Manifiesto a los 81 años del asesinato de Trotsky (20 de agosto de 1940 – 20 de agosto de 2021)

Honramos la memoria del revolucionario, luchando por la reconstrucción de la IV internacional

21 de agosto de 2021 (POR Brasil)

El 8 de junio de 1940, Trotsky escribió un artículo-manifiesto titulado «Stalin quiere mi muerte». Denuncia un atentado perpetrado de madrugada mientras dormía. Trotsky cuenta: «A las cuatro de la mañana la habitación estaba a oscuras. Mi esposa y yo nos queda­mos inmóviles y callados en el piso. Antes de dejar el dormitorio, el terrorista que entró a verificar que la tarea estaba cumplida puede haber disparado unos cuantos tiros a nuestras camas «para dejar su conciencia limpia». Ante el hecho de que Trotsky había salido vivo en un atentado tan escandaloso, la policía intentó crear una «teoría del auto-atentado». De este modo, la acción terrorista, planificada por la policía política de la burocracia soviética (GPU), sería desvirtuada. Por el contrario, Trotsky señala con el dedo a su enemigo: » Stalin organiza un atentado para asesinarme con una intención clara: destruir a su enemigo numero uno. No corre ningún riesgo, actúa a larga distancia. Por el contrario, si hubiera sido yo el que organizó el «autoasalto» hubiera tenido que asumir solo toda la responsabilidad, arriesgando mi suerte y la de mi familia, mi reputación política y la del movimiento al que sirvo

Después de su expulsión de la Unión Soviética, de su peregrinaje en busca del exilio y de los contratiempos creados por la GPU, este ataque fue la demostración más definitiva de que Trotsky no podía seguir trabajando intensamente contra la degeneración burocrática de la dictadura del proletariado y del Partido Comunista, y por el fortalecimiento de la IV Internacional. Trotsky concluyó la denuncia, mostrando una profunda comprensión de su significado histórico, como heredero del marxismo-leninismo. Esta es su conclusión: « En esta época reaccionaria un revolucionario se ve obligado a nadar contra la corriente. Lo hago lo mejor que puedo. La presión de la reacción mundial se expresa de la manera tal vez más implacable en mi suerte perso­nal y la de aquellos que me están más próximos. De ninguna manera lo considero un mérito mío; es simplemente una consecuencia de la combinación de determinadas circunstancias históricas. Pero cuando gente de la calaña de Toledano, Laborde et al me acusan de «contrarrevolucionario» puedo dejar tranquilamente que hablen; la historia dará su veredicto final.

De hecho, la historia ha dado su veredicto final, dando toda la razón a la lucha abnegada e inflexible de Trotsky contra la degeneración burocrática del partido comunista más avanzado del proletariado mundial, que era el partido bolchevique dirigido por Lenin.  Pagó con su vida, sin doblegarse a la ignominiosa persecución política, al grado de tener que ser encerrado en una casa en Coyoacán, Ciudad de México.

Unos dos meses y medio después, el 20 de agosto, Ramón Mercader -un agente del KGB infiltrado en el entorno familiar de Trotsky- le asestó un golpe traicionero en la cabeza. Se confirmó, de la peor manera, que sólo por un golpe de suerte Trotsky y su compañera Natalia Sedova escaparon al ataque del 24 de mayo, con lo que se acabó definitivamente la farsa de que se había montado un «auto-atentado”

A finales de febrero de 1940, por tanto, seis meses antes del golpe fatal, dado por un sicaro de la burocracia estalinista, Trotsky redactó un breve testamento político. Temía por su altísima presión arterial. Pidió que se publicara después de su muerte. Algunos pasajes tienen un valor inmenso, pues reflejan la convicción inquebrantable de un revolucionario implacablemente perseguido, aislado y afectado por el peso de los años, de alguien que pasó gran parte de su vida en el exilio, la cárcel y el confinamiento. “No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin. (…)Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.».

No fueron las condiciones físicas las que acabaron con la vida del revolucionario, sino la saña de Stalin y sus agentes. La forma traicionera en que la mano de Mercader sacó el objeto puntiagudo, oculto bajo su abrigo, y lo elevó a la altura y descendió con furia sobre la cabeza de Trotsky, que estaba sentado de espaldas al asesino, y leyendo una nota política, retrata, como síntesis, la obsesión de Stalin por liquidar a su principal adversario, capaz de defender, desarrollar y practicar el sistema teórico y programático del marxismo-leninismo.

Trotsky comenzó su conflicto con Stalin cuando Lenin aún estaba vivo y enfermo. En el fondo de la discusión sobre las orientaciones económicas a aplicar, tras el agotamiento de la Nueva Política Económica (NEP), establecida en la X Conferencia de 1921, estaba el problema de la burocratización del partido y los peligros de su desarrollo para el Estado obrero. Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, las divergencias se agravaron y entraron en el terreno del internacionalismo. La política económica en el período de transición del capitalismo al socialismo siguió estando profundamente afectada por el cerco del imperialismo, por la necesidad de desarrollar la revolución mundial y por el fortalecimiento de la Tercera Internacional.  Llegaría el momento en que los límites al desarrollo de las fuerzas productivas internas chocarían con las fronteras nacionales y, por tanto, con las condiciones impuestas por la economía mundial. Es en este choque donde Stalin desfigura completamente las posiciones de Lenin sobre la revolución en un solo país, transformándola en la posibilidad de construir el «socialismo en un solo país».

Las diferencias de opinión llevaron a Trotsky a formar la Oposición de Izquierda Rusa.  En 1927, el enfrentamiento con la orientación de la Internacional sobre China llega a su límite.  Trotsky condena rotundamente la sumisión del Partido Comunista Chino al partido nacionalista Kuomintang. La caracterización de Stalin, ya en 1926, de que la Oposición de Izquierda representaba una «desviación socialdemócrata» sirvió para allanar el camino a la expulsión de Trotsky. Al año siguiente es sometido a la Comisión de Control, acusado de violar la disciplina, y en el XV Congreso de diciembre son expulsados los principales dirigentes de la Oposición de Izquierda. A principios de 1928, Trotsky fue detenido y desterrado a Turkestán, Alma-Ata; en 1929, fue expulsado de la Unión Soviética. Inicia un peregrinaje por Turquía, Francia y Noruega, que concluye en México en 1937.

Durante este viaje, Trotsky formó la Oposición de Izquierda Internacional, que, hasta 1933, se desarrolló como una fracción de la Tercera Internacional. El ascenso de Hitler supuso un profundo cambio en el equilibrio de las relaciones mundiales entre las potencias. La Tercera Internacional se mostró incapaz de dirigir el movimiento obrero contra el imperialismo en general y su expresión fascista en particular. Surgió la necesidad de trabajar por la constitución de una nueva Internacional, como había hecho Lenin, frente al revisionismo de la Segunda Internacional. La burocracia estalinista cristalizada intensificó la represión interna, armando a los Procesos de Moscú, y externamente, llevó a cabo una campaña difamatoria contra Trotsky y los trotskistas.

La tesis de Trotsky de que la revisión del internacionalismo por parte de la camarilla de Stalin desarmaría a la Tercera Internacional, ante el recrudecimiento de las disputas interimperialistas, se confirma a ritmo acelerado. Trotsky afirma que «el pacto germano-soviético es la capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista para proteger a la oligarquía soviética». Esta alianza supuso el inicio de la Segunda Guerra Mundial.  En el «Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial» de mayo de 1940, Trotsky culpa a la política de Stalin de la entrega de Polonia a los nazis. Afirma que «la tarea que plantea la historia no es apoyar una parte del sistema imperialista contra otra, sino acabar con todo el sistema». Poco después, el 8 de junio, Trotsky publicó su denuncia del ataque que había sufrido, «Stalin quiere mi muerte». Y el 20 de agosto fue asesinado.

Esta secuencia de acontecimientos revela que Stalin y su policía política planearon la muerte de Trotsky como parte de la guerra. No hay manera de disociar la ejecución del revolucionario del avance de la degeneración estalinista en las entrañas del capitalismo en decadencia, y bajo las presiones mundiales del imperialismo.

El resultado final de la Segunda Guerra Mundial demostró la corrección de las tesis de la Cuarta Internacional.  Aproximadamente un año después del asesinato de Trotsky, Stalin se vio obligado a dar un giro hacia Estados Unidos e Inglaterra.  En junio de 1941, subordinó la Tercera Internacional a la alianza de la Unión Soviética con la fracción imperialista victoriosa.  Dos años después, Stalin ordena la disolución de la III Internacional, en junio de 1943.  En noviembre se celebró la Conferencia de Teherán, cuya función era planificar la nueva partición del mundo, previendo la derrota de Alemania.  Las siguientes Conferencias, Yalta y Potsdam, sellaron el acuerdo de partición.  Cinco años después del asesinato de Trotsky, el final de la guerra estableció la nueva partición, dictada por Estados Unidos. Cabe señalar que parte de esta negociación fue la creación del Estado sionista de Israel, con el apoyo de Stalin. Es incontestable que la liquidación de la Tercera Internacional formó parte de la táctica colaboracionista del estalinismo con la fracción que ganó la guerra.

El Programa de Transición, los documentos de la Oposición de Izquierda Rusa y la Oposición de Izquierda Internacional constituyen el pilar del internacionalismo proletario, como parte de la estructura creada por los Cuatro Primeros Congresos de la Internacional Comunista.

Los acontecimientos posteriores demostraron, por un lado, que los compromisos de la Unión Soviética con la fracción imperialista victoriosa sirvieron para elevar a los Estados Unidos como la potencia que llevaría a la reconstrucción de Europa y Japón, frente a la Unión Soviética y las revoluciones proletarias. Y, por otro, que la burocracia restauracionista no tenía forma de mantener las conquistas revolucionarias y utilizarlas como arma en la lucha internacional del proletariado contra el nuevo orden de posguerra y la hegemonía estadounidense. Las ilusiones de que el comunismo había salido fortalecido de la guerra se fueron disipando a medida que las conquistas se desmoronaban y daban paso a las fuerzas restauracionistas. El colapso de la Unión Soviética, cuatro décadas después del final de la guerra, fue el resultado de su subordinación a la alianza imperialista, la nueva partición del mundo y la destrucción de la Tercera Internacional.  La derrota de la Oposición de Izquierda rusa inició un proceso de restablecimiento del vínculo capitalista roto por la revolución proletaria de octubre de 1917.

81 años después del asesinato de Trotsky, las numerosas revoluciones han sido desmanteladas y destruidas. La restauración del capitalismo en China es una de las consecuencias más duras para el proletariado mundial, junto a la desintegración de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La regresión histórica no conduce a la reactivación de las fuerzas productivas capitalistas, sino a su descomposición y, por tanto, al avance de la barbarie social.

La Cuarta Internacional no pudo establecerse tras la pérdida de su dirigente histórico. Trotsky era consciente de que la vanguardia revolucionaria marchaba a contracorriente. Su convicción sobre la necesidad de una nueva Internacional, que diera continuidad a la Tercera Internacional, creada por la Revolución Rusa, y bajo la dirección de Lenin, se basaba en la experiencia de la lucha internacional del marxismo-leninismo. No hubo tiempo para que la Cuarta Internacional, bajo su dirección, construyera sólidos pilares en el proletariado, como el Partido Bolchevique lo fue para la Tercera Internacional. La dirección que heredó la tarea de continuar el trabajo de la Oposición de Izquierda rusa, la Internacional de Oposición de Izquierda y la Cuarta Internacional, demostró estar muy lejos de ser una dirección marxista-leninista-trotskista. Acabó sucumbiendo, prematuramente, a las presiones pequeñoburguesas del estalinismo y del reformismo. Su disolución en los años 1950-1960 retrasó la lucha por superar la crisis de dirección mundial. La tarea de la vanguardia revolucionaria es revitalizar la Cuarta Internacional reconstituyendo el Partido Mundial de la Revolución Socialista.

 

MEMORIA ETERNA A LEON TROTSKY

¡LUCHEMOS POR LA REVOLUCIÓN PROLETARIA EN NUESTRO PAÍS, COMO PARTE DE LA REVOLUCIÓN MUNDIAL!

 

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