El “impuesto a las grandes fortunas” (si alguna vez se aplica) no resolverá los problemas de las grandes mayorías

Un fuerte rumor recorre las instituciones parlamentarias del país. Pareciera que en cualquier momento aparecerá el tan “temido” impuesto a las grandes fortunas con el que el Frente de Todos viene amenazando desde principios de abril a toda la opinión pública. Fue Yasky el primero en arremeter con la “amenaza” (06/04/2020), mostrando el alineamiento de la burocracia sindical repodrida con el Gobierno Nacional. Con la llegada del visto bueno de Alberto Fernández “una herramienta útil para afrontar la lucha contra el coronavirus y las dificultades del presente con la solidaridad de los que más tienen” (14/04/2020), fueron Carlos Heller con Máximo Kirchner los que se convirtieron en los abanderados del nuevo “impuesto” (curioso llamarlo “impuesto”, teniendo en cuenta que se realizaría por única vez), poniendo todo su esfuerzo en la conformación final del proyecto. Pareciera ser no cuestión de días, sino de horas para que la promesa se haga realidad y aparezca – finalmente – presentado como Proyecto de Ley. Pero pasados dos meses de ese primer amague, aun no se deciden.

 

BAJO EL MANDATO DEL FMI Y EL IMPERIALISMO

 

El impuesto a las grandes fortunas, a la riqueza o a la renta (o cualquiera de las variantes que puedan presentarse), no es una innovación argentina. A pesar del servilismo demostrado por un importante sector de los partidarios del Frente de Todos, y sin balancear la notable demora para la realización de las promesas incumplidas, la experiencia histórica otorga abundante material para examinar.

 

Muchos se han posicionado sobre dicho impuesto. Señalado, por un lado, como amenaza capaz de hacer tambalear la estructura misma del capitalismo en la Argentina, el FMI despeja todo tipo de temores. Vitor Gaspar, quien se desempeñaba como Director del Departamento de Asuntos Monetarios del FMI en 2017, sostuvo que “Hay espacio fiscal en los países avanzados a aumentar los tipos impositivos máximos en las rentas más altas sin que ello frene el crecimiento económico”. El Director nos revela la concepción que subyace esta observación: “una desigualdad excesiva puede hacer desmoronarse la cohesión social, conducir a una polarización política”. Está claro que este impuesto actuaría para el FMI como salvataje para un régimen social en descomposición, intentando evitar artificial e inútilmente nada menos que la lucha de clases.

 

La “peronizada” Directora General del FMI, Kristalina Georgieva ahonda en la posición imperialista. En un artículo presentado en enero de este año señalaba que “la progresividad de los impuestos es un aspecto fundamental de una política fiscal eficaz” capaz de multiplicar “las oportunidades para las comunidades y las personas que han estado quedando rezagadas”. Más allá del engañoso argumento utilizado, los impuestos a los más ricos son una política fondomonetarista evidente.

 

En la misma línea, este impuesto fue impulsado en el 2019 por la senadora del Partido Demócrata Elizabeth Warren con el indisimulable apoyo de nada menos que Bill Gates: “Hemos actualizado nuestro sistema tributario antes para estar al día con la evolución de los tiempos, y tenemos que hacerlo de nuevo, empezando por aumentar los impuestos de personas como yo”. Es decir, Bill Gates, la segunda mayor fortuna del planeta, reclamando impuestos contra los “Bill Gates”. Y quien quizás mejor ejemplifica la concepción burguesa es el economista Tomas Piketty, famoso por enarbolarse con la lucha frente a las desigualdades, sin tocar la base material que la origina. Veamos lo que marca: “El impuesto progresivo es un método relativamente liberal para la reducción de la desigualdad, en el sentido de que la libre competencia y la propiedad privada son respetadas (…) No es casual que los Estados Unidos y Gran Bretaña (…) adoptaron sistemas más progresivos que la mayoría de los países”. Esto muestra que los principales interesados en erigirse como caudillos del impuesto son quienes más conscientes están de dar un poco para no perderlo todo. Ahondemos entonces en la experiencia de la principal potencia capitalista.

 

LA EXPERIENCIA YANQUI

 

A principios del siglo XX Estados Unidos vivía un desarrollo colosal de su potente industria y comenzaba a levantarse como la principal potencia capitalista mundial. Los magnates capitalistas concentraban riquezas como nunca antes había conocido la historia de la humanidad. Theodore Roosevelt se convertiría en presidente en 1901 despertando simpatías en un sector importante de la población por su aparente lucha contra aquellos magnates: “Es importante combatir los problemas relacionados con las enormes fortunas que se han amasado, algunas de las cuales han superado los límites saludables” llegó a pronunciar como primer mandatario, al tiempo que imponía un impuesto del 15% a las rentas más altas del país.

 

Woodrow Wilson llegó a la presidencia de aquel país en 1913 utilizando esa vieja carta demagógica: “el impuesto a las rentas”. En las vísperas de la finalización de la Primera Guerra Mundial llegó a elevar las tasas transitoriamente al 77% sobre las ganancias capitalistas. Fue Franklin Delano Roosevelt (primo de Theodore) quien luego de la crisis del 29 y habiendo llegado a la presidencia, impuso el “New Deal” como intento para salvaguardar al capitalismo yanqui. Entre sus puntos salientes se encontraba nada menos que el aumento de impuestos a las rentas y el impuesto a la herencia. Estos impuestos llegaron a superar el 80% durante la década del 40. Finalmente Dwight Eisenhower en la década siguiente llevó dicho impuesto a su pico histórico de más del 90%. Resumiendo, Estados Unidos había apelado sistemáticamente a dichos impuestos, y no como una forma de minar las bases capitalistas, sino más bien para apuntalarlas. ¿Podrá realizar Alberto Fernández ese objetivo en la Argentina?

 

EL IMPUESTO EN LA ARGENTINA

 

La actual crisis agudizada por el Coronavirus actualizó imprevistamente el debate sobre el impuesto a las grandes fortunas. Una infinidad de proyectos a lo largo y ancho del planeta fueron dándose a conocer: “Podemos” en España, Boris Johnson en Inglaterra, el Partido Demócrata de Italia, picaron en punta… o más acá en Latinoamérica los ejemplos del PT brasilero, el MAS de Bolivia, el Partido Comunista de Chile, han anunciado presentaciones similares. Incluso el centrismo electoralista argentino ha entrado en la tentación de “su” propio “verdadero” impuesto a la riqueza (ver más adelante). Pero fue Rusia quien tomó la delantera a fines de marzo para imponer el impuesto del 13% a los intereses bancarios generados a quienes tuviesen saldos de más de un millón de rublos (algo más de 13.000 dólares actuales).

 

El “inminente” proyecto de Carlos Heller y Máximo Kirchner cosechó no solo furibundas críticas de quienes creen verse erróneamente amenazados, sino también amplio respaldo. En consonancia con la concepción del FMI, desde la UCR Ricardo Alfonsín sumó rápidamente su adhesión:  el impuesto serviría para “paliar los sufrimientos que enfrentan los más desprotegidos”. Proyecto Sur de Pino Solanas nos aclara que “cuando las naciones poderosas sufrieron graves azotes, han recurrido a establecer contribuciones sobre las grandes fortunas”.

 

Desafortunadamente no se conoce todavía la precisión del mismo, pero Heller ha señalado los lineamientos generales del “ambicioso” proyecto. El piso elegido para las grandes fortunas ha sido de 200 millones de pesos, pretendiendo con esto abarcar un total de 12.000 personas físicas. Con esto la recaudación promete ser de unos 3.000 millones de dólares, destinándose a “la asistencia de trabajadores de las Pymes más castigados por esta pandemia… a las personas que viven en los barrios vulnerables y a la adquisición de insumos sanitarios”. Para limar los contornos aclara que será “solidario y por única vez”. Lo “ambicioso” del proyecto no condice con la exigua suma proyectada a recaudar y el corto alcance del mismo.

 

¿QUÉ POSIBILIDADES HAY DE MATERIALIZAR ESTOS OBJETIVOS?

 

La idea subterránea que gira en sus cabezas parte de una distribución anti-democrática de la riqueza en la Argentina (y en el mundo) y se aboca a intentar resolverlo dentro de los marcos del sistema de producción capitalista. Resulta interesante observar lo que dice el descompuesto Partido Comunista argentino, integrado con armas y bagajes al Frente de Todos, aclarando que dicho impuesto “para nada modificaría el estado de injusticia vigente”.

 

Luego de haber destinado alrededor del 2,6% del PBI en el Ingreso Familiar de Emergencia y la Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP) entre otros planes para intentar hacer frente al contexto mundial de la pandemia, queda claro que no hubo ninguna mejora sustancial, sino todo lo contrario. Semana a semana la situación es más desesperante. La miseria crece, la pobreza recrudece, la desocupación avanza y los $10.000 del IFE o el pago de parte del salario por el Gobierno (sin garantía de continuidad), revelan una amarga y cruda realidad: son impotentes incluso para amortiguar la crisis que avanza implacablemente. El tan anunciado “impuesto a las grandes fortunas” que busca recaudar esos 3.000 millones de dólares (menos del 1% del PBI) no está en condiciones de actuar como dique de contención para la marcha arrolladora de la crisis. Comienza a quedar claro que dicho impuesto no se establecerá (si es que algún día lo hace) más que como maniobra demagógica incapaz de resolver cualquiera de los objetivos planteados, es decir ninguno de los problemas fundamentales del país. Al fin de cuentas el impuesto es solo charlatanería reaccionaria.

 

(nota de MASAS nº 373)