Brasil: Con festividades, discursos hipócritas e ilusiones en la democracia burguesa, no se puede combatir el racismo
Sin que la clase obrera se ponga al frente de la lucha contra la opresión de la mayoría negra, ¡el racismo permanecerá y recrudecerá!
NOTA DEL POR sobre el 20 DE NOVIEMBRE – 22 de noviembre de 2021
La discriminación de las masas negras nunca se resolverá en el marco del capitalismo. Esta afirmación lleva a la conclusión programática de que sólo la revolución proletaria barrerá y enterrará el racismo. Lo mismo ocurre con todas las demás formas de opresión social. Si no se reconoce esta verdad histórica, los intentos de reforma fracasan y degeneran en una caricatura, en burdo oportunismo reformista. Las reformas necesarias y la eliminación de la discriminación no pueden estar separadas por un abismo. En la lucha contra el racismo -y otras formas de discriminación- es necesario tener como guía el objetivo de eliminar las raíces económicas y sociales que provocan las odiosas diferenciaciones entre blancos y negros.
La tesis de la inferioridad de raza y nacionalidad es una creación de la sociedad de clases. Por eso la cuestión negra, en todas sus dimensiones, no es la única forma de opresión. La inferiorización de la mujer en relación con el hombre se remonta a mucho tiempo atrás, a través de todas las sociedades de clase. Luchar contra las manifestaciones raciales y, por tanto, contra la ideología racial de la inferioridad, implica comprender y responder a otras formas de opresión. Aislar la discriminación racial de otras formas significa ignorar y rechazar el carácter de clase de la opresión que sufren los negros. Este artificio ha sido promovido por movimientos pequeñoburgueses, en última instancia de orientación reformista burguesa, que sólo reconocen formalmente la base económica de la discriminación, y que se orientan a poner la solución de la opresión en manos de la propia burguesía, ocultándola detrás del Estado.
La bandera de la «reparación histórica» tiene este contenido. Estratégicamente, supone la conquista, en las entrañas del capitalismo, de la igualdad entre negros y blancos. La persecución de este objetivo concluye en la admisión de que corresponde a la burguesía y a sus instituciones lograrlo. Poco a poco, a través de la democracia representativa, los negros ascenderían a puestos reservados en gran medida a los blancos. Una vez despejado el camino del ascenso, los negros ganarán fuerza económica, política y cultural. Una acumulación gradual de logros en este campo permitiría supuestamente reducir la discriminación e integrar a los negros en un plano de mayor igualdad con los blancos. Esto supone un proceso de acumulación de reformas favorables a la igualdad racial. Este programa y método corresponden a las ilusiones pequeñoburguesas de ascenso de las capas de la clase media negra, que se han ido distanciando de la inmensa mayoría de los proletarios negros, pobres, miserables y hambrientos.
La «reparación histórica» es una aspiración de la clase media. La bandera de las «cuotas raciales» estaba y está cargada de la ilusión de que, aumentando el número de negros en el parlamento, en el gobierno, en las universidades, en todas las instituciones y actividades sociales, se acumularán fuerzas para hacer la «reparación histórica» y lograr, en perspectiva, la igualdad racial. Así, se lograría el reconocimiento de la cultura ancestral de la nacionalidad africana y de los esclavos negros.
El sueño de la conquista de la igualdad y de los derechos específicos de los negros, por medios pacíficos y a través de un proceso gradualmente progresivo, chocó con la realidad social. Las innumerables agrupaciones de negros, vinculadas a los partidos y a las ONG en particular, han cristalizado en torno a intereses propios de la pequeña burguesía. El esfuerzo por circunscribir la discriminación de los negros a los aspectos institucionales y culturales, aunque se reconocen ciertos factores económicos y sociales, pasó a depender de los resultados electorales y del tipo de gobierno burgués en funciones.
Es cierto que, a efectos tácticos, no hay que dejar de distinguir un gobierno que defiende la «discriminación positiva» y la «inclusión social» de otro que las rechaza, como es el caso de Bolsonaro. Pero no es correcto fomentar la ilusión de que un gobierno reformista o pseudo-reformista, como fue el caso del gobierno del PT, pueda y vaya a modificar sustancialmente la discriminación contra los negros.
Las leyes (Estatuto de Igualdad Racial) que penalizan las actitudes racistas y los criterios de cuotas no han derribado ni un solo ladrillo del viejo edificio racial. La bandera «Black Lives Matter» (las vidas de los negros importan) es una prueba de ello. Los asesinatos y encarcelamientos masivos de negros nunca han sido desterrados por ningún gobierno. Y seguirá siendo así, mientras persistan las causas que provocan la pobreza, la miseria y el hambre de la mayoría oprimida, cuyo mayor contingente es negro. El Estatuto de Igualdad Racial no suprimió el poder de los capitalistas para diferenciar el valor de la fuerza de trabajo de blancos y negros. No impidió que los jóvenes negros fueran los más castigados por el desempleo, el subempleo y la baja educación. No frenó la violencia policial discriminatoria. Estos tres factores -económico, cultural y judicial- son suficientes para demostrar la tesis marxista de que el racismo es un reflejo de la opresión de clase.
El enorme esfuerzo de los intelectuales, blancos y negros, por presentar el racismo como un problema de raza, distinto y separado del problema de clase, ha servido a los activistas del movimiento negro y a los militantes de la izquierda reformista y centrista. Por mucho que propagandicen la «reparación histórica», la «acción afirmativa», la «inclusión» y la «justicia social», el movimiento corporativista no puede pasar del terreno movedizo a la tierra firme. Por ello, las manifestaciones de la Marcha de la Conciencia Negra no pudieron expresar a la mayoría oprimida, que permanece al margen de la lucha contra la discriminación. Incluso contando con el apoyo de sectores de la burguesía, que tienen interés en potenciar la clase media consumista, las direcciones del movimiento negro se muestran limitadas en cuanto al objetivo de movilizar a las masas negras. Sólo atraen la atención y el interés de una capa de la pequeña burguesía negra, más adaptada a las condiciones económicas y sociales actuales. El pequeño contingente de hombres y mujeres negros que asisten a la Marcha de la Conciencia Negra está vinculado a las actividades y luchas corporativas. Así, no expresan el instinto de rebelión de la mayoría oprimida.
Todavía no se ha constituido un movimiento revolucionario de las masas negras, que junto con los asalariados blancos forman la clase obrera. No cabe duda de que la lucha contra el racismo forma parte de la lucha de clases de los explotados en general contra la burguesía explotadora y sus gobernantes, sean de derecha, ultraderecha o izquierda. Sin la unión de los trabajadores blancos y negros, a través de la lucha de clases, no es posible imponer reformas democráticas a la burguesía y avanzar hacia la eliminación de las causas del racismo. Cualquier paso que se dé en favor de la mayoría negra oprimida será el resultado de una intensa lucha contra la dominación de clase y la dominación imperialista del país.
El camino del reformismo, el gradualismo, el pacifismo y el democratismo tendrá como resultado la perpetuación de la discriminación racial y, por tanto, de todas las formas de discriminación. La experiencia ya ha socavado las banderas reformistas de «reparación histórica», «acción afirmativa» e «inclusión social».
Las manifestaciones del 20 de noviembre estaban sujetas a la bandera electoral de «Fora Bolsonaro». Una parte de la izquierda aprovechó los actos mayormente festivos, especialmente el de São Paulo, para propagar la posición de que la candidatura de Lula y su victoria electoral son la condición para rescatar la bandera de la «reparación histórica». Esto es una falsificación política. Ningún gobierno burgués, por muy antirracista y partidario de la «inclusión» social que se proclame, puede cambiar las relaciones estructurales del capitalismo, que conservan las sombras históricas de la esclavitud negra y los fundamentos capitalistas que sustentan la discriminación.
El POR siempre ha convocado y organizado sus filas para las manifestaciones de la Marcha de la Conciencia Negra. Asistió con su programa, que establece la tesis de que la lucha de las masas negras es parte de la revolución proletaria, que sólo será posible con la unidad del proletariado, como dirección de la mayoría oprimida. En cada situación, responde a un nuevo obstáculo para el desarrollo de la lucha de clases. Este 20 de noviembre, el POR rechazó subordinar las manifestaciones a la bandera electoral y burguesa de la oposición «Fuera Bolsonaro racista». El racismo de Bolsonaro no se eliminará simplemente cambiando un gobierno burgués por otro. Es necesario desenmascarar las frases de efecto, que encubren las raíces de la opresión.
El POR defendió que las manifestaciones exijan que las centrales, sindicatos y movimientos convoquen un Día Nacional de Lucha, con paros y bloqueos, para defender una Carta de Reivindicaciones propia de los explotados, y como parte de la preparación de una huelga general. La defensa de los puestos de trabajo, los salarios y los derechos laborales está en el orden del día. Los más afectados, por el desempleo, el subempleo, la miseria y el hambre, son las masas negras. No se puede crear un movimiento contra el racismo si no se empieza por exigir empleo, un salario digno, la recuperación de las pérdidas y los derechos laborales.
Luchemos contra el racismo, bajo la dirección del programa de la revolución proletaria, el establecimiento de un gobierno obrero y campesino, y la transformación de la propiedad privada de los medios de producción en propiedad social, socialista.
(POR Brasil – MASSAS nº 653)