CERCI

102 años de la fundación de la III Internacional

Damos continuidad a la campaña de los 102 años de la fundación de la III Internacional (del 2 al 6 de marzo de 1919). En el periódico Massas anterior, publicamos “Discurso en la sesión solemne del Soviet de Moscú, en conmemoración del 1er aniversario de la III Internacional”, pronunciado por Lenin. Ahora publicamos dos partes de “Notas de un publicista”, de febrero de 1920, de las cuatro que componen el documento. Seleccionamos las partes dos y tres, por reunir las principales formulaciones.

La primer parte introduce la información de Lenin sobre una carta, un número del periódico, y del boletín del Comité para la Reconstrucción de la Internacional, que había recibido de Jean Longueti. En el boletín, se divulgaban “dos proyectos de resolución destinados al próximo congreso del Partido Socialista Francés”. Lenin ira a responder a lo que llamó “quejas y ataques de Jean Longueti”.  Dice que Loriot y Trotsky ya habían realizado, en sus artículos, una crítica suficiente. Pero que se trataba de responder sobre la cuestión de la “educación socialista”. Dice “(…) Es preciso entender, no con la repetición pedante y doctrinaria de frases socialistas generales, que después de 1914-1918 aborrecen a todo el mundo y no inspiran confianza, a no ser con la inflexible denuncia de los errores de los dirigentes y los errores del movimiento”.

Las dos partes aquí publicadas, en los hechos, traen lecciones extraordinarias sobre como evidencias en esencia la política reformista, y la gravedad de sus consecuencias para la lucha revolucionaria del proletariado. En la III Internacional, no había lugar para cualquier vacilación en el combate al reformismo, cuya capitulación ante la burguesía imperialista en la guerra tornaba definitivo su carácter contra-revolucionario.

(POR Brasil – Massas nº 629)

 


Notas de un publicista

Lenin – 14 de febrero de 1940

 

Ninguna de las dos resoluciones de los longuetistas sirve para nada. Aunque, dicho sea de paso, sirven para una cosa: para ilustrar el mal que quizá sea en este momento el más peligroso para el movimiento obrero de Occidente. Este mal consiste en que los antiguos jefes, al observar la atracción irresistible del bolchevismo y del Poder soviético para la masas, buscan (iy con frecuencia encuentran!) una salida en el reconocimiento verbal de la dictadura del proletariado y del Poder soviético, sin dejar de ser en realidad enemigos de la dictadura del proletariado u hombres que no pueden o no quieren comprender su significación y ponerla en práctica.

Cuán enorme cuán inmenso es el peligro que acarrea este mal, se pone de ‘relieve con particular evidencia en la caída de la primera República de los Consejos en Hungría (a la primera, ya derribada, seguirá la victoria de la segunda). En varios artículos aparecidos en Bandera Roja (Die Rote Fahne, de Viena), órgano central del Partido Comunista Austríaco, se revela una de la causas fundamentales de esa caída: la traición de los «socialista», que de palabra se pusieron del lado de Bela Kun y se proclamaron comunistas, pero que en los hechos no aplicaban una política concordante con la dictadura del proletariado, vacilaban, se acobardaban, se dejaban influir por la burguesía, y algunos de ellos saboteaban y traicionaban abiertamente la revolución proletaria. Los poderosos bandidos del imperialismo ( es decir, los gobiernos burgueses de Inglaterra, Francia, etc.) que rodeaban a la República Húngara de los Consejos supieron, naturalmente, aprovechar estas vacilaciones dentro del Gobierno húngaro de los Consejos y utilizaron a los verdugos rumanos para estrangularla ferozmente

No cabe duda de que una parte de los socialista húngaros se pasaron sinceramente al lado de Bela Kun y se proclamaron comunista sinceramente. Pero el fondo del asunto no cambia por ello: el hombre que se proclama «sinceramente» comunista y que, en los hechos, en vez de seguir una política implacablemente firme, inquebrantablemente decidida, abnegadamente valiente y heroica (sólo tal política concuerda con el reconocimiento de la dictadura del proletariado) vacila y se, acobarda, un hombre así, con su falta de carácter sus vacilaciones, su indecisión, comete la misma felonía que el traidor abierto. En un sentido personal, la diferencia entre el hombre que traiciona por debilidad de carácter y el que lo hace por cálculo e interés es muy grande; pero en política no existe tal diferencia, pues la política significa el destino real de millones de hombres, y este destino no cambia por el hecho de que millones de obreros y campesinos pobres sean traicionados por quienes son traidores por falta de carácter o por quienes persiguen objetivos egoístas.

Determinar qué parte de los longuetistas que suscribieron las resoluciones que estamos examinando pertenece a la primera o a la segunda de las categorías mencionadas, o a una tercera, es algo que no podemos hacer en este momento; por otro lado, tratar de resolver semejante cuestión sería perder el tiempo. Lo importante es que los longuetistas, como tendencia política, siguen ahora exactamente la política de los «socialistas» y «socialdemócratas» húngaros, que provocaron la caída del Poder de los Consejos en Hungría. Los longuetistas siguen esta política, ya que de palabra se proclaman partidarios de la dictadura del proletariado y del Poder soviético, pero de hecho continúan comportándose como antes, continúan defendiendo en sus resoluciones y aplicando en la práctica la vieja política de pequeñas concesiones al socialchovinismo, al oportunismo, a la democracia burguesa, la política de vacilaciones, de indecisión, de evasivas, de pretextos, de ocultamiento de los hechos y otras cosas por el estilo. Estas pequeñas concesiones, las vacilaciones, la indecisión, las evasivas, los pretextos y el ocultamiento de los hechos, en su conjunto, constituyen inevitablemente una traición a la dictadura del proletariado.

Dictadura es una palabra grande, dura y cruel, una palabra que expresa upa implacable lucha a muerte entre dos clases, entre dos mundos, entre dos épocas históricas. Y palabras como esta no pueden ser pronunciadas con ligereza.

Poner en el orden del día la realización de la dictadura del proletariado y, al mismo tiempo, «temer ofender» a hombres como Albert Thomas, a los señores Bracke, Sembat, a otros campeones del más abyecto socialchovinismo francés, a los héroes del· traidor periódico L’Humanité, de La Bataille12 , etc., es traicionar a la clase obrera; sea por ligereza, por falta de comprensión, por falta de carácter o por otras causas, e en todo caso traición a la clase obrera.

La divergencia entre las palabras y los hechos llevó a la bancarrota de la Segunda Internacional. La Tercera Internacional no tiene todavía un año, y ya se ha puesto de moda y atrae a los politiqueros que van adónde van las masas. Sobre la Tercera Internacional comienza a cernirse el peligro de la misma divergencia entre las palabras y los hechos. Cueste lo que cueste y donde quiera se presente, hay que denunciar este peligro y arrancar de raíz toda manifestación de este mal.

Las resoluciones de los longuetistas (al igual que las resoluciones del último congreso de los independentistas alemanes, que son los longuetistas alemanes) han convertido la «dictadura del proletariado» en el mismo icono que solían ser las resoluciones de la Segunda Internacional para los jefes, para los jerarcas sindicales, para los parlamentarios y para los funcionarios de las cooperativas. A un icono se le puede rogar, ante un icono la gente se santigua y se arrodilla, pero el icono no cambia en nada la vida práctica, ni la política práctica

No, señores, nosotros no permitiremos que la consigna «dictadura del proletariado» se convierta en un icono; no aceptaremos que la III Internacional tolere divergencia alguna entre las palabras y los hechos.

Si están ustedes en favor de la dictadura del proletariado, no sigan entonces la política evasiva, ambigua y conciliadora con respecto al socialchovinismo, que siguen y que se expresa en las primeras líneas de la primera de sus resoluciones: la guerra, fíjense por favor, «ha desgarrado» (a déchiré) a la II Internacional, la ha alejado de la labor de «educación socialista» (éducation socialiste), y «algunos de los grupos de esta Internacional» (certaines de ses fractions) «se han debilitado» al compartir el poder con la burguesía, y así sucesivamente .

Este no es el lenguaje de gente que apoya consciente y sinceramente la idea de la dictadura del proletariado. Es el lenguaje de los que dan un paso adelante y dos atrás, o bien, de politiqueros. Si ustedes quieren hablar este lenguaje, o mejor dicho, mientras hablen ese lenguaje, mientras ésa sea su política, quédense en la II Internacional, pues allí está su sitio. O que los obreros que les empujan con su presión de masas hacia la III Internacional les dejen en la II Internacional, y que ellos, sin ustedes, ingresen en la III Internacional. A estos obreros, ya sean del Partido Socialista Francés, del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania o del Partido Laborista Independiente de Inglaterra, les diremos, en las mismas condiciones: ¡bienvenidos!

Si se admite la dictadura del proletariado y si al mismo tiempo se habla de la guerra de 1914-1918, hay que hablar de otro modo: esta guerra fue una guerra entre los bandidos del imperialismo anglo-franco-ruso y los bandidos del imperialismo germano-austríaco por el reparto del botín, de las colonias y Ge las «esferas» de influencia financiera. Propugnar la «defensa de la patria» en una guerra semejante fue traicionar al socialismo. Si esta verdad no es explicada a fondo, si esta traición no es erradicada de la mente, del corazón y de la política de los obreros, será imposible libramos de las calamidades del capitalismo, será imposible librarnos de nuevas guerras, que son inevitables mientras subsista el capitalismo.

¿Es que no quieren o no pueden hablar ustedes este lenguaje, realizar esta propaganda? ¿Es que quieren ser «clementes» consigo mismos o con los amigos que ayer predicaban la «defensa de la patria» en Alemania bajo Guillermo o bajo Noske, y en Inglaterra y Francia bajo la dominación de la burguesía? ¡Entonces sean clementes con la III Internacional! ¡Háganla feliz con su ausencia!

***

Hasta ahora sólo me he referido a la primera de las dos resoluciones. La segunda no es mejor. «Solemne» («solennelle») condena del «confusionismo», e incluso de «todo compromiso» («toute compromission» es una vacua retórica revolucionaria, pues no se puede estar contra todo compromiso). Y es, al mismo tiempo una reiteración evasiva, ambigua, de fases generales, que, lejos de esclarecer el concepto «dictadura del proletariado», lo oscurecen; ataques a la «política del señor Clemenceau» (ardid habitual de los politiqueros burgueses en Francia, que explican el cambio de camarilla como un cambio de régimen); exposición de un programa fundamentalmente reformista: impuestos, «nacionalización de los monopolios capitalistas», etc.

Los longuetistas no comprenden ni quieren comprender) (algunos son incapaces de comprender) que el reformismo, envuelto en una fraseología revolucionaria, fue el mal principal de la II Internacional, la causa principal de su ignominiosa bancarrota, del apoyo de los «socialistas» a una guerra en la que· fueron inmolados diez millones de hombres para resolver el gran problema de si debía saquear todo el mundo el grupo anglo-ruso-francés de bandidos capitalistas o el grupo alemán.

En la práctica, los longuetistas son los reformistas de antes, que encubren su reformismo con fases revolucionarias con la única diferencia de que utilizan como fase revolucionaria un nuevo término: «dictadura del proletariado». El proletariado no necesita a semejantes jefes, ni necesita a los jefes del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, ni a los jefes del Partido Laborista Independiente de Inglaterra. El proletariado no puede ejercer su dictadura con semejantes jefes.

Admitir la dictadura del proletariado no significa que en cualquier momento y a toda costa haya que lanzarse al asalto, a la insurrección. Eso es absurdo. Para que la insurrección tenga éxito se necesita una larga preparación, hábil y perseverante, que impone grandes sacrificios.

Admitir la dictadura del proletariado significa una resuelta, implacable y, lo que es más importante, plenamente consciente y consecuente ruptura con el oportunismo, con el reformismo, con la ambigüedad y la actitud evasiva de la II Internacional; significa la ruptura con los jefes que no pueden dejar de continuar las viejas tradiciones, con los viejos parlamentarios (viejos, no por su edad, sino por sus métodos), con los viejos funcionarios de los sindicatos y de la cooperativas, etc.

Es indispensable romper con ellos. Sería criminal compadecerles: significaría traicionar los intereses vitales de decenas de millones de obreros y pequeños campesinos p0r los intereses mezquinos de diez mil o cien mil personas.

Admitir la dictadura del proletariado requiere transformar radicalmente la labor cotidiana del partido, significa descender hasta los millones de obreros, braceros y pequeños campesinos, a los que no se puede librar de las calamidades del capitalismo y de las guerras sin los Soviets, sin el derrocamiento de la burguesía. La dictadura del proletariado significa explicar esto concreta, sencilla y claramente a las masas, a decenas de millones de hombres; significa decirles que sus Soviets deben tomar todo el poder, y que su vanguardia el partido del proletariado revolucionario, debe dirigir la lucha.

Ente los longuetistas no hay ni sombra de comprensión de esta verdad, ni tampoco existe el menor deseo o capacidad de aplicar esa verdad diariamente.

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