Brasil: La crisis sigue, no hay otro camino que organizar la lucha de los explotados por un programa propio

La aparición de la variante Ômicron de Covid-19 volvió a atormentar al mundo en un momento en el que una parte de los países semicoloniales (los oprimidos) empezaban a respirar aliviados al reducirse el número de contagios y muertes, y los países avanzados (imperialistas) seguían teniendo que hacer frente a la 4ª oleada de la enfermedad. El control de la pandemia era y es una condición para restablecer la “normalidad” económica y amortiguar los brutales efectos sociales de la enfermedad. Con los billones de dólares emitidos por las potencias, principalmente Estados Unidos, se esperaba sortear la debacle de 2020, e impulsar el comercio mundial, en 2022. Ahora, las dudas sobre la posibilidad de una recuperación económica significativa traen consigo la certeza de que la mayor probabilidad es que continúe la desintegración de la economía mundial. La causa de estos desvíos, para los representantes de la burguesía, estaría en la variante Omicron.

Evidentemente, la pandemia no fue más que un inductor del proceso de bloqueo y quiebra de las fuerzas productivas. Es necesario reconocer que el capitalismo internacional no se ha recuperado de la crisis iniciada en 2008 y reforzada por las caídas del 2014. Esto se debe a que padece del fenómeno de la sobreproducción. Es decir, el exceso de capacidad productiva, en condiciones de creciente pobreza y miseria de las masas, y el abismo que separa el alto desarrollo de las potencias y el enorme atraso de las semicolonias. Las fuerzas productivas, por tanto, chocan con las relaciones capitalistas, en forma de monopolios y de conservación de las fronteras nacionales. El impacto de la pandemia fue impulsar la destrucción masiva de las fuerzas productivas. Esto es lo que se observa con el declive económico generalizado, la liquidación a gran escala de puestos de trabajo y el aumento del desempleo y el subempleo. En cualquiera de las dos situaciones, la burguesía descarga la crisis sobre el proletariado y los demás trabajadores. En la pandemia, esta carga ha sido doble, dado el aumento de la miseria y el hambre, y el número estratosférico de muertes, que superó los cinco millones.

La variante Omicron es una mutación más del virus. El miedo que ha vuelto a las potencias, sobre todo a las europeas, cuyo número de personas vacunadas se considera satisfactorio, ha dejado aún más clara la responsabilidad de los monopolios farmacéuticos y de los propios Estados de los países dominantes del mundo. Se constata lo obvio: no hay forma de controlar la pandemia si un buen número de países con economías atrasadas no inmunizan a su población.

Los Estados imperialistas no sólo han vacunado a la mayoría de su población -sólo una camada resistente a la inmunización no ha sido vacunada- sino que también han almacenado una montaña de vacunas. Voces de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se han visto obligadas a denunciar la enorme “desigualdad de las vacunas”. Según el columnista del Washington Post, Fareed Zakaria, “el 70% de la Unión Europea y el 60% de Estados Unidos están totalmente vacunados y, sin embargo, sólo el 8% de los habitantes de los países más pobres del mundo han recibido la primera dosis”. Sin embargo, la industria farmacéutica ha alcanzado la capacidad de producir 1.500 millones de dosis cada mes. Por ello, “se calcula que 100 millones de dosis almacenadas en los países occidentales caducarán y tendrán que tirarse si no se utilizan antes de que acabe el año”. La contradicción es tan violenta que, “mientras 1.600 millones de pobres del mundo sólo han recibido el 5% de las vacunas”, las potencias y sus monopolios se dan el derecho y el lujo de acumular el preciado antígeno. La barbarie social, por tanto, tiene una doble cara: por un lado, la destrucción masiva de fuerzas productivas (vidas humanas y riqueza producida); por otro, la privación monopólica del acceso al inmunizador a miles de millones de seres humanos.

La cepa Omicron se identificó en Sudáfrica, pero ya se ha detectado en Europa y América, y se está extendiendo a otros continentes. Resulta que “sólo el 23% de los sudafricanos mayores de 12 años han sido completamente vacunados”, según The Economist. En el conjunto del continente, según la OMS, ocho de cada diez países africanos no han conseguido inmunizar ni siquiera al 20% de su población. Así, sólo el 7% de la población africana ha sido inmunizada. Cuando se anunció la pandemia a principios de 2020, la OMS creó el consorcio Covax, para cubrir a las naciones pobres y miserables. Ha fracasado estrepitosamente. Eso es porque dependía de las potencias y los monopolios. Su crítica a la “desigualdad de las vacunas” es cínica e hipócrita. Basta un dato: Estados Unidos se comprometió a “donar” 1.200 millones de dosis, pero sólo entregó unos 280 millones. Ahí está la explicación de por qué África, con “1.200 millones de habitantes, sólo tenía un 6% de vacunados”.

Las potencias han restringido las relaciones con el continente africano. Muchos países no pueden viajar a varios países de Europa. Se trata, sin duda, de una discriminación que pone aún más de relieve la responsabilidad de los poderes públicos. En todas partes se producen retrocesos en la apertura y la facilitación de los viajes. Reflejan la miserable inmunización de los países pobres.

En América Latina, y en particular en Brasil, los portavoces de la burguesía discuten nuevos efectos sobre la economía convaleciente. La previsión de crecimiento cero y la continuación de la recesión en Brasil advierten del avance de la miseria y el hambre de las masas. El pequeño repunte de las contrataciones no es sostenible. El “Auxilio Brasil”, de Bolsonaro y el Congreso Nacional, no es más que la continuación del asistencialismo, que sólo engaña a los explotados y hambrientos. El problema político es que las direcciones sindicales mantienen el bloqueo de la clase obrera. La campaña nacional Fora Bolsonaro e Impeachment se agotó, pero las direcciones dieron continuidad aferrándose al curso de las disputas electorales. De este modo, continúan sometidas a las decisiones de los gobernantes, entre las que se encuentran las de Bolsonaro. En última instancia, siguen sometidos al poder de los monopolios y a la guerra comercial por las vacunas.

Está muy claro que Bolsonaro es un “pequeño genocida”, frente a los estados imperialistas y los monopolios, que impiden el acceso a la inmunización de gran parte de los países semicoloniales. Sólo el programa proletario, de expropiación revolucionaria del gran capital y de constitución de un gobierno obrero y campesino, responde a la desintegración del capitalismo y al avance de la barbarie social. Es en estas condiciones, que el POR viene trabajando para que los explotados rechacen la política de colaboración de clases de sus direcciones sindicales y políticas. Un paso hacia la lucha independiente del proletariado consiste en defender su propio programa de reivindicaciones, que une a la mayoría oprimida, mediante la acción directa y su organización de masas.

(POR Brasil – MASSAS nº 654)

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