Los renegados en el 2do encuentro internacional de trotskismo
Una nueva palada de tierra se ha echado sobre la herencia política del marx-leninismo trotskista. El segundo encuentro realizado en San Pablo del 21 al 25 de agosto es tan solo un botón de muestra más de la enorme crisis de dirección revolucionaria por la que atravesamos, y nos permite extraer valiosas lecciones en torno al legado del enorme revolucionario.
Las decenas de expositores que aparecieron en distintas mesas de discusión y simposios partieron casi unánimemente de la reivindicación y proclamación como herederos o continuadores de su teoría. Aunque fundamentalmente de Brasil y (algo menos) de Argentina, ha contado con la participación de militantes de Estados Unidos, Cuba e incluso de Europa.
La enorme mayoría de ellos pertenece a tiendas políticas que han colaborado enormemente en sepultar las enseñanzas históricas del trotskismo, colaborando en acentuar la desnaturalización de sus tesis fundamentales. Muchas de estas organizaciones son desprendimientos de un tronco revisionista común que en sus nuevas facetas no han hecho sino ahondar las tonterías de sus predecesores, imposibilitando la clarificación política del asunto. Y este renunciamiento no hace más que expresar el abandono total del socialismo científico.
Los “trotskistas” argentinos
Descuidando el valioso análisis de otros expositores, nos centraremos fundamentalmente en los autoproclamados trotskistas argentinos, con la intención de verificar qué se ha dicho y qué se desprende de ello. La historia del trotskismo argentino refleja con inusitada crudeza el enorme problema de la crisis de dirección. Desde los orígenes ha sido víctima de la desesperación pequeño burguesa de grupúsculos con el afán de crecimiento, llevando a buscar los más delirantes y oportunistas atajos, tergiversando los métodos organizativos, la paciente elaboración programática, el sistemático balance y autocrítica, imprescindibles en la labor revolucionaria. Solo la sección argentina del POR está firmemente encaminada en resolver la crisis de dirección, a pesar de nuestro carácter eminentemente embrionario, que contrasta con la exposición de los “continuadores” argentinos que aparecieron en este Encuentro.
Intentando no extender demasiado el presente artículo, abocaremos la mayor parte de él al posicionamiento respecto a la Guerra en Ucrania. Sin embargo, algunos puntos previos obligan a detenernos en ellos. Comenzaremos por Giachello – anunciado como parte del Comité Central del Partido Obrero – quien tuvo ocasión de presentar las “tesis permanentistas” para América Latina. Su exposición profesoral, árida y en cierto momento escolástica, intentó ser combinada con una crítica simplona y superficial a otras organizaciones. Omitió premeditadamente cualquier tipo de balance concreto sobre la actuación del PO en relación a las “tesis permanentistas” y la incapacidad del nacionalismo burgués en América Latina. Dejó escapar una gran oportunidad para realizar un meditado balance autocrítico en torno al “apoyo crítico” brindado a Lula, Haddad, Boric; o a sus expectativas de votar al nacionalismo burgués, como Castillo o Evo Morales para “enfrentar a la derecha”. Es decir, no ha dicho una sola palabra sobre la renuncia a la independencia política de la clase obrera por parte de su Partido Obrero: Giachello ocultó, con poco éxito, su propia posición.
En una de las mesas más importantes, Altamira (de “Política Obrera”) – ante la pregunta de un militante de la corriente “socialismo o barbarie” (en Argentina el NuevoMAS) – introdujo un posicionamiento sobre el frente electoral en Argentina. Allí sostuvo que hay un “envenenamiento parlamentarista” del FIT-U, y que eso también le correspondería al NuevoMAS de Castañeira. Primeramente, debe señalarse que la idea de “envenenamiento” es equivocada porque cabría la posibilidad de un antídoto y una posible curación. Con esto, se plantea como perspectiva una posible resolución, o una ayuda para retomar su calidad de “des-envenenado”. Contrariamente, invirtiendo lo que él sostiene, el cretinismo parlamentario no es un auxiliar de una organización, una ponzoña que viene y se va, que se puede curar con algún antídoto, o bien producir la muerte. ¡No! Este cretinismo refleja el real contenido político de esas organizaciones, su carácter oportunista, de las que el recientemente fundado “Política Obrera”, del expositor, no puede escapar. La intervención electoral no hace más que evidenciar el programa del Partido, estableciendo una relación dialéctica que no puede corregirse con alguna consigna “acertada” o “combativa”.
Altamira argumenta que ese “envenenamiento” en lugar del “discurso combativo” en el terreno electoral que él pregona, fue la causa que “por primera vez haya un derrumbe en la cantidad de votos” del frente electoralista. El planteo, por demás mecanicista, prescinde de aclarar que Política Obrera no solo ha tenido una votación marginal, sino que con Altamira dentro del FIT, éste había tenido desplomes mucho más vertiginosos que el actual, como en Salta del 17% al 3% (entre 2013 y 2017). Su apego por la fraseología y su desapego por el estudio científico de las cuestiones, lo hace lanzar cualquier tontería imperturbablemente, confiado que ésta no tendrá ninguna respuesta. Tampoco menciona que “Política Obrera” ha intervenido en las últimas elecciones presidenciales suplicando un voto en sus spots televisivos para estar en las discusiones presidenciales de octubre. Sin embargo, cometeríamos un grave error si – siguiendo al Sr. Altamira – creyéramos que los revolucionarios intervenimos en las elecciones para lanzar un “discurso combativo” en abstracto. Los revolucionarios vamos a las elecciones a propagandizar nuestra estrategia revolucionaria, desenmascarando el contenido político de las elecciones, buscando destruir las ilusiones en las instituciones burguesas. El centrismo interviene antagónicamente a como lo hacemos los revolucionarios.
Desconcierto del revisionismo trotskista
Indudablemente un sector del trotskismo argentino defiende a Ucrania desde una posición monstruosamente imperialista. Si bien estas organizaciones tales como Izquierda Socialista o el MST no han podido intervenir, sí lo han hecho sus organizaciones hermanas. Los que sí han podido intervenir (Partido Obrero y “Política Obrera”) creen estar pisando terreno marxista al oponerse a esa desacertada política. Veremos seguidamente por qué se equivocan de “cabo a rabo”.
La guerra en curso tiene la particularidad de introducir muchas otras cuestiones fundamentales: el Estado y la restauración capitalista, la cuestión imperialista, las características de la guerra, el método para estudiar el problema, entre otros. En todos y cada uno de estos problemas, los aspirantes a sepultureros del trotskismo han evidenciado su nula capacidad de estudio y elaboración programática.
Los trotskistas como herederos del marx-leninismo partimos de un método para arribar a nuestras conclusiones. Aquí el método utilizado por los revisionistas ha sido, lisa y llanamente, el empirismo mecanicista: “como en la primera guerra mundial” Lenin hacía tal y cual cosa, ahora debemos hacer lo mismo. Heller, uno de los actuales dirigentes del Partido Obrero, participa en igual tentativa como epígono de su antiguo mentor Altamira. No basta con citar y transcribir el nombre de un revolucionario para validar un argumento, sino que debe explicitarse en qué sentido puede asemejarse determinado problema de la actualidad, respecto a aquella situación. El marxismo es la negación del dogmatismo mecanicista del que abusan los revisionistas actuales.
¿Cuál fue el elemento que hicieron extrapolar un siglo? Invariablemente ha sido el carácter de la guerra. Para los centristas estamos en presencia de una “guerra imperialista”, “una guerra mundial” o más específicamente “inter-imperialista”. Pero para que esto último se cumpla, debe haber imperialismo en ambas trincheras. Por un lado, la respuesta cae de madura y salta rápidamente a escena: la OTAN está en un campo y hasta correctamente señala Altamira “fue quien ha provocado la guerra”. No obstante, en el campo contrario debe encontrarse otro imperialismo, y aquí comienzan las contorsiones.
Altamira no tiene empacho en formular una burrada de magnitudes históricas. Para él, la tesis sobre el imperialismo, de Lenin, “es un dogma” que nos “impide ver la realidad”. Rusia sería “un otro imperialismo” de tipo “territorial” y con ello queda saldada – por un movimiento de manos del prestidigitador – la cuestión del enfrentamiento “inter-imperialista”. Heller muestra mayor cautela que su mentor. Nos cuenta que “Rusia no es una semicolonia, ni un país atrasado”, aunque tampoco “la principal potencia”. Y así llega a la tesis de “potencia de segundo orden”. Está claro que los renegados del trotskismo rechazan los fundamentos marxistas con este proceder. La perversidad de profanar al leninismo, hablando en su nombre, resulta lisa y llanamente una falsificación y una deshonestidad intelectual vergonzante.
Resulta evidente que para resolver el enigma del contenido de clase de Rusia debemos retrotraernos al tipo de Estado y al concepto mismo de la restauración capitalista. Altamira, como fundador del Partido Obrero, no tiene ningún problema en aclarar que “solo en Cuba” no hubo restauración, aunque en sus antiguas polémicas a raíz de la muerte de Fidel Castro en 2016 haya negado que se trate de un Estado Obrero. Así el eclecticismo pequeño burgués puede decir una cosa exactamente opuesta a la dicha hasta la víspera sin sonrojarse: ese es su método de elaboración y de construcción, denominador común de los revisionistas en el trotskismo. Rusia sería según sus análisis un nuevo tipo de Estado, un “Estado Burocrático” … mandando a quién sabe dónde el concepto marxista sobre el Estado.
Aquí podemos hacer ingresar a un nuevo dirigente del Partido Obrero. Nos referimos a Rafael Santos que tuvo ocasión de intervenir en una charla justamente sobre la restauración capitalista. Sus lecturas en la exposición de algunos fragmentos de textos de Trotsky aparecen deslucidos en boca de un interlocutor que no los comprende. Afirma que en Rusia hay un sector que defiende “su situación de privilegio” actualmente y que la restauración en el pronóstico de Trotsky “no iba a respetar el nivel de desarrollo” de Rusia y buscaría su completa “colonización”, precisando el imperialismo abrir “de par en par sus mercados”. El exégeta calla cuando observa que estas condiciones no se han cumplido, y se limita a concluir que “la restauración se ha distorsionado” (¿?). Cuesta mucho trabajo seguir por cada uno de sus recodos las volteretas de los señores centristas.
Los disparates se multiplican cuando deben precisar quién está al frente de Rusia o qué intereses terminan primando. Altamira borrando con el codo lo dicho tan solo segundos atrás llega a la conclusión que la restauración “no tiene pies firmes sino es a través de un dominio del capital financiero internacional” que aún no puede afirmarse. Dice a renglón seguido que “la oligarquía no tiene nada”, aunque sería la que lleva a cabo la guerra por sus propios intereses. Una contradicción manifiesta tras otra que muestra el envilecimiento de estos dirigentes. Heller, tal y como lo señaló Santos y Altamira, sostiene que la guerra y la actual situación se realiza “para defender los apetitos de la oligarquía”, y así debe desenvolverse “una lucha contra todos los gobiernos empezando por Zelensky y Putin”. Este peligroso reduccionismo tiene un carácter eminentemente anti-dialéctico al no desprenderse de sus postulados previos.
Negando abusivamente la realidad Altamira dice que no hubo manifestaciones contra la guerra, y entonces la conclusión segura a la que se llega – por este laberinto centrista – es que debe haber una “campaña internacional contra la guerra” y el grito de “abajo la guerra imperialista”, retomando el derrotismo revolucionario de la Primera Guerra Mundial. Pero osaremos preguntar ¿cómo se llega a ese fin de la guerra o a ese cese? Indudablemente la derrota militar de Rusia sería a manos de la OTAN e importaría un enorme retroceso de esas condiciones particulares que todos coincidieron en marcar (aunque no lograron explicar). Esa derrota sería una colonización, un desmembramiento, una apropiación gigantesca de los recursos naturales por el imperialismo y el brazo armado de la OTAN. Y así se llevaría adelante lo que correctamente señalaba Trotsky como la restauración capitalista en Rusia.
¿A dónde van los revisionistas?
Altamira sostiene que esto solo puede resolverse mediante una “revolución socialista (¡!) contra la oligarquía o la dominación imperialista”. Si el octogenario dirigente parase mientes sobre lo que dijo, llegaría a la amarga conclusión que no es correcta su caracterización sobre el contenido de clase del Estado ruso. Planteado en esos términos solo puede referirse a una revolución política en Rusia. Santos parece arribar sobre el final a una conclusión desagradable “el programa de transición necesita una actualización”, pareciendo no tomar debidamente dimensión de ello. Y así sostiene que faltaría aclarar que en Rusia haría falta “no solo una revolución política sino social”. Confusionismo a la enésima potencia.
A fin de cuentas, lo que ha quedado claro es que estos señores que hablan en nombre del trotskismo constituyen un obstáculo evidente en la resolución de la crisis de dirección. Han intervenido en la guerra solo aportando mayor confusión y políticas completamente erradas.
Legatarios es una definición similar a herederos, con la sola diferencia que no asumen responsabilidades ni obligaciones, pero sí el derecho o la cosa concreta, frente al fallecido. Únicamente la exposición de nuestros camaradas del POR brasilero constituyen la excepción por tener su basamento en la historia del POR de Bolivia de Guillermo Lora. Constituye la excepción frente a los que se autoproclaman continuadores del trotskismo, que ignoran su historia y sus conquistas programáticas o intentan ocultarlas. El POR de Guillermo Lora ha rescatado del ostracismo el único método adecuado para intervenir sobre la realidad, que es el del marx-leninismo trotskista, dejando en evidencia a todas estas corrientes tergiversadoras. Nuestra misión, como legítimos continuadores del trotskismo, es sacar de las manos impostoras de estos legatarios, de rescatar la herencia de Trotsky de la boca de tantos y tantos charlatanes.
A 83 años del asesinato de Trotsky y a 14 años de la muerte de Guillermo Lora, los avances en los estudios acerca del Estado Obrero, de la restauración y de sus perspectivas no han sido debidamente comprendidas como se ha podido ver desde el 21 al 25 de agosto en San Pablo, lo que ha desarmado a buena parte de la vanguardia, militantes y activistas. Esa es la principal conclusión de un Encuentro que en su mayor medida solo tuvo renegados del trotskismo.
(nota de MASAS Nº441)