Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (Lenin, julio de 1916)

Las formulaciones marxista-leninistas sobre la autodeterminación, el derecho de separación y las anexiones mantienen su vigencia ante la guerra en Ucrania. 

En los Masas nº 683, 684, 685 y 686 publicábamos los puntos del folleto de Lenin «Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación«, en un orden que destacaba las formulaciones sobre las anexiones, en vista de lo que está ocurriendo en la guerra de Ucrania. Por eso, dada la limitación de espacio, comenzamos en Masas nº 683 con los puntos 1. «El socialismo y el derecho de las naciones a la autodeterminación», 3. «¿Qué es una anexión?», 4. «¿Por qué estar a favor o en contra de las anexiones?», 5. «¿Por qué la socialdemocracia se opone a las anexiones?». En Masas nº 684, publicamos «Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación» y los puntos 2. «¿Es ‘realizable’ la democracia bajo el imperialismo?», 6. «¿Es posible oponer las colonias a «Europa» en lo que se refiere a este problema?». En Masas nº 685, publicamos el punto 7. «¿Marxismo o proudhonismo?». En Masas nº 686, publicamos el punto 8. «Lo particular y lo general en la posición de los socialdemócratas internacionalistas holandeses y polacos». Concluimos en este Masas la publicación de todo el folleto, con los puntos 9. «Una carta de Engels a Kautsky», 10. «La insurrección irlandesa de 1916», y la «Conclusión».

En el punto 9, se destaca la siguiente formulación: » el odio -completamente legítimo- de la nación oprimida a la nación opresora continuará existiendo durante cierto tiempo; sólo se disipará después de la victoria del socialismo· y después de la implantación definitiva de relaciones plenamente democráticas entre las naciones. Si queremos ser fieles al socialismo debemos ya ahora dedicamos a la educación internacionalista de las masas, imposible de realizar entre las naciones opresoras sin propugnar la libertad de separación de las naciones oprimidas» Del punto 10, el siguiente pasajes: » Los puntos de vista de los enemigos de la autodeterminación llevan a la conclusión de que se ha agotado la vitalidad de las naciones pequeñas oprimidas por el imperialismo, de que no pueden desempeñar papel alguno contra el imperialismo, de que el apoyo a sus aspiraciones puramente nacionales no conducirá a nada, etc. La experiencia de la guerra imperialista de 1914-1916 refuta de’ !techo semejantes conclusiones. La guerra ha sido una época de crisis para las .naciones de Europa Occidental, para todo el imperialismo. Toda crisis aparta lo convencional, arranca las envolturas exteriores, barre lo caduco, pone al desnudo los resortes y fuerzas más profundos.» (…) » Quien espere la revolución social «pura», no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución.» (…) «el capitalismo no está organizado tan armónicamente como para que las distintas fuentes de la insurrección se fundan de golpe por si mismas, sin reveses ni derrota». En cuanto a la Conclusión, señalamos: «la reivindicación de autodeterminación de las naciones ha desempeñado en la agitación de nuestro Partido un papel no menos importante que, por ejemplo, el armamento del pueblo, la separación de la Iglesia y el Estado, la lección de los funcionarios por el pueblo y otros puntos calificados de «utópicos» por los filisteos»(…) » Y ahora, los socialimperialistas francos del tipo de Lensch se alzan abiertamente contra la autodeterminación y contra la negación de las anexiones (…) » Mártov ha escrito en la prensa legal de los partidarios de Gvózdev ( Nash Golos91 ) en pro de la autodeterminación, demostrando la verdad incontestable de que ésta en la guerra imperialista no obliga todavía a participar, etc., pero rehuyendo lo principal – ilo rehúye incluso en la prensa ilegal, en la prensa libre!-, que consiste en que Rusia ha batido también durante la paz el récord mundial de opresión de las naciones sobre la base de un imperialismo mucho más brutal, medieval, atrasado económicamente, burocrático y militar

Todo indica que, hasta donde hemos llegado en nuestro estudio de los fundamentos programáticos de Lenin sobre la autodeterminación, el derecho de separación y la anexión, el folleto «Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación» de julio de 1916 contiene la elaboración más desarrollada y sólida, cuya validez se mantiene plenamente. Cuando esta publicación esté terminada, haremos una edición en forma de folleto. (POR Brasil)

A continuación publicamos el folleto completo:


Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (Lenin, julio de 1916)

1 – El socialismo y el derecho de las naciones a la autodeterminación.

Hemos afirmado que sería una traición al socialismo renunciar a la realización del derecho de las naciones a la autodeterminación bajo el socialismo. Nos responden: “el derecho a ía autodeterminación no es aplicable a la sociedad socialista”. La discrepancia es radical. ¿En qué se origina?

“Nosotros sabemos —dicen nuestros oponentes— que el socialismo suprimirá toda opresión nacional, ya que suprime los intereses de clase que conducen a ella”… ¿Qué tiene que ver esta disquisición sobre las premisas económicas de la supresión de la opresión nacional, indiscutibles y conocidas desde hace muchísimo tiempo, con la discusión sobre una de las formas de opresión política, a saber: la retención de una nación por la fuerza, dentro de las fronteras estatales de otra nación? ¡Es sencillamente un intento de eludir los problemas políticos! Y los razonamientos posteriores nos confirman aun más en este juicio:

“No tenemos ningún motivo para suponer que en la sociedad socialista la nación tendrá el carácter de una unidad económico-política. Según todas las probabilidades, tendrá solamente el carácter de una unidad cultural e idioniática, ya que la división territorial de un grupo cultural socialista, si tal división existe, podrá operarse sólo de acuerdo con las necesidades de la producción; por lo demás, se sobrentiende que no deberán resolver la cuestión de tal división las naciones por separado, teniendo la plenitud del poder propio [tal como lo exige ‘el derecho de las naciones a la autodeterminación’], sino que lo determinarán en conjunto todos los ciudadanos interesados”. ..

Este último argumento, el de la determinación conjunta en lugar de la autodeterminación, ¡complace tanto a los camaradas polacos, que lo repiten tres veces en sus tesis! Pero la frecuencia de las repeticiones no convierte este argumento octubrista y reaccionario en un argumento socialdemócrata. Todos los reaccionarios y burgueses otorgan a las naciones retenidas por la fuerza en las fronteras de un Estado dado, el derecho a “determinar en conjunto” sus destinos en un parlamento común. También Guillermo II concede a los belgas el derecho a “determinar en conjunto”, en el parlamento alemán común, los destinos del imperio alemán.

Justamente el punto en cuestión, el único que está en discusión, el derecho a la separación, es el que nuestros oponentes se esfuerzan por eludir. ¡Esto sería cómico, si no fuera tan triste!

Nosotros dijimos en la tesis primera que la liberación de las naciones oprimidas presupone, en la esfera política una doble trasformación: 1) absoluta igualdad de derechos de las naciones. Sobre eso no hay discusión, y se refiere solamente a lo que ocurre dentro del Estado; 2) libertad de separación política®. Eso se refiere a la determinación de las fronteras del Estado. Sólo esto está en discusión. Y es justamente lo que nuestros oponentes silencian. No quieren pensar en las fronteras del Estado, o incluso en el Estado en general. Es una especie de “economismo imperialista” semejante al viejo “economismo” de los años 1894-1902, que argüía: el capitalismo venció, \por lo tanto, los problemas políticos están de más! ¡El imperialismo venció; por lo tanto, los problemas políticos están de más! Semejante teoría apolítica es radicalmente hostil al marxismo

Marx escribía, en la crítica del programa de Gotha: “Entre la sociedad capitalista y la comunista media el período de la trasformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período le corresponde también un período político de transición, en el cual el Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”. Hasta ahora esta verdad fue indiscutible para los socialistas, e incluye el reconocimiento de que el Estado existirá hasta la trasformación del socialismo victorioso en comunismo integral. Es conocido lo dicho por Engels sobre la extinción del Estado. Hemos subrayado deliberadamente, ya en la primera tesis, que la democracia es una forma de Estado que también se extinguirá cuando se extinga el Estado. Y mientras nuestros oponentes no cambien el marxismo por algún punto de  “a-estatal”, sus razonamientos serán del todo equivocados.

En lugar de hablar del Estado, (y por consiguiente de la determinación de sus fronteras), hablan del “grupo cultural socialista”, es decir, ¡eligen adrede una expresión nebulosa que borra todos los problemas del Estado! Se produce una tautología ridícula: por supuesto, si no existe Estado, no hay problemas sobre sus fronteras. Entonces, también es innecesario todo el programa democrático-político. Tampoco habrá república cuando “se extinga” el Estado.

El chovinista alemán Lensch, en artículos que hemos señalado en nota a la tesis 5®, citó un interesante pasaje de la obra de Engels El Po y el Rin. Dice ahí Engels, entre otras cosas, que en la marcha del desarrollo histórico, que devoró a varias naciones pequeñas y desprovistas de vitalidad, “las fronteras de las grandes y viables naciones europeas” se fueron determinando cada vez más «por el idioma y las simpatías” de la población. Engels califica esas fronteras de “naturales”. Así ocurrió en la época del capitalismo progresista en Europa, alrededor de 1848-1871. Actualmente, el capitalismo reaccionario imperialista rompe con frecuencia creciente esas fronteras, determinadas en forma democrática. Todos los indicios señalan que el imperialismo dejará en herencia al socialismo, su sucesor, fronteras menos democráticas, una serie de anexiones en Europa y otras partes del mundo. ¿Y qué? ¿El socialismo victorioso, restableciendo y aplicando a fondo la democracia plena en toda la línea, se negará a la determinación democrática de las fronteras del Estado? ¿No querrá tomar en cuenta “las simpatías” de la población? Basta formular estas preguntas para ver claramente cómo nuestros colegas polacos van rodando del marxismo al “economismo imperialista”.

Los viejos “economistas”, trasformando el marxismo en una caricatura, enseñaban a los obreros que para los marxistas “sólo” es importante “lo económico”. Los nuevos “economistas” piensan que el Estado democrático del socialismo victorioso existirá sin fronteras (una especie de “complejo de sensaciones” sin materia), o bien que las fronteras serán determinadas “exclusivamente” de acuerdo con las necesidades de la producción. En realidad, estas fronteras serán determinadas de modo democrático, o sea, de acuerdo con la voluntad y las “simpatías” de la población. El capitalismo pisotea estas simpatías, y con eso añade nuevas dificultades a la causa de la amistad entre las naciones. El socialismo, al organizar la producción sin opresión de clase, al garantizar el bienestar de todos los miembros del Estado, da libertad plena a las “simpatías” de la población, y por consiguiente facilita y acelera enormemente la amistad y unión de las naciones.

Para que el lector descanse un poquito del pesado y torpe “economismo”, citaremos el razonamiento de un escritor socialista ajeno a nuestra discusión. Ese escritor es Otto Bauer, quien también tiene su “manía”, la “autonomía cultural nacional”*, pero razona con sumo acierto sobre una serie de problemas muy importantes. Por ejemplo, en el § 29 de su libro El problema nacional y la socialdemocracia señala con mucha justeza que la ideología nacionalista encubre una política imperialista. En el § 30, “El socialismo y el principio de la nacionalidad”, dice:

“La comunidad socialista jamás estará en condiciones de incorporar por la fuerza a naciones enteras. Imagínese a las masas populares que disfrutan de todos los beneficios de la cultura nacional, que participan activa y completamente en la legislación y administración, y por último, que están provistas de armas; ¿sería posible someter por la fuerza tales naciones al dominio de un organismo social ajeno? Todo poder estatal descansa sobre la fuerza de las armas. El ejército popular actual, gracias a un hábil mecanismo, constituye todavía un instrumento en manos de determinadas personas, familias, clases, al igual que los ejércitos de caballeros y mercenarios de los tiempos pasados. En cambio, el ejército de la comunidad democrática de la sociedad socialista no es otra cosa que el pueblo armado, pues está integrado por personas de elevada cultura, que trabajan por propia voluntad en talleres sociales y participan plenamente en todas las esferas de la vida del Estado. En tales condiciones, desaparece por completo Ja posibilidad de un dominioextranjero.”

Todo eso es exacto. Bajo el capitalismo no es posible suprimir la opresión nacional (ni la opresión política en general). Para ello es imprescindible suprimir las clases, es decir, implantar el socialismo. Pero si bien el socialismo se basa en la economía, dista de resumirse en ella. Para eliminar la opresión nacional hace falta una base —la producción socialista—, pero sobre esta base son necesarios, además, la organización democrática del Estado, el ejército democrático, etc. Al trasformar el capitalismo en socialismo, el proletariado crea la posibilidad de eliminar totalmente la opresión nacional; esta posibilidad se convertirá en realidad “sólo” — ¡“sólo”!— con la aplicación integral de la democracia en todas las esferas, incluyendo la determinación de las fronteras de acuerdo con las “simpatías” de la población, incluyendo la plena libertad de separación. Sobre esta base, a su vez, se desarrollará en la práctica la eliminación absoluta hasta de los menores rozamientos nacionales, de la más mínima desconfianza nacional, se acelerarán la amistad y la unión de las naciones, lo que culminará con la extinción del Estado. Esta es la teoría del marxismo, de la cual se apartaron equivocadamente nuestros camaradas polacos.

 

2. ¿ES »REALIZABLE» LA DEMOCRACIA EN EL IMPERIALISMO?

Toda la vieja polémica de los socialdemócratas polacos contra la autodeterminación de las naciones se apoya en el argumento de que ésta es «irrealizable» en el capitalismo. Ya en 1903, en la comisión del II Congreso del POSDR encargada de elaborar el programa del Partido, los iskcristas nos reímos de este argumento y dijimos que repetía la caricatura del marxismo hecha por los «economistas» (de triste memoria). En nuestras tesis nos hemos ocupado con especial detalle de este error, y precisamente en esta cuestión, que representa la base teórica de toda la discusión, los camaradas polacos no han querido (¿o no han podido?) replicar a ninguno de nuestros argumentos.

La imposibilidad económica de la autodeterminación debería ser demostrada por medio de un análisis económico, igual que nosotros demostramos que es irrealizable la prohibición de las máquinas o la implantación de los bonos de trabajo, etc. Nadie intenta siquiera hacer ese análisis. Nadie afirmará que se ha logrado implantar en el capitalismo los «bonos de trabajo”, aunque sea en un país, «a título de excepción»; como un pequeño país, a título de excepción, ha logrado en la era del más desenfrenado imperialismo realizar la irrealizable autodeterminación e incluso sin guerra y sin revolución (Noruega en 1905).

En general, la democracia política no es más que una de las formas posibles (aunque sea normal teóricamente para el capitalismo «puro») de superestructura sobre el capitalismo. Los hech0s demuestran que tanto el capitalismo como, el imperialismo se desarrollan con cualesquiera formas políticas, supeditando todas ellas a sus intereses. Por ello es profundamente erróneo desde el punto de vista teórico decir que son «irrealizables» una forma y una reivindicación de la democracia.

La falta de respuesta de los colegas polacos a estos argumentos obliga a· considerar terminada la discusión sobre este punto. Para mayor evidencia, por así decirlo, hemos hecho la afirmación más concreta de que sería «ridículo» negar que la restauración de Polonia es «realizable» ahora en dependencia de los factores estratégicos, etc., de la guerra actual. ¡Pero no se nos ha contestado!

Los camaradas polacos se han limitado a repetir una afirmación evidentemente equivocada (§ 11, 1), diciendo: »en los problemas de la anexión de regiones ajenas han sido eliminadas las formas de democracia política; lo que decide es la violencia manifiesta… El capital no permitirá nunca al pueblo que resuelva el problema de sus fronteras estatales … «iComo si el «capital» pudiera «permitir al pueblo» que elija a sus funcionarios (del capital), que sirven al imperialismo ! iO como si fueran concebibles en general sin la «violencia manifiesta» cualesquiera soluciones a fondo de importantes problemas democráticos, por ejemplo, la republica en vez de la monarquía o la milicia popular en vez del ejército permanente! Subjetivamente, los camaradas polacos desean ‘profundizar» el marxismo, pero lo hacen sin ninguna fortuna. Objetivamente, sus frases acerca de que es «irrealizable» son oportunismo, pues lo llevan implícito tácitamente: es «irrealizable» sin una serie de revoluciones, como es irrealizable también en el imperialismo toda la democracia, rodas sus reivindicaciones en general.

Una sola vez, al final mismo del § 11, 1, al hablar de Alsacia, los colegas polacos han abandonado la posición del «economismo imperialista», abordando las cuestiones de una de las formas de democracia con una respuesta concreta y no con una alusión general al factor «económico». iY precisamente ese enfoque ha resultado equivocado! Sería «particularista, no democrático» -escriben- que solamente los alsacianos, sin preguntar a los franceses, «impusieran» a éstos la incorporación de Alsacia a Francia, iiiaunque una parte de Alsacia se inclinara hacia los alemanes y esto amenazara con una guerra!!! El embrollo es divertidísimo: la autodeterminación presupone (esto está claro de por sí y lo hemos subrayado de modo especial en nuestras tesis) la libertad de separarse del Estado opresor. iEn política «no es usual» hablar de que la incorporación a un Estado determinado presupone su conformidad de la misma manera que en economía no se habla de «conformidad» del capitalista para obtener ganancias o del obrero para percibir su salario! Hablar de eso es ridículo.

Si se quiere ser un político marxista, al hablar de Alsacia habrá que atacar a los canallas del socialismo alemán porque no luchan en pro de la libertad de separación de Alsacia; habrá que atacar a los canallas del socialismo francés porque se reconcilian con la burguesía francesa, la cual desea la incorporación violenta de toda Alsacia; habrá que atacar a unos y otros porque sirven al imperialismo de «su» país, temiendo la existencia de un Estado separado, aunque sea pequeño; habrá que mostrar de qué modo resolverían los socialistas el problema en unas cuantas semanas, reconociendo la autodeterminación, sin violar la voluntad de los alsacianos. Hablar, en lugar de eso, del terrible peligro de que los alsacianos franceses se «impongan» a Francia es sencillamente el acabóse.

 

3.¿Qué es una anexión?

En nuestra tesis (§ 7)8 ya hemos formulado esta pregunta con toda claridad. Los camaradas polacos tío la contestaron; la eludieron, declarando con énfasis: 1) que están contra las anexiones y 2) explicando por qué están en contra. Esas son cuestiones muy importantes, sin duda. Pero son otras cuestiones. Si nos preocupamos, por poco que sea, por la fundamentación teórica de nuestros principios, por su formulación clara y precisa, no podemos eludir la pregunta de qué es una anexión, ya que este concepto figura en nuestra propaganda y agitación políticas. Cuando se elude esta pregunta en una discusión entre colegas, sólo es posible interpretarlo como abandono de la propia posición

¿Por qué hemos formulado esta pregunta? Lo explicamos al formularla. Porque “la protesta contra las anexiones no es otra cosa que reconocer el derecho a la autodeterminación”. El concepto de anexión habitualmente incluye: 1) el concepto de fuerza (incorporación por la fuerza); 2) el concepto de opresión por otra nación (incorporación de una región “ajena”, etc.) y a veces 3) el concepto de violación del statu quo. Hemos señalado todo eso en las tesis y no fue criticado.

Ahora bien, ¿pueden los socialdemócratas oponerse al uso de la fuerza en general? Claro está que no. Por lo tanto, no nos oponemos a las anexiones porque configuren fuerza, sino por alguna otra razón. Tampoco pueden los socialdemócratas defender el statu quo. Por muchas vueltas que se le dé, la única conclusión posible es la siguiente: una anexión es la violación de la autodeterminación de una nación, es el establecimiento de las fronteras de un Estado en contra de la voluntad de la población.

Oponerse a las anexiones significa estar a favor del derecho a la autodeterminación. Estar “en contra de la retención de cualquier nación por la fuerza, dentro de las fronteras de un Estado dado” (deliberadamente hemos empleado también esta formulación ligeramente modificada de la misma idea en el § 4 .de nuestras tesis*, y los camaradas polacos nos respondieron a eso con toda claridad, declarando en el comienzo de su § I, 4, que están «en contra de la retención por la fuerza de las naciones oprimidas en las fronteras del Estado anexionista”), es lo mismo que estar a favor de la autodeterminación de las naciones.

No deseamos discutir sobre palabras. Si existe un partido que dice en su programa (o en una resolución obligatoria para todos, no importa la forma) que se opone a las anexiones e ° y a la retención por la fuerza de naciones oprimidas en las fronteras de su Estado, entonces declaramos nuestro absoluto acuerdo de principio con tal partido. Sería absurdo aferrarse a la palabra “autodeterminación”. ¡Y si hay en nuestro partido personas que quieren modificar palabras en este sentido en la formulación del § 9 de nuestro programa partidario, no vamos a considerar la discrepancia con estos camaradas como una cuestión de principio!

Lo único que importa es la claridad política y la solidez teórica de nuestras consignas.

En las discusiones verbales en torno a este problema —cuya importancia nadie niega, sobre todo ahora, a raíz de la guerra—, se pudo oír este argumento (no lo encontramos en la prensa): una protesta contra un determinado mal no implica necesariamente el reconocimiento del concepto positivo que excluye este mal. Es un argumento claramente inconsistente y quizá por eso no apareció en la prensa. Si el partido socialista declara que está “en contra de la retención, por la fuerza, de las naciones oprimidas en las fronteras del Estado anexionista”, es que dicho partido se compromete con esta declaración a renunciar a la retención por la fuerza cuando llegue al poder.

No dudamos ni por un instante de que si mañana Hindenburg venciera a medias a Rusia, y la expresión de esta semivictoria fuera (a consecuencia del deseo de Inglaterra y Francia de debilitar un poco al zarismo) un nuevo Estado polaco, completamente “realizable” desde el punto de vista de las leyes económicas del capitalismo y el imperialismo; y de que si luego, pasado mañana, venciera la revolución socialista en Petrogrado, Berlín y Varsovia, entonces, el gobierno socialista polaco, al-igual que el ruso y el alemán, renunciaría a “retener por la fuerza”, digamos, a los ucranios “en las fronteras del Estado polaco”. Si formaran parte de ese gobierno los miembros de Redacción de Gazeta Robotnicza, ellos indudablemente sacrificarían sus “tesis”, con lo que refutarían la “teoría” de que “el derecho a la autodeterminación es inaplicable a la sociedad socialista”. Si pensáramos de otra manera, habríamos planteado en la orden del día, no una discusión de camaradas con los socialdemócratas de Polonia, sino una implacable lucha contra ellos, por chovinistas.

Supongamos que salgo a la calle de cualquier ciudad europea y hago públicamente una “protesta”, que repito luego en los periódicos, porque no se me permite comprar a un hombre como esclavo. No hay duda que habrá motivos para considerarme un esclavista, partidario del principio o sistema, si se quiere, de la esclavitud. El hecho de que mis simpatías por la esclavitud revistan la forma negativa de una protesta, en lugar de la positiva (“yo estoy por la esclavitud”), no puede engañar a nadie. Una “protesta” política es por completo equivalente a un programa político; eso es tan evidente, que hasta resulta embarazoso verse obligado a explicarlo. En todo caso, tenemos la firme convicción de que por parte de la izquierda de Zimmerwald, por lo menos —no hablamos de todos los zimmerwaldianos, porque entre ellos están Mártov y otros kautskistas—, no provocaremos “protestas” si afirmamos que en la III Internacional no habrá lugar para personas capaces de separar la protesta política del programa político, de oponer la una al otro, etc.

Como no deseamos discutir sobre palabras, nos permitimos expresar la firme esperanza de que los socialdemócratas polacos procurarán en breve formular oficialmente, tanto su proposición de suprimir el § 9 de nuestro programa partidario (también suyo) y del programa de la Internacional (la resolución del Congreso de Londres de 1896), así como también su definición de las correspondientes ideas políticas sobre “las viejas y nuevas anexiones” y de “la retención por la fuerza, de naciones oprimidas en las fronteras del Estado anexionista”. Pasemos a la cuestión siguiente.

 

 4.¿Por las anexiones o contra ellas?

En el § 3 de la primera parte de sus tesis, los camaradas polacos declaran con claridad que están en contra de todas las anexiones. Lamentablemente, en el § 4 de la misma parte encontramos afirmaciones que debemos considerar anexionistas. Comienza este parágrafo con la siguiente frase… extraña, para emplear un eufemismo:

“El punto de partida de la lucha de la socialdemocracia contra las anexiones, contra la retención por la fuerza de naciones oprimidas en las fronteras de un Estado anexionista, es la renuncia de toda defensa de la patria [la cursiva es de los autores], que en la era imperialista es la defensa de los derechos de la burguesía propia a oprimir y saquear a otros pueblos” …

¿Qué significa eso? ¿Qué quiere decir?

“El punto de partida de la lucha contra las anexiones es la renuncia a toda defensa de la patria”. .. ¡Pero se puede llamar “defensa de la patria”, y hasta ahora era usual llamarlas así, a toda guerra nacional y a toda insurrección nacionall [Estamos en contra de las anexiones, pero .. .con esto queremos decir que estamos en contra de que los anexados libren una guerra para liberarse de quienes los han anexado, estamos en contra de que los anexados se insurreccionen para liberarse de quienes los han anexado. ¿No es esta una declaración anexionista?

Los autores de las tesis dan como motivo de su… extraña afirmación el hecho de que “en la era del imperialismo” la defensa de la patria equivale a la defensa de los derechos de la burguesía propia a oprimir a otros pueblos. Pero eso es cierto solamente en cuanto a una guerra imperialista, es decir, una guerra entre potencias imperialistas o grupos de potencias, cuando ambas partes beligerantes no sólo oprimen a “otros pueblos”, ¡sino que libran la guerra para decidir cuál de ellas oprimirá a más pueblos ajenos!

Al parecer los autores presentan la cuestión de la “defensa de la patria” de manera muy diferente a como lo hace nuestro partido. Nosotros rechazamos ‘la defensa de la patria” en una guerra imperialista. Eso está dicho con la máxima claridad, tanto en el Manifiesto del Comité Central de nuestro partido, como en las Resoluciones de Berna*, reproducidas en el folleto El socialismo y la guerra*“, publicado en alemán y francés. Lo hemos subrayado dos veces en nuestras tesis (notas para los § 4 y 6)*** Al parecer los autores de las tesis polacas rechazan la defensa de la patria en general, es decir, también en una guerra nacional, considerando tal vez que “en la era del imperialismo” las guerras nacionales son imposibles. Dijimos “tal vez”, porque en sus tesis los camaradas polacos no expusieron esta opinión.

Esta opinión está expresada con claridad en las tesis del grupo alemán “Internacional” y en el folleto de Junius, al que dedicamos un artículo especial*»**. Señalemos, para completar lo dicho en este artículo, que la insurrección nacional contra los anexionistas, de una región o país anexado, puede ser llamada precisamente insurrección y no guerra (hemos oído esta objeción, por lo tanto la mencionamos aquí, aun cuando no nos parece seria esta discusión terminológica). En todo caso, difícilmente haya quien se atreva a negar que Bélgica, Servia, Galitzia o Armenia anexadas llamarían a su “insurrección” contra los anexionistas “defensa de la patria”, y la llamarían correctamente. En resumen, los camaradas polacos están en contra de tal insurrección porque en estos países anexados existe también una burguesía, que también oprime a pueblos ajenos, o mejor dicho, puede oprimirlos, porque se trata sólo de “su derecho a oprimir”. Por consiguiente, para apreciar determinada guerra o insurrección no se considera su verdadero contenido social (la lucha por su liberación de una nación oprimida contra la nación opresora), sino el posible ejercicio de su “derecho a oprimir” de una burguesía hoy oprimida. Si Bélgica, por ejemplo, fuera anexada por Alemania en 1917, y en 1918 se levantara por su liberación, ¡los camaradas polacos estarían en contra del levantamiento, porque la burguesía belga tiene “el derecho de oprimir a pueblos ajenos”!

En este razonamiento no hay nada de marxismo, ni de revolucionario. Para no traicionar al socialismo debemos apoyar toda insurrección contra nuestro enemigo principal, la burguesía de los grandes países, siempre que no se trate de la insurrección «le una clase reaccionaria. Al negarnos a apoyar la insurrección de las regiones anexadas nos convertimos, objetivamente, en anexionistas. Justamente “en la era del imperialismo”, que es la era del comienzo de la revolución social, el proletariado apoyará hoy con particular energía la insurrección de las regiones anexadas, para atacar mañana o simultáneamente a la burguesía de la “gran” potencia debilitada por esta insurrección.

No obstante, los camaradas polacos van todavía más lejos en su anexionismo. No sólo están en contra de la insurrección de las regiones anexadas, ¡están en contra de todo restablecimiento de su independencia, aun cuando fuera pacífico! Escuchen:

“La socialdemocracia, que declina toda responsabilidad por las consecuencias de la política opresora del imperialismo, y que las combate de la manera más enérgica, en modo alguno se manifiesta por el establecimiento de nuevos mojones fronterizos en Europa, ni por el restablecimiento de los que el imperialismo destruyó”

En la actualidad “el imperialismo destruyó los mojones fronterizos” entre Alemania y Bélgica, y entre Rusia y Galitzia. Según parece, la socialdemocracia internacional debe oponerse a su restablecimiento, no importa en qué forma se produzca. En 1905, “en la era del imperialismo”, cuando el Seim autónomo de Noruega proclamó su separación de Suecia y cuando la guerra de Suecia contra Noruega, preconizada por los reaccionaiios suecos, no tuvo lugar por la resistencia de los obreros suecos y la situación imperialista internacional, la socialdemocracia hubiera debido oponerse a la separación de Noruega, ¡¡dado que ésta significaba indudablemente el “establecimiento de nuevos mojones fronterizos en Europa”!!

Eso ya es anexionismo franco, abierto. No es necesario refutarlo, se refuta por sí mismo. Ningún partido socialista se atrevería a adoptar esta posición: “estamos en contra de las anexiones en general, pero en cuanto a Europa, sancionamos las anexiones o las aceptamos una vez producidas”.

Es preciso que nos detengamos en los orígenes teóricos del error que indujo a nuestros camaradas polacos a una cosa tan evidentemente… “imposible”. Más adelante hablaremos de la falta de fundamento para tratar por separado a “Europa”. Las dos frases siguientes de las tesis explican los otros orígenes del error:

. .“Allí donde la rueda del imperialismo pasó por encima de un Estado capitalista ya formado, aplastándolo, allí se opera, en la forma brutal de la opresión imperialista, la concentración política y económica del mundo capitalista, que prepara el socialismo”. ..

Esta justificación de las anexiones es struvismo6, no marxismo. Los socialdemócratas rusos que recuerdan la década de 1890 en Rusia, conocen bien esta manera de tergiversar el marxismo, común a los señores Struve, Legien, Cunow y Cía. Justamente en cuanto a los struvistas alemanes, los llamados “socialimperialistas”, en otra tesis (II, 3) de los camaradas polacos leemos:

.. La consigna del derecho de las naciones a la autodeterminación) “da a los socialimperialistas, al demostrar el carácter ilusorio de esta consigna, la oportunidad de presentar nuestra lucha contra la opresión nacional como un sentimentalismo históricamente irrazonable, y con eso socavar la confianza del proletariado en el fundamento científico del programa socialdemócrata”. ..

¡Eso significa que los autores consideran “científica” la posición de los struvistas alemanes! Felicitaciones.

Sólo una “pequeñez” destruye este sorprendente argumento, que esgrime contra nosotros la amenaza de la razón que tienen los Lenscb, Cunow y Parvus, a saber: estos Lensch son personas consecuentes, a su modo, y en el núm. 8-9 de la revista chovinista alemana ha campana* —hemos citado adrede este número en nuestras tesis— Lensch demuestra simultáneamente “la falta de fundamento científico” de la consigna de la autodeterminación (aparentemente los socialdemócratas polacos consideran irrefutable esta argumentación de Lensch, como lo atestigua el pasaje de sus tesis citado por nosotros…) ¡¡y “la falta de fundamento científico” de la consigna: contra las anexiones!!

Es que Lensch comprendió muy bien la sencilla verdad que hemos señalado a los colegas polacos y a la que éstos no quisieron responder: no existe diferencia, “ni económica, ni política”, ni lógica en general, entre “el reconocimiento” de la autodeterminación y “la protesta” contra las anexiones. Si los camaradas polacos consideran irrefutables los argumentos de los Lensch contra la autodeterminación, no pueden dejar de admitir un hecho: los Lensch también oponen todos estos argumentos a la lucha contra las anexiones.

El error teórico que se halla en la base de todos los razonamientos de nuestros colegas polacos los llevó a convertirse en anexionistas inconsecuentes.

 

5.¿Por qué la socialdemocracia se opone a las anexiones?

Desde nuestro punto de vista, la respuesta es clara: porque la anexión viola la autodeterminación de las naciones o, dicho de otro modo, porque es una de las formas de opresión nacional.

Desde el punto de vista de los socialdemócratas polacos, se hace necesario explicar en especial por qué nos oponemos a las anexiones, y estas explicaciones (I, 3 en las tesis) enredan inevi­tablemente a los autores en una nueva serie de contradicciones.

Emplean dos argumentos para “justificar” que nos opongamos a las anexiones (pese a los argumentos “científicamente fundados” de los Lensch). El primero es el siguiente:

… “A la afirmación de que las anexiones en Europa son necesarias para la seguridad militar de un Estado imperialista victorioso, la socialdemocracia opone el hecho de que las anexiones sólo agudizan los antagonismos y por consiguiente aumentan el peligro de guerra” .. .

Esta es una inadecuada respuesta a los Lensch, porque su argumento principal no es la necesidad militar, sino el elemento de progreso económico de las anexiones, que significan concentración imperialista. ¿Dónde está la lógica, si los socialdemócratas polacos reconocen lo progresista de semejante concentración rehusándose a restablecer en Europa los mojones fronterizos destruidos por el imperialismo y, al mismo tiempo, objetan las anexiones?

Prosigamos. ¿Las anexiones intensifican el peligro de qué guerras? No de las guerras imperialistas, porque ésta tienen otras causas: los principales antagonismos en la actual guerra imperialista son indudablemente los que existen entre Inglaterra y Alemania, y entre Rusia y Alemania. Aquí no hubo ni hay anexiones. Se trata de que aumenta el peligro de las guerras y sublevaciones nacionales. ¿Pero cómo es posible, por una parte, declarar imposibles las guerras nacionales “en la era del imperialismo”, y por otra parte esgrimir “el peligro” de guerras nacionales? No es lógico.

El segundo argumento:

Las anexiones “crean un abismo entre el proletariado de la nación dominante y el de la nación oprimida” … “el proletariado de la nación oprimida se uniría a su burguesía y vería un enemigo en el proletariado de la nación dominante. En lugar de la lucha de clase internacional del proletariado contra la burguesía internacional, se produciría la escisión del proletariado, su corrupción ideológica” .. .

Compartimos plenamente estos argumentos. ¿Pero es lógico presentar en un mismo problema, en forma simultánea, argumentos que se excluyen uno al otro? En el § 3 de la primera parte de las tesis leemos los argumentos citados, que ven en las anexiones la escisión del proletariado, y a renglón seguido, en el § 4, nos dicen que en Europa es necesario oponerse a la anulación de las anexiones ya realizadas, que hay que estar por “la educación Je las masas obreras de las naciones oprimidas y opresoras para una lucha solidaria”. Si la anulación de las anexiones es un “sentimentalismo” reaccionario, entonces no es posible argüir que las anexiones cavan un “abismo” en “el proletariado” y producen su “escisión”; sino que, por el contrario, es necesario ver en las anexiones una condición de acercamiento del proletariado de naciones diferentes.

Nosotros afirmamos: para que estemos en condiciones de realizar la revolución socialista y derrocar a la burguesía, los obreros deben unirse estrechamente, y a esta estrecha unión contribuye la lucha por el derecho de las naciones a la autodeterminación, es decir, contra las anexiones. Nosotros seguimos siendo consecuentes. En cambio, los camaradas polacos, que califican de “intangibles” las anexiones europeas y de “imposibles” las guerras nacionales, ¡se refutan a sí mismos cuando objetan las anexiones empleando justamente argumentos acerca de las guerras nacionales! ¡Justamente argumentos sobre la dificultad que provocan las anexiones para el acercamiento y fusión de los obreros de diferentes naciones!

En otras palabras: para objetar las anexiones, los socialdemócratas polacos tienen que tomar sus argumentos de un bagaje teórico que ellos mismos rechazan en principio.

Esto es aun más evidente en el problema de las colonias.

 

6.¿SE PUEDE CONTRAPONER LAS COLONIAS A «EUROPA» EN ESTA CUESTION?

En nuestras tesis se dice que la reivindicación de liberación inmediata de las colonias es tan «irrealizable» en el capitalismo (es decir, irrealizable sin una serie de revoluciones e inconsistente sin el socialismo) como la autodeterminación de las naciones, la elección de los funcionarios por el pueblo, la república democrática, etc., y, por otro lado, que la reivindicación de liberación de las colonias no es otra cosa que el «reconocimiento de la autodeterminación de las naciones».

Los camaradas polacos no han contestado a ninguno de  estos argumentos. Han intentado establecer una diferencia entre «Europa» y las colonias. Sólo que para Europa son anexionistas inconsecuentes negándose a abolir las anexi0nes por cuanto han sido ya efectuadas. Para las colonias proclaman una reivindicación absoluta: «¡Fuera de las colonias!»

Los socialistas rusos deben exigir: «¡Fuera de Turquestán, de Jivá, de Bujará, etc.!»; pero caerán,- según ellos, en la «utopía», el «sentimentalismo» «acientífico», etc., si reivindican esa misma libertad de separación para Polonia, Finlandia, Ucrania: y demás. Los socialistas ingleses deben exigir: » ¡Fuera de África, de la India, de Australia!», pero no fuera de Irlanda. ¿Qué fundamentos teóricos pueden explicar esta diferenciación que salta a la vista por su incongruencia? Es imposible eludir esta cuestión.

La «base» principal de los enemigos de la autodeterminación consiste en que ésta es «irrealizable». Esa misma idea, con un ligero matiz, está expresada en la alusión a la «con­centración económica y política».

Está claro que la concentración se efectúa también por medio de la anexión de colonias. La diferencia económica entre las colonias y los pueblos europeos -la mayoría de estos últimos, por lo menos- consistía antes en que las colonias eran arrastradas al intercambio de mercancías, pero no aún a la producción capitalista. El imperialismo ha cambiado esa situación. El imperialismo es, entre otras cosas, la exportación de capital. La producción capitalista se trasplanta con creciente rapidez a las colonias. Es imposible arrancar a éstas de la dependencia del capital financiero europeo. Desde el punto de vista militar, lo mismo que desde el punto de vista de la expansión, la separación de las colonias es realizable, como regla general, sólo con el socialismo; con el capitalismo, esa separación es realizable a título de excepción o mediante una serie de revoluciones e insurrecciones tanto en las colonias como en las metrópolis.

En Europa, la mayor parte de las naciones dependientes (aunque no todas: los albaneses y muchos alógenos de Rusia) están más desarrolladas, desde el punto de vista capitalista, que en las colonias. ¡Mas precisamente eso suscita mayor resistencia a la opresión nacional y a las anexiones! Precisamente como consecuencia de ello está más asegurado el desarrollo del capitalismo en Europa -cualesquiera que sean las condiciones políticas, comprendida la separación- que en las colonias … «Allí -dicen los camaradas polacos, refiriéndose a las colonias (1, 4)-, el capitalismo deberá afrontar aún la tarea del desarrollo independiente de las fuerzas productivas … » En Europa esto es más visible todavía: en Polonia, Finlandia, Ucrania y Alsacia el capitalismo desarrolla, indudablemente, las fuerzas productivas con mayor energía, rapidez e independencia que en la India, Turquestán, Egipto y otras colonias del tipo más puro. En una sociedad basada en la producción mercantil, el desarrollo independiente -y, en general, cualquier desarrollo– es imposible sin el capital. En Europa, las naciones dependientes tienen capital propio y una fácil posibilidad de conseguirlo en las condiciones más diversas. Las colonias no disponen, o casi no disponen, de capital propio, y en la situación creada por la existencia del capital financiero, sólo pueden conseguirlo a condición de someterse políticamente. ¿Qué significa, en virtud de todo eso, la reivindicación de liberar inmediata y absolutamente a las colonias? ¿No está claro que es mucho más «utópica», en el sentido vulgar, de caricatura del «marxismo», en que usan la palabra «utopía los señores Struve, Lensch y Cunow y tras ellos, por desgracia, los camaradas polacos? En este caso se entiende por «utopía», hablando en propiedad, el apartamiento de lo mezquinamente habitual, y también todo lo revolucionario. Pero en la situación de Europa, los movimientos revolucionarios de todos los tipos -comprendidos los nacionales- son más posibles, más realizables, más tenaces, más conscientes y más difíciles de aplastar que en las colonias.

El socialismo -dicen los camaradas polacos (1, 3)- «sabrá prestar a los pueblos no desarrollarlos de las colonias una ayuda cultural desinteresada, sin dominar sobre ellos». Completamente justo. Pero ¿qué fundamentos hay para pensar que una nación grande, un Estado grande, al pasar al socialismo, no sabrá atraer a una pequeña nación oprimida de Europa por medio de la «ayuda cultural desinteresada»? Precisamente la libertad de separación, que los socialdemócratas polacos «conceden» a las colonias, atraerá a la alianza con los Estados socialistas grandes a las pequeñas naciones europeas oprimidas, pero cultas y exigentes en el terreno político, pues un Estado grande significará en el socialismo: tantas horas menos de trabajo al día y tanto y tanto más de ingreso al día. Las masas trabajadoras, liberadas del yugo de la burguesía, tenderán con todas sus fuerzas a la alianza y la fusión con las naciones socialistas grandes y avanzadas, en aras de esa «ayuda cultural», siempre que los opresores de ayer no ultrajen el sentimiento democrático, altamente desarrollado, de la dignidad de la nación tanto tiempo oprimida; siempre que se conceda a ésta igualdad en todo, incluida la igualdad en la edificación del Estado, en la experiencia de edificar «su» Estado. En el capitalismo, esa «experiencia» implica guerras, aislamiento, particularismo y egoísmo estrecho de las pequeñas naciones privilegiadas (Holanda, Suiza). En el socialismo, las propias masas trabajadoras no aceptarán en ningún sitio el particularismo por los motivos puramente económicos expuestos más arriba; y la diversidad de formas políticas, la libertad de separarse del Estado, la experiencia de edificación del Estado constituirán -en tanto no se extinga todo Estado en general- la base de una pletórica vida cultural, la garantía del proceso más acelerado de acercamiento y fusión voluntarios de las naciones.

Al segregar las colonias y contraponerlas a Europa, los camaradas polacos caen en una contradicción de tal naturaleza, que hace trizas en el acto toda su errónea argumentación.

 

7. ¿Marxismo o proudhonismo?

Nuestra alusión a la actitud adoptada por Marx con respecto a la separación de Irlanda es contrarrestada por los camaradas polacos, a título de excepción, no de modo indirecto, sino directo. ¿En qué consiste su objeción? Según ellos, las alusiones a la posición de Marx en 1848-18 71 no tienen «el más mínimo valor». Esta afirmación, irritada y categórica en extremo, se razona diciendo que Marx se manifiesta «al mismo tiempo» contra los anhelos de independencia «de los checos, de los eslavos del Sur, etc.»

Esta argumentación es irritada en extremo precisamente porque carece de toda base. Según los marxistas polacos resulta que Marx era un simple confusionista, que ¡afirmaba «al mismo tiempo» cosas opuestas! Esto, además de ser completamente falso, no tiene nada que ver con el marxismo. Precisamente la exigencia de un análisis «concreto», que formulan los camaradas polacos para no aplicarla, nos obliga a examinar si la diferente actitud de Marx ante los distintos movimientos «nacionales» concretos no partía de una sola concepción socialista.

Como es sabido, Marx era partidario de la independencia de Polonia desde el punto de vista de los intereses de la democracia europea en su lucha contra la fuerza e influencia -bien podría decirse: contra la omnipotencia y la predominante influencia reaccionaria- del zarismo. El acierto de este punto de vista encontró su confirmación más palmaria y real en 1849, cuando cl ejército feudal ruso aplastó la insurrección nacional-liberadora y democrático-revolucionaria en Hungría. Y desde entonces hasta la muerte de Marx, e incluso más tarde, hasta 1890, cuando se cernía la amenaza de una guerra reaccionaria del zarismo, en alianza con Francia, contra la Alemania no imperialista, sino nacionalmente independiente, Engels se mostraba partidario, ante todo y sobre todo, de la lucha contra el zarismo. Por eso, y solamente por eso, Marx y Engels se manifestaron contra el movimiento nacional de los checos y de los eslavos del Sur. La simple consulta de cuanto escribieron Marx y Engels en 1848-1849 demostrará a todos los que se interesen por el marxismo, no para renegar de él, que Marx y Engels contraponían a la sazón, de modo directo y concreto, «pueblos enteros reaccionarios» que servían de «puestos de avanzada de Rusia» en Europa a los «pueblos rev0lucionarios»: alemanes, polacos y magiares. Esto es un hecho. Y este hecho fue señalado entonces con indiscutible acierto: en 1848, los pueblos revolucionarios coro batían por la libertad, cuyo principal enemigo era e1· zarismo, mientras que los checos Y otros eran realmente pueblos reaccionarios, puestos de avanzada del zarismo.

¿Qué nos enseña este ejemplo concreto, que debe ser analizado concretamente si se quiere permanecer fiel al marxismo? Únicamente que: 1) los intereses de la liberación de pueblos pueblos grandes y muy grandes de Europa están por encima de los intereses del movimiento liberador de las pequeñas naciones. 2) que la reivindicación de democracia debe ser considerada en escala europea (ahora habría que decir: en escala mundial) y no aisladamente.

Y nada más. Ni sombra de refutación del principio socialista elemental que olvidan los polacos y al que Marx guardó fidelidad: no puede ser libre el pueblo que oprime a otros pueblos. Si la situación concreta ante la que se hallaba Marx en la época de la influencia predominante del zarismo en la política internacional volviera a repetirse bajo otra forma, por ejemplo, si varios pueblos iniciasen la revolución socialista (como en 1848 iniciaron en Europa la revolución democrática burguesa), y otros pueblos resultasen ser los pilares principales de la reacción burguesa, nosotros también deberíamos ser partidarios de la guerra revolucionaria contra ellos, abogar por «aplastarlos», por destruir todos sus puestos de avanzada, cualesquiera que fuesen los movimientos de pequeñas naciones que allí surgiesen. Por tanto, no debemos rechazar, ni mucho menos, los ejemplos de la táctica de Marx -lo que significaría reconocer de palabra el marxismo y romper con él de hecho-, sino, a base de su análisis concreto, extraer enseñanzas inapreciables para el futuro. Las distintas reivindicaciones de la democracia, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo absoluto sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy: socialista general) mundial. Puede suceder que, en un caso dado, una partícula se halle  en contradicción con el todo; entonces hay que desecharla. Es posible que en un país el movimiento republicano no sea más que un instrumento de las intrigas clericales o financiero-monárquicas de otros países; entonces, nosotros no debemos apoyar ese movimiento concreto. Pero sería ridículo excluir por ese motivo del programa de la socialdemocracia internacional la consigna de la república.

¿Cómo cambió la situación concreta desde 1848-1871 hasta 1898-1916 (considerando los jalones más importantes del imperialismo como un período: desde la guerra imperialista hispano-norteamericana hasta la guerra imperialista europea)? El zarismo dejó de ser; manifiesta e indiscutiblemente, el baluarte principal de la reacción; primero, a consecuencia del apoyo que le prestó el capital financiero internacional, sobre todo el de Francia; segundo, como resultado del año 1905. En aquel entonces, el sistema de los grandes Estados nacionales -de las democracias de Europa- llevaba al mundo la democracia y el socialismo, a pesar del zarismo. Marx y Engels no llegaron a vivir hasta la época del imperialismo. En nuestros días se ha formado un sistema de un puñado de «grandes» potencias imperialistas (5 ó 6), cada upa de las cuales oprime a otras naciones. Esta opresión es una de las fuentes del retraso artificial del hundimiento del capitalismo y del apoyo artificial al oportunismo y al socialchovinismo de las naciones imperialistas que dominan el mundo. Entonces, la democracia de Europa Occidental, que liberaba a las naciones más importantes, era enemiga del zarismo, el cual aprovechaba con fines reaccionarios algunos movimientos de pequeñas naciones. Ahora, la alianza del imperialismo zarista con el de los países capitalistas europeos más adelantados, basada en la opresión por todos ellos de una serie de naciones, se enfrenta con el proletariado socialista dividido en dos campos: el chovinista, «socialimperialista», y el revolucionario

iHe ahí el cambio concreto de la situación, del que hacen caso omiso los socialdemócratas polacos, a pesar de su promesa de ser concretos! De él se desprende también un cambio concreto en la aplicación de esos mismos principios socialistas: entonces, ante todo, «contra el zarismo» (así como contra algunos movimientos de pequeñas naciones utilizados por él con una orientación antidemocrática) y a favor de los pueblos revolucionarios de Occidente agrupados en grandes naciones. Ahora, contra el frente único formado por las potencias imperialistas, la burguesía imperialista y los socialimperialistas, y a favor del aprovechamiento, para los fines de la revolución socialista, de todos los movimientos nacionales dirigidos contra el imperialismo. Cuanto más pura sea hoy la lucha del proletariado contra el frente común imperialista tanto más vital será, evidentemente, el principio internacionalista de que «no puede ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos».

Los proudhonistas, en nombre de la revolución social interpretada de modo doctrinario, hacían caso omiso del papel internacional de Polonia y no querían saber nada de los movimientos nacionales. Del mismo modo doctrinario proceden los socialdemócratas polacos, que rompen el frente internacional de lucha contra los socialimperialistas y ayudan (objetivamente) a éstos con sus vacilaciones en el problema de las anexiones. Porque es precisamente el frente internacional de lucha proletaria el que ha cambiado en lo que se refiere a la posición concreta de las pequeñas naciones: entonces ( 1848-1871), las pequeñas naciones significa han posibles aliados ya de la «democracia occidental”, y de los pueblos revolucionarios, ya del zarismo ; ahora ( 1898-1914) , las pequeñas naciones han perdido ese significado y son una de las fuentes que alimentan el parasitismo y, como consecuencia, el socialimperialismo de las «grandes potencias». Lo importante no es que antes de la revolución socialista se libere de las pequeñas naciones; lo importante es que el proletariado, en la época imperialista y por causas objetivas, se ha dividido en dos campos internacionales, uno de los cuales está corrompido por las migajas que le caen de la mesa de la burguesía imperialista -a costa, por cierto, de la explotación doble o triple de las :pequeñas naciones-, mientras que el otro no puede conseguir su propia libertad sin liberar a las pequeñas naciones, sin educar a las masas en el espíritu antichovinista, es decir, antianexionista, es decir, en el espíritu “de la autodeterminación»

A este aspecto de la cuestión, d principal, le dan de lado los camaradas polacos, quienes no consideran las cosas desde la posición central en la época del imperialismo, desde el punto de vista de la existencia de dos campos en el proletariado internacional.

He aquí otros ejemplos palpables de su proudhonismo: 1) la actitud frente a la insurrección irlandesa de 1916, de la que hablaremos más adelante, 2) la declaración en las tesis (II, 3, al final del § 3) de que «nada puede velar» la consigna de revolución socialista. Es profundamente antimarxista la idea de que se pueda «velar» la consigna de revolución socialista, relacionándola con una posición revolucionaria consecuente en cualquier problema, incluido el nacional.

Los socialdemócratas polacos opinan que nuestro programa es «nacionalreformista» . Comparad dos proposiciones prácticas: l) por la autonomía ( tesis polacas, III, 4) y 2) por la libertad de separación. ¡Es esto, ·y sólo esto, lo que diferencia nuestros programas! ¿y acaso no está claro que es reformista precisamente el primer programa· y no el segundo? Un cambio reformista es el que no socava las bases del poder de la clase dominante y que representa únicamente una concesión de ésta, pero conservando su dominio. Un cambio revolucionario es el que socava las bases del poder. Los reformista en el programa nacional no deroga todos los privilegios de la nación dominante, no establece la completa igualdad de derechos, no elimina toda opresión nacional. Una nación «autónoma» no tiene los mismos derechos que la nación «dominante»; los camaradas polacos no podrían dejar de notarlo, si no se empeñasen obstinadamente en pasar por alto (al igual que nuestros antiguos «economistas») el análisis de los conceptos y categorías políticos. La Noruega autónoma, como parte de Suecia, gozaba hasta 1905 de la más amplia autonomía, pero no tenía derechos iguales a Suecia. Sólo su libre separación reveló de hecho y demostró su igualdad de derechos (añadamos, entre paréntesis, que fue precisamente esta libre separación la que creó las bases para un acercamiento más estrecho y más democrático, asentado en la igualdad de derechos). Mientras Noruega era únicamente autónoma, la aristocracia sueca tenía un privilegio más, que con la separación no fue «debilitado» (la esencia del reformismo consiste en atenuar el mal, pero no en suprimirlo), sino eliminado por completo (lo que constituye el exponente principal del carácter revolucionario de un programa)

A propósito: la autonomía, como reforma, es distinta por principio de la libertad de separación, como medida revolucionaria. Esto es indudable. Pero, en la práctica, la reforma -como sabe todo el mundo- no es en muchos casos más que un paso hacia la revolución. Precisamente la autonomía permite a una nación mantenida por la fuerza dentro de los límites de un Estado constituirse de modo definitivo como nación, reunir, conocer y organizar sus fuerzas, elegir el momento más adecuado para declarar … al modo «noruego»: nosotros, la Dieta autónoma de tal o cual nación o comarca, declaramos que el emperador de toda Rusia ha dejado de ser rey de Polonia, etc. A esto «se objeta» habitualmente: semejantes problemas se resuelven por medio de guerras y no con declaraciones. Es justo: en la inmensa mayoría de los casos se resuelven por medio de guerras (lo mismo que los problemas de la forma de gobierno de los grandes Estados se resuelven también, en la gran mayoría de los casos, únicamente por medio de guerras y revoluciones). Sin embargo, no estará de más meditar en si es lógica semejante «objeción» contra el programa político de un partido revolucionario. ¿Somos acaso contrarios a las guerras y revoluciones en pro de una causa justa y útil para el proletariado, en pro de la democracia y del socialismo?

¡»Pero no podemos ser partidarios de la guerra entre los grandes pueblos, de la matanza de 20 millones de hombres, en aras de la liberación problematica de una nación pequeña, integrada, quizá, por no más de 10 ó 20 millones de habitantes»! ¡Claro está que no podemos! Mas no porque hayamos eliminado de nuestro programa la igualdad nacional completa, sino porque los intereses de la democracia de un país deben ser supeditados a los intereses de la democracia de varios y de todos los países. Imaginémonos que entre dos grandes monarquías se encuentra una monarquía pequeña, cuyo reyezuelo está «ligado», por lazos de parentesco y de otro .género, a los monarcas de ambos países vecinos. Imaginémonos, además, que la proclamación de la república en el país pequeño y el destierro de su monarca significase, de hecho, una guerra entre los dos grandes países vecinos por la restauración de tal o cual monarca del pequeño país. No cabe duda de que, en este caso concreto, toda la socialdemocracia internacional, lo mismo que la parte verdaderamente internacionalista de la socialdemocracia del pequeño país, estarla en contra de la sustitución de la monarquía por la república. La sustitución de la monarquía por la república no es un objetivo absoluto, sino una de las reivindicaciones democráticas subordinadas a los intereses de la democracia (y más aún, naturalmente, a los intereses del proletariado socialista) considerada en conjunto. Es seguro que un caso así no suscitaría ni sombra de divergencias entre los socialdemócratas de los distintos países. Pero si cualquier socialdemócrata propusiese con este motivo eliminar en general del programa de la socialdemocracia internacional la consigna de república, seguramente lo tomarían por loco. Le dirían: a pesar de todo, no se debe olvidar la diferencia lógica elemental que existe entre lo particular y lo general.

Este ejemplo nos hace ver un aspecto algo diferente del problema de la educación internacionalista de la clase obrera. ¿Puede esta educación -sobre cuya necesidad e importancia imperiosa son inconcebibles divergencias entre la Izquierda de Zimmerwald – ser concretamente igual en las grandes naciones opresoras y en las pequeñas naciones oprimidas? ¿En las naciones anexionadoras y en las naciones anexadas?

Evidentemente, no. El camino hacia el objetivo único -la completa igualdad de derechos, el más estrecho acercamiento y la ulterior fusión de todas las naciones- sigue aqui, evidentemente, distintas rutas concretas, lo mismo que, por ejemplo, el camino conducente a un punto situado en el centro de esta página parte hacia la izquierda de una de sus márgenes y hacia la derecha de la margen opuesta. Si el socialdemócrata de una gran nación opresora, anexionadora, profesando, en general, la fusión de las naciones, se olvida, aunque sea sól por un instante, de que «su» Nicolás II, «su» Guillermo, Jorge, Poincaré, etc., abogan también por la fusión con las naciones pequeñas (por medio de anexiones) -Nicolás II aboga por la «fusión» con Galitzia, Guillermo II por la «fusión» con Bélgica, etc.-, ese socialdemócrata resultará ser, en teoría, un doctrinario ridículo y, en la práctica, un cómplice del imperialismo.

El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores tiene que estar necesariamente en la prédica y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De otra manera, no hay internacionalismo. Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo socialdemócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda. Esta es una exigencia incondicional, aunque, prácticamente, la separación no sea posible ni «realizable» antes del socialismo más que en el uno por mil de los casos..

Tenemos el deber de educar a los obreros en la «indiferencia» ante las diferencias nacionales. Esto es indiscutible. Mas no se trata de la indiferencia de los anexionistas. El miembro de una nación opresora debe permanecer «indiferente» ante el problema de si las naciones pequeñas pertenecen a su Estado o al Estado vecino, o a sí mismas, según sean sus simpatías: sin tal «indiferencia» no será socialdemócrata. Para ser socialdemócrata internacionalista hay que pensar no sólo en la propia nación, sino colocar por encima de ella los intereses de todas las naciones, la libertad y la igualdad de derechos de todas. «Teóricamente», todos están de acuerdo con estos principios; pero, en la práctica, revelan precisamente una indiferencia anexionista. Ahí está la raíz del mal.

Y, a la inversa, el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: «unión voluntaria» de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nación como a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la estrechez de criterio, el aislamiento,· el particularismo de pequeña nación, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general.

A gentes que no han penetrado en el problema, les parece «contradictorio» que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la «libertad de separación» y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la «libertad de unión». Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin

Y llegamos así a la situación peculiar de la socialdemocracia holandesa y polaca.

 

8. LO PECULIAR Y LO GENERAL EN LA POSICION DE LOS SOCIALDEMOCRATAS INTERNACIONALISTAS HOLANDESES Y POLACOS

No cabe la menor duda de que los marxistas holandeses y polacos adversarios de la autodeterminación figuran entre los mejores elementos internacionalistas y revolucionarios de la socialdemocracia internacional. ¿Cómo puede, entonces, darse el caso de que sus razonamientos teóricos constituyan, como hemos visto, una tupida red de errores; de que no contengan juicio general acertado alguno, nada, excepto «economismo imperialista»?

El hecho no se debe en modo alguno a las malas cualidades subjetivas de los camaradas holandeses y polacos, sino a las condiciones objetivas peculiares de sus países. Ambos países 1) son pequeños y desamparados en el «sistema» contemporáneo de grandes potencias; 2) ambos se hallan enclavados geográficamente entre los buitres imperialistas de fuerza gigantesca que compiten con mayor encarnizamiento (Inglaterra y Alemania; Alemania y Rusia); 3) en ambos están terriblemente arraigados los recuerdos y las tradiciones de los tiempos en que ellos mismos eran «grandes potencias»: Holanda, como gran potencia colonial, era más fuerte que Inglaterra; Polonia era una gran potencia más culta y más-· fuerte que Rusia y Prusia; 4) ambos han conservado hasta hoy día privilegios, que consisten en la opresión de pueblos ajenos: el burgués holandés es dueño de las riquísimas Indias Holandesas; el terrateniente polaco oprime a los «siervos» ucranio y bielorruso; el burgués polaco, a los judíos, etc.

Semejante peculiaridad, que consiste en la combinación de esas cuatro condiciones especiales, no podrán encontrarla en Irlanda, Portugal (en sus tiempos estuvo anexada por España), Alsacia, Noruega, Finlandia, Ucrania, en los territorios letón y bielorruso ni en otros muchos. ¡Y en esa peculiaridad está toda la esencia de la cuestión ! Cuando los socialdemócratas holandeses y polacos se pronuncian contra la autodeterminación recurriendo a argumentos generales, es decir, que atañen al imperialismo en general, al socialismo en general, a la democracia en general y a la opresión nacional en general, se puede decir en verdad que cometen errores a montones. Pero basta dejar a un lado esta envoltura, a todas luces equivocada, de los argumentos generales y examinar la esencia de la cuestión desde el punto de vista de la originalidad de las condiciones peculiares de Holanda y de Polonia para que se haga comprensible y completamente lógica su original posición. Puede decirse, sin temor a caer en una paradoja, que cuando los marxistas holandeses y polacos se sublevan con rabia contra la autodeterminación no dicen exactamente lo que quieren decir; o con otras palabras: quieren decir algo diferente de lo que dicen*.

En nuestras tesis hemos citado ya un ejemplo. iGorter está en contra de la autodeterminación de su país, pero está en pro de la autodeterminación de las Indias Holandesas, 0primidas por «su» nación! ¿Puede sorprender que veamos en él a un internacionalista más sincero y un correligionario más afín a nosotros que en quienes reconocen as[ la autodeterminación (tan de palabra, tan hipó0ritamente) como Kautsky entre los alemanes y Trotski y Mártov entre nosotros? De los principios generales y cardinales del marxismo se deduce, indudablemente, el deber de luchar por la libertad de separación de las naciones oprimidas por «mi propia» nación; pero no se deduce, ni mucho menos, la necesidad de colocar por encima de todo la independencia precisamente de Holanda, cuyos padecimientos se deben más que nada a su aislamiento estrecho, fosilizado, egoísta y embrutecedor; aunque se hunda el mundo, nos tiene sin cuidado; «nosotros» estamos satisfechos de nuestra vieja presa y del riquísimo «huesito» que nos queda, las Indias; ¡lo demás no «nos» importa!

Otro ejemplo. Karl Rádek, un socialdemócrata polaco que ha contraído méritos singularmente grandes con su lucha enérgica en defensa del internacionalismo en la socialdemocracia alemana después de empezada la guerra, se levanta furioso contra la autodeterminación en un artículo titulado “El derecho de las naciones a la autodetmninacion” que se publicó en Lichtstraltlen, revista mensual radical de izquierda dirigida por J. Borchardt y prohibida por la censura prusiana (1915, 5 de diciembre, III año, número 3). Por cierto que Rádek cita en provecho propio únicamente a prestigiosos autores polacos y holandeses y expone, entre otros, el siguiente argumento: la autodeterminación alimenta la idea de que la «socialdemocracia tiene el deber de apoyar cualquier lucha por la independencia».

Desde el punto de vista de la teoría general, este argumento resulta indignante a todas luces, pues es claramente ilógico. Primero, no hay ni puede haber una sola reivindicación particular de la democracia que no engendre abusos si no se supedita lo particular a lo general; nosotros no estamos obligados a apoyar ni «cualquier» lucha por la independencia ni «cualquier» movimiento republicano o anticlerical. Segundo, no hay ni puede haber ni una sola fórmula de lucha contra la opresión nacional que no adolezca de ese mismo «defecto». El mismo Rádek utilizó en Berner Tagwacltt la fórmula (1915, número 253) «contra las anexiones viejas y nuevas». Cualquier nacionalista polaco «deduce» legítimamente de esa fórmula: «Polonia es una anexión, yo estoy en contra de la anexión, es decir, estoy en pro de la independencia de Polonia». También Rosa Luxemburgo, en un artículo de 1908, si no me equivoco, expresaba la opinión de que bastaba la fórmula «contra la opresión nacional». Pero cualquier nacionalista polaco dirá -y con pleno derecho- que la anexión es una de las formas de la opresión nacional y, por consiguiente, etc.

Tomen ustedes, sin embargo, en lugar de esos argumentos generales, las condiciones peculiares de Polonia: su independencia es ahora «irrealizable» sin guerras o revoluciones. Estar a favor de una guerra europea con el fin exclusivo de restablecer Polonia significa ser un nacionalista de la peor especie, colocar los intereses de un pequeño número de polacos por encima de los intereses de centenares de millones de hombres que sufren las consecuencias de la guerra. Y tales son, por ejemplo, los «fraquistas» (PSP de derecha), que son socialistas sólo de palabra y frente a los cuales tienen mil veces razón los socialdemócratas polacos. Lanzar la consigna de independencia de Polonia ahora, con la actual correlación de las potencias imperialistas vecinas, significa, en efecto, correr tras una utopía, caer en un nacionalismo estrecho, olvidar la premisa de la revolución europea o, por lo menos, rusa y alemana. De la misma manera, lanzar como consigna aparte la de libertad de coalición en la Rusia de 1908-1914 hubiera significado correr tras una utopía y ayudar objetivamente al partido obrero stolipiniano (hoy partido de Potrésov y Gvózdev, lo que, dicho sea de paso, es lo mismo). ¡Pero sería una locura eliminar en general del programa socialdemócrata la reivindicación de libertad de coalición!

Tercer ejemplo y, sin duda, el más importante. En las tesis polacas (III, § 2, al final) se dice, condenando la idea de un Estado-tapón polaco independiente, que eso es «una vana utopía de grupos pequeños e impotentes. De llevarse a la práctica, esta idea significaría la creación de un pequeño Estado-fragmento polaco, que sería una colonia militar de uno u otro grupo de grandes potencias, un juguete de sus intereses militares y económicos, una zona de explotación por el capital extranjero, un campo de batalla en las futuras guerras». Todo eso es muy exacto contra la consigna de independencia de Polonia ahora, pues incluso la revolución solamente en Polonia no cambiaría nada en este terreno y distraería la atención de las masas polacas de lo principal: de los vínculos de su lucha con la lucha del proletariado ruso y alemán. No es una paradoja, sino un hecho que el proletariado polaco, como tal, puede coadyuvar ahora a la causa del socialismo y de la libertad, incluida también la polaca, sólo mediante la lucha conjunta con el proletariado de los países vecinos, contra los estrechos nacionalistas polacos. Es imposible negar el gran mérito histórico de los socialdemócratas polacos en la lucha contra estos últimos.

Mas esos mismos argumentos, acertados desde el punto de vista de las condiciones peculiares de Polonia en la época actual, son claramente desacertados en la forma general que se les ha dado. Mientras existan las guerras, Polonia será siempre un campo de batalla en las guerras entre Alemania y Rusia; eso no es un argumento contra la mayor libertad política (y, por consiguiente, contra la independencia política) durante los períodos entre las guerras. Lo mismo puede decirse de las consideraciones acerca de la explotación por el capital extranjero y del papel de juguete de intereses ajenos. Los socialdemócratas polacos no están hoy en condiciones de lanzar la consigna de independencia de Polonia, pues como proletarios internacionalistas no pueden hacer nada para ello sin caer, a semejanza de los «fraquistas», en el más rastrero servilismo ante una de las monarquías imperialistas. Pero a los obreros rusos y alemanes no les es indiferente si habrán de participar en la anexión de Polonia (eso significaría educar a los obreros y campesinos alemanes y rusos en el espíritu de la más ruin villanía, de la resignación con el papel de verdugo de otros pueblos) o si Polonia será independiente.

La situación es, sin duda alguna, muy embrollada, pero hay una salida que permitiría a todos seguir siendo internacionalistas: a los socialdemócratas rusos y alemanes, exigiendo la absoluta «libertad de separación» de Polonia; a los socialdemócratas polacos, luchando por la unidad de la lucha proletaria en un país pequeño y en los países grandes sin propugnar en la época dada o en el período dado la consigna de independencia de Polonia.

 

9. UNA CARTA DE ENGELS A KAUTSKY

En su folleto El socialismo y la política colonial (Berlín, 1907), Kautsky, que a la sazón era todavía marxista, publicó La carta que le había dirigido Engels el 12 de septiembre de 1882 y que reviste inmenso interés para el problema que nos ocupa. He aquí la parte esencial de dicha carta:

» … A mi modo de ver, las colonias propiamente dichas, es decir, las tierras ocupadas por población europea, como el Canadá, el Cabo y Australia, se harán todas independientes; por el contrario, de las tierras que están sometidas y cuya población es indígena, como la India, Argelia, las posesiones holandesas, portuguesas y españolas, tendrá que hacerse cargo temporalmente el proletariado y procurarles la independencia con la mayor rapidez posible. Es difícil decir ahora cómo se desarrollará este proceso. La India quizá haga la revolución -cosa muy probable- y, puesto que el proletariado, al liberarse, no puede hacer guerras coloniales, habrá que conformarse con ello, aunque, naturalmente, serán inevitables distintas destrucciones. Pero estas cosas son inseparables de todas las revoluciones. Lo mismo puede ocurrir también en otros sitios, por ejemplo, en Argelia y en Egipto, lo que sería para nosotros, sin duda, lo mejor. Tendremos bastante que hacer en nuestra propia casa. Una vez reorganizadas Europa y América del Norte, esto dará tan colosal impulso y tal ejemplo, que los países semicivilizados nos seguirán ellos mismos, pues así lo impondrán, aunque sólo sea, sus necesidades económicas. Por lo que se refiere a las fases sociales y políticas que habrán de atravesar estos países hasta llegar también a la organización socialista, creo que sólo podríamos hacer hipótesis bastante ociosas. Una cosa es indudable: el proletariado triunfante no puede imponer a ningún otro pueblo felicidad alguna  sin socavar con este acto su propia victoria. Como es natural, esto no excluye en modo alguno las guerras defensivas de distinto género …»

Engels no cree, ni mucho menos, que sólo lo «económico» salvará de por sí y directamente todas las dificultades. La revolución económica-impulsará a todos los pueblos a tender hacia el socialismo; sin embargo, son posibles también revoluciones -contra el Estado socialista- y guerras. La adaptación de la política a la economía se producirá inevitablemente, pero no de golpe ni sin obstáculos, no de un modo sencillo y directo. Engels plantea como «indudable» un solo principio, indiscutiblemente internacionalista, que aplica a todos- los «otros pueblos», es decir, no sólo a los coloniales: imponerles la felicidad significaría socavar la victoria del proletariado.

El proletariado no se convertirá en santo ni quedará a salvo de errores y debilidades por el mero hecho de haber llevado a cabo la revolución social. Pero los posibles errores (y también los intereses egoístas de intentar montar en lomo ajeno) le llevarán inexcusablemente a comprender esta verdad.

Todos nosotros, los de la Izquierda de Zimmerwald, tenemos la misma convicción que tenía, por ejemplo, Kautsky antes de su viraje en 1914 del marxismo a la defensa del chovinismo, a saber: la revolución socialista es completamente posible en el futuro más próximo, «de hoy a mañana», como se expresó el propio Kautsky en cierta ocasión. Las antipatías nacionales no desaparecerán tan pronto; el odio -completamente legítimo- de la nación oprimida a la nación opresora continuará existiendo durante cierto tiempo; sólo se disipará después de la victoria del socialismo· y después de la implantación definitiva de relaciones plenamente democráticas entre las naciones. Si queremos ser fieles al socialismo debemos ya ahora dedicamos a la educación internacionalista de las masas, imposible de realizar entre las naciones opresoras sin propugnar la libertad de separación de las naciones oprimidas.

 

10. LA INSURRECCION IRLANDESA DE 1916

Nuestras tesis fueron escritas antes de esta insurrección que debe servirnos para contrastar los puntos de vista teóricos.

Los puntos de vista de los enemigos de la autodeterminación llevan a la conclusión de que se ha agotado la vitalidad de las naciones pequeñas oprimidas por el imperialismo, de que no pueden desempeñar papel alguno contra el imperialismo, de que el apoyo a sus aspiraciones puramente nacionales no conducirá a nada, etc. La experiencia de la guerra imperialista de 1914-1916 refuta de hecho semejantes conclusiones.

La guerra ha sido una época de crisis para las naciones de Europa Occidental, para todo el imperialismo. Toda crisis aparta lo convencional, arranca las envolturas exteriores, barre lo caduco, pone al desnudo los resortes y fuerzas más profundos. ¿Qué ha puesto al desnudo esta crisis desde el punto de vista del movimiento de las naciones oprimidas? En las colonias, diversos intentos de insurrección, que las naciones opresoras, como es natural, han tratado de ocultar por todos los medios valiéndose de la censura militar. Se sabe, no obstante, que los ingleses han aplastado ferozmente en Singapur una sublevación de sus tropas indias; que ha habido conatos de insurrección en el Anam francés (véase Nasfte Slovo 35 ) y en el Camerún alemán (véase el folleto de Junius *); que en Europa, de una parte, se ha insurreccionado Irlanda, a la que los ingleses «amantes de la libertad» han apaciguado por medio de ejecuciones, sin atreverse a extender a los irlandeses el servicio militar obligatorio; de otra parte, el Gobierno austríaco ha condenado a muerte «por traición» a los diputados a la Dieta checa y ha fusilado por el mismo «delito» a regimientos enteros checos.

Se sobreentiende que esta enumeración está lejos, muy lejos, de ser completa. Sin embargo, demuestra que las llamas de las insurrecciones nacionales con motivo de la crisis del imperialismo se han encendido tanto en las colonias como en Europa, que las simpatías y antipatías nacionales se han manifestado, a pesar de las draconianas amenazas y medidas represivas. Y eso que la crisis del imperialismo se encontraba lejos todavía del punto culminante de su desarrollo: el poderío de la burguesía imperialista no estaba aún socavado (la guerra «hasta el agotamiento» puede llevar a ello, pero todavía no ha llevado); los movimientos proletarios en el seno de las potencias imperialistas son aún muy débiles. ¿Qué ocurrirá cuando la guerra conduzca al agotamiento total o cuando en una potencia, por lo menos, el poder de la burguesía vacile bajo los golpes de la lucha proletaria, como vaciló el poder del zarismo en 1905?

El periódico Berner Tagwacltt, órgano de los zimmerwaldianos e incluso de algunos de izquierda, publicó el 9 de mayo de 1916 un artículo sobre la insurrección irlandesa, firmado con las iniciales K. R. y titulado “Le ha llegado su hora”. En dicho artículo se calificaba de «putsch» la insurrección irlandesa -ni más ni menos!-, pues, según el autor, «la cuestión irlandesa era una cuestión agraria», los campesinos se habían tranquilizado con reformas, el movimiento nacionalista se había convertido en «un movimiento puramente urbano, pequeñoburgués, tras el que se encontraban pocas fuerzas sociales, a pesar del gran alboroto que levantó».

No es sorprendente que esta apreciación, monstruosa por su doctrinarismo y pedantería, haya coincidido con la del demócrata constitucionalista, señor A. Kulisher (Riech , número 102, 15 de abril de 1916), nacional-liberal ruso, que ha calificado también la insurrección de «putsch de Dublín».

Es de esperar que, de acuerdo con el proverbio de «no hay mal que por bien no venga», muchos camaradas que no comprendían a qué charca se deslizaban al negar la «autodeterminación» y adoptar una actitud desdeñosa ante los  movimientos nacionales de las naciones pequeñas, abrirán ahora los ojos al influjo de esta coincidencia «fortuita»

Se puede hablar de «putsch», en el sentido científico de la palabra, únicamente cuando el intento de insurrección no revela nada, excepto la existencia de un grupito de conspiradores o de maniáticos absurdos, y no despierta ninguna simpatía entre las masas. El movimiento nacional irlandés, que tiene siglos de a sus espaldas y a ha pasado por distintas etapas y combinaciones de intereses de clase, se ha manifestado, entre otras cosas, en el Congreso nacional irlandés de masas celebrado en Norteamérica (Vorwarts, 20 de marzo de 1916), que se pronunció a favor de la independencia de Irlanda; se ha manifestado en los combates de calle de una parte de la pequeña burguesía urbana y de una parte de los obreros, después de una larga agitación de masas, de manifestaciones, de prohibición de periódicos, etc. Quien denomine putsch a una insurrección de esa naturaleza es un reaccionario de marca mayor o un doctrinario incapaz en absoluto de imaginarse la revolución social como un fenómeno vivo.

Porque pensar que la revolución social es concebible sin insurrecciones de las naciones pequeñas en las colonias y en Europa, sin explosiones revolucionarias de una parte de la pequeña burguesía, con todos sus prejuicios, sin el movimiento de las masas proletarias y semiproletarias inconscientes contra la opresión terrateniente, clerical, monárquica, nacional, etc.; pensar así, significa abjurar de la revolución social. En un sitio, se piensa, por lo visto, forma un ejército y dice: «Estamos por el socialismo»; en otro sitio forma otro ejército y proclama: «Estamos por el imperialismo», iy eso será la revolución social! Únicamente basándose en semejante punto de vista ridículo y pedante se puede ultrajar a la insurrección irlandesa, calificándola de «putsch».

Quien espere la revolución social «pura», no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución.

La revolución rusa de 1905 fue democrática burguesa. Constó de una serie de batallas de todas las clases, grupos y elementos descontentos de la población. Entre ellos había masas con los prejuicios más salvajes, con los objetivos de lucha más confusos y fantásticos; había grupitos que tomaron dinero japonés, había especuladores y aventureros, etc. Objetivamente, el movimiento de las masas quebrantaba al zarismo y desbrozaba el camino para la democracia; por eso, los obreros conscientes lo dirigieron.

La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos. En ella participarán inevitablemente partes de la pequeña burguesía y de los obreros atrasados -sin esa participación no es posible una lucha de masas, no es posible revolución alguna-, que aportarán al movimiento, también de modo inevitable, sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y sus errores. Pero objetivamenfe atacarán el capital, y la vanguardia consciente de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de la lucha de masas de pelaje y voces distintas, abigarrada y aparentemente desmembrada, podrá unirla y dirigirla, tomar el poder, adueñarse de los bancos, expropiar los trusts, odiados por todos (¡aunque por motivos distintos!), y aplicar otras medidas dictatoriales, que llevan, consideradas en conjunto, al derrocamiento de la burguesía y a la victoria del socialismo, victoria que no podrá «depurarse» en el acto, ni mucho menos, de las escorias pequeñoburguesas.

La socialdemocracia -leemos en las tesis polacas (1, 4)­ «debe aprovechar la lucha de la joven burguesía colonial, dirigida contra el imperialismo europeo, para exacerbar la crisis revolucionaria en Europa». (La cursiva es de los autores.)

¿No está claro que donde menos puede permitirse la contraposición de Europa a las colonias es en este terreno? La lucha de las naciones oprimidas en Europa, capaz de llegar a insurrecciones y batallas de calle, de quebrantar la férrea disciplina de las tropas y provocar el estado de sitio, esta lucha «exacerbará” la crisis revolucionaria en Europa» con una fuerza incomparablemente mayor que una insurrección mucho más desarrollada en una colonia lejana. El golpe asestado al poder de la burguesía imperialista inglesa por la insurrección en Irlanda tiene una importancia política cien veces mayor que otro golpe de igual fuerza en Asia o en Africa.

La prensa chovinista francesa informó hace poco que en Bélgica ha aparecido el número 80 de la revista clandestina La Bélgica Libre. Es claro que la prensa chovinista francesa miente con mucha frecuencia, pero esta noticia tiene visos de verosimilitud. Mientras que la socialdemocracia alemana, chovinista y kautskiana, no se ha creado en dos años de guerra una prensa libre, soportando lacayunamente el yugo de la censura militar (tan sólo los elementos radicales de izquierda han editado, dicho sea en su honor, folletos y proclamas sin pasarlos por la censura:), iuna nación culta oprimida responde a las inauditas ferocidades de la opresión militar creando un órgano de protesta revolucionaria! La dialéctica de la historia es tal que las pequeñas naciones, impotentes como factor independiente en la lucha contra el imperialismo, desempeñan su papel como uno de los fermentos o bacilos que ayudan a que entre en escena la verdadera fuerza contra el imperialismo: el proletariado socialista.

En la guerra presente, los Estados Mayores Generales se esfuerzan meticulosamente por aprovechar todo movimiento nacional y revolucionario en el campo enemigo: los alemanes, la insurrección irlandesa, los franceses, el movimiento checo, etc. Y, desde su punto de vista, proceden con todo acierto. No se puede adoptar una actitud seria ante una guerra seria sin utilizar la más mínima debilidad del adversario, sin aprovechar cada oportunidad, tanto más que es imposible saber por anticipado en qué momento y con qué fuerza «volará» acá o allá uno u otro polvorín. Seríamos muy malos revolucionarios si en la gran guerra liberadora del proletariado por el socialismo no supiéramos aprovechar cualquier movimiento popular contra diversas calamidades del imperialismo a fin de exacerbar y ampliar la crisis. Si, por un lado, proclamáramos y repitiéramos de mil modos que estamos «contra» toda opresión nacional y,· por otro lado, denominásemos «putsch» a la heroica insurrección de la parte más dinámica e inteligente de algunas clases de una nación oprimida contra los opresores, descenderíamos a un nivel de torpeza igual al de los kautskianos.

La desgracia de los irlandeses consiste en que se han lanzado a la insurrección en un momento inoportuno: cuando la insurrección europea del proletariado no ha madurado todavía. El capitalismo no está organizado tan armónicamente como para que las distintas fuentes de la insurrección se fundan de golpe por sí mismas, sin reveses ni derrotas. Por el contrario, precisamente la· diversidad de tiempo, de carácter y de lugar de las insurrecciones garantiza la amplitud y profundidad del movimiento general. Sólo en la experiencia de los movimientos revolucionarios inoportunos, parciales, fraccionados y, por ello, fracasados, las masas adquirirán, experiencia, aprenderán, reunirán fuerzas, verán a sus verdaderos guías, a los proletarios socialistas, y prepararán así el embate general, del mismo modo que las huelgas aisladas, las manifestaciones urbanas y, nacionales, los motines entre las tropas, las explosiones entre los campesinos, etc., prepararon el embate general de 1905.

 

11. CONCLUSION

Pese a la afirmación equivocada de los socialdemócratas polacos, la reivindicación de autodeterminación de las naciones ha desempeñado en la agitación de nuestro Partido un papel no menos importante que, por ejemplo, el armamento del pueblo, la separación de la Iglesia y el Estado, la elección de los funcionarios por el pueblo y otros puntos calificados de «utópicos» por los filisteos. Por el contrario, la animación de los movimientos nacionales después de 1905 suscitó también lógicamente una animación de nuestra agitación: una serie de artículos en 1912-1913 y la resolución aprobada por nuestro Partido en 1913, que dio una definición exacta y «antikautskiana» (es decir, intransigente con el «reconocimiento» puramente verbal) de la esencia de la cuestión.

Entonces ya se puso al descubierto un hecho que es intolerable soslayar: oportunistas de distintas naciones, el ucranio Yurkévich, el bundista Libman, Semkovski, lacayo ru­so de Potrésov y Cía., ¡se pronunciaron en pro de los argumentos de Rosa Luxemburgo contra la autodeterminación! Lo que en la socialdemócrata polaca era únicamente una generalización teórica equivocada de las condiciones peculiares del movimiento en Polonia se convirtió en el acto (en una situación más amplia, en las condiciones de un Estado no pequeño, sino grande, en escala internacional y no en la estrecha escala de Polonia), de hecho y objetivamente, en un apoyo oportunista al imperialismo ruso. La historia de las corrientes del pensamiento político (no de las opiniones de algunas personas) ha venido a confirmar el acierto de nuestro programa.

Y ahora, los socialimperialistas francos del tipo de Lensch se alzan abiertamente contra la autodeterminación y contra la negación de las anexiones. En cambio, los kautskiancis reconocen hipócritamente la autodeterminación: en nuestro país, en Rusia, siguen ese camino Trotski y Mártov. De palabra, ambos están a favor de la autodeterminación, como Kautsky. ¿Y de hecho? Trotski -tomen su artículo La nación y la economía, en Nashe Slovo- nos muestra su eclecticismo habitual: de una parte, la economía fusiona las naciones; de otra, la opresión nacional las desune. ¿Conclusión? La conclusión consiste en que la hipocresía reinante sigue sin ser desenmascarada, la agitación resulta exánime, no aborda lo principal, lo cardinal, lo esencial, lo cercano a la práctica: la actitud ante la nación oprimida por «mi» nación. Mártov y otros secretarios del extranjero han preferido olvidar – iprovechosa falta de memoria!- la lucha de su colega y compañero Semkovski contra la autodeterminación. Mártov ha escrito en la prensa legal de los partidarios de Gvózdev ( Nash Golos) en pro de la autodeterminación, demostrando la verdad incontestable de que ésta en la guerra imperialista no obliga todavía a participar, etc., pero rehuyendo lo principal – ¡lo rehúye incluso en la prensa ilegal, en la prensa libre!-, que consiste en que Rusia ha batido también durante la paz el récord mundial de opresión de las naciones sobre la base de un imperialismo mucho más brutal, medieval, atrasado económicamente, burocrático y militar. El socialdemócrata ruso que «reconoce» la autodeterminación de las naciones aproximadamente igual que lo hacen los señores Plejánov, Potrésov y Cia., es decir, sin luchar en defensa de la libertad de separación de las naciones oprimidas por el zarismo, es, de hecho, un imperialista y un lacayo del zarismo.

Cualesquiera que sean los «buenos» propósitos subjetivos de Trotski y Mártov, objetivamente apoyan con sus evasivas el socialimperialismo ruso. La época imperialista ha convertido todas las «grandes» potencias en opresoras de una serie de naciones, y el desarrollo del imperialismo llevará ineluctablemente a una división más clara de las corrientes en torno a esta cuestión también en la socialdemocracia internacional.

Nuestra observación: Lenin presenta una crítica a Trotsky, refiriéndose a sus artículos “La nación y la economía”, publicados en el Nashé Slovo”. Al desarrollar sus formulaciones, Trotsky avanza en su comprensión leninista de este tema. Ya mayo de 1917, en el escrito “El Programa para la Paz”, está el siguiendo el entendimiento marxista: “Vimos antes que para resolver problemas concretos dentro de los grupos nacionales de un Estado, el socialismo no puede dar un solo paso sin el principio de autodeterminación nacional, que es en última instancia el reconocimiento del derecho de todos los grupos nacionales decidir su destino nacional y, por tanto, el derecho de los pueblos separarse de un Estado en particular (como, por ejemplo, de Rusia o Austria)”. En particular al problema de las anexiones, Trotsky afirma: “Por lo tanto, un poderoso movimiento del proletariado es una condición necesaria para la realización efectiva de un paz sin anexiones”.

 

(Lênin, Obras Completas, Ediciones Progreso, tomo 30)

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