Brasil: 133 años de la Ley Aurea – Las masas negras soportan el mayor peso de la barbarie social
Que las manifestaciones en el día 13, exijan a las centrales, sindicatos y movimientos que rompan la pasividad y convoquen inmotamente a un día nacional de lucha
La pandemia agrava la situación de la pobreza y miseria de la mayoría oprimida
La erradicación el racismo vendrá con la revolución proletaria
Manifiesto del Partido Obrero Revolucionario – Brasil – 13 de mayo de 2012
En estos 133 años – desde la abolición de los esclavos por medio de la Ley Áurea, el 13 de mayo de 1888 – estamos en medio del avance de la Pandemia, que ya mató a 430 mil personas, de los crecientes índices de desempleo y subempleo, y del aumento de los asesinatos de jóvenes por las fuerzas de represión del Estado. La burguesía y sus gobernantes no tienen forma de ocultar que la pandemia, el hambre y la miseria y las matanzas recaen sobre los habitantes de las favelas, barrios obreros, que son en su mayoría negros. Esta fecha del 133 aniversario está manchada por la sangre de 27 jóvenes, asesinados por la policía en la favela de Jacarezinho (RJ). Está marcado por el fortalecimiento del estado policial sobre la población pobre en todos los rincones del país. También está marcada por las cárceles cada vez más superpobladas de jóvenes, por los niños y adolescentes internados en las Fundações-Casas (antigua Febens) y por el narcotráfico, que recluta a jóvenes sin trabajo y fuera de las escuelas. Y las mayores víctimas, como no podía ser de otra manera, son los negros pobres.
En Brasil, la abolición de la esclavitud tuvo lugar a finales del siglo XIX, por razones económicas externas e internas. El capitalismo industrial del país daba sus primeros pasos y se chocaba con la forma de trabajo esclavo. Durante casi 400 años, el país vivió bajo el colonialismo esclavista, no sin luchas de los negros. Basta recordar las revueltas de Malês (Bahía-1835), de Manoel Congo (RJ-1838), de Carrancas (MG-1833), y tantas otras revueltas populares con participación de negros, como la de Alfaiates y Balaiada. Y la resistencia de los negros a través de quilombos, como el de Palmares (Alagoas), surgido en 1580 y destruido por las fuerzas coloniales en 1695.
No se puede ocultar que la clase obrera brasileña tiene sus raíces en la población negra, liberada de la esclavitud, y transformada en asalariada. A pesar de ello, buena parte de los libros de historia ignoran o falsean el lugar de las masas negras en la constitución del proletariado, y destacan únicamente el papel del inmigrante europeo. El programa del Partido Obrero Revolucionario señala que la transición del sistema esclavista al sistema de producción asalariado (capitalista) se produjo sobre la base del trabajo de una capa negra, que se convirtió gradualmente en mano de obra asalariada, en condiciones materiales y culturales inferiores a las de los inmigrantes. Ahí está el hilo conductor del racismo, que perdura hasta nuestros días. El capitalismo, como sociedad de clases que puso fin al trabajo esclavo, no pudo ni podrá eliminar la discriminación entre blancos y negros, porque es una manifestación de la opresión de clase, de la burguesía blanca sobre la clase obrera y los demás trabajadores.
La discriminación de los blancos contra los negros se produce a diario y en diferentes circunstancias. Van desde la discriminación salarial hasta la educativa y cultural. La diferenciación que hace la policía entre sospechosos blancos y negros es bien conocida. Por lo tanto, en toda la vida social, los negros y negras son inferiorizados. Está claro que se trata de una forma de opresión estructural.
La raíz histórica del racismo en Brasil, repetimos, se encuentra en la esclavización de las masas negras, promovida por los colonizadores blancos. Más precisamente, por la naciente burguesía blanca. La sustitución del colonialismo precapitalista por el capitalismo supuso la abolición de la mano de obra esclava y la implantación del trabajo asalariado. Hubo un salto importante de las relaciones de producción precapitalistas a las capitalistas. Sin embargo, esta transformación cualitativa tuvo lugar bajo la dirección de la clase burguesa blanca y la propiedad privada de los medios de producción, sin que la transformación cualitativa del trabajo esclavo al trabajo libre concluyera en la eliminación de la inferioridad económica y social de los negros.
La clase media acomodada ha servido y sirve de canal para la expresión del racismo en sus diversas dimensiones. Muy recientemente, una camada social de negros ascendió a la clase media. Y poquisimos son los capitalistas negros. De tal manera que la gran mayoría constituye las capas más pobres y miserables del país. Son proletarios y campesinos. Sobre ellos recae el mayor peso de la barbarie capitalista.
La entrada de una parte de los negros en la clase media, aunque pequeña, ha permitido una creciente contestación al racismo, de la discriminación que impide la movilidad social de un contingente mayor de las masas negras. Sólo así fue posible impugnar el racismo mediante reformas, fundamentalmente en la ideología, la cultura y la política. Desde los años 50, se ha desarrollado un movimiento a favor del reconocimiento del lugar histórico de la población negra en la construcción de la riqueza del país, por un lado, y, por otro, en contra de su marginación, atribuida al enfrentamiento entre razas.
La gigantesca concentración de la riqueza en manos de la burguesía blanca, así como los enormes privilegios de la clase media acomodada, y la «marginación» de la inmensa mayoría de los negros brasileños, es una evidencia histórica a la vista. Sobre esta evidencia se ha puesto en marcha un movimiento reformista que ignora, o deja en segundo plano, que la raíz de la opresión de los negros es de clase, y que la discriminación racial es uno de sus reflejos.
La experiencia ha demostrado que la burguesía no tiene forma de llevar a cabo reformas que realmente abran el camino a la eliminación del racismo. Se observa que el reformismo, en la actualidad, viene sirviendo a los intereses electorales. Hay varios movimientos negros, cada uno de ellos vinculado a tal o cual partido adaptado al capitalismo, o a las directrices internacionales de la ONU, etc. Algunos de ellos llegan a negar el carácter de clase de la opresión de los negros.
Brasil cuenta con abundante legislación contra la discriminación racial, como el Estatuto de Igualdad Racial, que a mediados de 2020 cumplirá 10 años. Pero es letra muerta ante el avance de la violencia económica y social contra las masas negras. Los partidos reformistas, liderados por el PT, separan el racismo de la discriminación de clase, limitándolo como si fuera un fenómeno estrictamente racial, resultado del pasado colonialista. Su bandera es la «reparación histórica», mediante leyes, castigos y educación. Quieren que la clase obrera y los demás explotados crean que su viabilidad es posible, siempre que lleven al poder del Estado a partidos comprometidos con la causa racial. La experiencia de 14 años de gobiernos del PT atestigua su inviabilidad, aunque hayan aprobado leyes y medidas, como las cuotas raciales. Esta ilusión reformista tiene que ver con el rechazo del fundamento marxista de que la discriminación racial es una discriminación de clase. Esto se debe a que rechaza la posición de que la erradicación de la discriminación racial será obra del programa de la revolución proletaria. No vendrá, por tanto, de las leyes del Estado burgués, sino de su destrucción.
Es espantosa la cantidad de negros muertos por la pandemia, masacres, hambre y miseria. También es necesario reconocer el gran contingente de blancos pobres que sufren esta barbarie social. Esto exige que las direcciones sindicales y populares rompan con la pasividad, y organicen urgentemente un Díá Nacional de Lucha, por el empleo, el salario, las vacunas para los pobres, y para combatir el asesinato de jóvenes.
En estos 133 años, el POR rechaza toda la demagogia y los discursos en nombre de acabar con la discriminación de los negros. Rechaza las consignas inocuas de «luto y lucha», que aparecen en los “lives” de los burócratas sindicales. Y subraya que es necesario organizar a las masas blancas y negras, pobres y hambrientas, bajo la estrategia de la clase obrera -formada por negros y blancos- que tiene como base la revolución social, proletaria.
En estos 133 años de la abolición de los esclavos, levantemos en alto la bandera del «Fin del capitalismo», para barrer definitivamente la herencia esclavista colonial y la esclavitud asalariada, impuesta por el sistema moderno de explotación laboral. Levantemos la bandera del comunismo, de la sociedad sin clases.