Izquierda centrista: balance electoral y perspectivas políticas
Producidas las elecciones legislativas primarias en la Argentina y teniendo prácticamente los resultados definitivos, corresponde precisar una caracterización de conjunto sobre la intervención de la izquierda democratizante. Primeramente señalaremos que no hubo diferencias políticas entre las fuerzas intervinientes, no existen diferencias programático-estratégicas: todas han intervenido alimentando las ilusiones democráticas en las salidas institucionales. Su presentación por separado obedece a disputas de cargos o llamados autoproclamatorios, disfrazados con desacuerdos tácticos. Inevitablemente estamos en presencia de organizaciones que obstaculizan la comprensión revolucionaria de la cuestión electoral. Abordaremos separadamente el análisis.
El FIT-U, a 10 años de su aparición, quedó erigido como la principal fuerza entre ellos. Logró pasar en 21 de las 22 provincias en que se presentaron (solo en Formosa y Catamarca no presentaron lista, y en Santiago del Estero no pasaron) cosechando en todo el país para la categoría de diputados 1.040.000 votos, lo que lo ubica en un 4.6% sobre el total de votantes. Destaca principalmente su elección en Jujuy con un 23.3% (81.000 votos), en donde se presentaron solo 3 listas (Frente de Todos, Cambia Jujuy y el FIT-U). Es de notar también su elección en CABA con más de 100.000 votos (6.23%) y en la Provincia de Buenos Aires donde quedó tercera con 432.000 votos (5.22%). Con todo esto, queda con posibilidades de conquistar 3 diputados nacionales por Buenos Aires, uno por Jujuy y uno por CABA (no puede descartarse la posibilidad menor de consagrar 1 por Chubut) en las elecciones de noviembre.
Para lograr una comprensión más profunda es necesario compararlo con otros períodos electorales y fundamentalmente analizar el contenido político del voto. En varias ocasiones hicimos notar que las elecciones legislativas generan, las más de las veces, resultados más abultados que las ejecutivas (2019, 2015 y 2011). Podemos notar que desde las últimas presidenciales hace dos años, el FIT-U como única representación logró 580.000 votos, en tanto que ahora la suma de todas las fuerzas de izquierda electoral lograron 1.290.000 (incluimos Autodeterminación y Libertad, el NuevoMAS y Partido Obrero-Tendencia), es decir existe un avance evidente. Pero si comparamos con las anteriores legislativas, las cifras son bastante similares: 1.235.000 en 2017 y 1.151.000 en 2013 (excluimos algunas representaciones regionales, hoy día inexistentes).
Como revolucionarios nos interesa especialmente conocer cuál es la política que se levanta en el terreno electoral, y no el mayor o menor número de bancas. A muchos izquierdistas dirigentes de estos partidos se les antoja como una discusión subjetiva, de distintas apreciaciones, o una pérdida de tiempo, lo que debiera ser el eje de nuestra intervención. Solo puede ser importante la presentación de candidatos cuando responden a la política comunista, a un norte estratégico revolucionario, y no como un fin en sí mismo. Y es exactamente lo que no sucedió.
Aunque el programa del FIT-U nos llame a luchar -entre otras cosas- por una cámara legislativa única, por la elección de jueces y fiscales, por un salario a los diputados igual a los de una maestra, en una clara muestra del grado de adaptación al régimen social (pretendiendo reformar el Estado burgués con ciertas formas del Estado Obrero), interesa más lo que no expresa, lo que oculta o de lo que carece. No se trata de modificar o agregar nuevas consignas; así lo creen los propios integrantes que se conforman con amontonar palabras sin darle un curso coherente, situación que empeoró con el ingreso del MST al FIT en 2019. Se trata de comprender en primera medida cuáles son los métodos y cuál la estrategia que permite materializar estas consignas, y muy especialmente que esta lucha se encuentra condicionada por la lucha por derribar el capitalismo, por acabar con la gran propiedad privada burguesa, por organizar la dictadura del proletariado a través de la revolución socialista. No puede ocultarse lo fundamental, pero tampoco puede inventarse lo que no se persigue. La intervención electoral del FIT-U no hace más que reflejar la renuncia a la política revolucionaria de estos partidos.
No pocos se han entusiasmado con la aparición del Partido Obrero (Tendencia) de Jorge Altamira en mayo de 2019. Al observador superficial pudo parecerle un retorno a los orígenes de Política Obrera, es decir al programa liquidado a partir de 1983 en nombre del Partido Obrero. Las críticas al electoralismo del FIT afloraron en cada uno de sus documentos, sin reparar que ni una palabra de balance autocrítico arrimaron a esbozar. La Tendencia pretendió crear la imagen que el FIT, aun con sus problemas, tuvo un carácter revolucionario hasta el 2019, y un carácter reformista y electoralista a partir de entonces. Solo una profunda hipocresía puede llevar a tamañas conclusiones. El FIT nació atado de pies y manos a una política socialdemócrata, reformista, expresión de los propios partidos integrantes. No tenía cómo superar ese obstáculo insalvable más que renunciando a la política de sus propios partidos, lo que no puede significar otra cosa que su propia destrucción.
Con el correr de los meses, el Partido Obrero (T) fue corriendo su velo anti-elecoralista rabioso para encauzar todas sus energías en la legalización de su organización. La celeridad y el apremio de esta medida sepultó cualquier intento de balance autocrítico, aunque sea en la cuestión electoral. Es decir que pasaron de ser electoralistas acérrimos defensores del FIT, a anti-electoralistas furiosos, para terminar como vulgares democratizantes nuevamente. Esas volteretas solo pueden explicarse por el carácter oportunista y centrista de la organización creada.
Su marginal resultado no fue producto de un programa antagónico al FIT, sino justamente por sus similitudes. Las masas ya tienen una referencia democratizante de izquierda, a la que por ahora no necesitan “renovar” o “revolucionar” (como dicen algunos que disputan su dirección). La Tendencia dice que “no alcanzó a popularizarse” su política o “faltó tiempo”. Ni tiempo ni popularidad, lo que faltaron fueron posiciones revolucionarias. Pero no para conquistar un diputado o lograr mejores votaciones, sino para utilizar cada uno de los minutos que le fueron cedidos en los grandes medios, para clarificar qué esperar de las elecciones y del Parlamento, para educar a las masas en sus tareas y objetivos. Sus excusas no solo revelan su política reformista (como la del árbol del que cayeron), sino su profundo desprecio a la autocrítica. No podrán zanjar el contenido electoralista de su intervención, aunque llamen a votar nulo o en blanco. En Jujuy se reveló que este llamado obedecía a rencillas de aparato: “no llamamos a votar interventores” expresó Ramal (aunque no explica cómo llamaron a votar -con el resto del FIT-U- a expresiones burguesas como Haddad en Brasil, a Evo en Bolivia o a Castillo en Perú).
Corresponde, para continuar, detenernos brevemente en Autodeterminación y Libertad (de Luis Zamora) y el NuevoMAS. Los primeros se presentaron solo en CABA, y aunque lograron pasar a las generales, se evidencia una pérdida de votos: cosecharon 46.000 cuando en 2017 lograron casi 70.000 y en 2013 62.000. Las simpatías que generó la intervención de Zamora en parte de la población comienza a quedar cada vez más lejana de la memoria popular. Sin embargo, y he aquí lo fundamental, su programa no escapa a la lógica democratizante del resto de la izquierda que presentó candidatos. Seguirá constituyendo un “dolor de cabeza” para el FIT a la hora de consagrar diputados y legisladores por CABA.
El NuevoMAS, quizás la intervención más despolitizada dentro de los que se reivindican trotskistas, atinó a cuestionar la representación compulsiva de los mismos candidatos dentro de la izquierda en cada una de las elecciones. Imputación curiosa e hipócrita ya que Manuela Castañeira se presenta como principal figura de su Partido desde el 2013 cuanto menos. El resultado marginal en CABA, PBA y Córdoba demuestra que corrió la misma suerte que el PO (T), no pudiendo diferenciarse del aparato electoral mayoritario. Cuenta, de todas maneras, con haber pasado las PASO en 5 de las 13 provincias donde se presentó.
Finalmente debemos detenernos en una cuestión no menor. La participación electoral marcó bajas históricas con el 66.2%, situación que venía preanunciándose en las elecciones provinciales de Jujuy, Salta, Corrientes y Misiones. Es un síntoma que no puede endilgarse exclusivamente al coronavirus, sino que muestra un cierto hartazgo, apatía y disminución de las ilusiones democráticas. No se traduce, sin embargo, en una lucha activa ni en la utilización masiva de los métodos de acción directa.
También hay que notar los casi 1.500.000 votos nulos, blancos y recurridos, frente a los 1.400.000 de las Legislativas 2017. Pero si lo comparamos con las presidenciales de 2019 vemos que en las PASO fueron de 1.200.000 y en las generales de octubre de menos de 700.000. Vemos, a diferencia de 2017, que fueron muchas las provincias donde el voto nulo, blanco y recurrido tuvo porcentajes elevados: Salta (10%), Mendoza (13%), Santa Fe (10%), Chubut (10.5%), Neuquén (8.5%), Catamarca (8.5%), Río Negro (8.5%), Tierra del Fuego (11%). Todos los partidos buscarán ganarse en estos meses, tanto a los que no participaron de las elecciones como a los que votaron nulo, blanco o recurrido, intentando mostrar que es el voto “que le duele a los dueños del poder” (FIT-U). La izquierda domesticada ha quedado atrapada en las ilusiones democrático-burguesas de golpear con el voto.
La responsabilidad que le cabe al POR no solo es monumental por su trascendencia histórica, sino por el contexto donde le toca realizarla. Hemos permanecido inclaudicables frente a las presiones del resto de la izquierda por fomentar su cretinismo parlamentario; hemos batallado solitariamente ante las calumnias más bajas y las tergiversaciones más delirantes, provenientes de organizaciones que recién hoy comienzan a ver el problema electoral de frente; hemos permanecido fieles al programa marx-leninista-trotskista levantando en cada elección una tribuna de agitación y propaganda socialista. Esa es la principal fortaleza del Partido Obrero Revolucionario: sus ideas.
Esta campaña electoral tuvo únicamente al POR como exponente de la política revolucionaria. Nuestro carácter embrionario no nos permitió presentarnos con candidaturas, por lo que levantamos en alto el voto nulo programático. Expusimos a través de nuestro periódico impreso una línea coherente de intervención que nos da la autoridad para realizar este balance sin ocultamientos sobre nuestra historia, ni deformaciones interesadas. Colocamos a debate nuestras ideas ante las masas en nuestros piqueteos con la prensa, y en nuestros volanteos en las fábricas. Esto nos permitió intervenir en el proceso electoral propagandizando la política marxista y clarificando la situación actual. El desafío es multiplicar nuestros esfuerzos y convertirlo en fuerza militante y demostrar a toda esa valiosa militancia que es posible construir el partido revolucionario sin renunciar a la política comunista.