El 80º aniversario del mayor atentado terrorista de la historia, perpetrado por EE.UU.
“Little Boy” —así bautizó EE.UU. la bomba atómica de uranio— que fue lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, pulverizando la vida e infraestructura de la poblada ciudad del acero japonés.
La onda expansiva arrasó edificios, pulverizó escuelas llenas de niños y mató a decenas de miles de personas al instante, seguido de cientos de miles en los días que siguieron. En un instante, la ciudad fue reducida a escombros y una parte de su población fue arrasada por el fuego, reducida a cadáveres rogando por agua. Muchos de los que sobrevivieron cargaron durante años con quemaduras, dolor crónico y problemas de salud mental, sumado a lo que más tarde se conocería como las enfermedades de la bomba atómica: cánceres, leucemias, y un estigma que los marcaba, sobrevivientes que otros temían por creencias erróneas sobre el contagio. (Cecilia Degl’Innocenti)
Las enfermedades asociadas a la radiación que no solo había infectado el aire sino también la tierra, afectando los cultivos y las napas de agua.
Ese terrible acto terrorista de EE.UU., las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, que nunca podremos olvidar, tenía como objetivo disciplinario aterrorizar también a los soviéticos con su poderío y otro no menos importante: que Japón se rindiera frente a EE.UU. y no frente a la URSS que invadió masivamente el Imperio Japonés (Operación Tormenta de Agosto), derrotando al ejército japonés en 20 días de ofensiva, capturando Manchuria, las Islas Kuriles y parte de Sajalín de manera contundente.
(Articulo de MASAS N°487)