Gorbachov sirvió al imperialismo

No hay nada de sorprendente ni extraño en el hecho de que las potencias, que en este momento están alimentando la guerra en Ucrania y han hecho carne de cañon de su pueblo, exalten a Gorbachov que acaba de morir y, en cambio, condenen a Putin.

James Baker, ex Secretario de Estado de EE.UU. bajo la administración Bush, pronunció su discurso de despedida en los siguientes términos «La historia recordará a Mijaíl Gorbachov como un gigante que llevó a su gran nación a la democracia. Desempeñó un papel crucial en la conclusión pacífica de la Guerra Fría al decidir no utilizar la fuerza para mantener la unión del imperio. El mundo libre le echa mucho de menos». En septiembre de 1989, James Baker negoció el desarme con el ministro ruso Shevardnadze, que se conoció como START I. Fue en el marco de esta negociación donde Bush presionó a Gorbachov para que avanzara en la integración de la URSS en la órbita del comercio mundial. Esto implicaba ceder a la reunificación de Alemania y al movimiento restauracionista en Europa del Este. Estos acuerdos favorables al imperialismo concluirían con el fin del Pacto de Varsovia en julio de 1991, poco antes de la disolución de la URSS. Es evidente que el proceso de restauración capitalista allanó el camino para la expansión de la OTAN.

Por su parte, el ex Primer Ministro de Inglaterra aprovechó la ocasión para elogiar al sepulturero de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y fustigar a Putin: «Siempre he admirado el valor y la integridad que ha demostrado, al poner fin a la Guerra Fría de forma pacífica. En un momento de agresión de Putin hacia Ucrania, su incansable comportamiento para abrir la sociedad soviética sigue siendo un ejemplo para todos nosotros».

Por último, merece la pena transcribir el homenaje del Instituto Reagan: «La Fundación y el Instituto Reagan lamentan la pérdida del líder soviético Mijaíl Gorbachov, un hombre que fue adversario político de Ronald Reagan y acabó convirtiéndose en amigo. (…)»

Estados Unidos e Inglaterra, los dos mayores carniceros del mundo, rinden homenaje a Gorbachov precisamente por haber favorecido la expansión de la OTAN en Europa, lo que les permite ahora, en medio de la profunda crisis mundial, promover la guerra en Ucrania, y montar un cerco contra China.

El hecho es que Gorbachov, con su Glasnost-Perestroika, se arrodilló ante el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher. El acuerdo sobre armas nucleares de 1987 fue dictado por las dos potencias a Gorbachov, con el objetivo de desarmar a la URSS y debilitar al máximo su capacidad de defensa. La ilusión del hombre de la Perestroika y su camarilla en el podrido PCUS, de que iban a poner fin a la «Guerra Fría», al desarme de la OTAN y a un nuevo equilibrio multilateral, sólo sirvió de mascara para la contrarrevolución restauracionista, que socavó los cimientos de lo que restaba de la Revolución de Octubre de 1917, desintegró la URSS, que finalmente fue abolida en diciembre de 1991. Gorbachov ya está en la historia, no como estadista, sino como instrumento barato de Reagan, Thatcher y los demás gobiernos imperialistas.

Algunos hechos mencionados en los panegíricos de los opresores de los pueblos coloniales y semicoloniales falsean la historia invirtiendo su sentido. La «Guerra Fría» no concluyó con los tratados firmados por Gorbachov. Lo que ocurrió fue el cambio de forma. Su objetivo, por lo tanto su contenido, de liquidar a la URSS, se logró, pero la existencia y el fortalecimiento de la OTAN estuvo y está determinado por el agotamiento del reparto del mundo establecido al final de la Segunda Guerra. Las fuerzas productivas altamente desarrolladas volvieron a chocar con las relaciones de producción capitalistas y las fronteras nacionales. Esto obliga y empuja a Estados Unidos y a los aliados imperialistas a romper las fronteras nacionales que salvaguardan el potencial económico. Si la guerra comercial no es suficiente para doblegar a los países que protegen sus fronteras nacionales – riquezas naturales, mercado, influencia regional y proteccionismo estatal – se recurre a la presión militar y, en última instancia, a la guerra. Esto es lo que subyace en la guerra de Ucrania y en la ofensiva contra China. No bastaba, por tanto, con que Gorbachov y los demás gobiernos restauracionistas, incluido el de Putin, hubieran destruido la URSS, y China hubiera abierto su economía a la penetración masiva del capital monopolista, es necesario que se deshagan de sus riquezas naturales y entreguen el control del Estado a las fuerzas francamente proimperialistas.

No es tolerable, en las condiciones de desintegración del capitalismo, que ningún país ejerza un control nacionalista y limite la penetración del capital financiero y del monopolio industrial. Las economías de todos los países deben ser gestionadas y controladas por el puñado de potencias, y por encima de ellas, por los Estados Unidos. Esa es la estructura mundial originada en la Segunda Guerra Mundial. Para imponerse de forma generalizada, era imprescindible acabar con la URSS y cortar de raíz los logros de las revoluciones del siglo pasado. Los acontecimientos demuestran que el hecho de que Rusia haya mantenido su poderío militar, aunque con una capacidad económica reducida, en comparación con las potencias, y que China se haya erigido como un gigante económico, ha limitado el radio de acción del imperialismo, en las condiciones del declive de la economía estadounidense.

Esta limitación adquirió proporciones para desencadenar la guerra comercial desde los años 70. Europa del Este, la URSS y China se vieron envueltas en la vorágine desatada por el agotamiento del reparto mundial. El PCUS estalinizado hasta los tuétanos y la camarilla de Gorbachov trataron de adaptarse a las tendencias desintegradoras de la crisis mundial. El pacifismo proimperialista -el pacifismo es la negación y el combate burgués contra la lucha de clases del proletariado- acabaría entregando las antiguas repúblicas populares de Europa del Este a la administración de la OTAN, poderoso brazo armado de los Estados Unidos en Europa, que, paso a paso, intensificaría el asedio a la Federación Rusa, nacida de las cenizas de la URSS. Ahí tenemos la guerra de Ucrania como prueba de la criminal ideología y política de la glasnost-perestroika, cuyo resultado históricamente decisivo fue liquidar la URSS, promover la diáspora de las quince repúblicas soviéticas, desencadenar golpes de Estado y guerras civiles, impulsar el proceso de privatización y dar lugar a una nueva clase de empresarios, regidas por una oligarquía burguesa.

No por casualidad, las voces del imperialismo destacan las «reformas democráticas» de la Glasnost (apertura política) de 1989. Gorbachov dio un paso importante al eliminar el poder centralizador del Partido Comunista y establecer una forma parlamentaria y electoral distinta de la estructura soviética, con el Soviet Supremo (se mantuvo el nombre) gobernado por una especie de presidente, típico de la democracia burguesa. La reestructuración política y burocrática del Estado encajaba así con el objetivo de aplicar medidas económicas restauracionistas. Esta nueva estructura permitió la aparición de diversas fuerzas políticas, desde la ultraderecha hasta la izquierda socialdemócrata, pero todas condicionadas por el impulso restaurador de la perestroika.

Desde el punto de vista económico, Gorbachov y sus secuaces elaboraron el Plan de 500 Días, aprobado casi por unanimidad en el Soviet Supremo, controlado por la fracción privatista de Boris Yeltsin. En esencia, abolió la economía planificada, puso fin al monopolio del comercio exterior, señaló el proceso de privatización y allanó el camino para el establecimiento de la economía de mercado.

En conjunto, estas fueron las principales contribuciones de Gorbachov a la liquidación de la URSS y a la continuación del proceso de restauración en la Federación Rusa bajo Yeltsin y Putin. El imperialismo, por supuesto, tiene una deuda de gratitud impagable. Gorbachov era un epígono del estalinismo, que encarnaba plenamente la contrarrevolución restauracionista. ¡Murió tarde, el esbirro del imperialismo y traidor de la Revolución de Octubre!

El Partido Obrero Revolucionario (POR) de Bolivia, sección del Comité de Enlace para la Reconstrucción de la Cuarta Internacional (CERCI), bajo la dirección de Guillermo Lora, respondió a la Glasnost-Perestroika, cuando Gorbachov actuaba para derrocar el sistema soviético y alimentar las fuerzas restauracionistas. El libro de Lora «La perestroika contrarrevolucionaria» demuestra, punto por punto, el curso de la destrucción de los logros históricos más avanzados del proletariado ruso aliado con las masas campesinas pobres. No sólo demuestra, sino que aplica el programa de la revolución política elaborado por Trotsky y aprobado por la Cuarta Internacional, en las condiciones en que las masas oprimidas se levantaban en Europa del Este, desde mediados de los años 50. Se evidenciaba el pronóstico de Trotsky de que sin el derrocamiento de la burocracia estalinista y la realización de una gran reforma en el PCUS y en el Estado Obrero degenerado, la contrarrevolución termidoriana seguiría avanzando, instigada y apoyada por el asedio del imperialismo a la URSS. Esta línea tuvo su mayor y más expresiva prueba cuando la glasnost-perestroika condujo a la demolición de la URSS. En ese momento, la crisis de la dirección revolucionaria se manifestó de forma más acabada. Ahora, ante la guerra en Ucrania, la clase obrera y su vanguardia internacional se enfrentan a la necesidad de retomar el programa del bolchevismo, las experiencias de la revolución proletaria, las lecciones históricas de la constitución de la URSS y las lecciones de los avances y retrocesos del proceso de transición del capitalismo al socialismo, para avanzar en la tarea de superar la crisis de dirección, reconstruyendo el Partido Mundial de la Revolución Socialista. ¡Viva el comunismo, la sociedad sin clases! ¡Muera el capitalismo y los traidores de la revolución!

(POR Brasil – Massas nº672)

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