Brasil: Como combatir el hambre y la miseria

Tercera carta del partido obrero revolucionario a los trabajadores y la juventud oprimida

Por donde comenzar

La barbarie capitalista ha avanzado hasta tal punto que las instituciones de la burguesía se ven obligadas a exponer la gravedad de la situación. Las direcciones sindicales, los movimientos y las corrientes de la izquierda fueron sacudidos por las repercusiones de la miseria y el hambre multiplicadas en el último período, especialmente en este año y tres meses de pandemia. Se abrió un debate institucional en el Congreso Nacional. Se activó la Comisión de Seguridad Social y Familia de la Cámara de Representantes. Estuvieron presentes capitalistas, como el presidente de la Asociación Brasileña de la Industria Alimentaria (Abia), y representantes del movimiento de pequeños agricultores.

El interés por el problema del hambre fue despertado con los «Datos de la Encuesta Nacional sobre Inseguridad Alimentaria en el Contexto de Covid». La publicación del estudio «Efectos de la pandemia sobre la alimentación y la situación de la seguridad alimentaria en Brasil» tuvo gran repercusión. La prensa informó de ello, exponiendo los asombrosos datos y la conclusión de que la miseria y el hambre crecieron enormemente a lo largo de la pandemia. El Congreso Nacional y la prensa tuvieron que reconocer la explosión del desempleo y el subempleo, así como los altos precios de los productos de la canasta básica. El desempleo, el subempleo y la inflación forman una combinación catastrófica.

¿Cómo puede un país soportar la disminución de la población activa ocupada de 93,7 millones a 85,9 millones; el aumento de 78,3 millones a 90,9 millones de personas sin trabajo? ¿Cómo van a soportar la mayoría asalariada y el gigantesco contingente de desempleados y subempleados la subida del 57% y el 51%, respectivamente, del arroz y el feijao? El desempleo y el subempleo aumentan, los ingresos laborales disminuyen y la inflación de los alimentos alcanza niveles altísimos.

Aquí está la primera evidencia del aumento de la miseria y el hambre. Aquí están las primeras explicaciones del hecho de que «116,8 millones de brasileños viven con algún grado de inseguridad alimentaria y 19 millones se enfrentan al hambre en el último trimestre de 2020. Los analistas y politiqueros de la burguesía llegan hasta donde las estadísticas lo indican. Como no pueden llegar al fondo de las causas, buscan justificaciones limitadas a las políticas económicas y sociales del gobierno burgués de turno. El problema fundamental estaría en las «políticas públicas». Esto sin duda tiene que ver con el empobrecimiento generalizado de las masas y el crecimiento acelerado de la pobreza y el hambre. Un ejemplo discutido es el de la ayuda de emergencia, todo el mundo estaba contento con los R$ 600,00 que llegaron a 66 millones de brasileños, incluyendo las direcciones sindicales que lo consideraron una victoria. Es evidente que su disminución – primero a R$ 300,00 y luego a un promedio de R$ 230,00, abarcando a 39 millones de brasileños – impacta en una masa humana desempleada y subempleada. Si un gobierno es pródigo en programas de asistencia, está claro que aparece como más preocupado por la miseria y el hambre que uno que disminuye su espacio en el presupuesto. También se puede considerar el peso de la situación económica. Si hay un crecimiento considerable, el desempleo y el subempleo disminuyen, lo que en sí mismo hace posible que más familias tengan algo que comer, aunque sea insuficiente. Si hay crecimiento económico e inflación estable, este impacto es aún más palpable. En caso de declive económico y de presiones inflacionistas, la pobreza y la miseria avanzan. Esto es lo que está ocurriendo en este momento.

La posición del gobierno y del Congreso Nacional de reducir el margen de bienestar social contribuyó a agravar la miseria. Pero no es la causa. En este mismo sentido, bajo el gobierno de Lula, y en parte de Dilma Rousseff, los indicadores de pobreza, miseria e inseguridad alimentaria se redujeron, hasta el punto de que la ONU retiró a Brasil del Mapa del Hambre. Pero esto no significaba llegar a la raíz de la causa. El reformismo creó la ilusión de que el hambre se eliminaría gradualmente. No por casualidad, este argumento está ganando fuerza política en medio de los desastres de los gobiernos de Temer y Bolsonaro. El reformismo no puede admitir que en las condiciones de profunda crisis económica, ningún gobierno burgués pueda sostener un gasto considerado elevado -según los criterios de la administración burguesa- destinado al asistencialismo. Basta con ver el cambio que se produjo en el segundo mandato de Dilma Rousseff.

La gigantesca deuda pública y la pesada carga de los intereses comprometen una gran parte del presupuesto. Los tentáculos de este pulpo forman parte del bloqueo de las fuerzas productivas y, en consecuencia, de la extensa miseria de la mayoría oprimida. Ninguno de los críticos de Bolsonaro se atreve a atacar la sangría del Tesoro Nacional, provocada por la deuda pública. El peso de la deuda pública en la política económica se traduce, en diferentes grados, en crecimiento o declive económico. Para comparar gobiernos y políticas económicas, es necesario considerar los factores en su conjunto, en las condiciones particulares del momento. Sobre todo, con respecto a la pobreza, la miseria y el hambre. Los datos muestran, sin duda, que la política antinacional y antipopular de Bolsonaro es un factor que empeora las condiciones de existencia de la mayoría oprimida, golpeada por la pandemia, los despidos y las reducciones salariales. Lo que hay que cuestionar es el argumento de que basta con cambiar la orientación gubernamental de las llamadas políticas públicas, para luego enfrentar las heridas más mutilantes y mortales que afectan a los explotados. Esta utilización electoral debe ser desenmascarada, denunciada y combatida, ante el proletariado y demás trabajadores.

La CUT, en su convocatoria a la manifestación del 29 de mayo, recurre a esta explicación, afirmando que «la población enfrenta un alto desempleo y el drama de que nuestro país vuelva al Mapa del Hambre de la ONU, después de que logramos salir de este triste cuadro en gobiernos anteriores, que adoptaron políticas públicas de inclusión social«. Puede que la ONU haya retirado a Brasil del Mapa del Hambre, pero eso no significa que, en realidad, el hambre haya dejado de mutilar a amplias capas de la población. Este juego propagandístico electoral no puede ocultar que el aumento o la disminución del hambre expresa, sobre todo, la situación económica del momento y las condiciones de explotación y acumulación del capital. En 2013, las estadísticas indicaban que el 23% de los hogares tenían problemas de «inseguridad alimentaria». Este indicador, que ya era alto, se disparó al 37% entre 2017-2018. No cabe duda de que la desaceleración económica de 2014 y la recesión de 2015-2016 iniciaron el regreso de Brasil al Mapa del Hambre. Repetimos, las políticas públicas pueden mitigar más o menos, pero no pueden resolver el problema. La experiencia demuestra que los vendajes colocados sobre las profundas heridas funcionan como una máscara ante la tragedia que viven a diario las familias obreras y campesinas.

En 1946, Josué de Castro presentó un estudio en profundidad en el libro «Geografía del hambre» y, en 1957, lo completó con la obra «Geopolítica del hambre», cuando era diputado federal por el Partido del Trabajo de Brasil. Fue destituido en 1964 por sus posiciones nacionalistas. Su mérito se debió a la demostración de que existían causas sociales del hambre, derribando la tesis de las condiciones climáticas y rechazando absurdos como el comportamiento ocioso de los trabajadores, entre otras críticas. Sin embargo, estableció la conclusión errónea de que la miseria y el hambre podían combatirse mediante la distribución de la riqueza, que estaba extremadamente concentrada. Defendió la reforma agraria como forma de lograr la distribución de alimentos necesaria para resolver el problema del hambre. Como nacionalista, no podía entender que la burguesía no tuviera forma de llevar a cabo la tarea democrática de la reforma agraria. En el mismo sentido, ningún gobierno burgués podría llevar al Estado a promover una amplia distribución de la riqueza mediante políticas públicas. Los reformistas de hoy han abandonado prácticamente la bandera de la reforma agraria. Lo que queda es la tesis de la distribución de la riqueza, que sirve a las imposturas políticas electorales.

El hambre forma parte de la historia económica y social del país. Es, por tanto, estructural. Refleja la condición de un país semicolonial cuyas fuerzas productivas internas están entrelazadas y condicionadas por las fuerzas productivas mundiales, encabezadas por el imperialismo. No por casualidad, esta es la realidad de América Latina y otros continentes, donde predominan los países con economías atrasadas, como señala Josué de Castro en el libro Geopolítica del hambre. Como es estructural, no existe ninguna política pública capaz de erradicarla. La posición de aliviar el hambre sirve a la burguesía y al mantenimiento del capitalismo. En cierto sentido, la tesis de la reforma agraria sigue siendo válida, siempre que sea parte y producto de la revolución proletaria. La liquidación del poder de los terratenientes y la transformación de la avanzada agroindustria en producción socialista en el campo resolverían rápidamente la miseria del campesinado. La revolución agraria es una tarea democrático-burguesa, que sólo el programa de la clase obrera corresponde a las condiciones históricas para su realización.

La expropiación de la burguesía y la transformación de la propiedad privada de los medios de producción son el punto de partida para iniciar la erradicación de la pobreza, la miseria y el hambre. Es obligatorio desarrollar en el seno de las luchas la estrategia del poder proletario y la forma de gobierno que debe implementar la revolución social. La necesidad del proletariado de unir a la mayoría oprimida, de potenciar las fuerzas transformadoras, da paso a la lucha por un gobierno obrero y campesino, expresión gubernamental de la dictadura de la mayoría oprimida sobre la minoría opresora. Es con este programa que la erradicación del hambre se hace factible. Evidentemente, para que la clase obrera y los demás explotados hagan converger sus instintos de revuelta con este programa, deben pasar por innumerables etapas en el proceso único de materialización de su estrategia de poder.

Objetivamente, el movimiento obrero, campesino y popular está muy atrasado ante la desintegración del capitalismo y sus nefastas consecuencias sociales. El problema es superar este atraso en las condiciones objetivas, cuyas premisas para la revolución proletaria están más que maduras. Ningún radicalismo verbal sirve para cumplir este objetivo. Por el contrario, obstaculiza, dificulta la fusión de la vanguardia revolucionaria con el proletariado. El hecho de que los explotados hayan soportado un año y tres meses de la fulminante pandemia, el creciente desempleo, la pérdida de salarios, la destrucción de derechos y el avance del hambre, sin estallar en movimientos radicales de masas, pone en evidencia la profunda crisis de la dirección revolucionaria.

Sólo una alianza de la burocracia sindical con una fracción gubernamental de los capitalistas podría bloquear tan poderosamente los instintos de revuelta de los pobres y hambrientos. Esta misma burocracia y sus mentores partidarios -PT, PCdoB, PDT, PSB, principalmente- dicen ahora que ha llegado el momento de volver a las calles, para sustituir el gobierno burgués militarista y fascistizante de Bolsonaro por un gobierno burgués democratizador supuestamente capaz de revertir los retrocesos de las políticas públicas. Durante mucho tiempo, con la pandemia matando a diario y los capitalistas cerrando fábricas y despidiendo a los trabajadores, estas direcciones no hicieron más que prohibir la lucha y sustituirla por campañas filantrópicas. Estas campañas están orquestadas por poderosos grupos económicos y la mayor fuente de oscurantismo, que son las iglesias. Los burócratas y los reformistas lloran por los 450.000 muertos de Covid. Lamentan el crecimiento de la pobreza, el hambre y la miseria. E instan a los explotados a cambiar un maldito burgués por un bendito gobierno burgués. Esto, ocultando a las masas el carácter de clase de los gobiernos y su función de sostener la propiedad privada de los medios de producción, elaborada por los monopolios y el capital financiero. Es imperativo combatir esta barrera ideológica, política y organizativa, para abrir el camino de la lucha contra el hambre. Obligatoriamente, el punto de partida de esta lucha es la defensa del empleo, los salarios y las conquistas laborales.

La burocracia se niega a unir a los empleados y desempleados en un amplio movimiento en defensa de la fuerza de trabajo. Sabe que la convocatoria de asambleas, la organización de huelgas, la preparación de ocupaciones y la salida a la calle por el empleo y el salario llevan a los explotados a chocar con sus explotadores, a reconocer la dominación burguesa como fuente original de la pobreza, la miseria y el hambre. Así, desvía la lucha de clases hacia el camino de la farsa de las políticas públicas, la distribución de la renta y el asistencialismo. El problema fundamental de las direcciones traidoras es cómo impedir que la revuelta instintiva de las masas tome la forma de lucha de clases, por sus propias reivindicaciones, como el empleo, el salario y los derechos laborales.

La izquierda centrista, que como tal se debate en la contradicción entre el reformismo y el marxismo, ha evidenciado su más completa impotencia. El PSTU y el PSOL han seguido paso a paso las presiones de la burocracia enquistada en las centrales sindicales, ayudándoles a bloquear cualquier iniciativa que diera paso al movimiento de masas. Por fuerza de las circunstancias, la central dirigida por el PSTU, la CSP-Conlutas, tuvo que movilizar sólo a los trabajadores metalúrgicos que perdieron sus puestos de trabajo con el cierre de LG. Ahora dicen que es el momento de volver a las calles. No hay hipocresía más burda que ésta. El 1 de mayo, todas las centrales, sin excepción, y casi todos los partidos de izquierda se negaron a realizar manifestaciones presenciales. Unas semanas después, dicen que, ahora sí, hay que combatir al gobierno de Bolsonaro con manifestaciones. Reivindican la bandera de «Fora Bolsonaro», que tiene como contenido el imepachment o la elección presidencial. Ambas variantes son burguesas, ya que no son las masas las que golpean al gobierno de la burguesía con sus métodos y organizaciones propias. Estas direcciones deben ser rechazadas por la clase obrera, los campesinos pobres y la juventud oprimida. No tienen moral revolucionaria, para condenar el hambre que avanza, ya que son responsables de bloquear la lucha de clases, la única forma posible de combatir el desempleo y el subempleo.

Es con esta línea y con el programa de emergencia propio de los explotados, que la vanguardia con conciencia de clase debe organizar e intervenir en las manifestaciones del 29 de mayo.

 

 

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