CERCI

Acto político realizado el 26 de junio por el POR de Bolivia

86º Aniversario de la fundación del Partido Obrero Revolucionario de Bolivia (Junio 1935 – Junio 2021)

El Acto presencial, en el Sindicato de Maestros de La Paz, fue transmitido online, lo que permitió la participación de las secciones brasileña, argentina y chilena del Comité de Enlace por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional (CERCI). Tras las intervenciones de los representantes de Brasil, Argentina y Chile, Miguel Lora hizo una presentación cronológica de los 86 años del POR, destacando sus etapas de construcción y los momentos álgidos de la lucha de clases en Bolivia, que permitieron al partido desarrollar el programa de la revolución proletaria y templarse como organización marxista-leninista-trotskista. El acto concluyó con un discurso del Secretario General, Alfonso Velarde, que destacó el lugar del POR en las condiciones de desintegración del capitalismo y la maduración objetiva de las condiciones históricas para la revolución proletaria.

Los 86 años de lucha por la emancipación de la clase obrera y la mayoría oprimida del yugo de los explotadores y la liberación de la nación oprimida de la dominación imperialista han hecho del POR una fortaleza capaz de dirigir la revolución proletaria en Bolivia y proyectar el internacionalismo proletario en América Latina y en los demás continentes.

Aprovechamos este momento para reconocer la influencia del marxismo-leninismo-trotskismo, encarnado por el POR boliviano, en la construcción del POR de Brasil y del Comité de Enlace. La declaración de apertura del Comité de Enlace corrió a cargo de Atilio de Castro, Secretario General de la sección brasileña. El breve espacio de tiempo se utilizó para destacar la lucha del POR por el internacionalismo proletario y, como tal, por la reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la Cuarta Internacional. El camarada Ramón Basko, del POR de Argentina, destacó la profunda desintegración del capitalismo, el avance de la barbarie, los fundamentos del programa proletario y las tareas del momento, bajo el impacto mundial de la pandemia y la incapacidad de la burguesía para proteger a las masas. El camarada Hugo, del Comité de Constructor del POR en Chile, demostró la gravedad de encauzar el movimiento de masas en la trampa burguesa de la Asamblea Constituyente. Señaló la tarea de la lucha por la independencia política del proletariado y de los demás explotados, que pasará por la experiencia de las masas frente a la impostura democrática burguesa. La construcción del partido en Chile fortalecerá el Comité de Enlace y la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional.

Por qué el POR de Bolivia es un pilar de la reconstrucción de la IV Internacional

Guillermo Lora ha demostrado que las tres Internacionales, que precedieron a la fundación de la IV Internacional en 1938, se basaron en la lucha de la vanguardia marxista por materializar programática y organizativamente la concepción internacionalista de la revolución proletaria y el carácter mundial de la sociedad sin clases, el comunismo. Las experiencias de construcción y desintegración de las Internacionales deben estar presentes en la lucha constante de la vanguardia, que se orienta por el internacionalismo marxista-leninista-trotskista.

La Primera Internacional, por las condiciones históricas de la segunda mitad del siglo XIX, constituyó la base programática sobre la que pudo levantarse el edificio del Partido Mundial de la Revolución Socialista. El programa en sí, elaborado por Marx y Engels, no tenía forma de dar este gran paso, dependía de las bases materiales del capitalismo y del desarrollo de la lucha de clases. El carácter federativo que caracterizó a la Primera Internacional, aunque el marxismo fuera centralista, acabó siendo una imposición de las circunstancias, de la que Marx y Engels tuvieron que servirse para dar un paso práctico en la acción internacionalista del proletariado, aunque fuera estrictamente europeo. La Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en 1864, se vio de frente a la primera revolución proletaria, que fue la Comuna de París de 1871. La imposibilidad de su victoria, y por lo tanto de abrir el camino a la revolución mundial, sirvió para poner fin al enfrentamiento entre el marxismo y el anarquismo, que lucharon todo el tiempo bajo el techo de la Internacional. Las experiencias con las corrientes que no habían asimilado el socialismo científico se habían agotado. La inexistencia de un poderoso partido proletario hizo imposible la continuidad de la Primera Internacional, aunque el anarquismo hubiese sido derrotado ideológica, teórica y programáticamente.

La semilla del internacionalismo permaneció con plena vitalidad, que no tardó en florecer en la forma más avanzada de la Segunda Internacional en 1889. Sólo Engels pudo participar a la distancia en la iniciativa, dirigida por el Partido Socialdemócrata Alemán, que asumía el marxismo y la tarea de levantar la nueva Internacional sobre la base del socialismo científico. Este pilar de la Segunda Internacional no pudo resistir las presiones de la democracia y las tendencias reformistas de la burguesía y la pequeña burguesía. Al pasar por la adaptación del programa revolucionario a la política parlamentaria y al sindicalismo reformista, en las condiciones de desarrollo pacífico del capitalismo, la socialdemocracia acabó en el socialchovinismo del período imperialista de principios del siglo XX. La Segunda Internacional se hundió en el pantano de la guerra imperialista, para no volver a levantarse. Antes de llegar hasta el final con su capitulación, una fracción revolucionaria, ultraminoritaria, encarnada por el bolchevismo, dirigida por Lenin, libró el combate frontal contra el revisionismo socialdemócrata. La degeneración de la Segunda Internacional ya había alcanzado un punto de no retorno, incluso antes del estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. El reformismo había comprometido su naturaleza original. El internacionalismo proletario pasaba a manos del bolchevismo.

La Tercera Internacional se fundó, como programa, en plena guerra mundial, más concretamente en 1916, y antes del derrocamiento de la burguesía en la Revolución Rusa de 1917. Es bueno destacar la observación de que nació como un programa, encarnado por la lucha del bolchevismo por la revolución en Rusia y la lucha contra el revisionismo fundado en Alemania. La forma organizativa de su fundación en 1919, como Partido Mundial centralista-democrático, posibilitó el desarrollo del programa, abarcando todos los aspectos de la revolución proletaria, como expresión de las ricas experiencias de la lucha internacional de los explotados y de las respectivas particularidades nacionales.

La elaboración colectiva en el plano de internacionalismo se elevó al máximo en relación con las experiencias de la 1ª y 2ª Internacional. Esto permitió un rigor teórico cuyas raíces se encuentran en las formulaciones de la I Internacional marxista. La Revolución Rusa proyectó el bolchevismo como pilar de la Tercera Internacional. La revolución social en Rusia inició un periodo de transición del capitalismo al socialismo. La Tercera Internacional, a diferencia de la Primera, se levantó sobre la base de la Revolución victoriosa, con el objetivo estratégico absolutamente claro de desarrollar la revolución mundial, sin la cual no era posible sostener las nuevas relaciones de producción embrionarias en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). De modo que la Tercera Internacional estaba obligada a dar cuenta de la transición del capitalismo al socialismo en la URSS como parte de la revolución mundial y, bajo este objetivo histórico, a orientar la lucha revolucionaria en todo el mundo. La descomposición del capitalismo de la época imperialista y la lucha de clases habían madurado las condiciones para la constitución del Partido Mundial de la Revolución Socialista.

La degeneración estalinista del Partido Bolchevique y, en consecuencia, de la dictadura del proletariado en la URSS, concluyó con la liquidación de la Tercera Internacional, extinta en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. El revisionismo estalinista de los fundamentos del internacionalismo marxista inició la liquidación de la III Internacional, degenerando su programa y finalmente eliminándola organizativamente. El impulso de las tendencias restauracionistas y la adaptación del Estado obrero a las presiones del imperialismo, esta vez bajo la hegemonía de Estados Unidos, convirtieron a la III Internacional en una cáscara hueca y completamente innecesaria para la política del estalinismo, que pasó a guiarse por el programa del “socialismo en un solo país” y la coexistencia pacífica con las potencias.

La victoria más importante de la alianza imperialista, vencedora de la Segunda Guerra Mundial, fue acabar con el Partido Mundial de la Revolución Socialista. De este modo, se despejó el camino para la restauración burguesa en la URSS, por un lado; y los Partidos Comunistas de todo el mundo cumplirían la función de sepultureros de revoluciones, por el otro. La Segunda Internacional degeneró con el chovinismo proimperialista. Esto obstaculizó el desarrollo de la revolución mundial, traicionando la revolución alemana, aislando la Revolución Rusa y favoreciendo las presiones restauracionistas internas y externas.

Así como Lenin comprendió el alcance destructivo de la degeneración del Partido Socialdemócrata Alemán y de la Segunda Internacional, pasando a defender la construcción de la Tercera Internacional, después de haber librado la batalla contra el revisionismo, Trotsky se levantó contra el revisionismo estalinista. Luchó por medio de la Oposición de Izquierda Rusa y luego de la Oposición de Izquierda Internacional, bajo la bandera del internacionalismo marxista, para evitar la potenciación de las tendencias restauracionistas y la destrucción de la Tercera Internacional, concluyendo obligatoriamente por la formación de la Cuarta Internacional en 1933, y fundándola en 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

Hay que tener en cuenta que Trotsky se basó en la experiencia de la descomposición de la II Internacional y en la orientación y el método desarrollados por Lenin, dirigidos a la continuidad del internacionalismo bajo una nueva Internacional. La liquidación de la Tercera Internacional se produjo como consecuencia de la burocratización del Partido Bolchevique (Partido Comunista de la Unión Soviética – PCUS). La imposibilidad de que la Oposición de Izquierda rusa derrote al revisionismo estalinista decidió la suerte de la III Internacional. La Oposición de Izquierda Internacional, a su vez, no tenía un partido bolchevique que dirigiera la revolución y se levantara como pilar de la IV Internacional. En América Latina, los partidos trotskistas surgieron de las escisiones de los Partidos Comunistas estalinistas, que aún eran embrionarios, carecían de penetración entre el proletariado y necesitaban elaborar el programa de la revolución proletaria en sus países, de acuerdo con los fundamentos de los Cuatro Primeros Congresos de la Tercera Internacional y el Programa de Transición de la Cuarta Internacional. La derrota de la revolución española en 1939 fue decisiva para que el estalinismo siguiera adelante con su política de liquidacionismo de la III Internacional y la lucha contra la IV Internacional que, armada con el Programa de Transición, se esforzaba por crear secciones vinculadas al proletariado en cada país.

En Francia y Estados Unidos, los esfuerzos de Trotsky por asentar la IV Internacional sobre bases sólidas, que pudieran constituirse en sus dos secciones principales, se vieron frustrados. La ausencia de un partido bolchevique que encarnara el Programa de Transición, aplicándolo a las particularidades nacionales en España, Francia, Estados Unidos, etc., hizo imposible que la IV Internacional ocupara un lugar práctico de dirección internacional del proletariado, guiada por el Programa de Transición. La lucha de Trotsky contra el centrismo y las desviaciones antimarxistas en las propias filas de la IV Internacional puso de manifiesto su mayor obstáculo, que era la ausencia de un sector dirigente del proletariado. El asesinato de Trotsky interrumpió su labor de construcción de la IV Internacional como Partido Mundial de la Revolución Socialista, cuyas secciones en América Latina, repetimos, apenas comenzaban a gatear.

Una década fue suficiente para que la dirección de la Cuarta Internacional reflejara su debilidad e incapacidad para continuar por el camino trazado por Trotsky. La Segunda Guerra Mundial puso a prueba la consistencia de la asimilación del Programa de Transición por parte de los dirigentes y secciones de la Cuarta Internacional, principalmente en Europa Occidental y Estados Unidos. Su Secretariado Internacional (SI) se asombró del fortalecimiento de la burocracia estalinista en la posguerra, sin darse cuenta del carácter coyuntural de la proyección del estalinismo y del significado histórico de la destrucción de la Tercera Internacional. Al no ser una dirección orientada a la aplicación del Programa de Transición en las condiciones concretas de sus secciones, fue incapaz de establecer una orientación mundial coherente y consistente, que diera cuenta de la nueva etapa que se abría, con la reconstrucción imperialista de posguerra, la transferencia del poder mundial de la burguesía a los Estados Unidos y los compromisos del degenerado Estado soviético con las potencias vencedoras.

El revisionismo surgido a partir de los años 50, encabezado por su máximo dirigente Michel Pablo, pretendía cambiar la caracterización del estalinismo como corriente contrarrevolucionaria. Esto desencadenó una serie de errores y traiciones a los fundamentos del marxismo, entre ellos la degeneración de la vanguardia revolucionaria detrás del nacionalismo burgués en los países semicoloniales. Sin embargo, la oposición antipablista no tardó en poner de manifiesto su incapacidad para derrotar al revisionismo y dar continuidad a la IV Internacional, que finalmente se desintegró.

El hecho de que la dirección de la IV Internacional no se basara en ninguna sección a la que se pudiera responsabilizar de la traición a la revolución, como ocurrió con la II y la III Internacional, permitió que el desmoronamiento de la IV Internacional se limitara al punto de vista organizativo, sin que hubiera la posibilidad de que los revisionistas sustituyeran el Programa de Transición, como hizo el estalinismo con el programa de los cuatro primeros congresos de la III Internacional. Por ello, la tarea sigue siendo la de reconstruir la IV Internacional, como Partido Mundial de la Revolución Socialista.

De las escisiones que se produjeron en el seno de la dirección de la Cuarta Internacional, destacaron tres tendencias fundamentales: la liderada por Michel Pablo (pablista), que derivó en el mandelismo; la de Nahuel Moreno (morenista); y la de Pierre Lambert (lambertista). Las subdivisiones fueron consecuencias inevitables, ya que la principal tendencia opositora al pablismo, que era el lambertismo, fracasó en la tarea de impulsar la construcción de su propia sección francesa en el seno del proletariado y aplicar así el Programa de Transición a las particularidades nacionales. El Comité Internacional (CI) se distanció cada vez más del deber de orientar a las secciones de América Latina, siguiendo las orientaciones ya establecidas en las tesis de los Cuatro Primeros Congresos de la Internacional Comunista, que establecían la línea general de la revolución proletaria en las condiciones particulares de los países semicoloniales y por tanto oprimidos por el imperialismo. El morenismo se armó como una tendencia centrista democratizante. Y el pablismo se sumergió en el nacionalismo burgués. En general, tienen en común la renuncia al programa de la revolución proletaria, que se tradujo en el abandono de la estrategia de la dictadura del proletariado, es decir, de la tradición marxista-leninista-trotskista. En esencia, constituían variantes del democratismo pequeñoburgués y del sindicalismo corporativista de izquierda.

Desprovistas de estrategia revolucionaria, las tres tendencias, que fragmentaron la IV Internacional y dieron lugar a subdivisiones, se ven obligadas a alinearse detrás de las disputas interburguesas entre la derecha y la izquierda reformista, diferenciándose con fórmulas diversionistas sobre el carácter del gobierno democratizante, voto crítico, constituyente, impeachment. Se alinean en frentes electorales de izquierda, en función a los obstáculos impuestos por las leyes electorales antidemocráticas. Se atrincheran en partidos reformistas, o continúan como su ala izquierda. Incentivan a la burocracia sindical a formar partidos obreros. Se mantienen al margen de la tarea de unificar a la clase obrera y los demás explotados a partir de sus necesidades y demandas vitales. De diferentes maneras se aferran a los movimientos corporativos de la clase media, que se forman en torno a cuestiones de opresión de la mujer, el racismo y la discriminación sexual. Distorsionan y ocultan la base de clase de todas las formas de opresión. Estos rasgos generales se explican por la ausencia de la teoría y el programa de la revolución proletaria, que corresponden a las particularidades nacionales, como refracción de la economía mundial y la lucha de clases.

El pablismo-mandelismo, morenismo y lambertismo, con sus subdivisiones, ya no tienen ninguna relación con el trotskismo, que es la continuidad del marxismo-leninismo. Ni siquiera su ala más izquierdista puede plantearse la tarea de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional. Cada tendencia, a su manera, se dedica a construirse como fracción, en nombre del internacionalismo y del trotskismo, pero sin realizar una evaluación crítica y autocrítica de sus desviaciones centristas y democratizantes, lo que les llevaría necesariamente a reconocer el abandono de la estrategia de la dictadura del proletariado y a situarse en el terreno del programa de la revolución proletaria. La disolución de la IV Internacional y su escisión en tendencias centristas ha retrasado y sigue retrasando la lucha por la superación de la crisis mundial de dirección, pronosticada por el Programa de Transición y colocada como la principal tarea histórica a resolver.

La etapa de fortalecimiento del estalinismo en la posguerra fue cediendo lugar a su desintegración, ya que el aparato burocrático reflejaba y fomentaba las tendencias restauracionistas. La crisis del PCUS, tras la muerte de Stalin en 1953, desencadenó un proceso de ruptura en los partidos comunistas de todo el mundo. La fracción derechista de la burocracia, bajo la presión del imperialismo, allanó el camino de la restauración. El derrumbe de la URSS en 1991 fue la prueba definitiva del carácter contrarrevolucionario de la tesis estalinista de la posibilidad de construir el “socialismo en un solo país” y de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo. Los movimientos democráticos en Europa del Este, en ausencia del partido revolucionario, sirvieron a las fuerzas burguesas y pro-imperialistas de la restauración capitalista.

Estos acontecimientos desconcertaron aún más a las tendencias revisionistas del trotskismo, que se mostraron incapaces de continuar la orientación de la IV Internacional. Las tesis de “La revolución traicionada” de Trotsky no fueron asimiladas e incorporadas por la dirección, que se lanzó al revisionismo.

Ante el colapso de la URSS y de las Repúblicas Populares, las distintas tendencias revisionistas se perdieron en la maraña de acontecimientos y se distanciaron definitivamente del Programa de Transición. La restauración capitalista avanzó y se consolidó después de la Segunda Guerra Mundial. Las ilusiones de victoria de la Unión Soviética, en el marco de la alianza con Estados Unidos, se fueron desmoronando a medida que el imperialismo imponía sus condiciones en el nuevo reparto del mundo y creaba las condiciones para lanzar la “guerra fría” en 1947. Sólo las revoluciones proletarias y el avance en la construcción del socialismo podrían derrotar la ofensiva restauracionista, desatada por el imperialismo norteamericano. Las traiciones al proletariado mundial y el fortalecimiento de la fracción burocrática francamente procapitalista hicieron imposible romper el cerco de la contrarrevolución, que prolongó la “guerra fría” hasta el colapso de la Unión Soviética en 1991. En estas condiciones, los revisionistas de la IV Internacional se mostraron incapaces de trabajar en la dirección opuesta a la destrucción de las conquistas de las revoluciones en el siglo XX.

Los avances de la restauración se produjeron principalmente en el momento en que la reconstrucción de la posguerra se agotó y las fuerzas productivas del mundo volvieron a chocar frontalmente con las relaciones de producción y la dominación imperialista. La década de 1970 marcó la reanudación de la crisis estructural del capitalismo y el ascenso de las fuerzas restauracionistas en China, que se reforzaron en la década siguiente y concluyeron con el colapso de la URSS en los años 90. La guerra civil en Yugoslavia y la intervención de Estados Unidos retrataron la barbarie capitalista en su fisonomía restauracionista en 1991/1992.

Es importante tener en cuenta esta dimensión para aclarar la profundidad de la regresión histórica, provocada por la descomposición de las economías que pasaron del capitalismo al socialismo y la restauración triunfante. El capitalismo mundial aprovechó la restauración para obtener un respiro en el marco de su crisis estructural. El crack de 2008-2009 fue el resultado del agotamiento de este proceso, y determinó el agravamiento de la guerra comercial y la carrera armamentística.

Por el momento, la pandemia sigue su curso destructivo, sin que la burguesía mundial pueda defender de ninguna manera a las masas explotadas y esclavizadas. La crisis de dirección se profundiza ante el impulso de la barbarie social. Las corrientes revisionistas del trotskismo se muestran impotentes y siguen los pasos de una de las fracciones de la burocracia sindical, que a su vez sigue a una de las fracciones de la burguesía.

En medio de esta catástrofe, sobrevive el Comité de Enlace. El 86º aniversario del POR en Bolivia pone de relieve su lugar estratégico en la lucha por la reconstrucción de la IV Internacional. La existencia y el desarrollo del marxismo-leninismo-trotskismo en este país semicolonial, con una economía atrasada, cuyo peso en América Latina es muy pequeño, se produjo en gran medida al margen de la quiebra ideológica, política y programática de la dirección de la IV Internacional, que tenía en sus manos la tarea de dar continuidad a la heroica resistencia de Trotsky al revisionismo y al restauracionismo. Es en el marco de este retroceso que debe medirse el peso político del POR de Bolivia, de cara al objetivo histórico de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista. La medida se encuentra en su programa y en sus aportes teóricos al marxismo, que se forjaron en el seno del proletariado minero y de la mayoría oprimida. La Revolución de 1952 los templó en la forja de la lucha de clases.

Contrariamente a lo que afirman las diversas tendencias revisionistas, el POR, fortalecido por el impulso de las Tesis de Pulacayo de 1946 y por la experiencia del Bloque Minero Parlamentario de 1947, pasó la prueba de la hegemonía del nacionalismo pequeñoburgués y burgués, luchando por la independencia política de los explotados en el torbellino de la revolución. Se hizo patente que las tareas democráticas del país oprimido por el imperialismo sólo pueden cumplirse bajo la revolución proletaria, bajo la dictadura del proletariado. Esta comprensión programática del POR derivó de su asimilación de la orientación de Trotsky para el desarrollo de la revolución proletaria en América Latina, cuyas particularidades nacionales se distinguen, por sus tareas democráticas, de la revolución en los países del capitalismo avanzado, imperialistas. Es en este terreno donde las distintas tendencias centristas han combatido y combaten al POR boliviano.

La Cuarta Internacional se batía en torno al revisionismo pablista, que pretendía dirigir la política del POR, alimentando una fracción, que capitularía bajo la presión del nacionalismo, galvanizado por el MNR y concretado en traición a las masas por su gobierno. El Pablismo pasó por la experiencia de 1952 como fracción liquidadora del POR. Su derrota por la fracción marxista-leninista-trotskista, dirigida por Guillermo Lora, fue la condición para la supervivencia de la vanguardia revolucionaria, sin la cual no hubiera sido posible levantar la Asamblea Popular de 1971, aplastada por el golpe fascista del general Hugo Banzer. La tendencia pablista fue derrotada programáticamente en Bolivia, dentro de la revolución, y en ningún otro lugar.

Las tendencias morenista y la lambertista no pudieron asimilar las experiencias y las conquistas del POR boliviano. Terminaron como auxiliares del pablismo, en la política de deformación de los acontecimientos de 1952 y de aislamiento internacional del POR. El hecho de que el trotskismo, arraigado en el proletariado boliviano, no tuviera condiciones para realizar una intervención sistemática en el seno de la IV Internacional, dificultó la lucha por la superación de la crisis de dirección, que se refleja en el objetivo histórico de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional.

Guillermo Lora hace este reconocimiento, y no deja de señalar los errores cometidos por el POR, que frenaron el avance de sus conquistas en el terreno de la lucha internacional. Explica, en forma de balance autocrítico, que la influencia del pablismo no sólo fue contraproducente para el desarrollo del internacionalismo en Bolivia, sino también para la línea del partido frente al ascenso del nacionalismo sobre las masas. El apoyo crítico antimarxista al MNR dio lugar a la formación de una fracción revisionista dentro del partido. Su derrota, sin embargo, fue parte de la maduración programática del POR, que le permitió dar pasos seguros en las luchas que siguieron a la Revolución de 1952. El pablismo concluyó su aventura revisionista capitulando ante el foquismo castroguevarista.

Como puede verse, las dificultades que se interponen en los trabajos del Comité de Enlace no sólo se deben al carácter embrionario de las secciones de Argentina, Brasil y Chile, sino también al largo aislamiento del POR. Lo fundamental, sin embargo, es que las conquistas del POR boliviano estuvieron en el terreno del internacionalismo, de la aplicación del Programa de Transición. El fortalecimiento de las secciones del Comité de Enlace dentro del proletariado es la condición para avanzar en el objetivo de superar la crisis de dirección. La constitución de una dirección internacional no puede avanzar sin apoyarse en las conquistas programáticas del POR boliviano y el compromiso de las secciones para la construcción de una dirección, volcada a la construcción del Partido Mundial de la Revolución Socialista.

¡Viva los 86 años del POR! ¡Avancemos en el trabajo internacional de reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista!

Atílio de Castro, 2 de julio de 2021

 

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