El paso de Nicolás Maduro en la cumbre de la UNASUR
El «Consenso de Brasilia» expresó el fracaso de la revitalización de la Unasur, concebida tras el Mercosur creado en 1991, impulsado por el gobierno de transición de Itamar Franco, que ocupó la presidencia debido al juicio político y la dimisión de Collor de Mello, hoy condenado por corrupción. Lula, que llegó a la presidencia en 2003, trabajó al año siguiente por la creación de una Comunidad Sudamericana de Naciones, que en 2008, junto con Hugo Chávez de Venezuela, dio lugar a la creación de la Unasur. El Mercosur se limitó a la función de un bloque económico.
La idea de la unidad latinoamericana era más ambiciosa y podía cobrar vida desde Sudamérica, por lo que la Unasur englobó a 12 países. Sin embargo, después de casi dos décadas y media, no se estableció como una verdadera unidad. El Mercosur al menos estableció algunas normas comerciales, como un arancel de importación común, que ya no se sustenta. La Unasur no ha dado pasos significativos en la anhelada integración latinoamericana, aunque la necesidad objetiva sigue vigente. En 2019, Bolsonaro y los gobiernos derechistas de Argentina y Chile rompieron con la Unasur, y crearon el bloque Prosur, que nació muerto. La cumbre para reimpulsar la Unasur del 30 de mayo fue convocada con el objetivo de dejar atrás la acción disgregadora de la derecha y la ultraderecha.
La pregunta que surge es: ¿por qué concluyó con un rotundo fracaso el intento de Lula de alentar a los representantes de los Estados sudamericanos a retomar la Unasur, cuyo último golpe certero había sido dado por el gobierno de Bolsonaro en connivencia con Mauricio Macri y Sebastián Piñera? Cabe recordar que Venezuela fue «suspendida» del Mercosur en 2016 por no cumplir con los requisitos democráticos. Lo que inevitablemente se reflejó en el funcionamiento de la Unasur. Venezuela, no por casualidad, ha estado recurrentemente en el foco de las crisis, tanto en el Mercosur como en la Unasur.
Ya era una ganancia para la causa petista haber logrado reunir en Brasilia a 12 jefes de Estado, en condiciones de profunda crisis mundial, agravada por la pandemia, la guerra en Ucrania y la disputa comercial entre Estados Unidos y China. Esta ganancia sería confirmado si el «Consenso de Brasilia» hubiera logrado algún éxito práctico hacia la unidad latinoamericana, por pequeño que fuera. Todo indica que la noción de «Consenso de Brasilia» fue elegida como contrapunto al «Consenso de Washington», que aprobó las directrices del neoliberalismo, dictadas por Estados Unidos.
Lamentablemente, el «Consenso de Washington» sirvió en gran medida para que las potencias impusieran sus intereses a países semicoloniales y a continentes enteros, como América Latina. El «Consenso de Brasilia» no es más que una impostura de gobiernos y estados nacionales sumisos al capital imperialista, que reflejó su incapacidad para poner en marcha la Unasur.
La razón fundamental del descarrilamiento de la intención de Lula de revivir la Unasur radica en que Estados Unidos y la Unión Europea siguen imponiéndose sobre los Estados nacionales. El lulismo y el chavismo crearon la ilusión de la viabilidad de crear un mercado común y una relación política unitaria y armónica en Sudamérica para contrarrestar los dictados de Estados Unidos, sobre todo. Este momento fue el apogeo del nacionalismo chavista – «Socialismo del Siglo XXI»- que se desmoronaba bajo el asedio económico, político e ideológico del imperialismo estadounidense. Este conflicto reveló la caja vacía del nacionalismo burgués y pequeñoburgués disfrazado de antiimperialismo.
El ex militar y comandante Hugo Chávez llegó al poder en medio de una sucesión de crisis convulsivas. Tras poco más de 13 años en el poder, el caudillo murió y fue sucedido por el vicepresidente Nicolás Maduro. La crisis política volvió a recrudecerse. La estatización de la industria petrolera, bajo indemnización de PDVSA, fue la gran obra del nacionalismo chavista. Aunque las relaciones capitalistas de producción no estaban amenazadas, el mero control del Estado sobre la mayor riqueza natural de Venezuela -un monopolio mundial ejercido principalmente por Estados Unidos- llevó al imperialismo norteamericano a imponer duras sanciones económicas y políticas al régimen nacionalista.
Trump, en 2018, lanzó un nuevo redoble de sanciones económicas y actuó para empoderar a la oposición liderada por el militar, Juan Guaidó, que se autoproclamó presidente, en un claro gesto golpista. Trump estuvo a punto de intervenir directamente en Venezuela para acabar con el gobierno de Maduro. Le faltó el apoyo necesario de los principales países latinoamericanos, que temían por las convulsivas consecuencias que podría suscitar una acción contrarrevolucionaria de este tipo. Pese a la enorme presión de Washington y la ayuda de Colombia, Maduro sobrevivió y Guaidó se hundió en la desmoralización como un títere guiado desde la Casa Blanca y la CIA. Se hundió empuñando la bandera de la democracia y los derechos humanos que el imperialismo puso en sus manos para derrocar la «dictadura» de Maduro.
Recientemente, Estados Unidos decidió suspender parte de las sanciones a Venezuela y enfriar el bombardeo político-ideológico contra el régimen chavista. Esta decisión de Biden se debió al hecho de que Estados Unidos está en una cruzada para imponer sanciones a Rusia y asegurar el apoyo a Ucrania. Para ello, el petróleo tiene una importancia decisiva. Lo que más tiene que ofrecer Venezuela es esta materia prima. Maduro ha respondido positivamente y ha permitido que las petroleras aumenten su influencia sobre PDVSA. Esta «concesión» del imperialismo a la «dictadura» de Maduro ha aliviado las presiones sobre el país vecino por parte de los gobiernos latinoamericanos más proclives a seguir a Estados Unidos como sus perros guardianes. A ello contribuyó el reemplazo de gobiernos de derecha y ultraderecha por gobiernos burgueses de centroizquierda en Colombia, Chile y Brasil. Es por ello que en este nuevo marco surgió la esperanza de reconstruir la Unasur.
Lula no sólo aprovechó para reconducir a Maduro a la «unidad latinoamericana», sino que lo hizo con tal deferencia que causó un revuelo totalmente desproporcionado a su real significación política. CNN, que es un canal de televisión implantado por Estados Unidos en Brasil, aprovechó la indignación generalizada para darle al impostor Juan Guaidó una enorme cantidad de tiempo, muy bien aprovechado para traducir la posición del imperialismo contra la «dictadura» de Maduro como la gran causante del colapso económico de Venezuela, del crecimiento de la miseria, de la migración de miles de venezolanos, etc. La cínica indignación de la centroderecha y ultraderecha brasileña aprovechó muy bien el pronunciamiento de los presidentes de Uruguay y Chile, respectivamente, Luis Lacalle y Gabriel Boric, quienes rechazaron la declaración de Lula de que existe una «narrativa» de Estados Unidos para demonizar al gobierno venezolano
Una vez que Estados Unidos aflojó el cerco sobre Venezuela, fue más fácil para los partidos burgueses más proclives a rezar el rosario del imperialismo aceptar el regreso de Maduro a la Unasur. Todos quedaron satisfechos con el llamado a Venezuela, pero siempre y cuando se mantuviera la condena montada por Estados Unidos y las potencias europeas contra la «dictadura» del chavista Maduro. Es como si la crisis económica, la inflación, los desequilibrios fiscales, la deuda pública, las altas tasas de interés, la miseria, el hambre, la delincuencia y la migración fueran el resultado de la «dictadura» chavista (nacionalista) y no de la descomposición del capitalismo, y en estas condiciones la intensificación de la opresión nacional que sufren las semicolonias latinoamericanas. Como si ninguno de estos males, en mayor o menor escala, no marcaran tan profundamente a países considerados democráticos, como Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Uruguay, etc. La importancia del levantamiento de la burguesía brasileña contra las acusaciones objetivas de Lula, de que las sanciones impuestas a Venezuela tienen mucha responsabilidad en las dificultades económicas y en los desastres sociales, puso en evidencia la causa principal de la desintegración de la Unasur y la inviabilidad de una reestructuración sobre nuevas bases. El imperialismo y los intereses particulares ligados a la dominación de los monopolios dividen a las naciones latinoamericanas y las enfrentan entre sí, a veces más abiertamente, a veces más encubiertamente, a veces más enfrentadas, a veces menos enfrentadas. La condena a las críticas de Lula, que en realidad no tienen tanta trascendencia para los intereses de la burguesía brasileña, puso al descubierto la mano del imperialismo en la garganta de Unasur.
La importancia de este acontecimiento es que revela, por un lado, la necesidad de lograr la unidad latinoamericana, para fortalecer sus fuerzas productivas y realizar las tareas democráticas comunes históricamente pendientes, entre ellas la liberación de la dominación imperialista y, por otro, la inviabilidad de lograr la unidad en el marco de la política burguesa y la utópica coexistencia pacífica con el imperialismo. El nacionalismo chavista, agotado y degenerado, sirve como otra experiencia particular para dimensionar la cuestión de la unidad latinoamericana. Lo mismo puede decirse del reformismo del PT en Brasil, del persistente nacionalismo peronista en Argentina y del frentepopulismo de Chile, entre otros.
Las crisis políticas están enquistadas en todos los países latinoamericanos. En su base, hay un poderoso choque entre las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción. Las fronteras nacionales se alzan como un obstáculo a superar. Juntas, son responsables de los retrocesos económicos y sociales de las últimas décadas. Las deudas internas (públicas) y externas pesan mucho en la obstaculización del desarrollo económico y social en todo el continente. Los gobiernos, ya sean de derechas, de ultraderecha, de centroizquierda o de izquierda, se ven obligados a descargar la crisis sobre la mayoría oprimida mediante contrarreformas y reduciendo el valor de la mano de obra. No hay forma de optar por reformas democrático-populares, como supuestamente han defendido en el pasado reformistas como los del PT.
La tarea de superar la escisión y el divisionismo latinoamericanos es de orden histórico y no meramente coyuntural. El sentido general es el del abatimiento y abolición de las fronteras nacionales, para que los países más fuertes no se aprovechen de los más débiles y el imperialismo no pueda enfrentar a unos contra otros. Este objetivo no puede ser cumplido por las burguesías latinoamericanas. Intentos no han faltado en diversos momentos de la historia del continente. Las experiencias fallidas demuestran que no basta la necesidad, se necesita la clase que tome la tarea en sus manos. Esa clase es el proletariado, que es internacional. Aunque esté dividido por fronteras nacionales, no tiene patria. Tiene un valor mucho más elevado, que es el de la sociedad sin clases y los países sin fronteras nacionales que los separen y opongan.
El programa estratégico de la unidad antiimperialista latinoamericana -la lucha por la liberación del yugo imperialista es el punto de partida de la unidad- radica en la tarea histórica de la lucha proletaria por los Estados Unidos Socialistas de América Latina. En todo el continente, los países están maduros para la revolución proletaria, que por su forma es nacional y por su contenido, internacional. Es con esta directriz que el Partido Obrero Revolucionario rechaza y denuncia ante los explotados la infame campaña imperialista contra el gobierno nacionalista de Venezuela.
(POR Brasil – Masas nº690)