El lugar de América Latina en la crisis mundial
La lucha proletaria por superar la crisis de dirección
La elección del ultraderechista Javier Milei en Argentina y el intento de Venezuela de quitar el Esequibo del control de Guyana se perfilan como dos conflictos que reflejan e impulsan la crisis que atraviesa América Latina
Brasil aún se tambalea tras el intento de golpe de Estado organizado por la ultraderecha liderada por el expresidente Jair Bolsonaro. En Chile, el gobierno de la izquierda democrática, que se propuso reformar el Estado a través de una Asamblea Constituyente y desalojar a las fuerzas pinochetistas de la dirección del país, se hunde. La burguesía peruana tuvo que aplastar la rebelión de las masas para instaurar un gobierno nacido de un golpe de Estado. El retorno del MAS en Bolivia, tras la caída del gobierno de Evo Morales, no ha logrado impulsar la economía, fortalecer las bases del indigenismo reformista y su gobierno está acechado por divisiones en sus propias filas. El traspaso del poder estatal en Colombia a la izquierda democratizadora no se ha traducido en ningún cambio significativo que mejore las condiciones de vida de las masas, y el gobierno se debate entre divisiones interburguesas.
En este contexto, la crisis general no ha permitido que ninguno de los gobiernos se estabilice y las tendencias de la lucha de clases crecen.
En particular, en la situación actual, el plebiscito celebrado por el gobierno de Nicolás Maduro a favor de recuperar la región del Esequibo, que históricamente le perteneció, trajo la sombra de una posible conflagración militar. Estados Unidos reaccionó de inmediato con sobrevuelos en la región, “ofreció” ayuda al gobierno guyanés y expresó su disposición a instalar una base militar en el país. La administración de Biden activó su diplomacia para conseguir que la Organización de Estados Americanos (OEA) condenara a Venezuela. Brasil movilizó a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) para que tomara la iniciativa en las negociaciones, con el fin de no condenar ni defender a Venezuela. Se celebró una primera reunión en la que se enfrió la retórica de la confrontación, pero no se encontró ninguna solución. Estados Unidos tiene el control de las reservas marítimas de petróleo situadas cerca de Esequibo. Esto significa que el conflicto no se limita a Venezuela y Guyana. El imperialismo, que desde la instauración del gobierno de Hugo Chaves ha intentado derrocar al régimen nacionalista precisamente por poseer una de las mayores reservas del mundo y haber estatizado la industria petrolera, no tardó en dar sus señales de guerra ante la reclamación venezolana. Todavía no se sabe qué logrará el plebiscito desde el punto de vista práctico, pero sí se sabe que se ha reabierto un viejo conflicto fronterizo que, de desarrollarse, conduce a la guerra. Aquí están en juego los intereses del imperialismo norteamericano, por encima de los de Venezuela y Guyana, y de Sudamérica en su conjunto.
La crisis de Argentina tiene un enorme impacto en América Latina. A lo largo de los años, su economía ha acumulado regresiones y ha empujado a las masas a la pobreza y la miseria. Las primeras medidas de Milei consisten en un ataque directo a los trabajadores y la protección del capital financiero. Ante la posibilidad de que el sector obrero reaccione y la respuesta de las masas choque de entrada con el gobierno, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dictó un “protocolo para el mantenimiento del orden público”, que prohíbe las manifestaciones. La dictadura de Milei es ahora explícita. Un régimen de fuerza es la condición para imponer contrarreformas antiobreras y antinacionales.
En Europa, la guerra en Ucrania sigue en punto muerto. El fracaso de la contraofensiva de Zelensky ha reforzado las posiciones de Rusia. Por otra parte, la autorización de las negociaciones para la incorporación de Ucrania a la Unión Europea, así como de Moldavia y Georgia, aprobada en la reunión de Bruselas, es un signo de intensificación de la crisis y de escalada militar.
En la Franja de Gaza, el Estado sionista hace caso omiso de la posición de la ONU, aprobada por una inmensa mayoría, de un alto el fuego. Las maniobras de Estados Unidos para conseguir que el gobierno sionista de Israel reduzca la intensidad de la masacre de palestinos y se sitúe en una posición de solución, que sería aceptar la formación de un Estado palestino, tienen como objetivo mantener a los gobiernos árabes subordinados a la estrategia de dominación norteamericana. Las movilizaciones de masas han aislado a Israel y no han permitido que la mayoría de las naciones se alineen con el expansionismo colonialista de la burguesía sionista. Los propios analistas al servicio del imperialismo han llegado a reconocer que la liquidación de Hamás no será fácil; requerirá prolongar la intervención durante mucho tiempo y mantener la matanza masiva de civiles, que ya alcanza los 18.000 palestinos en sólo dos meses de bombardeos, la mayoría mujeres y niños. El mantenimiento de la intervención militar y la anexión de la Franja de Gaza supondrán nuevos avances en el control de Cisjordania. Esto dificultaría y probablemente imposibilitaría a Estados Unidos apoyar a sus aliados árabes en sus intereses generales en Oriente Medio, con la ofensiva de China en la región. El movimiento de masas mundial tiende a declinar con el tiempo, ya que su dirección no expresa el programa de autodeterminación y los métodos de la lucha de clases. El Estado sionista y Estados Unidos cuentan con el enfriamiento de las protestas que indican el curso de la lucha de los explotados contra la dominación imperialista.
La incorporación de América Latina a la crisis mundial es un frente más de conflicto que, de momento, no interesa a Estados Unidos. Pero la fuerza de los acontecimientos está indicando que los gobiernos democratizadores no encuentran solución a la descomposición económica y social, y que están dando paso a gobiernos fascistizantes, como el de Milei. Todo indica que la lucha de clases en Argentina atraerá la atención de los explotados de América Latina, y en particular la de los brasileños.
El programa de la revolución social surge de las condiciones objetivas de los callejones sin salida del capitalismo senil y de las tendencias a la lucha de los explotados. Las direcciones sindicales y políticas adaptadas a la democratización de la política burguesa hacen todo lo posible para impedir que la clase obrera despierte de los obstáculos que le impiden evolucionar en el terreno de la independencia de clase. Pero el colaboracionismo choca con las necesidades más elementales de los explotados. La lucha de la vanguardia por construir el partido revolucionario tiene a su favor las condiciones objetivas de la crisis mundial y nacional. La tarea de reconstruir el Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional, obliga a la vanguardia con conciencia de clase a luchar bajo el programa de la revolución social, proletaria y socialista. Por este camino se libran las guerras de dominación y maduran las condiciones para su transformación en guerras de liberación.
(POR Brasil – Masas n°704)