Las mayorías oprimidas viven una situación cada vez más insoportable
Por la carestía del costo de vida, con una inflación del 50% anual que deteriora el poder adquisitivo de los ingresos, que no dejan de caer desde hace 4 años. Sólo un pequeño sector asalariado logra mantener un salario mínimo que alcanza para vivir. El 90% de los trabajadores es pobre, no alcanza a percibir ingresos que cubran la canasta familiar.
La elevada desocupación y subocupación afecta a millones de trabajadores. Los puestos de trabajo que aparecen no alcanzan, son precarios, son malpagos. Pese a la “prohibición de despidos” del gobierno, bajo la pandemia, cientos de miles de puestos de trabajo han sido y siguen siendo destruidos.
Al mismo tiempo las empresas aprovechan para avanzar en una mayor precarización laboral y destrucción de derechos de los trabajadores. La ofensiva patronal contra los trabajadores no se detuvo.
Toda esta situación se agravó bajo la pandemia. La imposibilidad o dificultades para trabajar en la informalidad golpeó muy duramente a numerosos sectores que recibieron ayuda muy limitada del Estado. Por el contrario grupos empresarios que tuvieron grandes ganancias en los últimos años han sido subsidiados para poner a salvo su patrimonio.
La pandemia golpeó más que a nadie a los sectores más empobrecidos que fueron atendidos tarde y mal, sectores que ya cargaban con enfermedades, mala alimentación y problemas de vivienda.
En este cuadro de por sí dramático, crece también el hambre. En el país que produce alimentos para 10 veces más que su población, crece el hambre, la mal nutrición.
Está a la vista el resultado de 40 años de ajustes violentos, de saqueo de los recursos, de privatizaciones, de contrarreformas. La situación material de la clase obrera y la mayoría oprimida se deterioró profundamente y no deja de retroceder. A la par, crecieron las ganancias del gran capital y las multinacionales, su concentración y fuga de divisas.
¿Cómo ha sido posible semejante retroceso en las condiciones de vida y de trabajo?
Por un lado por la política cada vez más antinacional de la burguesía nacional, que entregó todos los resortes vitales de la economía a multinacionales y grandes capitales muy concentrados. Permitió que se aplicaran todas las recetas del Consenso de Washington. Se destruyeron ramas enteras de la producción. Se favoreció la especulación financiera. Esta actitud de la burguesía se expresó en sus partidos y en todas las instituciones de su Estado. Esta política antinacional de la burguesía es irreversible.
Por otro lado por el papel de la mayoría de las direcciones sindicales y políticas de las masas, que aplican una política de conciliación de clases, que buscan atenuar los reclamos y luchas de las bases, que aíslan a los que luchan, privilegian los acuerdos con los empresarios y con los gobiernos por encima de los reclamos más elementales.
En la situación dramática que se vive, su política es más criminal que nunca. Cuando es más necesaria la respuesta de la clase obrera de conjunto, con sus organizaciones, con sus propios métodos de lucha, con su programa, para enfrentar la descomposición y bancarrota capitalista que descargan sobre la mayoría. La clase obrera organizada en sindicatos tiene la obligación de coordinar a todos los trabajadores, sean formales o informales, activos, jubilados o desocupados.
Para eso la clase obrera creó los sindicatos, no para hacer política burguesa, no para conciliar, no para hacer negocios. Para luchar por sus reivindicaciones y derechos más elementales frente a los patrones y los gobiernos. Toda esa costra burocrática es irrecuperable para la lucha de clases, deben ser barridos de los sindicatos.
¿Cómo se sostiene la burguesía? ¿Cómo se sostienen sus gobiernos? Antes que por la represión, por el control ideológico que hacen de las masas, a través de sus partidos, y de las direcciones sindicales burocratizadas. Inculcan en las masas la idea de que “no se puede hacer otra cosa”, “no hay otro camino”, “no hay alternativas” y ante la pandemia ordenaron “cuidarse”, “cada uno en su casa”, nada de movilizaciones, nada de lucha, nada de asambleas, atando de pies y manos a los trabajadores. Refuerzan todo el tiempo las ilusiones en la democracia burguesa.
Por esto es fundamental la lucha por construir la dirección revolucionaria, el partido que ayude con su intervención en las masas a superar esas ilusiones, a derrotar las políticas de conciliación de clases, a combatir el legalismo, la subordinación al orden capitalista, a chocar con la gran propiedad privada de los medios de producción luchando por su expropiación, para convertirlos en propiedad social, partiendo desde sus reclamos más elementales, para comprender la necesidad de tomar el poder, de realizar una auténtica revolución social para terminar con la dictadura de la burguesía, para imponer un gobierno obrero-campesino, de la mayoría oprimida de la ciudad y del campo.
La historia, nuestra historia enseña, que más de 100 años de luchas radicalizadas, heroicas, de la clase obrera y de los oprimidos no pudieron terminar con la explotación, con el capitalismo, precisamente por la ausencia de dirección revolucionaria, no por falta de voluntad de lucha. Esta situación se vuelve a presentar en Argentina y en todo Latinoamérica. Las grandes luchas populares pueden ser desviadas si no se resuelve la crisis de dirección revolucionaria.
Se cumplen 20 años del levantamiento popular que tiró abajo a De la Rua y abrió la crisis política más importante. El movimiento de masas no ha sido derrotado, fue desviado.
Semejante crisis pudo ser desviada apoyándose en las ilusiones democráticas de las masas, reviviendo al peronismo para que pudiera recomponer el Estado y sus instituciones. Esa ilusión permitió que el kirchnerismo gobernara durante 12 años continuos, mostrándose como enemigo del neoliberalismo, que había ocasionado tantos estragos, sin tocar nada de lo esencial. Quedó demostrado que las masas no habían completado su experiencia con el peronismo, que se reactivó y terminó su mandato con alto grado de respaldo popular.
La clase obrera y los trabajadores en general protagonizaron grandes luchas bajo el gobierno Macri, imponiendo un límite al accionar represivo de la dictadura civil y que llevara adelante buena parte de su programa, con 5 huelgas generales muy contundentes y movilizaciones de masas extraordinarias. La lucha popular le impuso a la burocracia la convocatoria a los paros y quebró el apoyo que le habían dado a Macri. Entonces, un sector importante de la burocracia liderado por Camioneros, apareció a la cabeza de la lucha.
En 2018, en medio de la profunda crisis del gobierno de Macri, aparece el FMI en escena para rescatarlo y poner la economía bajo su dirección. El peronismo contribuye a salvarlo, votando las leyes que exigía el FMI, garantizándole la gobernabilidad y el superendeudamiento. Cuántas penurias se podría haber ahorrado el país si se orientaba la creciente movilización popular a voltear a ese gobierno e impedir el acuerdo con el FMI. No olvidamos que los centristas incurables reflotaron en ese momento la lucha por una asamblea constituyente (como hacen cada vez que aparece planteada una aguda crisis política).
Todo ese movimiento fue paralizado por esas direcciones y también las de los movimientos de derechos humanos, mujeres, la juventud, desocupados, con la perspectiva de derrotar electoralmente a Macri en 2019, garantizándole la gobernabilidad hasta el fin de su mandato. Fue posible porque todo ese movimiento de lucha fue incapaz de independizarse políticamente del peronismo y se generaron ilusiones en derrotar con los votos a Macri.
Como vemos, otra vez, las ilusiones, y la impotencia de no contar con una dirección revolucionaria, a la altura de las luchas que se libraron, terminó desviando el movimiento. Es necesario un balance profundo del porqué se sigue tropezando siempre con la misma piedra.
El gobierno de Fernández-Kirchner triunfa electoralmente, canalizando todo el descontento con Macri.
La política del nuevo gobierno se centra en reconocer y renegociar la deuda externa extraordinaria que dejó Macri y aplicar las medidas que recomienda el FMI, por lo tanto ninguna recomposición y recuperación del salario y jubilaciones perdidos, ninguna vuelta atrás con las privatizaciones, la entrega, el saqueo, la fuga de capitales. Al tercer mes de gobierno aparece la pandemia y el eje de su política será la cuarentena, el distanciamiento social.
Contó desde antes de asumir con todo el apoyo y complicidad de todas las direcciones burocráticas y la mayoría de los movimientos de desocupados que le garantizaban “acuerdo social” para garantizar la paz y poder conseguir su objetivo de renegociar la deuda externa, marcada por los grandes empresarios como el principal problema por resolver. Todos asumieron la política de “quedarse en casa” rechazando cualquier actividad en las calles y dejar hacer al gobierno confiando íntegramente en sus políticas. De esta forma quisieron desarmar políticamente a las masas desde el primer minuto.
Bajo el gobierno de Fernández se agravaron dramáticamente todos los indicadores del desastre social y los oprimidos comienzan a perder su ilusión ante la incapacidad del gobierno para contener los precios, de contener la destrucción de puestos de trabajo, de frenar la precarización y dar algún impulso a la obra pública y frenar el hambre. Por el contrario, muestra su voluntad de pago de la deuda externa fraudulenta, de no meterse con los intereses de los más poderosos (fraude de Vicentin, de no expropiar el sistema de salud, reprivatizar la vía navegable Paraná, etc.).
Pese a la traición de las direcciones, las masas buscan abrirse camino
Los movimientos de desocupados vienen ocupando las calles, cortando puentes y avenidas, cada vez con más compañeros, todo el tiempo, a la par que se agrava la desocupación y miseria, reclamando puestos de trabajo, alimentos y vacunación. El gobierno buscó institucionalizar a los movimientos oficialistas pretendiendo aislar a los más combativos. La maniobra duró muy poco, ya que no pueden contener su movilización permanente.
Las ocupaciones de tierras en numerosos lugares fueron también una muestra de la voluntad de resistir. El punto más importante por su número, su concentración y duración fue la de Guernica, que llevó al gobierno kirchnerista de la provincia de Buenos Aires a reprimir brutalmente para desalojarla.
La lucha más importante de todo este período es la pueblada de la provincia de Neuquén. Una histórica huelga de los trabajadores de la salud que adoptó los métodos más radicalizados de lucha, cortando la ruta del petróleo y todas las rutas con piquetes respaldados por la mayoría de la población, contra la burocracia repodrida, exigiendo ajuste salarial, cese de las persecuciones, incorporación efectiva de los precarizados. Ante la fortaleza de la lucha no pudieron con represión directa o matonaje de los burócratas. Su fuerza nació de las asambleas, de la coordinación de todos los hospitales, de la elección de delegados y su funcionamiento. Fueron dos meses de una gran lucha que anticipa lo que ocurrirá en todo el país.
Su antecedente fueron los trabajadores mineros de Andacollo, al comienzo de la pandemia, que marcharon sobre Neuquén exigiendo pago de salarios ganando la solidaridad de aquellos que reclamábamos contra el gobierno y las burocracias en las calles, enfrentándolos. Y las luchas en las calles fueron creciendo pese al miedo a la pandemia, al gobierno, la burocracia y las vacilaciones de una parte de la izquierda centrista que prefería las respuestas virtuales. Se popularizó nuestra consigna de “sin salario no hay cuarentena” mostrando la impotencia de los gobiernos para garantizar la cuarentena que querían imponer.
Los aceiteros y recibidores de granos volvieron a convertirse en referencia en la lucha salarial tras 21 días de huelga, con toma de establecimientos, cortes de ruta y piquetes en las puertas de la fábrica. Le torcieron el brazo a uno de los sectores patronales más importantes del país para imponer sus reivindicaciones. Y rompieron los topes que quiso forzar el gobierno. Impusieron nuevamente que el salario mínimo es lo que cuesta la canasta familiar. Sólo un puñado de sindicatos lo ha logrado, con organización y lucha.
En cientos de talleres, fábricas, comercios, hospitales, se dieron luchas aisladas en defensa de los puestos de trabajo, rechazando los cierres, reclamando por salarios atrasados y por ajuste de salarios. El gobierno tuvo que reconocer el fracaso de su política salarial y aceptar que se reabran todas las paritarias.
En diciembre de 2019, apenas asumió el gobierno, modificó la ley que permitiera la megaminería en Mendoza, la respuesta popular fue tan fuerte que en dos semanas tuvieron que anularla. Lo mismo ocurriría durante este último año y medio en Chubut rechazando todas las maniobras para imponer la colonización minera, y también en Catamarca. La megaminería multinacional es una apuesta del gobierno para que ingresen capitales y aumenten las exportaciones para poder pagar la deuda externa.
Fue la larga lucha del movimiento de mujeres la que impuso la Ley del Derecho al Aborto. El gobierno buscó capitalizarlo enviando el proyecto de Ley y llamando a votar en el Congreso. Esta gran conquista no logró desmovilizar a las Mujeres ni el “8 de Marzo”, ni en el “Ni Una Menos”, que siguen su lucha masiva en todo el país, pese al boicot de las organizaciones vinculadas al gobierno. Las organizaciones de Derechos Humanos que volvieron a llamar a “quedarse en casa” fueron desoídas y el 24 de Marzo, en el aniversario de la última dictadura militar, hubo manifestaciones masivas.
Esta descripción de las luchas muestra que hay disposición a la lucha, pese a las ilusiones en el gobierno, pese a la traición de todas las direcciones burocráticas. Muestra que las masas no han sido derrotadas. Que es esencial la unidad y coordinación de las luchas, para potenciarlas. Y muestra también la debilidad de la dirección revolucionaria que debe vincularse a estas luchas para ayudar a comprender que su perspectiva es luchar por su propio gobierno, obrero-campesino, de la mayoría oprimida.
Las masas son atrapadas por la polarización que se presenta entre neoliberales y antineoliberales, peronistas y antiperonistas, que ayuda a ocultar la naturaleza de clase burguesa de sus políticas, que se basan en el respeto a la gran propiedad de los medios de producción. Por eso es imprescindible desnudar ese carácter de clase de las políticas, desarrollando una política de independencia política frente al Estado burgués, sus instituciones, su ordenamiento, sus partidos.
Mientras no se resuelva la construcción de esa dirección revolucionaria las masas chocarán una y otra vez con sus ilusiones, protagonizando luchas extraordinarias, que terminarán siendo desviadas.
La intervención se debe concentrar en tomar los reclamos más urgentes de las masas y resolverlos mediante sus propios métodos de lucha y organización. Empezando por la exigencia de un salario y una jubilación que como mínimo alcancen a lo que cuesta la canasta familiar; terminar ya con el flagelo de la desocupación, abriendo todos los talleres, fábricas y comercios cerrados; repartiendo todo el trabajo entre todos los trabajadores; exigiendo un plan de obras públicas que ocupe a cientos de miles de trabajadores en la construcción, en talleres navales, talleres ferroviarios; terminar con toda forma de precarización laboral; sabemos que para alcanzar estos reclamos la condición es romper con el FMI, desconocer toda la deuda externa, estatizar la banca y el comercio exterior, anular todas las privatizaciones recuperando todos los recursos y todas las empresas, terminar con la oligarquía terrateniente recuperando todas las tierras que se apropiaron. Estos puntos forman parte de un plan de emergencia que tiene que ser impuesto con la lucha, con los métodos históricos de la clase obrera, que en ese camino irá recuperando los sindicatos y centrales, expulsando a todos los burócratas. La clase obrera se convertirá nuevamente en el caudillo indiscutible de los oprimidos a los que podrá dirigir hacia su propio poder.
Debemos romper todos los bloqueos que dificultan a la vanguardia clasista abrazar esta perspectiva, en especial la nefasta intervención de la izquierda democratizante.
Esta es la política, esta es la estrategia, con la que luchamos poniendo en pie el POR, por resolver la tarea histórica de superar la crisis de dirección revolucionaria en el país y como parte de la tarea internacional de reconstruir la IV Internacional desde el Cerci (Comité de Enlace por la Reconstrucción de la IV Internacional).