200 años del préstamo de Baring Brothers

El pasado 1 de julio se cumplió el bicentenario del tristemente célebre empréstito de Baring Brothers. Que un aniversario de esta naturaleza haya pasado prácticamente desapercibido muestra a las claras la desmemoria a la que intentan condenar a los oprimidos de nuestro país. Semejante tropelía solo sería un primer esbozo y paso inicial que traería consigo un largo camino de sometimiento, de una siniestra y cruel actualidad. A 200 años de ese acontecimiento, Argentina ha llegado al paroxismo de entrega, de sometimiento y de pérdida de su soberanía, por lo cual el debate en torno a Baring Brothers y el empréstito de 1824 cobra nueva vitalidad.

No es objeto de este artículo trabar un combate del campo histórico ni academicista, pero estará obligado a precisar algunas cuestiones que hacen al relato.

Para 1820 las Provincias Unidas del Río de la Plata, conformadas por un territorio mucho menor al actual, tenían en la Provincia de Buenos Aires, más precisamente en su puerto, la dirección política de la nación, aun sin la centralización política posterior, fruto de guerras civiles que se desarrollarán en buena parte del siglo XIX. Martín Rodríguez ostentaba el cargo de Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, casi de manera decorativa, por lo cual era Bernardino Rivadavia, como Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, quien se encontraba a cargo de las funciones.

En ese puesto, y con la irremplazable colaboración de Manuel García como Ministro de Hacienda de la Provincia, comenzarían las tratativas por el empréstito desde varios meses -incluso años- antes. No era un secreto que tanto Bernardino Rivadavia como Manuel García eran hombres de Gran Bretaña y sus casas crediticias, como exponentes de la potencia de la banca de Londres. Sin embargo, Rivadavia era afín a la casa Hullet Brothers, de mucha menor importancia que la Baring Brothers o su inmediata “perseguidora”, la Casa Rotschild. Estas dos firmas habían partido virtualmente a América del Sur, repartiéndose sus dominios de explotación. En cuanto a Manuel García, su historia de entreguismo solo puede encontrar comparación con personajes de la talla de Norberto de la Riestra, Domingo Cavallo, Martínez de Hoz o… Luis Caputo.

Volviendo al contexto de la década del 20, es importante señalar que Gran Bretaña, la locomotora económica del floreciente capitalismo del S. XIX, tenía déficit de oro en las arcas de su banca, lo que vaticinaba una crisis en ciernes. Así, se ven obligados a diseñar lo que sería una táctica innovadora respecto a las llevadas hasta ese momento, y para eso precisaban la íntima colaboración de las dos mencionadas casas: Baring Brothers y Rotschild. Entre 1822 y 1826 las ex colonias españolas se endeudan por una suma de 20.978.000 libras, de las que efectivamente Gran Bretaña gira poco más de 7 millones de libras.

Se puede comenzar a vislumbrar que el ignominioso empréstito de 1824 con Baring Brothers no fue un hecho excepcional sino parte de una nueva política económica, como esbozo de lo que varias décadas más adelante sería la política imperialista. Política que aún no encontraba bases materiales para desarrollarse a plenitud, y que no aparece de un día al otro como por arte de magia, sino que va desarrollándose a tientas, con pruebas y errores, durante largos años y experiencias asimiladas. Así las cosas, con reuniones importantes en marzo de 1824, finalmente el 1 de julio de ese mismo año, se cierra el acuerdo por un préstamo de 1 millón de libras esterlinas. Y allí comenzaba el verdadero contenido del problema.

Del millón de libras solicitadas, Baring Brothers se aseguró el pago adelantado de las dos primeras cuotas anuales de intereses que eran del 6% anual (en total 120.000 libras esterlinas). Además, descontó la amortización anual del 1% (10.000 libras) y las comisiones y gastos administrativos (Manuel García entre los favorecidos de las 17.300 libras descontadas). Pero eso no sería todo.

Baring Brothers no entregaría el metálico contante y sonante, a duras penas Scalabrini Ortíz pudo rastrear la entrega del equivalente a 20.000 libras en monedas de oro. La ominosa casa crediticia entregaba letras de cambio, que harían artificialmente cotizar en Londres al 70%, por lo que el millón de libras esterlinas, se convertía por un movimiento de manos, en 700.000 libras esterlinas. Estas letras, serían adquiridas por los denominados “bonoleros” londinenses, desperdigándose en miles de manos, haciendo imposible la tarea de recomprar directamente los bonos para cancelar la deuda. Es decir, del millón de libras se pasaba a 700.000 libras, a las que después de descontarle los 147.300 anteriormente señaladas, quedaban en un total de 552.700… poco más de la mitad de lo que luego se adeudaría. Y allí no concluye el fraude.

Los comerciantes británicos en el Río de la Plata arrastraban un largo problema de transferibilidad de sus ganancias, que no podían ser convertidas fácilmente en oro y llevadas a sus casas matrices. Entonces el nudo gordiano se desató por el lado más sencillo. Los comerciantes entregarían efectivamente el dinero en pesos fuertes (del que no sabían qué hacer) al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, para recibir a cambio el oro en el Banco de Londres. La pluma y experticia de Manuel García intervinieron para ultimar estos siniestros detalles del acuerdo, sentado a los dos lados del mostrador (aunque favoreciendo ostensiblemente al de Gran Bretaña).

¿Qué habían obtenido a cambio la Provincia de Buenos Aires y las Provincias Unidas del Río de la Plata? Por un lado, letras de cambio giradas por 552.000 y, adicionalmente, la firma del “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” con Gran Bretaña en 1825, es decir, el reconocimiento por la corona y principal potencia mundial, de ser un estado autónomo capaz de comerciar libremente con el mundo, eufemismo para referirse a una completa sujeción al comercio británico.

Una vez consumada la estafa debemos dilucidar si los motivos que empujaban a su adquisición, al menos fueron satisfechos. Y aquí nos daremos nuevamente contra una triste y humillante realidad. Lo que debía usarse para la construcción de obras de infraestructura en territorio bonaerense (entre los cuales las reformas del puerto estaban incluidas) fue velozmente dilapidado en otras “urgencias”. Por un lado, se solventó crediticiamente a una parte de la burguesía comercial y los sectores exportadores, enriqueciendo extraordinariamente a funcionarios, acreedores y comerciantes del Río de la Plata.

Por otro lado, se utilizó para financiar la guerra del Brasil entre 1826-1828, de la que “en la otra orilla” de la Provincia Cisplatina (actual Uruguay) tenía como principal financista -y eventualmente beneficiario- a la casa Rotschild. Las dos principales casas financiaban las aventuras bélicas en estas tierras, y se repartían el botín dejando exangües las finanzas de ambos estados.

No es menor un último dato. A raíz del préstamo, el Gobierno de Buenos Aires ponía como garantía de su cumplimiento toda la tierra pública de la Provincia, lo que daría lugar a la Ley de Enfiteusis, que apenas dos años más tarde, ahora bajo el Gobierno de Rivadavia en 1826 (como Primer Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata), logra hacer extensiva la ley al resto de las provincias.

En lo relativo al préstamo, téngase bien a aclarar cómo continuó la historia, para comprender que una política de dominación no puede reducirse al aspecto meramente dinerario del asunto. No obstante lo ruinoso del préstamo medido en esos términos sería un brutal esquematismo permanecer sesgado por ese enfoque del problema. Prosigamos un poco más.

Los pagos de intereses del 6% anual acordado se realizaron entre 1824 y 1828, quedando suspendidos entre 1829 a 1844 bajo el gobierno de Rosas, quien a partir de 1845 reanuda los mismos (buscando mostrar buena voluntad) pagando 12 mil libras anuales, que representaban el 20% de los realmente comprometido. En 1856 se duplica esa cantidad y se refinancia la deuda por primera vez, lo que algunos autores confunden con un segundo préstamo de Baring Brothers. Así para el año 1856 el monto de deuda quedaba en 977.000 libras esterlinas de capital y 1.641.000 libras exclusivamente de intereses. Recapitulando, en 1856 se habían pagado casi 300.000 libras esterlinas de un total de 520.000 que habían ingresado, y aún restaban pagar 2.618.000. Una estafa descomunal.

En 1866, replicando el funesto antecedente, se toma un segundo préstamo, que tal cual su antecesor, fue utilizado para financiar la guerra de la “triple infamia” (Argentina, Brasil y Uruguay) contra el Paraguay. Al igual que Baring Brothers, la casa Rotschild, copiando trágicamente su historia previa, financió al Brasil y se benefició grandemente con la guerra. Paralelamente, Baring se aseguró la “nacionalización” de la deuda de 1824 (recuérdese que había sido tomada por Buenos Aires) a través de la Ley 206 del 1 de octubre de 1866, bajo la gestión del inefable Norberto de la Riestra, del cual huelga hacer comparaciones con siniestros personajes actuales. Finalmente, en 1885 Carlos Pellegrini negociará el tercer y último préstamo por 8.400.000 libras, colocando la renta aduanera como garantía y recibiendo (tal y como sucedió con el primer y segundo empréstito) una suma muchísimo menor.

En 1890, Baring Brothers había llegado al límite de la especulación convirtiéndose en una gran burbuja ficticia en la que cualquier demora en el pago haría estallar en mil pedazos. Y así ocurrió efectivamente. Si de algo sirvió la presión al gobierno argentino para cancelar sus deudas, fue que efectivamente se giraron nada menos que 10 millones de libras esterlinas, de las que poco tiempo después, y para estupor generalizado, no evitó la quiebra de la histórica casa crediticia.

Pedro Agote, quien se encargó de estudiar la cuestión desde su cargo de Ministro de Hacienda, determinó, para vergüenza nacional, que hacia 1901 se habían pagado 4.757.000 solo por este préstamo. Pero como más arriba advertíamos, cometeríamos un grave error si nos circunscribimos al aspecto monetario del problema. El empréstito fue acompañado de toda una política de dominación y sometimiento, a través de la cual, enormes y jugosos negocios fueron quedando a manos de auxiliares beneficiados de Baring Brothers. Entre ellos nombramos solo al pasar, el negocio de los servicios de obras sanitarias y del tendido ferroviario, fundamentalmente dos de los más importantes: el Ferrocarril Sud y el Ferrocarril Oeste.

Como puede verse, el funesto aniversario del primer empréstito (y su conscientemente premeditado olvido) expone con claridad la historia misma de un Estado totalmente subordinado a las potencias capitalistas desde su mismo nacimiento. El carácter usurario de este préstamo y de todos los que vendrían en su larga lista de etcéteras, terminarán por fisonomizar un grado de sometimiento que arrastra la nación hasta el día de hoy, desde el FMI hasta el RIGI que concede los recursos naturales del país a las multinacionales, a cambio de migajas.

Ni duda cabe que la historia de la deuda -y las políticas que la secundan- constituye la prehistoria de la Nación, de la que solo podremos empezar a escribir su verdadera historia cuando cortemos todas las amarras y grilletes que nos atan a la subordinación de la tutela imperialista. Lo que significa luchar por la Revolución y Dictadura proletarias, únicas capaces de guardar en el cajón de las antigüedades esa historia de docilidad y obediencia.

(Nota de MASAS n°460)

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