al punto que declaran que el carácter de clase del gobierno mitterrandista está por verse; en Portugal estuvieron a la rastra del Partido Socialista, y así podríamos seguir enumerando.
De todo esto en las «tesis” no hay ni una palabra, lo que demuestra que son inservibles para guiar la acción revolucionaria. Se trata, además, de una prueba de oportunismo político, porque el propósito de esta omisión es quedar con las manos libres para todo tipo de maniobras políticas.

En una de las raras menciones a la socialdemocracia, las “tesis” señalan que ésta jugó un papel contrarrevolucionario en la primera posguerra y en la 2o guerra mundial. “Pero enseguida el stalinismo ocupa su lugar de principal agente contrarrevolucionario en las filas obreras, y a él se deben las derrotas ulteriores” (Tesis III, pág. 12). Inclusive plantean la teoría de que “su utilidad para esta misma burguesía ante un ascenso revolucionario es mucho menos importante que la del stalinismo a escala mundial” (ídem).

Recordemos que en otro capítulo se negaba que la burocracia pudiera ser “estructuralmente obrera”, para reconocerse sí, ese carácter a las “aristocracias obreras”, que tradicionalmente fueron la base de los PS.

Se trata, evidentemente, de un embellecimiento de la socialdemocracia. ¿Así que en los últimos años la socialdemocracia no jugó un papel central en la reconstrucción del Estado burgués en Portugal, después de la revolución de 1974, y no es hoy un pilar central en el sostenimiento de la monarquía española? ¿Así que el rol de la socialdemocracia fue secundario en Inglaterra? ¿Así que la socialdemocracia está dispensada de responsabilidad en la reconstrucción capitalista europea de posguerra?

Las «tesis” pretenden minimizar el papel contrarrevolucionario de la socialdemocracia, cuando ésta, no digamos en los últimos 40 años sino en nuestros días, capturó el ascenso obrero europeo (España Portugal, Francia), constituye un factor de primer orden en la contención de la revolución nicaragüense y se plantea como alternativa “institucionalizadora” frente a los regímenes dictatoriales de América Latina.

Este embellecimiento de la socialdemocracia es toda una teoría para al CI, pues las “tesis» señalan que “los aparatos soma demócratas son dependientes de la democracia burguesa o de lo que quede de ella” y que esa sería una diferencia con el stalinismo, para quien “la forma del régimen político burgués es relativamente indiferente” (Tesis XVI, pág. 34). Para ejemplificar esto, las Tesis señalan el apoyo de los PC a la monarquía española, al gobierno de Videla, a Vasco-Gongalvez en Portugal.

Las anteojeras de los autores de las Tesis no podían ser mayores. ¿Y el PSOE no apoya a la monarquía española, tanto o más que el PC ? ¿Y la socialdemocracia portuguesa no sus-tuvo el ascenso del General Eanes, haciendo del parlamento una fantochada del bonapartismo militar? ¿Y los “grupos socialistas”, en la medida de sus escasas fuerzas, no apoyaron el golpe militar de Videla? Todo lo cual demuestra que es falso que la socialdemocracia sea incompatible con las formas bonapartistas o con las dictaduras militares, lo que le conferiría alguna progresividad, como pretende el CI.

En nuestra polémica en relación a los Sindicatos (1978), ya le señalamos a la OCI que era absolutamente falsa la idea de que la socialdemocracia tendría una especie de vínculo uterino que la liga a la “democracia burguesa”. Mostramos que el modelo de la socialdemocracia, el PS alemán, no se desarrolló en un régimen parlamentarista, que los principales líderes socialistas españoles formaron parte de la dictadura de Primo de Rivera, etc. (Ver Respuesta a Just, por Anibal Romero). Trotsky desarrolló la idea de la incompatibilidad absoluta entre la socialdemocracia y el fascismo, pero nunca dijo que habría de luchar, necesariamente, contra él. Todo lo contrario (Et maintenant, enero 1932).

Trotsky, polemizando con los stalinistas, demostró que era falso que la socialdemocracia y el fascismo fuesen “hermanos siameses”, y señaló que la capitulación del primero frente al segundo entrañaría la autodestrucción de la socialdemocracia. De ahí el total realismo de una política de frente único del PC y el PS contra el hitlerismo. Pero lo que no dijo nunca, como lo sostienen las “tesis”, fue que para el PC fuese indiferente la victoria del nazismo. Lógico, esta victoria significa la liquidación de toda organización obrera, y alcanza, del mismo modo, al PC y al PS. El error del CI es que reduce a los PCs al stalinismo moscovita, sin comprender su naturaleza contradictoria de partido obrero-burgués. Pero ni el propio Stalin “buscó” la victoria de Hitler, lo que conduciría a la guerra contra la URSS, sino que llevó al PC alemán a la capitulación ante él, a partir de la estrechez chauvinista y el burocratismo desenfrenado de la casta social dirigente en la URSS.

Trotsky jamás pensó, o podía pensar, que el PC alemán y la URSS degenerada sí fueran compatibles con el fascismo. “Stalin -señaló Trotsky- esperaba que el Partido Comunista Alemán lograra una victoria y es absurdo pensar que disponía de un ‘plan’ para permitir al fascismo llegar al poder. Es una divinización de Stalin” (Escritos Tomo X, volumen 2, 1938-39 / Ed. Pluma, pág. 384).

Todo esto indica que no existe una única vía de integración (la democrática) de la socialdemocracia al Estado burgués sino que esa integración adopta diversos regímenes y que inclusive, puede colaborar con el ascenso del fascismo, aunque esto implique su autodestrucción.

En su ceguera por embellecer a la socialdemocracia, las “tesis” afirman que “la burocracia socialdemócrata se encuentra colocada en las grandes organizaciones obreras, en cada estado nacional, pero no ha conseguido dirigir ningún estado obrero. Cuando ella ha gobernado ha sido en el marco del estado burgués. Por el contrario, la burocracia stalinista se caracteriza por ser parásita de los estados obreros, es decir de una institución infinitamente más poderosa que la más poderosa de las organizaciones socialdemócratas” (Tesis XVI, pág. 33). ¡y los socialdemócratas son parásitos de las organizaciones obreras que existen bajo el capitalismo, más el agregado de la corruptela a que la somete el Estado burgués!

Que la socialdemocracia dirija estados capitalistas le conferiría -según el CI- un carácter más benigno que el stalinismo, porque éste dirige sólo Estados Obreros. Así, se presenta como menos pernicioso para el proletariado el entrelazamiento directo con el imperialismo mundial en cada país.

Por la unidad socialista de Alemania

Las “tesis” consideran que Alemania es el centro (nosotros agregamos, estratégico) de la revolución socialista europea Pero no plantean la “unidad socialista de Alemania .

En el siglo XIX la realización unidad alemana era condición ce la revolución social. Hoy, partida en dos por el acuerdo contrarrevolucionario entre el imperialismo del Kremlin, la revolución social realizará la reunificación nacional, como un momento de la unificación socialista de toda Europa.

La OCI se ha negado siempre a plantear la unidad socialista, porque sería condicionar la “unidad”. Pero este condicionamiento lo establece la realidad; sólo el proletariado en el poder (expulsión de la burocracia en el Este y de la burguesía en el Oeste) realizará la unidad de la nación y del proletariado alemán. La burguesía mantendrá la división o la resolverá mediante una guerra mundial contra los Estados Obreros (esto demuestra que la consigna de “unidad” puede llegar a llenarse de un contenido contrarrevolucionario).

La unión del proletariado alemán para la revolución social exige un sistema de reivindicaciones transitorias que forjen la lucha en común. El CI, que tiene su base en Europa, no aporta nada de eso en las “tesis”. Para desenmascarar la maniobra de la socialdemocracia alemana, que propugna el desenvolvimiento de relaciones intraestatales, como sustituto de la unidad revolucionaria del proletariado, y la del stalinismo, que plantea un acuerdo especial entre Estados soberanos, debe decirse claramente que hay que luchar por la unidad socialista del país.

El comienzo de la lucha del proletariado del lado oriental por sindicatos independientes, por las libertades de palabra y de organización, contra la desigualdad creciente, y la de la clase obrera del lado oeste contra la desocupación, por la apertura de los libros, por el control obrero, por la nacionalización de la gran industria, pondrán sobre el tapete el combate común, lo que al plantear la cuestión de la unidad brindará los medios para realizarla.

Frente antiimperialista, no
Frente democrático, sí

Las “tesis” se pronuncian, inequívocamente, contra la táctica del Frente Único Antiimperialista. Lo hacen en nombre de un montón de consideraciones aisladas y fuera de lugar, cuando lo que tenían planteado era sacar las conclusiones de la experiencia latinoamericana de la última década, así como del papel que las organizaciones, que hoy se nuclean en el CI, jugaron. Nos referimos al Comando Político y a la Asamblea Popular, en Bolivia, a la nefasta política del PST y el POMR respecto del ARI, en Perú, en 1980, y el frente democrático suscripto por el PST en defensa del gobierno de Perón, en 1974.

Según las Tesis, el revisionismo se caracterizó por poner un signo igual entre el frente obrero y el frente antiimperialista, cuando en realidad el “Frente Obrero” estaría en una escala jerárquica superior. Respecto al Frente Obrero -dicen- “hacemos gala de patriotismo clasista”; en el frente no obrero «nuestro objetivo es que la clase rompa”. El Frente Único Obrero tiene “un carácter permanente”, el antiimperialista es apenas una “unidad de acción limitada” (pág. 45).

Quien pone un signo (no igual sino) equivalente entre el Frente Único Obrero y el Frente Antiimperialista no es el revisionismo sino las Tesis sobre Oriente del IV Congreso de la III Internacional. La analogía se refiere a que, bien que las naciones donde se aplican ambos frentes son diferentes (opresoras y oprimidas), y bien que la composición social de ambos es distinta (el Frente Antiimperialista agrupa a una masa mayoritariamente no obrera), ambas tácticas corresponden a un periodo de acumulación de fuerzas y deben ayudar a la penetración del Partido Revolucionario en las masas y a conquistar a la mayoría de ellas para la revolución proletaria.

El Frente Obrero parte del hecho de que la mayoría de las masas, en los países imperialistas, sigue a los partidos contrarrevolucionarios. El Frente Antiimperialista, de que la mayoría de las masas no obreras, e incluso obreras, sigue a partidos nacionalistas burgueses o pequeño burgueses. Postular, en este mismo caso, el Frente Obrero, es decir, con partidos minoritarios, es condenarse al aislamiento y a la inacción. Postular el “patriotismo” en el Frente Obrero, allí donde esta táctica sí tiene vigencia, es firmar un cheque en blanco a los partidos obreros contrarrevolucionarios. Esta concepción se acomoda muy bien a la total ausencia de diferenciación política de la OCI respecto a Mitterrand.

La distinción entre frentes circunstanciales y permanentes es todavía más nefasta. Lo único permanente en la vida y en la política es lo transitorio; no se trata, entonces, de esta tautología sino de los fines y métodos de la táctica frentista. Pero como el CI eleva al Frente Obrero a la categoría de “permanente” y dice que en el Frente Antiimperialista hay que plantearse por finalidad la escisión, mientras que en el Frente Obrero no, se concluye que detrás del “Frente Obrero” se está proponiendo disolverse en los partidos tradicionales.

¿Cuán “circunstancial” es un acuerdo del PST con la UCR argentina en defensa de la ‘‘institucionalización»? Según nuestros cálculos diez años y aún no estaría agotado. Comienza en 1971 con el planteo de Lanusse de ir a elecciones, sigue con la llamada defensa del gobierno peronista contra la “derecha” 1973-75), sigue, por supuesto, bajo la actual dictadura y continuará hasta la victoria de la revolución proletaria, esto porque las instituciones democráticas argentinas, si se restablecen, seguirán amenazadas de por vida. El “acuerdo circunstancial” se revela como toda una alternativa de poder.

Quedan justificados, con la etiqueta de “circunstancial», “los acuerdos tácticos con sectores pequeño burgueses y aún con sectores burgueses y sus partidos…” “…de unidad de acción democrática” (ídem), que pueden durar decenas de años y que no salen del democratismo formal, es decir, del Estado burgués. Pero mientras pueda existir una oposición formal común tanto de los obreros como de los burgueses, contra una dictadura, por la recuperación de las garantías constitucionales se desarrolla también una lucha de ciases entre los oprimidos del país contra el imperialismo y la burguesía nativa. De lo que se trata es de agrupar a estas masas en lucha a armar un Frente revolucionario común.

Un frente político por la democracia formal que da la espalda a las huelgas, manifestaciones, etc., es un frente reaccionario, que procura encerrar al movimiento de las masas en el campo del orden burgués e imperialista.

De aquí se desprende que con los partidos de la burguesía que no se encuentran sometidos a la presión de las masas en lucha no corresponde armar un frente político común sino sólo acuerdos PRACTICOS (manifestaciones, piquetes, organización de paros, etc.). Al plantear, en contra del Frente Antiimperialista, de un lado el Frente Obrero, del otro lado el Frente democrático las “tesis” se deslizan al Frente sindical y al Frente Popular. Esto fue el Bloque de los 8, con el PST, en Argentina, y la propuesta de un frente a todos los partidos bolivianos con el objetivo de un gobierno de la UDP (en agosto de 1980). Cuando esa propuesta de frente democrático se extiende a los gobiernos proimperialistas (incluido Videla!!!) y al imperialismo para que bloqueen a una dictadura, como la de García Meza, estamos en presencia de un frente democrático-imperialista. (Pero las “tesis” no descienden a analizar su propia política). Así como el frente circunstancial puede terminar durando varias décadas, el Frente Antiimperialista puede no pasar de acuerdos muy breves. Este es un hecho que depende de la lucha y de la situación política. Pero lo que no es puramente ocasional es la táctica del Frente Único Antiimperialista, dirigido a todas las organizaciones que se encuentran bajo la presión de las masas, con vistas a una lucha revolucionaria común.

El comando político de la COB (octubre 1970) duró tres meses, y el POR planteó que, vista la radicalización de las masas estaba agotado, que debía lanzarse la consigna soviética de la Asamblea Popular.

La oportunidad de la táctica del FUA está relacionada con una situación en que el inmovilismo de las masas ya ha sido sacudido, y por ello, se ha abierto la perspectiva, con altos y retrocesos, de una prolongada lucha antiimperialista.

En el Frente Antiimperialista, el partido obrero debe mantener por entero su independencia política. No puede hacer ninguna concesión que comprometa la lucha revolucionaria de las masas, sólo por mantener a los aliados en el frente común. El partido revolucionario no entra al Frente en calidad de secta, sino de partido, por eso no tiene por finalidad la escisión ni se empeña tampoco en una campaña para que las masas rompan con las fuerzas frentistas aliadas (como propugnan las tesis para escamotear su frentepopulismo). La vigencia de una forma determinada del Frente Antiimperialista (por ejemplo bloque de partidos dirigiendo una lucha de masas o una campaña electoral) y su pasaje a otras (soviets de obreros campesinos, soldados y nacionalidades oprimidas) incluidas las escisiones, depende de la experiencia de las masas mismas y de los cambios de conjunto en la situación política.

La mayor parte del tiempo, los partidos burgueses o pequeño burgueses de las masas explotadas se afanan por llegar a compromisos con el imperialismo y a bloquear toda evolución independiente del movimiento obrero. La consigna del r rente Antiimperialista sólo puede tener, aquí, un carácter de propaganda, para mejor denunciar los compromisos con la reacción foránea, para pronosticar su inutilidad como vía para superar el atraso del país y la miseria de las masas y para mejor acercarnos a las masas proletarias para luchar por su independencia sindical y política.

Dimos los ejemplos de capitulación abierta ante los frentes burgueses derechistas, como el de “los 8 con Balbin, o con la UDP de Sües Zuazo. Pero una experiencia igualmente nefasta fue la que el Comité Paritario en su conjunto desarrollo en Perú, contra la Alianza Revolucionaria de Izquierda, que había evolucionado del antitrotskismo y de la revolución por etapas, al planteamiento del gobierno obrero y campesino y la aceptación de la candidatura de Hugo Blanco. Lograron la proeza de provocar el derrumbe electoral de éste y permitir el copamiento con fuerza del ARI por parte del partido stalinista, del velazquista y de los maoístas de derecha.

Otro ejemplo de cómo entiende el CI la «acción antiimperialista» fue el llamado del PST argentino a apoyar un apagón de vidrieras” en algunas ciudades, por parte de un sector de las entidades empresarias (la CONAE), que exigía lo siguiente: devaluación monetaria, absorción de los pasivos patronales por el Estado, inflación galopante y oposición a los aumentos de salarios —el programa que hoy aplica Viola.

El frente antiimperialista puede asumir formas diversas, que corresponden a la evolución de las masas y a la vigencia de nuevos métodos de lucha y organización. El frente antiimperialista revolucionario puede y debe, en las circunstancias propicias, convertirse en gobierno revolucionario. Si sigue la línea maestra de la táctica del FUA un gobierno de éste será un gobierno depurado de sus elementos burgueses conciliadores, con peso decisivo de los partidos más avanzados y, en primer lugar, del proletario, basado en las masas armadas, y en la destrucción de las instituciones estatales burguesas semicoloniales. Esto no es otra cosa que el gobierno obrero y campesino, gobierno independiente de la burguesía. Pero las “tesis”, que ni remotamente han comprendido que la táctica revolucionaria debe actualizarse permanentemente, según la propia experiencia de las masas y la situación política de conjunto, desde el punto de vista de la correlación de fuerzas en presencia, los métodos de lucha y la organización de las masas, pontifican: compromisos gubernamentales, no. Mientras tanto, luchemos por el retomo de la UDP, en Bolivia, y del frente burgués, en Argentina.

El frente antiimperialista deberá estructurarse en la clandestinidad política, y no en la confusión. Sin comprometer para nada la independencia de propaganda y de acción del partido revolucionario. Deberá abrir el camino hacia las masas y organizar la lucha común de las clases oprimidas. No deberá reducir las grandes reivindicaciones de la democracia: independencia nacional, revolución agraria, soberanía popular basada en el des-arme del gendarme opresor y en el armamento del pueblo, a las reivindicaciones de la democracia formal.

Las “tesis” rechazan todo “frente estable con la burguesía”, pero propugnan el entrismo en las organizaciones nacionalistas “aunque manteniendo la prensa trotskista independiente” (Tesis XXIII, pág. 46).

En el anteproyecto se daba como un ejemplo de esto lo que hicieron “los trotskistas argentinos” con “un entrismo indirecto en la organización sindical del peronismo, las 62 organizaciones” (Tesis XXXIV, pág. 42). Este párrafo fue eliminado; pero eliminar no significa superar, porque el CI no ha hecho la crítica a la nefata trayectoria de la corriente morenista.

De ahí que la concepción morenista esté plenamente vigente en las tesis. Moreno realizó durante 10 años un entrismo, no indirecto sino bien directo, en el peronismo. La supuesta prensa independiente (porque la sacaba él) era Palabra Obrera que textualmente estaba «bajo la disciplina del Gral. Perón y del Comandante Peronista” Ernesto González -dirigente del PST ^ el( en un folleto escrito en 1971, dice que se proclamaron parte del movimiento nacionalista burgués…” (¿Qué es y que fue el peronismo? Revista de América Nro. 5, Mayo-Junio 971). Palabra Obrera publicó y vendió 4 capítulos de Los Vendepatrias de Perón, donde éste hace profesión de fe anticomunista.
Tan evidente fue el sometimiento al peronismo que Ernesto González reconoce que el entrismo “nos llevó a minimizar las vacilaciones y capitulaciones de su dirección burguesa” (ídem, pág. 46). En 1958 llamaron a “acatar la orden” y votar a Frondizi “para no romper la unidad de la clase obrera”, o sea la subordinación obrera a la burguesía. Reconoce también que “Palabra Obrera apoyó críticamente  al ala dura…” de las 62 Organizaciones (idem, pág. 43) y que cayeron en el “error” de considerar a Fidel Castro como un Aramburu y a confundir la revolución cubana con la Libertadora (golpe contrarrevolucionario de 1955) (idem, pág. 49). Lo que no dice González es que actuaron así por la obsesión de mantener la fisonomía peronista inobjetable en momentos en que la dirección peronista era pro-Batista.
El entrismo concluyó en un fracaso. Esto es lo que el balance debería hacer; lo contrario de las “tesis” que resolvieron el problema con un “pacto de caballeros”, eliminando l referencia al entrismo de Palabra Obrera pero manteniendo la concepción entrista de éste.
Las tesis plantea también la necesidad de formar “frentes o partidos comunes” con las tendencias centristas salidas de los partidos tradicionales y “saber arrastrarlas… hacia un partido revolucionario común”. Para esto, señalan, se debe parir de “algunos puntos fundamentales de nuestro programa revolucionario, los que corresponden al trabajo común y tienden hacia una organización común” (Tesis XXXII, pág. 57). Se confía la conquista de los centristas, no en la imposición de las líneas maestras del programa, sino en la infiltración, en el copamiento, y, por qué no, en la corrupción económica.

La reivindicación de la Asamblea Constituyente

El CI se refiere a esta consigna de un modo superficial en su “tesis” XXi (pág. 41), lo que sin embargo, alcanza y sobra para poner de relieve que no han entendido la función política de la consigna. Debemos decir, nuevamente, que este superficialismo no es casual: es el resultado de negarse a someter a examen los errores que han cometido en el pasado reciente a estudiar la rica experiencia de los últimos años y a reexaminar las polémicas habidas en el pasado (en especial con PO).

Par las “tesis”, la consigna de la AC es una “concentración” de todas las reivindicaciones agrarias, nacionales y democráticas, lo que en cualquier idioma del mundo quiere decir que es la forma política de la resolución de esas tareas. Esto no le impide decir que lo que la Asamblea Constituyente “concentración” de todas las reivindicaciones agrarias, nacionales y democráticas, lo que en cualquier idioma del mundo quiere decir que es la forma política de la revolución proletaria, es decir, como sinónimo de la dictadura del proletariado.
Las “tesis” no hacen más que decir, alambicadamente, lo que Lambert señaló oportunamente con toda claridad: “… el contenido de la constituyente soberana no es la constitución de la nación burguesa y sí la constitución de la nación liberada por el proletariado» (Informe de convocatoria al 23° Congreso de la OCI, julio 1978).

Es sobre la base de esta concepción que se presentó en Perú una “moción roja” que reclamaba a la Asamblea Constituyente dominada por la burguesía, que asumiera el poder ejecutivo para resolver “las contradicciones fundamentales del pueblo oprimido”. Sobre esta base se le prometía, incluso, el apoyo político al que sería el nuevo gobierno burgués. En un texto que enviamos al POMR defendimos el reclamo de que la Constituyente asumiera el ejecutivo (defensa de la soberanía popular contra el gobierno militar, desenmascaramiento de los partidos burgueses mayoritarios), pero denunciamos la orientación de considerar a la Constituyente la vía de paso al socialismo.

Es falso que la reivindicación de la Constituyente ocupa el primer lugar (“la expresión más elevada”, dicen las “tesis”) en el orden de jerarquía de las reivindicaciones nacional-democráticas. “La tarea central —dice el Programa de transición-… es la revolución agraria… y la independencia nacional… La consigna de Asamblea Constituyente… debe ligarse indisolublemente con el problema de la liberación nacional y el de la reforma agraria… en determinada etapa de la movilización de las masas bajo las consignas de la democracia revolucionaria, pueden y deben surgir los soviets… Sólo ellos pueden llevar a su consumación la revolución democrática y abrir la era de la revolución socialista” (Edit. Fontamara).

La “jerarquía” establecida en las “tesis” no existe. Una guerra nacional liberadora puede hundir el régimen despótico y poner a la orden del día la Asamblea Constituyente. Esa guerra puede engendrar, o viceversa, la revolución agraria. Finalmente, la imposición de la reivindicación de la Constituyente va concitando el interés de las masas, que la burguesía se encarga de frustrar; esto provoca un alzamiento agrario o nacional. Estas combinaciones no se pueden prever, lo que importa es que pongan en marcha la revolución social y el armamento de las masas. Para las “tesis», la Constituyente debería “votar el armamento del proletariado” (pág. 42). Está claro que la consideran un sinónimo de dictadura proletaria.

El valor de la reivindicación de la Asamblea Constituyente es que plantea la vigencia de la soberanía popular contra los gobiernos autoritarios en los países en que la democracia burguesa clásica no llegó a prosperar. Para la burguesía el interés de esta consigna es ampliar las bases de su dominación, o darse medios más firmes para resistir una presión dislocadora del imperialismo. Por eso le interesa que la Asamblea Constituyente “concentre” los problemas del país, es decir, los ahogue; que el problema político de la democracia se desvincule de la revolución social. Para los revolucionarios el interés es el inverso; estimular la acción de las masas, sobrepasar, en la experiencia concreta, el estadio de la democracia formal. La conquista, por medio del voto, de la tierra para los campesinos, del armamento, de la escala móvil, de la expropiación de los monopolios (“tesis”, pág. 42) es una ilusión del CI. Si ésta existe en las masas, la lucha por la Constituyente y en la Constituyente debe servir para superarla. Las “tesis» la comparten.
Frente a este peligro de las ilusiones constitucionales y democráticas, Trotsky señaló:

“1) El Partido debe recordar que, en relación con su principal objetivo, la conquista del poder con las armas en la mano, las consignas democráticas no tienen más que un carácter secundario, provisional, pasajero y episódico…»

“2) El Partido debe, en la lucha por las consignas de la democracia arrancar las ilusiones constitucionales y democráticas de la pequeña burguesía y de los reformistas que expresan sus opiniones, explicando que el poder en el Estado no se obtiene mediante formas democráticas de voto, sino mediante la propiedad y el monopolio de la enseñanza y del armamento…” (León Trotsky, El gran organizador de derrotas, pág. 303, Ed. El Yunque).

El pasaje del CI al democratismo se ve en otros dos aspectos.

Primero. El texto se plantea la relación que debe haber entre la consigna de “abajo la dictadura” y la de Asamblea Constituyente, y la resuelve así: antes de la apertura de una situación revolucionaria hay que plantear «abajo la dictadura”. Luego que la dictadura cayó, la Asamblea Constituyente. De aquí se deduce algo valiosísimo: no plantear “abajo la dictadura» cuando ésta ya no existe.

Los errores se acompañan aquí con una insoportable pedantería; todo está clasificado.

Está fuera de duda que la consigna de fuera la dictadura tiene un gran valor como denuncia de la arbitrariedad imperante; pero en una situación contrarrevolucionaria sólo puede tener un valor agitativo, si es que no se la distorsiona hacia el putchismo. Pero no puede tener un valor de orientación para los trabajadores en condiciones de las masas en reflujo.

Sí lo puede tener la Asamblea Constituyente. A pesar del reflujo, la crisis política no cesa. La lucha interburguesa prosigue. La camarilla gobernante busca alguna legitimación constitucional. Unos y otros buscan atraer a ciertos estratos del pequeño burguesía a su lado. La cuestión constitucional se plantea o se discute. El reclamo de Asamblea Constituyente basada en el sufragio universal y la libertad de organización y prensa, puede convertirse en un punto de agrupamiento de masas. Bajo la cobertura constitucional se pueden organizar centros legales. Las masas franquean un paso que las llevará a luchar por acabar con la dictadura. La consigna, como tal, es incompatible con un régimen autocrático.

Pero afirmar que cuando la dictadura cae la Asamblea Constituyente “cobra su plena virtud” es una pedante anticipación de los hechos. En Alemania, en 1918, fue el instrumento para acabar “democráticamente» con la revolución proletaria. En Cuba y China (1949), ni se planteó. Que la consigna sirva para desenmascarar al gobierno no proletario que pueda surgir en una revolución, depende de muchos factores, por ejemplo hasta qué punto la contrarrevolución no puede agrupar a una parte ponderable de las masas tras esa consigna, en otras constitucionales fue lo que ocurrió con la contrarrevolución popular en Bolivia, en 1946, y en Argentina, en 1944-45.
Darle «plena dimensión» a la consigna “después”, vuelve a mostrar que consideran a la Asamblea Constituyente la forma política acabada de la revolución.

Segundo. Nos hemos enterado que el C I está en contra del planteo de «gobierno de Solidaridad» en Polonia, y que le contrapone la Asamblea Constituyente. No sabemos si esta consigna es apropiada: en Política Obrera hemos planteado la libertad para formar partidos, aunque esté prohibido por la constitución.

Pero este no es el asunto. El asunto es que, aquí, el C I plantea la Constituyente antes, y no después de la caída de la dictadura burocrática. Más, opone frontalmente la Asamblea Constituyente al gobierno de Solidaridad. ¿Qué tenemos que concluir? ¡Qué Kania va a convocar a la Constituyente!

El planteamiento de una oposición irreductible entre la Asamblea Constituyente y el gobierno de Solidaridad conduce, no a plantear la revolución política (proletaria) sino el restablecimiento de la democracia burguesa, es decir, un paso hacia la restauración política del Estado burgués. Y esto es tanto más nefasto en un país donde el peso de la Iglesia domina a una parte del proletariado y a la mayoría de los campesinos. Apoyamos todos los planteos de libertad política contra la burocracia dominante, pero explicando: a) que sólo “Solidaridad” los hará realidad; b) que consideramos al gobierno de Solidaridad la forma más alta de democracia.

El C I se ha “arrugado» todo. Las masas, no sólo en Polonia tienen profundas ilusiones democráticas, por eso les repugna que se instaure un gobierno que represente a una parte del país, los obreros, incluso siendo ellos los obreros. Por eso, los soviets, Solidaridad o quien sea tiene la obligación de reclamar la vigencia de la libertad política. Solo cuando se comprueba que ésta sólo será impuesta por los soviets o Solidaridad, es que la consigna penetra en toda su dimensión. Por eso la consigna de Asamblea Constituyente no es incompatible con los soviets; se articula con estos. En la práctica se niega que haya en Polonia un doble poder.

Las “tesis” sostienen que las consignas de la democracia tienen cada vez mayor vigencia en los países imperialistas (pág. 41).
Es evidente que no encontraremos ningún país que tenga un desarrollo burgués democrático completo. Pero en los países imperialistas la democracia política tomada en su conjunto tiene un carácter reaccionario porque se trata de naciones burguesas consolidadas en la opresión sobre el conjunto del planeta. En los países coloniales y semicoloniales, en cambio, las reivindicaciones de la democracia política tienen un carácter progresivo porque chocan con el dominio del imperialismo. Las “tesis” no hacen la distinción elemental entre países burgueses opresores y oprimidos.
El C.I se ha pasado al democratismo liberal más rampante.

Sindicatos y burocracia sindical

Durante años, la OCI francesa sostuvo la tesis de que los sindicatos de masas dirigidos por direcciones nacionalistas habrían dejado de ser organizaciones obreras. En cambio, los sindicatos dirigidos por stalinistas o socialdemócratas eran organizaciones independientes del proletariado. En el primer caso, se debía luchar por destruir esas organizaciones burguesas, en el segundo, se debía “recuperarlas”.
P.O. mostró que los sindicatos de masas bajo el liderazgo nacionalista, stalinista o socialdemócrata reflejaban distintos grados de integración al Estado y a la política burguesas, y que constituía por lo tanto un embellecimiento de las direcciones stalinistas y socialdemócratas caracterizar a los sindicatos bajo estas direcciones como independientes.

La OCI se declaró neutral ante la intervención militar de la CGT argentina puesto que se trataría de una lucha interburguesa, un gobierno burgués que interviene una institución burguesa. La misma posición asumió cuando la dictadura brasileña intervino el sindicato metalúrgico dirigido por Lula, en 1979. La lógica de la posición de la OCI la conducía a coincidir con las dictaduras más reaccionarias del planeta.

Ahora bien, la historia del morenismo (a partir de 1954, porque antes tenía la posición lambertista) es la opuesta, porque sostenía que la burocracia sindical peronista representaba una alternativa independiente frente a la burguesía y al propio Perón. De ahí que su estrategia de construcción del partido se basaba en que la burocracia sindical peronista construiría un partido obrero. Ya fuera del peronismo, a partir de 1964, siguió sosteniendo esa estrategia, apoyando a cuanto burócrata si peronista levantara una vía de integración con las dictaduras militares independiente de Perón.

La concepción sostuvo el PST después del golpe militar de 1976. Como la dictadura militar desmantelaba conquistas sindicales históricas de la clase obrera, el PST sostuvo que la burocracia sindical estaba obligada a resistir a la dictadura y por lo tanto la conducta de los revolucionarios era estimular esa resistencia. De esta forma, en los años de mayor colaboración y pasividad de la burocracia (formaron comisiones asesoras de los interventores militares y sabotearon todo intento de lucha del proletariado), el PST «descubrió” una progresividad en la burocracia y con esa concepción llamó al activismo al “frente único con la burocracia”, lo que entregó a ese activismo a la delación y al despido.

Ahora el ex CORCI suscribe -en las “tesis”- que “para la Argentina el combate por la independencia de los sindicatos pasa hoy por la reconquista obrera de la CGT” (Tesis XXXI, pág. 56). Años y años polemizando con nosotros, recurriendo a toda clase de faccionalismo, para sostener ahora, sin ninguna explicación ni autocrítica, esta consigna.

Y con qué argumento plantean la consigna: con el de que el aparato burocrático sindical argentino no es una agencia del Estado. ¡Claro que lo es, e incluso de la dictadura!

Así, las tesis del C.I. referente a los sindicatos concluyen de la peor manera: unen al embellecimiento de las burocracias stalinistas y socialdemócratas propias del CORCI, el embellecimiento de las direcciones nacionalistas, en especial del peronismo, característica de la corriente morenista.

Los revolucionarios deben militar allí donde están las masas, no importe quién controla sus organizaciones, para emancipar al proletariado de la tutela de la burguesía y cualesquiera sean sus agentes. Hay que recuperar la CGT argentina porque se trata de la organización sindical, de masas de los obreros, expulsando a la intervención militar y derrotando a la burocracia.

Tampoco bajo el gobierno peronista, la burocracia de la CGT y de los sindicatos era independiente o semiindependiente, pero la lucha por la recuperación de aquéllos era válida porque constituían la organización de masas del proletariado argentino.

Treinta años después: la OCI (CI) abandona las posiciones del PCI francés contra el pablismo

Las «tesis” afirman como norma del desarrollo político revolucionario la toma del poder por partidos stalinistas o pequeño burgueses y la formación de Estados burocráticos desde el inicio (revoluciones de «febrero”). También dicen que los partidos del tipo mencionado continúan siendo contrarrevolucionarios, aun cuando dirigen una revolución victoriosa. El establecimiento de Estados obreros dominados por una burocracia parasitaria no lo presentan como el resultado de condiciones específicas sino como la consecuencia inevitable del tipo de direcciones que encabezaron la lucha que desembocó en la destrucción del Estado burgués.

Pues bien, todo esto es exactamente el núcleo teórico del pablismo, expuesto en 1951, y combatido, exclusivamente, por el Partido comunista internacionalista de Francia -organización de la que desciende la actual OCI. Esto implica que la OCI, y con ella el CI, se ha auto-desheredado de su único, pero valioso, elemento de tradición revolucionaria de lucha contra la liquidación de la IV Internacional. Este completo giro en las posiciones históricas de la OCI debe ser meditado cuidadosamente; de un lado, porque significa un cambio radical en la posición de esta organización en la lucha por las posiciones revolucionarias; en segundo lugar, porque es muy instructivo, ya que muestra con extraordinaria claridad cómo se metamorfosean los principios políticos cuando en lugar de servir como base granítica para construir un partido revolucionario, sólo se usan en la componenda y en la maniobra.

La variante «única” planteada por el CI, Pablo la formuló de la siguiente manera: el pasaje del capitalismo al socialismo «va a tomar probablemente un período entero de varios siglos y va a ser llenado entretanto con formas y regímenes transicionales entre el capitalismo y el socialismo y necesariamente desviándose de las formas y las normas ‘puras’” (del texto ¿Hacia dónde vamos?). Es decir, en el lenguaje del CI, tendremos como norma, «febreros” y Estados burocráticos desde el inicio.

¿Qué decía el PCI al respecto?

En un documento —de junio de 1951— que fue avalado por la mayoría antipablista del partido («¿Hacia dónde va Pablo?”, cuyo autor es Bleibtreu-Fabre) se dice: “Lo que vemos es que la casta burocrática, que consideramos ser el producto específico de veinticinco años de degeneración del primer estado obrero se supone que es la prefiguración de la ‘casta’ llamada a dirigir el mundo por dos o tres siglos. Así la noción de casta ha sido archivada, y lo que está realmente envuelto aquí es una clase que no fue prevista por Marx, Engels, Lenin o Trotsky”.

Respecto al asunto más particular de la burocratización de China desde el inicio (Pablo había planteado esto un año y medio después de la victoria de la revolución china), Bleibtreu-Favre, planteaba, en nombre del PCI lo siguiente:

“Si alguien pudiera explicamos en qué coyuntura, en qué siglo, y sobre qué planeta la evolución de China pudiera probarse comparable a la de la burocracia soviética nos gustaría oírlo.

«La noción es sólo admisible si aceptamos de antemano las tesis de Burnham sobre la rápida formación (cuando no la preexistencia) de una burocracia de tipo soviético dentro del mismo curso de una revolución.

«En este caso, esta burocracia no sólo tendría una ideología de valor internacional, sino que tendríamos que acordarle un rol históricamente progresivo. Al contrario, sin embargo, todo nos lleva a creer que el resultado de una revolución —incluso una que está aislada— va a probar ser diferente y distinta del de la URSS, incluso si esta revolución tuviera que degenerar debido a su aislamiento y debilidad. Trotsky demostró, claramente, en oposición a los revisionistas, que la degeneración de la URSS tiene un carácter histórico específico’’ (subrayados del autor).

Lo que está claro aquí es que para el PCI no había Estados burocráticos desde el inicio y que consideraba inadmisible la formación de una burocracia en el curso de una revolución. Pero hay que entender que la posición contraria era la esencia del pablismo, que así lograba justificar su caracterización de que la situación mundial consistía, en esencia, en la oposición entre el imperialismo y lo que llamaba el «campo stalinista”.

Uno de los factores que llevaron a los planteamientos pablistas fue la conducta de los trotskistas chinos que fueron huyendo de las zonas conquistadas por la revolución hasta terminar, lógicamente, en Hong-Kong. Para Pablo esto se debía a que no comprendían la naturaleza dual de la política stalinista, y lo usó como elemento para liquidar las posiciones de la IV° en relación al stalinismo —suplantando la caracterización de socialmente dual o contradictorio, por políticamente dual. El texto del PCI se ve obligado, entonces, a analizar en extensión el problema de la revolución china. La naturaleza de la burocracia y de los PC. Vamos a citarlo entero, y su simple lectura va a mostrar el abismo que existe entre las posiciones revolucionarias del PCI y las del CI. Nuestra posición se entronca en la tradición de la lucha política del PCI.

«¿Cuál fue el error en China?”

“De acuerdo con el camarada Pablo, este error comenzó ‘a continuación de la victoria de Mao Tse-tung’. En nuestra opinión, es un poco anterior.

«Una revolución estuvo desarrollándose en China desde 1946, una revolución en la que los trotskistas debían haber sido parte integral. Abandonados por Stalin, cuyo consejo apuntando a la formación de un gobierno de frente nacional con Chiang Kaishek ellos habían rechazado, y cercados en virtud de que el ejército rojo (soviético) había entregado Manchuria a Chiang, los líderes chinos tuvieron que confrontarse con la más poderosa ofensiva que las tropas blancas hayan jamás lanzado contra el séptimo ejército. La única posibilidad que les quedaba abierta (al igual que la situación que tuvieron que confrontar los líderes del partido comunista de Yugoslavia en 1942-43) fue la movilización revolucionaria de las masas. Rechazando su línea stalinista de los años previos, adoptaron un programa limitado de reforma agraria, que las masas saludaron con gran entusiasmo. Por todos lados surgieron comités campesinos y grupos de resistencia que se organizaron para defender y extender la reforma agraria y para aplastar a Chiang, el representante de los terratenientes. El avance del ejército de Mao fue por sobre todo el producto del masivo reclutamiento del campesinado revolucionario, y del paralelo colapso del ejército campesino de Chiang, que fue contaminado por la revolución y por el hambre de tierras. El propio Partido Comunista chino sufrió un cambio en su composición social, los hijos educados de los campesinos acomodados que constituían la espina dorsal de sus cuadros hasta ese momento (y algunos de ellos tendieron a oponerse a la explosión de violencia (ílementaj desatada por el giro efectuado por su partido), fueron sumergidos por el influjo de nuevos militantes endurecidos en la forja de la revolución misma.

«Así:

“1) El nacimiento de la revolución china fue el comienzo del fin del ‘stalinismo’ del PC chino.

«2) El PC chino dejó de subordinarse a las directivas del Kremlin y quedó bajo la dependencia de las masas y de sus acciones.

“3) Su composición social fue realmente modificada.

«4) El PC chino dejó de ser un partido stalinista y se transformó en un partido centrista que avanzaba paralelamente con la revolución.

Esto no significa que el PC chino se transformó en un partido revolucionario ipso facto. Conservó de su pasado una serie de conceptos incorrectos y burocráticos, que vinieron a reflejarse en sus acciones:

-en el tímido carácter de su reforma agraria

-en limitarse al norte de China

-y en el esfuerzo consiente del PC chino para mantener aislado de la revolución al proletariado urbano.

«La dialéctica de la realidad social ha levantado ya ciertas barreras y hay razones para esperar que este curso continuará.

«En todo caso es absurdo hablar de un partido stalinista en China, y más absurdo todavía alimentar la creencia en siquiera el parecido de ‘una victoria del stalinismo en China’.

«El error de los dos grupos chinos es precisamente haber fracasado en comprender la realidad social. Identificaron la revolución con el stalinismo, lo que significa identificar al stalinismo con su negación.

«Los camaradas chinos le dieron la espalda al movimiento revolucionario de las masas, retrocedieron cuando fueron confrontados con el avance de aquéllas, y finalmente acabaron en Hong Kong.

“Su mayor error no fue su fracaso para comprender al stalinismo; fue una más seria y diferente falta de comprensión.

«No reconocieron el verdadero rostro de la revolución. Vieron al avance de los ejércitos revolucionarios de Mao como un paso adelante del stalinismo. Fracasaron en entender que lo fundamental es la acción de las clases, que son las clases y no los aparatos las que hacen la historia, y que una vez puestas en marcha la acción de las masas es más poderosa que el más fuerte de los aparatos.

«En varios aspectos el camarada Pablo revive los errores analíticos de los camaradas chinos, aún si sus conclusiones son las contrarias, aunque igualmente desastrosas.

“Comete el mismo error sobre la naturaleza de la revolución china, a la que considera como una victoria —no una ‘pura y simple victoria’— pero con todo una victoria del stalinismo…

«Comparte el mismo criterio errado en lo que respecta a la naturaleza ‘stalinista’ de un partido comunista. La naturaleza stalinista de un PC está constituida por su dependencia total y directa de los intereses y de la política del Kremlin. La negativa de parte del PC chino a aceptar la existencia legal de la tendencia trotskista —sea fuera o dentro de sus filas— e incluso la represión contra esta tendencia de ninguna manera puede constituir un criterio que ‘demostraría su carácter stalinista y burocrático’ (Pablo), pero solamente su falta de comprensión de la revolución permanente, una falta de comprensión que no es específicamente stalinista.

“Comparte la misma falta de comprensión de las relaciones entre las masas, el PC y la burocracia del Kremlin: Pablo pone un signo igual entre la naturaleza dual de los PCs y la naturaleza dual de la burocracia soviética…

«La naturaleza dual de la burocracia soviética es el reflejo y el producto de contradicciones en la sociedad soviética. Se expresa en el bonapartismo del stalinismo cuando es confrontado con fuerzas sociales dentro de la Unión Soviética y a escala mundial. La política de la burocracia no es dual sino, más bien forma un conjunto integral a través de todas sus variaciones; es una política de mantener el equilibrio entre las clases básicas.

«La naturaleza dual del partido comunista significa una cosa un poco diferente y expresa una contradicción diferente, por el hecho de que una burocracia parasitaria de tipo soviético no existe internacionalmente. La dualidad, la contradicción de un PC, viene del hecho de que es un partido obrero en virtud de su base social (una base necesaria para la acción de equilibrio del Kremlin) y un partido stalinista en virtud de su política y de su dirección (una dirección elegida desde arriba sobre la base de su total sometimiento a las órdenes del Kremlin).

“Cuando por una razón u otra esta subordinación deja de existir, el partido deja de ser stalinista, y expresa intereses diferentes de los de la casta burocrática en la URSS. Esto es lo que ocurrió (debido a la acción revolucionaria de parte de las masas) en Yugoslavia bien antes de la ruptura de relaciones; la ruptura sólo la hizo oficial. Esto es lo que ya ha ocurrido en China, y se reflejará inevitablemente en una ruptura de relaciones cualquiera sea el curso que tome la revolución china” (Los subrayados son del autor. El texto está extraído de Trotskysm versus revisionism – A documentary history – volume one, New Park Publ., págs. 52-79).

En un documento de los trotskistas franceses, de octubre de 1953, que hace el balance de “las sucesivas etapas del revisionismo pablista”, ratifica todas estas posiciones, y allí donde las “tesis” del CI afirman que “el revisionismo tiende a destruir la IV Internacional” ( ¡tiende!) (pág. 63) y proponen discutir una “modalidad” de unificación con el SU el documento de balance de Octubre de 1953, decía:
“La salvación de la IV Internacional exige imperativamente la inmediata expulsión de la dirección liquidacionista. Una discusión democrática deberá en este sentido ser abierta dentro del movimiento trotskista a escala mundial sobre todos los problemas en suspenso, enmaiañados o falsificados por la dirección pablista en tres años. Dentro de este cuadro, será indispensable para la salud de la Internacional que la mayor autocrítica sea emprendida sobre todas las fases y causas del desarrollo de la gangrena pablista”.

A dónde va el CI

El Comité Internacional es el fruto de dos “pecados”: de la ruptura sin principios del PST con el SU y de la escisión sin principios del CORCI por parte de la OCI, esto de un lado; y del otro, del acuerdo maniobrero y sin principios del PST con la OCI. Este proceso y estos métodos explican la degeneración política que testimonian las tesis. La maniobra suplanta a la discusión; el agregado indiscriminado de las posiciones de uno y otro reemplaza la claridad; el disciplinamiento prematuro de las diferencias prevalece sobre la necesidad del amplio balance político, capaz de permitir un nuevo impulso teórico y de organización.

Pero aún en engendros anti-natura como el CI, la lucha de clases ejerce su presión implacable. Esto plantea dos alternativas. La primera es que el CI se aferre a salvar a todo precio su unidad burocrática. En este caso tendrá que encubrir los desastres y el mayor apartamiento de la vía revolucionaria de sus tendencias y/o secciones. El resultado de esto será el entrar en un proceso de mayor degeneración política.

La segunda es que la confrontación con la lucha de clases haga entrar en saludable crisis los planteamientos del CI. Esto quiere decir que la discusión se abra paso. En este caso el CI entrará en estado de asamblea o disolución. Una última posibilidad sería que asuman lúcidamente la necesidad de abrir una honesta delimitación y clarificación de posiciones. Los indicios, sin embargo, apuntan hacia la primera alternativa.

Agosto 1981

(1) En relación a Bolivia, las “tesis” rayan en el delirio y la desvergüenza. Sostienen que en 1952 se produjo “una de las revoluciones más perfectas”, que fracasó porque el trotskismo no tomó el poder que estaba a su alcance, y dicen, que esa traición “es tanto o más grande» que la capitulación del stalinismo ante el hitlerismo o la socialdemocracia ante la burguesía durante y después de la primera guerra mundial. Van más lejos aún, y llegan a afirmar que todos los males de la llamada IV Internacional y la fuerza del nacionalismo en Latinoamérica se explicarían por esa traición del trotskismo boliviano.

Para justificar su propia miseria política se la endilgan al POR boliviano, quien habría tenido la llave maestra de la IV Internacional.
La revolución boliviana de 1952 colocó al MNR en el poder en virtud de las profundas ilusiones de las masas en el movimiento nacionalista. El POR boliviano, si bien había logrado una posición importante en el proletariado a mediados de la década del 40 (Tesis de Pulacayo), estaba prácticamente diezmado por la represión de los años precedentes a la revolución, lo que determinó que en 1952 tuviera una gran debilidad organizativa. Tampoco era sólida la formación de sus cuadros, especialmente los sindicales.

La llegada al poder del nacionalismo determinó una crisis en el POR porque militantes pequeño burgueses y algunos de sus cuadros sindicales consideraron que había que entrar o disolverse en el MNR. Esta gente nada tenía que ver con la desviación pablista del mismo tipo, que se produciría en 1954. Es una falsedad total que en 1952, como afirman las “tesis”, el POR “era poderoso» y «había participado como codirección en la insurrección…” (pág. 64). Como Partido, el POR no llegó a estar presente en la insurrección de abril de 1952. En ningún momento se presentó la oportunidad para que los trotskistas bolivianos tomaran el poder. Todo esto está ampliamente analizado en «La Revolución Boliviana” de Guillermo Lora (año 1964).

La OCI francesa reiteradamente ha denunciado al POR boliviano como una organización nacional-trotskista mutilada, porque ésta sostiene que la revolución boliviana sería un gran factor de impulso para reconstruir la IV Internacional. Y ahora esta gente hace al POR el chivo emisario de la no transformación de la IV Internacional en partido de masas en la posguerra y responsable de la subsistencia del stalinismo y la socialdemocracia en la mayor parte del mundo!!

NOTA: El tratamiento que hacen las “tesis” de la evolución de las fuerzas productivas en la  época imperialista en general y en el periodo posterior a la segunda guerra en particular, así como las “tesis” de la llamada “revolución inminente” es tanto más erróneo que el conjunto de todas las “tesis”. Más importante aún, ocupan un lugar estratégico en toda la formulación de estas y en el revisionismo del Comité Internacional. Por haber pertenecido PO al CORCI y por la extensión que el tratamiento del asunto requerido, hemos preferido dejar la crítica a estas cuestiones para un próximo número con el objetivo de un desarrollo as amplio.

El informe BrandtPablo RieznikAníbal Romero

«Norte-Sur – Un programa para la supervivencia” es el informe de una “comisión independiente sobre problemas internacionales del desarrollo” que se constituyera en 1977 bajo la presidencia de Willy Brandt. Fue publicado bajo la forma de libro el año pasado y la traducción al español fue editada por la “Editorial Pluma”, con el subsidio financiero del Banco de la República de Colombia.
El llamado “Informe Brandt” se presenta como una respuesta al actual impasse económico y político en que se encuentra la situación mundial, cuya profundidad aparece enfatizada en largas consideraciones. Se afirma que “la crisis que actualmente atraviesan las relaciones internacionales y la economía mundial presenta grandes peligros que parecen tornarse cada vez más graves… la década de los 80 puede presenciar aún mayores catástrofes que las ocurridas en la de los 30” (págs. 47 y 72).
El diagnóstico del Informe es que “no se ha reconocido suficientemente que uno de los principales factores que explican la crisis actual es el abismo que separa a los países ricos de los pobres… abismo tan amplio que en los dos extremos la gente parece vivir en mundos diferentes» (pág. 47). Junto a esto, se insiste, reiteradamente, está planteado el problema del armamentismo que constituiría el material mismo de la catástrofe: “es posible que con las armas estemos ya cavando nuestra propia tumba» (pág. 21). Más que un presagio, se trata de una realidad cotidiana para una parte entera de la humanidad, si se considera que frente a los 800 millones de miserables y hambrientos que pueblan el planeta “la mitad del uno por ciento del gasto militar anual financiaría todo el equipo agrario que se necesita para aumentar la producción de alimentos y permitir el casi total autoabastecimiento en los países de bajos ingresos y de producción alimentaria deficitaria”, o que por el precio de apenas “un jet de guerra, que vale 20 millones de dólares, se podrían establecer 40.000 farmacias de aldea”, o lo que cuesta un tanque moderno, un millón de dólares, “financiaría 1.000 aulas escolares para 30.000 niños”, etc. … (pág. 22).
Para superar este panorama el “Informe Brandt” postula un acuerdo global entre los diversos regímenes políticos del planeta, es decir, en el cuadro de las relaciones sociales y políticas actualmente vigentes. Por esto, el documento propone que los acuerdos comiencen a estructurarse a partir de una “reunión cumbre en favor de la supervivencia”, entre jefes de Estado de algunas naciones representativas del Norte y del Sur. Es precisamente una reunión de este tipo que se realizará en octubre del presente año en la ciudad de Méjico.
La esencia del “Informe Brandt” consiste en plantear que la factibilidad de una solución a la crisis mundial surge de la existencia de “intereses mutuos y recíprocos entre el Sur y el Norte».
Se insiste en que el «desarrollo del Sur» sería benéfico para los países del “Norte”, asociados todos por una necesaria e inevitable interdependencia. En este contexto se plantea la necesidad de un “acuerdo global” para superar tanto los problemas más graves del “Sur” (miseria, pobreza, hambre), como las barreras que afectan actualmente el comercio de bienes y capitales a nivel mundial. Esto se conseguiría, fundamentalmente, a través de la “industrialización del Sur” con «masivas transferencias de fondos» del Norte, eliminando las barreras proteccionistas que afectan actualmente al comercio y estableciendo una total cooperación política entre «Norte y Sur”.
¿Norte-Sur o naciones opresoras y naciones oprimidas?
La denominación «Norte-Sur” en la clasificación de las naciones del planeta no debe ser pasada por alto porque indica ya el carácter mistificador y utópico que revisten una serie de propuestas del libro. Norte-Sur aparece como una determinación neutra o natural-geográfica para ocultar lo que es en realidad la polaridad de una relación social específica que nada tiene de “natural”: la explotación capitalista del mundo. La división entre naciones opresoras y oprimidas es una determinación social esencial del régimen capitalista, en su presente fase.
Según el “Informe Brandt” “los intereses mutuos del Norte y del Sur se basan en los cambios implícitos en la industrialización del Sur” (pág. 106). El razonamiento es formalmente el siguiente: la industrialización del Sur, al mismo tiempo que resolvería los problemas más extremos del atraso y la pobreza, crearía oportunidades para la inversión del recurso de que dispone el Norte —el capital—; crearía —además— un flujo de divisas capaz de mantener en un nivel adecuado el comercio internacional y favorecería la exportación de productos manufacturados del Sur, eliminando su monoexportación de productos primarios. Siendo tan simple la cuestión lo que el “Informe” no explica es por qué fórmula tan ventajosa no fue ya aplicada. Y no podría explicarlo porque escamotea, precisamente, el contenido de explotación que fundamenta el “abismo” que separa a las naciones de la Tierra.
En realidad, el atraso del “Sur” es la fuente de superlucros del capital que viene del “Norte”, es decir, de una enorme masa de plusvalía que acaparan los grandes monopolios y trusts que han extendido sus negocios en el “Sur”. Así como el monopolio de un adelanto tecnológico en manos de un trust constituye una fuente de superganancias, en relación a las empresas que operan con tecnologías menos avanzadas, el monopolio del desarrollo de las fuerzas productivas por el Norte imperialista es una fuente de superbeneficios en relación a las semicolonias.
En los países atrasados la tasa de ganancias es elevada porque la participación del trabajo vivo en todas las ramas de la producción es relativamente alta en relación al trabajo muerto (maquinaria, medios de producción); y es del trabajo vivo, de su exacción, que el capital obtiene su lucro. El conjunto de los factores que hacen al atraso —incluyendo los bajos salarios y las materias primas baratas— son los factores fundamentales del lucro del capital imperialista y por esto éste está interesado en mantenerlo. Esto no significa, de ningún modo un estancamiento absoluto de las naciones atrasadas (el capital imperialista subvierte permanentemente este atraso) sino la exacerbación de sus desigualdades sociales internas y el bloqueo al ulterior desarrollo de las fuerzas productivas. La industrialización no puede despegar auténticamente sin una revolución social que barra con las supervivencias arcaicas, lo contrario sería una nueva agregación de industrias artificiales (Irán bajo el Sha). Pero el imperialismo es el enemigo número uno de toda revolución social; por su naturaleza está condenado a aliarse con las clases más reaccionarias y conservadoras. La misión Brandt no aprendió nada del fracaso de la Alianza para el Progreso, que contaba (como no cuenta Brandt) con el apoyo del imperialismo yanqui.
Si por industrialización de las naciones atrasadas se entiende apenas un cierto aumento del producto industrial en el conjunto del Producto Bruto de un país atrasado, como resultado fundamental de la inversión externa y de la descomposición del régimen agrario esto es exactamente lo que viene sucediendo desde hace tres décadas. Como es evidente esto no ha ayudado en nada a evitar la crisis económica mundial actual ni los problemas esenciales de la pobreza y la miseria de los llamados países periféricos. El “Informe Brandt” se limita a repetir, en este sentido, viejas fórmulas, rodeadas de inflamadas consideraciones morales sobre los intereses “mutuos”, pero es incapaz de realizar el más mínimo diagnóstico de la situación actual y un balance de las últimas décadas.
Utopía y realidad
Uno de los planteos centrales del “Informe” es su propuesta de “transferencia masiva de fondos” hacia los países “periféricos”. Ahora bien, ¿de dónde saldrían los fondos?
El “Informe” postula la imposición de un gravamen a nivel planetario sobre el comercio mundial. Cuando se sabe que en la actualidad un porcentaje enorme del comercio internacional es un verdadero contrabando realizado entre filiales de las grandes empresas imperialistas, a través de sobre y subfacturaciones de las más variadas especies, el planteo no pasa de una absoluta inocuidad. Un sistema tributario internacional es impensable sin un “gobierno internacional” —como se llega a sugerir en el propio “Informe”—. Pero si el imperialismo pudiera resolver sus contradicciones internas a través de un supergobierno planetario… no sería imperialismo. Lo que rige en las relaciones interimperialistas es la fuerza del poder económico y del poder militar… y por esto lo que prima es la tendencia al proteccionismo y a la guerra comercial. La fantasía del superimperialismo, que pertenece a Kautsky, capaz de moderar las fricciones internas del sistema, fue enterrada bajo el salvajismo sin igual de dos guerras mundiales.
El mismo carácter utópico revisten las invocaciones morales en favor de la reducción de las inversiones en armamento, mostrando las maravillas que podrían operarse si “se dedicara solamente una parte de ese gasto improductivo al gasto productivo del desarrollo” (pág. 21). Pero resulta que este gasto improductivo es justamente una fuente de valorización del capital que permite elevar incluso (por ocupar capital excedente) la tasa de beneficio en el resto de los ramos productivos. La utopía consiste en querer liberar a la humanidad del peso del armamentismo sin liberarla del capitalismo que lo genera. Fuera de la utopía reformista, en el conjunto de prioridades establecidas por el informe, como puntos de partida para un acuerdo global entre el Norte y el Sur, se encuentra implícito el objetivo de permitir una todavía más amplia internacionalización de la economía bajo la hegemonía del gran capital imperialista. Así en lo que se refiere al problema del capital extranjero, todas las medidas propuestas apuntan a «garantizar» sus inversiones en las naciones oprimidas. Por esto se indica que sería deseable un régimen internacional que establezca que “los países anfitriones no deben restringir transferencias corrientes como son las utilidades, regalías y dividendos o la repatriación de capital”. Con mayor énfasis todavía se señala que cualquier “nacionalización debe venir acompañada de una justa y efectiva compensación, realizada bajo principios internacionales similares, que deben incorporarse a las leyes nacionales” (págs. 288/9). Poco más adelante se afirma también que “es necesario y legítimo que el FMI imponga condiciones a los miembros que utilizan el crédito” (pág. 321). Cuando se trata de los negocios del gran capital desaparece la demagogia humanizante que campea en todo el texto y se plantean, sin medias vueltas, los viejos clisés de la política imperialista.
Conclusión
El “Informe Brandt” fue precedido ya por otro tipo de informes similares, como el denominado «Reestructuración del Orden Internacional” elaborado por un grupo de especialistas para el Club de Roma y el denominado NOEI (Nuevo Orden Económico Internacional), aprobado en 1975 por las Naciones Unidas. Este último —el NOEI— fue presentado por los gobiernos burgueses de los países atrasados, reclamando una mayor participación en el ingreso mundial y la aceptación de ciertas medidas de disciplinamiento al ingreso de capital extranjero en los mismos. El “Informe Brandt” representa una respuesta a estos reclamos, buscando una composición, desde la óptica del gran capital. Por esto mismo postula que las negociaciones se lleven a cabo a través de una especie de “paritaria» de representantes del “Norte” y del “Sur” y no a través de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el cual el voto de los países imperialistas es formalmente minoritario. Lo que nos importa destacar aquí es que, de todos modos, el punto de vista común de todos estos documentos es el de la aceptación del cuadro político mundial en el cual se desarrolla el antagonismo “Norte-Sur” (eufemismo que, además, encubre a la URSS entre los representantes del “Norte” desarrollado). Es decir, no se propugna la liquidación de tal cuadro sino su «mejoría” mediante una “más equitativa” distribución del ingreso mundial entre los distintos países, normas «más justas” en la regulación de sus relaciones, etc. … Se trata, por lo tanto, de planteos burgueses, esto es, que propugnan una serie de medidas correctivas en el cuadro de la hegemonía del capital imperialista en la economía mundial.
Que el “Informe Brandt” busque introducir su política con los métodos de la zanahoria y no del garrote, criticando el belicismo, propugnando el “diálogo” y “la paz” y ofreciendo una que otra mínima concesión, no cambia la esencia del asunto. Se trata de una variante de los planteos del imperialismo bajo el ropaje del colaboracionismo socialdemócrata.


Los trotskistas en la Unión Soviética

Adrián Paglietani

 

Número 6 de los “Cuadernos de León Trotsky” editados en el Instituto León Trotsky, E. D. I, París, 1980.

A principios del año pasado fue abierta la parte cerrada de los Archivos de Trotsky depositados en la Universidad de Harvard. Recordemos que Trotsky había puesto como condición para depositar allí sus archivos, que una parte de éstos no fuese abierta hasta 1980, puesto que contenía numerosos documentos relativos a la acción clandestina de la Oposición de Izquierda en la URSS. El Instituto León Trotsky —formado en París a iniciativa de un grupo de investigadores de la historia del movimiento obrero— envió a Harvard un equipo de colaboradores. Algunos de los documentos inéditos encontrados en la “parte cerrada’’ fueron ahora publicados en los “Cuadernos» que edita el Instituto.
Estos documentos de la Oposición bolchevique-leninista en la URSS (declaraciones, documentos de debate interno) fueron redactados durante el período en que la inmensa mayoría de sus miembros se encontraba en los «campos de deportación” de Siberia (1929-1933), casi completamente aislados de la URSS y del mundo, enviados allí por la burocracia stalinista luego de ser expulsados del Partido Comunista. Es el período de consolidación del stalinismo, que concreta el desplazamiento del proletariado de la dirección del Estado Soviético, y su reemplazo por la burocracia estatal y partidaria. Esta se ha diferenciado de la clase obrera, como una capa que le es ajena y hostil, tanto por los privilegios materiales que acumula, como por el programa político que enarbolar abandono de la perspectiva de la revolución mundial, como el único medio de sacar a la URSS de su aislamiento; planteo de la construcción del “socialismo en un solo país”. La consolidación de esta casta se vio facilitada por el reflujo de las masas soviéticas —cuya vanguardia fue diezmada durante los largos años de guerra civil— y de la propia revolución internacional, luego de la derrota de las revoluciones chiria y alemana, a mediados de los años 20: en el caso de la primera, directamente provocada por la orientación impresa por la burocracia al PC chino, a quien impuso una alianza con quien habría de ser su masacrador, el líder nacionalista Chiang-Kai-Shek.
La consolidación de la burocracia, representada por la fracción de Stalin en el PC, se produjo tras dura lucha. En ella debió derrotar a la Oposición de Izquierda, encabezada por Trotsky, que representaba la continuidad del leninismo, de la lucha por el reforzamiento de la dictadura del proletariado y por una estrategia revolucionaria internacional. Y también a la llamada “Oposición de derecha” —cuyo teórico fue Bujarin— directamente responsable en la elaboración de la política que llevó a la derrota al proletariado chino, y que planteaba un programa que desembocaba en la restauración del capitalismo abatido por la Revolución de Octubre: debilitamiento de la planificación económica centralizada, vía libre a los mecanismos de mercado, rechazo de todo plan de industrialización de la URSS.
En el curso de esta lucha, la burocracia puso a punto los métodos policiales sanguinarios y represivos de toda actividad obrera independiente, que habrían de caracterizar todo su dominio posterior. Estos fueron dirigidos en primer lugar contra la Oposición de Izquierda (derrotada por una coalición de la derecha y el «centro» stalinista), para posteriormente ser utilizados contra la derecha y para el arreglo de cuentas al interior de la propia burocracia. Esta represión acarreó una desarticulación organizativa de la Oposición de Izquierda: exilio de Trotsky a Turquía, deportación a Siberia de la mayoría de los oposicionistas, represión sistemática de todas sus actividades. Pero —como lo confirman los documentos ahora publicados— no logró una desarticulación política de la Oposición, que valiéndose de métodos clandestinos de comunicación, siguió desarrollando sus análisis sobre la situación de la URSS y mundial, y una actividad dirigida a la vanguardia obrera y a la juventud, tanto en los campos de deportación como en los centros urbanos. El gran valor de los documentos es que muestran la madurez y unidad política de la Oposición, como una corriente de ideas al interior de la URSS. Se trata de documentos elaborados por los deportados, baje la represión y en condiciones de una muy mala o nula comunicación con su “centro dirigente” (situado en el extranjero alrededor de Trotsky), necesarios sin embargo a los fines de la continuidad de la lucha política en la URSS. Los oposicionistas revelan en primer lugar una clara conciencia de las causas de su retroceso, de su lugar dentro de la revolución rusa y mundial, y del carácter del período político que atraviesan:
«Por sus raíces profundas, la crisis de nuestra revolución deviene de una crisis de la revolución mundial, estrechamente ligada al declive de la ola revolucionaria que comenzó con la derrota de la revolución alemana de 1923. Esto condujo al aislamiento de nuestra revolución, al refuerzo de la reacción internacional y de los elementos democrático burgueses al interior de la URSS; esto se reflejó en el estado de ánimo del proletariado y condujo a la derrota del ala leninista del partido, que se transformó en oposición a la dirección que comenzó a abandonar los carriles de la política proletaria (…). La oposición de derecha tendía a comprometerse en la vía del abandono abierto de las bases de la dictadura y del sometimiento del país al capital extranjero. La realización de ese programa es imposible porque la oposición leninista lo denunció desde el principio como ‘termidoriano’, desde 1927, porque ella suscitó un movimiento y una lucha, y en fin a causa de la presión de las masas, la cual fue insuficiente para hacer pasar la dirección a manos de la Oposición, pero suficiente para impedir que cayera en manos de los derechistas. Tal es la causa fundamental de la crisis del bolque entre los derechistas y los centristas, que terminó en su ruptura. Hemos visto la línea de la dirección centrista, vacilante entre la burguesía y el proletariado, que ejecuta zig zags incesantes entre nuestra línea y la de los derechistas” (Documento de los deportados de Vejneuralsk, junio de 1930).
El párrafo que citamos, pertenece a un extenso documento redactado sobre papel de armar cigarrillos, que de ese modo logró llegar al exterior (y que circuló análogamente entre los deportados en la URSS).
En su ruptura con la “derecha”, Stalin enarboló algunos de los puntos que habían sido largamente reclamados por la Oposición: industrialización del país, colectivización del campo. Los oposicionistas, sin embargo, se guardaron de ver en ello un retorno del «centro” stalinista al leninismo: “Esta política (de la derecha) en la cuestión de la industria y la preparación insuficiente de los planes tornaban el terreno extremadamente favorable al desarrollo de fuerzas de clase hostiles y a la tendencia oportunista de derecha en las capas no proletarias del partido. El recrudecimiento del estado de ánimo pro kulak (propietario campesino acomodado) y el debilitamiento de las posiciones de clase del proletariado preparaban el Termidor. La victoria y la restauración de las relaciones capitalistas amenazaban el país. Esto es lo que determinó el parate del desplazamiento de los centristas hacia la derecha; rompieron su alianza con los ‘termidorianos’ de derecha y ocuparon las posiciones de la izquierda, acompañando este cambio de gestos y de acrobacias ultraizquierdistas (la ausencia de una real democracia obrera crea una situación en la que toda medida vital y necesaria, dictada por la voluntad y los intereses de clase del proletariado, es ejecutada de manera degenerada y corrompida, que hace a veces más mal que bien) (…). La industrialización decidida en la 16° Conferencia que, por su ritmo acelerado, tiene el mismo perfil que la de Europa o América, no hace sino basarse en la misma fuente: la explotación tensa de las masas obreras. Desde hace mucho, en una de sus reivindicaciones esenciales, la Oposición pidió la revisión de la repartición del ingreso nacional en provecho de la industria y de la clase obrera, mientras que la política del grupo dirigente no concluía sino en una transferencia de fondos de la ciudad al campo… La política del grupo dirigente se reducía a la baja mecánica de los precios, lo que implicaba inevitablemente la caída del salario real de los obreros y de la calidad de los productos… a través de los precios, los beneficios de la industria son transferidos al campo (…) (Esta) política falsa de los años precedentes ha hecho que el partido y la clase obrera entrasen debilitados y desmoralizados en el tercer período, el de la colectivización forzada. La presión creciente de los kulaks, que sembraban la revuelta contra la industrialización, habría necesitado de una organización y firmeza más grande. Las capas semiproletarias de campesinos pobres —obreros agrícolas— debieran haber actuado resueltamente para hacer pasar los campesinos medios de su lado. El proletariado hubiese debido dar prueba de más combatividad para hacer frente al enemigo de clase. Habría sido más necesario que nunca crear uniones de campesinos pobres (era la exigencia de la Oposición que, dirigida por el partido, hubiesen debido encargarse de la organización soviética del campo contra el avance de los kulaks.. La campaña de colectivización estaba en pleno desarrollo, pero las organizaciones de masas no estaban preparadas para ella y su actividad se encontraba atrapada dentro de los límites estrechos del burocratismo. No se había tocado a las masas, y todo el trabajo se hacía a través del aparato del partido, contaminado por el burocratismo, el mismo aparato que, durante muchos años, se entrelazó con los elementos kulaks de la aldea (…). Está claro que la campaña por la colectivización integral debe haber tenido en gran parte un efecto negativo” (documento del oposicionista Dingelstedt, Mayo 1930).
El autor no tenía en sus manos la información que confirmaba plenamente su pronóstico: la “colectivización forzada” condujo a un enfrentamiento con el campesinado, inclusive sus capas media y pobre, del que salieron millones de campesinos muertos y más de la mitad del ganado de la URSS abatido por los propios campesinos, que rechazaban la “colectivización” burocrática.
Respecto a la industrialización emprendida por el stalinismo, el mismo dirigente de la Oposición concluía:
“Para resumir, digamos que hay ‘industrialización e industrialización’. Y no nos dejaremos seducir por las bellas palabras de los capituladores que nos dicen que nuestras exigencias están siendo realizadas, en tanto no se nos haya probado que la industrialización es prácticamente imposible sin ejercer sobre la clase obrera una presión muy violenta, sin bacanales burocráticas y sin la supresión de toda actividad autónoma verdadera del proletariado”.
Los “capituladores eran ciertos sectores de la Oposición (por ejemplo, el economista Préobrazhenski) que de la analogía formal del nuevo rumbo stalinista a comienzos de los 30, con el programa de la Oposición, deducían que el stalinismo había adoptado ese programa y se sumaban a él, abandonando sus posiciones. Una analogía, además de formal, puramente «económica” (industrialización, colectivización agraria), pues el centro del programa de la Oposición eran las exigencias políticas sin las cuales las medidas económicas no se convertían en un medio de fortalecimiento de la dictadura proletaria: democracia en el Partido, revitalización de los soviets y de la Internacional. La Oposición libró dura batalla política contra esta presión capituladora, como asimismo contra quienes en su interior, sin llegar a capitular, se planteaban atenuar la agudeza de la lucha contra la burocracia —contra quienes, ante la ruptura de Stalin con la derecha, se planteaban “esperar y ver”:
“La consigna de todos los que se preparan a capitular es la de ‘atenuar la agudeza de la lucha’. ¿Qué es, la agudeza de la lucha? Planteémonos en primer lugar la pregunta: nuestra lucha contra los centristas, ¿es concebible sin agudeza, con suavidad? Lo sería al precio de nuestro silencio, del abandono de nuestras ideas y de todo esfuerzo por inscribirlas en la realidad. Es la sola existencia de nuestras ideas la que llevó (y lleva) a la dirección actual a una resistencia tal que no pudo (y no puede) existir sin lo que se llama de modo bien ligero la ‘agudeza de la lucha’. En síntesis, no habría agudeza si no hubiera lucha. Está claro que los que quieren una lucha atenuada (que van a atenuarla ¿hasta qué punto? La lucha más atenuada, es la ausencia de lucha) están en el fondo por detener totalmente la actividad fraccional, y por eso mismo, se alejan de nosotros y se desplazan hacia el centrismo” (“La política de la veleta”, documento de los oposicionistas deportados Askendarian y Bertinskaia).
La Oposición sufrió bajas, pero salió políticamente victoriosa de esa lucha, pues el grueso de sus filas no capituló. Paralelamente, un debate se desarrolló en su seno sobre el carácter del Estado soviético luego del triunfo de la burocracia:
«El secretario, el presidente del Soviet local, el recolector de trigo, el cooperador, los miembros de los sovjozes (granjas colectivas) los jefes de empresa, los del partido y los sin-partido, los especialistas, los capataces que, avanzando por la línea de la menor resistencia, establecen en nuestra industria un sistema de presión y de despotismo en la fábrica —he aquí el poder real en el período de la dictadura proletaria que atravesamos. Esta etapa puede ser caracterizada como la dominación y la lucha de los intereses corporativos de las diferentes categorías de la burocracia.
“De un Estado proletario con deformaciones burocráticas —como Lenin definía la forma política de nuestro Estado— estamos pasando a un Estado burocrático con sobrevivencias proletarias comunistas.
“Bajo nuestros ojos se ha formado y continúa formándose una gran clase de gobernantes con sus propias divisiones internas, que se acrecienta por la cooptación prudente, directa o indirecta (promoción burocrática, sistema ficticio de elecciones). Lo que une a esta clase es una forma, original también, de propiedad privada, a saber, la posesión del poder del Estado. ‘La burocracia posee el Estado como su propiedad privada’, escribía Marx (Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel)” (documento de Rakovski, Kossior, Muralov y Kas-parova, abril de 1930).
Se trata de los primeros intentos de definir la naturaleza del Estado burocratizado y de su sector dirigente: la burocracia no es definida como una clase en el sentido de la posesión de los medios de producción, sino como poseedora del poder estatal, en un país donde la clase obrera se ha apoderado del Estado, pero sus representantes en él se han separado de ella, constituyéndose como sector social autónomo y antiobrero. Se trata de la misma preocupación que está en el centro del famoso texto de Rakovski “Los peligros profesionales del poder” (1928), y que al parecer fue desarrollada en trabajos más amplios durante su deportación (“Las leyes de la acumulación socialista durante el período ‘centrista’ de la dictadura proletaria”, “Las leyes del desarrollo de la dictadura socialista”), los cuales son mencionados en los documentos de Harvard, pero lamentablemente no han sido hallados. Lo mismo acontece con otros trabajos que reflejan la riqueza de la producción teórica de la Oposición de Izquierda en la URSS durante esta etapa (“Las conquistas de la dictadura proletaria en el año XI de la revolución” de Préobrazhenski y Smilga, “La ley del desarrollo desigual en Marx” de Solntsev, “Política agraria del centrismo” de Sosnosky.. y cuántos más habrá habido!). El párrafo arriba mencionado fue contestado por otros sectores de la
Oposición:
“En tanto que la burocracia fue considerada como una casta, su dominación, por despótica que ella fuera, no quitaba al Estado su carácter proletario, del mismo modo que el reino despótico de Luis Bonaparte no anulaba el carácter pequeño burgués del Segundo Imperio. Pero a partir del momento en que la burocracia se transforma en una clase —y ustedes escriben que ella ya lo es— el Estado Soviético se ha despojado de repente de sus hábitos proletarios, tanto más cuanto que la dominación de una clase no admite el domino de otra. Hay que elegir: o bien la burocracia gobernante es una clase y esto significa que ya no existe la dictadura proletaria, o bien ella no es más que un grupo, una casta, y en ese casop pese a la dominación de la burocracia, el Estado conserva su carácter proletario. Nosotros creemos que ustedes toman a Marx demasiado al pie de la letra. La burocracia no ha sido engendrada por el Estado Soviético, ella se ha desarrollado a la par con el crecimiento y la centralización de los Estados burgueses. En todas partes ese grupo-casta se multiplica por cooptación en las clases dominantes, y también frecuentemente en las clases que le son hostiles (por referencia a los Estados burgueses, tenemos entre nosotros una diferencia cuantitativa y no cualitativa), en todas partes la burocracia posee el Estado como propiedad privada. Sin embargo, Marx, que sepamos, nunca calificó a la burocracia como ‘clase’ ni en el amplio sentido ni por inexactitud terminológica, que no se encuentra más que raramente en sus trabajos históricos, ni en el sentido estricto cuando analiza abstractamente el sistema social. Inútil decir que la parte importante de la burocracia en la apropiación de la renta nacional, aun cuando ella aumente, lo mismo que su rol organizador del proceso de producción, no son las etapas de una construcción que la constituyen en tanto que clase, porque una clase no es una categoría de repartición, sino una categoría de producción ligada a la propiedad de los medios de producción. Aún teniendo en cuenta la corrección del camarada Cristián (Rakovski), que defiende esta concepción señalando que se trata de un proceso en ‘devenir’, es decir que la burocracia está transformándose en una clase, aún en ese caso, nuestras objeciones no pierden su valor. Pensamos que la burocracia no es una clase y que no lo será jamás. La burocracia, capa dirigente de la sociedad, va a degenerar, es el germen de una clase que no será una clase burocrática desconocida hasta hoy, cuya aparición significaría que la clase obrera se ha transformado en alguna otra clase oprimida. La burocracia es el germen de una clase capitalista que domina el Estado y posee colectivamente los medios de producción. Marx escribía en 1875: ‘Ese desarrollo de las fuerzas productivas es la premisa absolutamente indispensable (para el socialismo), porque de otro modo no es sino la miseria la que se generaliza. Ahora bien, con la miseria, la lucha por los objetos de primera necesidad va a recomenzar, y con ella toda la vieja confusión’ (Crítica del programa de Gotha). La ‘vieja confusión’ resucitará necesariamente bajo la forma de degeneración de la dictadura proletaria en dictadura pequeño burguesa o en orden capitalista, o bajo alguna forma de capitalismo de Estado original, lo que, más que una dictadura pequeño burguesa o un capitalismo ordinario correspondería a una actitud de gran potencia del Estado ruso, en la medida que esta reconstitución se produce bajo las condiciones de expansión imperialista en la época del capitalismo agonizante” (Documento de Khotimsky y Cheikman, Julio de 1930).
Notemos de paso que se emplea aquí la frase de Marx cuya idea posteriormente servirá a Trotsky como una de las claves del análisis de la burocracia soviética, en la “Revolución Traicionada”. Citemos un último documento, en respuesta al que acabamos de transcribir:
“La evolución del sistema soviético en la URSS, debido a los choques entre las clases mal reglados y dirigidos por una política errónea y zigzagueante, se traduce en una línea quebrada. Quiere decir que, por el momento, no podemos definir más que la tendencia general, la dirección que sigue. Ella está muy bien expresada en la declaración de Rakovski… Los camaradas Khotimsky, etc., no están contentos de esta definición dialéctica, dinámica, que admite que pudiera producirse en la línea quebrada un desvío que modificaría la dirección prevista. El camarada Khotimsky exige una definición estática, que pudiera tener lugar en un manual y constituiría un punto fijo en un lugar donde los hechos reales, los fenómenos controlados, no pudieran marcarla. (…) ¿Qué es la burocracia?, pregunta el camarada Khotimsky ¿Es una clase, o no? Olvida que, según Marx, Engels y Lenin, la burocracia, salida de las clases de la sociedad, se ha alejado de esas clases que la han engendrado para elevarse por encima de ellas. No hay en la cita (de Rakovski) nada nuevo sobre la burocracia, clase que posee el Estado como su propiedad privada. Pero no es de la burocracia en general que hay que discutir, sino de hasta qué punto la burocracia de la URSS se ha alejado de la sociedad. Son los problemas de la democracia proletaria —unidad entre los dirigentes y ios dirigidos— y del burocratismo —separación entre dirigentes y dirigidos— que están a la orden del día. Nuestra tarea más urgente es la de estudiar lo más atentamente posible el proceso de formación de la burocracia soviética, el proceso de transformación del Estado Soviético en Estado burocrático” (Documento de Trigubov, Julio de 1930).
Es imposible no advertir en esta polémica de alto nivel muchos de los temas que Trotsky desarrollará posteriormente en su análisis de la burocracia soviética. La cuestión es tanto más meritoria cuanto que las comunicaciones con Trotsky y el acceso a las informaciones en general, eran sumamente fragmentarias para estos militantes deportados; sin mencionar la constante presión y represión de la burocracia. La mejor conclusión está sacada en una carta dirigida por dos militantes soviéticos deportados a Trotsky:
“Esos retrasos (en la recepción y envíos de cartas) nos han sido muy útiles; nos han permitido verificar la línea y las posiciones que hemos elaborado nosotros mismos. Y hemos constatado frecuentemente con placer que, frente a los mismos acontecimientos, el mecanismo del pensamiento y las formulaciones eran las mismas sobre las islas del Ural (lugar de deportación) y de Prinkipo (isla turca donde se encontraba exilado Trotsky)… Es para nosotros la prueba concluyente de los lazos que unen a nuestra corriente más allá de las distancias” (carta de Jakovine y Ardachelia, Noviembre de 1930).
Lo que la publicación de estos documentos demuestra es que los trabajos y aún más las grandes obras de Trotsky (como “La Revolución Traicionada”) son el producto de la elaboración colectiva de una verdadera corriente política. No es mera argucia literaria la afirmación del Programa de Transición de la IV Internacional (1938), de que “la sección más fuerte de nuestra Internacional se encuentra en la URSS”, si se tiene en cuenta la calidad de los cuadros trotskistas soviéticos que estos documentos sacan a luz. Téngase sólo en cuenta que uno de los materiales de base para la elaboración de una de las principales obras de Trotsky (“La Internacional Comunista después de Lenin” o el “Gran organizador de derrotas”) fue un texto elaborado por un militante soviético deportado, Lapine, llamado «Critica del proyecto de programa de la Internacional Comunista”. Hay que agregar que ahora se sabe que los militantes soviéticos, antes de que toda comunicación con ellos fuese interrumpida, alcanzan a discutir y aprobar la orientación por la construcción de la IV Internacional, e incluso algunas tácticas surgidas de la nueva orientación (como el ‘‘entrismo” en el PS francés). Todo ello surge de un informe inédito del último militante trotskista que estuvo en contacto con ellos, el escritor Victor Serge, liberado en 1936 gracias a su nacionalidad belga, en donde también se lee:
‘‘Somos en este momento muy poco numerosos: algunas centenas, más o menos quinientos. Pero esos quinientos no se inclinarán. Son hombres probados, que han aprendido a pensar y sentir por ellos mismos y que aceptan con tranquilidad la perspectiva de una persecución sin fin”.
Para esa época muchos militantes ya habían sido fusilados, y los que restaban habían sido separados del resto de los deportados y enviados a campos de confinamiento en las zonas más inhóspitas, pues su labor política reportaba un sistemático crecimiento de la Oposición de Izquierda (y luego a la IV Internacional) entre los centenares de miles de deportados del stalinismo. Con posterioridad, hacia fines de los años 30, prácticamente todos fueron fusilados: así culminó momentáneamente la batalla entre el stalinismo y el bolchevismo. Pero la labor política realizada por los bolcheviques-leninistas, reflejada en centenares de documentos, y asimismo en periódicos (“El bolchevique militante”, “La Pravda detrás de los barrotes”) que manuscritos o impresos artesanalmente circularon entre los deportados, son la mejor prueba de que el stalinismo fracasó, pues no logró hacer arriar la bandera de la revolución proletaria internacional y de la revolución política en la URSS, que enarbolada por el último baluarte trotskista, marcó indeleblemente la historia de la Unión Soviética. El resurgir de la lucha obrera antiburocrática en la URSS (de la cual la revolución polaca es un anticipo) sacará a luz la huella imborrable que el trotskismo dejó impresa en la historia del movimiento obrero soviético.


“Movimiento obrero contemporáneo” (1952-79)

Inés Díaz

 

Este libro editado por Ediciones Masas viene a ser el 5o y último tomo de una obra sobre la historia del movimiento obrero boliviano y fue publicado luego de los tres primeros volúmenes editados por “Ediciones Amigos del libro». (Recientemente esta editorial lanzó el cuarto tomo).
El libro que acá comentamos analiza casi treinta años de actividad de la clase obrera boliviana (1952/79), en un rico período que incluye a la revolución de 1952, la importante experiencia nacionalista burguesa, su superación y la creación de la Asamblea Popular, primer soviet de América Latina. Pero el autor no sigue una simple evolución cronológica de los acontecimientos, sino que divide el libro en cinco partes donde analiza los conceptos políticos fundamentales que se desprenden de la revolución de 1952, la historia de la Federación Minera después de este año, de los trabajadores fabriles, de otras organizaciones sindicales, y de la Central Obrera Boliviana. Debe destacarse que en cada una de ellas se evidencia la preocupación por ofrecer una abundante y detallada información de modo que se hace posible el mayor rigor científico en el análisis.
Pero G. Lora no es simplemente un historiador. Como fundador y dirigente del POR, partido de larga tradición de lucha en el seno del movimiento obrero boliviano, su objetivo principal es el de analizar la experiencia del proletariado en función de la comprensión del camino que el partido trotskista debe seguir para convertirse en el dirigente de la revolución boliviana.
El autor marca como punto de partida del proceso revolucionario del 52 la aprobación en 1946 de las tesis de Pulacayo, momento en que la clase estructura su independencia política materializada en un programa propio, (pues señala toda una estrategia)al plantearse como tarea la lucha por un gobierno obrero. La justeza y vigencia de sus consignas serán luego confirmadas por la propia realidad cuando la irrupción revolucionaria de las masas en abril de 1952 coloca a la orden del día la necesidad y la posibilidad de efectivizarlas. El partido de la pequeño burguesía, llevado al poder por una revolución que se realizó a pesar suyo, se verá obligado a tomarlas por exigencias de las masas y a partir de ahí buscará deformarlas para dar lugar a la reestructuración del Estado burgués contribuyendo a la desmoralización y posterior reflujo de la clase obrera. De esta forma estrangulará la movilización revolucionaria y armará un reacondicionamiento de las relaciones con la potencia opresora. Nacionalizará las minas pasando por alto la necesidad de complementar esta medida con la nacionalización del resto de la economía; frente a la imposición del control obrero reemplazará la clase por un puñado de burócratas; convertirá a las milicias obreras y campesinas en apéndice del nacionalismo, pasando después a su destrucción total y a la reestructuración del ejército profesional.
Sólo después de un largo período en el cual las masas van procesando su experiencia y van agotando sus ilusiones en la dirección pequeño burguesa es que, según el autor, se producirá el cuarto congreso de la COB de 1970 «un reencuentro con la línea señalada en Pulacayo, momento en que los explotados abandonan francamente el nacionalismo y van en pos de su propia estrategia y de su propio gobierno” (p. 502). En dicho congreso el lechinismo será colocado en el banquillo de los acusados y la idea central de las Tesis allí aprobadas, que es la constitución del gobierno de la clase obrera, es lo que luego permitirá la constitución de la Asamblea Popular. Es también en base a este documento que más tarde será posible estructurar el Frente Revolucionario Antiimperialista ante el golpe contrarrevolucionario de Banzer (pág. 527).
La revolución boliviana
El autor señala varias etapas de la revolución boliviana que permiten ir viendo la evolución política que se opera en las masas como así también los flujos y reflujos que se manifiestan en el movimiento.
Un primer momento estaría caracterizado por el ascenso de las masas que culmina con la victoria de abril de 1952. La COB emerge con características soviéticas y la clase obrera es dueña de la situación imponiendo sus consignas al gobierno de Paz Estensoro. Existe una dualidad de poderes en la que el oficialismo se ve obligado a satisfacer las exigencias obreras.
A partir de octubre de ese año se entraría en una segunda etapa en la que el ascenso obrero comienza a declinar producto de las maniobras nacionalistas y un cierto cansancio de las masas. Este período dura varios años y en él se produce la burocratización de la COB, se destruyen las milicias, mientras que el POR sufre una crisis al ser escisionado por un sector de intelectuales que se pasa al MNR.
Con el viraje derechista bajo el gobierno de Siles Zuazo (1956) las masas comienzan un lento proceso de radicalización en la lucha contra el plan económico y la persecución sindical. A la marcha firme de los mineros hacia la superación del nacionalismo el gobierno sólo puede oponer la represión más feroz como lo fue la masacre de Sora Sora bajo el último gobierno de Paz y la de Huanuni ya bajo el derechista Siles Zuazo. Los obreros, en contra de su dirección, comprenden el carácter gorila del golpe de Barrientos lo que hace acelerar el proceso de diferenciación del nacionalismo.
En agosto de 1971 se frustran los planes fascistas con una maniobra de retroceso que permite preservar físicamente a la clase. En 1976 los mineros realizan autoritariamente el Congreso de Corocoro donde se decreta huelga general reivindicando aumento salarial. La huelga fracasa porque no logra estructurar una dirección capaz de llevarla a la victoria, a lo que se suma el trabajo del stalinismo en favor de su fracaso.
Con esa derrota se inicia un corto período de retroceso que acaba a fines de 1977 con la huelga de hambre de cuatro mujeres mineras que, al empalmar con la tendencia a una nueva arremetida obrera, consigue extender el movimiento que exige amnistía general, la vigencia sindical y la lucha contra la miseria. El gobierno se ve obligado a recular concediendo la amnistía general y esto transforma la situación política del país abriéndose un período de democratización con las elecciones fraudulentas de 1978 y las del año siguiente.
Hoy podemos verificar que pese al golpe gorila la reacción no consigue estabilizarse, razón por la cual este período aún no se ha cerrado.
Las enseñanzas de la revolución
¿Cómo explicar el que una revolución como la protagonizada por las masas bolivianas en abril de 1952, que ya habían adoptado un programa de características revolucionarias, que acaban con uno de los pilares del Estado burgués, que crean las milicias y luego dan lugar a la existencia de un doble poder entre el gobierno central y la COB, sea entregada por las propias masas trabajadoras al partido de la pequeño burguesía?
Para entender este punto, el autor destaca el fracaso del stalinismo en convertirse en partido de masas producto de la rápida disgregación del PC clandestino de los años 20 y su traición por el sometimiento a la política de coexistencia pacífica liderada desde el Kremlin y que en Bolivia se materializó en el pacto político con la rosca y el apoyo al imperialismo norteamericano. Esto, sumado a la debilidad del partido revolucionario y la insuficiente conciencia de clase de los trabajadores, hace que estos sean atraídos por la importante actividad desarrollada por los activistas sindicales ligados al MNR y que su búsqueda de una nueva dirección sea canalizada por el nacionalismo.
Lora sostiene que la lucha librada en Bolivia contra el gobierno movimientista fue una importante herramienta para la estructuración del partido obrero al permitir que el trotskismo penetrase en el seno de las masas y se convirtiese en una de las corrientes obreras más poderosas. El objetivo que el partido se trazó fue, en lo inmediato, el de educar a las masas sobre las limitaciones del nacionalismo en la medida que éste pasaba como aliado transitorio del proletariado.
El autor señala que la crítica no significa resistencia a concluir acuerdos con el nacionalismo o el stalinismo. Pero, dice, “estas alianzas, si están al servicio de la revolución, no deben permitir que la clase obrera pierda su independencia y menos su política propia; contrariamente, la política de aliados debe permitir al partido revolucionario convertirse en caudillo nacional, objetivo que pasa por la lucha encaminada a arrancar a las masas del control político del nacionalismo y otras direcciones que le son extrañas» (p.28).
El mayor mérito del POR fue, para Lora, el haber tenido una caracterización y un pronóstico político correctos en relación al nacionalismo desde antes de 1952, lo que sólo fue posible con la ayuda de la teoría de la revolución permanente. Esto permitió a su partido colocarse a la cabeza del proceso de “desmovimentización” de las masas.
De la experiencia nacionalista Lora desprende una ley más general de las revoluciones en los países atrasados, que consiste en que “la dirección política nacionalista puede siempre acaudillar a las masas en la lucha contra el enemigo foráneo y por el desarrollo y modernización del país, pero no bien el proletariado se incorpora a la lucha y cobra su propia fisonomía se empeña por llevar el proceso más allá de los límites burgueses, vale decir, más allá de los intereses de los nacionalistas de contenido burgués; mientras la dirección burguesa está condenada a detenerse a medio camino de las realizaciones, el proletariado pugna por llevarlas hasta sus últimas consecuencias …que supone necesariamente la supresión del régimen de la propiedad privada, basamento indispensable para la existencia y actuación de la burguesía y de la pequeño burguesía» (p. 20/21). (Esta afirmación coloca en discusión el significado de las expropiaciones masivas efectuadas por el castrismo; en el N° 2 de “Internacionalismo” hay un interesante artículo de Mario dos Santos en donde se desarrolla esta cuestión).
Al plantear la necesidad de defender al gobierno nacionalista cuando, por las medidas que adopta es atacado por el imperialismo y la reacción interna, Lora sostiene que “el solo hecho de que la burguesía nacional plantee la solución de las tareas democráticas y comience su ejecución, está demostrando que es diferente a la reacción interna a los sectores burgueses más ligados al feudalismo y a aquellos que se limitan a servir a la metrópoli, y mucho más a la burguesía internacional” (p. 27). Señala que» sobre este punto existen divergencias con la llamada izquierda nacional, el stalinismo y algunos sectores trotskistas, e indica que esa defensa es un deber elemental de los revolucionarios y no debe confundirse con el apoyo al gobierno burgués o con el seguidismo a su política.
Frente a los que sostienen que el error del POR fue no haber tomado el poder en 1952, responde que ellos no comprenden las ilusiones que las masas tenían depositadas en el MNR en ese momento, al punto de atribuirle su propio programa. Para Lora las masas “necesariamente tenían que pasar por la amarga experiencia de los gobiernos del MNR, esto antes de poder encontrar a su verdadera vanguardia” (pág. 30); mientras ellas no maduren políticamente el partido revolucionario no podrá pasar de pequeños círculos. Sólo en determinado nivel de desarrollo político se abren las posibilidades para que se transforme en una organización de masas.
Después de analizar minuciosamente la evolución política y organizativa de los sectores mineros y fabriles donde se destaca el papel de vanguardia del primero debido en gran parte a su mayor experiencia política y al escaso desarrollo de la industria fabril boliviana, el autor centra su atención en la lucha librada en el seno de la COB.
La Central Obrera Boliviana es caracterizada como el centro de la experiencia organizativa e ideológica del movimiento obrero, sólo superada por la Asamblea Popular. Su origen se encuentra en la lucha contra el stalinismo que llevan adelante el POR y el MNR antes de 1952 señalando la necesidad de la unidad efectiva del movimiento obrero (p. 244) (!).
La COB nace basada en la tesis de Pulacayo y es un producto del ascenso revolucionario de 1952 cuando se constituye en el único amo del país pues la radicalización de las masas pasa a través de ella y la torna en la dirección revolucionaria de la nación oprimida.
Lora señala que su fuerza, que va más allá de la actividad gremial, es una compensación por la ausencia o la debilidad del partido obrero. Sin embargo se remarca que la organización sindical no puede suplantar al partido obrero. La democracia sindical no puede ser reemplazada por el centralismo democrático ya que éste requiere de unidad teórica y política.
En el período inmediatamente posterior a la revolución, la COB adquiere un perfil soviético en la medida que las masas la consideran como única dirección y único gobierno.
Con el progresivo control de la misma por parte del MNR deja de representar el poder obrero para pasar a ser un apéndice del gobierno. En este proceso de “movimentización” el Lechinismo juega un rol fundamental fomentando las ilusiones en el cogobierno COB-MNR que no es más que la coexistencia en el poder de diferentes sectores del partido oficialista.
La traición de la dirección cobista se profundizará luego con el apoyo al “plan de estabilización monetaria” propugnado por el FMI y tendrá su punto culminante en la capitulación ante el golpe de Barrientos con la tesis de la aproximación al ejército. Esto determinará la pérdida de la influencia de la COB por todo un período en el que se encontrará totalmente desvinculada de las masas.
Esta situación se revierte decisivamente en el IV Congreso de 1970 donde se verifica un creciente abandono del nacionalismo por parte de las masas. Es allí donde se aprueban las Tesis Políticas en las que el proletariado vuelve a trazar su propia estrategia a un nivel superior ya que la experiencia nacionalista contribuyó a elevar considerablemente su conciencia de clase con la superación de sus ilusiones en las salidas burguesas.
La participación del POR en la elaboración de estas tesis fue decisiva y Lora defiende fervientemente la aprobación de las mismas por los militantes poristas frente a las críticas que sufrió desde distintos sectores trotskistas internacionales. Pablistas y lambertistas consideraron una capitulación la alianza que el POR efectuó con nacionalistas y .stalinistas alrededor de las Tesis. Lora señala que aquellos se olvidaron de las enseñanzas del leninismo sobre la diferencia entre burguesía imperialista y burguesía nacional y los acusa de caer en posiciones sectarias y esquemáticas al acusar al POR por haber votado un documento que contiene pasajes contrarios al trotskismo.
Lo que según el autor sus críticos no comprenden es que el estalinismo y nacionalistas fueron los que capitularon ante un documento de concepción fundamentalmente trotskista. Para G. Lora, su posición se demuestra absolutamente correcta en el hecho de que fueron estas Tesis las que posibilitaron la formación del organismo de poder de masas más importante de América Latina como lo fue la Asamblea Popular Boliviana.
Este documento cuyo título es “Unidad revolucionaria contra el imperialismo para forjar una Bolivia socialista” proclama que la misión de los trabajadores es la lucha por el socialismo para lo cual asumen un papel dirigente aliados a los campesinos, la gente pobre de las ciudades y todas las fuerzas antiimperialistas. Se descarta la posibilidad de un desarrollo integral y armónico de los países atrasados por medio de salidas burguesas, señalando que sólo el proletariado como dueño del poder político es capaz de realizar las tareas democráticas pendientes.
Con referencia al proceso de tipo democrático burgués por el que se estaba atravesando (gobierno Ovando) no tiene posibilidades de mantenerse, por lo tanto, se lo transforma en socialista mediante la toma del poder por la clase obrera o fracasa. Coloca además la necesidad de mantener la independencia de clase frente al nacionalismo caracterizándolo como incapaz de resolver el problema nacional y las contradicciones de la sociedad.
Las Tesis proclaman que para los trabajadores, la lucha antiimperialista sólo puede entenderse como lucha por el socialismo.
En una parte el stalinismo consigue introducir confusamente la teoría de la revolución por etapas con lo que se rompe la línea que seguía el documento, pero luego se vuelve a colocar la necesidad de la toma del poder por la clase obrera por lo cual, según Lora, lo anterior no llega a desvirtuar la concepción predominante.
El internacionalismo proletario es considerado base fundamental de la conducta de la COB, por lo que se plantea la tarea de la integración de la COB en el movimiento obrero revolucionario mundial. Sólo así, plantea el documento, se podrá consolidar el gobierno obrero y la posterior estructuración de la sociedad sin clases. La unidad latinoamericana, dicen las Tesis, se dará bajo la forma de los Estados Unidos Socialistas de América Latina.
Sin embargo el lechinismo, a la hora de la votación, consigue monopolizar los cargos. Según Lora, esto es una reedición de la paradoja de muchos congresos obreros en los que las batallas ideológicas y políticas las ganaban los marxistas, en particular los trotskistas, y a la hora de designar dirigentes la dirección pequeño burguesa obtiene la mayoría de votos, lo que significaría que “los marxistas representaban una fuerza del porvenir” (p. 501).
El golpe de 1971 hizo muy dura la lucha por lograr el libre funcionamiento de la COB. Sólo en 1973 consigue realizarse una conferencia de fabriles de La Paz donde se declara la vigencia de la Central Obrera. Pero esta declaración no contó con el suficiente apoyo del movimiento de masas. Se inicia entonces un largo período en donde se intenta lograr la recuperación de la COB hasta que en 1979 se logra realizar su V Congreso esta vez bajo el signo de la lucha política contra las tendencias populistas que pugnan por controlarlo, personificadas en la UDP con el apoyo del PCB por un lado y la Alianza del MNR por el otro con el apoyo del PC-ML (pro-chinos). Esta batalla es ganada por la UDP con lo cual los principales puestos del directorio pasan a las manos del stalinismo, al mismo tiempo que Lechín vuelve a ser ratificado como Secretario Ejecutivo.

6/7/81 Inés Díaz


“Juan B. Justo y la cuestión nacional”

Osvaldo Coggiola

 

Ediciones de la Fundación Juan B. Justo. Prólogo de Gregorio Whinberg. Buenos Aires, 1980.

¿Fue Juan B. Justo un líder antiimperialista, el primero en formular correctamente el problema nacional en Argentina? Es lo que quieren suponer los compiladores de esta colección de textos del fundador del socialismo argentino. Una lectura atenta de los mismos —que fueron especialmente seleccionados a tal efecto— permite comprender, sin embargo, las razones por las que el socialismo reformista se situó, históricamente, en la trinchera opuesta al combate antiimperialista.
La formación del Estado Nacional en Argentina
Justo se vio obligado a comparar el nacimiento y desarrollo del Estado argentino con el de sus similares europeos, cuna del socialismo moderno y sede de los grandes PS que le servían de “modelo”. No pudo escapársele que la forma del Estado en Argentina no correspondía a la del Estado burgués moderno, y buscó una explicación para ello, que constituyó en su época sin duda el aspecto más original de su pensamiento.
Justo advirtió que la Argentina no había realizado su revolución democrático-burguesa. “El pueblo argentino no tiene glorias’ —afirma, comparando nuestras tradiciones con las de algunos países europeos (Revolución Francesa, por ejemplo). La Revolución de Mayo no fue una gesta popular: en realidad —demuestra con material periodístico de la época— se trató de una agitación en la que no participaron más de un centenar de personas. No significó un cambio del orden económico y social, pues fue promovida por los mismos sectores dirigentes de la época colonial, con el fin de quebrar el monopolio comercial español y ampliar sus propios horizontes comerciales. Justamente esos horizontes exigían completar la apropiación de la tierra e incorporar al país entero a la producción para el mercado mundial. “Pero si el pueblo no estaba preparado para tomar una parte consciente en la lucha por la independencia, y no hizo en ella más que seguir los designios de la clase dominante, le sobraba disposición para levantarse contra ésta en defensa de su modo tradicional de vida. Así nacieron las guerras civiles que a partir de 1815 asolaron al país». Ninguno de los bandos de la guerra civil representaba un interés revolucionario: era el enfrentamiento de una burguesía latifundiaria y comercial ligada a las potencias coloniales, incapaz de promover un desarrollo autónomo del país, contra las masas populares del interior, que defendían formas precapitalistas de producción. “Si los gauchos hubieran vencido a la burguesía argentina, este país hubiera sido por algún tiempo un gran Paraguay, para ser conquistado después por alguna burguesía extranjera más poderosa a la que les hubiera sido imposible resistir”. No existía una burguesía revolucionaria en el país, y los gauchos eran incapaces de instaurar una forma de producción superior (sus propios dirigentes eran o se transformaron en latifundistas): no existía ninguna clase capaz de echar las bases de una sociedad democrática, al estilo de Europa o los EEUU. “Los campesinos insurreccionados y triunfantes no supieron siquiera establecer en el país la pequeña propiedad. Para ellos, ésta hubiera sido el único medio de liberarse efectivamente de la servidumbre y el avasallamiento a los señores: como establecer la pequeña propiedad hubiera sido el modo más eficaz de oponerse a las montoneras, y de cimentar sólidamente la democracia en el país”.
De este modo queda conformado el Estado oligárquico, que margina a las grandes masas de la vida política, reducida al estrecho círculo de representantes de la oligarquía parásita. Pero, “el retardo del desarrollo político se traduce a su vez en un retardo del desarrollo económico. Si en la Argentina las ovejas tienen tanta sarna, si de sus millones de vacas apenas se exporta un poco de manteca, si la tierra tiene todavía tan poco valor, si los salarios son tan bajos, es porque en su política no hay intereses legítimos en juego, y sólo la mueven mezquinos intereses de camarilla… los partidos argentinos carecen de todo propósito económico conocido”.
Todo esto significa que, bien que habiéndose completado la apropiación de la tierra y produciéndose para el mercado mundial, el terrateniente predomina sobre el propietario de capital (gran industria). La clase propietaria criolla es una oligarquía latifundista, su parasitismo consiste en que bloquea el desarrollo amplio del capitalismo y la formación de un verdadero mercado interior.
La superestructura política que se corresponde con tal estructura económica —el Estado oligárquico— es a su vez un factor de bloqueo de un desarrollo plenamente capitalista: implantación de la industria, racionalización de la producción agraria, creación de un amplio mercado interno; el Estado tiende a preservar el poder, de manera indivisa, en manos de esa minúscula clase parásita. Esto, además, plantea el problema del lugar a ocupar por el Partido Socialista.
Justo y el capital extranjero
El socialista italiano Ferri, de visita a la Argentina, sostuvo a principios de siglo que en un país agrario como el nuestro no había lugar para un Partido Socialista. Justo le respondió que con la colonización del agro y la creación de los grandes medios de transporte —como los ferrocarriles, en manos ya del capital inglés— la Argentina ya había sido incorporada al ciclo capitalista, lo que justificaba plenamente la creación de un Partido Obrero.
En la política que trazó para ese partido, Justo reconoció, a su modo, que el nuestro era un capitalismo atrasado, tardíamente llegado al mercado mundial y completamente retrasado respecto a las potencias que lo hegemonizaban. En efecto, el lugar diferente del PS argentino respecto a los europeos se traducía, para Justo, en que “a diferencia (de ellos) pretendemos sostener todo lo sano y viable que hay en las formas fundamentales de la sociedad capitalista” (discurso del 19/6/1913). Abanderado del “capitalismo sano” contra el “capitalismo espúreo», Justo reconoció al “sano” en el más avanzado, o sea, en el capital extranjero que se precipitaba ávidamente sobre nuestro país.
Justo se convirtió en el fervoroso defensor de ese capital: “La entrada de grandes masas de capital extranjero es necesaria e inevitable… Las grandes empresas de construcción, que es necesario realizar para completar la explotación del país y del pueblo trabajador que lo habita, no pueden ser hechas por la clase rica criolla, disipada e inepta… El capital extranjero va a acelerar la evolución económica del país; y con mayor fuerza aún va a acelerar su evolución política y social.
Desde luego, al primer traductor de “El Capital” al castellano no se le podía escapar que el capital internacional no concurría a nuestras costas para realizar algún ideal democrático. Es interesante observar cómo algunas de sus denuncias sobre los “excesos de los trusts extranjeros son un verdadero retrato de la naturaleza semicolonial de nuestro país.
por ejemplo, al analizar el balance de la Compañía “Argentina» de Tabacos (con sede en Londres). El rubro mayor lo constituye un misterioso renglón “buena voluntad», que es “inflación pura y simple del capital del trust cuyo valor efectivo y verdadero no es más que el de sus fábricas. Al refundirse éstas en el trust, se han descontado las mayores ganancias futuras, atribuyéndose los accionistas ese nuevo capital, completamente ficticio, pero que recibe dividendos como el verdadero y en las acciones se confunde completamente con éste. Obreros y consumidores explotados por el truts deben saber que cuando los balances del truts acusen un dividendo, por ejemplo, del 10 por ciento, sus ganancias son de más del doble”. La misma compañía, que poseía algunos accionistas argentinos, no pagaba impuesto a la renta en nuestro país, pero sí en Inglaterra, «como un medio más de disimular sus ganancias, y de hacer recaer sobre los obreros argentinos, rebajando sus salarios y condiciones generales de trabajo, o sobre los consumidores argentinos, elevando el precio de los productos del trust, la contribución que el gobierno británico exige directamente a los capitalistas británicos (…) Si el fisco argentino amenazara con un impuesto las rentas de estos señores, nos figuramos la grita que levantarían. Estos capitalistas argentinos, accionistas de fábricas argentinas, y residentes en este país, pagan, sin embargo, en silencio, la ‘incometax’ al fisco británico”.
Justo se proponía limitar estos excesos mediante un control ejercido por el Estado argentino. «Reconocemos la necesidad del capital extranjero, pero sepamos tenerlo a raya”. Justo fue un precursor de los planteos burgueses nacionalistas del tipo del APRA peruano o nuestro desarrollismo: promover la industrialización del país con el concurso del capital externo, controlado por el Estado.
Justo y la oligarquía
La ilusión de Justo consistió en que, luego de haber señalado en la ausencia de una clase media agraria la causa de la ausencia de un desarrollo democrático y progresivo del capitalismo argentino, postuló una vía que lo tornaba aún más inviable. El capital extranjero concurre al país atrasado en busca de ganancias extraordinarias («En Europa el dinero gana un interés bajísimo, aquí uno relativamente alto” —constataba Justo). La fuente de esa ganancia es justamente la mantención del atraso agrario: bajo precio de la tierra, baratura de la mano de obra, y su situación de monopolio en el mercado. Para mantenerlo, el capital extranjero concluye u-na alianza con las clases más reaccionarias de la sociedad atrasada. El ingreso del capital extranjero ayudó en nuestro país a cristalizar la estructura latifundista de la propiedad agraria, impidiendo un desarrollo más progresivo del capitalismo en el campo. Esto sólo hubiera sido posible sobre la base del poblamiento del campo y la pequeña propiedad, lo cual hubiera permitido su explotación intensiva y la creación del mercado interno para la industria. Pero esto exigía un audaz programa de nacionalización de la tierra y de los grandes medios de transporte en manos extranjeras, que habían sido construidos en función del núcleo dominante de la oligarquía (el “abanico ferroviario” convergente en Buenos Aires), amén de un planteo de destrucción del Estado oligárquico y plena democracia política.
La perspectiva de Justo, en cambio, se situaba enteramente en el marco de la reforma del Estado oligárquico. El PS se hizo el abogado del ingreso del capital extranjero, y rechazó toda perspectiva de nacionalización de los trusts implantados en nuestro país. En relación a la oligarquía, el programa del PS postulaba un “impuesto directo y progresivo sobre la renta de la tierra”, es decir, se planteaba favorecer el desarrollo capitalista del agro, sin una previa revolución democrática que expulsara a la oligarquía del poder. El reformismo socialdemócrata se traducía, así, en la pretensión de reformar a la oligarquía en el cuadro del Estado oligárquico.
El antiimperialismo de Justo.
Lo único que los compiladores del libro pueden presentar como prueba del antiimperialismo de Justo, son sus posiciones en favor de un “control” del capital extranjero. ¿Se puede acaso “controlar” la colonización del país? Reclamar el “control” del Estado oligárquico equivale a reclamar que la entrega del país se efectúe sin corrupciones.
Justo era, además, partidario acérrimo del librecambio mercantil, lo que cerraba el paso a toda prespectiva de industrialización autónoma. Si bien se mira, esto es enteramente coherente con su defensa del capitalismo “sano”, esto es, de industrias que no necesiten de protecciones “artificiales” contra la competencia extranjera; antes bien, para Justo era el capital extranjero el motor del desarrollo industrial.
El compilador de los textos —Emilio J. Corbiere— cree necesario disculpar a Justo de esta posición ( que no condice con ningún “antiimperialismo’,’ real ni supuesto). Para el-11o, la atribuye a la mala influencia que sobre el pensamiento de Justo ejerció…Marx. No habría sido el nacionalista Justo, sino Marx, el partidario del librecambio para los países atrasados.
Esto no tiene nada que ver ni con Justo ni con Marx, y en este punto, en realidad, las ideas de ambos ni siquiera se tocan. Justo, es sabido, rechazaba la calificación de “marxista”, y consideraba la dialéctica de Marx como una mera divagación. Su punto de vista era el del evolucionismo, el del desarrollo sin contradicciones, y en ningún otro punto como el del librecambio esto es más visible.
Para Justo, el capital extranjero encarnaba una forma de producción más avanzada que las prevalecientes en la Argentina oligárquica, y proponía simplemente que aquel reemplazara a éstas en el desarrollo del país. Marx, en cambio, no dejaba de constatar el impacto del capital internacional sobre los países atrasados: la progresividad de ese impacto se limitaba, sin embargo, al hecho de que los incorporaba al ciclo capitalista mundial, y creaba la clase capaz de liquidar radicalmente al atraso junto con el propio capitalismo. Su punto de vista no era el del “capitalismo sano”, sino el del producto revolucionario creado por el desarrollo capitalista mundial: la clase obrera. La antítesis creada por el atraso agrario y el capital extranjero, no la resolvió mecánicamente en favor de éste último, sino dialécticamente en favor «de una nueva síntesis: la revolución dirigida por la clase obrera. En esas condiciones se declaraba partidario del proteccionismo industrial contra las potencias colonizadoras,
como complemento de la revolución agraria. Marx señalaba a la emancipación de Irlanda como condición “sine qua non” para la emancipación del proletariado inglés. Indicaba: “Lo que necesitan los irlandeses es: 1) autonomía e independencia con respecto a Inglaterra. 2) Una revolución agraria… 3) Tarifas proteccionistas contra Inglaterra.” (Carta a Engels, 30/11/1867). El programa de Justo, librecambista y reformista de la propiedad latifundaria, era la antípoda del programa de revolución agraria e industrialización que Marx postulaba para la revolución en los países sometidos, como palanca de la revolución proletaria en las metrópolis.
El justismo y el nacionalismo.
El mecanicismo de Justo lo llevó a plantearse una transformación del país sin intervención de la lucha de clases. La modernización de la Argentina sería gradualmente lograda por la democratización del Estado oligárquico y la penetración del capital internacional. Esto lo llevó a rechazar en bloque todas las formas y manifestaciones políticas del país, a las que calificaba despectivamente de “política criolla”, sin ver el conflicto de clase que esas formas escondían.
Esta posición lo condujo a ser hostil a toda manifestación de lucha antioligárquica y nacionalista de las masas; que por el propio retraso del país no podían asumir la forma “moderna” que Justo pretendía. El radicalismo fue calificado de “fracción popular y demagógica de la oligarquía”, y su lucha por el sufragio universal contra la oligarquía en el poder de mera “chirinada”. Nuevamente aquí, Justo entraba en contradicción consigo mismo: rechazando las formas “bárbaras” de la política, sostenía de hecho al Estado que las perpetuaba. Ciertamente, una fracción desplazada de la oligarquía apoyaba al radicalismo, pero Justo se negó a ver en el frente de clases agrarias que lo respaldaba cualquier manifestación de esa clase media agraria», que él creía sería el resultado del desarrollo pacífico del capital extranjero y de la acción parlamentaria del Estado oligárquico.
Con similar concepción, el PS se situó en la trinchera imperialista en la crisis nacional de 1945, siendo barrido del movimiento obrero por una fracción enemiga de todo partido obrero independiente, pero que enarbolaba banderas nacionalistas.
Los herederos de Justo creen superar ese error colocándose ahora junto al peronismo. Con ello, abandonan el lado progresivo de la posición de su maestro: la lucha por un Partido obrero. E inventan un Justo “antiimperialista” que jamás existió, para colaborar en la tarea de mantener al proletariado atado a ese movimiento que busca perpetuar su ignorancia y su embrutecimiento, contra los que Justo quiso combatir.
10/6/81


“Arguments for socialism”

Julio Magri

 

Por Tony Benn Ediciones Penguin Books (1980)

La decadencia no le ha dado un minuto de respiro al capitalismo británico, y este retroceso constituye la base de su profunda crisis política. Si las estadísticas marcan la declinación económica del viejo imperio, las luchas y divisiones en el seno de sus dos principales partidos —conservador y laborista— son un claro indicador de las tormentas políticas.
Con el gobierno conservador de Madame Thatcher, surgido en 1979, que prometía reflotar al capitalismo inglés sobre las espaldas de la clase obrera, se profundizó la recesión económica, aumentó el número de quiebras y continuó sin parar el declinio económico. La Thatcher aprovechó a fondo la colaboración de la burocracia de los sindicatos y del laborismo, que sumieron a la clase obrera inglesa en un profundo retroceso, como lo revela que el número de huelgas el año pasado fue el más bajo de los últimos 40 años. Pero la ofensiva conservadora no tiene perspectivas, porque la crisis económica mundial sigue car-‘ comiendo las frágiles bases del capitalismo inglés. Ahora, se añade un nuevo elemento, y es el comienzo de cambio en el movimiento obrero. En marzo una huelga minera obligó a la Thatcher a retroceder, luego se produjo la huelga en los servicios públicos, se sucedieron marchas contra la desocupación, etc. Si en 1979 la Thatcher presentó un frente unido, gracias a un programa de ataque sin tregua al movimiento sindical, ahora tiene que hacer frente, junto a la resistencia obrera, a una división interna en su partido y en la Confederación Patronal.
Por el lado laborista, los gobiernos de Wilson y Callaghan, no sólo condujeron a la derrota electoral del partido a manos de la derecha de los conservadores sino a un profundo dislocamiento de éste y a una crisis estructural de los sindicatos. Detrás de esta crisis está el callejón sin salida en que se encuentran los planteos reformistas del laborismo. Las exigencias de la crisis económica del capital le impusieron ceder en toda la línea ante una política de ataque profundo contra el movimiento obrero.
La división en los dos principales partidos, en el cuadro de una sin igual crisis económica y de agotamiento de la política reformista, plantean el principio de una crisis del régimen político, de una caída anticipada de la Thatcher a más tardar para las elecciones previstas para 1983.
Como respuesta a esta crisis se fue delineando, dentro de los distintos sectores que se reclaman de la izquierda del laborismo, un ala dirigida por Tony Benn, que sintetizó sus propuestas políticas en un libro publicado en 1979 y reeditado por Penguin Books bajo el título “Arguments for Socialism” (Argumentos para el Socialismo). Tony Benn (un ex Lord), fue miembro de los gabinetes de Callaglian y Wilson, es decir, que es un hombre que sale del “establishment”. La importancia actual del libro radica en que gran parte de sus propuestas fueron aprobadas en el Congreso del Labour Party en octubre pasado y que Benn es un candidato a “líder» del Labour (el “líder» es el primer ministro en caso de triunfar en las elecciones). Como resultado de esto una decena de parlamentarios laboristas se escindieron y formaron otro partido, el “Council for Social Democracy”, denunciando que el Partido Laborista se deslizaba por la pendiente del marxismo y de la subversión de las instituciones del Estado británico.
Arguments for Socialism» pretende ser también una crítica a la experiencia de los gobiernos laboristas anteriores, sobre todo los de Wilson y Callaghan en los cuales Tonny Benn fue Secretario de Industria (1974) y de Energía (1975-79).
Tony Benn se coloca en la tradición fabina, cristiano socialista, de la dirección del Labour, desde su fundación.
– “Marx, Engels, Rosa Luxemburgo y Trotsky, junto a una amplia franja de filósofos socialistas extranjeros – mezcla Benn – han sido leídos por los socialistas británicos así como hemos desarrollado nuestras propias creencias en la libertad, democracia e igualdad y esto está reflejado en la Constitución del Lobour Party” (pág. 39).
El intento de conciliar la Biblia con El Capital, la lucha por el derrocamiento del capitalismo con su evolución gradual humanista, para finalmente presentar al Lobour Party como algo extraño a las clases, está en vivo antagonismo con el marcado carácter de clase del desarrollo político británico, toda vez, que el Labour Party nación, se desarrolló y se sostiene en los sindicatos obreros, la organización de masas del proletario.
Esta contradicción refleja el pasado gradualista del capitalismo británico y la capacidad que tuvo, por un tiempo, de crear una aristocracia obrera. Lamentablemente para él, Benn quiere resucitar este legado en condiciones de un capitalismo en picada, que evoluciona hacia los 3 millones de desocupados y que se prepara para un ataque todavía más a fondo contra los trabajadores. Este solo dato demuestra que esta fracción no puede en modo alguno darle una perspectiva revolucionaria al proletariado inglés. No es más que un exabrupto transitorio de la lucha interna en el laborismo, de la poca diferenciación política existente y maniobras del reformismo para contornear la radicalización de las masas.
Pero la crisis del capitalismo inglés y del Labour obligan a Benn a presentar un programa por referencia a la crisis del régimen político. Es lo que él denomina “alternativ eco-nomic strategy” y “democratic socialism”. Lo primero es una condensación de su gestión como Secretario de Industria y Energía, que se resumen básicamente en una especie de “democracia industrial», de publicitación de las cuentas y negocios de los trust, defensa de los consumidores, etc. Se trata del planteo clásico reformista de «democratizar” los trust que no sólo deja en pie su dominio de la economía sino que busca el consenso obrero con la acción de los monopolios. Es lo opuesto del control obrero que impone la soberanía obrera sobre los capitalistas, abriendo el camino a su expropiación. Lo relevante de los planteos de Benn son sus propuestas políticas y los medios para llevarlos adelante. Propone una democratización del Estado, comenzando por el Labour Party, por medio de la elección de los parlamentarios por las secciones locales con reselección anual, y elección del líder del Labour no sólo por los parlamentarios sino por los sindicatos y circunscripciones. Además, propone abolir la Cámara de los Lores (pero no propugna suprimir la Monarquía) y el retiro de Gran Bretaña del Mercado Común Europeo. Para esto Benn realiza una defensa a ultranza del sufragio universal y del parlamentarismo. “Pero cuando los pobres y los desfavorecidos están armados con la papeleta electoral o la maquinaria electoral pueden votar por escuelas y hospitales y casas para sí y sus familias que, como individuos, no podrían pagarlos” (pág. 143).
Son estas propuestas las que abrieron la ilusión de que podría operarse una depuración de los dirigentes más corrompidos y colocar a dirigentes más ligados a la base al frente del Labour. Esto provocó una cierta efervescencia en los cuadros sindicales y un relativo crecimiento en la afiliación individual al L.P..pero al mismo tiempo la mayoría de la burocracia fue reajustando sus alianzas para impedir el progreso de esta llamada ala izquierda. En la medida en que Benn es un convencido de las bondades del sufragio y un enemigo de la acción directa de las masas, sus prepuestas de cambio tienen el límite del aparato que controla los sindicatos y el Labour. Esto es aún más acentuado por el nivel de retroceso del movimiento o braco, lo que facilita las trenzas en la burocracia sindical y partidaria.
Benn propugna la abolición de la Cámara de los Lores por obsoleta e innecesaria, pero no de la Monarquía. “Todo el hombre se manifiesta en este pequeño detalle”, decía Trotsky de los Benn de su época. Porque declararse democrático y socialista y no plantear la abolición de la Monarquía es oponerse a la transformación completa de la sociedad de sus lastres “reales”. Porque contra todo lo que sostienen, inclusive los laboristas, que se trata de una figura decorativa, la Corona es —en los papeles y puede serlo en la práctica— la máxima autoridad del país. Confirma o no a un nuevo gobierno, puede arbitrar en caso de crisis política o parlamentaria, pero sobre todo la burguesía puede utilizarla como una fuerza extraparlamentaria contra la clase obrera. La Monarquía es pues un reaseguro contra u-na crisis del Estado, situada por encima de las instituciones representativas.
La crisis económica mundial y el retroceso absoluto de Gran Bretaña obliga al capitalismo inglés a un replanteo de sus relaciones con el resto de la burguesía mundial. Benn, en su libro, propugnó rediscutir las condiciones del Reino Unido en el mercado común europeo (pag. 163) para luego modificarla por la del retiro completo de la comunidad económica europea. Es evidente que este planteo toma en cuenta la crisis del mercado común con las devaluaciones monetarias periódicas pero esto no significa que la vuelta a una suerte de proteccionismo, que preserve al capital inglés de sus competidores europeos, salve a la economía británica.
Benn propugna también el control parlamentario de las fuerzas armadas y sus servicios de seguridad, y señala que es la manera de “impedir la remota posibilidad de un golpe militar en momentos en que la nación se encuentre en dificultades”(pag. 176). ¡Preocupación significativa en un país como Gran Bretaña! Esta postura se ha demostrado hasta el cansancio no sólo como falsa sino sobre todo que el rol parlamentario ha sido el de frenar a las masas para salvar la acción militar.
Los planteos de Benn representan una tentativa de renacimiento del centrismo como alternativa a la crisis laborista. Se trata de un centrismo, como decía Trotsky, de elasticidad muy limitada y de una cualidad de izquierda profundamente oportunista (“Adonde va Inglaterra”). Se opone a la acción directa de las masas, confía en la acción parlamentaria y es absolutamente incapaz de señalar cómo pretende resistir a la acción del gran capital contra las masas y contra las propias medidas que propugna.
Al impasse del capitalismo británico y mundial, Benn le suma el impasse de la política reformista. La vanguardia obrera laborista no puede entramparse en el democratismo de Benn pues es incapaz de dirigir al proletariado, máxime’ cuando lo que está planteado es una aceleración de la crisis económica y de los enfrentamientos entre las clases.

25/6/81


Historia del trotskismo argentino (Primera parte)

Martín Valle

 

(Sus orígenes hasta 1945)
Primera parte

INDICE
Introducción
Los orígenes del trotskismo en Argentina
El primer grupo sudamericano de la Oposición de Izquierda
Dos grupos por un nuevo partido
Una unidad efímera
El fracaso de la LCI y el «entrismo” en el PSO
Fin del Entrismo: nuevamente el problema de la unificación
El problema de la liberación nacional

Introducción
Surgido durante la década del 30, el movimiento trotskista argentino recién conquistará alguna influencia en el movimiento obrero y estudiantil por los años 50, que aumentará durante los 60 y 70. Sus primeros 15 años de historia, sin embargo, lo marcarán de un modo singular, y alumbran muchas de sus vicisitudes posteriores.
En primer lugar, por su origen mismo. Como en otros países latinoamericanos (y europeos) surge de una escisión del PC, aunque sumamente minoritaria. Por añadidura, el PCA está lejos de gozar en ese momento (fines de los 20) de una gran influencia en el movimiento obrero, sindical o políticamente. Por un lado, las corrientes anarquistas y anarcosindicalistas poseen aún hegemonía dentro de un proletariado que continúa marcado por las tradiciones “anti-políticas” de sus orígenes, bajo la influencia de la inmigración europea. Para medir, aún deformadamente, la influencia política del PC, digamos tienen las elecciones de 1928, obtiene 7.600 votos, contra 6.60C0del PS —aunque a la deformación propia de un recuento electoral haya que sumar la circunstancia de que un gran porcentaje de los obreros son extranjeros. Añádase a aquello la presencia aplastante del radicalismo, que es literalmente plebiscitado en esas elecciones (838.000 votos). El PCA, que como Partido Socialista Internacionalista en su origen, había amenazado ser un competidor importante del PS, se ha visto además sumamente debilitado por una hemorragia de escisiones durante los años 20.
Minoritarios, los trotskistas se encuentran de entrada delante de un período de neta reacción política: escasos en número, sus militantes son también perseguidos por el gobierno fascistizante de Uriburu. Las posibilidades de desarrollar una importante fracción dentro del PC (como en Chile y Brasil), se desvanecen. Paradójicamente, el primer pico de ascenso del movimiento obrero (1933-36) va a fortalecer sobre todo al PC, quien tendrá a partir de entonces una influencia determinante en el destino del proletariado organizado. Para ese momento, el núcleo oposicionista inicial ha literalmente desaparecido sin dejar rastros. El relevo ha sido tomado por militantes mucho más jóvenes y sin experiencia, aunque incluyendo a un ex sindicalista anarquista expulsado del PC. La debilidad de los trotskistas no impide que el PCA se sume entusiastamente a la campaña contra el “hitlero-trotskismo” lanzada por la IC y el PCUS, caza de brujas que agrava el sino de por si reaccionario de la etapa, simbolizada por el Ministerio del Interior fascista, Sánchez Sorondo, quien propone que los obreros continúen vistiendo su uniforme de trabajo en su casa y en la calle, para “distinguirlos”.
Jóvenes y sin experiencia, numéricamente débiles, marginales de un movimiento obrero cuyas organizaciones se debilitan, los grupos trotskistas de la época son el teatro ideal para el florecimiento de disputas personales y de diques. Pero realizan asimismo un notable esfuerzo por superar su handicap original, en el que se orientan a clarificar su programa de intervención. La polémica sobre el planteo de “liberación nacional» que se desarrolla en sus filas constituye, en su modalidad, una verdadera novedad en el movimiento de izquierda de la época. Veamos por qué.
La década del 30 se caracteriza mundialmente por los preparativos para una segunda conflagración interimperialista, sobre todo luego del ascenso del nazismo al poder en Alemania, que materializa la peor derrota del movimiento obrero durante el siglo XX. Este eje de la política mundial tiende a transformarse cada vez más en el eje de la situación política de cada país. Todo el esfuerzo de los revolucionarios internacionalistas, con León Trotsky a su cabeza, se centra en dotar a la vanguardia obrera de un programa y de una organización para intervenir en la catástrofe que se avecina. La elaboración del Programa de Transición y la proclamación de la IV Internacional significan que se ha logrado preservar al bolchevismo, contra la burguesía imperialista que prepara una nueva guerra, y contra la burocracia stalinista, que procura un statu-quo con el imperialismo mundial. Un aspecto fundamental del programa revolucionario para la nueva situación, es el consagrado a la actitud de los pueblos coloniales y semicoloniales frente a la guerra imperialista: “el tronar del cañón en Europa suena la hora de su liberación” —afirmaba el Manifiesto de la IV Internacional frente a la guerra, uno de los últimos escritos de Trotsky.
Es esta cuestión la que está en debate (para el 99 por ciento de ellos, de un modo inconsciente), entre los trotskistas argentinos durante los años 30, cuando en Argentina también el problema de la guerra comienza a dominar la situación política. En esa polémica, sin embargo, parece que pasara al revés la película de la lucha ideológica del socialismo ruso previo a la Revolución de Octubre.
En la Rusia zarista, bolcheviques y mencheviques se encontraban de acuerdo sobre el carácter de las tareas inmediatas de la revolución, correspondientes a una revolución burguesa. La divergencia comenzaba al discutirse qué clase habría de dirigirla: la burguesía liberal, respondían los mencheviques, los obreros y los campesinos instaurando una dictadura democrática, respondían Lenin y los bolcheviques. La intervención de Trotsky rechazó la posición menchevique, que colocaba a la clase obrera a remolque de una burguesía que había harto demostrado su incapacidad de llevar a cabo su propia revolución democrática; y corrigió la posición bolchevique, señalando que el alzamiento democrático de los campesinos habría de llevar al poder a la única clase revolucionaria de las ciudades: el proletariado. Este, una vez en el poder, no podría limitarse a ejecutar medidas democráticas, sino que se vería de inmediato obligado a atacar la propiedad privada burguesa, dando así inicio a la revolución socialista. Esta célebre formulación de la «revolución permanente” (que no se detiene ante los límites democráticos), fue un formidable anticipo de la dinámica de clases de la Revolución Rusa, y se incorporó desde entonces al arsenal teórico del marxismo. Su alcance programático universal consiste en que analiza la mecánica de clases de toda revolución que se plantea en su inicio resolver las tareas democráticas irresueltas por la burguesía.
Pues bien, entre los trotskistas argentinos un acuerdo formal existía sobre el carácter “permanente” de la revolución, es decir, sobre que ésta daría lugar a la toma del poder por el proletariado (de otro modo, desde luego, no hubiesen sido trotskistas). Pero este acuerdo carecía de importancia, pues lo que estaba en discusión era nada menos que el punto de partida, sobre el que no había habido desacuerdos entre los marxistas rusos: ¿Qué carácter tienen las tareas inmediatas de la revolución? ¿Existen tareas democráticas incumplidas en Argentina? No, las tareas son puramente socialistas, respondía un sector que prácticamente identificaba a la Argentina con las metrópolis imperialistas. Sí, las tareas son agrarias, democráticas y antiimperialistas, respondió hasta el cansancio otro sector, sin ir mucho más allá. Sin contar, como lo veremos, toda una serie de posiciones híbridas y ambiguas que, mediante el eclecticismo, pretendían eludir una respuesta tajante a la cuestión.
Se trata de una notable involución política, tanto más lamentable cuanto que prácticamente todas las energías de los trotskistas se dispersaron en este debate hasta 1945. En realidad, el atraso político de los trotskistas refleja una situación más general: mientras los marxistas rusos constituían corrientes reconocidas y dirigentes del movimiento obrero, los trotskistas argentinos no escapan a la escasa diferenciación política del proletariado. Las corrientes que gozan de un cierto predicamento, o bien están en vías de desaparición (anarquismo), o bien constituyen variantes contrarrevolucionarias cristalizadas (socialdemocracia y stalinismo). La nefasta política de estas corrientes, y la confusión política de los trotskistas, fue un factor decisivo para que esa indiferenciación se perpetuase con el surgimiento del peronismo, que colocará al movimiento obrero políticamente a la cola de la burguesía durante tres décadas. Ni que decir que esto también tendrá una influencia política fundamental sobre la evolución política ulterior del trotskismo argentino.
La influencia sobre los trotskistas del atraso político del movimiento obrero y del peso de los sectores contrarrevolucionarios dentro de la “izquierda” es visible de muchas formas: habrá quienes se opongan a la consigna de “liberación nacional” porque ésta es planteada por el stalinismo, que como parte del viraje hacia la política de “Frente Popular”, la convierte en una etapa previa y separada de la revolución proletaria; de hecho, en una capitulación permanente ante la burguesía. La confusión política de ciertos trotskistas, se refleja en que en lugar de rechazar el contenido reaccionario de esta política, rechazan sólo su forma (la consigna).
La cuestión de las consignas a plantear en Argentina frente a la guerra imperialista está estrechamente vinculada con este debate. Hay que hacer notar que, en este plano, el movimiento obrero argentino no carecía de tradiciones revolucionarias. La oposición a la dirección del PS, que planteó la participación argentina en la Primera Guerra Mundial, estuvo en el origen de la escisión que habría de dar lugar al Partido Comunista Argentino. En estas páginas veremos las dificultades del trotskismo para conservar y superar la tradición de los Socialistas Internacionalistas argentinos, abandonada por el PC, que planteó primero una neutralidad pro-nazi (mientras duró el pacto Hitler-Stalin), para luego transformarse en un agente del belicismo aliado.
El movimiento trotskista -la Oposición de Izquierda, la IV Internacional- es, además, un movimiento internacional. Los debates programáticos dentro del trotskismo argentino conciernen a toda la Internacional: la dirección de la IV tendrá un papel decisivo en la discusión y en la evolución de los grupos argentinos.
Por último, y una vez señaladas sus limitaciones, es preciso indicar que la lucha ideológica dentro del trotskismo argentino es la más rica del movimiento trotskista latinoamericano de los años 30, al cual influirá notablemente.
En Argentina, los trotskistas llegan al viraje político del 4 de junio de 1943 (que prepara el gran viraje de Octubre de 1945 -nacimiento del peronismo) de un modo muy distinto que el burocratizado PC y el esclerosado PS. Cómo, es lo que vamos a ver, anticipando que hemos abusado conscientemente del uso de las citas —dejar hablar a los actores— a sabiendas que los estudios sobre el trotskismo latinoamericano son casi inexistentes, y por lo tanto es conveniente no dar nada por obvio.
Es plenamente válida para la Argentina la reflexión de Guillermo Lora: “Una de las debilidades del trotskismo latinoamericano consiste en que ha perdido su propia tradición, no conoce su historia, lo que lo obliga muchas veces, a repetir viejos errores” (Historia del POR, Ed. Isla, La Paz, 1978, p. 55).
Los orígenes del trotskismo en la Argentina
-Sólo en un sentido limitado puede hablarse de una historia propia del movimiento trotskista argentino— la corriente política representada por el trotskismo se define como internacional por naturaleza, y exige ser juzgada en esa escala en cuanto a su programa, sus análisis y su actividad. Pero este internacionalismo no es una abstracción, opuesta a las especificidades nacionales sobre las que un movimiento político cobra forma. Antes bien, como lo dijera el propio Trotsky: “lo más importante y lo más difícil en política es, en mi opinión, por una parte definir las leyes generales que determinan la lucha de vida o muerte de todos los países del mundo moderno; por otra descubrir la especial combinación de esas leyes que se da en cada país”. (1)
La historia de los primeros años del trotskismo argentino (y de algún modo, toda su historia) está marcada por el combate por establecer esa correlación mencionada por Trotsky, y su traducción en una política precisa. Nuestro eje se sitúa, pues, resueltamente, en el terreno de la lucha de ideas —tanto más cuanto que en el período concernido los grupos y personas que son sus actores distan mucho de ejercer una influencia importante en el movimiento de las masas. Es un hecho que la claridad en la formulación de sus ideas constituye una precondición para el enraizamiento en las masas de una vanguardia revolucionaria que (como la cuartainternacionalista) surge con un carácter muy minoritario. Y más aún para la conservación de ese enraizamiento una vez conquistado. La historia de la lucha por las ideas (el programa) quizá no tenga importancia para quienes se interesan en los movimientos políticos sólo en la medida que hayan recibido su “consagración histórica”. Por el contrario, es desde este punto de vista que presenta interés la historia de los primeros años del movimiento trotskista argentino, como lo demuestra la influencia que ella tuvo en otras organizaciones de la IV Internacional en América Latina.
Primer grupo sudamericano de la oposición de izquierda
En tales términos se refirió el órgano de la Oposición de Izquierda norteamericana al primer grupo oposicionista surgido en Argentina (2). Este estaba compuesto por tres obreros, los tres extranjeros: Roberto y M. Guinney (ingleses) y Camilo López (¿español?), que contaban con una nutrida experiencia en el movimiento obrero y revolucionario (3). El grupo no surge del Partido Comunista “oficial”, sino de la última escisión que éste conoció antes de su total burocratización: el Partido Comunista de la Región Argentina (luego “de la República Argentina”, y finalmente “Concentración Obrera”) dirigido por José Penelón. Parece ser que es la indefinición de éste ante el surgimiento de la Oposición de Izquierda Internacional, su tentativa de preservar el carácter puramente “nacional” de la escisión, lo que mueve a los Guinney y a López (que ocupan cargos de responsabilidad en el PCRA, R. Guinney es administrador de “Adelante», su semanario), defensores desde 1928 de las posiciones de Trotsky, a separarse desde 1929 para fundar el “Comité Comunista de Oposición”.
Roberto Guinney habría estado desde 1927 en correspondencia con James P. Cannon, delegado del PC yanqui al Congreso de la IC, del cual logró sacar clandestinamente las críticas de Trotsky —ya desterrado en Alma Ata— al proyecto de programa.
Se trata pues, del primer grupo sudamericano de la O-posición que hace su aparición pública, pero ni con mucho del más importante. Basta comparar su exiguo número con la Izquierda Comunista Chilena (escisión mayoritaria del PCCh encabezada por su dirigente Hidalgo), o con la escisión surgida de la Juventud Comunista Brasileña (que durante los años 30 estará en paridad de fuerzas con los “oficiales”) para comprender que el título de “los primeros” tiene un valor relativo. El propio PC argentino estaba marcado por su relativa debilidad respecto a sus pares de los países vecinos, lo que no le impidió (y quizás favoreció) ser posteriormente el eje del aparato stalinista en Sudamérica: en 1929 la Conferencia Sudamericana de los PPCC tiene por sede Buenos Aires, y los Ghioldi y Codovilla serán principalísimos actores de la “bolchevización” (stalinización) de los partidos sudamericanos. Síntoma de su debilidad, el PCA conoció cuatro escisiones durante los años 20: por lo menos en tres de ellas encontramos mezclados nombres luego vinculados al trotskismo argentino. Mateo Fossa, Héctor Raurich y Angélica Mendoza participan de la fracción “de izquierda” de los “chispistas” (del nombre de su periódico “La Chispa”) que, enfrentada con un aparato dirigente que se intenta consolidar tempranamente, dio nacimiento en 1925 al efímero Partido Comunista Obrero (4). La posterior escisión de los “frentistas” (postulantes del frente único con, o de la disolución en, el Partido Socialista) cuenta como dirigente, al lado de Alberto Palcos y Silvano Santander, a Luis Koiffman, fundador y dirigente del socialismo internacionalista y del PC, posteriormente militante trotskista en la década del 30 (5). Finalmente, la escisión “pendonista” (con la cual, según la historia “oficial” del PC, “se cierra el ciclo de las divergencias interiores”), cuenta en sus filas con los primeros oposicionistas de izquierda, que no lograrán, sin embargo, reagrupar a los arriba mencionados.
Nacimiento duro, entonces, que se endurecerá aún más de resultas de las condiciones políticas que pronto van a imperar en el país. A lo largo de la década del 30, sólo algunos de los divergentes con la línea oficial del PC y de IC irán llegando, y en orden disperso, al movimiento trotskista, el cual se encontrará, además, casi permanentemente dividido.
Pero no nos adelantemos. En Marzo de 1930 el pequeño núcleo inicial publica el primer número del periódico “La Verdad» (del que sólo saldrán dos), en el cual figura el famoso “Testamento de Lenin”. Luego “un grupito, en su mayoría del idioma israelita, nos salió al encuentro (…). Después que este grupo sacó a luz un periódico en idioma idish, titulado ‘Tribuna Comunista’, se disolvió.
“Llegó después la dictadura uriburista. Algunos de nuestros pocos militantes fueron encarcelados, mientras nuestra situación social y monetaria empeoraba, día a día”. (6)
Pese a ello, y con una actividad muy reducida, el grupo logra preservarse durante el reaccionario período uriburista, y son ocho los militantes que lo rebautizan como “Izquierda Comunista Argentina” (ICA) en 1932, abriendo asimismo un pequeño local. Como toda la Oposición de Izquierda Internacional, se colocan sobre el terreno de la reforma del PC y de la IC. Estos los gratifican con el epíteto de “policías” desde las columnas de su órgano “La Internacional”, mientras el partido vota “unánimemente” resoluciones de condena al “trotskismo”. La ICA publica un “Boletín de Oposición”, mimeografiado, donde expone con toda claridad las posiciones de la O-posición internacional (crítica del socialismo en un solo país, condena de la política del Comité Anglo-Ruso y del bloque de las cuatro clases en China, de la teoría del social fascismo, reivindicación del centralismo democrático contra el burocratismo stalinista, etc.) y llega a plantear algunas críticas a la actividad del PCA: el divisionismo sindical practicado a través del Comité de Unidad Clasista al margen de los sindicatos y centrales existentes (CGT y FORA), el olvido de la cuestión agraria patentizado en la ausencia de tesis y programa sobre el problema… Las críticas al PCA no pasan de allí, no se critica por ejemplo la posición reaccionaria y sectaria que éste tuvo frente al golpe militar contra el gobierno de Irigoyen —gobierno calificado de «radical-fascista» y de «más peligroso que el propio Uriburu por las ramificaciones —de la UCR— en el movimiento de masas”. (7)
El grupo ingresa entonces al período conocido como la «década infame” con un bagaje político y organizativo escaso. Situación ideal para que, ante la segura afluencia de algunos militantes al movimiento dirigido a escala internacional por el prestigioso León Trotsky,florezcan las querellas de personas y de camarillas, justo en el momento en que aquel hace frente a la construcción de una nueva Internacional, luego del 4 de agosto del stalinismo que significa el triunfo de Hitler.
Dos grupos por un nuevo partido
Durante 1932 vuelven de España, luego de haber completado allí sus estudios, dos jóvenes argentinos: el ya nombrado Héctor Raurich, y un joven ex militante del PS, Antonio Gallo. En España han estado en contacto con Andrés Nin y con la Izquierda Comunista Española. Estos, que los han ganado para sus ideas, escriben a la ICA anunciando su llegada. Al llegar a la Argentina, sin embargo, se ponen en contacto con algunos dispersos disidentes del PC y con un grupo de intelectuales, que proyectan sacar una revista (entre ellos se cuenta Elias Castelnuovo). El proyecto se va modificando sobre la marcha, y la revista que saldrá («Actualidad ) será un vocero oficioso del PC. Es recién una vez fracasada su participación en el proyecto, que el ya constituido «grupo Gallo-Raurich se pone en contacto con la ICA, a través del deportado militante español, J. Ramos López.
‘‘En vista de las escasas fuerzas con que contábamos la ICA, procuramos conocer de cerca el pensamiento y la idea de estos dos camaradas llegados de España y que al parecer no habían sido ‘volteados’ por las ‘ofertas’ de los oficialistas (…). Para ellos, nosotros habíamos cometido un pecado grave, el de haber salido a la luz y en público, un pequeño grupo de obreros con poca fuerza y con una preparación -según ellos deficiente. Para lavarnos de este pecado, nos proponían como Jordán el ingreso a una ‘sinagoga’ que vendría a ser una gran revista teórica que pensaban ellos editar. Recién después fundaríamos en Argentina la verdadera oposición. A todo esto, sin a-somo de amor propio de nuestra parte, les hemos contestado que nosotros habíamos organizado hace 4 años la Oposición Comunista de Izquierda en Argentina. Convencidos de a pedantería y el oportunismo del grupo Gallo-Raurich , salvando excepciones, no pudimos aceptar tan estúpidas imposiciones y tuvimos que retirarnos…» (8)
Así presenta la ICA la primera división del trotskismo argentino. El precoz Gallo (tiene entonces 20 años) publicó a principios de 1933 un pequeño folleto titulado “Sobre el movimiento de Setiembre. Un ensayo de interpretación marxista” Su grupo (del que ya Raurich se ha alejado como militante activo, cumpliendo al parecer un rol de “inspirador ideológico») se organiza ese mismo año y publica a partir de Agosto el periódico “Nueva Etapa», órgano de la Liga Comunista.
La ICA logra unificarse, en cambio, con un grupo expulsado del PC a fines de 1932, y que tiene a su cabeza al conocido sindicalista Pedro Milessi (que responde por esos años a los seudónimos de Pedro Maciel o Eduardo Islas). Milessi era ya secretario general del sindicato de empleados municipales -su expulsión del PC y la de la decena de los militantes que lo siguen bajo la acusación de “trotskismo”—, que él en un principio negó.
Pero a principios de 1933 se encuentra dentro de la ICA, y en superioridad numérica. Esto es importante, porque en la primer asamblea general del grupo se hará elegir secretario general del mismo, colocando a una mayoría de sus partidarios en los organismos dirigentes. Los viejos miembros de la ICA protestan vivamente: sostienen que el «Grupo Maciel” no ha publicado aún en «La Verdad” las razones de su conversión a la oposición, que ha aprovechado la superioridad numérica para aprobar la participación de la ICA en el Congreso contra la guerra organizado por el stalinismo en Uruguay (para el cual han designado como delegado al propio Milessi), etc. Pero la «vieja” ICA se encuentra sumamente debilitada: el 24 de febrero de 1933 ha muerto su líder, Roberto Guinney, de 64 años, víctima de una infección. Otros dos militantes se retiran al interior del país a ganarse la vida; Camilo López, elegido al CC de la «nueva” ICA cae gravemente enfermo. La protesta de los pocos que quedan da lugar, según ellos mismos, a su expulsión (M. Guinney y «Juana”) o a su suspensión (el tesorero Ostrovsky). Agotados, en un último documento de Diciembre de 1933, relatan amargamente su fracaso y luego se retiran de la vida política (9). Al mismo tiempo, la ICA bajo la dirección de Milessi adopta el nuevo nombre de «Liga Comunista Inter-nacionalista”- “bolchevique-leninista, Sección Argentina” (en conformidad con las decisiones del pleno internacional de la Oposición de Izquierda de Agosto de 1933), y comienza a publicar el periódico impreso «Tribuna Leninista”.
Dos grupos, pues, con una decena de miembros cada uno, que se disputarán agriamente la representatividad del nuevo Partido Mundial de la Revolución Socialista que se comienza a construir.
«Tribuna Leninista” (que aparece con bastante regularidad durante 1933 y 1934) aparece como más activa en el campo sindical: sostiene que el 90 por ciento de sus miembros son obreros. En su primer número reconoce que «en nuestro país el nivel de capacitación política de los comunistas comprendidos los oposicionistas, no es muy grande” (10). Su preocupación esencial es la elaboración de consignas para el movimiento sindical, donde se nota la influencia de las publicaciones internacionales de la Oposición, sobre todo de la española (que vive en esos momentos los prolegómenos de la situación que conducirá a la guerra civil). “La Alianza Obrera contra el fascismo deviene una necesidad insoslayable, así como la creación de milicias obreras deviene una cuestión de vida o muerte para todas las organizaciones obreras” (11). En otra ocación, al publicar la CGT un manifiesto donde apoya al gobierno del general Justo, llama a los sindicatos a dejar de cotizar mientras se mantenga su dirección (12). La elaboración teórica y política (la única que podía despejar a este esfuerzo de su carácter empírico o de mera copia de consignas elaboradas para otros países y otras situaciones) quedaba a cargo de Milessi, quien en una pintoresca sección denominada «De punta y Hacha”, comentaba las noticias de la prensa nacional o internacional…
“Nueva Etapa «(cuyo grupo está compuesto mayoritariamente por estudiantes o «intelectuales”) busca, por el contrario, dar a sus ideas la forma de artículos de fondo o tesis. Su eje es la consigna de un «frente común de los trabajadores y de los partidos y organizaciones proletarias contra el fascismo». Pero se interroga asimismo sobre las causas del fracaso de la intentona fascista de Uriburu, que había sido reemplazado en el gobierno por el general Justo, quien gobernaba con los métodos seudodemocráticos del «fraude patriótico”: «… un rasgo característico de la sociedad argentina: su retraso en todos los órdenes. De esta ley general, menos que nadie, se ha visto excluido el fascismo (…) en este país semicolonial, retardatario, sin industrias, no hay tradiciones históricas, culturales, sociales. No hay otras que las tradiciones liberales de la Revolución de mayo o la llamada ‘generación del 90’, inconveniente a los fines fascistas”. Todo lo cual no impedía que el «conflicto político de la actualidad en el país no es de una manera inmediata entre la revolución proletaria y la burguesía. La amenaza del proletariado no reviste caracteres de agudeza (…) la antítesis presente en el país es entre la democracia burguesa y el fascismo. Quien no ve esto, no ve nada, y si se quiere ver otra cosa, hay que rechazarla terminantemente (…). El peso propio del gobierno de Justo es poco menos que nulo. Se sustenta sohre el cruce de fuerzas políticas o-puestas (…) . Este equilibrio entre los fascistas y los radicales no puede durar. Es el preludio de una dictadura propia o el período de transición de una guerra civil y la dictadura fascista». Pero “El fascismo no es un movimiento de masas. El radicalismo cuenta con la mayoría inmensa de la población; ¿cuál de ambos métodos ofrecerá en el porvenir inmediato a los ojos del imperialismo y de la burguesía agropecuaria perspectivas mayores de estabilidad? Una perspectiva o salida democrática no está excluida, sino que es muy probable.” (13)
El artículo que citamos pertenece a uno de los más capacitados militantes de la época, el estudiante rosarino David A. Siburu, quien fue dirigente estudiantil del PC en Rosario, para luego romper junto a un grupo de militantes de ese sector y pasarse al trotskismo (“Nueva Etapa” era editado en Rosario). En el análisis de las contradicciones políticas de la Argentina, tiende a asemejar a ésta a las condiciones prevalecientes en ese momento en las metrópolis imperialistas europeas (“democracia burguesa o fascismo”). No se tiene en cuenta que las metrópolis que mantienen en su órbita a la Argentina (EEUU e Inglaterra) pertenecen al llamado “imperialismo democrático”. En general, la caracterización del país como “semicolonia”, sirve para presentar a la burguesía argentina como un mero apéndice del imperialismo, sin ningún rol político propio: “no le concede éste (el imperialismo) al Estado argentino ni las fuerzas mínimas de vigilante de sus negocios (…) .Un gobierno que no sea instrumento del capital financiero en las circunstancias presentes es, en general, imposible” (14). La política argentina, así, sería una repetición, ex post, de la existente en los países imperialistas.
Se comete el error de sostener al fascismo como engendrado antagónicamente por la democracia burguesa, y no por la revolución proletaria. Si la clase obrera no es la amenaza, el fascismo no tiene lugar, como una alternativa de los métodos burgueses democráticos. Se evidencia, en esto, una ausencia de programa, pues se cae en el impresionismo al considerar a las escaramuzas entre las reducidas bandas del nacionalismo oligárquico y los radicales como un choque entre las superestructuras políticas del fascismo y la democracia. Son en realidad, un aspecto del Estado policial que acompañó a la restauración de la oligarquía vacuna concentrada en los invernadores del “Chilled beef”.
En cuanto a los principios, ambos grupos se sitúan plenamente sobre los del movimiento internacional por la IV Internacional. Un gran espacio polémico era concedido al lanzamiento mutuo de invectivas personales. “NE” acusaba a los dirigentes de “TL” de “pensar antidialecticamente”. Milessi respondía calificando al “ciudadano Ontiveros” (A. Gallo) y a sus seguidores de “intelectualuchos”. La interpretación del centralismo democrático también es objeto de disputas. Alguna dicusión se produce, aún en plano secundario, sobre el rol del radicalismo en la política argentina, de la cual lamentamos no poseer los materiales (13a). A fines de 1934, E. Islas (Milessi), secretario general de la LCI-BL”, firma una carta abierta proponiendo la unidad: “se argumenta en contrarío que esa unificación no es posible ni deseable, sin una previa puesta de acuerdo en las cuestiones nacionales. En primer lugar, no existen tales cuestiones desligadas de los problemas internacionales; en segundo lugar, y aun suponiendo múltiples asuntos de origen secundario, su solución no puede ser fruto exclusivo de especulaciones filosóficas o … doctrinarias, sino que debe marchar aconsonantada con la luchas cotidianas como determinantes y como fruto de un trabajo colectivo…”(14).
La LCI-BL había logrado reunir 17 militantes, y editaba un periódico sindical (“Resurgir bolchevique”) y otro juvenil («Luchas Juveniles”); la LCI (“N.E.”) era algo más numeroso y había llegado a establecer núcleos en La Plata, Córdoba y Rosario (donde había reclutado al dirigente estudiantil del PC Daniel A. Siburu). Y la unidad se produjo… luego que la LCI-BL expulsara previamente a Milessi, en un episodio que nos queda oscuro. Milessi continuará ligado al trotskismo y reaparecerá más tarde como dirigente.
Una unidad efímera
Los dos grupos se fusionan a principios de 1935. “Nueva Etapa” y “Tribuna Leninista” desaparecen para dar lugar a “IV Internacional”. Se trata probablemente de la única ocasión en que existió en Argentina un solo grupo trotskista.
Durante todo el período que consideramos la propia debilidad organizativa (y política) de los trotskistas les impone en general una división que, si muchas veces incluye factores personales, en otras hasta obedece simplemente a causas «regionales” (dispersión geográfica). Pero en general todos los grupos y personas se consideran parte del mismo “movimiento”, al que así denominan, y que carece muchas veces de contornos precisos. Con ese carácter, el «movimiento” ha existido siempre desde la constitución del primer grupo. La afirmación de J. A. Ramos sobre «la prolongada campaña antitrotskista llevada a cabo durante más de 30 años por el grupo dirigente del PCA, tanto más meritoria y previsora por cuanto durante muchos años no existieron grupos o tendencias trotskistas en el país” (15), no parece haber sido compartida como Ramos mismo lo indica, por el propio PC, del cual una circular interna de 1935 afirmaba «EL TROTSKISMO ES UN FILTRO DE PROVOCADORES (…) sobre las ligazones con los elementos trotskistas :tanto Milos como la Pino, como Spector y como Pereyra, buscan establecer la mayor cantidad posible de contactos y ligazones con compañeros del partido. ¿Por qué? Para servirse de nuestros compañeros más inexpertos, como conductos para enterarse de las cuestiones internas del partido y tratar de pasar por esos conductos su veneno contrarrevolucionario. Mantener ligazones con esa gente declaradamente contrarrevolucionaria y enemiga del Partido es prestarse a sus maniobras y no se concibe que compañeros lo hagan conscientemente”. (16)
De no haber mantenido su existencia orgánica, no se explica que los grupos trotskistas hayan sido receptáculo de varias de las pequeñas escisiones recurrentes del PCA en los años 30 y 40. Ramos (que trata de borrar cualquier referencia respecto a su pasado trotskista) falsea conscientemente la realidad y se contradice con lo anterior en el mismo volumen citado, afirmando despectivamente que durante los años 30 «sus adherentes (al trotskismo) no pasaban de 20 o 30 personas en toda la República y sus instrumentos de propaganda apenas consistían en una revista de aparición tan irregular como los modestos periódicos que la reemplazaban a través de sus largos silencios”. (17)
La unificación en la LCI significa un momentáneo incremento en la actividad de los trotskistas, pues no sólo une a los militantes de los grupos anteriores, sino también a otros que se habían mantenido independientes. Además de «IV Internacional” (cuyo primer número aparece en Abril de 1935), en Córdoba el militante Aquiles Garmendia (que fallecerá pocos años más tarde) y el boliviano Tristán Maroff (que ha participado en el Congreso de fundación del POR boliviano en esa ciudad) comienzan a editar «América libre”, revista de la que cinco números aparecerán de Junio a Diciembre. Luis Koiffman dirige la edición, a principios de 1936, de una revista cultural «trotskizante” llamada «Visión”; a fines de ese año ese mismo militante intenta crear, sin éxito, un agrupamiento «amplio” dirigido a intelectuales, llamado Agrupación de Propaganda Marxista. En fin, Antonio Gallo, líder del grupo, publicó en 1935 un folleto de 64 páginas —“¿Adónde va la Argentina?”— (subtitulado “Frente Popular o lucha por el socialismo”), destinado a polemizar con la izquierda del PS, que pronto se escindirá para formar el Partido Socialista Obrero.
Es interesante observar cómo en él cobran confusamente forma las ideas centrales que distinguirán a la corriente mayoritaria dentro del movimiento trotskista argentino hasta 1943 y cuya influencia se extenderá mucho más allá: “Marianetti (dirigente de la izquierda socialista, luego del PSO y del PC, NDA) admite que el único modo de liberar al país de la dominación del capital monopolista es mediante la lucha revolucionaria del proletariado. Entonces, ¿qué significa la ‘lucha por la liberación nacional’? ¿Acaso el proletariado como tal no representa los intereses históricos de la Nación en el sentido que tiende a liberar a todas las clase sociales por su acción y a superarlas por su desaparición? Pero para ello necesita, precisamente, no confundirse con los intereses ‘nacionales’ (que son los de la burguesía, pues esta es la clase dominante) que en el terreno interior y exterior se contradicen agudamente. De manera que esa consigna es rotundamente falsa (…) afirmándose nuestro criterio de que sólo la revolución socialista puede ser la etapa que corresponde -para hablar en esos antipáticos términos de fichero que impiden a los obreros entender de qué se trata— a los países coloniales y semicoloniales».
Políticamente, la alternativa seguía siendo «democracia o fascismo»: “realizar ahora una política contra el radicalismo, sería tan erróneo como aliarse con él (…). En las actuales circunstancias de defensiva en que se halla la clase obrera, hacer de ellos (el partido Demócrata Progresista, NDA) un enemigo inmediato, sería un error. Hay que mantener una alianza tácita, apoyarles en cuanto sea indispensable y bajo determinadas condiciones contra la reacción declarada, impulsándolos hacia adelante por nuestra acción». (18)
Así, frente a la alianza con la burguesía y la teoría de la revolución por etapas de los partidarios del Frente Popular, la LCI propugnaba, no la independencia de clase en la lucha por la liberación nacional, sino la supresión lisa y llana de la liberación nacional del programa del proletariado. En los hechos, esto conducía a un abstencionismo frente a los problemas democráticos, y a dejarle la iniciativa en relación a ellos a los partidos de la burguesía “democrática» (a los que se pretendía radicalizar) -justo en el momento en que éstos, mediante su integración creciente al sistema político de la “década infame”, demostraban hasta la saciedad su incapacidad para afrontarlos.
En el número 3 de “IV Internacional» (mayo 1936) se sacaban otras consecuencias de esta teoría (en un artículo programático titulado “¿Qué quieren los partidarios de la IV Internacional?”): “(…) reconocimiento del carácter internacional y por lo tanto permanente de la revolución proletaria; rechazo de la teoría del ‘socialismo en un solo país’ así como de la política del nacional-comunismo que la completa (liberación nacional). (…). 5) contra el social-patriotismo y la defensa nacional. Por el derrotismo revolucionario ante la guerra y sus preparativos”. (19). La asimilación de la Argentina a una metrópoli imperialista es aquí completa. Un “nacional-comunismo”, cubierto tras la consigna de “liberación nacional”, y condenado por el bolchevismo, había existido en Alemania durante la revolución de 1923, pero se trataba en ese caso de un país imperialista. Al pronunciarse por principio contra la “defensa nacional» de la Argentina, a la que sin embargo se reconoce como una semicolonia, se coloca a los trotskistas en una posición de neutralidad proimperialista en caso de un conflicto político, o militar, de la Argentina con el imperialismo. Ese habría de ser justamente el caso en el período político posterior, y la perspectiva política de los trotskistas se encontraba falseada desde el inicio.
El fracaso de la LCI y el «‘entrismo» en el Partido Socialista Obrero
A principios de 1936, la LCI cambió su nombre por el de Partido Obrero. Con esa denominación actuó seis meses. Quedó por dilucidar si se trató de un simple cambio de marbete o del reflejo de un incremento real de su actividad. En cualquier caso, el pronto abandono del nombre parece indicar las grandes dificultades en estructurar un número creciente de militantes en una sólida organización marxista, capaz de no desplomarse ante los inevitables contratiempos. Los hechos posteriores confirmarían esta idea. En Junio, el Partido Obrero se re-transformaba en la LCI. Su actividad comienza a experimentar un sistemático retroceso, con índices de disgregación. C. Lia-cho, a la sazón periodista en “La Razón”, se había alejado de la LCI con divergencias y acusando a Gallo de “haberlo plagiado” (!) en su folleto ya mencionado. Liacho era, según Liborio Justo, otro de los “discípulos» de Raurich. A fines de 1936 ingresó en el PS para trabajar en su ala izquierda, que pronto dio lugar al P.S. Obrero. Así comenzó el “entrismo”.
Toda profundización en este período del trotskismo argentino deberá tomar especialmente en cuenta esta experiencia entrista, sobre la cual no han faltado materiales. La LCI no había tenido éxito en poner en pie un “Partido Obrero”, se encontraba aislada del movimiento obrero, había tenido una actividad marginal durante las importantes huelgas de 1933/36. Mateo Fossa, que ha encabezado la huelga de la madera de 1934, ha tenido un rol importante en la de la construcción de 1936, y ha llegado a presidir el Congreso Constitutivo de la CGT ese mismo año, no es aún un militante del trotskismo, teniendo sólo simpatía por sus ideas (20). Este aislamiento nacional se encuentra reforzado por el aislamiento respecto al movimiento internacional, con el cual existen lazos muy débiles. El entrismo estaba indudablemente inspirado por el llamado “viraje francés”, que llevó sucesivamente a los trotkistas franceses y norteamericanos a entrar al PS con el fin de intervenir en la evolución de su ala izquierda y reforzar sus posibilidades de reclutamiento (los españoles rehusaron mayoritaria-mente ponerlo en práctica). En esos casos fue el objeto de resoluciones específicas de parte de la dirección de la Liga Comunista Internacionalista (organización mundial de los partidarios de Trotsky) y dio lugar a serias polémicas e incluso a escisiones con algunos que se opusieron por razones “de principio” (la fracción de Oheler en los EEUU, por ejemplo). No fue este el caso de la Argentina.
La discusión sobre la conveniencia del entrismo dividió las filas de la LCI argentina (A. Gallo encabezó la oposición) y su efectivización se presentó más bien como un fenómeno de disgregación de ésta. Luego del ingreso de Liacho y la constitución del PSO, los sectores estudiantiles de La Plata (con “Jorge Lagos”, Reinaldo Frigerio) y Córdoba (con “Costa»-Esteban Rey) de la LCI, ingresaron a él. Los “antientristas” de la LCI comenzaron a disgregarse -el último boletín de ésta apareció en Diciembre de 1937. Finalmente, también ellos intentaron ingresar al PSO (Gallo mismo trató de hacerlo, sin éxito).
Sobre el PSO, poco y nada hay escrito. La versión más corriente lo presenta como un mero apéndice del stalinismo. Ciertamente que postulaba un Frente Popular con la participación de socialistas y comunistas, y que varios de sus dirigentes después lo serán del PC: Benito Marianetti, Ernesto Giudici. Pero muchos de sus militantes volverán a fines de los 30 al PS (21) y algunos, como Joaquín Coca, que postula una especie de frente “anti Concordancia» (coalición conservadora que gobernaba mediante el “fraude patriótico”) entre radicales y socialistas, evolucionarán hacia el nacionalismo: Coca militará en el Partido Laborista que sostuvo la candidatura de Perón. La prédica de los trotskistas alcanzó, además, cierta repercusión. Parece apresurado calificar al PSO como una fracción stalinista cristalizada.
Los trotskistas se van organizando en fracción (o fracciones) dentro del PSO. La dirigida por Liacho edita un periódico mimeografiado, “Frente Proletario”-“Boletín del Marxismo Revolucionario” (cinco números de Agosto a Diciembre de 1937). A principios de 1938 realizan en Córdoba una conferencia Nacional, con militantes de esa ciudad, Buenos Aires y La Plata. En Agosto de ese año (poco antes del fin del “entrismo’’) editan una revista llamada «Marxismo”, “Organo de la fracción marxista revolucionaria del Partido Socialista Obrero”.
Los ingresados posteriormente llegaron a controlar el centro del PSO en Liniers (Provincia de Buenos Aires), y editaron tres números de «Izquierda”, «Organo de afiliados para afiliados”, de Febrero a Agosto de 1938. La militancia en el PSO permitió sacar relativamente a los trotskistas de su aislamiento, ponerlos más en contacto con los problemas del movimiento obrero: Mateo Fossa se acerca definitivamente al «movimiento” a partir de esa militancia (22). El propio Fossa y algunos otros militantes llegan a ser candidatos a diputados en las elecciones legislativas: entre ellos Homero Cristalli (más adelante conocido como J. Posadas), quien había militado organizando el sindicato del calzado de Córdoba, que aprovecha su relativa notoriedad como futbolista en el equipo de Estudiantes de La Plata para presentar su candidatura en esa ciudad. Al PC llegó a preocuparle esta actividad dirigida esencialmente contra la alianza estratégica con la burguesía materializada en la política del Frente Popular. Bajo la pluma de Crestes Ghioldi, sostuvo: «Entre los enemigos jurados de la Alianza democrática están los trotskistas. Su rol no proviene de su número, insignificante. Su rol proviene de su actividad de sabotaje, abastecen de argumentos contra el Frente Popular, tratan de ganar tribunas, se introducen en los otros partidos obreros para desarrollar su pertinaz acción anticomunista. (…) Cubriéndose con la consigna demagógica de la revolución proletaria en la situación y condiciones actuales, intentan aislar al PC, escindir al movimiento obrero, sabotear cualquier tentativa de unidad (…) Hay que luchar con la mayor intensidad contra la influencia ideológica del trotskismo”. (23)
Veamos los fundamentos programáticos de la crítica de los trotskistas al Frente Popular. La fracción dirigida por Liacho afirmaba, en el primer número de «Frente Proletario” (artículo titulado «Nuestros Propósitos»): “Reivindicación del carácter socialista (democrático-socialista) y permanente de la revolución proletaria en el país. Reivindicación del internacionalismo proletario. La lucha antiimperialista es, en primer término, una lucha contra la burguesía nacional».
La confusión teórica es total. Se enuncia una revolución que sería al mismo tiempo democrática y socialista, o sea, que poseería simultáneamente dos caracteres de clase diversos y opuestos. En realidad, se trata de un intento por superar mediante una fórmula ecléctica el problema del carácter de las tareas de la revolución. Además, hasta se pierde el sentido de las palabras: si la lucha antiimperialista es en primer término contra la burguesía nacional, ni siquiera se ve por qué llamarla así.
Poco después, en el Nro. 4: «La revolución rusa demuestra que son traidores al proletariado quienes sostienen la posibilidad de solucionar los problemas democráticos —liberación nacional, cuestiones campesinas y pequeño burguesas— en el régimen burgués y que son peligrosos confusionistas quienes desligan la lucha por la liberación nacional y por las libertades democráticas de la revolución socialista». En el único número de «Marxismo» se afirmaba: “En la lucha contra el imperialismo, el partido debe sostener la consigna siguiente: en la República Argentina, de acuerdo a las condiciones objetivas, económicas y políticas, no hay lucha contra el imperialismo desligada de la lucha contra la burguesía nacional en su conjunto. La liberación nacional la realizará únicamente el proletariado como caudillo de los demás sectores oprimidos, luchando y tomando el poder político, y el peligro de una intervención imperialista terminará cuando sea derribado el capitalismo por la revolución proletaria internacional”. (24)
La concesión al planteo de “liberación nacional» es aquí solo verbal. La fórmula de la “revolución permanente” está planteada al revés. En su formulación original, la “revolución permanente” explica la dinámica que permite al proletariado, apoyándose en la revolución democrática (liberación nacional, revolución agraria), conquistar el poder político e iniciar la revolución socialista, la que no puede detenerse en el marco nacional y se transforma en revolución internacional. Los trotskistas recorrían el camino inverso: partían de la conclusión (la toma del poder) para explicar el punto de partida (las tareas y la dinámica de clases de la revolución). La formulación se falseaba necesariamente: nuevamente se colocaba en el mismo plano la lucha contra el imperialismo y la lucha contra la burguesía nacional; y en lugar de establecer la correlación entre la lucha contra el imperialismo y contra la burguesía (la lucha nacional sólo puede ser consecuente por medio de la lucha de clases; en la lucha contra el imperialismo se agrava, y no debilita, el antagonismo con la burguesía nacional) se identifica a ambos. El rol nefasto de este esquema consiste en ocultar las’ tareas políticas de los revolucionarios: emancipar a las masas de la influencia política de la burguesía y sus partidos (UCR), demostrando su incapacidad de luchar contra el imperialismo e impulsando la movilización. En lugar de ello, se planteaba un esquema doctrinario que los reducía a condición de secta, mientras el socialismo reformista y el stalinismo desarrollaban una política que ataba indefinidamente a la clase obrera tras la burguesía. No sabemos del destino ulterior de Liacho: poco después, finalizado el “entrismo” por expulsión de los militantes trotskistas, abandonará toda actividad política.
El otro sector “entrista”, incurría más profundamente en el mismo error. Antonio Gallo escribía en el Nro. 1 de «Izquierda”:
«…basándonos en ellos y en el análisis de la realidad nacional, sostendremos, fundamentalmente, lo siguiente: el carácter de la evolución capitalista del país, según lo afirman incluso Justo y Del Valle Iberlucea y que ahora niegan algunos advenedizos; por consecuencia, el carácter socialista de la revolución en nuestro país”. (25)
Anotamos al margen que Gallo alcanza en ese momento cierta notoriedad gracias a una conferencia radiofónica que pronuncia sobre la historia del tango, en el marco del concurso «¿Cuál es el mejor tango?” organizado por la revista «El Suplemento”.
Fin del entrismo: nuevamente el problema de la unificación
Bajo el manto de una aparente calma chicha, la situación política argentina evolucionaba conforme el mundo se iba acercando a la Segunda Guerra Mundial. Para las elecciones presidenciales de 1937, el radicalismo levantó la «abstención revolucionaria” y presentó la candidatura de Alvear, representante del sector conciliador de la UCR. Será derrotado (fraudulentamente, como era normal) por el candidato de la Concordancia, que no es ni un militar ni un conservador, sino el radical antipersonalista ’ Ortiz, con buenos puentes hacia la UCR- El PSO (lo mismo que el PC) adhirió a la candidatura de Alvear. Los trotskistas en su seno (y los pocos de afuera también) sostienen en cambio las candidaturas del PS, negándose a apoyar a un candidato de un partido burgués. El proyecto de una «izquierda socialista” organizada en partido se va desvaneciendo. Muchos militantes del PSO vuelven al PS, otros emigran más tarde al PC (indudable inspirador del sostén a Alvear). El PSO conservará una existencia cada vez más languideciente hasta mediados de los años 40, cuando los cambios políticos lo barrerán de la escena.
Las exclusiones de los trotskistas serán pronunciadas en 1938. Mateo Fossa, que había ido a México representando varios sindicatos a un congreso sindical latinoamericano organizado por el stalinismo y sus aliados (ver apéndice documental) se enterará a su retorno de su exclusión. En México, Fossa se había entrevistado tres veces con Trotsky —el texto de las entrevistas será rápidamente reproducido en folleto- y le había demandado personalmente su adhesión a la Cuarta Internacional. Tanto el texto como las impresiones verbales de Fossa tendrán mucha repercusión no sólo entre quienes se consideraban como más o menos pertenecientes al «movimiento’, sino también entre sectores obreros ligados a él. Para algunos, será la primera vez que el problema de la construcción de la Cuarta en Argentina estará planteado seriamente. Dedúzcase de ello la importancia de la autoridad personal de Trotsky, aún ejercida de manera indirecta. Como quiera que sea, con su exclusión del PSO, se inicia para los trotskistas una etapa de desorganización.
Entretando, el movimiento había reclutado un nuevo miembro, sobre cuyas características conviene detenerse. Liborio Justo era hijo del General Agustín P. Justo, presidente de la República de 1932 a 1937. Pero no sólo a ese hecho debía su notoriedad. Estudiante en el período del movimiento universitario de la Reforma, había jugado un papel dirigente en éste, y sido un miembro activo de los grupos culturales a los que influyó (Nueva Generación, Nueva Sensibilidad). Un libro sobre la Patagonia, editado varias veces, le había procurado un nombre literario. Viajero inquieto, había recorrido Europa, los EEUU y buena parte de América Latina cuando, en 1933, “conversando con José Gabriel, a quien conocía y había descubierto mi condición de comunista y de trotskista, le dije: -Si los stalinistas me admiten, pienso ingresar en sus filas y cumplir en ellas una trayectoria que tengo delineada, antes de aparecer públicamente como trotskista”. (26)
Como sea, en 1934 viaja a los EEUU vinculándose con los trotskistas de ese país, e igualmente con la fracción “ultra izquierdista” de Oehler, recientemente excluido. Es en 1935 que ingresará al PC (o que se transformará en un «compañero de ruta” como señala Alexander, lo cual es más probable). Por poco tiempo. En 1936, un hecho espectacular (de los que era afecto) lo hace entrar «en los murmullos del pueblo” (27): en ocasión de la recepción a Roosevelt se hace expulsar del recinto de la Cámara de Diputados luego de gritar «Abajo el imperialismo norteamericano!” -delante del presidente yanqui. Ese mismo año, en oportunidad de una encuesta sobre los medios para defender la cultura contra el avance del fascismo, recomendará secamente: «el uso de una ametralladora”. Una ola de críticas se levanta en su contra, incluidas las de los propios stalinistas. Justo aprovecha la ocasión para romper con ellos, publicando una «Carta Abierta a los compañeros comunistas – Rompiendo con la Tercera Internacional”, en la que critica la política nacional e internacional del stalinismo, los procesos de Moscú contra los viejos bolcheviques, proclama su solidaridad con Trotsky y la necesidad de una nueva internacional. Si bien su ruptura tiene un carácter individual, no deja de tener cierta repercusión. La carta abierta fue publicada por la conocida revista «Claridad» e incluso reproducida por los trotskistas chilenos con fines de propaganda. De inmediato se lanzó a una actividad sobre la cuestión que en esos momentos conmovía al país todo, especialmente a la clase media intelectual: la guerra civil española. Publicó un periódico (“España Obrera”) en el cual, amén de las informaciones, se criticaba la política del Frente Popular, se denunciaba la represión contra el POUM de Nin y Maurin, y se defendían las posiciones de la IV Internacional. Liborio Justo no temía enfrentarse ni con su clase ni con sus amigos de ayer, pero probablemente su personalidad correspondiera más que ninguna otra en Argentina a la del “militante tipo” de la IV, descripto por Trotsky: “…la IV ha reagrupado elementos valientes a quienes no les gusta ir a favor de la corriente… gente inteligente que tiene mal carácter, siempre indisciplinados… pero siempre más o menos ‘out-siders , separados de la corriente general del movimiento obrero. Su gran valor tiene evidentemente su lado negativo, porque quien nada contra la corriente no puede estar ligado a las masas”. (28)
Su personalidad, sus antecedentes, su propia cultura política y hasta los recursos personales de que dispone dada su situación social (29) lo predisponen a jugar de entrada un rol dirigente en el movimiento trotskista argentino. El 7 de Noviembre de 1937, con motivo de la recepción de una carta de Diego Rivera (famoso pintor mejicano, amigo de Trotsky y militante cuartista) sobre la Pre Conferencia Americana de la IV Internacional, Justo convoca a una reunión en su casa a la que asisten representantes de todas las “tendencias» del movimiento. Justo (en esa época «Bernal”) plantea la necesidad de una acción unificada, en primer lugar la edición de una revista “lo que se malogró -dice- por la actitud de los compañeros que habían ingresado dentro del PSO, representados por Liacho, quienes se presentaban como grupo, lo que resultaba inaceptable para nosotros que entendíamos deber tratarnos como individuos” (30) —frase que retrata su caudillismo.
“Nosotros”, es decir, los “antientristas” (para Justo los entristas cometían el error de no publicar un órgano cuartista independiente), encabezados por Justo, Gallo, “J.P.» y Milessi (que en ese momento se desempeñaba en la dirección de la USA, central sindicalista formada luego de la división de la CGT en 1936) acordaron publicar unidos tal revista. El proyecto se demoró, según Justo, por las viejas desavenencias personales entre Gallo y Milessi, que concluyeron apartándose este último. En Julio de 1938 apareció el único número de “Nuevo Curso” que reproducía esencialmente artículos de la prensa trotskista internacional. Poco después, Milessi, «J.P.” y un grupo de seguidores comienzan a publicar «Inicial”, que continuará publicándose hasta 1941 y cumplirá un rol importante de agrupamiento.
Por fin, Justo y Gallo también se separarán, asimismo por «motivos personales». En ese momento de dispersión (el grupo del PSO viene de ser expulsado y se encuentra desorientado por el abandono de la actividad de su «Líder”, Carlos Liacho) Justo decide partir en cruzada contra los «males” del trotskismo argentino, publicando un folleto impreso: “Como salir del pantano”. En él se acumulan invectivas personales (“Juana Palma es, según Gallo, la Rosa Luxemburgo argentina. Convengamos. Tiene cierto parecido físico… El Sr. de Peniale, revolucionario de volumen -físico-… Milessi estará en su puesto haciendo de caudillo del Partido Radical..El punto fuerte de Gallo son sus estudios sobre el tango…, etc.) críticas políticas, críticas a opiniones vertidas en conversaciones de café, críticas a las concepciones filosóficas y hasta a los gustos artísticos de los «dirigentes”, en fin, propuestas respondiendo a la pregunta del título. Desde luego que los afectados tendieron a agruparse al margen y contra Justo, incluso Narvaja, el único por el que observó cierta piedad («un capaz e inteligente compañero del litoral»). Pero muchas de sus críticas apuntaban justo a vicios evidentes de la militancia trotskista del país. En su entrevista con Trotsky, Fossa se había quejado que una buena parte de los bolcheviques leninistas de Argentina eran «onanistas de café” (31). Justo evidenciaba una voluntad de militar seriamente, lo que le valió el apoyo de ciertos sectores (el grupo de «estudiantes de La Plata” de Jorge Lagos, un grupo de «estudiantes anarquistas” encabezado por Jorge Abelardo Ramos -«Sevignac”- «Irían” el propio Mateo Fossa) con los cuales comenzó a publicar en Abril de 1939 «La Internacional” (luego “La Nueva Internacional”) que será la base sobre la que se construirá el G.O.R. (Grupo Obrero Revolucionario).
El GOR se mostró muy activo, editando su prensa en gran tiraje -5.000 y hasta 10.000 ejemplares en ocasión del asesinato de Trotsky pese a su escaso número de militantes, unos 15.
Este esfuerzo de aparato, sin embargo, no ocultaba la impaciencia por montar un grupo político importante sin pasar por un paciente trabajo militante: la mayoría de los periódicos eran regalados en puertas de fábricas y plazas públicas.
Un obrero del transporte —yugoslavo— que participo del GOR, recuerda: “Quebracho (nuevo seudónimo de Justo, NDA) desplegaba una actividad extraordinaria en el movimiento, explicable por sus condiciones económicas, su voluntad de trabajo en un movimiento bajo su jefatura, su haber ideológico, además de cierta mayor seguridad en el trabajo ilegal del que pudiera gozar cualquier otro militante” (32). Todo ello no impidió que se retiraran del GOR Lagos (Frigerio) primero, a fines de 1939, en desacuerdo con la consigna de «liberación nacional” (sobre lo que nos ocuparemos) para formar su propio grupo; Ramos después (en .una disputa mucho más oscura en la que pretendió expulsar a Justo) que formó con sus seguidores (seis estudiantes, nos dice el obrero arriba citado) el grupo “Bolcheviques Leninistas” (B.L.)- a los que hay que agregar al propio Gallo, que había reiniciado la publicación de “Nueva Etapa” y reconstituido la LCI ya mencionada. El grupo “Inicial» hizo alguna tentativa unitaria que fracasó, a fines de 1939, pero que le atrajo algunos militantes dispersos. Poco después le tocó a un grupo de «independientes, probablemente una nueva escisión del PC (33) intentar formar una Comisión de Unificación, que fracasará en unir a todos los grupos, pero que permitirá el acercamiento de «Inicial”, “Nueva Etapa”, el «grupo de La Plata», el “de Rosario” y aún el «de Córdoba” (animado por Posadas, y que pronto volverá a su aislamiento inicial). Es a este proceso al que se refiere Orza (el obrero transportista mencionado) quien se desprende en esa ocasión del GOR. al constituirse el grupo con el nombre de ‘Inicial’ enseguida empezaron a delimitarse dos posiciones: una cuya preocupación principal era la lucha antistalinista, llegada a expresarse como corriente antimarxista a (…) esta discrepancia ideológica nos llevó a formar otro grupo, La Liga Obrera Socialista, integrada por Ontiveros, Miguel, Mecha, Marga, Angélica, Fernández, el grupo de obreros tranviarios de los talleres ferroviarios de Liniers y de otros militantes, con la adhesión del grupo de La Plata -Lagos— y el de Rosario -Narvaja-. En realidad fue el único grupo trotskista que tuvo una cierta base obrera. El papel de cerebro teórico lo desempeñaban Ontiveros, Narvaja, Lagos…” (34). Estamos en Marzo de 1940, y en Julio, Ramos y su grupo adhieren a la LOS. En apariencia la inmensa mayoría de los cuartistas argentinos se han unificado. Pero la dispersión es el signo del momento: Lagos y Posadas vuelven a “abrirse” poco después, para volver a su “independencia regional”. La Conferencia Nacional de la LOS, prevista para fines de 1940, no se realiza. La LOS, que había escrito al Comité Ejecutivo de la IV Internacional -desplazado ya de París a Nueva York con motivo de la guerra— pidiendo su reconocimiento como sección, deberá reducir sus aspiraciones.
Entretanto el GOR, en el que había quedado Mateo Fossa, redobla sus esfuerzos gracias a la actividad de Quebracho, continúa publicando su prensa y se refuerza incorporan o a algunos núcleos obreros en Resistencia y Mendoza. En ay de 1941 estima que su crecimiento es suficiente como para transformarse en Liga Obrera Revolucionaria (LOR).
El problema de la liberación nacional
Si nos hemos detenido brevemente en la figura de Quebracho, es porque su presencia en el “movimiento” argentino obrará como un verdadero catalizador de las posiciones políticas en juego. Bien que el no fuese ajeno al clima de disputas y enconos personales existente, se preocupó asimismo por dar un carácter político a las divergencias.
La polarización en torno a dos grupos principales (LOS y GOR) ayudó a la politización de las diferencias. Pero mucho más ayudó la propia evolución de la situación política. La abstracción y el personalismo de los planteos se fueron desdibujando frente a la necesidad de definiciones políticas precisas ante una situación cambiante. La exacerbación de la disputa interimperialista, que conduciría en breve plazo a la guerra, interimperialista, que conduciría en breve plazo a la guerra, trastornaba todas las relaciones dentro de la burguesía argentina, y las de ésta con los distintos imperialismos. Dividir a la burguesía argentina entre aliadófilos y germanófilos sería un esquema demasiado simplista: a ello habría que agregar la disputa que en el campo aliadófilo se libraban (con menos ruido) los sectores tradicionales proingleses y proyaquis. En fin, ninguna clasificación de este tipo podría rendir cuenta cabalmente de que no se trataba de una mera disputa entre agentes de imperialismos rivales, sino de una burguesía que discutía su reubicación frente a un sistema imperialista debilitado y en crisis, que amenazaba con transformarse radicalmente de resultas del conflicto mundial. La historia dijo que esta crisis podía llegar a refractarse de manera singular en la institución por excelencia del Estado  – el Ejercito – produciendo un resultado inesperado  para todos los sectores en pugna, a través de crisis su vas y de una intervención de las masas. Por el momento ios cambios se reflejaban en el deterioro del sistema político de la «década infame”: a la novedad de un presidente ex radical hubo que agregarle el contrasentido de que éste interviniera la provincia de Buenos Aires, en manos de un conservador (el filofascista Fresco) que era el símbolo mismo del “fraude patriótico». Las viejas oposiciones políticas (conservadores/radicales, radicales/socialistas, socialistas/comunistas, etc.) tendían a ceder espacio a otras nuevas: un aliento de Frente Popular había corrido las calles de Buenos Aires cuando la tribuna del 10 de Mayo de 1936 albergó un formidable anticipo de la Unión Democrática de 1945 -UCR, PDP, PC, y PS.
Dentro del movimiento trotskista, Quebracho ocupaba por su propia extracción familiar y experiencia, un lugar privilegiado para analizar los conflictos en el seno de la burguesía argentina. Lo hizo con agudeza en una serie de artículos y folletos, donde trató asimismo de fijar los lineamientos de la conducta política a adoptar por los trotskistas. Fueron estas posiciones las que hicieron precipitar claramente las divergencias políticas. Transcribiremos algunas lo más brevemente posible.
“La Argentina es un país semicolonial sometido al imperialismo. Esta situación se deriva, en primer término, de su condición de país agropecuario que la coloca frente a los grandes países industriales, en una situación de dependencia análoga a la que se encuentra el campo respecto a la ciudad. La Argentina ha sido, durante largos años, una especie de apéndice económico de Europa y particularmente de Inglaterra, que absorbe buena parte de su producción. Esta situación deformó por completo el desarrollo armónico de las fuerzas productivas del país, paralizando su evolución industrial y la consiguiente creación de un mercado interno, al mismo tiempo que permitiendo a la oligarquía ganadera argentina con intereses paralelos al imperialismo inglés —eternizarse en el poder hasta llegar a constituir el principal freno al progreso de la República (…) Hipólito Irigoyen, aunque no en la forma en que lo exigían los verdaderos intereses del país, significó una pequeña reacción contra este estado de cosas. Por eso mantuvo la neutralidad argentina durante la Primera Guerra Mundial, por eso pretendió nacionalizar el petróleo y por eso, también, la oligarquía y el imperialismo lo derribaron (…) el partido Radical no fue desalojado del poder por verdaderamente antioligárquico y antiimperialista, sino por mal servidor de la oligarquía y el imperialismo»(35). Para reducimos a lo Esencial, títulos y subtítulos de otros artículos darán idea de su contenido: “Los socialistas de la Casa del Pueblo, vanguardia bélica del imperialismo anglo-francés – Los stalinistas mantienen una ‘neutralidad’ al servicio del nazismo (se vivía la momentánea vigencia del pacto Molotov-Ribbentrop, NDA) — El pueblo argentino no quiere ir a la matanza. El grito do: neutralidad se extiende por todo el país — Mantengamos la neutralidad, no en nombre de Hipólito Irigoyen, sino en nombre del internacionalismo obrero – Mientras Hitler ‘protege’ a Europa de Inglaterra, EEUU se apresta a ‘proteger’ la América Latina de la amenaza nazi – El país marcha hacia el establecimiento de un gobierno de fuerza, resultante de la lucha abierta entre los sectores oligárquicos vinculados a los bandos imperialistas en pugna — ¿Debemos sometemos e ir a morir al servicio del imperialismo o luchar por la liberación nacional?». Para redondear el pensamiento de Justo, veamos su respuesta a esta última pregunta: “Es preferible la tutoría yanqui a la miseria —se ha convertido hoy en la voz de orden de la burguesía ganadera argentina (…) Aprovechemos la declinación evidente y posible caída definitiva del imperialismo inglés, que tiene engrillado al país y paraliza su progreso, para alcanzar nuestra liberación económica. En ninguna forma es posible permanecer impasible ante la perspectiva de que esas compañías de servicios públicos, empresas industriales, sociedades agrícolas y Bancos ingleses cambien de dueños y vayan a parar, como herencia de guerra, a manos de los EEUU, según todas las posibilidades parecen indicarlo. Lo mismo puede decirse de territorios que legítimamente pertenecen a la Argentina, como las Islas Malvinas. El pueblo argentino debe exigir y tomar medidas para que le sea restituido todo lo que le pertenece (…) El pueblo tiene ante sí un doble camino en que se abre esta doble perspectiva: luchar por la liberación nacional o someterse e ir a morir al servicio del imperialismo que lo oprime y explota. Su vanguardia, el proletariado revolucionario, debe hacerle elegir su ruta”.(36)
Había acá úna evidente preocupación por extenderle un «certificado de ciudadanía” a la IV Internacional en Argentina —Quebracho incursionaba en temas e incluso empleaba vocablos que hasta el momento habían sido el patrimonio de sectores nacionalistas (algunos grupos reformistas, FORJA) (37) y con menor medida del propio stalinismo. Pero la polémica que desataron los representantes del “viejo” movimiento trotskista no fue en absoluto terminológica. Bajo la pluma de Antonio Gallo, “Inicial” publicó un artículo titulado «La posición de la IV Internacional -¿Liberación nacional o Revolución Socialista?” en el que se leía: “Conquista teórica definitiva. Hace treinta años, el dirigente reformista Juan B. Justo afirmó lo que constituye una conquista teórica irrenunciable del proletariado argentino en su conjunto, ratificada por centristas del tipo Del Valle Iberlucea, enriquecida y completada por los distintos movimientos marxistas habidos en el país y defendida sobre todo, por los dirigentes de la IV Internacional en Argentina: el carácter capitalista de la evolución del país y el carácter socialista de la revolución. Este principio es la piedra fundamental de la lucha de clases del proletariado argentino, su mejor conquista en el terreno teórico (…) El que niegue esto es un vulgar traidor al proletariado.
“La burguesía argentina, a diferencia de la de los demás estados indoaméricanos se basa en una economía de cierto grado propio, tiene una gran experiencia, cuenta con un Estado bien organizado y un aparato de represión formidable. Ya ha hecho su revolución y está dispuesta a gozar de sus beneficios. No tiene el menos propósito de lanzarse a ninguna revolución ‘antiimperialista’. (…) José Carlos Mariátegui, el gran marxista americano, hizo notar acertadamente esta diferencia existente tre la Argentina y los demás estados americanos. El radicalismo v la oligarquía son cómplices por igual del capitalismo financiero internacional que domina económicamente a la Arnentina ( ) No hay más revoluciones democráticas, sino revoluciones socialistas. La IV Internacional no admite ninguna ronsiana de “liberación nacional” que tienda a subordinar al proletariado a las clases dominantes y, por el contrario, asegura que el primer paso de la liberación nacional proletaria es la lurha contra las mismas.             .              ,              .
“Hace poco el señor Marianetti reedito esta consigna stalinista y últimamente la han hecho suya un señor Quebracho v los fascistas de la Alianza de la Juventud Nacionalista. Pero en las filas de la IV Internacional no se logrará introducir la infusión al respecto. En un artículo reciente de ‘La Nueva Internacional’ (Inero de 1940), el camarada J. Lagos califica de ‘Variante del Frente Popular’ a la consigna de ‘liberación nacional’, posición que es exactamente idéntica a la de los fascistas (…) La ‘liberación nacional’ no tiene nada que ver con nuestro movimiento. ¡Por la lucha de clases! ¡Por la revolución socialista! (38)
Pocas veces se había hablado tan claro -el dedo estaba puesto en la llaga. Jorge Lagos había en efecto defendido posiciones similares dentro del GOR (en el que las posiciones de Quebracho alcanzaron luego hegemonía), antes de separarse v pasar a engrosar la LOS. Para ésta escribió un folleto en Octubre de 1940 -que jugó un importante rol en ese momento-en el que podía leerse: “Así como valoramos en su verdadera importancia el rol combativo de la clase media urbana y rural, nos negamos terminantemente a condicionar el caracter, la intensidad, la forma del movimiento social de la clase obrera a las veleidades, inconsecuencia y debilidad de la pequeño burguesía tal como lo pretenden los panegiristas del antiimperialismo. ’ Hay que tener la audacia del ignorante y el desparpajo del charlatán para referirse del modo general que lo hace el autor del folleto (Quebracho,NDA) a la paralización de la evolución industrial del país, como si el país no tuviera industrias e igualmente a la creación del mercado interno como si éste no existiera. Las características de nuestros países no denuncian deformación alguna de la economía capitalista -por el contrario, la suya es la forma natural de existencia del capitalismo en las semicolonias en la época del ‘capitalismo moribundo’ (…)
El proletariado argentino, dos millones y medio de obreros industriales exclusivamente, explotado tan infame y violentamente… deberá disponerse a declarar la huelga y eventualmente apoderarse de las fábricas extranjeras, respetando las nacionales (…) La clase obrera de nuestros países debe encarar la lucha que la burguesía es incapaz de intentar pero, lejos de plantearse tareas de Revolución Nacional, lejos de buscar los futuros amos nacionales, debe pensar, trabajar y luchar por su propio poder, por la Revolución proletaria. En conclusión. Existe en los teóricos apristas, stalinistas, nacional pequeños burgueses y fascistas la tendencia a disfrazar la explotación de la burguesía nacional con la que realiza el imperialismo en combinación con ella; en separarlas, en presentar supuestos e inexistentes grupos burgueses semicoloniales interesados en romper lanzas contra el imperialismo”.
Termina con un párrafo de tono profético: “Dentro de este gran movimiento social en que las ciudades industriales tendrán un rol director, el movimiento nacional pasará a segundo lugar. Lo importante será la Revolución Social que, sin duda, tendrá consecuencias continentales. Nuestra revolución será proletario-socialista y no de Liberación Nacional burguesa”. (39)
La discusión toma apoyo en características nacionales, incluso aceptando la existencia de “dos millones y medio de obreros industriales” en la Argentina de 1940, lo que constituye un exabrupto o una exageración. Pero la discusión tiene un alcance programático mundial, pues lo que se debate es la naturaleza misma del sistema imperialista. Nadie niega, formalmente, el carácter simicolonial de la Argentina; el problema es qué se entiende por ello, y qué conclusiones es necesario sacar, en relación al lugar ocupado por el proletariado nativo frente al imperialismo y la burguesía nacional.
El debate concierne, pues, a la IV Internacional en su conjunto. La LOS intentó dar forma programática a sus ideas al respecto en las tesis que precedieron la ya citada (y fallida) “1° Conferencia Nacional”, a fines de 1940, tesis que llevan por título “¿Revolución Socialista o liberación nacional?”: «El movimiento de la independencia fue en la Argentina una revolución burguesa, a diferencia de otros países del continente, donde no tuvo características tan nítidas, como en Perú, por ejemplo. En la República Argentina hay proletariado y capitalismo, beneficio y plusvalía, y por lo tanto, lucha de clases y la estrategia del proletariado debe ser la de la revolución socialista (…) Los formalistas pedantes y los oportunistas… reemplazan la dinámica de clases por nociones puramente nacionales. En consecuencia, si la Argentina es un país semicolonial por mucho que hace más de un siglo goce de una independencia política, se convierten en abanderados de la ‘liberación nacional’. La teoría y la estrategia marxistas rechazan terminantemente, en todos los casos, la estúpida idea de que el proletariado deba convertirse en abanderado de ideas y de movimientos burgueses de ‘liberación nacional’ (…) como partido defiende siempre y en primer término la revolución socialista y la contrapone dialécticamente a la independencia nacional.
Es una miserable concesión reaccionaria abandonar la lucha de clases y la revolución socialista para lanzarse a agitar una consigna que, aparte de sernos ajena, es principal motivo de agitación demagógica de fascistas y stalinistas y que, por lo tanto, es resistida por todos”.
“¿Qué es la liberación nacional? ¿El pago de las expropiaciones, o sea el más pingüe negocio de sus agentes radicales y conservadores? En nuestro país la liberación nacional no es ni puede ser otra cosa que la coordinación monopolista de los transportes o la compra de los ferrocarriles propuesta por Pinedo. El ‘antiimperialismo’ que implica la ‘liberación nacional’ de fascistas, stalinistas y quebrachistas es una superchería reaccionaria. El mundo debe regirse conforme al capital financiero internacional o conforme al régimen socialista internacional… El único antiimperialismo de buena ley es el socialismo. El único antifascismo de buena ley es el socialismo. Que los advenedizos y aventureros como Quebracho funden la quinta internacional… 4)Las características de país semicolonial avanzado, la relativa evolución industrial, el alto porcentaje de obreros, las características de la explotación agraria, las tradiciones teóricas, políticas y organizativas del proletariado y, sobre todo, las condiciones de la actual época imperialista, de madurez para una economía socialista mundial, determinan la estrategia de la vanguardia proletaria, la sección argentina de la IV Internacional en formación. Es decir, la estrategia de la lucha de clases y de la revolución socialista. La revolución no puede detenerse en las medidas democráticas ni en los límites nacionales Se extenderá a los demás países americanos y buscará la solidaridad de los trabajadores estadounidenses. El problema así planteado elimina toda consideración oportunista y demagógica de ‘liberación nacional”’. (40)
La posición está formulada con claridad, aunque no con seguridad: se afirman primero las características nacionales para fundar la estrategia de una revolución puramente socialista (es decir, que no recoge tareas democráticas y nacionales en su programa), para afirmar a continuación que aunque aquellas no existieran, serían las condiciones internacionales las que la justificarían. En cuanto a la conclusión política fundamental para el momento, la de la actitud frente a la guerra mundial, este grupo se inclinará -en consecuencia, hay que reconocerlo, con todo lo expuesto- por la clásica consigna del ‘‘derrotismo revolucionario” (en 1941,»Inicial” afirmará: “En Argentina debe ser transformada la guerra imperialista en guerra civil”), sin preocuparse demasiado por el hecho de que Argentina no había entrado en la guerra. Sin embargo, éste era el motivo principal de conflicto entre la burguesía argentina y los yanquis, quienes en Marzo de 1942 van a prohibir la exportación hacia Argentina de una serie de productos básicos, debido a la negativa del gobierno argentino a alinearse incondicionalmente detrás del belicismo norteamericano (en la Conferencia de Río de Janeiro de 1942).

NOTAS
(1)  L. Trotsky, «Sobre la liberación Nacional», Ed. Pluma, 1976, p.67
(2) «The Militant», 21/12/1930.
(3) Roberto Guinney había nacido en Inglaterra y se había educado en San Petesburgo -Rusia- en la época de Alejandro II. Vuelto a Inglaterra conoció allí al líder del «new unionism», Tom Mann. Emigró luego a Argentina, donde ingresó al PC en 1923. Fue secretario de su sector de lengua rusa y ucraniana. Dirigente del PCRA (de Penelón). (Datos tomados de «The Militant», cit.) Los nombres de los militantes del CCO-ICA, que hemos podido localizar son: R. y M. Guinney, Camilo López, «Juana», Ostrosvsky y Manulis.
(4) Mateo Fossa en «La Opinión», «Mateo Fossa, el argentino que estuvo con Trotsky», 9/1/72.
(5) Robert J. Alexander, «Comunism in Latin America», Rutgers University Press, New Jersey, 1957, p.160. También Emilio J. Cor-bióre, «La fundación del Partido Comunista» en «Todo es Historia». 106, Marzo 1976, Buenos Aires.
(6) «Breve reseña del movimiento cuartainternacionalista argentino», Ed. Acción Obrera , Bs.As. 1941.
(7) «Boletín de Oposición», Febrero de 1933, Bs.As. — y «Esbozo de historia del P.C. Argentino», citado por J.A. Ramos, «Historia del Stalinismo en Argentina», Ed. Coyoacán, Bs. As. 1962, p. 31.
(8) «Breve reseña»…»
(9) Idem.
(10) Tribuna Leninista», Número 1 Bs.As., Diciembre 1933.
(11) Idem, Número 7, Octubre 1934.
(12) Idem, Número 1
(13) «Nueva Etapa», Número 1, Rosario, Agosto 1933.
(13a) En el número 6 de «N.E.», David A. Siburu, quien era su principal redactor junto con Gallo (el grupo «N.E.» se asienta principalmente en Rosario), sostiene: «en los actuales momentos, vociferan sin ton ni son contra el radicalismo, es servir al fascismo y a la reacción que se han encumbrado sobre su derrota», en alusión a «Tribuna Leninista»,Citado por la LOR en Análisis esquemático de las posiciones doctrinarias frente^ a los problemas nacionales sostenidas en su desarrollo por el movimiento cuartainternacionalista argentino» (sic). Ira. parte, «Los Maestros», Bs.As. Agosto 1941.
(14) «T.L.» número 7
(15) Ramos, op. cit. 85.
(16) Carlos Silveyra, «El Comunismo en Argentina», CPAACC, Bs.As 1936, p. 255.
(17) Ramos, op. cit. p. 123. Sería un error deducir que Ramos considera entonces una organización política como existente cuando ésta supera los 30 militantes. Más bien debería pensarse que piensa tal cosa cuando su caja supera los 30 dineros.
(18) «Análisis esquemático…»
(19) Idem
(20) «La Opinión» cit.
(21) Alexander, «comunism…’, 165
(22) «La Opinión» cit. Los editores de «Pluma,» se equivocan cuando presentan a Fossa como «formando parte del primer grupo trotskista de la Argentina»(L.T. cit. p. 71). Fossa se incorpora en el período relatado.
(23) Arturo Jauretche, «FORJA y la Década Infame», Ed .Mar Dulce, 1969, Bs.As. p. 123
(24) «Análisis esquemático…»
(25) Idem.
(26) Quebracho, «Cómo salir del pantano”, Ed. Acción Obrera Bs.As. 1939 , p.8
(27) Rogelio García Lupo, P-ólogo a «Masas y Balas», de Lebodón Garra, Ed. de la Flor, Bs.As. 1974, p.7
(28) Jean Jacques Marie, «Le Trotskisme», Flammarion París 1977, 93
(29) «La Opinión» ci., y «Cómo salir…» p.10
(30) «Cómo salir…», 11.
(31) «La Opinión», cit.
(32) Miguel Medunich Orza, «Los intelectuales de izquierda vistos por un obrero», Ed. Astral, Bs.As. 1970, p.38
(33) Robert J. Alexander, «Trotskysm in Latin America», Hoover University Press” Stanfors University, California, 1973, p.53.
(34) Medunich Orza, op. cit., 41. Miguel es Oscar Posse, Mecha es Mecha Bacall, Marga es Margarita Gallo, hermana de Antonio Gallo, Angélica es probablemente Angélica Mendez, dirigente sindical docente men-docina, ex militante del PC escindida con los «chispistas», ligada a Raurich y con seguridad al trotskismo, profesora universitaria (en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires), llamada «La Negra».
(35) «La Argentina frente a la guerra mundial”, Ed. Acción Obrera, Bs.As. 1940
(36) Idem
(37) FORJA: Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. Grupo de jóvenes de la Unión Cívica Radical, que propugnan una orientación nacionalista que continúe y supere los límites del «Irigoyenismo» —Irigoyen es el presidente radical tumbado por el golpe de 1930. Enfrentados al ala conciliadora de Alvear. Participan de FORJA Jauretche, Dellepiane, etc. Se inspiran en las obras del escritor nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz. Algunos forjistas se integrarán porteriormente al peronismo. Fueron acusados de mantener relaciones con algunos sectores nazis.
(38) Liborio Justo, «Estrategia Revolucionaria», Ed. Fragua, Bs.As., 1957, p.77
(39) «Estrategia…», 85 y 86.
(40) Idem, 79 y 80.


Respuesta a “Correspondencia Internacional”

Guillermo Lora

 

(Colguemos en la picota del escarnio a los falsificadores)
Nosotros y la IV Internacional. «Correspondencia Internacional”

“Correspondencia Internacional”, alentada por la OCI, lleva la inspiración de Lambert, incluye el artículo “Bolivia: un primer balance”, que aparece bajo el nombre de otro autor. Lambert ha encontrado su Felipillo, noticia que seguramente alegrará a muchos, a nosotros la conducta y chatura del sirviente nos permite tener idea cabal de las dimensiones del amo. Al escribir estas líneas tenemos entre manos tanto la versión francesa como española del artículo, esto porque Felipillo es argentino, lo que no permitirá abrigar dudas acerca de las aclaraciones que puntualicemos.

Los supuestamente “trotskistas” y su testaferro sostienen que hemos abandonado “el combate por la reconstrucción de la IV I.”. La verdad sobre este tema es la siguiente: Cuando el SU, constituido en 1963, adoptó el programa del castrismo foquista ‘-y capituló ante los movimientos pequeñoburgueses, que indefectiblemente debían concluir como canales de la política burguesa, el POR sostuvo que el pablismo había cambiado de contenido de clase y se había desplazado hacia la trinchera contrarrevolucionaria; consiguientemente, la estructuración de la IV I. sólo podía concebirse a través del aplastamiento del SU. Lambert y la plana mayor de la OCI dijeron estar de acuerdo con tal formulación, pero bajo cuerda se movían para lograr su fusión con los Frank y Mandel, a los que públicamente llamaron revolucionarios y trotskistas. El SU y el CORCI fueron considerados como 2 brazos de la IV I., postura con la que no podíamos estar de acuerdo. El POR estuvo un breve tiempo trabajando dentro del CORCI y sobre todo con la OCI, pero ese trabajo se distinguió por una continua y a veces agria discrepancia, alrededor, sobre todo, de la naturaleza de la burguesía en los países atrasados y de la táctica del frente antiimperialista. La OCI plegó las alas y dio la impresión de identificarse con los planteamientos poristas, esto pese a haber sostenido inicialmente posiciones derechistas que denunciaban la enorme presión que soportaba de parte de la burguesía imperialista. Los acontecimientos posteriores demostraron que los “trotskistas” franceses no habían asimilado correctamente nada y cayeron víctimas de las desviaciones más insospechadas y casi siempre capituladoras ante la burguesía y el parlamentarismo. En el Perú obligaron a sus parciales a difundir la especie de que una Asamblea Constituyente burguesa podía cumplir el papel de los soviets y esto gracias a la papeleta electoral (recuérdese la famosa “moción roja”). Los ejemplos pueden multiplicarse hasta el infinito.

Lo más grave fue que la diminuta OCI totalmente marginada del proletariado, llevando un existencia típicamente pequeñoburguesa, sin un programa para Francia y guiándose únicamente con ayuda de resoluciones ocasionales y oportunistas -se lanzó a controlar burocráticamente al esmirriado CORCI, utilizando la militancia doble, sobornando y corrompiendo a determinados elementos (los Felipillos y los Napurí fueron convertidos en pretendidos árbitros de la política mundial), de manera que los burócratas de París podían hacer aprobar en las reuniones lo que les viniese en gana y concluyeron estrangulando el menor vestigio de democracia interna. La corrupción de las capitalistas llegó a extremos insospechados y frente a la cual el stalinismo no es nada, conforme enseña el ejemplo de la OCI. En tales condiciones y para salvar el programa de Trotsky y los métodos organizativos del bolchevismo, no quedaba más camino que romper públicamente con la OCI y con su criatura contrahecha que era el CORCI. Hemos roto con estas organizaciones no por ser enemigos de la IV I., sino, y precisamente, para trabajar por ella más eficazmente; hemos roto con los revisionistas y no con el programa de Trotsky. El año 1979 contribuimos a la formación de la TCI, con la esperanza de que pueda canalizar y alentar la discusión sobre el porvenir del movimiento trotskista, desechando todos los métodos y la degeneración stalinistas. Tenemos plena conciencia que las circunstancias no nos permiten por ahora participar directamente en las tareas administrativas de la tendencia, porque estamos inmersos en el corazón mismo del caldero en el que se funden y se prueban las clases, las tendencias políticas y los programas de la revolución boliviana. Nuestro país constituye un ejemplo descollante de la corriente proletaria que puede acaudillar a toda la nación oprimida hacia la conquista del poder, esto de manera diferente que las numerosas convulsiones masivas que tienen lugar en el continente pero bajo el liderazgo de la burguesía. Estamos seguros que nuestra obra y nuestra rica experiencia se convertirán en el punto de partida de un poderoso movimiento trotskista mundial y latinoamericano.

El baturrillo de los falsificadores.

Según Lambert-Felipillo, de 1978 a 1981, Bolivia ha vivido una situación revolucionaria y el que el proletariado no hubiese tomado el poder se debió única y exclusivamente a que el POR se dividió en varias fracciones. Estas afirmaciones son absurdas e inconcebibles en boca de un marxista.

Una situación revolucionaria no supone únicamente la movilización de las masas (éstas pueden marchar bajo el comando y la política de la clase enemiga. El caso del liberalismo, del MNR, etc.), sino que se realice siguiendo las consignas que correspondan a la estrategia del proletariado, que se encamine a la conquista del poder, que las clases medias oscilen profundamente hacia las posiciones de aquella clase, que se desmorone la clase dominante representada por el Estado, en nuestro caso por el ejército que concentra en sus manos el poder. Y, principalmente, que el asalariado esté organizado en su propio partido. Lambert y Felipillo pueden leer todo esto en los folletitos de Lenin que venden por unos centavos en los paseos públicos y no tienen para qué molestarse en ir a consultar sus OO.CC. ¿Esta fue la situación boliviana de 1978 a 1981? Sólo puede responder positivamente uno que haya perdido el sano juicio o bien que su supina ignorancia no le permita distinguir el negro del blanco.

Healy, esa versión inglesa del posadismo estratosférico, dijo muchas tonterías en su discusión con el CORCI pero lanzó una perla que ahora deben tomar en cuenta Lambert y sus servidores:» Hay que estudiar dialéctica y materialismo histórico” que tanta falta les hace a los que pontifican desde París.

En numerosos documentos hemos indicado que la huelga de hambre de las mujeres mineras y la gran arremetida que siguió a fines de 1977 y comienzos de 1978 fueron los últimos hechos que se inscriben en la política independiente de la clase obrera y se proyectan hacia el liderazgo de ésta sobre las masas en general. Con posterioridad, pagando un alto precio por toda la lucha alrededor de las garantías democráticas durante la dictadura banzerista y cediendo a la poderosa presión ejercitada por la integridad de la izquierda, excepción hecha del POR, las masas se dirigen hacia las posiciones políticas sustentadas por la burguesía democratizante.

En las elecciones de 1978 obreros y campesinos votaron en favor del frente burgués democratizante y proimperialista que es la UDP y no por la fórmula «obrero-campesina” del FRI. En las elecciones de 1979 y 80 esa tendencia persiste aunque atenuada por la creciente ola abstencionista y del voto en blanco. En 1978 las masas estaban embriagadas por el electoralismo y sinceramente creyeron que su voto podía ayudar a resolver los problemas nacionales y los de los explotados. No sólo la gran masa pequeño burguesa se tomó democratizante y electorera, sino que también siguió ese camino inclusive el proletariado. Los campesinos hasta el último momento tomaron muy en serio su papel decisivo en las urnas y se dividieron y fusionaron alrededor de los candidatos burgueses. Se puede decir que se vivió una permanente crisis del Poder Ejecutivo, pero -y esto es lo importante para un país como Bolivia— el ejército se fue concentrando más y más alrededor de sus ejes derechistas, preparándose para consumar el asalto que acabe con todo el ajetreo electoralista. El POR se empleó a fondo para señalar a los explotados una política independiente a la burguesía y para estructurar el FRA, que de constituirse habría modificado toda la perspectiva política, pero las condiciones imperantes no permitieron materializar la idea. Para Lambert y Felipillo resulta incoherente hablar de que las masas puedan oscilar momentáneamente hacia las posiciones burguesas, mucho más si se reconoce su impresionante historia de luchas y de elevada politización. Esa declaración pone al descubierto la manera infantil con la que analizan la lucha de clases y la propia naturaleza del proletariado. La conciencia de clase se concentra en la vanguardia, en el partido en definitiva, y éstos sólo excepcionalmente, en los momentos de mayor agudeza de la lucha de clases, aparecen soldados a la vasta masa de los explotados, casi siempre se observa una separación entre ellos. La burguesía puede presionar sobre la clase a través de sus capas atrasadas, esto si las condiciones imperantes le permiten tal cosa, y de esta manera aislar a la vanguardia e inclusive someterla a su poderosa presión. Durante el proceso electoral, cuando todos se mostraron apasionadamente confiados en las bondades del parlamento burgués, los partidos de izquierda (exceptuando al POR) lograron, apoyándose en las amplias capas atrasadas de las masas, llevarlas hasta las posiciones puramente electoreras. Como consecuencia sobrevino el inevitable aislamiento del POR que luchó apasionadamente por mantener en alto la bandera revolucionaria, de la revolución proletaria, que necesariamente debe ser desplegada en un período electoral que amenaza con hacer perder la independencia de clase y englobar a los explotados dentro de frentes ideados por la clase dominante.

Lambert y Felipillo ponen al desnudo sus inclinaciones hacia el espontaneísmo y no es casual que toda vez que estalla una manifestación popular en la que intervienen los obreros ya hablen de comienzo de la revolución proletaria. Lo correcto sería decir que puede transformarse en eso, siempre que esté presente el partido revolucionario. Por tal camino se llega al aventurerismo y a la capitulación frente a los movimientos burgueses democratizantes.

No se explica por qué, si las masas se encontraban a punto de tomar el poder, permitieron que sus organizaciones acabasen controladas por elementos que obedecían las directivas y la política de la burguesa UDP. La experiencia enseña que en los casos de gran movilización y de radicalización de los explotados los mismos burócratas sindicales se dan modos para desplazarse hasta posiciones izquierdistas. La composición de las direcciones de la COB y de la FSTMB y el hecho de que se hubiesen integrado a CONADE, un inconfundible frente de la burguesía y abiertamente contraria a la línea política del proletariado, prueba que no marchaban a tomar el poder sino a apuntalar los planes electoreros de la burcuesía, PONADE la COB, la FSTMB, y los partidos de izquierda (excepción del POR) se encargaron de desmovilizar a las masas a fin de garantizar el cumplimiento del proceso electoral; hasta las demandas salariales y de mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo fueron postergadas hasta tanto no se posesionase el «gobierno constitucional”. El democratismo burgués fue allanando el camino del golpe gorila. ¿Y todavía se puede hablar de que los obreros y los campesinos estaban prestos a tomar el poder?

Que los franceses, acostumbrados a dividirse y subdividirse hasta por nimiedades y también a la gimnasia fusionista al margen de consideraciones principistas o programáticas eleven el grito al cielo porque el POR se escisionó bajo la dictadura de Banzer resulta un contrasentido.

Lambert y su Felipillo deben saber que el trotskysmo boliviano (el POR y no ninguna otra organización) presenta el caso excepcional y sorprendente de haber conocido solamente tres escisiones a lo largo de su existencia- la de 1938 contra los marofistas acerca de la naturaleza y estructura del Partido, la de 1954-55 con los pablistas alrededor del problema del carácter de la revolución boliviana y de la construcción del partido bolchevique y la de 1975 cuando se expulsó a los nacional-foquistas que plantearon una política burguesa en sustitución del programa del POR. Cuando se produjo la última escisión, a la que parece referirse el articulista, la dirección de la OCI encabezada por Lambert se lamentó de que no se le hubiese llamado a participar en la sanción dada a los nacionalfoquistas y publicó una resolución solidarizándose total e incondicionalmente con nuestra conducta. Los reparos que ahora ordenan suscribir a Felipillo caen sobre la cabeza del gran “lider del proletariado mundial» (el atrevimiento no tiene límites cuando está respaldado por la ignorancia!).
Esas escisiones fueron necesarias porque se trató de defender el programa revolucionario frente a los intentos revisionistas de gentes que de una u otra manera traducían las presiones que sobre ellas ejercitaba la clase enemiga. Así se ha forjado el POR, así se ha estructurado su programa, cuyo valor es indiscutible dentro del movimiento trotskysta mundial. Si en lugar de proceder así se hubiera sacrificado los principios para hacer posible el contubernio con los enemigos políticos, el POR hubiera desaparecido como partido revolucionario.

Los delincuentes con las manos en la masa

El programa y la política revolucionaria parten siempre de un pronóstico acerca de las grandes líneas por las que recorrerá el desarrollo de los acontecimientos. Si únicamente se busca dar respuestas aisladas a cada situación que se presente sin ninguna relación con una estrategia que siempre es de largo alcance, se cae en el empirismo y ese es el caso de la OCI y de los “trotskystas” franceses.

Un pronóstico de alcances programáticos sólo puede tener como punto de arranque el análisis marxista de la estructura económica del país, de sus contradicciones y de sus particularidades, cuya ignorancia no puede menos que obstaculilizar la fijación de la política revolucionaria. Una de las características bolivianas consiste en la inviabilidad de la democracia burguesa, en la imposibilidad de que en este país se del caso del parlamentarismo francés, por ejemplo. La explicación marxista de este hecho constituye uno de los firmes cimientos de la actividad trotskysta, de su fortaleza. Lambert y Felipillo creen que todo esto es agua de borrajas, algo que cae por su propio peso y que carece de trascendencia. ¿Por qué entonces no enunciaron ellos antes ese pronóstico los “herederos” de la sabiduría de Trotsky? Seguramente por perversos.

En ciertos momentos de la lucha política, durante el proceso electoral precedente, por ejemplo, el problema de la viabilidad o no de la democracia se convirtió en el punto capital y en esa lucha el trotskysmo mostró todo su peso, lo que le permitió ganar valiosas posiciones que ahora le sirven en el trascendental trabajo que viene realizando en medio de las masas y en las condiciones sumamente difíciles que imperan en Bolivia y no en los escritorios de los burócratas muy bien comidos y bebidos.

Lo que hemos dicho y hecho en Bolivia quita el sueño a los que se autoproclaman dueños absolutos y únicos de la IV Internacional. Todo pronóstico sólo puede ser valedero en lo que se refiere a las grandes líneas del desarrollo social y no en los aspectos tácticos o circunstanciales; sin embargo, nuestro anuncio de la inevitabilidad del golpe gorila acertó hasta en los aspectos formales: El Gral. García, cediendo a una serie de circunstancias proclama que su paso por el poder tiene la finalidad de crear las condiciones para el advenimiento de “una democracia participativa”, es decir, de corte occidental o burgués clásico. Explicamos muchas veces las razones por las que el gorilismo fascista estaba obligado a disfrazarse de democratizante, pero esto no es el fondo del problema, que radica en descubrir las razones por las que la propia evolución del país le conduce a conocer la democracia bajo la dictadura del proletariado. La política revolucionaria tiene que explicar las causas de la extrema inestabilidad y del caudillismo que dominan la historia boliviana y esto no puede obviarse con ayuda de los slogans mecanicistas que se difunden desde París. Lambert y su Felipillo están empeñados en demostrar que nos equivocamos en todo y para esto no dubitan en recurrir a deformaciones, ocultación de documentos y falsificación de ideas y escritos que luego cínicamente nos atribuyen. Los delincuentes han sido cogidos con las manos en la masa y no podemos menos que presentarlos desnudos de cuerpo entero.

El sabio Felipillo se toma la libertad de pretender refutar la política del POR con la ayuda de un simple y único reportaje periodístico, que pese a no haber sido su texto revisado por el dirigente del POR no ofrece mayores dudas. El derecho a la discrepancia es algo que no puede ponerse en duda, pero conlleva como contrapartida la obligación de que se citen correctamente las ideas del adversario y se conozca lo que hubiese escrito sobre el tema en discusión. Hay que acabar con el atrevimiento de los ignorantes de escribir incansablemente sobre lo que ignoran. Tomamos el texto español para que el porteño Felipillo (que habla, escribe y lee medianamente en dicho idioma) no nos salga con que todo se reduce a defectos de traducción. Cotejaremos lo que dice “Correspondencia Internacional” con lo que aparece en el Boletín de ALAI, que, repetimos, se publica en español:

—C.I.: “Creo que el golpe de Estado va a esforzarse por tener rasgos populares… Van a desarrollar la teoría de que el ejército interviene para aplastar una conspiración extremista y para defender la democracia… Ya dije que el golpe de Estado será para defender la democracia, que se trata de una democracia inédita y que el ejército tiene el papel de controlar el retorno progresivo a la democracia”.

-ALAI: «Ante la pregunta del periodista en sentido de si Banzer, que iba acumulando fuerzas, jugaría un rol importante en la política, se respondió: “Si… yo creo que este golpe va a tener ribetes populares. Y esto por una razón básica: si el golpe hasta ahora no se ha dado, es decir, no se ha consumado totalmente, sólo han tomado el mando del ejército que es fundamental (..se refiere a la destitución del Comandante Gral. del Ejército, Gral. Rocha y la designación en su lugar del Gral. García Meza, Red.), se debe al hecho de que aún tiene que ganar la venia del Dpto. de Estado. Y para eso (el Gral. García Meza, Red.) va desarrollando la teoría de que el ejército saldrá a aplastar la conspiración extremista para defender la democracia… (aquí CI suprime tres líneas que no alteran mayormente el sentido del texto, Red.).Para eso contará con una gran parte del nacionalismo, que actualmente se está unificando en un congreso, y García Meza está utilizando su cargo actual para movilizar a algunos campesinos en su favor y crear una Central Obrera diferente a la COB, que creo se llama Confederación Boliviana del Trabajo… (toda esta frase que ofrece ejemplos que explican la conducta gorila ha sido suprimida). Entonces este golpe será para defender la democracia; ya he dicho que él (García Meza, Red.) plantea una democracia inédita y que el ejército tiene la misión de ir controlando el retorno progresivo a la democracia”.
Se han subrayado las palabras y frases que han sido mañosamente sustituidas por otras para modificar el sentido de la declaración. La última frase (comenzando de “Entonces este” hasta “democracia”) ha sido totalmente modificada, compuesta de nuevo tomando algunas palabras del Boletín de ALAI y logrando así que cambie completamente de sentido. Lo más grave radica en que se ha suprimido la frase “ya he dicho que él” (pronombre para designar a García) y luego se agrega lo que tantas veces manifestó el dirigente porista y que más arriba del mismo reportaje se cita, de esta manera se le atribuye el pensamiento, los deseos y las frases del gorila golpista.

Lo que ha hecho Felipillo no es traducir defectuosamente o interpretar torcidamente el pensamiento o un escrito del dirigente porista, que todo esto puede ser discutible, sino que se ha dedicado a rehacer a su antojo lo que aparece en el Boletín de ALAI, de suprimir una frase para hacerle aparecer ocupando el lugar del Gral. García. Esto se llama una falsificación y así lo denunciamos públicamente. Lambert y su Felipillo dirán que les calumniamos o insultamos; no, hacemos otra cosa más concreta: los colgamos en la picota del escarnio por falsificadores. Los stalinistas deforman los hechos, ocultan documentos y así falsifican la historia, pero creemos que nunca se han atrevido a recomponer a su sabor un texto para atribuirlo al adversario, esto sólo se les podía ocurrir a los corruptos burócratas de la rué du Faubourg-Saint-Denis, calle en la que ciertamente nada es limpio.

Las Reivindicaciones democráticas

Felipillo cree llegada la oportunidad para exhibir su sabiduría tratándose de la “lucha democrática” y comienza confundiendo las grandes tareas democráticas con las garantías constitucionales, que apenas si son parte de aquellas y nos informa, sacando datos de su sola y pobre cosecha, que los bolcheviques nunca implantaron el voto privilegiado en favor del proletariado. Los escolinos saben que ese régimen electoral de privilegio imperó hasta la modificación constitucional hecha por Stalin. Bueno, todo les está permitido a los “Líderes del proletariado mundial”.

Cuando el MNR implantó su ley del voto universal (el POR había luchado por esta forma electoral mucho antes de que los nacionalistas hablasen de ella) nos correspondió demostrar su contenido conservador, incluso mucho más conservador que el de las propuestas hechos en el siglo pasado por la izquierda liberal. Uno de los rasgos de ese conservadorismo radicó en impedir que el proletariado tuviese expresión propia en el plano parlamentario. La vieja ley (elitista, ciertamente) al determinar los distritos electorales provincialmente y por excepción de acuerdo a la importancia de los centros de producción, permitía que las grandes concentraciones obreras (minas) tuviesen propia representación en el Legislativo, lo que en la práctica se convertía en voto privilegiado porque no tomaba en cuenta la proporcionalidad de la representación conforme a la densidad de la población. Fue en estas condiciones que logró una importante representación parlamentaria el Bloque Minero. Por otro lado, la lucha y la propaganda del POR, juntamente con lo que hicieron los trabajadores, han determinado que todos los sectores, incluidos los burgueses, reconozcan en el proletariado, particularmente en los mineros, a la clase fundamental y que no puede ni debe ser ignorada o aplastada cuando se trata de la decisión de los grandes problemas nacionales. Este es un invalorable capital de la clase y del trotskysmo, que sería absurdo desperdiciarlo. Si bien la lucha por el voto universal es progresista en general, esa lucha al concretizarse al caso boliviano puede traducirse en la conquista del voto privilegiado en favor del proletariado y que en la práctica se traduciría en el logro de que las grandes concentraciones obreras sean declaradas distritos electorales (en la actualidad los votos se computan por departamentos). Felipillo dice que planteamos una utopía, pero los hechos se encargan de señalar que el potentísimo caudillo mundial despatarra nuevamente. En 197o el POR participó en las discusiones con los otros partidos acerca de las modificaciones a introducirse a la Ley Electoral y planteó la tesis que viene sosteniendo desde 1956. Los partidos aceptaron dar ese trato preferencial a las minas en el caso de la elección de senadores y se negaron a extender la concesión a diputados por haber impedimentos constitucionales (esos partidos comenzaron declarando su sometimiento y respeto a la Constitución). El POR reiteró que su planteamiento no podía dividirse en esa forma y la concesión no se tradujo en ley por el boicot del PCM-L que se brindó a faccionar la reforma y nunca lo hizo. Si se volviese a tratar el caso cuando las masas sean capaces de hacer sentir su presión, con toda seguridad que la modificación tendría lugar. El planteamiento porista en materia electoral es inseparable de la concesión de la ciudadanía plena a la masa campesina, analfabeta en una gran proporción. ¿Sobre esto sabrán algo los burócratas parisinos?
Lambert y Felipillo, que son vulgares electoreros y que deliberadamente han archivado el objetivo estratégico de la dictadura del proletariado, están seguros que nosotros nunca luchamos por la vigencia de las garantías democráticas ni en el plano electoral.

Lo que hemos hecho, como buenos trotskystas, es utilizar la lucha por las garantías democráticas para movilizar y educar a las masas para que se aproximen al logro de sus objetivos históricos, hemos enseñado que la vigencia real de esas garantías sólo puede darse gracias a la imposición de las masas movilizadas. El error reformista consiste en quedarse en el planteamiento democratizante, en desligarse del objetivo estratégico. Con Lenin decimos que hay que utilizar la lucha parlamentaria para destruir el parlamentarismo burgués. En las tres últimas elecciones estuvimos presentes en la lucha electoral, inscriptos en la Corte y luchando porque los explotados voten por nuestra papeleta, con nuestras consignas y nuestra línea política. Esa participación ha servido para ayudar a las masas a superar su sometimiento a los dictados de la política burguesa. Eso de la abstención no es más que otro invento de los falsificadores.

En un mitin habido en Londres, un simpatizante del W.S.L. recordó a los asistentes que los ataques al POR de Bolivia se basaban en un texto falso. Moreno, que tanta devoción supo poner en su tarea de adorador de la parte trasera del peronismo, zanjó su objeción con el argumento de que todo se reducía a fallas técnicas en la traducción. Este hecho está poniendo en evidencia que la moral de estas gentes ha caído tan bajo que no dudan en poner tanto empeño en cubrir sucias falsificaciones. El cinismo nunca ha sido el arma preferida de los revolucionarios.

El ciclo nacionalista

Lambert y Felipillo vuelven a falsificar nuestros planteamientos. Nunca hemos dicho que de una manera inevitable las masas tienen que ser movilizadas primero por la burguesía nacional y que sólo después pueden seguir su propio camino. Refiriéndonos a Bolivia, no a todos los países, hemos indicado que el POR se encontró ante el hecho objetivo, que no podía modificar a su antojo ningún subjetivista del corte de los «trotskystas” burocratizados, de que las masas (obreros y campesinos, además de la clase media) fueron movilizadas por el gobierno nacionalista y tras la bandera de la liberación nacional (antiimperialismo). Cuando señalamos las tareas de nuestro trabajo dijimos que correspondía ayudar, con nuestra acción y nuestra propaganda, a los explotados a vivir de la manera más corta su experiencia dentro del nacionalismo y quo no bien éstos comenzasen a marchar con sus propios pies la burguesía sería obligada a dirigirse hacia las posiciones imperialistas (estábamos aplicando lo que enseñan Trotsky y el marxismo); este proceso es lo que llamamos el ciclo nacionalista. Mientras las masas estén dominadas por la burguesía, tanto ideológica como organizativamente, no es posible que se de la revolución proletaria. Luchar contra la burguesía en el caso que estamos citando, quiere decir arrancar a las masas del control ideológico y organizativo de aquella, lograr que sigan su propia política y estructuren su partido político. Eso es lo que hemos hecho en Bolivia sin esperar los consejos de Felipillo alguno. Esta conducta no sólo que es correcta sino que guarda conformidad con la teoría de la revolución permanente. Para confirmar su “tesis” Lambert y Cía. se atreven a sostener que el POR ayudó a la UDP y que se negó a combatirla. Esto es falso y absurdo y no merece ni siquiera el más ligero comentario.

En 1978 dijimos que si el FRA se constituía (lo que habría importado que el proletariado y las masas cobrasen su propia fisonomía y se diferenciasen de la burguesía) lo correcto sería dar tácticamente el voto por la UDP porque en ese momento se convirtió en la mejor opción opuesta al banzerismo. Esto es correctísimo y si una situación igual volviese a presentarse uno estaría obligando a seguir la táctica señalada. La clave consistía, sin embargo, en que el proletariado pudiese diferenciarse con nitidez de la burguesía democratizante, a fin de que la maniobra táctica no lo diluyese en el conglomerado nacionalista.

Cuando se refiere nuestro crítico a la Asamblea Constituyente demuestra que no sabe otra cosa que repetir mecánicamente las consignas que pueden encontrarse en los folletos de propaganda. Esa consigna, que fue levantada por la fascista FSB, no podía tener aplicación en Bolivia en 1978. El problema central para nosotros consistía en encontrar los mejores medios para afirmar la independencia de clase del proletariado que entonces se encontraba poderosamente influenciado por la burguesía en el campo electoral. Sería bien que Felipillo leyera lo que Lenin ha escrito sobre la aplicación de las consignas.

Alianza con el imperialismo

Parecería una exageración o una calumnia el extremo de que la dirección del CORCI, que ahora se ha autoproclamado nada menos que la IV I rediviva, no tiene el menor reparo en colocarse detrás de la burguesía imperialista. En la “crítica” al POR hay una preciosa confesión al respecto. Nosotros hemos sostenido y ahora reiteramos esta posición, que el internacionalismo, de donde arranca la fortaleza del proletariado boliviano, exige que los explotados del mundo entero, incluida Francia, se movilicen en apoyo de la revolución boliviana y de los luchadores que estamos en el campo de batalla. Felipillo y Lambert desde bambalinas, prefieren que esa labor sea cumplida por los gobiernos de los países imperialistas. Nadie puede poner en duda que para los gobiernos burgueses y la clase obrera y masas bolivianas el problema quemante se refiere a las relaciones entre los EEUU de N.A. y la nación oprimida. Se escandalizan que hubiésemos censurado a las direcciones sindicales británicas por haber pedido al gobierno laborista (no por laborista menos ejecutor de la política de la burguesía imperialista) que intervenga en los asuntos internos (gubernamentales) de un país que soporta la opresión del capital financiero. Lo más extraño es que Felipillo diga que la protesta del POR porque los gobiernos opresores meten las manos en la vida interna del país, concluye aislando al proletariado nativo. De aquí hay que deducir que esta clase social para fortalecerse debe ir del brazo de los opresores foráneos, esta tesis puede suscribirla en su integridad la burguesía imperialista. No. Secracia” imperialista correspondía a los revolucionarios defender a Getulio Vargas, esto cuando éste era tildado de fascista. Sí y lo repetimos con firmeza, repudiamos los intentos de Cárter y de Reagan de pretender colocar a “sus” gobiernos “democráticos” en lugar de los gorilas criollos, esta tarea corresponde a los explotados de este país y no a los gringos opresores. Si el SWP o los trabajadores norteamericanos se movilizasen para pedirle al reaccionario Reagan que intervenga en la semicolonia boliviana para democratizarla elevaríamos nuestra enérgica protesta y calificaríamos esa conducta de reaccionaria, pero les felicitaremos si paralizan a todo su país para apuntalar las huelgas de los obreros o impedir que los imperialistas envíen pertrechos y efectivos militares en el intento de doblegar a los explotados.
¿De dónde arranca tan colosal error de los “líderes del proletariado mundial”? Del hecho de que no han podido aprender hasta ahora la elemental lección de que es preciso saber distinguir con toda nitidez la diferencia que existe entre nación opresora y nación oprimida y comprender el particular rol que juegan las burguesías nacionales en esta época de desintegración del capitalismo y de presencia del proletariado como clase.
Fácil es comprender que los aliados de la burguesía imperialista concluirán después de todas las pantomimas unionistas que ejecuten, poniendo en pie una capillita de traficantes al servicio del imperialismo. Pero, es necesario desenmascararlos porque tienen el atrevimiento de invocar el nombre y el programa de Trotsky.

El por qué de la falsificación

La crítica desorejada de los Lambert y Cía. es extemporánea. El POR nunca ocultó su política y la OCI públicamente la apuntaló. Ahora, sin la menor autocrítica pasa al polo opuesto, lo que es oportunista, antimarxista y propio de bellacos.

Las falsificaciones que hemos señalado se explican por la desesperación que tienen los “trotskystas”, que en último término siguen la política de la burguesía imperialista, ante la pujanza que muestra el POR y cuya desaparición se apresuraron en denunciar no bien perdió las bendiciones del papa del Faubourg-Saint-Denis. Entre líneas se puede leer el propósito que tienen Lambert y Cía. de dividir al POR, creando en su seno una fracción lambertista o seguidora de Felipillo. Nos adelantamos a decirles a los burócratas que se están metiendo en una batalla que la tienen perdida de antemano. Ni las intrigas ni el soborno podían hacer nada en un Partido que posee un programa probado por los acontecimientos, cuadros revolucionarios bien formados y una tradición que no tiene manchas de traición o de corrupción burocrática. Se nos informa que Lambert estaría tramando sus sucias maniobras nada menos que con un elemento que él mismo se encargó de acusarlo de mantener relaciones con la policía; sin esperar consejo de nadie hace tiempo que a ese sujeto lo colocamos fuera de nuestras filas por haber cometido varios delitos contra la moral revolucionaria y por haber desertado del trabajo partidista durante la clandestinidad. No bien ponga los pies en Bolivia el sirviente de Lambert y Cía. nos encargaremos de ponerlo en cueros. Nuevamente diremos que no es casual que la burocracia de la OCI elija lacayos de semejante catadura.

Para finalizar, la victoria del proletariado boliviano y por tanto del POR no será impedida por los pataleos de todos los Lambert y Felipillos concebibles.

Marzo de 1981

Apéndice

Cuando este folleto estaba ya en prensa recién conocimos las tentativas de la OCI para apoyar la candidatura presidencial en Francia de Krivine (SU). No podemos dejar de hacer un pequeño comentario porque los documentos producidos por Lambert y Cía. no hacen más que confirmar parte de lo que hemos dicho más arriba.

Ciertamente que se puede apoyar a determinado candidato por razones tácticas, aunque su política sea equivocada. Diferenciarse con nitidez del candidato al que se apoya es mucho más necesario si la campaña electoral se toma como un medio para exponer ante las masas el programa partidista. En el “protocolo de acuerdo” presentado por la OCI, que finalmente fue rechazado, se dice que la candidatura de Krivine es nada menos que la candidatura de la unidad de la IV Internacional sobre la base del Programa de Transición. La OCI al apoyar al hombre del SU se identifica totalmente con el programa de la LCR para Francia, hace todos los esfuerzos por aparecer estrechamente soldada a los revisionistas del SU.

El grupo de Varga, los posadistas, Healy y sus seguidores invocan a su tumo el Programa de Transición, lo que debería, según la OCI, obligar a concluir que también son trotskystas revolucionarios. Lo que ciertamente también es absurdo.

La OCI idealiza el SU, olvida todo su revisionismo, su castrismo, su capitulación ante las nuevas vanguardias, etc., para proclamar que no hay mayores diferencias entre Krivine y Lambert. Es tiempo de preguntarse:¿ todos los grupos franceses que se reclaman del trotskysmo son revolucionarios? ¿Con todos ellos uno puede unirse? Repetimos que los franceses no han tenido el tino de concretizar el Programa de transición, que es el programa de la revolución proletaria, a su país. A la luz de esta experiencia hay que concluir que la escisión de 1952 fue una bagatela, sobre aspectos secundarios, por algo ahora los contendientes de antaño se esfuerzan por unificarse simplemente y a todo precio. La OCÍ está actuando como un grupúsculo oportunista y exitista: buscando la unidad por la unidad. Razón tenemos para decir que estas gentes no tienen nada de trotskystas y que son contrarrevolucionarios.

NOTAS
(1)  L. Trotsky, «Sobre la liberación Nacional», Ed. Pluma, 1976, p.67
(2) «The Militant», 21/12/1930.
(3) Roberto Guinney había nacido en Inglaterra y se había educado en San Petesburgo -Rusia- en la época de Alejandro II. Vuelto a Inglaterra conoció allí al líder del «new unionism», Tom Mann. Emigró luego a Argentina, donde ingresó al PC en 1923. Fue secretario de su sector de lengua rusa y ucraniana. Dirigente del PCRA (de Penelón). (Datos tomados de «The Militant», cit.) Los nombres de los militantes del CCO-ICA, que hemos podido localizar son: R. y M. Guinney, Camilo López, «Juana», Ostrosvsky y Manulis.
(4) Mateo Fossa en «La Opinión», «Mateo Fossa, el argentino que estuvo con Trotsky», 9/1/72.
(5) Robert J. Alexander, «Comunism in Latin America», Rutgers University Press, New Jersey, 1957, p.160. También Emilio J. Cor-bióre, «La fundación del Partido Comunista» en «Todo es Historia». 106, Marzo 1976, Buenos Aires.
(6) «Breve reseña del movimiento cuartainternacionalista argentino», Ed. Acción Obrera , Bs.As. 1941.
(7) «Boletín de Oposición», Febrero de 1933, Bs.As. — y «Esbozo de historia del P.C. Argentino», citado por J.A. Ramos, «Historia del Stalinismo en Argentina», Ed. Coyoacán, Bs. As. 1962, p. 31.
(8) «Breve reseña»…»
(9) Idem.
(10) Tribuna Leninista», Número 1 Bs.As., Diciembre 1933.
(11)  Idem, Número 7, Octubre 1934.
(12) Idem, Número 1
(13) «Nueva Etapa», Número 1, Rosario, Agosto 1933.
(13a) En el número 6 de «N.E.», David A. Siburu, quien era su principal redactor junto con Gallo (el grupo «N.E.» se asienta principalmente en Rosario), sostiene:»en los actuales momentos, vociferan sin ton ni son contra el radicalismo, es servir al fascismo y a la reacción que se han encumbrado sobre su derrota», en alusión a «Tribuna Leninista»,Citado por la LOR en Análisis esquemático de las posiciones doctrinarias frente^ a los problemas nacionales sostenidas en su desarrollo por el movimiento cuartainternacionalista argentino» (sic). Ira. parte, «Los Maestros», Bs.As. Agosto 1941.
(14) «T.L.» número 7
(15) Ramos, op. cit. 85.
(16) Carlos Silveyra, «El Comunismo en Argentina», CPAACC, Bs.As 1936, p. 255.
(17) Ramos, op. cit. p. 123. Sería un error deducir que Ramos considera entonces una organización política como existente cuando ésta supera los 30 militantes. Más bien debería pensarse que piensa tal cosa cuando su caja supera los 30 dineros.
(18) «Análisis esquemático…»
(19) Idem
(20) «La Opinión» cit.
(21) Alexander, «comunism…’, 165
(22) «La Opinión» cit. Los editores de «Pluma,» se equivocan cuando presentan a Fossa como «formando parte del primer grupo trotskista de la Argentina»(L.T. cit. p. 71). Fossa se incorpora en el período relatado.
(23) Arturo Jauretche, «FORJA y la Década Infame», Ed .Mar Dulce, 1969, Bs.As. p. 123
(24) «Análisis esquemático…»
(25) Idem.
(26) Quebracho, «Cómo salir del pantano”, Ed. Acción Obrera Bs.As. 1939 , p.8
(27) Rogelio García Lupo, P-ólogo a «Masas y Balas», de Lebodón Garra, Ed. de la Flor, Bs.As. 1974, p.7
(28) Jean Jacques Marie, «Le Trotskisme», Flammarion París 1977, 93
(29) «La Opinión» ci., y «Cómo salir…» p.10
(30) «Cómo salir…», 11.
(31) «La Opinión», cit.
(32) Miguel Medunich Orza, «Los intelectuales de izquierda vistos por un obrero», Ed. Astral, Bs.As. 1970, p.38
(33) Robert J. Alexander, «Trotskysm in Latin America», Hoover University Press” Stanfors University, California, 1973, p.53.
(34) Medunich Orza, op. cit., 41. Miguel es Oscar Posse, Mecha es Mecha Bacall, Marga es Margarita Gallo, hermana de Antonio Gallo, Angélica es probablemente Angélica Mendez, dirigente sindical docente men-docina, ex militante del PC escindida con los «chispistas», ligada a Raurich y con seguridad al trotskismo, profesora universitaria (en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires), llamada «La Negra».
(35) «La Argentina frente a la guerra mundial”, Ed. Acción Obrera, Bs.As. 1940
(36) Idem
(37) FORJA: Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. Grupo de jóvenes de la Unión Cívica Radical, que propugnan una orientación nacionalista que continúe y supere los límites del «Irigoyenismo» —Irigoyen es el presidente radical tumbado por el golpe de 1930. Enfrentados al ala conciliadora de Alvear. Participan de FORJA Jauretche, Dellepiane, etc. Se inspiran en las obras del escritor nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz. Algunos forjistas se integrarán porteriormente al peronismo. Fueron acusados de mantener relaciones con algunos sectores nazis.
(38) Liborio Justo, «Estrategia Revolucionaria», Ed. Fragua, Bs.As., 1957, p.77
(39) «Estrategia…», 85 y 86.
(40) Idem, 79 y 80.

Guillermo Lora (Secretario General del POR boliviano)


Argentina: La situación política

Política Obrera

 

I Publicado en “Política Obrera” número 320

La situación política se caracteriza por una acentuación de la tendencia a la disgregación de la dictadura militar. Su evidencia es la descomposición del frente unido de los explotadores que sostuvo al golpe militar en 1976. Esto significa que el actual régimen político ha entrado en contradicción con una de sus condiciones principales de existencia, que es, precisamente, el frente unido de la patronal. De esta manera, para todo un sector de los explotadores la permanencia de la dictadura comienza a dar pura pérdida, esto ya que difícilmente pueda seguir bloqueando un reanima-miento de las masas, mientras que, de otro lado, no logra parar la ola de quiebra ni se revela capaz de adoptar un verdadero plan de rescate económico de la burguesía.
El proceso de disgregación de la dictadura se expresa en otro hecho muy importante, en el desplazamiento que ha habido en la base de la dictadura de Videla a Viola. Bajo Videla, la manija la tenía un sector del capital financiero, que, en cierto momento, llegó a entrar en choque con la burguesía nacional. Bajo Viola, el centro se ha desplazado hacia el gran capital industrial y agropecuario, que, por el momento, no ha entrado en un choque abierto con los agentes directos del imperialismo. Pero este choque está planteado, dada la enormidad de la crisis, en relación a cómo va a ser distribuida entre los diferentes sectores capitalistas.
Pero, un gobierno que a su enfrentamiento estructural contra las masas une la perspectiva de choques más o menos serios con el capital financiero internacional, es un gobierno tendencialmente débil. Este hecho se revela ya en la incoherencia de sus planes económicos y en la lentitud para decidirlos. El plan Sigaut es insuficiente para reactivar la economía, pero es suficiente por demás para disparar una fenomenal carestía. Se trata de un plan de caos, pues descompone aún más el proceso de acumulación capitalista y agrava hasta el paroxismo las condiciones de las masas. Este plan subvierte las condiciones impuestas por Martínez de Hoz a los trabajadores, pues destruye, con la fabulosa carestía que desata, los métodos de reajuste salarial retrasado implantados en los últimos cinco años.
La crisis económica ha acentuado, y no debilitado, la dependencia de la burguesía nacional respecto del imperialismo. El endeudamiento externo y la potencial cesación de pagos colocan a la burguesía argentina como un deudor en quiebra frente a los acreedores extranjeros. Por eso los primeros pasos de Viola fueron renegociar el plan económico con el imperialismo yanqui, viajando a los Estados Unidos. El resultado se aprecia en el plan Sigaut, que deja en manos de la gran banca la refinanciación pedida por la burguesía industrial y agraria, y que evita lanzar un amplio plan de reactivación.
El problema político que plantea la disgregación del frente burgués que sostiene a la dictadura, es que ésta no puede gobernar como lo venía haciendo, es decir, sobre la base del inmovilismo y la represión. Las designaciones de Viola plantean una tendencia hacia la «institucionalización”, que sirva para repartir las responsabilidades del mantenimiento de la dictadura y que ofrezca una mayor utilización del aparato del Estado a la burguesía nacional.
La “institucionalización”, sin embargo, debe superar dos escollos: la tendencia de la crisis económica hacia el agravamiento y la oposición cerrada de la casta militar. La primera obstaculiza la posibilidad de una conciliación de intereses entre los diferentes sectores de explotadores y, en particular, entre el imperialismo y la burguesía nativa. Pero la “institucionalización” sólo puede marchar si existe una convergencia entre ambos. La casta militar, dado su fabuloso compromiso con las decenas de miles de crímenes, no acepta otra garantía de su impunidad que un gobierno digitado por ella misma.
Es esta contradicción la que debe hacer estallar, en nuevas condiciones, el antagonismo entre el ejecutivo y la Junta Militar. El primero está obligado a tomar en cuenta las presiones de la burguesía y la que va emergiendo de las propias masas, mientras que la Junta expresa el espíritu de casta de los militares. Detrás del inmovilismo de la Junta están también los Alsogaray y Martínez de Hoz, que esperan de la presente crisis la oportunidad para retomar el ejercicio directo del poder.
La debilidad del gobierno, la enormidad de la crisis económica y la crisis del régimen Junta-ejecutivo, plantean la inminencia de una crisis política general. Desde el punto de vista de la dictadura, esta crisis se ha de mover entre estas dos alternativas: reversión hacia un régimen superduro o formación de un gobierno bonapartista. Este último significa que Viola u otro caudillo militar toman a su cargo el disciplinamiento de las tendencias opuestas en las fuerzas armadas y en la burguesía, para lo que puede llegar a apelar a una cierta demagogia de masas o “democratizante”. Un gobierno bonapartista buscaría salir de la crisis económica con medidas de excepción. De esta manera, la vía para una salida de «institucionalización” o más directamente «democratizante” no puede hacerse efectiva de inmediato, pues tiene que pasar por esta crisis política.
Los partidos políticos burgueses no se han transformado, en la presente crisis, en el canal principal de la burguesía, como ocurrió con la Hora del Pueblo en 1970. Su actuación sirvió como un elemento auxiliar de la agitación que la burguesía promovió para alterar el plan de Martínez de Hoz. Esta mediocridad de los partidos burgueses es la consecuencia de que el peronismo no representa un canal profundo de ilusión de las masas y de que el reflujo en que éstas aún se encuentran, lleva a la burguesía a evitar los «remedios heroicos” de las elecciones, en favor de una convergencia con la casta militar.
Existen evidencias de que el caos económico y el fracaso político de la dictadura ya están provocando un nuevo reanimamiento de masas, pero no limitado a ciertos sectores del proletariado. La movilización de los familiares de los desaparecidos y su transformación en un centro de la política nacional y en un punto de convergencia para diferentes sectores de trabajadores, es la expresión más visible de esta recomposición. Pero en el movimiento sindical la multiplicación de luchas victoriosas es también un síntoma claro.
En relación a esta actuación de conjunto, la burocracia sindical se ha revelado como uno de los sectores más conservadores, incluso por referencia a la propia burguesía (que realizó algunos paros). La propia CGT de Miguel responde a esta caracterización. Se ha estructurado, no como un recurso defensivo contra la dictadura (en tal caso se hubiera centrado en la lucha contra la ley de asociaciones profesionales y contra el «Martinazo”) sino como un auxiliar propagandístico del frente burgués anti-Martínez de Hoz y de Isabel Perón. No ha organizado un solo sector del movimiento obrero y en el gran conflicto de La Cantábrica mostró que está jugada en el sentido contrario. La burocracia sindical no es una víctima sino una beneficiaría de la desorganización de la clase: sin esto no estaría usufructuando de los privilegios de que sigue gozando. Las “normalizaciones” de las regionales son, en su mayoría, pura cáscara. Lo que esta planteado es la organización real de la clase obrera, desde la fábrica.
La lucha contra el plan Sigaut y la lucha por los reclamos democráticos está planteada ahora como el centro de las preocupaciones de los trabajadores. Esto significa que las reivindicaciones motoras son: el mínimo de 200 millones, y el aumento de 80 millones; la oposición a todo despido, por jornadas reducidas sin mengua del salario; por un seguro
para todos los desocupados; por la aparición con vida de los detenidos-desaparecidos. Estas reivindicaciones deben llevar a las dos grandes consignas del momento: delegados en todas las secciones y fábricas, masificación de los comités de familiares y pro-familiares en todo el país. En la lucha por delegados es necesario plantear la reivindicación de la plena garantía para su elección y funcionamiento. Es exactamente el momento de que, por el fracaso de la dictadura y la incorporación de otras clases al enfrentamiento con el gobierno, se presenta la mejor oportunidad para un impulso gigantesco de organización de la clase obrera.
Un lugar especial lo ocupa el movimiento estudiantil, que no puede sino reflejar la situación cambiante en la burguesía y en la pequeña burguesía. Los síntomas de reanimamiento y confianza son, en el estudiantado, muy claros. Se abre, por esto, una etapa de organización masiva de los centros, no como organizaciones electoralmente representativas (por el momento), sino como organizaciones de combate. La fracción stalinista de la dirección de la FUA es el centro de oposición a esta lucha, esto porque sabe que no va a ganar sino que va a perder en influencia en una situación de organización amplia y de lucha del movimiento estudiantil. Para los stalinistas se trata de no perder el monopolio del “diálogo” con la dictadura, no permitiendo al movimiento estudiantil un progreso propio. Hay que combatir a este sector y concentrarse en comités procentro que reúnan el más amplio frente único. Así se recuperará la FUA.
La crisis de la dictadura y la perspectiva de una lucha generalizada de los trabajadores vuelven a darle un carácter acuciante a las consignas relacionadas con una movilización de conjunto contra la dictadura militar. Se vuelve a plantear la pertinencia de la consigna de Asamblea Constituyente democrática y soberana por dos motivos: porque le disputa a los partidos “democratizantes” su planteo de convergencia con la dictadura, en función de un «diálogo” o «institucionalización” -lo que tiene enorme importancia en la lucha por orientar a la clase media e importantes sectores obreros; y porque orienta en bloque al propio proletariado a concentrar su lucha por reconquistar sus derechos políticos y de organización. La ventaja de la consigna de Constituyente democrática y soberana sobre otras consignas que también puedan referirse a una lucha para echar a la dictadura, estriba en que permite plantear, aún en el terreno democrático, la cuestión de destruir los fundamentos sociales y económicos de la constante militarización del país, uniendo así la agitación democrática con la relativa a la revolución social. Esto es esencial en la presente etapa de desarrollo político de la clase obrera.

II Publicado en “Política Obrera” Numero 321
La crisis política ha proseguido su trabajo en profundidad en todo el mes de mayo. Por primera vez, las oficinas de rumores, que se alojan en instituciones poderosas del Estado, plantearon la inminencia de una caída de Viola. Desde que este fuera nombrado, hace 8 meses, por la Junta Militar, en estas páginas se anticipó, explicó y se sacaron las conclusiones del proceso de disgregación de la dictadura militar.
La situación presente comporta varios factores.
Se puede decir que, al cabo de dos meses, se ha quebrado el frente de sustentación del gobierno de Viola (el que, a su vez, era una recomposición de la ruptura del frente que había sostenido a Videla hasta 1980). Esta quiebra se revela en el completo agotamiento de las medidas económicas de Sigaut. No sólo las tendencias de la crisis económica en lugar de detenerse se han agravado; existe, además, una persistente fuga de capitales, bajo tolerancia oficial, que demuestra que el nuevo plan económico no tiene el aval, ni es un factor de unificación de la burguesía. El dólar ya ha disparado a los 4.000 pesos, y se verifican salidas de divisas que llegan a los 300 millones de dólares diarios.
La quiebra del frente burgués nucleado en torno de Viola tiene su expresión en la inminente crisis de gabinete. Oxenford y Aguado, de un lado, estarían enfrentados a Sigaut y García Martínez (éste desató toda una crisis declarando a «La Nación” que el país está al borde del colapso, lo que Economía se cuidó de no desmentir); el centro de la discrepancia sería que los primeros querrían implantar alguna suerte de control de cambios para : 1) evitar que los pesos se transformen en dólares; 2) que, de esta manera, una mayor inyección de créditos haga bajar las tasas de interés, y no como ahora, que sirven para financiar la salida de divisas, la que provoca la escasez de dinero en el mercado interno.
A esto se le ha dado en llamar «romper por completo con el esquema de Martínez de Hoz”. No es, ciertamente, así, en tanto los bancos y financieras gocen de su actual libertad; a partir de esto seguirán las huidas clandestinas de capital y se formará un mercado negro.
Según algunos comentaristas, esta crisis de gabinete se resolvería en contra de Sigaut. Parece lo más probable, desde que Frondizi ha declarado que hay que seguir apoyando a Viola. Toda la fragilidad del nuevo gabinete se vería retratada en el hecho de que tendría por eje precisamente, al desarrollismo.
Los Martínez de Hoz y Alsogaray siguen siendo los ejes de los ataques al gobierno de Viola, actuando desde la trinchera de la gran banca y el imperialismo. Los cambios económicos, desde 1976, les han dado un enorme poder desestabilizador, pues controlan los principales medios financieros y sectores industriales y latifundistas decisivos. Tienen aliados poderosos en la Junta. Están estimulando el caos y dejan que se agoten las experiencias contrarias, puesto que pretenden volver con todo, a caballo de un enérgico endurecimiento militar. Juegan con fuego, y esto demuestra la hondura de la división interburguesa.
El estrechamiento de la base social de Viola se entrelaza con una tendencia a chocar con el propio imperialismo. Pareciera que la “luna de miel” que le prometiera Reagan a Viola, en marzo pasado, se acabó. El reajuste de la política económica introducido por Viola y la perspectiva de que se establecerían restricciones al gran capital, en especial bancario, sería, de por sí, una causa poderosa para tal deterioro.
Pero a esto se le agregan problemas fundamentales de política exterior. Ya se sabe que ésta es una continuación de la política interior. Como Viola se ha distanciado del equipo de Martínez de
Hoz, no podía continuar con una política exterior ligada a los aliados internacionales de aquél. Cuando Videla viajó a Brasil, en 1980, propuso, contra viento y marea, un pacto anticomunista en el Cono Sur. Ahora Viola se reúne con Figueiredo y se definen contra todo tratado de este carácter. Viola está buscando una alianza con el ala militar pro apertura de Brasil. Para «La Prensa» Viola y Figueiredo firmaron una declaración tercermundista (!).
Pero en la entrevista con Reagan, Viola había prometido una integración militar estratégica con Estados Unidos.
Lo menos que se puede decir es que esto parece congelado. Reagan prometió terminar con la demagogia de los derechos humanos, y esto tampoco se dio, pues el senado yanqui ha vuelto a condicionar la ayuda militar norteamericana a la publicación de la lista de los desaparecidos. Esta lista es un pretexto para desestabilizar a Viola.
Las variantes diplomáticas introducidas por Viola (y el desarrollista Camillión) se superponen a la diplomacia realmente imperante, que es la de los Estados Mayores Militares. Esta situación se añade, entonces, como otro factor de crisis, entre la Junta y el presidente.
La quiebra en el frente burgués de apoyo a Viola, por un lado, el nuevo frente de choques abierto con el imperialismo, son los dos grandes factores explosivos que se han añadido en los últimos 40 días a la crisis de la dictadura. (La crisis con la Corte se inscribe en esta situación).
Los partidos políticos burgueses han comenzado a desesperarse, ya que ven que la crisis y una caída de Viola pueden liquidar las posibilidades de una “institucionalización” conversada con la dictadura. En lugar de abandonar el barco y presentarse con una perspectiva propia ante las masas (forma de reconstruir una autoridad alternativa a la de las fuerzas armadas en crisis) se inclinan al apoyo a muerte a Viola, en especial el desarrollismo y la mayoría del peronismo. Pretenden así fortalecer a Viola contra la fracción anti-institucionalista, cuando lo que hacen, en realidad, es hacerse arrastrar a la crisis de conjunto de la dictadura, en mayor medida que como lo han venido haciendo desde el 76. Así trabaja la historia, como el tope socavando inexorablemente todas las bases del presente régimen capitalista. (N° sólo de la dictadura).
La agudización de la crisis plantea 3 los explotados y a los revolucionarios sus propias responsabilidades. Estas son- ampliar la agitación para terminar con la dictadura, poniendo como centro d® este movimiento las reivindicaciones democráticas y la convocatoria de un3 Asamblea Constituyente soberana y democrática.
27 de mayo de 1981

III Publicado en “Política Obrera” 322
«El que a hierro mata, a hierro muere . En 1976 la burguesía argentina y el imperialismo le “fabricaron” al gobierno peronista una salvaje crisis de balance de pagos, una colosal inflación y una virtual huelga impositiva. En las tertulias de los oligarcas se festejaba la proeza de quienes habían ostensiblemente retenido los aportes previsionales, especulado al alza del dólar y remarcado inconsiderada-mente los precios. El golpe militar se montó sobre la subversión de la burguesía. Pero los patrones escupieron para arriba, porque de aquella desorganización económica nace la bancarrota actual; de aquel sometimiento a los acreedores extranjeros, la actual deuda externa; de aquella indexación de los beneficios y congelamiento de salarios, la actual crisis de sobreproducción. De aquel sabotaje a las finanzas públicas, el monstruoso endeudamiento actual del Estado. Los militares que se sentaron en el poder a favor del caos y la crisis económica, se reencuentran con la crisis económica como artífice de una crisis de poder. La camarilla militar se alzó con el Estado gracias al auxilio de una “huelga financiera», otra “huelga financiera”, pone a la orden del día la descomposición del régimen militar. Las leyes de la historia son más agudas que el filo de las bavonetas.
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La burguesía argentina está en bancarrota. Esta bancarrota es un producto del propio capitalismo. La política de Martínez de Hoz no inventó la crisis, es la crisis la que explica el plan de Martínez de Hoz, cuya finalidad principal era descargar la crisis concentradamente sobre los trabajadores. La especulación es el propio modo de existencia del capital; no se ve cómo podría ser de otra manera cuando la economía no funciona sobre la base de un plan central. La política de
Martínez de Hoz exacerbó esa tendencia propia del capital, esto porque pretendió acelerar el proceso de monopolización de la producción en beneficio de la gran burguesía. Los Greco, Oddone, Sasetru, Garovaglio Zorraquín, Tornquist, etc., se lanzaron de lleno a centralizar el dinero de los depositantes para comprar empresas en crisis y montar enormes conglomerados. La búsqueda de la tasa mayor de beneficio los llevó a endeudarse a 30 días e invertir esas deudas en activos fijos. La propia especulación que propiciaron con la finalidad de aplastar a los grupos más débiles los hizo sus víctimas, ya que en ningún momento se logró modificar la situación de que el 80 por ciento de los depósitos bancarios dejara de estar a 30 días. El rápido estallido de la crisis refleja la dependencia y la insolvencia estructurales de la industria argentina: un débil mercado interno y falta de mercados exteriores propios, falta de capital propio genuino (el de la mayor parte de la industria está contablemente inflado) y una dependencia fantástica de los créditos. El famoso «cepo cambiario” (sobrevaluación del peso), chivo emisario de la crisis, es una consecuencia de la crisis, no la explica. Hasta fines de 1978 no hubo cepo sino pico (subvaluación) y la producción industrial cayó estrepitosamente en 1978. La insolvencia de los bancos y truts que luego se fueron a pique, estaba ya planteada antes de la tablita cambiarla. Para evitar la crisis bancaria Martínez de Hoz tuvo que fomentar la constante expansión del crédito (interno y externo) y la emisión de moneda; la tablita se “inventó” para contrarrestar la inflación así creada, mediante un déficit del comercio exterior (salen dólares, se absorbe circulante). Como quiera que los bancos se hundieran, la inflación estalló, ya que el Banco Central emitía para pagar los depósitos. Se acentuó el cepo cambiario, pero esto ya no explica nada, porque la crisis era un hecho. Como lo prueba lo hecho por Sigaut, la bancarrota era insoslayable cualquiera fuera la política cambiaría. A mechados del 80, el «Economic Survey” sentenció muy justamente: “si se devalúa quiebra medio país, si no se devalúa quiebra la otra mitad”.
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La presente catástrofe económica es responsabilidad principal del actual gobierno, ya que podía (teóricamente) haber tomado medidas que frenaran la crisis. Estas medidas eran, fundamentalmente, la nacionalización de la banca, el control de cambios, el congelamiento de los precios y aumento de los salarios. Se hubiera parado así la evasión de divisas, la inflación y la carestía. El Estado hubiera procedido a reorganizar a la industria, mediante una investigación de sus operaciones comerciales. Con este solo control, hubiera cesado la evasión impositiva. La reactivación de la demanda hubiera parado la desocupación. Viola-Sigaut han elegido la línea de la intocabilidad de la banca, tolerando, con esto, el mayor negociado de toda la historia. Han reventado el mercado de consumo, al mantener la libertad de precios; los salarios industriales cayeron un 20 por ciento entre abril y julio; la desocupación pasó de quinientos mil a un millón de personas. Se ha dado libre curso a la depresión industrial. Al mismo tiempo se ha establecido un subsidio sin precedentes a la renovación de créditos con el exterior, mediante la garantía del tipo de cambio de 3.300 pesos por dólar durante 18 meses. Se ha emitido un redescuento para socorrer industrias por el canal de los bancos, dinero que fue usado para especular con la devaluación del peso. Bajo la presión de la crisis, el actual gobierno militar supera por lejos al anterior en la postración de la dictadura ante el capital financiero. La afirmación de que lo que ocurre es a causa de la “herencia”, es una miserable impostura de los partidos burgueses, para quienes el enemigo es siempre aquél que no tienen enfrente.
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De la crisis se ha pasado a la depresión, es decir, a una caída vertical de la producción y del empleo. La desvalorización del peso y los subsidios del gobierno han relanzado una feroz carestía. La cesación de pagos frente al exterior es inevitable. El déficit del Tesoro llega a valores que superan el record histórico. Sesenta bancos están en liquidación y otros 120 están en la fila; una gran parte de la burguesía industrial y agraria se ha declarado en quiebra. Las cifras de quebrantos también son históricas. El gran capital imperialista comienza a hacer ofertas para llevarse a precios de remate bancos o industrias. La perspectiva general es de acentuación de la bancarrota económica.
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La crisis y la bancarrota han quebrado la unidad de la burguesía y la unidad política de la dictadura. El nuevo gobierno no ha encontrado una fórmula de compromiso entre la burguesía industrial y agraria en crisis y el gran capital bancario, nacional e internacional. La oposición entre la Unión Industrial y Sigaut, respecto al bono de refinanciación industrial, traduce la violenta oposición entre esos intereses. La fragmentación del frente burgués se acentúa día a día y lo mismo ocurre con el frente militar. Los oficiales retirados, la Marina y siete jefes de la fuerza aérea, han protagonizado incidentes que revelan la división militar. Está planteada una crisis política mayor que, en las condiciones de la dictadura, significa una crisis de régimen político, una crisis de poder. Lo que está planteado para los explotadores es una alteración de rumbo de la dictadura, incluso su suplantación. La base del gobierno de Viola se ha reducido en extremo y no cuenta con el apoyo de ningún sector que no esté conspirando por otro lado; la división del gabinete es completa. Está planteada la posibilidad del golpe militar.
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El régimen militar ha perdido la iniciativa política, pero conserva el poder. Esa iniciativa tiende a ser tomada por los elementos descontentos de la burguesía y por los políticos democratizantes. Pero este bloque no tiene el poder, ni lucha por él. La iniciativa que la situación les ha puesto en las manos les quema como brasa ardiente. La multisectorial convocada por la UCR se configura como una línea auxiliar de Viola contra un golpe de derecha, y no como una alternativa autónoma. Los partidos burgueses han vuelto a sacar sus cabezas de las cuevas, lo que era previsible ante la emergencia de la crisis, pero sus planteos están por debajo de los ya bien cobardes de 1969-73. Procuran un puente con la dictadura, quiere decir que le ceden a ésta la iniciativa para salir de la crisis. Depurado de su palabrerío, la función de la multi es encadenar al proletariado detrás del espejismo democrático. Como variante final pueden actuar como sustitutos si se produce un desplome de la dictadura. La agudeza de la presente crisis económica es lo que hace improbable de que prevalezca una línea de “institucionalización”. A nivel de los mandos militares, las posiciones de este tipo son todavía minoritarias. Los explotadores tienen que zanjar sus diferencias en relación a cómo salir de la crisis, antes de empeñarse en un curso de “institucionalización”. No existe un frente militar unido detrás de esta variante, sino una completa falta de acuerdo sobre el rumbo político. Está planteada la variante de una “bolivianización” golpista de la dictadura.
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La crisis se procesa como una dura pugna interburguesa, porque el proletariado no ha pasado a ocupar su lugar en el escenario político. Todos los cambios tácticos de la dictadura respecto al peronismo, al conjunto de los partidos y a la burocracia apuntan a bloquear una movilización obrera. Los cinco años de reflujo y represión, sumado a la desorganización económica y a la desocupación, son el material que usa la burocracia sindical para bloquear la presencia de la clase obrera. La mayoría de los burócratas cree todavía que se podrá controlar al proletariado, como lo muestra la conducta de Torres en el paro del SMATA, la alevosa colaboración de la CNT con la dictadura y el sabotaje de Lorenzo Miguel a la llamada jornada nacional.
Es indudable que no se está más en una situación contrarrevolucionaria, pero todavía está por verse qué nueva situación emerge de ella. Dada la hondura de la crisis, una intervención de masas del tipo 1969-73, producirá una clara situación revolucionaria. Si la dictadura y sus aliados logran mantener aislada la lucha de la clase, si no se manifiesta un enérgico repunte de la pequeño burguesía, puede pasarse a una situación de descomposición económica Insta que la crisis toque su fondo, esto en un cuadro de convulsiones políticas interburguesas.
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Este cuadro de conjunto de la situación política plantea una primera consiana de fierro: luchar contra el aislamiento de la resistencia obrera, orientarla hacia una lucha de conjunto, volver a poner a la orden del día, entre los métodos de lucha, el paro activo, la movilización callejera, la ocupación conjunta de fábricas, la huelga nacional. En la presente lucha obrera, los sindicatos tienen una enorme importancia, pero no ocupan la misma posición dirigente que en el pasado. La burocracia ha sido cómplice con la liquidación de las organizaciones de fábrica y está mucho más lejos de la presión de las masas. Por eso es importante que en luchas como las del SMATA, que envuelven a varias fábricas, se propugne la formación de comités de huelga de los representantes de las fábricas en lucha. Puede ser muy importante un trabajo preparatorio en este sentido, organizando interfabriles de uno o varios sindicatos. Una función de este tipo pueden cumplir las CGTs regionales, allí donde estén más vinculadas a las fábricas. Toda iniciativa de lucha debe ser aprovechada para poner en pie los cuerpos de delegados; en este sentido vale como consigna de agitación la de plenarios de delegados abiertos de todas las fábricas que se elijan donde no los hay.
El ritmo agudo de la crisis y de los despidos plantea la ocupación de fábricas, tendencia que ya está en marcha. Pero hay que plantear la ocupación conjunta de las fábricas, contra el aislamiento. La consigna de seguro al parado puede ser útil para la organización de los desocupados y la organización de marchas de obreros sin empleo.
El problema es cómo las masas han de asimilar la crisis; pero la función de un partido revolucionario es orientar a que lo hagan de un modo positivo y ayudar a que sorteen los obstáculos que se ponen en ese camino. A cada manifestación de la tendencia de las masas a intervenir hay que plantear el paro activo nacional.
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La lucha contra la dictadura debe atraer a todas las clases que son víctimas del régimen presente. No es esto lo que está en discusión con los reformistas o demócratas burgueses. Lo que está en discusión es quién lidera esta lucha, lo que equivale a determinar cuáles deben ser sus objetivos. Lo que está planteado es la lucha por acabar con el régimen militar y conquistar la libertad política irrestricta. Esto quiere decir, hacer efectiva la soberanía popular. Significa: a) libertad a todos los presos políticos y a los condenador por los consejos de guerra, disolución de éstos; b) aparición con vida de los compañeros desaparecidos, castigo a los secuestradores y criminales; c) elecciones libres, sufragio universal; d) carácter electivo de todas las funciones públicas y judiciales, posibilidad de revocación por demanda popular; e)derechos políticos y sindicales para soldados y suboficiales, elección y promoción de los mandos militares por sufragio universal, disolución de la policía de seguridad y de los servicios de informaciones de las fuerzas armadas,adiestramiento militar gratuito para la población; f) completa libertad de organización de partidos y sindicatos. Hacer vigente la soberanía popular significa acabar con la dictadura y convocar a una Asamblea Constituyente Democrática y Soberana, sobre las bases expuestas.
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La catástrofe económica plantea:
a) nacionalizar la banca; b) suspender el pago de la deuda externa; c) detener los juicios contra los pequeños propietarios; d)investigar los libros de las empresas; control obrero de la producción y la banca; e) plena ocupación mediante un reparto de las horas de trabajo disponibles; f) aumento del 100 por ciento de los salarios; congelamiento de precios, g)   plan de reactivación industrial a cargo de una conferencia nacional de comités de control obrero.
10 de julio de 1981