150 años de la Comuna de Paris – Introducción

Comenzamos la campaña con una exposición de los principales hechos históricos y fundamentos marxistas de la revolución proletaria que dio lugar a la Comuna de París en 1871. Entre el 18 de marzo y el 28 de mayo, el periódico Massas publicará documentos, artículos y notas sobre la Comuna.

El 18 de marzo de 1871 tuvo lugar en París la primera revolución proletaria de la historia en tomar el poder y establecer un gobierno de los oprimidos. La Comuna duró sólo 74 días y terminó con un baño de sangre sin precedentes por parte de los verdugos burgueses de Versalles. La burguesía y la aristocracia reaccionaria de toda Europa se horrorizaron, no sólo por la osadía de los trabajadores, sino por el profundo significado que ello representaba: una amenaza sobre el reino de explotación de las clases dominantes. La Iglesia se unió al coro de los carniceros y maldijo el impío intento de los comuneros de establecer un gobierno cuyo propósito era la liberación de la clase obrera.

La Comuna de 1871 abrió la era de las revoluciones proletarias en el siglo XIX. La idea de que la clase obrera pudiera tomar el poder con las armas en la mano, y dar lugar a un gobierno independiente de la burguesía, era insoportable para los conservadores burgueses, y las más diversas autocracias monárquicas. Mientras duró, la Comuna despertó un odio furibundo de los capitalistas, que se volvió, igualmente, contra todas las organizaciones de la clase obrera y, en particular, contra la Asociación Internacional de Trabajadores (I Internacional), bajo la dirección de Marx. La sangrienta derrota no consiguió borrar de las cabezas más esclarecidas de la clase obrera, al contrario, reforzó la idea ya contenida en el Manifiesto Comunista, de que la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores. Las revoluciones del siglo XX que expropiaron a la burguesía, como la Revolución de Octubre, no hicieron más que reafirmar la lección principal de la Comuna: la clase obrera no puede llegar al poder sino a través de la revolución social; y su dictadura de clase no es más que la transición a una sociedad sin clases, el comunismo.

Es cierto que en el siglo y medio que nos separa de la Comuna, los trabajadores de todo el mundo han sufrido un retroceso inaudito, en medio de una brutal descomposición del capitalismo. Sin embargo, sus tareas y sus problemas ya no son los mismos. La época en la que los trabajadores sólo idealizaban la posibilidad de llegar al poder, en la que la idea de la revolución y del gobierno obrero no era más que una lejana utopía, ha quedado atrás. Hoy, partimos de un punto más alto (con la amplia experiencia de los estados obreros), aunque nuestro objetivo sigue siendo el mismo. Conmemorando el sesquicentenario de la gloriosa y heroica Comuna, tenemos el deber de luchar por superar la crisis de dirección revolucionaria (abierta con la traición del estalinismo), y restablecer los lazos rotos de la lucha de clases internacional.

 

Guerra en una ciudad sitiada

La Comuna de París fue un resultado directo de la guerra franco-prusiana de 1870-71, relataban los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels. La guerra emprendida por Prusia contra Francia tenía como uno de sus objetivos despertar el espíritu nacional alemán y unificar los numerosos ducados y principados, bajo el liderazgo prusiano, en la moderna Alemania. La estrepitosa derrota del ejército francés en Sedán, y la inesperada captura del propio emperador, Luis Bonaparte, hicieron inevitable la proclamación de la república (el 4 de septiembre de 1870), como un paso necesario para la rendición.

Las dificultades militares de la guerra contra Prusia habían llevado al gobierno de Francia, todavía en tiempos de la monarquía, a aumentar el contingente de la Guardia Nacional, de 60 a 254 batallones. Esta Guardia Nacional no era más que la tradicional milicia formada por civiles que, en tiempos de paz, se dedicaban a garantizar el orden y la vigilancia urbana. Al menos 200.000 parisinos se alistaron en la Guardia en plena guerra franco-prusiana. Su ampliación como «mal necesario», creó un problema interno y suplementario para la burguesía: el armamento del proletariado. Según Engels, «a efectos de defensa, todos los parisinos aptos para tomar las armas entraron en la Guardia Nacional y fueron armados, de modo que los obreros formaban ahora la gran mayoría«. La recién proclamada república burguesa, bajo la dirección de Thiers, Jules Favre y Picard, sin tropas y sin esperanza, desmoralizada y rodeada por el enemigo, capituló, sin oponer resistencia. Las indemnizaciones de guerra exigidas por Bismarck serán duras. Iban desde la cesión de las provincias de Alsacia y Lorena y el pago de 200 millones de francos, hasta el desarme completo de los soldados y la apertura de París para que sus tropas desfilaran en honor al emperador Guillermo I. Las humillantes condiciones de paz impuestas por Prusia no pasarían sin despertar el odio entre los trabajadores de París, y el sentimiento contrario a la rendición.

El gobierno burgués republicano sabía que la reacción armada del pueblo, y el riesgo de rechazar a los ejércitos prusianos de los alrededores de París, representaría un enorme riesgo para la propiedad privada burguesa, sobre todo cuando ésta estaba prácticamente desarmada, y los obreros de París en posesión de cañones y ametralladoras. El 28 de enero de 1871, el gobierno de Thiers capituló y aceptó las condiciones de la derrota. Se entregaron fortificaciones, se desarmaron trincheras y las pocas tropas oficiales pasaron a ser prisioneros de guerra. Inmediatamente el gobierno hizo recaer sobre las masas las indemnizaciones (moratorias, alquileres y deudas que debían ser pagadas de inmediato, así como la eliminación de los sueldos de la Guardia Nacional), pero fue el intento de desarmar a la Guardia, la mecha que provocó la explosión del levantamiento.

 

18 de marzo: los trabajadores imponen la Comuna

El desarme de la Guardia, ordenado por Thiers, equivalía al desarme del proletariado. En la mañana del 18, comenzaron los primeros combates. Las tropas del general Lecomte se negaron a disparar contra la multitud y se rebelaron. Lecomte y el general Clément Thomas fueron detenidos y fusilados. Thiers, horrorizado, huyó de París a Versalles. París quedó en poder de la Guardia Nacional. El 26 se celebraron las elecciones de 92 consejeros comunales y el 30 de marzo se estableció formalmente el gobierno obrero.

Entre sus primeras acciones, dice Engels, «la Comuna abolió la conscripción y el ejército permanente, y proclamó a la Guardia Nacional, a la que debían pertenecer todos los ciudadanos capaces de tomar las armas, como único poder armado.» Marx, que escribió un brillante análisis de la Comuna, en su Guerra Civil en Francia, dirá que: «la Comuna estaba formada por consejeros municipales, elegidos por sufragio universal en los distintos barrios de la ciudad, responsables y revocables en cualquier momento. La mayoría de sus miembros eran naturalmente obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna debía ser, no un órgano parlamentario, sino operativo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo.» Esta fue la gran lección de la Comuna, que permitió a Marx vislumbrar «la forma política finalmente descubierta, a través de la cual se podía realizar la emancipación económica del trabajo«. En otras palabras, la Comuna reveló, por primera vez, que la clase obrera no podía apoderarse de la máquina estatal burguesa ya establecida, sino que, por el contrario, tendría que destruirla, y construir su propio estado obrero, para poder gobernar. Son conocidas las numerosas medidas adoptadas por el gobierno revolucionario: separación de la Iglesia y el Estado (fin de la injerencia de la Iglesia en las escuelas -incluida la retirada de los símbolos religiosos- en los asuntos públicos, y fin de la subvención pública a la Iglesia; salario medio de un obrero a todos los empleados públicos de la comuna; elecciones de todos los cargos administrativos, judiciales y docentes, con revocabilidad de la titularidad; supresión del trabajo nocturno, protección del trabajo femenino, etc.

 

La ausencia del partido revolucionario y la sangrienta derrota

A pesar de la variada composición de los grupos, el liderazgo de la Comuna estaba prácticamente en manos de los blanquistas, partidarios de las acciones pustachistas, apoyados por una minoría bien preparada militarmente. Formaban la mayoría entre los concejales, y en el CC de la Guardia Nacional. Los proudhonianos, entonces miembros de la AIT, constituían el ala minoritaria, aunque tenían una influencia decisiva en la mayoría de los decretos económicos. Marx observó con ironía que en la dirección política de la Comuna, blanquistas y proudhonianos llevaron a cabo exactamente lo contrario de lo que defendían en sus formulaciones teóricas. Esto sólo se explica por la presencia masiva de los explotados, que dictaron las medidas desde las condiciones concretas de la lucha. Sin embargo, la Comuna no tuvo tiempo de poner en práctica la mayoría de sus medidas. Cometió errores brutales, como la no expropiación del Banco de Francia (cuando tanto el dinero como los medios materiales empezaban a escasear), la falta de esfuerzo para llevar la revolución al resto del país (como en Lyon y Marsella), la ausencia de un programa agrario, que permitiera el apoyo de los campesinos, y la negativa a marchar a Versalles y aplastar la contrarrevolución. Errores que expresaban en parte la presión de las capas pequeñoburguesas, que esperaban un acuerdo con la gran burguesía, y en parte la incapacidad del proletariado de someterlas férreamente a su autoridad. Mientras la Comuna luchaba en ausencia de centralización política y militar, así como de magnanimidad hacia el enemigo, la reacción unificada logró el apoyo de la Europa monárquica, y un acuerdo con Bismarck para la liberación de decenas de miles de soldados, prisioneros de guerra, con el objetivo de aplastar a la Comuna.

Batallas sangrientas barrio a barrio, calle a calle, en las barricadas, y con el fusilamiento sumario de los presos comuneros fue impuesto por la «canallada burguesa» a la Comuna. El 28 de mayo cayó el último foco de resistencia; la Comuna fue liquidada, y el precio, en vidas obreras, se estima en 20.000 muertos.

Los bolcheviques, y sobre todo Trotsky, en su evaluación de la Comuna, destacaron la ausencia del partido revolucionario como el principal factor que condujo al aplastamiento de la revolución. Entre todas las debilidades de la Comuna, la ausencia de una dirección revolucionaria, que sepa perfectamente lo que quería, resultó ser la mayor y más fatal. El proletariado de París, desde 1848, no había logrado forjar una dirección probada en años de preparación y lucha, armada con un programa y métodos claros, que preparara firmemente la revolución.

En el 150 aniversario de la Comuna, rendimos homenaje a los revolucionarios y a los miles de trabajadores que cayeron defendiendo la causa de la emancipación humana. Ha pasado mucho tiempo desde 1871. Entre su época y la nuestra hay ya un largo intervalo de tiempo, rico en grandes experiencias, que no han hecho más que poner de manifiesto el carácter bárbaro del capitalismo agonizante, lleno de guerras, epidemias, hambre y desesperación. En nuestro tiempo, es urgente que la vanguardia de clase dirija sus energías hacia la construcción del partido marxista-leninista-trotskista. La forma más noble de honrar la memoria de los mártires de la Comuna es levantar en alto la bandera del Partido Mundial de la Revolución Socialista -la IV Internacional- y luchar junto a los explotados para enterrar el dominio de la burguesía imperialista.
(nota de MASSAS nº632 – POR Brasil)

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