Estados Unidos ataca el derecho de autodeterminación de la oprimida nación iraní
¡No a la destrucción del programa nuclear iraní!
¡No al derrocamiento del régimen nacionalista a manos de Estados Unidos, Israel y las potencias europeas aliadas!
Liberar a Oriente Medio de la dominación estadounidense y de sus aliados
Organizar y levantar el movimiento antiimperialista por el fin de la intervención militar de Israel y Estados Unidos en la Franja de Gaza e Irán
Declaración del CERCI 23-06-2025
El imperialismo estadounidense orientó al Estado sionista de Israel a iniciar el «trabajo sucio», según las palabras del primer ministro alemán, Friedrich Merz. El imperialismo en su conjunto y sus lacayos de los países semicoloniales creen que ahora Trump hará el trabajo limpio, porque estaría liberando a Oriente Medio de los peligros nucleares que representarían Irán y su régimen teocrático.
No hay forma de ocultar la farsa de que Estados Unidos solamente estaría ayudando al Estado sionista y a su «régimen democrático». El envío de los bombarderos B-2 y la detonación de las milagrosas superbombas GBU-57 sobre Fordow, Natanz e Isfahán alarmaron a los hipócritas pacifistas y legalistas.
El secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió del peligro de «encender un fuego que nadie podrá controlar». El director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), Rafael Grossi, dio la señal para que el gobierno sionista de Benjamin Netanyahu iniciara el «trabajo sucio», activando la alarma con la advertencia de que Irán estaba a punto de conseguir la bomba atómica. Aunque no presentó pruebas, los bombardeos de las Fuerzas de Defensa de Israel se presentaron como un imperativo «existencial» inminente.
Pero solo Estados Unidos podía acabar con el programa nuclear de Irán, de modo que los iraníes tuvieran que capitular y aceptar incondicionalmente las condiciones impuestas por la Casa Blanca. Israel elevó su agresión contra Irán a su punto más alto, no solo eliminando a importantes figuras gubernamentales, diezmando a los científicos y destruyendo las bases de defensa del país, sino también bombardeando las centrales nucleares.
Trump trató de eximir a Estados Unidos como la principal fuerza para declarar la guerra a Irán, prescindiendo de las formalidades legales. El presidente estadounidense autorizó al Gobierno de Netanyahu a comenzar el trabajo sucio. Israel tomó la iniciativa para ocultar la declaración de guerra por parte del imperialismo norteamericano. Facilitó a las potencias europeas el apoyo a la destrucción de las centrales nucleares iraníes como si fuera para garantizar la existencia del Estado de Israel.
El terreno fue preparado por Estados Unidos. Trump presentó los puntos de un «acuerdo» que acababa con el aparato nuclear establecido y bloqueaba el proceso técnico-científico nacional de Irán. Estas condiciones iban acompañadas de la reducción de su potencial militar, limitando la capacidad de lanzamiento de misiles. En este marco, el Gobierno iraní también tendría que romper todas las relaciones con el movimiento de resistencia del pueblo palestino. Trump montó la farsa diplomática en torno a la discusión sobre un acuerdo que evitara los ataques de Israel y de los propios Estados Unidos a las instalaciones nucleares de Irán. Dio un plazo para que el Gobierno aceptara las condiciones. No esperó a que continuaran las negociaciones.
Israel ha alcanzado una capacidad militar muy superior a la de cualquier otro país de Oriente Medio, pero no tiene cómo imponer esas condiciones típicamente imperialistas. La desesperación por anexionar la Franja de Gaza y Cisjordania pone de manifiesto las necesidades económicas de un país forjado artificialmente y totalmente dependiente de Estados Unidos. De modo que los bombardeos israelíes en el Líbano, Siria y Yemen son una expresión de la amplia implantación de las fuerzas militares de Estados Unidos en la región.
Desde finales de 1950, la potencia norteamericana impulsó la ocupación militar en Oriente Medio como parte de su expansionismo bélico posterior a la Segunda Guerra Mundial. Cuenta con 19 bases altamente tecnificadas y 40 000 soldados. Rompió la resistencia del nacionalismo árabe, que también se potenció en la década de 1950 con la victoria de Egipto en la guerra del Canal de Suez. Inglaterra y Francia cedieron el paso a Estados Unidos, que protagonizaba la Guerra Fría y disputaba la influencia en Oriente Medio con la antigua URSS. Las innumerables guerras posteriores a la de Suez estuvieron marcadas por la intervención estadounidense, cuyos resultados favorecieron, en última instancia, la ofensiva militarista de Norteamérica en Oriente Medio.
Desde 1948, Israel se convirtió en uno de los factores más importantes en los conflictos y guerras de la región y se consolidó como un enclave de Estados Unidos al servicio de sus objetivos imperialistas. El nacionalismo árabe, que llegó a aspirar a la unidad de los Estados, alcanzó su esplendor con el panarabismo en la década de 1960. Perdió consistencia en las décadas siguientes, se disolvió y Estados Unidos se impuso.
Este recorrido estuvo profundamente marcado por las guerras de 1948, 1956, 1967, 1973, 1980, 1982, 1990, 2003 y 2006. La intervención genocida de Israel en la Franja de Gaza, los ataques contra el Líbano, Siria, Yemen e Irán se calcularon de acuerdo con los objetivos de Estados Unidos en las condiciones de potenciación de la guerra comercial desencadenada por Trump y dirigida principalmente contra China. De modo que los bombardeos contra Irán para destruir su complejo nuclear y sus bases de misiles balísticos son parte de la amplia conflagración impulsada por la intervención del Estado sionista en la Franja de Gaza.
La posición de Irán de advertir a Estados Unidos de que atacaría la base aérea de Al-Udeit, en Qatar, de manera que no fuera un acto de guerra, era lo que Trump esperaba para decidir la suspensión de los bombardeos y la búsqueda de un «acuerdo» sobre la cuestión nuclear. Quedaron las dudas sobre si la destrucción de las centrales nucleares de Fordow, Isfahán y Natanz alcanzaron el objetivo deseado.
Trump logró unir a las potencias con el argumento de que se trataba de eliminar el mayor peligro en Oriente Medio, que sería un Irán poseedor de la bomba atómica. Incluso la mayoría de los opositores a sus medidas de guerra comercial generalizada y al objetivo de anexionar la Franja de Gaza acabaron apoyando los ataques con los B-2.
Las críticas legalistas de que Trump estaría violando las leyes internacionales ya no tienen la menor importancia. Desde que Estados Unidos ignoró la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para obtener pruebas fehacientes de que Irak poseía armas de destrucción masiva, este órgano creado por las potencias, bajo la máscara de la cooperación y la pacificación entre los pueblos, se desmoralizó definitivamente. Irak fue arrasado y su régimen nacionalista barrido. Estados Unidos utilizó a Irak en la sangrienta guerra contra Irán, que duró de 1980 a 1988, para luego destrozarlo. Mediante guerras y el fortalecimiento de bases militares en Oriente Medio, Estados Unidos impuso las relaciones económicas y pulverizó el nacionalismo árabe. Estableció una hegemonía que debía defenderse a toda costa.
La resistencia de Irán, desde la Revolución Islámica de 1979, para mantener su independencia frente a Estados Unidos y otras potencias, sustentó el nacionalismo. Los Estados árabes se sometieron uno tras otro a los dictados estadounidenses y abandonaron al pueblo palestino a su suerte. De hecho, pasaron a colaborar con el aplastamiento de la Franja de Gaza y la invasión colonial de Cisjordania. El nacionalismo iraní, por el contrario, se apoyó en la resistencia que surgió y se organizó en el Líbano y Siria, aunque fueran adversarios en el campo islámico, en el que se separan chiítas y sunitas.
En el transcurso de los acontecimientos de la intervención del Estado sionista de Israel en la Franja de Gaza, quedó claro que se trataba de una guerra contra Irán, la única fuerza dispuesta a sostener la resistencia de los palestinos y de la facción nacionalista libanesa. Pero su capacidad ya se encontraba debilitada con la descomposición del régimen heredero del partido nacionalista y panarabista Baath —que aspiraba a crear una República Árabe Unida (RAU)— mantenido por la familia al-Assad. La caída definitiva del gobierno de al-Assad, la ruptura de Hezbolá y el fortalecimiento del gobierno pro-imperialista libanés permitieron la victoria del cerco sionista a Hamás.
Este conjunto de acontecimientos creó las condiciones para que Estados Unidos se posicionara como la fuerza capaz de romper la resistencia iraní. Rusia se retiró con la caída del régimen sirio. Está concentrada en la guerra con Ucrania. Observa a la Unión Europea y al Reino Unido mientras se rearmaban y fortalecían la OTAN. China no ha podido avanzar en su objetivo de penetrar en Oriente Medio, acercando a Arabia Saudita e Irán. Se enfrenta al recrudecimiento de las fuerzas económicas en declive y a la necesidad de participar en la escalada militar encabezada por las potencias imperialistas. Por ahora, Estados Unidos tiene las manos libres para llevar a cabo un ataque brutal contra la soberanía de Irán y seguir dictando el rumbo de las conflictivas relaciones en Oriente Medio.
Sin embargo, el imperialismo estadounidense no tiene forma de estabilizar la región, que seguirá en conflicto por la guerra de Israel contra la resistencia palestina. La tendencia es que aumente el descontento y la revuelta de las masas árabes. Estados Unidos y sus aliados europeos no tienen nada que ofrecer salvo aumentar el saqueo e imponer duras condiciones comerciales.
La guerra que se originó en la Franja de Gaza y llegó a Irán es parte de la crisis mundial del capitalismo, que se viene desarrollando desde la década de 1970. Sería bueno para Estados Unidos que Trump pudiera concentrar la batalla contra el ascenso de China. Pero el camino de la confrontación sigue pasando por la guerra en Ucrania, es decir, en Europa, y la guerra en la Franja de Gaza-Irán, en Oriente Medio. Las fuerzas productivas ultrapotentes, pero encarceladas por las fronteras nacionales, conducen a choques comerciales y tecnológicos, y a disputas por las fuentes de materias primas entre las potencias, involucrando en conjunto a las naciones semicoloniales.
Quedó muy claro que China y Rusia no pudieron hacer nada contra la destrucción del sistema nuclear de Irán, a pesar de condenarla en el Consejo de Seguridad de la ONU. Mantienen su posición ante los peligros de extender las guerras, aún circunscritas a nivel regional, al ámbito mundial. El problema es que las tendencias bélicas están en una escalada sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. La tarea de combatir las guerras de dominación e interrumpir el avance del militarismo imperialista depende de que la clase obrera y la mayoría oprimida la tomen en sus manos.
Es el momento de cavar trincheras obreras y populares, que comienzan con las manifestaciones y las respuestas contrarias a las acciones del imperialismo. Irán debe ser defendido incondicionalmente. Solo su pueblo puede decidir sobre el destino de su programa nuclear y su régimen político. Incluso obtener la bomba atómica, si así lo decide. La respuesta de Irán fue importante y mostró la vulnerabilidad del sistema de defensa del enemigo. Esa respuesta generó un gran entusiasmo en los pueblos árabes que se movilizaron, y que se reflejó en todo el mundo. La amenaza terrorista de Trump llegó hasta el presidente de la República de Irán y hasta el pueblo de Teherán. La respuesta obrera y popular se basa en la realidad objetiva que evidencia el lugar del imperialismo en la crisis de Oriente Medio como fuerza externa opresora. Fuerza que ha militarizado la región con sus decenas de bases militares y que ha equipado al Estado sionista de Israel con las armas más letales, incluida la bomba atómica.
El imperialismo y su brazo armado sionista serán limitados y derrotados en un proceso revolucionario que se perfila, aunque sea tenuemente y a un ritmo lento. Del largo proceso de revueltas y guerras surge el programa estratégico del proletariado mundial, que es el programa de la revolución social y, como expresión particular del mismo, los Estados Unidos Socialistas de Oriente Medio. Evidentemente, las gigantescas dificultades para unir a la mayoría oprimida en torno al programa del proletariado se encuentran en la crisis de dirección. Todas las fuerzas políticas que reivindican el fin del capitalismo y la construcción del socialismo deben situarse urgentemente en el sentido de un movimiento por la reconstrucción del Partido Mundial de la Revolución Socialista, la IV Internacional.
¡Viva la resistencia antiimperialista de las naciones oprimidas!
¡Poner en pie el frente único antiimperialista!