80 años de la creación de la bomba atómica
En la fase imperialista del capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas se vuelve contra la humanidad
El tema de la energía nuclear y las bombas atómicas ha vuelto con fuerza al debate público en las últimas semanas. Esto se debe a que los ataques de Estados Unidos e Israel contra Irán se justificaron con el argumento de que el país persa estaba construyendo la bomba atómica, por lo que su programa nuclear debía ser eliminado. Todo ello en un momento en el que EEUU e Irán negociaban un posible acuerdo. EEUU, junto con Rusia, es el mayor poseedor de cabezas nucleares del mundo. El imperialismo estadounidense fue el primero en probar y utilizar este tipo de armas en una guerra. Desde entonces, hipócritamente, Estados Unidos ha sido la potencia que controla la producción y, en última instancia, dicta las normas para la posesión de estas armas por parte de otros países.
Esta semana se cumple el 80 aniversario de la primera prueba de una bomba nuclear realizada por Estados Unidos en el desierto de Nuevo México el 16 de julio de 1945. Tres semanas después, el Presidente Harry Truman ordenó el lanzamiento de dos bombas atómicas, Little Boy y Fat Man, sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. El ataque mató a más de 200.000 personas, algunas de ellas en el acto y otras a lo largo del año como consecuencia de las graves heridas causadas por la explosión.
Actualmente hay en el mundo unas 12.000 cabezas nucleares en posesión de 9 países. Rusia y Estados Unidos, con aproximadamente el mismo número, poseen unas 10.000 ojivas, seguidos de China con 600, Francia 290, Reino Unido con 225, India con 180, Pakistán con 170 e Israel con 90. En el caso de Israel, aunque esta cifra no está confirmada oficialmente, las investigaciones sugieren que tiene capacidad material para poseer hasta 190 bombas. Se calcula que Corea del Norte tiene entre 30 y 50 cabezas nucleares. Esta cifra total era mucho mayor durante la Guerra Fría, cuando algunos de estos países poseían decenas de miles de artefactos de este tipo. Pero para entender cómo se ha llegado a esta situación, hay que remontarse al menos a 1933.
Desde el punto de vista de la física, fue en 1933 cuando se llegó a una teoría más acabada de la utilización de la energía nuclear, que ya se venía investigando desde finales del siglo XIX. Es útil señalar que ese fue el mismo año en que los nazis llegaron al poder en Alemania y en que la Oposición de Izquierda Internacional, liderada por Trotsky, rompió con la tarea de rescatar a la estalinizada III Internacional y comenzó a abogar por la construcción de la IV Internacional. Debido al contexto social y político que ya señalaba la posibilidad de una conflagración mayor, la investigación nuclear avanzó rápidamente. El Reino Unido y Alemania estuvieron a la vanguardia de este desarrollo. En un proceso contradictorio, las fuerzas productivas de la humanidad, impulsadas por el alto desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero cercadas por la propiedad privada y las fronteras nacionales, dieron origen a las guerras mundiales, que provocaron la destrucción generalizada de las propias fuerzas productivas.
La idea central de la energía nuclear es sencilla: algunos átomos pesados, como el uranio 235, son inestables y buscan la estabilidad dividiéndose en átomos más ligeros. Pero la suma de las masas de estos átomos más ligeros no es igual a la masa del uranio inicial. La diferencia es la masa transformada en energía según la famosa fórmula E = m.c². Este proceso se denomina fisión nuclear. Paralelamente a la investigación sobre la fisión nuclear, se desarrollaba la teoría de la fusión nuclear, que consistía en la fusión de átomos ligeros, liberando grandes cantidades de energía (es el mismo proceso que ocurre en el Sol). En 1952, Estados Unidos probó la primera bomba de fusión (también llamada bomba H o bomba termonuclear), la Yve Mike, con 10,4 megatones, 500 veces más potente que la bomba de Nagasaki. Nueve años más tarde, en octubre de 1961, la URSS probó el arma más poderosa que jamás haya visto la humanidad, la “Bomba del Zar”, con 50 megatones, 3.300 veces más potente que la bomba lanzada sobre Hiroshima. A título comparativo, la altura de las nubes en forma de hongo, características de estas bombas, alcanzó 41 km en la prueba estadounidense y 65 km en la de la URSS, mientras que en Hiroshima fue de 16 km.
En 1939, Alemania intentó comprar una gran cantidad de uranio a Bélgica. Un grupo de científicos intentó alertar al gobierno belga, pero como estaban exiliados en Estados Unidos y tenían poca influencia política, no tuvieron éxito. Entonces buscaron a Albert Einstein para que mediara. Einstein, también exiliado en Estados Unidos, creía que era necesario alertar primero al gobierno estadounidense de la posibilidad de que Alemania construyera su bomba atómica. Escribió su famosa carta al presidente estadounidense Franklin Roosevelt. Curiosamente, fue el burgués Sacks quien llevó la demanda a la cúpula del gobierno estadounidense. En septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Poco después, EEUU puso en marcha el Proyecto Manhattan y en menos de cinco años ya había superado a Inglaterra y Alemania (mucho más afectadas por la guerra) en la construcción de la bomba. Se construyó un parque industrial para el enriquecimiento del uranio (separación del uranio del mineral), el tratamiento del plutonio y la producción final.
En julio, las primeras víctimas del arma más poderosa jamás construida por la humanidad aprenden de su poder, residentes locales de Los Álamos, en Nuevo México. Alemania ya estaba derrotada, pero Japón, también derrotado, no se rendía. Tras un ultimátum, sin revelar el arma, el 6 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica utilizada en un conflicto. Tres días después fue el turno de Nagasaki, sumando más de 200.000 muertos en estos ataques. Las bombas se lanzaron sobre Japón, pero su objetivo era poner de rodillas al mundo, especialmente a la URSS, que a partir de entonces se convertiría en su principal adversario en la Guerra Fría.
Como resultado de esta capacidad militar, reflejo de su capacidad económica, EEUU estableció su hegemonía mundial. La creación de la ONU en octubre de 1945 sirvió (y sirve) a los intereses del imperialismo. A partir de entonces, Estados Unidos comenzó a manejar la cuestión nuclear como expresión de su hegemonía mundial, que chocaba con la subsistencia y el fortalecimiento cíclico de la URSS. En 1953, el presidente estadounidense Eisenhower pronunció en la ONU un largo discurso titulado Átomos para la paz, en el que promovía la creación de una agencia internacional para regular la energía nuclear. El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) se creó poco después del final de la guerra, al servicio del imperialismo para regular internacionalmente la producción de estas armas. El debate sobre la contención de las armas nucleares tuvo lugar al mismo tiempo que las pruebas de bombas termonucleares en el contexto de la Guerra Fría.
En la década de 1960, cinco potencias disponían de armas nucleares: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, la URSS y China. Se estableció el concepto de “destrucción mutua asegurada”, que significaba que la única forma de protegerse de un ataque nuclear era poseer también bombas atómicas. La ONU elaboró un acuerdo para detener la proliferación de estas armas, el Tratado de No Proliferación (TNP), que básicamente decía que cualquier país que hubiera probado un arma nuclear en 1967 podría conservar su arsenal, mientras que los demás que no lo hubieran hecho no tendrían licencia para construir nuevas bombas. Esto estableció un monopolio sobre las armas nucleares en manos del imperialismo y de unos pocos países. Israel, India y Pakistán nunca firmaron el tratado y no pueden ser inspeccionados por la ONU.
A finales de 1950, con ayuda de Francia y Estados Unidos, Israel empezó a construir su bomba. India, con ayuda de Estados Unidos, y Pakistán, con ayuda de China, iniciaron sus programas nucleares en el mismo periodo. En 1981 en Irak y en 2007 en Siria, Israel bombardeó instalaciones donde supuestamente se estaban construyendo armas nucleares. En 2003, Corea del Norte abandonó el TNP y en 2006 se convirtió en el noveno país con armas nucleares. De paso, debemos mencionar que Brasil firmó el TNP en 1998, bajo el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, comprometiéndose, de acuerdo con las normas dictadas por el imperialismo, a no crear un programa nuclear bélico [Argentina lo firmó en 1995].
Irán formó parte del programa Átomos para la Paz, recibiendo incluso un reactor nuclear de EEUU en 1967, y firmó el TNP un año después. En 2015 firmó un acuerdo con seis potencias nucleares en el que aceptaba ser supervisado por el OIEA, que años antes había anunciado que Irán había llevado a cabo actividades para construir la bomba. A cambio, las potencias levantarían una serie de sanciones económicas al país. Trump, en su primer mandato, abandonó unilateralmente este acuerdo y reanudó las sanciones a Irán. En respuesta, Irán avanzó en su programa nuclear, pero sin llegar a construir la bomba.
El 31 de julio de 1991, el gobierno de Estados Unidos, George H.W. Bush, y la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, firmaron un acuerdo para reducir las armas nucleares, denominado Acuerdo de Reducción de Armas Estratégicas (START). En diciembre de 1991, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se derrumbó bajo el impulso de la restauración capitalista. El 3 de enero de 1993, el gobierno estadounidense, George H.W. Bush, y el ruso, Boris Yeltsin, renovaron el acuerdo, denominado Nuevo START, que se prorrogó hasta 2021. La segunda versión no tuvo valor práctico porque la Duma lo retrasó al cuestionar el intervencionismo estadounidense en Irak y el cerco de la OTAN a Rusia.
En febrero de 2022, con el estallido de la guerra en Ucrania, el gobierno de Putin rompió el acuerdo, acusando al gobierno estadounidense de Biden de promover el cerco de la OTAN a Rusia. Y ahora, el 17 de julio, Trump ha ordenado bombardear Irán, con el argumento de que el país persa no puede alcanzar la bomba atómica. La decisión de la Unión Europea y del Reino Unido de rearmarse incluye la activación de sus programas nucleares. La escalada armamentística va de la mano del agravamiento y ampliación de la guerra comercial lanzada por Estados Unidos. Brasil empieza a sentir sus efectos desintegradores en las relaciones económicas. Es esencial que las respuestas provengan de la clase obrera.
Es en este contexto en el que vemos a Estados Unidos, propietario de más de 5.000 cabezas nucleares (de fisión y fusión), intentar controlar si produce o no sus propias armas atómicas. Una flagrante injerencia en la ya frágil soberanía de Irán. Está claro que la justificación utilizada para los ataques contra Irán no es más que palabrería. Sus principales motivos residen en el intento de derrocar a la República Islámica ampliando el control regional sobre sus inmensas fuentes de materias primas y rutas comerciales.
El derecho a la autodeterminación de los pueblos y naciones oprimidos incluye el derecho a armarse como consideren oportuno para enfrentarse al imperialismo. La cuestión de si estas armas están en posesión del régimen reaccionario de los ayatolás, tan repetida por los centristas, es secundaria en estos momentos. Las masas iraníes saldarán sus cuentas con este régimen cuando llegue el momento, fundamentalmente en el proceso de lucha y construcción de su partido obrero revolucionario. Ahora mismo, se trata de luchar junto a la nación oprimida contra el imperialismo. La bandera táctica que corresponde a la defensa de la nación oprimida es la del frente único antiimperialista, bajo la estrategia de los Estados Unidos Socialistas de Oriente Medio.
(POR Brasil – Massas n°744)