La “no” Política Obrera

En el balotaje del 19 de noviembre “Política Obrera” ha intervenido llamando abiertamente a votar en blanco, tal y como había sucedido con el FIT en 2015, sumado a una verdadera campaña política por el mismo. Su prensa y sus volantes fueron propagandizados y distribuidos, a contramano del resto de las organizaciones autoproclamadas trotskistas (ver artículo “El balotaje y el centrismo abstencionista”), lo que le ha valido ciertas simpatías en el activismo.

Existe una histórica tergiversación del famoso dicho traducido a “la excepción confirma la regla” [“Exceptio probat regulam”]. En su lugar, el dicho dice exactamente lo contrario: “la excepción pone a prueba la regla”. En ese sentido, importa detenernos en el contenido de su campaña electoral y votación para verificar si estamos en presencia de un viraje de “Política Obrera” y una negación del carácter centrista. Para ello utilizaremos parte de su corta -pero demasiado ecléctica- historia organizativa.

Cuando en 2019 un grupo de militantes -provenientes del Partido Obrero- formaba la organización “Partido Obrero (Tendencia)” que luego viraría a “Política Obrera”, el Partido Obrero Revolucionario salió rápidamente a caracterizar al nuevo agrupamiento. Tempranamente sostuvimos que el fruto no había caído lejos del árbol. La ausencia de elaboración programática, de un meditado balance sobre el derrotero de su organización de origen y las causas de su bancarrota, engendraría más temprano que tarde una organización similar, cuestión que se ha visto plenamente confirmada a los pocos meses. El agrupamiento de Altamira-Ramal no tardó en fisonomizarse como un nuevo partido centrista.

“Política Obrera” está atravesada de oscilaciones desde su nacimiento. Emergió llamando a votar al FIT-U en 2019; luego su empeño estuvo en legalizarse electoralmente; luego llamó a no votar al FIT (“no votar interventores” en Jujuy); más tarde, hizo alianzas electorales con otros centristas para romperlas seguidamente; pasó por la experiencia de legisladores regionales que terminaron en alianza con los partidos burgueses (el caso de Oran-Salta); y nos detendremos especialmente en su experiencia latinoamericana.

El grupo de Altamira-Ramal llamó a votar por Castillo en Perú, por Boric en Chile, Arce en Bolivia, entre otros. Es decir, ha optado continentalmente por alguna variante patronal, sin ningún tipo de arrepentimientos. No obstante, donde más tinta ha invertido en polemizar fue el caso del voto a Lula en Brasil. Leamos lo que decía Ramal en el balotaje entre Lula y Bolsonaro en 2022: “Una victoria del criminal Bolsonaro, ¿es o no es una victoria de la reacción política y una derrota de las masas?” a lo que contestaba “Una victoria electoral de Bolsonaro sería otra derrota política para las masas”. Definiendo que “la segunda vuelta… es una lucha por la derrota de Bolsonaro y el fascismo” es decir “plantea el voto contra Bolsonaro”. Ramal intervenía llamando “a votar por la derrota de los partidarios de la destrucción de las organizaciones obreras de Brasil”.

Altamira no dejaría solo a su discípulo, sino que adheriría a su planteo y colocaría que “anular el voto o hacerlo en blanco es encerrarse en la autoproclamación”. Agregaba que “una fuerza socialista no puede renunciar a una política de maniobras congruente con su estrategia, sin caer en la esterilidad… como se trata de un balotaje, no existe la posibilidad de votar a una tercera fuerza –del socialismo y la clase obrera” (13/10/2022).

Como podrá verse, no se trataban más que de pretextos vulgares a la hora de renunciar a la lucha independiente. Fue simplemente la forma que hallaron en su momento para intentar delimitarse del resto del centrismo, que curiosamente ya había optado por votar a Haddad en 2018, o incluso una parte por Lula en ese 2022. Y antes ya lo había hecho frente a toda la larga lista de variantes del nacionalismo burgués en América Latina. Su intento de diferenciarse, indudablemente, se le volvería en contra tan solo un año después.

En la actualidad, fue Altamira quien tuvo que mostrar sus piruetas para justificarse. Ahora el “voto en blanco, no solo [sería] principista sino estratégico”. Alerta que contrariamente a los gritos de fascismo del resto del centrismo, no se desarrollaría una ofensiva reaccionaria, sino que “el mundo asiste, en realidad, a una serie de gobiernos bonapartistas”. Importa poco que tan solo un año antes Ramal le haya recordado a su maestro que “los bonapartismos de derecha son una transición hacia el fascismo”, porque lo único que importa es buscar diferenciarse -inútilmente- del resto del centrismo.

Sin embargo, Altamira tiene que profundizar -y de esta forma echar por la borda todo lo escrito sobre el “peligro fascista de Bolsonaro” en 2022- y decir que “El fracaso de Bolsonaro en la ejecución del 95% de su programa… obedeció a la contradicción entre ese programa y la naturaleza de la etapa” todo lo contrario a lo que sostenía en octubre de 2022. Su método se basa en borrar y enmendar, tachar y reescribir de acuerdo a sus intereses de aparato y no como herramienta para politizar. Es realmente dificultoso seguir al revisionismo trotskista en cada una de sus volteretas.

¿A qué se deben todas estos vaivenes y disparates? Justamente al carácter centrista de “Política Obrera”, que nada tiene que ver con el viejo Política Obrera, liquidado por el propio Altamira en la década del 80. La ambigüedad, el eclecticismo, las contradicciones se colocan a flor de piel. No es posible encontrar un desarrollo coherente en sus pensamientos, sino inútiles diatribas que poco sirven para politizar a las masas, y especialmente a su militancia. “Política Obrera” no es la excepción, sino la mismísima regla.

Resulta claro que el proceso de clarificación, de intervención política y concientización, le corresponde enteramente al POR, en abierta lucha programática contra todos los renegados del trotskismo.

(nota de MASAS n°446)

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