Nuevos síntomas de la crisis mundial y sus reflejos en Brasil

El mes que acaba de terminar fue tomado por grandes y concentrados acontecimientos internacionales. Estados Unidos se retiró de Afganistán y anunció un acuerdo militar con Inglaterra y Australia; Japón dio a conocer un acuerdo militar con Vietnam; China pasó a ocupar un espacio en Afganistán, y busca un acercamiento con Rusia e Irán. La creciente militarización del Mar del Sur de China, ahora reforzada con submarinos nucleares adquiridos por Australia, recuerda a los movimientos de pre-guerra. En este mismo periodo, el promotor inmobiliario chino Evergrande reconoció su incapacidad para pagar 83,5 millones de dólares de una deuda de 300.000 millones. La quiebra de Evergrande se ha comparado incluso con la del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers en septiembre de 2008.

La sombra de la recuperación de la recesión de 2009, que condujo a una caída generalizada, y por lo tanto a la destrucción masiva de las fuerzas productivas en todas partes, aún no se ha disuelto. Se sabe que el alto crecimiento, en gran medida artificial, de la economía china ha llegado a su límite. Se calcula que el negocio de Evergrande ocupa una parte importante del PIB chino, alrededor del 30%. Después de la recesión mundial de 2020, provocada por el impacto de la pandemia, la recuperación de 2021, alentada por los billones de dólares inyectados por las potencias -sólo Estados Unidos, 1,9 billones de dólares-, resultó ser muy insuficiente para desbloquear las fuerzas productivas. Todo indica que la crisis de Evergrande pesará mucho en el crecimiento mundial del próximo año. Si el rescate del Estado chino no aplaza la quiebra interna, la situación de los países exportadores de materias primas y otros productos básicos puede empeorar considerablemente.

Brasil sufrió una caída del 4,1% el año pasado; y las previsiones optimistas para el año en curso se han visto empañadas. Pero todo indica que la estimación de bajo crecimiento y estancamiento en los próximos años es correcta. La reducción de las exportaciones de minerales y productos del agro negocio agravará el bloqueo de las fuerzas productivas internas, que desde hace décadas se mueven en el marco del bajo crecimiento, la recesión y el estancamiento. El peso de la deuda pública parasitaria condiciona el presupuesto del país hasta tal punto que ningún gobierno puede cambiar el rumbo catastrófico de la economía

Hemos visto la caída de Dilma Rousseff en su segundo mandato, la de Temer y ahora la de Bolsonaro. Las contrarreformas laborales y de la seguridad social -la administrativa está en marcha- han venido protegiendo los beneficios de los capitalistas y el pago puntual de la gigantesca carga de intereses a los acreedores, pero no han servido para impulsar el conjunto de las fuerzas productivas.

La pandemia no ha hecho más que agravar las tendencias recesivas y el estancamiento económico. El país se acerca a los 600.000 muertos, con una media actual de 600 vidas perdidas diariamente. La burguesía y sus dirigentes se han mostrado incapaces de contener los contagios. Han demostrado que los intereses económicos están por encima de las acciones eficaces para combatir la pandemia. La inmensa mayoría de las víctimas son pobres y miserables. Mucho se ha dicho y lamentado ante la escalada del desempleo, el subempleo, la miseria y el hambre. Pero los explotadores no pueden hacer nada, ya que está en la naturaleza de su clase actuar siempre para proteger sus intereses económicos y financieros.

Las privatizaciones siguieron adelante, pero el valor obtenido se disolvió en el presupuesto, que se utiliza para sostener la deuda pública. La entrega de empresas estatales rentables forma parte del mismo parasitismo que desangra el Tesoro Nacional, a través de los intereses pagados religiosamente a los acreedores de la deuda pública. Se cerraron miles de fábricas y negocios. El espectáculo más deslumbrante lo dieron las multinacionales Ford y LG. Las fuerzas productivas fueron destruidas ante nuestros ojos. Así, la burguesía liquidó millones de puestos de trabajo en poco tiempo. Acompañando a este desastre social está el retorno de la inflación y el coste de la vida. Bolsonaro y sus críticos discuten la causa y los responsables de la explosión inflacionaria. Mientras tanto, miles de familias son desalojadas de sus casas, millones viven de las migajas de la asistencia social y otros millones de jóvenes ni estudian ni trabajan.

El 2 de octubre tendrá lugar la quinta manifestación «Fora Bolsonaro». ¿Responderán sus dirigentes sindicales y políticos a estas contradicciones del capitalismo en decadencia? No lo hará. Mantendrá su compromiso de preparar la contienda electoral de 2022, que incluye una posible solución institucional, de remover a Bolsonaro a través del impeachment. Seguirá refunfuñando por las desgracias de los miserables y hambrientos. Y, en la práctica, seguirá negándose a organizar la lucha por el empleo, los salarios y los derechos laborales.

Corresponde a la vanguardia con conciencia de clase defender el programa de los explotados e indicar, con la estrategia del proletariado, el camino de la revolución social. Nos corresponde explicar exhaustivamente a los explotados y a la juventud, que el reformismo falsea la realidad económica y social, al ocultar que el capitalismo en la época imperialista es de desintegración, de barbarie creciente, de guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Es hora de empeñar la construcción del partido marxista-leninista-trotskista y la reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional.

(POR Brasil –Editorial, MASSAS 648)

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