Guerra entre Armenia y Azerbaiyán – Manifestaciones de la descomposición capitalista
El 27 de septiembre se declaró la guerra entre Armenia y Azerbaiyán. El conflicto comenzó por el control de la autodenominada República de Nagorno-Karabaj, una provincia del país azerí. Que después de la guerra de 1988-1994, quedó bajo el control de los armenios.
Después de dos semanas de combates, cientos de soldados y decenas de civiles, de ambos bandos, cayeron víctimas de los bombardeos. Hay una ofensiva política y diplomática de Rusia, Francia y la OTAN, para imponer un alto el fuego bilateral.
Azerbaiyán establece como condición que Nagorno-Karabaj vuelva al control azerí. Lo que es rechazado por Armenia y el gobierno autónomo de la región en disputa. Todo indica, por tanto, que la escalada militar seguirá empeorando. Sucede que en ambos países se declaró el “estado de guerra”, lo que significa la movilización de fuerzas militares en reserva y el virtual sometimiento de numerosas funciones políticas y legislativas a las directivas y órdenes de los altos comandos militares.
Raíces históricas
El Estado obrero, bajo la dirección de los bolcheviques, se convirtió en un referente revolucionario para las naciones y movimientos revolucionarios del Cáucaso, que lucharon contra la opresión nacional durante siglos, contra el imperio zarista, por un lado, y el imperio otomano, por otro.
Tras la derrota del Imperio Otomano (responsable de uno de los mayores genocidios conocidos en la historia, en el que fueron masacrados 1,5 millones de armenios), en la Primera Guerra Mundial, a manos del imperialismo, así como el derrocamiento del zarismo, y el posterior derrocamiento bajo el gobierno de Kerensky, Armenia y Azerbaiyán se aproximaron a la Revolución Rusa, que estaba tomando forma después de tres años de sangrienta guerra civil.
En el Congreso de Bakú de 1920, se tomó la decisión de integrar las nacionalidades y etnias del Cáucaso con el objetivo de construir las bases federativas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Los armenios y azeríes acordaron que Nagorno-Karabaj, durante siglos una provincia de Azerbaiyán, se integrara a la República Socialista de Azerbaiyán, pero garantizando una gran autonomía.
Solo la revolución proletaria crearía las condiciones para que las naciones y etnias, oprimidas durante siglos, obtengan el libre derecho a disponer de sí mismas. Lo que fue posible gracias al fortalecimiento de los lazos internacionalistas del proletariado, y de su alianza con el campesinado de ambos países en la construcción de las bases económicas, políticas y sociales, de la transición del capitalismo al socialismo.
La contrarrevolución estalinista destruyó estos cimientos, y a medida que la gran burocracia rusa se consolida y comienza a defender sus intereses de casta, que se apoyaban en el disfrute de las gigantescas capacidades productivas de la URSS, inmediatamente desmantela la unión libremente consentida, reemplazándola por la centralización dictatorial de naciones y etnias. De modo que la libre asociación de repúblicas en una federación de países, sobre la base de la propiedad social colectiva, fue reemplazada por la centralización administrativa y militar, bajo el látigo de la burocracia rusa.
Antecedentes del reciente del conflicto
A pesar de constituir una provincia con alta autonomía política y cultural en Azerbaiyán, hasta 1991, cuando se manifestaban las tendencias desintegradoras de la URSS, Nagorno-Karabaj se convertiría en un centro de conflictos étnicos, aplastado por el puño de hierro de la burocracia estalinista.
En 1988, estalló la guerra por el control de Nagorno- Karabaj. A su vez, fueron estas mismas condiciones de desmantelamiento de la rígida centralización burocrática rusa las que llevarían a la región en disputa a exigir su incorporación a Armenia. El conflicto, que se extendió durante 6 años, provocó 25.000 muertes, millones de refugiados y «limpiezas étnicas».
Cuando, en 1991, la URSS finalmente se disolvió, y como tantas otras ex repúblicas soviéticas, llegó el momento de que Azerbaiyán y Armenia declararan su independencia nacional. La ruptura de las fronteras establecidas por la URSS hizo posible que Nagorno-Karabaj se declarara República independiente. Pero fue la victoria de Armenia en 1994 lo que obligó a Azerbaiyán a aceptar el alto el fuego y a estar de acuerdo con la creación de la «República de Nagorno-Karabaj».
Esta resolución del conflicto solo retrasó la explosión de nuevos choques. Bajo las nuevas condiciones mundiales de empeoramiento de la guerra comercial y descomposición capitalista, los conflictos étnicos, nacionales y religiosos comenzaron a servir a las fuerzas económicas y militares regionales y globales para expandir su control sobre regiones estratégicas.
Por eso, a pesar del alto el fuego definitivo y la formación del Grupo de Minsk, para arbitrar en los conflictos entre las repúblicas que formaban la URSS, la ofensiva imperialista para imponer su control en la región proyectó la reanudación de los enfrentamientos. Eso es lo que sucedió en abril de 2016 y sucede ahora.
Tendencias mundiales
El salto cualitativo de los choques bélicos converge con la creciente importancia económica y geográfica de esta región. Los oleoductos atraviesan la región, conectando Europa con el Oriente Medio, además de ser rica en recursos naturales. Sin embargo, son las condiciones de desintegración capitalista global las que empujan a las potencias regionales y mundiales a definir cómo y cuándo intervenir en regiones y países en los que los conflictos étnicos se transforman en choques bélicos.
Es en este sentido que la permanencia de tendencias desintegradoras en las ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sirve a la intervención del imperialismo, que hace uso de los conflictos étnicos y nacionales. Esto es lo que sucedió en Bosnia, Abjasia, Osetia del Sur, Ucrania y, más recientemente, en Bielorrusia. Estos movimientos, a su vez, incitan a las potencias regionales (Turquía e Irán) a actuar e intervenir, directa o indirectamente, buscando obtener fuerza, para negociar con el imperialismo y la burocracia rusa.
Este paso ya fue dado por Turquía, que ahora tiene participación militar en los combates, junto con Azerbaiyán. Rusia, que tiene una base militar, cientos de tanques y aviones de combate en Armenia, todavía duda en actuar directamente. La intervención de Francia, a su vez, pretende preservar sus intereses en el país, que han ido creciendo tras la caída, en 2018, del gobierno pro-ruso, a través de un amplio movimiento de masas.
La guerra entre Armenia y Azerbaiyán, como se ve, es parte de conflictos nacionales, guerras civiles y enfrentamientos étnicos, que han servido para agravar el intervencionismo de las potencias, buscando, ya sea preservar sus intereses, o bien modificar las relaciones y esferas de influencia, que surgieron como resultado de la división del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Lo que agiganta las tendencias bélicas que nacen y se alimentan de la descomposición del capitalismo.
Política proletaria
Lo fundamental reside en comprender que la autodeterminación e independencia nacional, así como la resolución de los conflictos étnicos, mediante la consolidación de la unión libre de pueblos emancipados de la opresión imperialista, solo pueden tener lugar bajo la República Soviética. La desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se produjo como resultado del proceso de restauración capitalista, que se inició con el revisionismo estalinista y tomó forma con el agigantamiento de la burocracia contrarrevolucionaria. En la base de los enfrentamientos y guerras entre las antiguas repúblicas soviéticas se encuentra el restablecimiento de las relaciones capitalistas de producción y la influencia del imperialismo.
La retórica nacionalista, religiosa y étnica entre armenios y azeríes no hace más que ocultar los intereses burgueses, que impiden volver las armas contra el imperialismo opresor y saqueador. No hay forma de garantizar la autodeterminación de una nación oprimida y establecer la cooperación entre los pueblos débiles, como es el caso de los armenios y azeríes, excepto en la lucha común contra la dominación imperialista, por el socialismo y la revolución mundial.
Se coloca como tarea urgente la necesidad de poner en pie la dirección revolucionaria marxista-leninista-trotskista, destruida por el estalinismo, sobre las bases programáticas de la revolución y del internacionalismo proletario. Las masas oprimidas, que constituyen la mayoría de armenios y azerbaiyanos, deben levantarse contra la guerra fratricida, contra la casta burocrático-burguesa, y rechazar cualquier interferencia de las potencias. La clase obrera mundial debe colocarse por el fin de la guerra y la reanudación del curso de la construcción socialista, interrumpido por el proceso de restauración capitalista, desde la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nuestra bandera: ¡Por la unión de los pueblos oprimidos en armas contra el imperialismo!
(nota de MASSAS, POR Brasil nº 621)