Es necesario construir partidos comunistas y una internacional nuevos (Trotsky, 15 de julio de 1933)
En el anterior periódico Massas, comenzamos nuestro homenaje a León Trotsky, asesinado el 20 de agosto de 1940. El homenaje es la demostración de la necesidad de que la vanguardia revolucionaria asimile amplia y profundamente las formulaciones programáticas y teóricas del revolucionario bolchevique. Stalin arrancó la vida de Trotsky de la manera más traicionera posible. Este acto ignominioso será cargad para siempre por los estalinistas, incluidos aquellos que hoy reconocen los crímenes de Stalin. Publicamos en Massas 670 una breve biografía de Trotsky, y el artículo «¿Puede la democracia parlamentaria reemplazar a los soviéticos?». Su elección se debió a la orientación de Trotsky en la lucha contra la burocracia estalinista y a la posibilidad de triunfar la contrarrevolución restauracionista en la URSS, si el proletariado no podía recuperar el poder del degenerado estado obrero, y realizar profundas reformas en la democracia soviética y las directrices económico-social, como así volver a poner en pie el internacionalismo marxista.
El artículo que publicamos en este número de Misas, titulado «Es necesario construir partidos comunistas y una nueva Internacional», documenta el momento en que Trotsky redirige la Oposición Internacional de Izquierda para modificar el objetivo de recuperar la III Internacional estalinizada. Esto se debe al reconocimiento de que Stalin y sus secuaces se habían rendido ante las presiones del imperialismo, y en particular de Alemania, que se estaba preparando para un nuevo enfrentamiento mundial. La revisión de la posición de permanecer como fracción en la III Internacional, lanzarse en la construcción de partidos comunistas, así como la preparación de las condiciones para la construcción de una nueva Internacional, se debió a los cambios concretos que determinaron la descomposición de la III International y su el fracaso como instrumento de la revolución mundial. La predicción histórica se confirmó de que la URSS no podría «lograr el socialismo sin la revolución proletaria en Occidente, los bolcheviques-leninistas rusos, basándose únicamente en sus propias fuerzas y sin construir una verdadera internacional proletaria, no pueden regenerar el Partido Bolchevique, ni salvar la dictadura del proletariado».
El derrocamiento de la URSS en diciembre de 1991, lamentablemente demuestra, por lo negativo, el más completo y riguroso logro de la lucha de Trotsky por la construcción de la IV Internacional. Este logro se materializa en el Programa de Transición, con el que luchamos por superar la crisis de dirección, en las condiciones de profunda desintegración del capitalismo, cuyo síntoma más dominante se manifiesta en la guerra de Ucrania, en el choque de Estados Unidos con China, y la escalada de miseria y hambre que afectan a los explotados en todo el mundo.
Texto publicado originalmente en el periódico Massas 671
Es necesario construir partidos comunistas y una internacional nuevos (Trotsky, 15 de julio de 1933)
La orientación hacia la reforma de la Comintern
Desde el día de su fundación la Oposición de Izquierda se impuso la tarea de reformar y regenerar a la Comintern mediante la crítica marxista y el trabajo fraccional interno. En toda una serie de países, sobre todo en Alemania, los acontecimientos de los últimos años demuestran abrumadoramente el carácter funesto de las tácticas del centrismo burocrático. Pero la burocracia estalinista, armada con recursos extraordinarios, logró, no sin éxito, contraponer sus intereses y prejuicios de casta a las exigencias del proceso histórico. Como resultado de ello, la Comintern no avanzó hacia la regeneración, retrocedió a la corrosión y la desintegración.
Pero la orientación hacia la «reforma», tomada en su conjunto, no fue errónea: representó una etapa necesaria para el desarrollo del ala marxista de la Comintern; fue una oportunidad para educar a los cuadros bolcheviques leninistas y no pasó sin dejar su marca sobre el conjunto del movimiento obrero. En toda esta etapa la política de la burocracia estalinista reflejó la presión de la Oposición de izquierda. Las medidas progresivas adoptadas por el gobierno de la URSS, que sirvieron para frenar la ofensiva del Termidor, no fueron sino migajas tardías de la Oposición de izquierda. En todas las secciones de la Comintern se observaron manifestaciones análogas, aunque en menor escala.
Debemos agregar que el grado de degeneración de un partido revolucionario no puede calcularse a priori, solamente en base a síntomas. Es indispensable verificarlo a la luz de los acontecimientos. Desde el punto de vista teórico el año pasado todavía era incorrecto creer que los bolcheviques leninistas, apoyándose en la exacerbación de la lucha de clases, no podrían obligar a la Comintern a tomar el camino de la lucha contra el fascismo. En ese mismo momento, el SAP alemán trató de independizarse. Esa actitud no afectó la marcha de los acontecimientos precisamente porque en el momento crítico las masas esperaban que sus viejas organizaciones las dirigieran políticamente. Al seguir una política fraccional, al educar a sus cuadros en base a la experiencia de esta política, la Oposición de Izquierda no se ocultó, a sí misma ni a los demás, que una nueva derrota del proletariado, provocada por la política del centrismo, adquiriría inexorablemente un carácter decisivo y exigiría una drástica revisión de nuestra posición respecto de la disyuntiva: fracción o partido.
El cambio de orientación
No hay nada más peligroso en política que caer atrapado por las propias fórmulas que ayer fueron apropiadas pero hoy carecen por completo de contenido.
Desde el punto de vista teórico, el derrumbe del PC Alemán le abrió dos caminos a la burocracia estalinista: revisión total de la política y el régimen o, por el contrario, estrangulación total de toda señal de vida en las secciones de la Comintern. La Oposición de Izquierda se guió por esa posibilidad teórica cuando, al levantar la consigna de partido nuevo en Alemania, dejó planteado el interrogante de la suerte de la Comintern. Sin embargo, aclaró que bastarían con un par de semanas para tener la respuesta y que eran mínimas las esperanzas de que la misma fuera favorable.
Todo lo ocurrido a partir del 5 de marzo -la resolución del presidium del CEIC sobre la situación alemana, la aceptación silenciosa de esa vergonzosa resolución por todas las secciones, el congreso antifascista de París, la línea oficial del Comité Central en el exilio del PC Alemán, la suerte del Partido Comunista Austriaco, la del Partido Comunista Búlgaro, etcétera- demuestra en forma inapelable que Alemania selló no sólo el destino del PC Alemán sino también el de toda la Comintern.
La dirección de Moscú no se limitó a proclamar que la política que garantizó la victoria de Hitler fue correctísima; prohibió toda discusión de lo ocurrido. Y nadie violó ni derogó esta vergonzosa prohibición. Nada de congresos internacionales, nada de congresos nacionales, nada de discusiones en las reuniones partidarias, nada de polémicas en la prensa. Una organización que no despertó ante el tronar del fascismo y que se somete dócilmente a las infames prácticas burocráticas demuestra que ha muerto y que nada podrá revivirla. Es nuestro deber para con el proletariado y su futuro decirlo abierta y públicamente. Todo nuestro trabajo ulterior debe tomar como punto de partida el derrumbe histórico de la Internacional Comunista oficial.
¡Realismo sí, pesimismo no!
El hecho de que dos partidos, el Socialdemócrata y el Comunista, cuyos respectivos orígenes están separados por medio siglo y cuyo punto de partida fue la teoría marxista y los intereses de clase del proletariado, hayan sufrido tan triste fin -uno por vil traición, el otro por bancarrota- puede sembrar el pesimismo incluso entre los obreros de vanguardia. «¿Qué garantía hay de que la nueva camada revolucionaria no correrá la misma suerte?» Los que exigen garantías de antemano deberían renunciar a la política revolucionaria. Las causas del derrumbe de la socialdemocracia y del comunismo oficial no deben buscarse en la teoría marxista ni en los defectos de quienes la aplicaron sino en las circunstancias concretas del proceso histórico. No se trata de la contraposición de principios abstractos sino de la lucha de fuerzas históricas vivas, con sus inevitables flujos y reflujos, con la degeneración de las organizaciones, con la desaparición de generaciones enteras y con la necesidad que ello supone de movilizar fuerzas nuevas en una nueva etapa histórica. Nadie se ha tomado la molestia de allanarle al proletariado el camino del alza revolucionaria. Es necesario avanzar con estan-camientos y retrocesos inevitables, por un camino plagado de innumerables obstáculos y de la escoria del pasado. Los que se asustan ante esta perspectiva harán bien en hacerse a un lado.
¿Cómo explicamos el hecho de que nuestro grupo, cuyos análisis y pronósticos fueron avalados por los acontecimientos, crezca tan lentamente? Hay que buscar la causa en el curso general de la lucha de clases. La victoria del fascismo arrastra a decenas de millones. Los pronósticos políticos son accesibles a miles o decenas de miles que, por otra parte, sufren la presión de los millones. Una tendencia revolucionaria no puede pretender victorias espectaculares en un momento en que el proletariado en su conjunto sufre las peores derrotas. Pero eso no es justificación para quedarse de brazos cruzados. Es precisamente en los períodos de reflujo revolucionario cuando se forman y templan los cuadros que más adelante serán llamados a dirigir a las masas.
Nuevos reveses
Los numerosos intentos realizados hasta ahora de crear un «segundo partido» o una «cuarta internacional» fueron producto de la experiencia sectaria de grupos aislados y de círculos «desilusionados» del bolchevismo; de ahí que su fracaso haya sido, en todos los casos, inexorable. Nuestro punto de partida no es la «insatisfacción» y «desilusión» subjetivas sino la marcha objetiva de la lucha de clases. Todas las circunstancias del desarrollo de la lucha de clases exigen imperiosamente la creación de una nueva organización de vanguardia, y sientan las premisas necesarias para hacerlo.
La desintegración de la socialdemocracia es un proceso paralelo al derrumbe de la Comintern. Por profunda que sea la reacción en el seno del propio proletariado, cientos de miles de trabajadores en todo el mundo, ya deben estar planteándose el problema del curso que seguirá la lucha y de una nueva organización de las fuerzas. Otros cientos de miles se les unirán en el futuro próximo. Exigirles a estos obreros -un sector de los cuales rompió indignado con la Comintern, mientras que la mayoría no perteneció a la Comintern ni siquiera en sus mejores años- que acepte formalmente la dirección de la burocracia estalinista, que es incapaz de olvidar ni aprender nada, expresa una actitud quijotesca e impide la formación de la vanguardia proletaria.
Indudablemente, en las filas de las organizaciones estalinistas hay comunistas sinceros a los que nuestra nueva orientación provocará temor y aun indignación. Algunos podrían transformar coyunturalmente la simpatía en hostilidad. Pero hay que guiarse por criterios de masas, no por consideraciones de tipo sentimental y personal.
En un momento en que cientos de miles y millones de obreros, sobre todo en Alemania, rompen con el comunismo, algunos para caer en el fascismo y la mayoría en la indiferencia, miles y decenas de miles de obreros socialdemócratas, impactados por la misma derrota, evolucionan hacia la izquierda, hacia el comunismo. Sin embargo, ni siquiera cabe mencionar la posibilidad de que acepten la dirección estalinista, desacreditada sin atenuantes.
Hasta ahora estas organizaciones socialistas de izquierda nos echaron en cara nuestra negativa a romper con la Comintern para construir partidos independientes. Esa importante diferencia fue superada por la marcha del proceso. Por eso el problema pasa del plano formal y organizativo al programático y político. El nuevo partido se elevará por encima del viejo sólo si por su programa, su estrategia, su táctica y su organización, basándose con firmeza en las resoluciones de los cuatro primeros congresos de la Comintern, es capaz de asimilar las terribles lecciones de los últimos diez años.
Los bolcheviques leninistas deben discutir públicamente con las organizaciones socialistas revolucionarias. Propondremos discutir en base a los once puntos aprobados por nuestra preconferencia (después de modificar el punto sobre «fracción o partido» de acuerdo a lo expresado en estas tesis). Desde luego, estamos dispuestos a debatir atenta y fraternalmente cualquier otra propuesta programática. Podemos demostrar y demostraremos que la inflexibilidad en los principios no tiene nada que ver con el esnobismo sectario. Demostraremos que el quid de la política marxista consiste en atraer a los obreros reformistas al campo revolucionario, no en empujar a los obreros revolucionarios hacia el campo del fascismo.
La formación de organizaciones revolucionarias fuertes, libres de toda responsabilidad por los crímenes y errores de las burocracias centrista y reformista, armadas de un programa marxista y de una clara perspectiva revolucionaria, iniciará una nueva era en el desarrollo del proletariado mundial. Estas organizaciones atraerán a los comunistas auténticos que todavía no quieren romper con la burocracia estalinista y, lo que es más importante, atraerán bajo su bandera a la joven generación obrera.
La URSS y el PCUS
La existencia de la Unión Soviética sigue siendo, a pesar del estado avanzado de degeneración del estado obrero, un hecho de enorme importancia revolucionaria. Su caída provocaría una etapa de reacción terrible, que tal vez duraría décadas. La lucha por la defensa, rehabilitación y fortalecimiento del primer estado obrero está indisolublemente ligada a la lucha del proletariado mundial por la revolución socialista.
La dictadura de la burocracia stalinista fue producto del atraso de la URSS (predominio del campesinado) y el retraso de la revolución proletaria en Occidente (la falta de partidos proletarios revolucionarios independientes). El dominio de la burocracia stalinista provocó a su vez, no sólo la degeneración de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética sino también un terrible debilitamiento de la vanguardia proletaria en todo el mundo. La contradicción entre el papel progresista del estado soviético y el papel reaccionario de la burocracia estalinista es una manifestación de la «ley del desarrollo desigual». Nuestra política revolucionaria debe tomar como punto de partida esta contradicción histórica.
Los que a sí mismos se llaman amigos de la Unión Soviética (demócratas de izquierda, pacifistas, brandleristas y demás) repiten el argumento de los funcionarios de la Comintern de que la lucha contra la burocracia estalinista, es decir, la crítica de su política errónea, «ayuda a la contrarrevolución». Esa posición corresponde a los lacayos políticos de la burocracia pero jamás a los revolucionarios. Sólo una política correcta puede defender, en lo interno y en lo externo, a la Unión Soviética. Las consideraciones de cualquier otro tipo son secundarias o pura charlatanería.
El PCUS actual no es un partido sino un aparato de dominación en manos de una burocracia desenfrenada. Dentro y fuera de los marcos del PCUS se agrupan los elementos dispersos de dos partidos, el proletario y el termidoriano bonapartista. Por encima de ambos, la burocracia centrista libra una guerra de aniquilación contra los bolcheviques leninistas. Aunque de tanto en tanto choca seriamente con sus semialiados termidorianos, los stalinistas les allanan el camino al aplastar, estrangular y corromper al Partido Bolchevique.
Como la URSS no puede llegar al socialismo sin que se produzca la revolución proletaria en Occidente, los bolcheviques leninistas rusos, contando únicamente con sus propias fuerzas y sin construir una auténtica internacional proletaria, no podrán regenerar al Partido Bolchevique ni salvar la dictadura del proletariado.
La URSS y la Comintern
La defensa de la URSS frente a la amenaza de intervención militar se convirtió en una labor más apremiante que nunca. Las secciones oficiales de la Comintern son tan impotentes en este terreno como en todos los demás. La defensa de la URSS es para ellas una frase ritual, carente de todo contenido. Se pretende compensar la insuficiencia de la Comintern con comedias indignas, como el congreso antibélico de Amsterdam y el congreso antifascista de París. La resistencia de la Comintern a la intervención militar de los imperialistas será más insignificante aún que su resistencia ante Hitler. Fomentar ilusiones al respecto es dirigirse a una nueva catástrofe con los ojos vendados. Para defender a la URSS se necesitan organizaciones auténticamente revolucionarias, independientes de la burocracia stalinista, bien plantadas, que gocen del apoyo de las masas.
La creación y crecimiento de estas organizaciones revolucionarias, su defensa de la Unión Soviética, su constante disposición a formar un frente único con los stalinistas contra la intervención y la contrarrevolución: todo esto tendrá una importancia enorme para el proceso interno de la república de los soviets. Los estalinistas, mientras permanezcan en el poder, tendrán menos posibilidades de evadir el frente único a medida que los peligros, tanto internos como externos, se vuelvan más apremiantes y a medida que la organización independiente de la vanguardia proletaria mundial adquiera nuevas fuerzas. La nueva relación de fuerzas servirá para debilitar la dictadura de la burocracia, fortalecer a los bolcheviques leninistas en la URSS y abrirle a la república obrera perspectivas mucho más favorables.
Sólo la creación de la internacional marxista, totalmente independiente de la burocracia estalinista y opuesta políticamente a la misma, podrá salvar a la URSS de la catástrofe, ligando su destino al de la revolución proletaria mundial.
«Liquidacionismo»
Los charlatanes burocráticos (y sus lacayos brandleristas) hablan de nuestro «liquidacionismo». Repiten insensata e irresponsablemente palabras tomadas del viejo léxico bolchevique. Se llamaba liquidacionismo a una tendencia que bajo el zarismo «constitucional» negaba la necesidad de un partido ilegal, porque trataba de remplazar la lucha revolucionaria por la adaptación a la «legalidad» contrarrevolucionaria. ¿Qué tenemos nosotros en común con los liquidadores? En este sentido es mucho más apropiado recordar a los ultimatistas (Bogdanov y Cía.), que reconocían la necesidad de un partido ilegal pero la transformaban en un instrumento para elaborar políticas totalmente erróneas; aplastada la revolución, plantearon que la tarea inmediata era prepararse para una insurrección armada. Lenin no vaciló en romper con ellos, aunque había en sus filas más de un revolucionario cabal. (Los mejores elementos volvieron después al bolchevismo.)
Son igualmente falsas las aseveraciones de los estalinistas y sus lacayos brandleristas de que la Oposición de Izquierda está preparando una «conferencia de agosto» contra los «bolcheviques». Esta es una referencia al año 1912, cuando se produjo uno de los innumerables intentos de unificar a bolcheviques y mencheviques. (El autor de uno de tales intentos fue Stalin; ¡no en agosto de 1912, sino en marzo de 1917!) Para que esta analogía tenga algún sentido habría que reconocer, en primer término, que la burocracia estalinista es la representante del bolchevismo; en segundo lugar, deberíamos plantear la unificación de la Segunda con la Tercera Internacional. ¡Nadie puede hablar siquiera de eso! El objetivo de esta analogía absurda es ocultar el hecho de que los oportunistas brandleristas tratan de obtener los favores de los centristas estalinistas en base a una amnistía mutua, mientras que los bolcheviques leninistas plantean la tarea de construir el partido proletario sobre bases principistas, probadas en las más grandes batallas, en las victorias y derrotas de la época imperialista.
La nueva senda
El objetivo de estas tesis es llamar a los camaradas a dar vuelta la hoja de la etapa histórica que ya culminó y esbozar nuevas perspectivas de trabajo. Pero lo antedicho de ninguna manera determina a priori los primeros pasos a dar, los cambios tácticos concretos, los ritmos y métodos del viraje hacia el nuevo rumbo. Sólo cuando hayamos logrado unanimidad de principios respecto de la nueva orientación -y nuestra experiencia previa me induce a pensar que alcanzaremos esa unanimidad- pondremos en el orden del día los interrogantes tácticos concretos aplicables a las circunstancias imperantes en cada país.
En todo caso, lo que estamos discutiendo no es si proclamamos la creación de partidos nuevos y una internacional independiente sino que nos preparemos para ello. La nueva perspectiva significa en primer término que todo lo que sea «reforma» de los partidos oficiales y reingreso de los militantes de la Oposición a los mismos debe desecharse por utópico y reaccionario. El trabajo cotidiano ha de volverse independiente, estará determinado por nuestras propias posibilidades y fuerzas y no por criterios «fraccionales» formales. La Oposición de Izquierda deja de pensar y actuar como «oposición». Se convierte en una organización independiente, que se traza su propio camino. No sólo construye sus propias fracciones en los partidos socialdemócratas y estalinistas sino que realiza su trabajo independiente entre los obreros sin partido y desorganizados. Crea sus propias bases de apoyo en los sindicatos, independientemente de la política sindical de la burocracia estalinista. Participa en las elecciones bajo su propia bandera allí donde las circunstancias lo permitan. En relación a las organizaciones obreras reformistas y centristas (incluidas las estalinistas) se guía por los principios generales de la política de frente único, y la aplicará sobre todo para defender a la URSS de la intervención foránea y la contrarrevolución intestina.
(Extraído da obra Escritos, Leon Trotsky, tomo IV, 1932-1933, vol. 2, Editorial Pluma)