CERCI

Se agrava la crisis mundial

Nuestra lucha por la superación de la crisis de dirección

POR Brasil – Masas 645, Editorial, 22 de agosto de 2021 POR Brasil

La retirada de Estados Unidos y la OTAN de Afganistán refleja la inestabilidad de las relaciones de poder internacionales. Tras dos décadas de apoyo a un gobierno títere, la gran potencia tuvo que reconocer su derrota. No fue suficiente el gigantesco gasto, la poderosa maquinaria bélica estadounidense, la imposición de un régimen diseñado para la dominación, un gobierno títere, una fuerza de seguridad preparada por expertos externos y una sofisticada máscara ideológica de democracia, derechos humanos y liberación de la mujer para aplastar la guerrilla talibán.

Los Estados Unidos podrían continuar durante más tiempo en esas condiciones. El republicano Donald Trump, sin embargo, acordó con los jefes de la resistencia su retirada. El demócrata Joe Biden decidió finalmente cumplir el «acuerdo». Ambos partidos, que representan fracciones de la poderosa burguesía estadounidense y mundial, llegaron a la conclusión de que no podían seguir gastando enormes sumas de dinero y sufriendo bajas sin que los talibanes fueran liquidados. Ya podrían dar cuenta a su población de la quiebra de las organizaciones terroristas: Al Qaeda y el Estado Islámico. Ya no podría haber un segundo ataque como el del 11 de septiembre.

El acuerdo de Qatar preveía el regreso de los talibanes. La forma en que se produjo, con la ofensiva de la guerrilla, expresó la falta de control de Estados Unidos sobre el país. En otras palabras, demostró que el imperialismo estaba políticamente derrotado. No podía dar más vida al régimen espurio y al gobierno títere, corrompido y rechazado por la mayoría del pueblo afgano. Pero, por otro lado, la guerrilla no era capaz de enfrentarse militarmente al aparato militar estadounidense. Una confluencia de factores internos y externos al país ocupado obligó a Trump y a Biden a retirarse.

La crisis económica de 2008 y 2009 puso claramente de manifiesto las dificultades de la gran potencia para mantener el puesto de mando posterior a la Segunda Guerra Mundial. El proceso de restauración capitalista, el colapso de la Unión Soviética y la amplia penetración de las multinacionales en China redujeron el peso de la «Guerra Fría», pero contradictoriamente abrieron el camino a una feroz guerra comercial, típica de las condiciones de preguerra. Estados Unidos ha gastado grandes sumas en la Guerra del Golfo, la invasión de Irak y la ocupación de Afganistán. Se trata de gastos parasitarios de la industria armamentística, que han terminado por comprometer la capacidad de su Tesoro.

La guerra comercial con China se intensifica, y la necesidad de Rusia de ejercer su posición como potencia regional en Asia y Oriente Medio se ve asediada. La permanencia en Afganistán sería favorable si Estados Unidos hubiera dominado a los talibanes y consolidado el régimen implantado. Ha ocurrido lo contrario, con la consolidación de la guerrilla. De modo que los gobiernos republicanos y demócratas se vieron obligados a reconocer el fracaso del objetivo original de la intervención. Puede considerarse una derrota para Estados Unidos y su coalición, materializada por la OTAN.

La retomada del poder por parte de los talibanes indica la fuerza del nacionalismo islámico, apoyado y cultivado en la población pobre y miserable. Un nacionalismo que tiene una larga trayectoria histórica de lucha contra los invasores y colonizadores. El origen mismo de los talibanes sectarios y oscurantistas tiene sus raíces en la lucha y expulsión de los colonialistas. El régimen político basado en la Sharia, utilizado para mantener a las mujeres en el más estricto patriarcalismo, tiene su base material en el bajo desarrollo capitalista, el pre-capitalismo y el tribalismo. Por ello, la recuperación del poder por parte de los talibanes dio lugar a la disolución del régimen títere -una caricatura de democracia- y a la reconstitución del Emirato Islámico de Afganistán.

Estados Unidos y sus portavoces mundiales han intentado desnaturalizar su derrota con la campaña contra el regreso de los bárbaros, que violan los derechos humanos, mutilan a las mujeres, obstaculizan la educación escolar, etc. Ocultan la responsabilidad del imperialismo de mantener a Afganistán en el atraso pre-capitalista y tribal, desde donde irradia el oscurantismo sectario y se construye el Estado teocrático.

Los invasores de un Afganistán asolado por la pobreza lo han dejado destrozado. Arruinado por cuarenta años consecutivos de guerra y saqueado por los agentes del imperialismo, sigue sufriendo la confiscación de unos míseros 9.000 millones de dólares por parte del gobierno de Joe Biden. La conocida arma del asedio económico ya se ha puesto en práctica para luchar contra el gobierno talibán. Esto en nombre de los derechos humanos. Se espera organizar una resistencia, como la de la Alianza del Norte, que sirvió para la invasión estadounidense del 7 de octubre de 2001. El nacionalismo, por muy radical que sea, como el de los talibanes, no tiene forma de romper con la dominación imperialista al punto de imponer la independencia nacional. Su arcaísmo reside en su incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas, aprisionadas por las formas de producción pre-capitalistas y por el dominio de los señores tribales sobre la tierra. Son impedimentos que impiden la industrialización y la formación de un proletariado avanzado. Por eso el «anti-imperialismo» del nacionalismo fundamentalista es conservador y, en última instancia, reaccionario. Esta es la contradicción principal, que debe ser expuesta, pero no para apoyar la campaña de Estados Unidos contra el regreso de los talibanes al poder, de donde fueron derrocados por la intervención imperialista.

Es en estas condiciones objetivas que aparece la crisis mundial de dirección del proletariado. Esto hace imposible establecer una orientación general a favor de la bandera de apoyo incondicional a la expulsión de Estados Unidos de Afganistán y a la autodeterminación de la nación oprimida. Una bandera que corresponde al programa de la revolución proletaria, única vía para derrotar definitivamente al imperialismo, imponer la independencia nacional y abrir el camino para superar el atraso precapitalista y tribal de Afganistán. La derrota de las fuerzas invasoras forma parte de la lucha de clases internacional, lo que indica la necesidad de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista.

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