A 50 años de la muerte de Aramburu

A 50 años de la muerte del general Pedro Eugenio Aramburu, el 29 de Mayo de 1970, en el primer aniversario del Cordobazo y en el Día del Ejército. Las crónicas de los diarios hablan de su ejecución, cómo lo secuestraron, dónde lo tuvieron, quiénes eran los responsables de la acción, etc. Y discuten si fue un crimen, asesinato o un acto de justicia. La derecha quiere presentar este hecho como el inicio de la violencia política.

El militar había sido presidente entre 1955 y 1958 de la “Revolución Libertadora” como se autocalificaron quienes dieron el golpe contra Perón en 1955. Desde sectores del peronismo la llamarían “fusiladora”.

Poco se habla del papel que jugó el movimiento Montoneros en la historia y la importancia que tuvo ese hecho en su nacimiento y popularidad.

El foco en la muerte, en sus detalles mórbidos o en el juego de los cadáveres, que incluye robos e intercambios (Evita, Aramburu, Perón) oscurece el análisis de la importancia del hecho.

Rechazamos la idea de que ese hecho es un comienzo de la violencia. Tampoco podemos decir que la violencia comenzó con los bombardeos sobre civiles en Plaza de Mayo en junio del 55 con cientos de muertos y de heridos, ni con el golpe militar de septiembre contra un gobierno elegido por el voto y respaldado por la mayoría. Los golpistas “libertadores” se justificaban diciendo que estaban derrocando a un tirano, a un dictador.

La violencia está en la raíz de la sociedad, en la explotación y opresión sobre la gran mayoría de la sociedad, en el antagonismo de una minoría privilegiada poseedora de todos los medios de producción y una mayoría desposeída, empujada a la desocupación, la miseria, el hambre. Esa minoría puede mantenerse en el poder sólo por medio de la violencia. Violencia que costó la vida de miles de obreros desde principios de siglo cuando la clase empezaba a ponerse de pie (los 1° de Mayo, en los Talleres Vasena, en la Patagonia, en los quebrachales). Violencia con la que se extendieron los territorios para la oligarquía liquidando y esclavizando a los pueblos originarios. Hipocresía siniestra de los medios de comunicación y sus escribas que repiten una y otra vez qué es violencia y cuando habría nacido y “cómo se debe hacer política”.

No cabe duda que Aramburu personificaba la violencia de aquel golpe, los bombardeos, los fusilamientos, la proscripción y persecución política del peronismo que ya en ese momento sumaba 15 años. Para la mayoría de los trabajadores, el golpe había derrocado su gobierno. Por eso la muerte de Aramburu causó un impacto de simpatía en buena parte de la población, aunque también de desconcierto en un primer momento porque nada se sabía de sus ejecutores.

En el marco general de la situación aparecían la Revolución Cubana, Vietnam, el Mayo francés, los levantamientos en Europa del Este, y en nuestro país se había producido un hecho de una importancia extraordinaria: el Cordobazo, exactamente un año antes. En ese acontecimiento la clase obrera argentina empezaba a recorrer un camino de independencia política, luchando contra la dictadura de Onganía con sus propios métodos, pasando por encima de la burocracia sindical y la complicidad del peronismo con ese régimen. Levantamiento popular que se replicaría luego en otras ciudades. La clase obrera era protagonista e hizo populares a numerosos dirigentes obreros como Tosco.

¿Por qué es tan importante tener presente este escenario? Porque objetivamente la aparición de un grupo armado con capacidad y decisión de secuestrar y ejecutar nada menos que a Aramburu permitió que un sector de la clase obrera, de las clases medias, de la juventud, prestara atención a ese fenómeno, se desviara del rumbo que había iniciado. La aparición de los grupos armados constituyó un factor de distracción y bloqueo de aquel rumbo. Frente a la huelga general con levantamientos de masas que se enfrentaban con el aparato represivo y habían hecho tambalear a la dictadura -que pretendía instalarse en el poder durante 30 años- y que había abierto una nueva etapa en la situación política aparecía un fenómeno nuevo y audaz que creían podría reemplazar y superar la organización y acción de las masas.

Un importante sector de la vanguardia obrera, intelectual y juvenil fue encandilado con las ideas de que se podía acelerar la revolución y que el camino era la lucha armada por medio de grupos bien entrenados, con pertrechos suficientes, y mucho coraje, capaces de decidir por su cuenta que acciones realizar, sin tener en cuenta la maduración política de las masas, su humor, sus procesos.

Este es el aspecto que más nos importa destacar de la muerte de Aramburu, del surgimiento de Montoneros, de quien nadie tenía noticias que existiera. Objetivamente fue un factor de bloqueo y confusión, por lo tanto jugó un papel reaccionario desde ese punto de vista. El fusil y la metralla, las acciones espectaculares y heroicas, no son revolucionarias en sí mismas. Si la estrategia a que responden no es revolucionaria, es decir proletaria, esa violencia será no revolucionaria y hasta reaccionaria. Si su perspectiva es reformista las armas no la cambian, apenas la ocultan.

Pese a contar con un importante respaldo popular Montoneros fue una organización foquista, con una estructura y un programa ajenos a la evolución política de la clase obrera.

A tal punto aquella acción estaba al margen de la maduración política de las masas y su vanguardia que daba por cierta la sospecha de que era un ajuste de cuentas entre fracciones militares. El Cordobazo había abierto una disputa en el régimen militar sobre cómo encontrar una salida política a la crisis.

Rechazamos a los “mal arrepentidos” que en nombre de autocriticarse de su militancia foquista renuncian a la violencia, volviéndose vergonzosamente democratizantes, defensores a ultranza del régimen de la democracia burguesa que pretenden mejorar y profundizar. El problema no son las armas ni la violencia, el problema es el programa, la estrategia política detrás de la cual se encolumnaron, pretendiendo encontrar otro sujeto histórico distinto de la clase obrera. En el proceso de construcción del partido revolucionario es necesaria una autocrítica severa de la trágica experiencia de los años ´70. La vanguardia y las masas tenían una voluntad y predisposición de lucha únicas y se desaprovechó esa oportunidad histórica.

 

También contribuyeron a esa tragedia la izquierda pacifista, partidaria de la coexistencia pacífica, de que había que desarrollar al país en términos capitalistas para que luego maduraran las condiciones para la revolución socialista. Una izquierda que fue cómplice de la oligarquía en el ´45 y en el ´55. El foquismo aparecía como una superación de esa izquierda miserable, de las direcciones conciliadoras del peronismo y también de todas las corrientes de la burocracia sindical que se consolidaban relacionándose con las patronales y los gobiernos de turno.

 

Este es el aspecto que más nos interesa de este hecho que marca el nacimiento de Montoneros. Analizar objetivamente cómo sirvió para bloquear el avance político de la clase obrera. Que sus fundadores provenían de la derecha católica y que algunos de sus dirigentes más encumbrados como Galimberti y Montoto se hayan asociado públicamente con la CIA y los servicios de inteligencia desde los ´80, no nos permite afirmar que desde el origen esta organización haya sido una creación de los servicios. Como toda organización movimientista, con ambiguas definiciones políticas, fue infiltrada hasta la médula por la represión.

 

Destacamos la presencia de abnegados y valiosísimos cuadros políticos en esta organización, dispuestos a dar la vida por sus convicciones, muchos de los cuales cayeron ante la represión salvaje. Un capital político lamentablemente perdido ya que eran parte de una vanguardia que había procesado las duras luchas políticas y sociales que desde fines de la década del ’50 se radicalizaron en nuestro país y el mundo.

 

(nota de MASAS nº 372)