Trotsky y el debate con los mencheviques sobre el programa de la paz
En mayo de 1917 León Trotsky escribe un artículo referido al programa de paz, polemizando con las posiciones mencheviques, del cual extractamos un capítulo. Los párrafos resaltados son de nuestra edición.
“¿Status quo ante bellum?” (¿Volver a la situación que existía antes de la guerra?)
“El proletariado, en las condiciones actuales, ¿no puede promover su ‘programa de paz’, es decir, la solución a su manera de las cuestiones que han engendrado la guerra o que han surgido en el curso de su desarrollo?
Se nos ha dicho que, ‘para realizar este programa, al proletariado, actualmente, le faltan fuerzas. Solo sería una utopía. Pero el tema es diferente si la lucha tuviera como objetivo el cese inmediato de la guerra y la paz sin anexiones, por lo tanto, el retorno al estado de cosas antes de las hostilidades. Este es un programa mucho más realista’”.
Estas son las conclusiones a las que han llegado Martov, Martinov y otros mencheviques internacionalistas quienes, sobre este punto como sobre otros, adoptan puntos de vista no revolucionarios, sino conservadores (no a la revolución social, sino restablecimiento de la lucha de clases, no a la III Internacional, sino regreso a la II, no a un programa revolucionario de paz, sino aceptación del status quo ante bellum, no a la conquista del poder por los Consejos de Obreros y Soldados, sino vuelta al poder de los partidos burgueses…).
Sin embargo, ¿en qué sentido se puede hablar de la “realidad” de la lucha por el cese de la guerra y la paz sin anexiones? Es indudable que la guerra terminará tarde o temprano. En el sentido “de espera” el slogan de cese de la guerra es, sin discusión, “realista”, porque es una evidencia flagrante. Pero ¿en el sentido revolucionario?… ¿No es utópico imaginarse que el proletariado tenga suficiente fuerza para parar la guerra contra la voluntad de los dirigentes? Por esta cuestión ¿no es necesario rechazar el slogan de cese de guerra? Llevemos más lejos aún nuestro razonamiento. ¿En qué condiciones se hará el cese de guerra? Aquí, si se razona teóricamente, se presentan tres típicas posiciones: 1) victoria decisiva de uno de los dos campos; 2) agotamiento general de los beligerantes, en ausencia de una superioridad aplastante de uno de ellos, 3) intervención del proletariado revolucionario deteniendo el desarrollo “natural” de las hostilidades.
Está bien claro que si la guerra termina con la victoria total de uno de los campos, sería ingenuo contar con una paz sin anexiones. Si Scheidemann y Landsberg intervienen en el Parlamento a favor de una paz así, es con el cálculo que estas protestas no impedirán proceder a “anexiones saludables”. Nuestro generalísimo Alexeiev, al tratar la paz sin anexiones de “frase utópica”, ha concluido firmemente que el objetivo primordial era la ofensiva y que, en caso de éxito, todo el resto se arreglaría. Para arrancar las anexiones de las manos de la potencia victoriosa, armada de cabo a rabo, al proletariado le haría falta, además de la buena voluntad, la fuerza revolucionaria y la capacidad de ponerla en acción. En ningún caso, el proletariado tendría a su disposición los medios “económicos” indispensables para hacer renunciar al botín que el vencedor se ha apropiado.
El segundo punto, sobre el que se basan los partidarios de la “paz sin anexiones y sin nada más”, supone que la guerra, si no es interrumpida por la intervención del proletariado, agotando a todas las fuerzas vivas de los combatientes, se terminará con la usura general, sin vencedores ni vencidos. A esta situación, en que el militarismo se revela demasiado débil para conquistar y el proletariado demasiado débil para hacer la revolución, los internacionalistas pasivos quieren aplicar el programa de “paz sin anexiones” que formulan como el regreso al status quo ante bellum. Pero aquí el realismo descubre su talón de Aquiles. Si la guerra se acaba en “parte nula” no excluye para nada las anexiones. Al contrario, las propone. Si ninguno de los bloques beligerantes triunfa, esto no significa que Serbia, Grecia, Bélgica, Polonia, Persia, Siria, Armenia, etc. permanecerán intactas. Al contrario, las anexiones se harán sobre las espaldas de los más débiles. Para impedir este juego de “compensaciones”, es necesario que el proletariado entre directamente en lucha contra los dirigentes. Los artículos, los mitines, las intervenciones parlamentarias e incluso las manifestaciones en las calles nunca han impedido ni impedirán que los gobernantes – por la vía de acuerdo o acuerdos – hagan conquistas territoriales y opriman a las naciones débiles.
El tercer punto es el más claro de todos. Propone que el proletariado internacional se subleve con tal fuerza que paralice y detenga la guerra. Es evidente que al manifestar semejante vigor, no se limitará a realizar un programa puramente conservador.
Por lo tanto, la realización de una paz sin anexiones supone, en todos los casos, un poderoso movimiento revolucionario. Pero si se supone la existencia de tal movimiento, el programa indicado es miserable en relación a lo que podría ser. El status quo ante bellum – este producto de las guerras, de las exacciones, de las opresiones, del legitimismo, de la hipocresía de los diplomáticos y de la estupidez de los pueblos – queda como el único contenido positivo del slogan “guerra sin anexión”.
En su lucha contra el Imperialismo, el proletariado no puede fijarse como objetivo el regreso al viejo mapa europeo; debe promover su propio programa de relaciones gubernamentales y nacionales respondiendo a las tendencias fundamentales del desarrollo económico, al carácter revolucionario de la época y a los intereses socialistas del proletariado.
Aisladamente, el slogan “sin anexiones” no procura ningún criterio de orientación política para las cuestiones que surgen en el curso de la guerra. Si se supone que Francia recupere Alsacia y Lorena ¿la socialdemocracia alemana, siguiendo a Scheidemann, tendrá la obligación de exigir el regreso de esas provincias a Alemania? ¿Exigiremos el retorno del Reino de Polonia a Rusia? ¿Debemos esperar que Japón restituya Kiao-Cheu… a Alemania? ¿Italia devolverá sus conquistas del Trento? Incluso solamente suponerlo sería pura imbecilidad. ¿Nos mostraríamos partidarios del legitimismo, es decir, defensores de los derechos dinásticos e “históricos” en el más puro espíritu reaccionario? ¡Lástima que la realización de este programa exige la revolución!
Sólo podemos adelantar el siguiente principio: pedir la opinión al pueblo interesado. Va de suyo que este criterio no es absoluto. Así, los socialistas franceses hacen de la cuestión alsaciana una vergonzosa comedia: primero se la ocupa, y luego se reclama el consentimiento de la población. Es seguro que un auténtico plebiscito sólo puede tener lugar en condiciones revolucionarias, cuando la población puede pronunciarse libremente, no frente la figura de un revólver, sea francés o alemán.
El único sentido verdadero del slogan “sin anexiones” conduce a la protesta contra nuevas conquistas territoriales, es decir, a la negación de la expresión del derecho de los pueblos a la autodeterminación. Pero vemos que este famoso derecho “democrático sin discusión”, se cambia inevitablemente en derecho para las naciones fuertes de dominar a las débiles, en “papel mojado”, y hará de Europa un mapa político en que las naciones separadas por las barreras aduaneras chocarán sin cesar en sus luchas imperialistas. Este estado de cosas no puede ser impedido más que por la Revolución proletaria. El centro de gravedad de la cuestión se encuentra en la realización del programa proletario de paz y de la revolución social”.
(nota de MASAS n°477)