América Latina: Tendencias de la crisis y lucha de clases

Se estima que, a finales de 2021, el tamaño de la economía latinoamericana retrocederá a los indicadores de los años 90. Es decir que, tras el estallido de la crisis capitalista en 2008, pasando por la recesión de 2016, y las tendencias desintegradoras de finales de 2019, pronto agravadas por la combinación de la crisis económica y sanitaria, la producción de valor y las condiciones de producción se asemejan a las de hace 30 años. Se estima que las condiciones de vida y de trabajo de las masas han retrocedido, en comparación con las existentes, a un siglo atrás -cuando las reformas y las medidas de protección de la mano de obra comenzaban a tomar forma, por parte de los gobiernos oligárquicos y semicoloniales

La renta per cápita en la región retrocedió más de un 10% sólo en 2021. Mientras que su PIB se hundió un 15% en el mismo periodo. De cada 100 habitantes de América Latina y el Caribe, 34 son pobres. De estos 34, 13 se han hundido en la pobreza extrema: ni siquiera consiguen cubrir el valor de una canasta básica con sus ingresos. Por tanto, hay 209 millones de pobres (22 millones más que en 2019), y 78 millones que sobreviven en condiciones infrahumanas (8 millones más que en 2019).

Esta situación se agrava si observamos el avanzado estado de desindustrialización y primarización (mayor peso relativo de los servicios y de la producción de materias primas agrícolas y minerales en el PIB latinoamericano) de las economías nacionales, el creciente déficit fiscal, la caída de la recaudación de impuestos, el aumento de la deuda interna y externa (crecieron más del 55% en el último período), el desplome de la inversión pública y el aumento de los recortes presupuestarios, que se traducen en la reducción o extinción de los subsidios sociales universales, necesarios para paliar la pobreza y la miseria generalizadas.

Se evidencia que la reanudación de las exportaciones agrícolas y mineras, a pesar de las subidas cíclicas de los precios, no puede compensar las pérdidas en la industria, el comercio y los servicios. Estos sectores concentran más del 64% de la mano de obra formal de la región, y fueron los más afectados por los despidos, las reducciones salariales y la destrucción de los derechos laborales. Por otro lado, las actividades informales, que representan el 53% de la mano de obra, sufren el aumento de los precios de los productos básicos y la expansión de la precariedad salarial y laboral. Estas condiciones, en su conjunto, impiden que la economía se recupere en una escala suficiente para detener la sangría de la crisis y el avance de la miseria de las masas, que arrastra a América Latina al fondo del pozo de la barbarie capitalista.

A esto hay que añadir la carga que supone para los presupuestos públicos el pago de vacunas para hacer frente a los daños causados por Covid-19. Según el Imperial College de Londres, empresas como Pfizer y Moderna tienen unos costes de producción por vacuna de entre 0,60 y 2 euros por dosis. Pero, lo venden entre 18 y 37 dólares. El sobreprecio aumenta así la ganancias, a costa del endeudamiento de los Estados y, por tanto, de la disminución de las condiciones de vida de las masas. Lo que garantiza los negocios de los monopolios. Estos negocios se sostienen en gran medida por las remesas de beneficios a las potencias, que subvencionan su producción, abasteciendo a un puñado de monopolios farmacéuticos con montañas de capital. Dadas las condiciones del mercado y el desguace de las industrias farmacéuticas públicas, se observa que la crisis sanitaria ha servido como instrumento para agravar y extender la opresión nacional sobre las semicolonias, y para desangrar aún más a las masas oprimidas.

Esto ocurrió mientras la burguesía seguía concentrando más y más porciones de la riqueza producida socialmente. Se calcula que hacia finales de este año, el 1% de la población habrá aumentado su apropiación de la riqueza mundial por encima del 80%. El resto se «repartirá» entre el 99% de la población. América Latina – junto con algunos países de Asia y el conjunto de África – es una de las regiones que más sufre la alta concentración de riqueza y miseria en los polos antagónicos de la sociedad: el 10% más rico de su población concentra el 71% de la riqueza producida.

Todo indica que esta tendencia dará un nuevo salto en la post-pandemia. Los indicadores recientes muestran que la riqueza acumulada por algo más de 100 multimillonarios creció un 41%, pasando de 284.000 millones de dólares a 480.000 millones, en sólo un año. Si ampliamos el abanico para incluir a todos los capitalistas y terratenientes, la concentración de la riqueza aumentó un 61%.

Para demostrar la magnitud real de estas estadísticas, basta con señalar que por cada 100 dólares producidos, 37 corresponden a las remuneraciones (salarios), 52 a las ganancias y 11 al pago de impuestos y al consumo de bienes de capital. Y como ejemplo de la brutal desigualdad que resulta de esto, basta señalar que por cada capitalista (pequeño, mediano y grande), hay a cambio unos 10 trabajadores, a los que hay que repartir los 37 dólares destinados al pago de salarios -mientras que los 52 dólares de beneficios se quedan en una sola mano.

Lo sorprendente es que este proceso se produjo en el contexto de una caída del 6,8% en la producción mundial de valor. Esto significa que la concentración del capital operó, ya sea a través de la reducción brutal del precio de la fuerza de trabajo, ya sea a través de la reapropiación por parte de los capitalistas (vía subsidios y parasitismo financiero) de parte de la plusvalía, extraída por los Estados de la producción social, vía impuestos, y que debería ser destinada a las inversiones públicas y al funcionamiento de los servicios esenciales.

Se configura así un panorama aterrador para América Latina, marcado por la destrucción masiva de fuerzas productivas y valores, así como por el agravamiento del parasitismo financiero sobre las naciones oprimidas, en una escala histórica sin precedentes. Esto, combinado con el estancamiento económico -que tiende a un crecimiento negativo- y la elevada inflación, acabará arrastrando a las economías semicoloniales al fondo del precipicio.

Aquí se expone, en toda su violencia social, el desmoronamiento económico y político de un régimen que, aunque ha elevado la productividad del trabajo a un grado sin precedentes, produciendo suficientes alimentos y bienes para garantizar mejores condiciones de vida para toda la humanidad, sigue condenando a la miseria, al hambre y a la muerte a miles de millones de seres humanos.

En sus casi 200 años de existencia, se ha constatado que la producción mundial, dominada por las relaciones burguesas de producción y propiedad, ha elevado el producto per cápita por encima del 1.234% (Base de datos del Proyecto Maddison 2020). Sin embargo, la pobreza y la miseria de la clase obrera, de los campesinos y de los asalariados en general sigue siendo, con retrocesos cíclicos, una ley constante de su desarrollo. Sólo en 2021, 23 millones de personas pasaron hambre en América Latina. 6 millones de personas murieron de hambre en el mundo porque no tenían nada que comer. Esto, mientras que 220 millones de toneladas de alimentos al año (el 11,6% del total mundial, con un valor de 150.000 millones de dólares) se tiran a la basura debido a la acumulación de existencias sin vender.

Lo fundamental es mostrar que a medida que la política burguesa de aislamiento social fue desactivada por los gobiernos, impulsando la reanudación de las actividades económicas y sociales, la barbarie social quedó expuesta en toda su dimensión histórica. El cierre de cientos de miles de fábricas (pequeñas, medianas y grandes), el aumento del desempleo (más de un tercio de la mano de obra continental) y el avance de la precariedad han protegido las ganancias de los monopolios y el parasitismo financiero, a costa de aumentar la miseria y la pobreza. Estos factores agravan la crisis de sobreproducción y, por tanto, provocan la destrucción de las fuerzas productivas a una escala aún mayor. En estas condiciones, la recuperación económica mundial hasta los niveles anteriores a la crisis de 2008 queda abortada. Esto llevará a los capitalistas y a los gobiernos a continuar la ofensiva de contrarreformas, destruyendo derechos y avanzando en el saqueo de las naciones oprimidas.

Son las leyes económicas del capitalismo en la época imperialista, que es la de su descomposición, las que impiden a la burguesía superar la descomposición económica, política y social mundial. Esto obliga a las masas a reaccionar en defensa de sus condiciones de existencia. No por casualidad, las tendencias instintivas de los explotados crecen para intervenir en la crisis con sus propios métodos de lucha, planteando sus demandas más urgentes. En las nuevas condiciones, se retoman las tendencias de los levantamientos obreros y populares, que acecharon a la burguesía latinoamericana a finales de 2019.

En Guatemala estallaron las manifestaciones, los bloqueos de carreteras y las huelgas contra las medidas dictatoriales del gobierno y la subida de precios. En El Salvador, tras años de pasividad, miles de trabajadores, campesinos y jóvenes oprimidos salieron a la calle contra el avance del autoritarismo y las contrarreformas del gobierno de Bukele. En Ecuador, las masas han retomado los bloqueos, las ocupaciones y los enfrentamientos con las fuerzas represivas y el gobierno del banquero Lasso, que pretende aplicar en 2019 el plan de ajuste derrocado en las luchas. En Chile, las huelgas de trabajadores y funcionarios son constantes, y ahora entra en escena el pueblo mapuche, que retoma el camino de la acción directa, para enfrentar el avance de los monopolios agroindustriales y la extracción de minerales en sus territorios ancestrales. En Argentina, las movilizaciones de los jóvenes desempleados y oprimidos convergen con las huelgas de los trabajadores, en defensa de las condiciones de vida, los salarios y los puestos de trabajo. En Brasil, las tendencias de la lucha de la clase obrera han sido bloqueadas. La revuelta de los metalúrgicos de la GM de São Caetano do Sul contra la traición de la dirección burocrática es un indicador de que está surgiendo una revuelta generalizada. La lucha de los trabajadores del sector público, aunque no está unificada, debido al bloqueo y a las traiciones de las direcciones políticas y sindicales, está mostrando signos de reactivación del movimiento general de masas.

Se observa que existen condiciones para que la lucha de clases dé un paso adelante, en la resistencia a las ofensivas del gran capital, los terratenientes y los gobiernos burgueses. Pero para ello es necesario que las masas en lucha, apoyadas por la democracia directa, rompan la camisa de fuerza de la conciliación de clases de las direcciones, que bloquean, abortan y traicionan las luchas. Se trata, por tanto, de transformar su instinto de revuelta en política y acción de clase, constituyendo facciones revolucionarias y desarrollando el programa de reivindicaciones, que les permita dar un salto en la lucha política, bajo su propia estrategia.

La defensa de los puestos de trabajo, de los salarios y de los derechos hace que los explotados entren en choque con la propiedad privada monopolista, colocando en los hechos la tarea de organizar las huelgas y unificarlas en un solo movimiento. La defensa de los derechos conquistados por los trabajadores del sector público abre el camino a la lucha contra la opresión imperialista, que sacrifica a los empleados públicos para sostener el parasitismo financiero. Las luchas de los pueblos indígenas y de los campesinos por la tierra y contra la subida de los precios proyectan la lucha de clases en el campo. La defensa de las condiciones elementales de vida de los explotados favorece la fusión de la vanguardia con conciencia de clase con las tendencias objetivas de revuelta del proletariado y de los demás oprimidos.

En las condiciones imperantes en toda América Latina, las violentas consecuencias de la crisis capitalista y los casi dos años de pandemia han empujado a las masas a romper la camisa de fuerza impuesta por las direcciones conciliadoras. Se abre el camino a la lucha por la organización independiente del proletariado y a la construcción de partidos revolucionarios. Esta tarea histórica se ve favorecida, en la coyuntura actual, por la vinculación objetiva de la lucha por las reivindicaciones más inmediatas de las masas con las tareas antiimperialistas y anticapitalistas.

Es bajo esta comprensión y con esta línea política que las secciones del Comité de Enlace por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional (CERCII) podrán dar un salto adelante en la tarea de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista y fortalecer su trabajo entre las masas.

(POR Brasil –MASSAS nº 650)

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