Declaración del CERCI: Se prolonga la guerra en Ucrania
¿Por qué no se llega a un acuerdo de paz?
Es necesario que las organizaciones obreras tomen una posición internacionalista
Los Estados Unidos y sus aliados europeos vienen recurriendo a escenas de destrucción de Ucrania, denuncias de masacres y de calificación de crímenes de guerra, que han sido claramente denunciadas como mentiras. El día 7 de abril, la Asamblea General de la ONU decidió, por una pequeña diferencia de votos, suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos (CDH) – de los 193 países miembros, 93 votaron si, 23 no y 58 se abstuvieron. Es sintomático que 81 países se hayan negado a seguir la propuesta de Estados Unidos.
Cualquiera que sea la guerra, es destructora de bienes materiales, fuerzas productivas y vidas humanas. Lo que ha sido considerado violación de los derechos humanos no pasa de hipocresía burguesa y pequeño-burguesa. No hay cómo determinar reglas de buena conducta de las partes conflagradas. Un arma fundamental del imperialismo es su control sobre la prensa mundial para difundir sus mentiras y ocultar las denuncias de las masacres realizadas por el gobierno de Ucrania en el Donbas durante varios años. Los Estados Unidos, Inglaterra y Francia –las tres mayores potencias– causaron horrores en Irak, Afganistán y en Siria, con el intervencionismo militar. Y, si se identifican las causas de las guerras de intervención, se encuentran los intereses del capital financiero y de los monopolios, que chocaban con el nacionalismo de Saddam Husein, Mohammed Omar, Muammar Kadafi y Bashar Asad. Fueron guerras motivadas por la urgencia del imperialismo de romper el proteccionismo nacionalista burgués de esos países.
Está claro que cualquier nación que posea reservas petrolíferas y de gas y abundantes fuentes de materias primas está obligada a seguir las orientaciones y las condiciones de explotación y comercialización, de acuerdo con los intereses del capital financiero y de los monopolios; o, de lo contrario, enfrentarán el cerco económico y militar del imperialismo. La guerra civil en Sudán, sin duda, es instigada y alimentada por los Estados Unidos. El motivo: la disputa por el control del petróleo.
Rusia no tiene capacidad económica para enfrentar una guerra comercial. Los portavoces de Biden, en la prensa norteamericana, gustan burlarse del grado de desarrollo de Rusia, diciendo que su “economía es menor que la del estado de Texas”. Y que su osadía de desafiar a los Estados Unidos y su alianza europea se debe a su condición de potencia militar. Lo que no dicen es que la poderosa alianza imperialista viene cercando a Rusia económica y militarmente, para arrancarle el control de las riquezas naturales y la ascendencia sobre las ex-repúblicas petrolíferas que detentan abundantes stocks de materias primas.
La OTAN, como se constata, continuó siendo un aparato militar estratégico para los Estados Unidos, aún después de haber alcanzado su objetivo histórico, que fue el desmoronamiento de la más avanzada conquista mundial del proletariado –la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La ruptura de la unidad entre varias nacionalidades, que se unieron en la Revolución socialista de Octubre de 1917, abrió camino para la penetración de las fuerzas económicas y militares del imperialismo, siendo la OTAN el brazo armado del capital financiero y del Estado norteamericano en Europa. Su participación en la invasión de Afganistán mostró que su radio de acción no se limitaría solo a Europa. En el momento en que se agrava el choque de los Estados Unidos con China, la OTAN será accionada por la alianza imperialista.
Rusia, por encontrarse en avanzado estado de restauración capitalista, no tiene como conservar el fundamento democrático del derecho a la autodeterminación de las ex-repúblicas soviéticas, establecido en el origen de la URSS, bajo la dirección del partido bolchevique y de Lenin. La Guerra de Chechenia y la de Georgia resultaron del proceso de restauración capitalista y del fortalecimiento de intereses particulares de las oligarquías burguesas, que se fueron constituyendo a lo largo del proceso de degeneración de la URSS y de su integración en la órbita del imperialismo. Ese camino de reconstitución de la burguesía trajo nuevos problemas económicos. Los oligarcas de las ex-repúblicas soviéticas tendieron a colocarse bajo el resguardo del imperialismo europeo y norteamericano; y Rusia tendió a defender sus intereses económicos por medio de acuerdos de subordinación de las ex-repúblicas, no excluyendo la posibilidad del intervencionismo militar.
Es en ese marco histórico y en las condiciones particulares de descomposición del capitalismo que el gobierno de Putin se decide por la intervención en Ucrania. Es ese acontecimiento –el más importante después de la Segunda Guerra y de la Guerra de Corea– el que trajo a superficie las más profundas contradicciones de la interrupción de la transición del capitalismo al socialismo, iniciada por la Revolución Rusa, la constitución de la URSS y la edificación de la III Internacional. El imperialismo impulsa la guerra comercial, ya que se enfrenta con la crisis de superproducción, con un excedente de capital financiero y, por lo tanto, con el agotamiento del reparto del mundo, promovida por los Estados Unidos -potencia vencedora de la Segunda Guerra.
El proceso de restauración capitalista, impulsado abiertamente desde la década de 1970, dio oxígeno a la economía mundial y acomodó los intereses del capital financiero y de los monopolios. La crisis iniciada en 2008, tuvo como epicentro los Estados Unidos -que la distingue de las crises anteriores de posguerra- obligó al imperialismo norteamericano a reorientar sus políticas internacionales, volcadas a la agudización de la guerra comercial. Un factor substancial para que hubiese tal reorientación se encuentra en la aparición de China restauracionista como potencia económica, que, aunque haya servido a los monopolios, pasó a tener un lugar de peso en la disputa por los mercados y por la influencia sobre una importante parte de los Estados nacionales. No hay guerra comercial, sin que se potencien las tendencias militaristas e intervencionistas del imperialismo.
La guerra de Ucrania anticipó la tendencia de choque de los Estados Unidos con China, teniendo por motivo el control de Taiwan. En otras palabras, expuso cuanto la guerra comercial está preñada de militarización de las relaciones mundiales, entre las potencias en descomposición y las naciones que procuran conservar su independencia, como son los casos más destacados de China y Rusia. En Asia, poco antes de que el conflicto de Rusia y Ucrania evolucione para la guerra, los Estados Unidos e Inglaterra armaron a Australia con submarinos atómicos. El pacto Aukus evidenció la escalada militar en la región del Indo-Pacífico. No hay cómo desvincular el cerco armado en el Este Europeo contra Rusia, y el que está siendo proyectado en Asia contra China.
El agotamiento del proceso de reintegración de ambos países -que pasaron por heroicas revoluciones proletarias y que acabaron por colocarse en el camino de la restauración capitalista, por medio de la penetración del capital internacional en sus fronteras nacionales- estableció nuevas condiciones de presión imperialista, ya que la crisis mundial alcanzó profundamente a las economías de las potencias. Rusia continuó como economía atrasada en referencia a los países imperialistas, mas poseedora de una valiosa y estratégica riqueza natural, que cubre gran parte de la región antes controlada por la URSS. Y China se proyectó como potencia industrial y comercial, estableciendo una ligazón umbilical con la economía norteamericana. Lo que viene agravando las contradicciones y la necesidad de los Estados Unidos de derribar la política de capitalismo de Estado del Partido Comunista Chino, que se levanta como una muralla proteccionista. Hay un evidente paralelo con Rusia, que insiste en mantener el control de la explotación, industrialización y comercialización de sus vastas materias primas. Lo que pasa en Ucrania no es indiferente para China. La resistencia rusa al cerco de la OTAN dará más oxígeno al conflicto de China con los Estados Unidos. una alianza más amplia y segura entre China y Rusia dificulta la ofensiva norteamericana en el Indo-Pacífico. Es lo que se espera, como resultado de la guerra en Ucrania.
La demora en alcanzar un acuerdo viene comprometiendo la administración de la crisis económica por el imperialismo. Las brutales sanciones a Rusia no golpean solo al enemigo, sino a la propia alianza europea, lo que expone las profundas contradicciones del capitalismo en descomposición. Sus efectos recesivos e inflacionarios tienen todo para ser duraderos. El imperialismo no alcanzó una unidad al punto de lanzarse directamente contra Rusia, y provocar el inicio de la tercera guerra mundial. Tiene que atenerse al uso de Ucrania como carne de cañón. Las tropas rusas no pudieron derrotar rápidamente la resistencia ucraniana. Los motivos son secundarios. Lo fundamental está en que la guerra se prolonga. Los Estados Unidos, en particular, tienen interés en un desastre material y humano, con lo cual ya está jugando para crear una aversión general de las masas contra Rusia. El aprovisionamiento de armas, por las potencias, con mayor poder de combate al aparato militar ruso no dará la victoria a Ucrania, pero permitirá que las Fuerzas Armadas ucranianas aumenten su capacidad de resistencia, lo que puede prolongar la guerra. Esa sería una posibilidad para que el gobierno de Zelenski pierda los anillos, preservando los dedos. Y el costo en vidas quedaría bajo la responsabilidad de Rusia. Si Ucrania no estuviese apoyada en los Estados Unidos y en su alianza europea, no tendría tanta capacidad militar para resistir al asalto ruso. Un acuerdo, ciertamente, acabará ocurriendo. Pero, las potencias trabajan de forma tal que Rusia no salga fortalecida, y reúna capacidad para poder hacer frente a la ofensiva imperialista, que no cesará en la posguerra.
Todo indica que el gobierno de Zelenski juega con un acuerdo de neutralidad, sin comprometerse a aceptar la prohibición de la militarización del país bajo el auspicio de la OTAN. La anexión de Crimea ya es un hecho, y la separación de la región del Donbass aparece como parte de la defensa estratégica de Rusia en el Mar Negro. La independencia de las proclamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk terminará siendo parte de la anexión. La quiebra de los acuerdos de Minsk por parte del gobierno ucraniano y la guerra civil que se desencadenó facilitaron las maniobras de Rusia en el sentido de las anexiones. Un acuerdo de paz en esas condiciones se tornó difícil. El recule de las tropas rusas de las inmediaciones de Kiev fue interpretado por los portavoces del imperialismo como debilidad militar, de un lado; y afirmado por los portavoces del gobierno ruso como un cambio táctico volcado al control del este de Ucrania, de otro. El reclamo inicial de Putin, de que los Estados Unidos respeten el acuerdo de 1997 –Acta Rusia-OTAN– no pasó de propaganda. Putin necesita de un acuerdo que garantice una neutralidad de Ucrania de hecho y que refuerce sus defensas en el Mar Negro, lo que implica anexiones.
En las condiciones en que la clase obrera de Ucrania, de Rusia y del Este europeo, principalmente, se encuentra desorganizada y al margen de los acontecimientos, no hay posibilidad de una paz contrapuesta a la ofensiva de los Estados Unidos-OTAN y al objetivo anexionista perseguido por Rusia. Una paz sin las potencias imperialistas y sin anexiones solamente sería posible en las condiciones de que el proletariado se uniera en defensa de la autodeterminación de Ucrania, de su independencia frente al imperialismo y del yugo de la opresión rusa. Esa lucha envuelve al conjunto de las ex-repúblicas soviéticas.
La crisis de dirección, que es de orden mundial, y que imposibilita a los explotados unirse y abrir ese camino, no elimina las tareas revolucionarias, que brotan de las condiciones objetivas de descomposición del capitalismo. Al revelarse las raíces históricas de la guerra en Ucrania, se establecen las tareas de retomar el camino de la Revolución proletaria de Octubre de 1917, de reconstituir las bases sobre las cuales se levantó la URSS, de luchar por la democracia soviética, de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista y de aplicar los fundamentos internacionalistas del programa marxista-leninista-trotskista.
El CERCI viene, firmemente, desenvolviendo la campaña por un conjunto integrado de banderas: por el desmantelamiento de la OTAN y de las bases militares de los Estados Unidos, revocación de las sanciones económico-financieras contra Rusia; autodeterminación, integridad territorial y retiro de las tropas rusas de Ucrania. Los acontecimientos las han confirmado. Y, todo indica, continuarán vigentes después del cierre de la guerra. Ese conjunto indivisible permite unificar al proletariado ucraniano, ruso y de toda Europa, lo que se reflejaría sobre el proletariado norteamericano y mundial. Sin que se dé un paso en ese sentido, la guerra de dominación no tiene como ser transformada en guerra de liberación, que solamente puede ser encarnada por lo proletariado como dirigente de la mayoría oprimida.
La crisis de dirección es tan profunda que las direcciones sindicales son incapaces de movilizar a los explotados, siquiera para derribar las sanciones impuestas por la dictadura del capital financiero. Lo que muestra sumisión o adaptación a la política de guerra de los Estados Unidos y aliados europeos. Las divisiones entre las izquierdas, a su vez, traban, inclusive manifestaciones unitarias por el fin de la guerra, en contraposición a la ofensiva del imperialismo y a la violación del derecho a la autodeterminación de Ucrania. La defensa intransigente de los fundamentos del internacionalismo proletario y de los principios marxistas de autodeterminación de las naciones oprimidas son la base para que la vanguardia con consciencia de clase se fortalezca en el seno del proletariado, de los demás explotados y de la juventud oprimida.
11 de abril de 2022