82 años de la fundación de la IV Internacional

¡Viva el internacionalismo proletario, marxista-leninista-trotskista! Reconstruir la Cuarta Internacional – Partido Mundial de la Revolución Socialista

(Manifiesto del Partido Obrero Revolucionario – Brasil)

El 3 de septiembre de 1938 se fundó la IV Internacional, en las afueras de París, en la más absoluta clandestinidad. Hitler llegó al poder en 1933, en medio de una profunda crisis económica, que se había manifestado desde 1929. En los años siguientes, las tendencias militaristas se fortalecieron y se hizo más claro que el imperialismo se encaminaba hacia la Segunda Guerra Mundial. Es en estas condiciones que la derrota de la revolución española, por el fascismo franquista, en 1939, apoyada por la Inglaterra y Francia «democráticas», marcó el avance de la contrarrevolución en toda línea. En Alemania, el partido comunista, siguiendo la orientación de la Tercera Internacional estalinizada, osciló entre el ultraizquierdismo y el oportunismo, de modo que el proletariado alemán no tuvo forma de emanciparse del control de la política de la socialdemocracia, cuya impotencia ante la proyección del nazifascismo se evidenciaba.

Sin la dirección revolucionaria, el fascismo cumplió con su función de acabar con las organizaciones obreras y liquidar físicamente las direcciones. En Francia, el gobierno burgués de Léon Blum (1936-1938), basado en el frente popular, constituido por los partidos socialista, comunista y radical, bloqueaba el desarrollo de la revolución proletaria y servía a las fuerzas contrarrevolucionarias en España. El pacto de Stalin con Hitler, hecho por los ministros de Relaciones Exteriores Viatcheslav Molotov y Joachim von Ribbentrop en agosto de 1939, facilitó la ofensiva militar de Alemania, que invadió Polonia. La división de Polonia entre Alemania y la Unión Soviética marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que parecía ser una maniobra defensiva de la Unión Soviética terminó por ponerla detrás de la guerra imperialista, que concluyó con una nueva repartija mundial, mucho más amplia que la de la Primera Guerra. Lo que parecía haber fortalecido al país de la Revolución Proletaria, en realidad, sirvió a la inmensa proyección de Estados Unidos. Este aclamado “faro de la democracia” fue elevado a la categoría de potencia hegemónica, aumentando la capacidad del imperialismo para someter a las naciones oprimidas a hierro y fuego.

Inmediatamente, la burguesía estadounidense alineó a la Europa capitalista y Japón detrás de ellos, por tanto, ganadores y perdedores, lanzaron un cerco a la Unión Soviética y a los países que expropiaron a la burguesía. Es en la situación del avance del fascismo y la preparación para la Segunda Guerra Mundial donde la política de Stalin evidenció, sin atenuantes, a pesar del palabrerío de la defensa del comunismo, la ruptura con el programa y los métodos bolcheviques del internacionalismo proletario.

El VII Congreso de la Internacional Comunista, en agosto de 1935, bajo la dirección de Georgi Mikhaïlov Dimitrov, vació toda caracterización de la guerra imperialista, formulada por Lenin, y asumida por los Primeros Cuatro Congresos de la Internacional Comunista (1919- 1922), presentando la gran conflagración como si fuera el enfrentamiento entre democracia y fascismo. Los agentes de Stalin en la III Internacional adoptarán una táctica ajena al marxismo-leninismo.

Los frentes populares serían la vía para defender la democracia y derrotar al fascismo. Consistía en apoyar e integrar los gobiernos burgueses, que estaban al servicio de la democracia. Así, la clase obrera fue sometida a coaliciones burguesas, que acabaron sirviendo a la contrarrevolución, en Francia y España. En los países semi-coloniales, como en América Latina, ataron a los explotados al nacionalismo burgués, incapaz de reaccionar ante la dominación del imperialismo estadounidense. Los frentes populares fueron dictados por la burocracia estalinista a los partidos comunistas de todo el mundo, convirtiéndolos en apéndices de una fracción burguesa. Esta panacea, extraída de la caracterización del enfrentamiento entre democracia y fascismo, que presuponía la existencia de una fracción burguesa progresista, que debía ser apoyada por la clase obrera, llevó a los partidos comunistas a desviar y renunciar a la estrategia de la dictadura del proletariado, para reemplazar tácticas revolucionarias con tácticas de colaboración de clases.

Desde el izquierdismo del tercer período, momento en el que el estalinismo caracterizó a la socialdemocracia alemana como hermana gemela del fascismo y se negó a organizar el frente único contra el ascenso de Hitler, saltó al oportunismo con los frentes populares. El VII Congreso de la Internacional Comunista resultó en la revisión y el abandono del programa de sus Primeros Cuatro Congresos, que estaban bajo la orientación general de Lenin y Trotsky.

El desarme teórico y político de la Tercera Internacional, en condiciones de crisis, guerra, revolución y contrarrevolución, comprometió definitivamente al estalinismo con la guerra imperialista. Estaban dadas, así, todas las premisas para la liquidación de la III Internacional. Lo que significó la destrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista. Con las diferencias resguardadas, Trotsky se encontró ante una situación similar a la que sucedió con la II Internacional, que degeneró con la capitulación de su dirección, frente a la política de guerra del imperialismo. Se llevó a cabo una revisión radical de las posiciones marxistas, que fueron el origen de la II Internacional. Lenin y los bolcheviques combatieron el chovinismo de los socialistas capituladores, y enarbolaron la bandera de la III Internacional, tan pronto como se hizo evidente el desarme teórico y político de la II Internacional. Este enfrentamiento se produjo en medio de la revolución que avanzaba en Rusia y la contrarrevolución que se levantaba en Alemania.

La III Internacional nació programática e ideológicamente antes de la Revolución de octubre de 1917, como resultado de la lucha contra el desarme teórico, político y programático. Fue concebida como un instrumento de la revolución mundial, cuyo destacamento más avanzado era el proletariado ruso y su partido bolchevique. El triunfo de la Revolución Proletaria permitió erigir la III Internacional, organizando su primer Congreso, en marzo de 1919. Su manifiesto y documentos establecieron la naturaleza de la III Internacional como Partido Mundial de la Revolución Socialista, basada en los principios y fundamentos del centralismo democrático.

El capitalismo de la era imperialista, que se diferencia de la era liberal, cuando Marx y Engels fundaron la Primera Internacional, había madurado todas las premisas para la materialización del internacionalismo, en la forma del Partido Mundial de la Revolución Socialista. La II Internacional, que se construyó en medio del proceso de transición y florecimiento de la democracia burguesa en Europa Occidental, fue incapaz de comprender los profundos cambios del capitalismo monopolista, en el que predomina el capital financiero, y romper así con su adaptación al parlamentarismo y al pacifismo pequeñoburgués. Se originó y se organizó como una federación de secciones. Sobre la base de esta experiencia, que terminó con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Tercera Internacional se levantó como un partido mundial, regido por un programa y un estatuto centralista y democrático. La revisión estalinista de los Primeros Cuatro Congresos de la Internacional Comunista liquidó al partido mundial centralista-democrático. La burocratización del Partido Bolchevique (Partido Comunista Ruso) y la degeneración de la dictadura del proletariado en la URSS se reflejaron en la forma de revisionismo del carácter de la Tercera Internacional. Los partidos comunistas, que surgieron en todo el mundo, impulsados ​​por la Revolución Socialista en Rusia, fueron sometidos a una orientación centralista-burocrática y autoritaria. Ya no formaban parte del Partido Mundial de la Revolución Socialista, centralista-democrático, sino de una burocracia, que emanaba las órdenes del Kremlin. La estalinización dentro del estado obrero primero deformó la democracia proletaria y luego la aplastó definitivamente. La III Internacional no podía escapar a este proceso, a menos que rompiera con la dirección estalinista.

La política capituladora de Stalin en 1933 indicó a Trotsky y la Oposición de Izquierda que ya no había forma de recuperar la III Internacional de sus Primeros Cuatro Congresos. La osificación de los partidos comunistas y la persecución policial de los marxistas-leninistas-trotskistas inviabilizaron cualquier lucha interna. Es en este momento que Trotsky orienta a la Oposición de Izquierda Internacional a colocar la tarea de construir la IV Internacional. No le escapaba a la comprensión de que se trataba de una situación completamente adversa. La victoria del estalinismo llevaba a la restauración y servía para la contrarrevolución. La guerra imperialista surgió de las profundas contradicciones del capitalismo en la era de los monopolios y el capital financiero. Era inevitable una masacre de los pueblos para llegar a una nueva repartija del mundo. Los partidos comunistas no pudieron reaccionar ante el revisionismo estalinista. Las expulsiones, procesamientos y asesinatos de opositores fueron los métodos con los que la burocracia estalinista combatió la posibilidad de que la oposición marxista-leninista potenciara la defensa del partido democrático centralista. El aplastamiento de la revolución española cerró un capítulo de resistencia que podría realinear las fuerzas proletarias en Europa. Los grupos que se desvinculaban del reformismo socialdemócrata, a su vez, tendían al centrismo.

A diferencia de la Tercera Internacional, la Cuarta Internacional se levantó en la contracorriente de los acontecimientos del periodo de la guerra imperialista, el avance de la burocratización estalinista y las victorias de la contrarrevolución. En las filas de la Oposición de Izquierda surgió un polo de resistencia a la creación de la IV Internacional, bajo el argumento de que no había partidos organizados en el seno del proletariado. No entendieron que se trataba de preservar los logros de la Tercera Internacional, materializados en sus Cuatro Primeros Congresos, de luchar por el internacionalismo en defensa de las conquistas de la Revolución Rusa, y de dar respuesta a los nuevos problemas del grave momento histórico. La lucha contra el revisionismo estalinista no podría continuar sin expresar el internacionalismo marxista-leninista en forma de Internacional. No se podían esperar cambios en las condiciones mundiales, en los que se revertiría la correlación de fuerzas a favor del proletariado. Esperar significaba asumir pasivamente la destrucción programática de la III Internacional, y contribuir al mantenimiento del vacío de dirección mundial. Los enfrentamientos de la Oposición de Izquierda rusa, entre 1923 y 1929, y luego de la Oposición de Izquierda Internacional con el estalinismo y las orientaciones desarrolladas por Trotsky, en las condiciones concretas de la lucha de clases mundial, constituyeron la base programática, política e ideológica de la preservación del internacionalismo.

El 3 de septiembre de 1938, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, se aprobó el Programa de Transición para la Revolución Socialista. Dos premisas la sustentan. Por un lado, afirma que «los requisitos económicos de la revolución proletaria han alcanzado el más elevado grado de madurez que se puede alcanzar bajo el capitalismo«. Por otro, que «la situación política global en su conjunto se caracteriza, sobre todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado«. Establece como objetivo que “la tarea estratégica del próximo período -período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la no madurez del proletariado y de su vanguardia (confusión y desánimo de la vieja generación, falta de experiencia de la joven ”. Y utiliza el método marxista-leninista: “es necesario ayudar a las masas en el proceso de su lucha diaria para encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de grandes camadas de la clase obrera, y conduciendo invariablemente a una misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.

La estrategia del Programa de Transición es la dictadura del proletariado, el método es el de la acción directa. Su fundamento general es la expropiación revolucionaria de la burguesía y la transformación de la propiedad privada de los medios de producción en propiedad social. El Programa de Transición reconoce las particularidades de la lucha del proletariado en los países imperialistas y semicoloniales. Destaca la necesidad de una alianza de obreros y campesinos en países con economías atrasadas. Alianza que conducirá a la constitución del gobierno obrero y campesino, que ejercerá la dictadura del proletariado sobre la burguesía derrotada. El internacionalismo está en la base del Programa de Transición, que considera que la revolución en un país solo puede sostenerse y avanzar en su transición al socialismo en las condiciones de triunfo de la revolución en otros países y en el mundo.

En el VII Congreso, en 1935, la burocracia estalinista liquidó programáticamente la III Internacional. Este paso indicaba que la Internacional perdería toda función, ante la política de convivencia pacífica con el imperialismo y la participación de Stalin en el acuerdo para una nueva repartija del mundo, dictada por Estados Unidos. Después de ocho años, el 15 de mayo de 1943, Stalin ordenó la disolución de la III Internacional, sin tener que someter la decisión liquidacionista a un congreso. La pasividad de los partidos comunistas expresaba su más completa integración con el capitalismo, como había sucedido con los socialdemócratas de la II Internacional. Trotsky fue asesinado dos años después de la fundación de la Cuarta Internacional y tres años antes de la eliminación de la Tercera Internacional. Su lucha, para que el enfrentamiento con el nacionalismo estalinista -que se resume en la fórmula de la posibilidad de construir el «socialismo en un solo país»- se materializara en la forma de programa, exigió la construcción de una nueva Internacional. Se estaba abriendo un nuevo período histórico, en el que el proletariado mundial se vio obligado a librar la lucha contra el imperialismo y el proceso de restauración capitalista en curso. Cualquiera que sea el movimiento revolucionario, tenía que defender los logros de la Revolución Proletaria. Esta orientación dependía de la construcción de partidos revolucionarios, que aplicaran el Programa de Transición, en las condiciones particulares de sus países.

La vanguardia construiría las secciones de la IV Internacional, elaborando el programa de la revolución proletaria, de acuerdo con las particularidades económicas, sociales, culturales y desarrollo del proletariado. Así, el Programa de Transición se aplicaría de forma concreta. Estaba claro que tendría que superar obstáculos poderosos para formar el partido dentro del proletariado. Y la IV Internacional se fortalecería, a partir de la confirmación de los pronósticos sobre la desintegración del capitalismo y la lucha contra la burocratización estalinista y las fuerzas restauracionistas.

La IV Internacional sufrió una contradicción en su origen, una fortaleza programática y una debilidad organizativa. La justeza del programa permitió superar la debilidad de la vanguardia que estaba surgiendo en varios países, entre ellos América Latina. Trotsky emprendió una lucha por formar cuadros bolcheviques-leninistas que asimilaran el Programa de Transición y combatieran el revisionismo estalinista.

Enfrentó el grave problema del centrismo y el oportunismo en las filas de la IV Internacional. Las crisis en las dos secciones principales, Estados Unidos y Francia, obstaculizaron el fortalecimiento organizativo de la nueva Internacional. Su reflejo en Brasil resultó en la desintegración de la Liga Comunista. Los acontecimientos posteriores a la muerte de Trotsky mostraron que no se había consolidado una dirección revolucionaria, programática y teóricamente coherente. No pudo continuar las conquistas del marx-leninismo-trotskismo, frente a la guerra imperialista y las capitulaciones de Stalin.

El fortalecimiento del aparato estalinista, en el período inmediato de la posguerra, alimentó una tendencia revisionista hacia la Internacional, que comenzó a considerar al estalinismo como progresista, la fuerza impulsora del comunismo. Esta posición de derecha, dirigida por Michel Pablo, desencadenó la desintegración de la IV Internacional, en los años 1950-1960.

La fracción que rechazó el revisionismo pablista, sin embargo, resultó incapaz de mantener la dirección basada en el Programa de Transición. Las rupturas y astillas colapsaron organizativamente la IV Internacional. Ninguna de sus tendencias escapó al centrismo. Este fenómeno demostró que, si la vanguardia no forma el partido como un programa, y ​​no penetra en el proletariado, inevitablemente tiene que expresar el izquierdismo y el oportunismo pequeño burgués.

La desintegración de la IV Internacional ha afectado profundamente a la vanguardia latinoamericana. Dividida y destrozada, cedió a las más diversas presiones de la crisis capitalista y la lucha de clases. Fue incapaz de luchar contra el imperialismo y de distinguirse del nacionalismo burgués más radical, así como de la ropa que usaba el estalinismo. La Revolución Cubana se levantó como una prueba decisiva. La obra revolucionaria de las masas, que derrocó al gobierno y expropió a los grandes terratenientes, se confundió con su dirección pequeñoburguesa, que acabó sometiéndose al estalinismo. La necesaria defensa de Cuba contra los ataques de Estados Unidos se confundió con la política del castrismo. Se sometió al método foquista de Guevara, como si fuera una expresión de la lucha internacionalista por la revolución latinoamericana. Definitivamente se alejó de la tarea de construir el partido-programa en el seno del proletariado. Las diversas expresiones del centrismo no sólo se habían alejado del marx-leninismo-trotskismo, sino que se habían alzado como obstáculos a la IV Internacional.

En medio de esta profunda crisis de dirección, el Partido Obrero Revolucionario Boliviano (POR), bajo la dirección de Guillermo Lora, se destacó como pilar de la IV Internacional. Fue el único partido que forjó el Programa de Transición, según las particularidades del país, y logró construirse dentro del proletariado boliviano. La Tesis de Pulacayo, aprobada en el Congreso  Minero de 1946, allanó el camino para la construcción del partido como expresión de la IV Internacional. La condición insular del país y el profundo atraso económico pesaron a favor del aislamiento del POR. El hecho de que no haya podido intervenir ampliamente en el proceso de desintegración de la IV Internacional, en cierta medida, favoreció la proyección del centrismo, confundido con el trotskismo. El combate cerrado de todas las variantes centristas al POR sirvió para incrementar su aislamiento, al mismo tiempo que indicaba el reconocimiento de su importancia para el trotskismo y la IV Internacional. El esfuerzo del POR boliviano para organizar el Comité de Enlace para la Reconstrucción de la IV Internacional ha ayudado a la construcción de las secciones en Brasil, Argentina y Chile. Su construcción, regida por el Programa de Transición, aplicado en las condiciones particulares de cada país, y su funcionamiento democrático-centralista, se diferencia de las corrientes centristas, que se siguen reclamando del trotskismo y de la IV Internacional, pero que de hecho abandonaron la tarea de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista. El Comité de Enlace se esfuerza por asimilar y aplicar los métodos y la concepción organizativa, que se asientan en la experiencia de la III Internacional, de la época de Lenin y Trotsky.

Estamos a 80 años del asesinato de Trotsky y a 82 años desde la formación de la IV Internacional. Las ilusiones de la posguerra de que el “socialismo en un solo país” se mostraba correcta y que, a través de la coexistencia pacífica entre el capitalismo y el comunismo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se haría más fuerte, se volvió insostenible. La hegemonía del imperialismo estadounidense y la reconstrucción del imperialismo europeo y japonés socavaron las conquistas revolucionarias del proletariado de la Primera Guerra y de la pos Segunda Guerra. Los avances del proletariado y las masas oprimidas fueron contenidos en todo el mundo. El curso ascendente de la restauración capitalista reflejó los enormes retrocesos causados ​​por el fortalecimiento de la burocracia estalinista y la política de colaboración de clases. El proletariado mundial quedó huérfano, sin la III Internacional, y sin la posibilidad de que la IV Internacional lo reemplazara con la fuerza organizativa que tenía.

El colapso de los gobiernos burocráticos en las décadas de 1980 y 1990, golpeados por el agotamiento económico y el descontento de las masas, sirvió a los objetivos del imperialismo. Sin partidos revolucionarios, para llevar a la clase obrera a la revolución política, el colapso del viejo aparato estalinista dio paso a la nueva burocracia restauracionista. El retroceso fue tan profundo, que países como Polonia, Hungría y Ucrania, dieron paso a gobiernos ultraderechistas y fascistas. Rusia cedió lugar a la forma de gobierno bonapartista de derecha. En China, el partido comunista se ha convertido en un pilar del capitalismo de Estado, allanando el camino para la restauración mediante la penetración de los monopolios imperialistas.

El período revolucionario de transición del capitalismo al socialismo, que comenzó con la Revolución Rusa, se interrumpió. De modo que la derrota de las revoluciones, y la recuperación del terreno perdido para la burguesía mundial, hicieron posible un largo período de posguerra, en el que la burguesía mantuvo las riendas de la situación y el proletariado quedó desorganizado e incapaz de volver a los niveles anteriores de la lucha por el socialismo. Sin embargo, en unas pocas décadas, la reconstrucción del capitalismo de posguerra se agotó y la presión del imperialismo para impulsar la restauración capitalista creció de manera irresistible. El colapso de la vieja burocracia y la restauración abrieron vías de escape al capitalismo en decadencia. La reubicación de Rusia y China en el orden mundial, dictada por las potencias, no fue suficiente para cumplir plenamente los objetivos del imperialismo, ya que las conquistas revolucionarias del pasado les permitieron mantener cierta independencia de la dominación estadounidense y gestionar el proceso de restauración.

Desde la década de 1970, la crisis mundial se ha intensificado. Las fuerzas productivas mundiales fueron restauradas y entraron en flagrante contradicción con las relaciones de producción capitalista en forma de monopolio. Es por eso que la crisis abierta en 2008, en Estados Unidos, se generalizó a nivel mundial y alcanzó los niveles de la crisis de 1929.

La restauración en curso en China, en forma de capitalismo de estado, la potenció económicamente, en detrimento de Estados Unidos y de las demás potencias, que afrontan el declive. El cálculo del imperialismo se basó en el objetivo de que la entrada de China en el orden mundial, diseñado por Estados Unidos y sostenido en la posguerra, desintegraría la burocracia gobernante y el partido comunista, y conduciría así a una franca relación de servidumbre. El impulso económico, basado en una fuerza de trabajo poderosa, en la nacionalización de ramas fundamentales, en la explotación tecnológica de las multinacionales y en la centralización dictatorial burocrática, abrió un nuevo período de choque con el imperialismo y, en particular, con Estados Unidos. Ya no se trata de derrotar al comunismo, sino de imponer, hasta las últimas consecuencias, la restauración, lo que implica romper el capitalismo de Estado y someter el país al capital financiero.

Esto también es cierto, a pesar de las diferencias, con Rusia. El declive económico de Estados Unidos, en el último período de la posguerra, y el surgimiento de China, dieron paso a la reanudación abierta de la guerra comercial. La economía mundial no puede continuar dependiendo del crecimiento chino.

Las fuerzas productivas, en su conjunto, no pueden desarrollarse bajo la estructura monopólica ultra-concentrada y bajo el gigantesco capital financiero ultra-parásito. Esto explica el fracaso de los intentos del imperialismo por superar la crisis abierta en 2008. El estallido de la pandemia, que se ha apoderado del mundo, se ha convertido en un factor que precipitó la recesión mundial, que ya estaba dando señales. Por eso la tendencia general es que se intensifique el enfrentamiento de Estados Unidos con China y Rusia. Es en este marco que se coloca la urgencia de que la vanguardia construya partidos revolucionarios y reconstruya el Partido Mundial de la Revolución Socialista.

La imposibilidad de impulsar las fuerzas productivas del mundo provoca su desintegración. Se agigantan las formas parasitarias de capital, mientras que las formas productivas pierden fuerza. El creciente desempleo, subempleo y trabajos precarios son reflejos del bloqueo de las fuerzas productivas. Lo que, a su vez, conduce a una reducción del valor de la mano de obra. A partir de la década de 1970, la burguesía comenzó a avanzar en la destrucción de las viejas conquistas sindicales y obreras. Las contrarreformas se han convertido en la principal orientación a seguir por cualquier gobierno. Los países semicoloniales se estaban alineando detrás de esta orientación global. Los ataques a la mano de obra se combinaron con los destinados a aumentar el saqueo de las naciones oprimidas. La inmigración se ha convertido en un problema explosivo para las potencias. La pobreza, e incluso la miseria, ha mostrado su rostro en los países capitalistas más civilizados del mundo. Lo que ya no es un monopolio de los países atrasados. Las heridas sociales del capitalismo se manifiestan en todas partes, sin excepción. La clase media, que se expandió enormemente en la posguerra, está ahora en declive y bajo la presión del empobrecimiento. Los asalariados en general, especialmente el proletariado, son empujados al precipicio del desempleo.

Es sobre este terreno que la burguesía retoma la militarización mundial y refuerza los focos de guerra. Y tiende a revivir formas dictatoriales y fascistizantes de gobernabilidad. No tiene sentido el grito de los reformistas de que es necesario evitar la destrucción total del “Estado de bienestar social”; o que “la democracia es un bien civilizador que debe protegerse”. En el fondo, crece el temor a que el proletariado se levante y potencie a su vanguardia revolucionaria. Observan, con preocupación, los disturbios llevados a cabo por capas empobrecidas de la clase media urbana.

Es visible la acumulación de crisis, manifestaciones y enfrentamientos con el estado burgués, que señalan las tendencias generales de agravamiento de la lucha de clases. Situaciones prerrevolucionarias y revolucionarias se han ido gestando en diversas partes del mundo. Son signos inequívocos de que las masas se ven obligadas a defenderse a cualquier precio. Lo que caracteriza la situación mundial es el aumento de los desequilibrios e inestabilidades políticas, que tienen su base en la descomposición de las fuerzas productivas y la lucha de clases.

El reformismo y la burocracia sindical son los principales muros de contención de la lucha de clases y de la organización independiente del proletariado. La estatización de los sindicatos, que en el capitalismo es la condición para la supervivencia de la casta burocrática, ha llegado al extremo. Los partidos reformistas, socialdemócratas y nacionalistas han sido fieles servidores de la burguesía en general y de la fracción considerada democratizadora en particular. Conservan la capacidad de canalizar la revuelta de masas hacia maniobras parlamentarias. Es la burocracia sindical, sin embargo, la principal barrera a la organización independiente ante el Estado burgués. Funciona como agente del reformismo, o incluso del liberalismo. Cesan las divisiones inter-burocráticas ante el objetivo de contener el descontento y la revuelta de las masas. De traición en traición, la burocracia sindical alimenta la desconfianza, la exasperación y el descrédito de las masas en la capacidad de lucha de sus organizaciones. Al someter a los sindicatos a la política de los partidos burgueses, el aparato burocrático se opone a las necesidades y demandas más elementales de las masas. Sabe que la movilización de la clase obrera en defensa del empleo, los salarios y los derechos choca con las tendencias del capitalismo, de cerrar puestos de trabajo y reducir el valor de la fuerza laboral. Incluso la bandera del salario mínimo necesario para la vida de la familia obrera ha dejado de ser reconocida, aunque sea de palabra.

El programa de reivindicaciones vitales, si se defiende con los métodos de la acción directa y mediante la democracia obrera, lleva a los explotados a luchar contra la burguesía y su gobierno.

En la pandemia, la burocracia, en sus diversas tendencias, colaboró ​​abiertamente para aplicar medidas de reducción de salarios y despidos. La lucha implacable contra los bloqueos y desvíos de la lucha de clases es la condición para que la vanguardia con conciencia de clase organice el partido marx-leninista-trotskista dentro del proletariado. Esto no significa negarse a aplicar la táctica del frente único, siempre que las condiciones lo exijan. Es en las entrañas de la lucha donde se crean las mejores condiciones para combatir a las direcciones conciliadoras y ayudar a los explotados a concluir sus experiencias con las direcciones traidoras.

La crisis de la dirección revolucionaria es el gran problema de la humanidad, que se manifiesta objetivamente en las crisis y la lucha de clases de cada país y del mundo. El profundo revés, provocado por el estalinismo, la restauración capitalista y la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, es parte del proceso histórico de transición del capitalismo al socialismo y de éste al comunismo. La interrupción de la transición iniciada por la Revolución rusa de octubre de 1917 e impulsada por las otras revoluciones, principalmente en China, representa una severa derrota para el proletariado mundial.

Basándose en sus lecciones y en las nuevas condiciones de descomposición del capitalismo, es que el curso inevitable de las revoluciones socialistas se levantará y se reanudará. Corresponde a la vanguardia con conciencia de clase encarnar esta tarea y trabajar incesantemente, con valentía, por la reconstrucción de la Cuarta Internacional, Partido Mundial de la Revolución Socialista. Este objetivo estratégico se resuelve poniendo en pie los partidos-programa, como secciones del Comité de Enlace.

(03 de septiembre de 2020 – Por el Comité Central, Atílio de Castro)

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *