CERCI

Derrota del imperialismo en Afganistán – Defensa incondicional de la expulsión del imperialismo y de la autodeterminación de la nación oprimida

Hace veinte años, el 7 de octubre de 2001, en respuesta a los atentados terroristas de la organización Al Qaeda (que operaba en Afganistán) contra el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, el imperialismo estadounidense y los aliados de la OTAN ocuparon militarmente Afganistán, un país sumido en el atraso y marcado históricamente por violentos conflictos políticos, religiosos y étnicos. Pero geográficamente estratégico para los movimientos de los monopolios, con el objetivo de cercar a Rusia y China, y a controlar las riquísimas fuentes de materias primas, especialmente petróleo, gas y minerales, que están en la base de la lucha por el control de la riqueza nacional y de los mercados. Estos son los factores que vienen impulsando las convulsiones globales, por un nuevo reparto del mundo, debido al agotamiento del realizado tras la Segunda Guerra Mundial.

En mayo, Biden decretó la retirada de las tropas estadounidenses del país. En junio comenzó el desplazamiento de fuerzas militares hacia países de la región y a Europa. El gobierno demócrata no hacía más que asumir el cumplimiento práctico de los acuerdos firmados en Doha (Qatar) entre Trump y los talibanes. Poco después de iniciar la retirada, los talibanes lanzaron una ofensiva militar para conquistar el país, que culminó el 15 de agosto con la toma de Kabul, la capital del país, y la disolución del último gobierno impuesto por el imperialismo.

La vuelta al poder por parte de los talibanes llevó a una fracción de la burguesía y a la gran prensa a criticar la decisión de Biden. Recordaron la brutal persecución religiosa y la rígida aplicación de los códigos de la sharia (ley islámica), que incluían la amputación de miembros, e incluso la muerte, contra los «infieles» y los «corruptores extranjeros», practicadas durante los años de gobierno talibán (1996-2001). Utilizaron imágenes de la desesperación de decenas de miles de familias afganas, que buscan una salida del país, atemorizadas por el establecimiento de un nuevo gobierno fundamentalista islámico.

El retrato de la barbarie social y las trágicas consecuencias de la ocupación militar se repitieron abundantemente. Pero no se expusieron las raíces económicas, ni las relaciones sociales que estaban en la base del intervencionismo: la inmensa riqueza y la superioridad industrial y comercial de las potencias que no hacían más que reflejar las condiciones de atraso, el raquítico desarrollo de las fuerzas productivas y la miseria y el hambre que predominan en las semicolonias oprimidas por el imperialismo.

Lo cierto es que la «guerra contra el terrorismo internacional» y la bandera de civilizar a los bárbaros no son más que una máscara al servicio de los monopolios y del capital financiero, cuya voracidad crece a medida que se agravan las contradicciones del capitalismo en descomposición. La cacería y el asesinato de Osama Bin Laden y otros líderes de Al Qaeda ocultaron las verdaderas intenciones de la ofensiva imperialista, para imponer gobiernos títeres, ajustados a una caricatura de democracia formal, y presentar la intervención como si fuera una forma de «democratizar» los países, y una solución a la sangría de las guerras tribales y los enfrentamientos étnicos.

Pero a pesar de los astronómicos gastos (más de 2 billones de dólares), así como de la muerte de 2.400 soldados estadounidenses y 111.000 civiles afganos (aún no se ha hecho un recuento completo del desastre), el imperialismo no pudo imponer un cambio en las condiciones sociales y políticas, que le permitiera establecer el dominio militar del país, y estabilizar el régimen político ajustado a sus intereses. Sin embargo, las potencias han utilizado la «guerra contra el terrorismo» para favorecer a las fracciones de la burguesía industrial-comercial y del capital financiero, reforzando su parasitismo -el gobierno estadounidense «debe» más de 500.000 millones de dólares en intereses por los «préstamos de guerra»- y posibilitando fabulosos acuerdos para la industria militar.

La resistencia de los guerrilleros talibanes tenía a su favor la prueba de que la ocupación imperialista sólo contribuía a agravar el atraso económico del país y la miseria de las masas. No tardó en quedar claro que no habría forma de derrotar a un movimiento nacionalista, que tiene profundas raíces en la turbulenta historia de Afganistán y en la población oprimida, a pesar de que la coalición imperialista, expresada por la OTAN, tenía un poder militar gigantesco. Tampoco había forma de imponer una forma de gobierno y un régimen político ajeno a las particularidades de la estructura histórica, social y económica del país, marcada por el atraso, por la supervivencia de modos de producción semifeudales y precapitalistas, sobre los cuales se conservan el severo patriarcalismo y se basa el oscurantismo religioso. Las masas campesinas, las diversas tribus y los explotados en general, que han sufrido en carne propia el contenido real de la «democracia imperialista» (violencia, asesinatos en masa, saqueo de las riquezas, etc.), nunca han estado dispuestos a defender al gobierno títere. Lo que explica el rápido avance de las fuerzas talibanes, y la disolución del gobierno de turno, tan pronto como Joe Biden autorizó la retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN del país. La falta de apoyo popular a su permanencia, así como la negativa de las masas a defenderlo (sectores del ejército y de la población celebraron la victoria de los talibanes), demostraron que la victoria de los yihadistas sólo fue posible porque siguieron expresando las profundas tendencias antiimperialistas de las masas afganas.

Sin embargo, hay un factor de relevancia mundial que ha condicionado la decisión del imperialismo. Es la agudización de las contradicciones resultantes de la guerra comercial y la ampliación de los enfrentamientos entre el imperialismo estadounidense, con China y Rusia, por el reparto de los territorios y los mercados mundiales, que han entrado en una nueva fase de desarrollo. Estas condiciones empujan al imperialismo estadounidense a reorientar sus esfuerzos bélicos y económicos hacia el objetivo de fortalecer sus posiciones en países y territorios estratégicos, bajo una intensa disputa competitiva.

Como vemos, los lamentos sobre el trágico destino del pueblo afgano no son más que hipocresía por parte de los carniceros y torturadores de las naciones oprimidas. Las masas del país conocen muy bien las vicisitudes de la democracia imperialista, y su verdadero contenido de clase: la brutal opresión social y nacional, en beneficio de un puñado de parásitos que desangran países, derrocan e imponen gobiernos. Basta también con señalar que la salida apresurada de las delegaciones diplomáticas de las potencias, mientras dejaban, a su propia suerte, a miles de civiles que prestaron su apoyo a las fuerzas militares extranjeras, demostrando el valor real del compromiso de los imperialistas con sus subordinados.

Lo esencial es comprender que la ocupación militar y la imposición de gobiernos seguirán siendo los métodos ampliamente aplicados por el imperialismo. En su fase de descomposición, se ve obligado a violar permanentemente la soberanía nacional, y a traspasar las fronteras nacionales, en cuya base está la ley económica de la explotación del trabajo y la opresión nacional. EE.UU. se destaca en su violencia, sólo porque es la potencia dominante en la economía mundial. Anteriormente, hasta la Primera Guerra Mundial, se destacó Inglaterra, seguida principalmente por Francia, Alemania e Italia.

Lo fundamental, para los marxistas, radica en asimilar las lecciones de la lucha de clases mundial, comprender el verdadero movimiento y contenido de las fuerzas sociales que actúan detrás de cada conflicto militar, de cada guerra civil y de los levantamientos obreros y populares. Es decir, en el establecimiento del programa, la defensa de los métodos y el desarrollo de la táctica que nos permita impulsar la lucha de clases y elevar al proletariado en fuerza social revolucionaria.

La primera de ellas, es reconocer que el agravamiento de la opresión nacional marca a fuego la nueva etapa de la lucha de clases mundial, que se abrió con el estallido de la crisis estructural del capitalismo en 2008, y que, con reflujos coyunturales, ha dado un salto adelante, con la explosión de los levantamientos obreros y populares en 2019, creando condiciones para que la mayoría nacional oprimida libre la lucha por la defensa de sus reivindicaciones vitales, y dé pasos en el camino de la lucha antiimperialista.

La segunda, es que hay que apoyar incondicionalmente los movimientos que encarnan el levantamiento instintivo de los oprimidos contra la opresión social y nacional. Por más que pese a los «moralistas» que se visten con el ropaje del marxismo, es un principio irrenunciable para los revolucionarios, que siempre se ponen del lado de las masas oprimidas contra sus opresores, a pesar del reaccionarismo y el oscurantismo religioso, que pueden adoptar sus particulares direcciones y métodos de lucha, como es el caso de los talibanes. Se trata de defender incondicionalmente la expulsión del imperialismo y la autodeterminación de la nación oprimida.

La tercera es comprender que la permanencia de la violencia imperialista contra los pueblos y naciones oprimidas es el resultado del retroceso de las conquistas revolucionarias, producto de la destrucción por parte del estalinismo de los fundamentos programáticos, políticos y organizativos sobre las que se constituyó la Tercera Internacional, como Partido Mundial de la Revolución Socialista. La invasión de Afganistán en 1979 por parte de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas demostró hasta qué punto el estalinismo estaba dispuesto a sacrificar la autodeterminación nacional cuando se trataba de mantener bajo su control a países que debían proteger sus fronteras nacionales. La dirección de la Cuarta Internacional, que se levantó en defensa del programa y los métodos de la revolución socialista, cuando la Tercera Internacional fue destruida tras el asesinato de Trotsky, se ha mostrado impotente e incapaz de llevar a cabo la tarea de penetrar en el proletariado, y de forjar los partidos-programa, que servirían de canal de organización revolucionaria de las masas mundiales explotadas y oprimidas.

La cuarta, y fundamental conclusión, muestra que es posible derrotar al imperialismo y expulsarlo de la nación oprimida. Sin embargo, sin construir el partido marxista-leninista-trotskista, y sin elevar al proletariado a la condición de clase independiente, la ocasional derrota imperialista no puede transformarse en un paso de los explotados en el camino de la completa emancipación nacional, cuyo fundamento reside en la expropiación de la gran propiedad privada monopólica, y su transformación en propiedad social. Sólo por este camino se resolverán las tareas democráticas de los países atrasados y se superarán las herencias del patriarcalismo. El problema radica en que el proletariado afgano constituye una ínfima minoría y sufre la crisis de la dirección revolucionaria. En estas condiciones, se mantienen las fuerzas sociales conservadoras, que tienen sus raíces en el atraso precapitalista. Esta particularidad de Afganistán, sin embargo, no debe ocultar el hecho de que el proletariado es mundial. La lucha por la independencia nacional, aunque esté bajo la dirección de una fuerza nacionalista pequeñoburguesa, forma parte de la lucha de clases mundial contra la opresión imperialista. Es dentro de estas relaciones contradictorias donde surgirá la vanguardia revolucionaria en Afganistán.

Es con este objetivo que la vanguardia debe trabajar para impulsar la lucha de clases, y construir los partidos revolucionarios en cada país. Un paso que se de en este camino, el proletariado avanza en la tarea histórica de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional. Es bajo sus banderas, su programa y sus métodos, que los oprimidos transformarán su revuelta instintiva en política revolucionaria. Bajo su dirección, la clase obrera de Afganistán, Asia Central y Oriente Medio se separará del nacionalismo islámico y luchará contra el imperialismo y sus sirvientes.

 

Declaración del CERCI – 16 de agosto

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