154 años de la Comuna de París
El 18 de marzo de 1871, los obreros de París, organizados y armados en la Guardia Nacional, tomaron por asalto la capital francesa e inauguraron el primer gobierno obrero de la historia. La Comuna de París marcó una época y, según Marx, la instauración de la dictadura proletaria resultó ser «la forma política finalmente descubierta para llevar a cabo la emancipación económica del trabajo». El recuerdo de la Comuna y de sus mártires ha ocupado siempre un lugar destacado en el movimiento socialista internacional. Sus preciosas lecciones fueron una piedra angular en el pensamiento revolucionario de Marx y Engels, y sirvieron de guía para toda la siguiente generación de revolucionarios, desde Lenin y Trotsky hasta Rosa Luxemburgo.
Europa y, sobre todo, Francia eran entonces muy diferentes de ahora, tanto económica como socialmente. La guerra franco-prusiana de 1870, en la que se enfrentaron Bismark y Napoleón III, aún marcaba una etapa en el ascenso del capitalismo, aunque acosada por las crisis. Las revoluciones democráticas seguían estando a la orden del día y una de sus tareas, la unidad nacional, seguía siendo perseguida por naciones como Italia y Alemania. Hoy, en cambio -y así ha sido desde antes de la Primera Guerra Mundial-, vivimos la etapa imperialista del hundimiento del capitalismo, marcada por guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Desde este punto de vista histórico, la Comuna aparece como un primer ensayo (aún en la etapa ascendente) y un resplandeciente antecedente de las revoluciones sociales que estallarían pronto en el siglo XX, inaugurando la era de la lucha directa del proletariado por el poder. Desde un punto de vista social y político, la Comuna surge no sólo como una reacción a las derrotas militares en Francia y a los manejos del gobierno capitulador de Thiers, sino como una reanudación del movimiento revolucionario de 1848-1851, interrumpido por el golpe de Luis Bonaparte el 2 de diciembre.
La Comuna, dijo Marx, fue un resultado directo de la guerra. La captura del emperador francés y, con él, de 100.000 soldados por las tropas prusianas en la batalla de Sedán, hizo inevitable la proclamación de la Segunda República el 4 de septiembre, que fue apoyada con entusiasmo por las masas. Lo que comenzó como una guerra entre potencias (Francia y Prusia) por zonas de influencia en el continente acabó convirtiéndose en una situación revolucionaria. Las mismas masas que, en el periodo anterior, habían sido invitadas a armarse en la Guardia Nacional como fuerza auxiliar en la guerra, se convirtieron en un problema para el nuevo gobierno republicano. En medio de la catástrofe militar, era necesario desarmarlas, detener la agitación social y salvar el régimen de dominación burguesa. Y en las condiciones dadas, sólo había un camino: la rendición a Prusia. Sólo la firma de una paz humillante permitiría al ejército francés recuperarse y protegerse de los trabajadores. Sin embargo, los obreros de aquel París convulso se llenaron de odio precisamente ante esta doble perspectiva de desarme y rendición. El inevitable enfrentamiento se produjo al primer signo de provocación, y no tardó en llegar. El intento fallido de los generales Clément-Thomas y Claude Lacomte de apoderarse de los cañones de París desencadenó la explosión. Con la reacción de la Guardia Nacional, París fue tomada y el gobierno republicano huyó a Versalles, donde comenzó a idear planes para aplastar al París insurrecto.
La Comuna proclamó una serie de medidas como la sustitución de los cuerpos armados especiales, separados de las masas, por el pueblo en armas; la reducción de la jornada laboral; la abolición del trabajo nocturno para mujeres y niños; la separación de la Iglesia y el Estado ; el control obrero de las fábricas abandonadas y, finalmente, la elección de consejeros populares como auténtico gobierno de la revolución.
La Asociación Internacional de los Trabajadores, AIT, bajo la dirección de Marx, realizó una serie de esfuerzos para guiar a los comuneros en su revolución. Sin embargo, la ausencia de un partido revolucionario (la Comuna estaba bajo la influencia mayoritaria de blanquistas y proudhonianos) condujo a graves errores que contribuyeron a su caída. Entre ellos, Marx cita el fracaso en la expropiación del Banco de Francia, la condescendencia con la violencia infligida por el enemigo, la negativa a marchar contra Versalles y la elección prematura de los consejeros. Rodeada de tropas prusianas y francesas, finalmente liberadas por Bismarck para ayudar a aplastar París, la Comuna no pudo resistir y cayó el 28 de mayo. La burguesía de Versalles se sumió entonces en una orgía de violencia contrarrevolucionaria y tiroteos por todo el París proletario.
Los «sinvergüenzas burgueses», como decía Marx, creían haber dado una lección inolvidable a la clase obrera. Pero no toda la sangre derramada bastó para exorcizar ese fantasma, que seguía persiguiendo a la burguesía cada vez que las crisis agónicas de su régimen podrido sacudían hasta los cimientos a la sociedad moderna. La Comuna reveló que este personaje, subyugado y martirizado en todos los regímenes, desde las monarquías absolutas hasta las democracias liberales, se perfilaba definitiva e irrevocablemente como la nueva fuerza social e histórica capaz de disputar los destinos de la humanidad.
La primera experiencia efímera y lejana de una dictadura proletaria, que duró poco más de dos meses, puede parecer insignificante comparada con las revoluciones proletarias victoriosas del siglo XX, pero encierra lecciones que hacen época para la historia del marxismo. La más importante de ellas es que el proletariado no puede tomar el poder sin hacer saltar por los aires la vieja maquinaria estatal burguesa y establecer su dictadura revolucionaria.
Saludamos y reivindicamos a la Comuna, no sólo por su heroísmo y valentía, sino porque aún hoy representa el anhelo de las masas por liberarse de la explotación capitalista. En un momento en que atravesamos una profunda crisis de dirección revolucionaria, y un profundo retroceso en las conquistas del proletariado mundial, con la caída de los estados obreros por la política traidora del socialismo nacional, la bandera de la Comuna sigue siendo un punto de referencia obligado para la lucha. El capitalismo en decadencia no puede ofrecer a las masas más que barbarie, guerras y empobrecimiento general. La estrategia de la revolución proletaria, la esencia y el espíritu de la Comuna, pervive y sigue siendo la tarea ineludible de la clase obrera en todos los países.
¡Viva el 154 aniversario de la Comuna de París
¡Viva la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional!