EEUU: Era previsible el no impeachment de Trump
El impeachment de Trump por «incitación a la insurrección» terminó como se esperaba: no rompió el bloqueo de los congresistas republicanos. 57 senadores votaron a favor y 43 en contra, lo que impidió a los demócratas alcanzar los 67 votos necesarios. La «absolución» de Trump se produce un año después de que fracasara el primer intento bajo los cargos de «abuso de poder» y «obstrucción a la labor del Congreso».
Los fiscales trataron de mostrar los vínculos entre la negativa de Trump a reconocer la victoria electoral de Biden y la invasión del Capitolio. Apelaron a vídeos y audios de la invasión, en la que los manifestantes pretendían impedir la certificación de la victoria de Biden amenazando con secuestrar a congresistas, senadores y al propio ex vicepresidente de Trump «por traición». El juicio y el encarcelamiento de decenas de manifestantes por «sedición», «terrorismo doméstico» e «insurrección» resonaron aún más en los medios de comunicación, sirviendo de combustible político para la ofensiva demócrata.
Los abogados defensores de Trump, por su parte, plantearon la inconstitucionalidad del caso contra un «simple civil». No correspondía juzgar a Trump, que ahora estaba en manos de la justicia ordinaria. Y acusaron a los demócratas de persecución política: no correspondía al Congreso impedir que Trump se presentara a un nuevo cargo electivo.
Estaba claro que no había forma de continuar con el impeachment. El bombardeo de vídeos y audios no pretendía disuadir a la mayoría de los republicanos de su negativa a eliminar los derechos políticos de Trump. Sirvieron para presentar al gobierno de Biden como defensora de la democracia y las instituciones,
Según las noticias, 140.000 miembros del Partido Republicano en los estados de California, Pensilvania, Arizona y Florida decidieron desafiliarse tras el asalto al Capitolio. Pero estaba claro que la pretendida división en las filas de los republicanos no se produciría al punto de permitir el impeachment.
Cuadros políticos republicanos y fracciones de los monopolios observaron con temor el agravamiento de la crisis política y el riesgo de aumentar la inestabilidad social. La «normalización» de las relaciones entre demócratas y republicanos es necesaria para la estabilización de la gobernabilidad y la centralización política, en las condiciones de agravamiento de la crisis económica y las tendencias a la lucha observadas entre las masas en el último período.
La destitución del ex presidente era inaceptable para millones de estadounidenses que votaron contra Biden. Los republicanos descontentos con lo ocurrido en el Capitolio tuvieron en cuenta el enorme apoyo que la clase media dio a Trump. Los propios demócratas, contando con el consentimiento de un grupo de republicanos, calcularon que sería mejor dejar el juicio en el Senado hasta después de la toma de posesión de Biden. En realidad, se creó una pantomima para dar alguna satisfacción a los votantes de Biden, para mostrar autoridad frente a la ultraderecha supremacista y para mostrar al mundo que la democracia, que ilumina el camino de la humanidad, aún sobrevive en la mayor potencia.
No hace falta ser un buen observador para admitir que la flagrante división electoral, la persistente denuncia del ex presidente de que hubo fraude y la osadía de los trumpistas de invadir el Congreso, muestran la descomposición de la democracia burguesa, que se erigió en ejemplo y, como tal, sirvió al imperialismo para justificar su intervención en todas partes contra las dictaduras. La división entre republicanos y demócratas, que en forma de bipartidismo ejercen la dictadura de los monopolios sobre las masas, ha sobrepasado los límites de la discordia, debido al declive económico de Estados Unidos y al retroceso en su papel de gendarme internacional, aunque sigue siendo la fuerza mundial más poderosa
El nacionalismo de Trump encendió las pasiones de la clase media y reavivó la opresión racial, que parecía disolverse gradualmente y que, a pesar de los disfraces, revela las raíces genuinas de la opresión de clase de la burguesía sobre el proletariado estadounidense y mundial. Amplias capas de la clase media estaban convencidas de que el nacionalismo de Trump detendría el proceso histórico de descomposición económica y social. La pandemia llegó como un factor poderoso, debido a su alcance mundial, que golpeó duramente al gobierno de Trump. Aún así, la victoria de Biden no convenció a buena parte de la población y amplió las divisiones internas, que han empeorado desde la elección de Obama y la crisis financiera que estalló en 2008.
La decisión de Trump de desmantelar el máximo posible la política interior y exterior del gobierno demócrata radicalizó los conflictos en el seno del Estado y entre sectores sociales, cuya expresión más visible es el recrudecimiento del racismo. Es sobre esta división y en las condiciones a la baja de la economía que Biden tendrá que gobernar. El impeachment de Trump no sería auspicioso, el juicio «moral» era suficiente en nombre de la democracia y la ley. Biden trató de mantenerse equidistante del proceso de juicio político, como si solo fuera un problema legislativo. Fue una señal de que no puede iniciar su gobierno en choque con los republicanos. Aunque los demócratas han logrado un equilibrio en el Senado – lo que Obama no había logrado-, no modifica mucho las relaciones de fuerza en el parlamento.
Las primeras medidas de Biden se centraron en la pandemia y la crisis económica interna. En el primer caso, tiene a su favor la presión mundial para que se estanquen sus nefastas consecuencias. La compra de la producción entera de vacunas fue un gesto de que tratará con firmeza la pandemia, a diferencia de la posición de Trump. Se encuentra, por tanto, ante un obstáculo transitorio abordado. La crisis económica y social, sin embargo, se eleva como un muro de granito. Es por eso que en el centro de sus primeras decisiones está la aprobación del paquete de 1,9 billones de dólares, pendiente de aprobación en el Congreso.
La votación de los proyectos preliminares en las comisiones expuso las fisuras con los republicanos y demócratas de «centro-derecha», que rechazan aumentar los sueldos de los funcionarios públicos de 7,5 a 15 dólares, así como ampliar los seguros médicos subvencionado y regularizar 11 millones de inmigrantes ilegales. Son medidas que muestran solo la punta del iceberg. Una cantidad tan expresiva, por el momento, solo sirvió para propagandear la voluntad del nuevo gobierno de detener la sangria económica y evitar una nueva quiebra del capital financiero.
La pregunta que se ha hecho y se hace es si este artificio no pontenciará aún más la crisis más adelante, considerando la gigantesca deuda del Tesoro Nacional y la posibilidad de desencadenar la inflación mundial. Las previsiones de los organismos internacionales son que la crisis mundial traerá nuevos trastornos, como los de los años 2008-2009. Y posiblemente más potentes, debido al enorme endeudamiento de los Estados Nacionales. Biden tiene que ganarse la confianza de sectores de la clase media, que se mantuvieron con Tump, para poder negociar en el parlamento con los republicanos. Este es el significado político y social de los $ 1,9 billones. De nada sirvió el palabrerío sobre la igualdad, la justicia y la democracia.
Aún no se sabe cuál es la directriz externa. ¿Desmantelará la política de Trump? El regreso al Acuerdo Climático de París y la OMS no dice mucho. La clave se encuentra en las relaciones de Estados Unidos con China, que incluye a Rusia. En el campo de la guerra comercial, el espacio es mucho más estrecho. Las afirmaciones de que el multilateralismo sería más prometedor para los intereses de Estados Unidos y del mundo no concuerdan con la lentitud de Biden en presentar su directriz, como lo hizo para la economía nacional. El gobierno iraní ha propuesto que se vuelva al acuerdo montado por Obama. Biden se negó y exigió que Irán desmantele su programa nuclear. La voz de Trump habló a través de Biden. No pasará mucho tiempo antes de que se deshagan las ilusiones de que Estados Unidos ha vuelto a su lecho natural de la democracia y la cooperación mundial.
El problema está en que la clase obrera estadounidense y mundial sufre la crisis de dirección, es decir, la ausencia de su Partido Mundial de la Revolución Socialista. La claridad de la vanguardia con conciencia de clase que comprende la crisis mundial y se guía por las leyes de la historia es decisiva para superar la contradicción entre las condiciones objetivas para las revoluciones proletarias y las condiciones subjetivas. La descomposición de la mayor potencia surgida de las dos guerras mundiales como columna vertebral del capitalismo mundial y del imperialismo es la guía segura para que la vanguardia mundial cave trincheras y gane posiciones a favor de la revolución socialista y el internacionalismo proletario.
(Nota MASSAS nº629 – POR Brasil)