Israel – Electo un nuevo gobierno sionista
Las masas palestinas deben continuar la lucha por su emancipación nacional y social –
Tras 12 años de ejercicio del poder, Benjamin Netanyahu (Likud) fue derrotado por una coalición de ocho partidos. El 13 de junio, Naftali Bennett, líder de la alianza religiosa de extrema derecha Yamina, obtuvo el apoyo del Parlamento (Knesset) para convertirse en el nuevo Primer Ministro. Bennett compartirá el puesto de primer ministro con Yair Lapid (del partido de centro-derecha Yesh Atid), que asumirá el cargo en 2023. El «pacto de gobierno» incluye un derecho de veto recíproco a las decisiones.
Sin embargo, la supervivencia del gobierno dependerá de que se mantengan equilibradas las conflictivas relaciones entre los partidos, que incluyen a la ultraderecha religiosa (Yamina y Meretz), el nacional-chauvinismo (Yisrael Beitenu), la centro-derecha liberal (Yesh Atid, Nueva Esperanza y Azul y Blanco), el Partido Laborista y el Ra’am, único partido árabe-palestino legalizado. A excepción de esta última, todas tienen en común el hecho de ser expresiones de la política sionista anexionista y colonialista.
La fragmentación de las fuerzas políticas -ningún partido puede formar gobierno sin alianzas- se basa en la estructuración del Estado de Israel mediante la yuxtaposición de sectas religiosas, emigrantes de países semicoloniales e imperialistas. Las facciones burguesas expresan los intereses contrapuestos de las distintas facciones del imperialismo mundial. Estas condiciones les obligan a recurrir a la centralización autoritaria permanente y a la expansión colonialista, sobre la que se cimenta la cohesión político-ideológica, frente a los recurrentes levantamientos y revueltas palestinas.
Sucede que el Estado de Israel fue creado artificialmente para servir de base a las maniobras del capital financiero y de los monopolios imperialistas. El choque con los palestinos y los países árabes es el producto histórico de esta intervención sionista-imperialista, de fuera hacia dentro, en Oriente Medio. La expansión territorial de la burguesía sionista favorece el sector inmobiliario, aumenta las inversiones en infraestructuras urbanas y de seguridad, incorpora nuevas fuentes de materias primas, amplía el campo de acción de las potencias en la región y alimenta el parasitismo de la industria militar estadounidense e israelí, que rinde extraordinarios beneficios a los inversores. Por eso los intereses de la fracción burguesa sionista están indisolublemente ligados a los de la burguesía imperialista mundial, en particular a los de Estados Unidos.
Estos lazos explican por qué la derrota de Trump y el ascenso de Biden al gobierno de EEUU condicionaron las elecciones israelíes. Al asumir la presidencia, Biden se declaró a favor de reanudar los acuerdos sobre el plan nuclear de Irán, así como de reducir las fricciones con el imperialismo europeo. Biden pretende concentrar los esfuerzos en la guerra económica y las movilizaciones militares contra los rusos y los chinos, que tienen intereses en las regiones sometidas a una intensa disputa comercial y geoestratégica.
La retirada de Afganistán y la reducción de tropas en Irak, concentrándolas en Europa y en el Mar de China Oriental, indican que la administración Biden se está preparando para una escalada de conflictos con ambas potencias. Esta directiva exige reducir los focos de conflicto en Oriente Medio, retomar los acuerdos de «paz» entre palestinos y judíos y negociar el fin de las sanciones económicas de los gobiernos europeos contra Israel. Bennet era el mejor candidato para expresar este cambio de táctica imperialista en las elecciones anticipadas (las quintas en cuatro años), convocadas por el presidente Rabin, ante la ruptura del gobierno de Nentanyahu. Había apoyado a Biden en la contienda electoral contra Trump, y se declaró a favor de las nuevas directrices del gobierno demócrata. Por el contrario, Netanyahu se mantuvo como fiel aliado de Trump, e insistió en una política que agravó los conflictos con la burguesía europea, cuyos intereses en Irán son evidentes. La disolución de la alianza que llevó a Nentanyahu al poder, la pérdida de la mayoría parlamentaria, las acusaciones de corrupción y la acelerada pérdida de popularidad condenaron a su gobierno.
En las condiciones de profunda crisis política, Bennett se presentó como el árbitro de los conflictos interburgueses, y el mejor representante para seguir las orientaciones de Biden. Dado que la alianza de la derecha ultrarreligiosa y la centro-derecha con el Partido Socialdemócrata Sionista fue insuficiente para derrotar a Netanyahu, el Partido Ra’am se convirtió en la pieza clave. Sin embargo, un obstáculo para su participación era el hecho de que los palestinos -una quinta parte de los 9,3 millones de israelíes- eran refractarios a cualquier acuerdo o conciliación con sus opresores. Estaba claro que su presidente, Mansour Abbas, se consideraba dispuesto a participar en el «frente» anti-Netanyahu. Pero a cambio, exigió la promesa de inversiones multimillonarias en programas contra el desempleo, la vivienda, las infraestructuras y «políticas de seguridad para las comunidades palestinas». Sólo entonces podría presentar su acuerdo con el «frente» sionista como justificable. Bennett y Lapid prometieron que se invertirían 13.000 millones de euros para «mejorar» las condiciones de vida de los palestinos en el país. Así, Abbas pudo encubrir su sumisión al sionismo al poder decir que se había demostrado la necesidad de «una mayor participación de los ciudadanos árabes en la política israelí«.
Esta falsificación fue bendecida por la prensa sionista, que definió la decisión de Ra’am como «histórica». La demagogia electoralista para engañar a las masas de que la victoria de Bennett-Lapid sería un punto de inflexión en la política racista y genocida del Estado de Israel contra los palestinos no tardará en derrumbarse. Los dos sionistas convencidos del «derecho» de Israel a colonizar tierras palestinas seguirán la línea general del rumbo trazado por Netanyahu.
Ni siquiera la conciliadora Autoridad Nacional Palestina (ANP) podía albergar grandes esperanzas de un cambio en la política sionista. Seguirá postrándose ante el avance de la colonización y obstruyendo las tendencias de lucha, que se vienen manifestando desde el estallido de la crisis en 2008, ahora agravada por la crisis pandémica. La revuelta de los palestinos en los territorios ocupados -que recurrieron a una huelga general y a manifestaciones en Jerusalén Este- se combinó con el conflicto armado del pasado mes de mayo.
En ese momento se dieron las condiciones para un levantamiento nacional de las masas palestinas contra la opresión social y nacional. Pero sus direcciones políticas fueron incapaces de transformar estas luchas en un poderoso movimiento antiimperialista de masas, que requería desarrollar el armamento general de la población, para combatir y derrotar al militarismo sionista e impulsar la lucha colectiva de las masas en defensa de sus reivindicaciones vitales y de su territorio.
En otras palabras, se ha expuesto el problema fundamental del pueblo palestino oprimido, que es la crisis de dirección revolucionaria. La ausencia de una vanguardia organizada en un partido revolucionario favorece que el estado genocida y racista de Israel continúe con las masacres y anexiones. No por casualidad, unos días después de las elecciones se desató un nuevo bombardeo sobre la Franja de Gaza. Bennett se declaró a favor de continuar la marcha de la colonización y la sumisión de los palestinos a la burguesía sionista.
Es a través de la lucha de clases y no de la conciliación con sus opresores que los palestinos y los demás oprimidos se aproximarán al programa de autodeterminación nacional y al frente antiimperialista. Para ello, la vanguardia deberá constituir el partido revolucionario, y dar pasos firmes en la lucha por la destrucción del Estado sionista, que haga posible la unión de los árabes y judíos explotados, bajo la estrategia de la revolución proletaria y el programa de una Palestina socialista, única, libre e independiente.
(POR Brasil – MASSAS Nº641)