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¡Luchar por la liberación de la mujer con el programa de la revolución proletaria!

El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Una fecha marcada por la lucha de clases. La lucha por la emancipación de las mujeres explotadas siempre ha estado marcada por la sangre y la fuerza de los trabajadores de todo el mundo.
A finales del siglo XIX y principios del XX se produjeron numerosas luchas huelguísticas en las fábricas en defensa de la jornada laboral de 8 horas, de los salarios y de la mejora de las condiciones de trabajo. Las mujeres desempeñaron un papel importante en la defensa de la reducción de la jornada laboral, el fin del trabajo nocturno y la protección de la maternidad y la infancia. Basándose en la experiencia de las socialistas norteamericanas, que comenzaron a celebrar una jornada nacional de lucha en defensa de los derechos laborales y políticos de las mujeres, la II Conferencia de la Internacional de Mujeres Socialistas aprobó, en 1910, que todos los países celebraran el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, aunque sin fecha unificada. Una de estas jornadas de lucha, celebrada en Rusia en 1917, fue el detonante de la Revolución de Febrero (en el calendario occidental, el día era el 8 de marzo), basada en una huelga de las trabajadoras por el pan y la paz, es decir, contra el hambre y la guerra. En honor de estas mujeres proletarias y revolucionarias, la Conferencia de Mujeres Comunistas, reunida en 1921, definió el 8 de marzo como su día mundial unificado. Debemos recordar siempre el origen obrero y revolucionario de esta fecha, y la definición de la mujer trabajadora que la burguesía pretende borrar.
La importancia de recuperar este origen radica en la necesidad de responder con un programa clasista, internacionalista y proletario a la desintegración capitalista que agrava todas las formas de opresión de clase, especialmente la opresión contra la mujer, y que sólo el proletariado organizado puede combatir y eliminar.
La burguesía sigue descargando todo el peso de la crisis capitalista, que ya se encuentra en un avanzado estado de descomposición, sobre las masas, y esto se expresa claramente en el empeoramiento de las condiciones de vida de los explotados, ya sea a través del encarecimiento de los alimentos, las terribles condiciones de trabajo, los salarios de miseria, las agotadoras jornadas laborales, el desempleo, la falta de vivienda, el aumento de la violencia, la opresión, etc. La mayoría oprimida ya sufre por sí misma los males del capitalismo, pero esto se refleja aún más profundamente en las mujeres trabajadoras.
Según la Asociación Brasileña de Supermercados (Abras), la canasta básica de alimentos se encareció un 14,2% en 2024, con el mayor aumento en el grupo de alimentos básicos, lo que hace que ahora se gaste más de la mitad del salario mínimo actual en una canasta básica de alimentos tan cara. Hoy, las mujeres son responsables por la jefatura de casi la mitad de los hogares brasileños (15% como madres solteras), pero continúan siendo las más sujetas a la informalidad o al desempleo – la tasa de desempleo femenino es 45,3% superior a la masculina -, la mayoría de las que aún consiguen ingresar en el mercado de trabajo están sujetas a la odiosa escala 6×1, trabajando así en doble y hasta triple jornada, dado que ya son las principales responsables por la función social de la maternidad y del trabajo doméstico. Siguen recibiendo los salarios más bajos, incluso en el área de los servicios domésticos, donde las mujeres son mayoría y son las principales responsables, con ingresos hasta un 20% superiores para los hombres, como revelan los datos del Pnad Continuo del IBGE. Y son ellas las principales víctimas de las más diversas formas de violencia provocadas por la barbarie capitalista, siendo mayoría en la violencia física (52,0%), psicológica (64,7%) y sexual (86,7%). En todos estos casos, es aún peor cuando se trata de mujeres negras.
Estas cifras muestran la situación en Brasil, pero a nivel internacional es igual de grave. El recién asumido gobierno de Trump ya ha tomado medidas para atacar a los explotados, especialmente los inmigrantes: 37.000 deportaciones en un mes, así como la reactivación de la prisión de Guantánamo, donde algunos están detenidos. También se ha restablecido la política de “máxima presión” y amenazas contra Irán. Además de las sugerencias de que Israel rompa el alto el fuego y de que los palestinos se retiren permanentemente de la Franja de Gaza, Estados Unidos tiene la clara intención de apoderarse de la región.
Las guerras de dominación imperialista siguen masacrando a un gigantesco contingente de las masas pobres. El genocidio en la Franja de Gaza cuenta con un 70% de mujeres y niños entre sus víctimas. Con el avance de las tendencias fascistizantes y la escalada bélica entre las potencias, este escenario se vuelve aún más preocupante.
Esto demuestra que no tenemos nada que celebrar, sino que nos espera una ardua lucha en busca de derechos, mejores condiciones de vida y la superación de este maldito sistema. Esto sólo puede ocurrir con independencia política de los gobiernos. El tercer mandato de Lula demuestra una vez más la incapacidad del nacional-reformismo para responder a las necesidades más sentidas de las masas, especialmente la opresión de las mujeres, como cualquier otro gobierno sometido a la política burguesa. Con alianzas cada vez más a la derecha, Lula ha mantenido las contrarreformas en las condiciones laborales, la seguridad social e incluso las normas de Bolsonaro que restringen el ya limitado aborto legal. La sumisión al agronegocio y a las empresas mineras ha llevado a la continuidad de la violencia contra campesinos e indígenas, con mayor impacto en niñas y mujeres. Al servicio del capital financiero, Lula está imponiendo recortes en el gasto social y su propia contrarreforma. La restricción del BPC (beneficio social), por ejemplo, es un duro ataque a las mujeres que, en general, cuidan de los discapacitados en sus casas.
Es esencial darse cuenta de que no hay posibilidad de reforma bajo el capitalismo, por lo que es necesario superar las ilusiones en el Congreso, el poder judicial, las leyes, las elecciones y romper con las direcciones conciliadoras que desvían las luchas hacia estos caminos fracasados. Debemos confiar únicamente en nuestras propias fuerzas, en nuestros propios métodos de lucha y organización para establecer una dirección revolucionaria.  La raíz de la opresión de las mujeres es de clase, radica en la propiedad privada de los medios de producción, que condiciona su subordinación en el ámbito doméstico y la discriminación en el capitalismo. La lucha por acabar con la opresión de la mujer está indisolublemente ligada a la lucha por acabar con la explotación de la clase obrera. El divisionismo en torno a “identidades” preserva la discriminación al impedir la acción unitaria.
La lucha debe ser por la incorporación de todas las mujeres a la producción social, mediante el reparto de las horas de trabajo entre todas las que puedan trabajar. Por la superación de la discriminación salarial, es decir, que el mismo trabajo tenga la misma remuneración, y que ésta no sea inferior al salario mínimo vital (según cálculos del DIEESE, R$7.156,15). Por la liberación de la mujer de la esclavitud del hogar, transfiriendo este trabajo al Estado, mediante la creación de guarderías, lavanderías colectivas, restaurantes populares, etc. Por la estatización de toda la red de salud privada y la creación de un sistema único, totalmente público y gratuito, bajo control de los trabajadores. Y que se proteja la función social de la maternidad y se garantice el derecho al aborto seguro y gratuito por parte del Estado.
Que el 8 de marzo sea un punto de partida para la unificación de todos los movimientos en torno a la construcción de una Jornada Nacional de Lucha en defensa del empleo, los salarios, los derechos y el fin de todas las formas de opresión.

(Tomado de Massas n°735, POR de Brasil)