RESOLUCIÓN SOBRE LA OPRESIÓN DE LA MUJER

  1. La Conferencia del Comité de Enlace por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional (CERCI) reconoce que las masas femeninas oprimidas son decisivas para Ia revolución socialista y, consecuentemente, para la eliminación definitiva de la desigualdad con el hombre. Resalta, particularmente, la importancia de las masas femeninas que componen la clase obrera. Las propias mujeres deben tomar en sus manos la tarea de su emancipación, como parte de la emancipación de la clase obrera y de todos los oprimidos de Ia explotación y opresión capitalistas.

 

  1. La vanguardia conciente tiene por delante la tarea de luchar en el seno del movimiento obrero y de la lucha de clases en general con el programa de Ia revolución social, buscando organizar las mujeres, que padecen las desigualdades y discriminaciones, y despertarlas al objetivo de acabar con la esclavitud en el hogar.

 

  1. La opresión sufrida por las mujeres tiene origen en la sociedad de clases. Las transformaciones históricas por las cuales paso el modo de producción, el avance de las fuerzas productivas y los cambios en las relaciones patriarcales no alteraron el fundamento de la subordinación de la mujer at hogar y de la supremacía social del hombre.

 

  1. Son bien conocidas las terribles condiciones de subordinación de la mujer al hombre en los regímenes esclavista y feudal. Reflejan las relaciones de explotación y opresión que se procesan por medio de la propiedad privada y de la dominación de la minoría sobre la mayoría por medio del Estado. Esta ahí por qué la mujer llegó a ser literalmente propiedad del hombre, debiéndole la vida y la muerte. El capitalismo promovió grandes cambios en los eslabones de la cadena de la opresión de la mujer. Sin embargo, no tuvo como abolir la subordinación patriarcal, la inferiorización y discriminación de las masas femeninas.

 

  1. La producción mercantil y las fuerzas productivas industriales, abrieron el camino para la mujer pase a componer la fuerza de trabajo e insertarse en la producción social. Las discriminaciones que se manifestaron en el capitalismo pasaron a reflejar los lazos entre las antiguas y las nuevas formas de opresión. El gigantesco progreso que representó la inserción de la mujer en la producción, y su explotación por los capitalistas, evidenciaron la vieja esclavitud del hogar y los hijos de la alienación familiar. La completa liberación de la mujer y la igualdad con los hombres vendrán con la sustitución de la economía doméstica individual por la economía colectiva, socialista.

 

  1. La mujer proletaria, fundamentalmente, fue incorporada como fuerza de trabajo, sin ser liberada del trabajo improductivo del hogar. Está muy bien fundamentada la denuncia sobre la doble jornada, que aplasta a la mayoría de las mujeres. La sustitución de ciertas funciones productivas del hombre por la mujer, a su vez, es utilizada por los explotadores para rebajar el valor medio de la fuerza de trabajo. También es reconocida por la institución de la propia burguesía la diferenciación salarial para iguales funciones. Lo que resulta en una mayor tasa de explotación de la fuerza de trabajo femenina, y dura competencia en el estrecho mercado de trabajo.

 

  1. A pesar de que el capitalismo haya realizado un gran progreso en las fuerzas productivas, ciencias, educación y cultura, no fue capaz de reconocer las particularidades fundamentales de la mujer. La maternidad constituye una distinción natural de gran importancia en relación al hombre. Por extensión, cabe a la mujer la responsabilidad de cuidados especiales con los hijos. Sin embargo, la maternidad no puede ser considerada por los capitalistas como una función social, que exige su protecci6n. Por el contrario, el régimen de doble jornada, la intensa explotación de sus capacidades y los salarios diferenciados agotan las fuerzas físicas y mentales de las mujeres trabajadoras.

 

  1. La situación de opresión sobre la mujer no es igual en todo el mundo. En los países semi-coloniales, las masas femeninas proletarias, campesinas y pequeño-burguesas urbanas, soportan no solamente el peso de la burguesía interna, sino también del imperialismo. Las más avanzadas conquistas de los derechos femeninos en los países de capitalismo avanzado no tienen como ser extendidas a los países de economía atrasada y saqueados por el gran capital. Aun entre los países semi-coloniales, las particularidades de su desarrollo condicionan el desarrollo social de la cuestión femenina. Es necesario conocer la situación concreta en las que se expresan las discriminaciones y sus consecuencias para la mayoría de las mujeres. No se puede, sin embargo, desligarlas de las leyes económicas y sociales que reproducen la opresión en todos los países.

 

  1. Los organismos internacionales, instituciones y determinados gobiernos pregonan la igualdad entre hombres y mujeres. Llegaron a inventar el concepto de “igualdad de género”, para ocultar la raíz de clase de la opresión. Por esa vía buscan canalizar la revuelta de las masas femeninas, particularmente, de la clase media, para las soluciones institucionales. Incentivan las organizaciones coorporativas que se orientan a propagar preceptos educacionales y culturales para aproximar hombres y mujeres de la igualdad. Por regla, las directrices burguesas y pequeño-burguesas de “igualdad de género” sirven al reformismo. Lo que enfurece a la derecha abiertamente defensora de la esclavitud de la mujer a la familia, la subordinación patriarcal y la resignación religiosa. Las dos vías, a pesar de sus diferencias, tienen en común la defensa del capitalismo, la economía doméstica y la ascendencia de la religión sobre la familia.

 

  1. Ningún Estado burgués dio un paso a favor de la emancipación de la mujer. Aquellos en los que las bases económicas permitieron elevar la democracia, pudieron rever viejas leyes que inferiorizaban la mujer y protegían a los hombres. Les fue conveniente canalizar las presiones de las masas femeninas, principalmente de la pequeña-burguesía urbana. La legislación más avanzada, que incorporó determinadas reivindicaciones democráticas, sin embargo, no se sustenta en cambios reales en las condiciones de opresión sufrida por la mujer trabajadora. No se estableció la plena igualdad del derecho jurídico. No se crearon los medios materiales para superar las discriminaciones en la vida del día a día. La igualdad proclamada por la burguesía se choca con la propiedad privada de los medios de producción, con la explotación del trabajo, con la pequeña economía del hogar, con las desventajas del trabajo improductivo de la mujer en el seno familiar y con su dependencia económica. En la base de la más moderna democracia burguesa, se encuentra la vieja y arcaica esclavitud del hogar.

 

  1. El Estado Obrero -producto de la revolución, en la cual as masas femeninas fueron fundamentales — de la ex-Unión Soviética dio un primer paso en ese sentido. Abolió la legislación discriminadora, e implantó la plena igualdad. Bajo la dirección de Lenin, se dejó claro que la igualdad jurídica de derechos apenas preparaba el camino de la igualdad real. El fundamento socialista de la liberación de la mujer del viejo yugo de las sociedades de clases está en que las masas femeninas se incorporen al trabajo productivo común. Esa transformación radical libra a la mujer de los trabajos domésticos, improductivos, embrutecedores y destructores de las capacidades intelectuales propias de todos los seres manos. La lucha revolucionaria para edificar el socialismo dependía de la participación de las mujeres, comenzando por las proletarias, en todos los aspectos de la economía, de la política y la vida social. La premisa marxista de que la transformación del capitalismo en socialismo depende de la total igualdad de la mujer, y, por tanto, de la completa eliminación de los viejos yugos de la sociedad de clases, se confirmó frente al profundo retroceso provocado par la restauración capitalista y la destrucción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

 

  1. En los Estados burgueses más poderosos, la burguesía, y, en especial, los reformistas, afirman que la mujer pobre viene siendo protegida por medio de guarderías y jardines de infantes. La limitación de esos medios es visible. En ese sentido, se observa que nada fue hecho para construir refectorios públicos. El hecho es que la burguesía no tiene como siquiera aliviar el peso del trabajo doméstico. La lucha por los refectorios, guarderías y jardines de infantes solo puede ser trabada consecuentemente como parte de la liberación de la mujer de los haceres de la economía doméstica. Tales medidas se constituyen en embriones, como se comprobó enseguida al inicio de la revolución proletaria en Rusia, de superación de la economía familiar y de la desigualdad entre hombres y mujeres frente a la producción social.

 

  1. El derecho al aborto choca con la religión. El oscurantismo de las Iglesias es el arma más poderosa usada por la burguesía para enceguecer a los explotados, y, en particular, a las masas femeninas. Su penetración al interior de las familias auxilia a la clase capitalista a preservar el régimen de explotación y discriminación de la mujer. Interesa a los explotados porque se convierte en una fuerza contraria a la lucha revolucionaria por el fi n de la economía doméstica y la esclavitud del hogar. La mujer, en general, solamente recurre a tal medida extrema debido a las pésimas condiciones sociales y la imposibilidad de criar de los hijos. Son las más pobres que padecen con la criminalización del aborto. En los países en los que se reconoce el derecho de abortar, el Estado no garantiza las condiciones fundamentales para la salud física y mental de la mujer. En aquellos en los que se criminaliza, obliga a la mujer pobre a recurrir a procedimientos clandestinos, en general perjudiciales. Las mujeres ricas recorren al aborto seguro. Esa discriminación de clase social frente al aborto y de la maternidad refl eja la brutal violencia contra la inmensa mayoría de mujeres. Es fundamental hacer evidente, en la lucha por el derecho al aborto, el lugar de la familia y de la religión como obstáculos a los derechos más elementales de la mujer.

 

  1. La época imperialista — de predominio del capital financiero y los monopolios — ya no puede desarrollar las fuerzas productivas mundiales. Las contradicciones económicas y sociales potencian la descomposición. Las masas se deparan con la crisis estructural del capitalismo. La burguesía no tiene otra solución, a no ser la de descargar sus consecuencias sobre la mayoría que vive del trabajo. El desempleo y sub-empleo mutilan la fuerza de trabajo. Avanzan la miseria y la pobreza mundiales. Las contrarreformas destruyen antiguos derechos conquistados por las masas en lucha contra la explotación. La burguesía ya no consigue conservar las leyes laborales y jubilatorias de protección a los trabajadores. En estas condiciones, se agravaron la discriminación y la opresión sobre la mujer obrera, campesina y pequeño burguesa urbana. Es imprescindible, en cualquier movimiento de masas femeninas, que la vanguardia revolucionaria vincule as banderas democráticas con las económicas, y desarrolle la estrategia de la revolución y dictadura proletaria.

 

  1. El reformismo contrarrevolucionario se apoya en las difíciles condiciones de los explotados para desviar las revueltas para soluciones parlamentares. Se muestran incapaces de combatir las contrarreformas, pero prometen recuperar los derechos arrancados así que vuelvan al poder por las elecciones. Ejerciendo el papel de gobernante, el reformismo sirve a la política de descargar la crisis sobre as masas y abre paso a las presiones del gran capital y del imperialismo para que impulse las contrarreformas. Las promesas de reducir las “desigualdades” y de amenizar gradualmente la discriminación y la violencia (asesinatos, prostitución, violaciones, tráfico de mujeres, etc.) caen por tierra frente a la crisis económica que sacude el capitalismo mundial. Los reformistas insisten en la tesis de que se trata de responder a las especif cidades de los problemas femeninos. Combate el marxismo que afirma no existen problemas específicamente femeninos. La opresión y sus consecuencias sufridas por la mujer es parte de la opresión general. Esta ahí por que el reformismo separa y aísla los movimientos de la pequeño-burguesía, generalmente por reivindicaciones democráticas, de la lucha del proletariado, así como separa hombres y mujeres oprimidos. La táctica de los marxistas, por el contrario, lleva a la unidad revolucionaria de mujeres y hombres explotados, y al convencimiento de la pequeña-burguesía arruinada de que tiene mucho por ganar ubicándose bajo la política del proletariado

 

  1. La lucha contra el feminismo burgués debe ser implacable. El reformismo encarna la política de clase de la burguesía, para desviar el descontento de las masas femeninas para el campo de sus enemigos disfrazados de benefactores. La clase obrera no asumió el frente de as luchas contra la opresión de la mujer. Esto debido a la crisis de dirección, a la ausencia de los partidos revolucionarios, al control de los sindicatos por la burocracia traidora y al predominio de la política de conciliación de clases. La desintegración del capitalismo gesta movimientos de la pequeña burguesía urbana. Por lo general, están bajo la dirección de partidos nacional-reformistas. Las corrientes de izquierda centristas, por no tener un programa marxista, acaban adaptándose a la pequeña burguesía y arrastrándose por atrás de las presiones reformistas. La política revolucionaria del proletariado se orienta a convertir a los sindicatos y organizaciones populares en canales de movilización de las masas, particularmente de las masas femeninas, contra toda forma de opresión nacional, social y sexual.

 

  1. El feminismo pequeño-burgués sufre de una contradicción básica: es progresista cuando se vale de los métodos de lucha de la clase obrera y se choca con el gobierno de la burguesía v su Estado; es conservador cuando sigue la orientación de las direcciones reformistas, confluyendo en el feminismo burgués contrarrevolucionario. La lucha revolucionaria en el seno del movimiento de la clase media consiste en desenmascarar el feminismo burgués y pequeño-burgués. Lo que exige no solo tomar en las manos las reivindicaciones democráticas de defensa de la mujer, sino también vincularlas a las económicas de todos los explotados y a la estrategia de la revolución proletaria. Hay que trabajar bajo el fundamento programático de que solo bajo la dictadura del proletariado se iniciara la emancipación de la mujer. En el interior del capitalismo, se trata de hacer madurar las condiciones políticas y organizativas para destituir la burguesía del poder y transformar la propiedad privada de los medios de producci6n, en propiedad social.
  2. El CERCI orienta a sus secciones a emplear métodos particulares de trabajo entre las mujeres, así como a crear organismos dirigidos a materializar la acción partidaria, a ejemplo de las comisiones de trabajo. Esa línea no se confunde con la orientación burguesa y pequeño-burguesa de edificar una organización especial de mujeres al interior del partido, de los sindicatos y las demás organizaciones obreras. En todas as circunstancias, debe imperar la igualdad entre el hombre y la mujer. El ingreso de las mujeres en la lucha de clases, la elevación de su conciencia sobre las causas de la opresión y la politización colectiva fortalecerán la orientación comunista sobre el fi n de todas las formas de opresión
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